HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EN EL COLLE DON BOSCO
16. Agosto.2014
Excelentísimo Monseñor………
Excelentísimo Síndaco………….
Mis Queridos Hermanos Salesianos, Mis Queridas Hermanas Salesianas, Queridos salesianos y salesianas cooperadores, Querida Familia Salesiana toda, Mis Queridos jóvenes, Queridos amigos y amigas aquí presentes:
Sed bienvenidos todos a esta celebración de fiesta, de gozo, en el día en que conmemoramos el inicio del Bicentenario por el nacimiento, en esta misma colina, de Juanito Bosco, nuestro Don Bosco, proclamado Padre y Maestro de la Juventud por su santidad el Papa Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo II) en el año centenario de su muerte.
Con estas palabras que pronuncio ahora no pretendo nada más que dar voz a lo que seguidamente será nuestra plegaria, nuestras oraciones en este día, porque la misma liturgia de esta solemnidad es un canto de alabanza y reconocimiento a “Dios grande y misericordioso” porque “ha suscitado en la Iglesia a San Juan Bosco como amigo, hermano y padre de los jóvenes” –tal como rezaremos en el prefacio.
Un Don Bosco que en su carisma sentimos como regalo del Padre a la Iglesia y al Mundo. Un Don Bosco que se ha formado en el tiempo, desde los brazos de Mamá Margarita hasta la amistad con buenos maestros de vida, para seguir modelando su corazón de Buen Pastor, a imitación de Jesús Maestro, en la vida cotidiana con sus jóvenes.
Aquel muchacho, Juan Bosco, que creció en las colinas de I Becchi sintió profundamente en su corazón que su vida no podía transcurrir tan sólo entre los trigos, las viñas y el heno de los campos, cuando tantos niños y jóvenes estaban como ovejas sin pastor. Aquel muchacho, Juan, tuvo muy pronto una Maestra para toda la vida, La Señora, La Madonna, que lo acompañará, iluminará, conducirá, hasta hacerle sentir al Don Bosco anciano y desgastado por una vida entregada hasta las últimas fuerzas, que Ella lo había hecho todo.
Pero aquel muchacho, Juan, tuvo a su lado una mamá que con generosidad, con renuncia a los latidos de su corazón, con maravillosa complicidad de madre e hijo, hizo todo lo posible para que ese hijo tan querido en quien veía que Dios había puesto su mirada en él, no se quedara entre las mieses y los pocos animales que la familia tenía. Esa misma mamá, que cuando la vida le pedía gozar de su condición de abuela, y ver los atardeceres en I Becchi, no duda, mirando al crucifijo, en dejar la paz de su casa para ser madre de los ‘biricchini’ de Don Bosco, hasta su último suspiro.
Un Don Bosco forjado así es el que como ‘padre y maestro de los jóvenes’ (oración colecta) es un signo de la Providencia de Dios que, ‘inspirando todo buen propósito’ (bendición solemne), no deja nunca que falten en su Iglesia esos hombres y mujeres que actualizan en el aquí y ahora el Evangelio y el Misterio de la Encarnación.
Dócil a esa acción del Espíritu, Don Bosco buscó y acogió a cada muchacho que no tenía hogar, casa, padre o madre. Entre esos sus mismos jóvenes invitó a los más generosos para ser colaboradores de su obra, dando origen a la Sociedad de San Francisco de Sales; junto con María Domenica Mazzarello fundó el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora; con buenos cristianos laicos, mujeres y hombres, creó los Cooperadores Salesianos para consolidar y sostener este proyecto de Dios en favor de los jóvenes, anticipando así nuevas formas de apostolado en la Iglesia, hasta llegar, por la acción del mismo Espíritu, a esta realidad que hoy es la Familia Salesiana en la Iglesia y el Mundo, un gran árbol que tiene extendidas sus ramas en cada parte del mundo, siendo motivo de esperanza, de profunda humanidad y de salvación para tantos muchachos, muchachas, jóvenes y gente del pueblo de Dios.
Don Bosco hace de la máxima del Génesis (Gn 14,21) “Dame las personas y quédate con los bienes”, ‘Da mihi animas, cetera tolle’ su programa de vida, con un estilo educativo y una práxis pastoral que basada en la razón, en la religión y en la ‘amorevolezza’ –lo que es su Sistema Preventivo-, llevaba a sus jóvenes a la maduración humana, al encuentro con Cristo, a la educación en la fe, a la celebración de los sacramentos, a la vivencia profunda de su condición de jóvenes capaces de emplear sus mejores energías en el campo profesional y de la ciudadanía, así como en el servicio a los otros.
Su ‘Unión con Dios’ y su confianza ilimitada en María Auxiliadora, a quien sentía como inspiradora y sostenedora de toda su obra, le dio todas las fuerzas para una donación incansable en el trabajo en favor de sus jóvenes, buscando sólo su bien, y su felicidad, aquí y después en la Eternidad.
Nuestro Dios, al igual que había anunciado en el profeta Ezequiel (Ez 34, 11 ss.), suscitó en Don Bosco para los jóvenes un pastor que los conduciría hacia buenos pastos, (esos pastos de crecimiento digno como hombres y mujeres, como hijos de Dios). Fue para ellos su Pastor y el Señor fue para ellos su Dios y ellos su pueblo, como leemos en el oráculo.
De igual manera Cristo el Señor, el Buen Pastor, continua a hacer sentir su presencia salvífica en la Iglesia suscitando pastores según su corazón a los cuales confía su grey, y es por eso que la celebración de este Bicentenario no solo es contemplación y admiración de Don Bosco, sino imitación y compromiso de vida para quienes aquí nos encontramos, asumiendo la heredad que él nos ha dejado. El Bicentenario es una hermosa oportunidad y un desafío para vivir con pasión educativa y apostólica la presencia entre los muchachos y muchachas del mundo, reconociendo en sus vidas el Don de Dios para nosotros y la Acción del Espíritu en ellos, en ellas, compartiendo sus sueños, expectativas, anhelos y problemas y ayudándoles a experimentar que como educadores, hermanos, hermanas, nos tendrán siempre dispuestos a caminar a su lado en el camino de la Vida, ya que, como Don Bosco, también les queremos felices aquí y en la Eternidad. Amén.