Rector Major

Homilía en la celebración en el Colle Don Bosco 18-05-2015 (es)

BICENTENARIO DE DON BOSCO, 1815-2015


HOMILÍA  EN LA CELEBRACIÓN EN EL COLLE DON BOSCO
  16.  Agosto.2014

Excelentísimo  Monseñor………
  Excelentísimo  Síndaco………….
  Mis Queridos  Hermanos Salesianos, Mis Queridas Hermanas Salesianas, Queridos salesianos y  salesianas cooperadores, Querida Familia Salesiana toda, Mis Queridos jóvenes,  Queridos amigos y amigas aquí presentes:
  Sed  bienvenidos todos a esta celebración de fiesta, de gozo, en el día en que  conmemoramos el inicio del Bicentenario por el nacimiento, en esta misma  colina, de Juanito Bosco, nuestro Don Bosco, proclamado Padre y Maestro de la  Juventud por su santidad el Papa Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo II) en el  año centenario de su muerte.

Con estas palabras  que pronuncio ahora no pretendo nada más que dar voz a lo que seguidamente será  nuestra plegaria, nuestras oraciones en este día, porque la misma liturgia de  esta solemnidad es un canto de alabanza y reconocimiento a “Dios grande y  misericordioso” porque “ha suscitado en la Iglesia a San Juan Bosco como amigo,  hermano y padre de los jóvenes” –tal como rezaremos en el prefacio.

         Un Don Bosco que en su carisma sentimos  como regalo del Padre a la Iglesia y al Mundo. Un Don Bosco que se ha formado  en el tiempo, desde los brazos de Mamá Margarita hasta la amistad con buenos  maestros de vida, para seguir modelando su corazón de Buen Pastor, a imitación  de Jesús Maestro, en la vida cotidiana con sus jóvenes.

         Aquel muchacho, Juan Bosco, que creció  en las colinas de I Becchi sintió profundamente en su corazón que su vida no  podía transcurrir tan sólo entre los trigos, las viñas y el heno de los campos,  cuando tantos niños y jóvenes estaban como ovejas sin pastor. Aquel muchacho,  Juan, tuvo muy pronto una Maestra para toda la vida, La Señora, La Madonna, que  lo acompañará, iluminará, conducirá, hasta hacerle sentir al Don Bosco anciano  y desgastado por una vida entregada hasta las últimas fuerzas, que Ella lo  había hecho todo.

Pero aquel  muchacho, Juan, tuvo a su lado una mamá que con generosidad, con renuncia a los  latidos de su corazón, con maravillosa complicidad de madre e hijo, hizo todo  lo posible para que ese hijo tan querido en quien veía que Dios había puesto su  mirada en él, no se quedara entre las mieses y los pocos animales que la  familia tenía. Esa misma mamá, que cuando la vida le pedía gozar de su  condición de abuela, y ver los atardeceres en I Becchi, no duda, mirando al  crucifijo, en dejar la paz de su casa para ser madre de los ‘biricchini’ de Don  Bosco, hasta su último suspiro.

Un Don Bosco  forjado así es el que como ‘padre y maestro de los jóvenes’ (oración  colecta) es un signo de la Providencia de Dios  que, ‘inspirando todo buen propósito’ (bendición  solemne), no  deja  nunca que falten en su Iglesia esos  hombres y mujeres que actualizan en el aquí y ahora el Evangelio y el Misterio  de la Encarnación.

 Dócil a esa acción del Espíritu, Don Bosco  buscó y acogió a cada muchacho que no tenía hogar, casa, padre o madre. Entre  esos sus mismos jóvenes invitó a los más generosos para ser colaboradores de su  obra, dando origen a la Sociedad de San  Francisco de Sales; junto con María Domenica Mazzarello fundó el Instituto de las Hijas de María  Auxiliadora; con buenos cristianos laicos, mujeres y hombres, creó los Cooperadores Salesianos para  consolidar y sostener este proyecto de Dios en favor de los jóvenes,  anticipando así nuevas formas de apostolado en la Iglesia, hasta llegar, por la  acción del mismo Espíritu, a esta realidad que hoy es la Familia Salesiana en  la Iglesia y el Mundo, un gran árbol que   tiene extendidas sus ramas en cada parte del mundo, siendo motivo de  esperanza, de profunda humanidad y de salvación para tantos muchachos,  muchachas, jóvenes y gente del pueblo de Dios.

         Don Bosco hace de la máxima del Génesis  (Gn 14,21) “Dame las personas y quédate con los bienes”, ‘Da mihi animas, cetera tolle’ su programa de vida, con un estilo  educativo y una práxis pastoral que basada en la razón, en la religión y en la  ‘amorevolezza’ –lo que es su Sistema  Preventivo-, llevaba a sus jóvenes a la maduración humana, al encuentro con  Cristo, a la educación en la fe, a la celebración de los sacramentos, a la  vivencia profunda de su condición de jóvenes capaces de emplear sus mejores energías  en el campo profesional y de la ciudadanía, así como en el servicio a los  otros.

         Su ‘Unión con Dios’ y su confianza  ilimitada en María Auxiliadora, a quien sentía como inspiradora y sostenedora  de toda su obra, le dio todas las fuerzas para una donación incansable en el  trabajo en favor de sus jóvenes, buscando sólo su bien, y su felicidad, aquí y  después en la Eternidad.

         Nuestro Dios, al igual que había  anunciado en el profeta Ezequiel (Ez 34, 11 ss.), suscitó en Don Bosco para los  jóvenes un pastor que los conduciría hacia buenos pastos, (esos pastos de  crecimiento digno como hombres y mujeres, como hijos de Dios). Fue para ellos  su Pastor y el Señor fue para ellos su Dios y ellos su pueblo, como leemos en  el oráculo.

 De igual manera Cristo el Señor, el Buen  Pastor, continua a hacer sentir su presencia salvífica en la Iglesia suscitando  pastores según su corazón a los cuales confía su grey, y es por eso que la  celebración de este Bicentenario no solo es contemplación y admiración de Don  Bosco, sino imitación y compromiso de vida para quienes aquí nos encontramos,  asumiendo la heredad que él nos ha dejado. El Bicentenario es una hermosa  oportunidad y un desafío para vivir con pasión educativa y apostólica la  presencia entre los muchachos y muchachas del mundo, reconociendo en sus vidas  el Don de Dios para nosotros y la Acción del Espíritu en ellos, en ellas, compartiendo  sus sueños, expectativas, anhelos y problemas y ayudándoles a experimentar que como educadores, hermanos, hermanas, nos tendrán  siempre dispuestos a caminar a su lado en el camino de la Vida, ya que, como  Don Bosco, también les queremos felices  aquí y en la Eternidad. Amén.