Valdocco, 16 de febrero - 4 de abril de 2020
Gracias por recibirme y poder compartir con Ustedes un momento del camino que están transitando.
Es significativo que después de algunas décadas la Providencia los haya traído a celebrar el Capítulo General aquí a Valdocco - el lugar de la memoria - donde el sueño fundador cuajó y dio sus primeros pasos. Estoy seguro que el rumor y el griterío de los oratorios será la mejor música funcional para que el Espíritu reavive el don carismático de vuestro fundador. No cierren las ventanas ante ese murmullo… dejen que los acompañe y los mantenga inquietos e intrépidos en el discernimiento; y permitan, a su vez, que esas voces y esos cantos les evoquen los rostros de tantos otros jóvenes que, por múltiples razones, se encuentran como ovejas sin pastor (Cfr. Mc. 6,34). Este murmullo e inquietud los mantendrá atentos y despiertos ante cualquier tipo de anestesia autoimpuesta y los ayudará a permanecer en fidelidad creativa a vuestra identidad salesiana.
Pensar en el tipo de salesiano para los jóvenes de hoy implica aceptar que estamos inmersos en un momento de cambios, con todo lo que de incertidumbre genera. Nadie podrá decir con seguridad y exactitud (si es que alguna vez se pudo hacer) qué sucederá en el futuro próximo a nivel social, económico, educativo o cultural. La inconsistencia y fluidez de los acontecimientos, pero principalmente la rapidez con las que se suceden y comunican las cosas, hace que todo tipo de previsión se convierta en una lectura “condenada” a ser reformulada a la brevedad[1]. Tal perspectiva se acentúa aún más por el hecho de que vuestras obras están orientadas especialmente al mundo juvenil que en sí mismo es un mundo en movimiento y en continua transformación. Esto nos pide una doble docilidad: docilidad a los jóvenes y sus requerimientos y docilidad al Espíritu y a todo aquello que Él quiera transformar.
Asumir responsablemente esta situación – a nivel personal como comunitario – supone salir de una retórica que nos haga decir continuamente “todo está cambiando” y, que a fuerza de repetirla y repetirla, termina por instalarnos en una inercia paralizante que le priva a vuestra misión de la parresia propia de los discípulos del Señor. Tal inercia también puede manifestarse en una mirada y actitud pesimista ante todo lo que nos rodea y no sólo respecto a las transformaciones que se operan en la sociedad sino también en relación a la propia Congregación, a los hermanos y a la vida de la Iglesia. Esta actitud que termina por “boicotear” e impedir cualquier respuesta o proceso alternativo, o por hacer surgir su antónima: un optimismo ciego capaz de licuar la fuerza y novedad evangélica impidiendo asumir concretamente la complejidad que las situaciones reclaman y la profecía que el Señor nos invita a desarrollar. Ni el pesimismo ni el optimismo son dones del Espíritu porque ambos surgen de una mirada autorreferencial sólo capaz de medirse con las propias fuerzas, capacidades o destrezas impidiendo mirar lo que el Señor actúa y quiere realizar en medio nuestro (Cfr. Christus Vivit, 35). Ni adaptarse a la cultura de moda, ni refugiarse en un pasado heroico pero ya desencarnado. En tiempos de cambios, hace bien detenerse en las palabras de san Pablo a Timoteo: «Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido… Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad» (2 Tim. 6-7).
Estas palabras nos invitan a cultivar una actitud contemplativa pronta para identificar y discernir los puntos neurálgicos. Esto ayudará a adentrarse en el camino con el espíritu y el aporte propio de los hijos de Don Bosco y, como él, desarrollar una «valiente revolución cultural»[2]. Tal actitud contemplativa les posibilitará a Ustedes superar e ir más lejos de vuestras propias expectativas y planes. Somos hombres y mujeres de fe, lo cual supone ser apasionados por Jesucristo y sabemos que tanto nuestro presente como nuestro futuro está preñado de esa fuerza apostólico-carismática llamada a continuar permeando la vida de tantos jóvenes abandonados o en peligro, pobres y necesitados, excluidos y descartados, privados de derechos… de hogar (Cfr. ACG 427,6). Estos jóvenes esperan una mirada de esperanza capaz de contradecir todo tipo de fatalismo o determinismo. Ellos esperan cruzarse con la mirada de Jesús que les dice que «en todas las situaciones oscuras y dolorosas hay salida» (Christus Vivit, 104). Allí reside nuestra alegría.
Ni pesimista ni optimista, el Salesiano del s. XXI es un hombre esperanzado porque sabe que su centro está en el Señor, capaz de hacer nuevas todas las cosas (Cfr. Ap. 21,5). «Sólo eso nos salvará de vivir en una actitud de resignación y supervivencia defensiva. Sólo eso hará fecunda nuestra vida»[3] porque posibilitará que el don recibido pueda seguir experimentándose y expresándose como una buena noticia para y con los jóvenes de hoy. Esto es esperanza capaz de instaurar e inaugurar procesos educativos alternativos a la cultura imperante que, en no pocas situaciones – ya sea por escasez y pobreza extrema o abundancia (en algunos casos también extrema) – terminan por asfixiar y matar los sueños de nuestros jóvenes condenándolos a un conformismo ensordecedor, rastrero, y no pocas veces narcotizado. Ni exitistas ni alarmistas, hombres y mujeres alegres y esperanzados, no automatizados sino artesanos; hombres y mujeres capaces de «mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, de testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social» (Christus Vivit, 36).
La opción Valdocco de vuestro 28mo. Capítulo General es una buena ocasión para confrontarse con las fuentes y pedirle al Señor: “da mihi animas, coetera tolle”. Tolle especialmente aquello que durante el camino se fue incorporando y perpetuando que, si bien en otro tiempo pudo ser una respuesta adecuada, hoy les impide configurar y plasmar la presencia salesiana de manera evangélicamente significativa en las distintas presencia de misión[4]. Esto reclama de nosotros superar los miedos y aprensiones que pueden surgir por haber creído que el carisma se reducía o identificaba con determinadas obras o estructuras. Vivir con fidelidad el carisma es algo más rico y desafiante que el simple abandono, repliegue o reacomodo de las casas o actividades; supone un cambio de mentalidad frente a la misión a realizar[5].
El Oratorio salesiano y todo lo que surgió a partir de él, como narra la biografía del Oratorio, nació como respuesta a la vida de jóvenes con rostro e historia que movilizaron a aquel joven sacerdote que no podía permanecer neutro o inmóvil ante lo que acontecía. Fue mucho más que un gesto de buena voluntad o bondad e inclusive mucho más que el fruto de un proyecto de estudio sobre “viabilidad numérico-carismática”. Lo pienso como un acto de conversión permanente y respuesta al Señor que, “cansado de golpear” nuestras puertas, espera que lo vayamos a buscar y encontrar… o que lo dejemos salir, cuando golpea desde dentro. Conversión que implicó (y complicó) toda su vida y la de todos aquellos que estaban a su alrededor. Don Bosco no sólo no elije separarse del mundo para buscar la santidad, sino que se deja interpelar y elije cómo y qué mundo habitar.
Eligiendo y hospedando el mundo de niños y jóvenes abandonados, sin trabajo y formación, les permitió experimentar tangiblemente la paternidad de Dios y les proporcionó herramientas para narrar su vida y su historia a la luz de un amor incondicional. Ellos, a su vez, ayudaron a la Iglesia a rencontrarse con su misión: «la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Sal 118, 22). Lejos de ser agentes pasivos o espectadores de la obra misionera se volvieron, desde su propia condición – en muchos casos “iletrados religiosos” y “analfabetos sociales” – los principales protagonistas de todo el proceso fundador[6]. La salesianidad nace precisamente de ese encuentro capaz de suscitar profecías y visiones: hospedar, integrar y hacer crecer las mejores cualidades como don para los demás, principalmente de aquellos marginados y abandonados de lo que nada se espera. Lo dijo Pablo VI: «Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma… En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio» (Evangelii Nuntiandi 15). Todo carisma necesita ser renovado y evangelizado y, en vuestro caso sobre todo por los jóvenes más pobres.
Los interlocutores de Don Bosco ayer y del Salesiano hoy no son meros receptores de una estrategia diseñada de antemano, sino vivos protagonistas del oratorio a realizar[7]. Por medio de ellos y con ellos el Señor nos muestra su voluntad y sus sueños[8]. Podríamos llamarlos co-fundadores de vuestras casas donde el Salesiano será experto en convocar y generar este tipo de dinámicas sin sentirse dueño de las mismas. Alianza que nos recuerda y moviliza a ser “Iglesia en salida” capaz de abandonar posiciones cómodas, seguras y alguna que otra vez privilegiada, para encontrar en los últimos la fecundidad típica del Reino de Dios. No se trata de una opción estratégica sino carismática. Una fecundidad sostenida en base a la cruz de Cristo que es siempre sinrazón escandalosa para quienes bloquearon la sensibilidad ante el sufrimiento o pactaron con la injusticia sobre el inocente. «No seamos una Iglesia que no llora frente al drama de sus hijos jóvenes. Nunca nos acostumbremos, porque quien no sabe llorar no es madre. Nosotros queremos llorar para que la sociedad también sea más madre» (Christus Vivit, 75).
Es importante sostener que no se nos forma para la misión, sino que se nos forma en la misión desde donde gira toda nuestra vida, opciones y prioridades. La formación inicial o permanente no pueden ser una instancia previa, paralela o separada de la identidad y de la sensibilidad del discípulo. La misión inter gentes es nuestra mejor escuela desde donde rezamos, reflexionamos, estudiamos, descansamos. Cuando nos aislamos o alejamos del pueblo que estamos llamados a servir nuestra identidad como consagrados comienza a desfigurarse y caricaturizarse.
En este sentido uno de los obstáculos que podemos identificar no tiene tanto que ver con cualquier situación externa a nuestras comunidades, sino más bien el que nos afecta directamente por una vivencia distorsionada del ministerio… y esto nos hace tanto mal: el clericalismo. Es la búsqueda personal de querer ocupar, concentrar y determinar los espacios minimizando y ninguneando la unción del Pueblo de Dios. El clericalismo, viviendo el llamado de modo elitista, confunde elección con privilegio, servicio con servilismo, unidad con uniformidad, discrepancia con oposición, formación con adoctrinamiento. El clericalismo es una perversión que promueve vínculos funcionales, paternalistas, posesivos y hasta manipuladores con el resto de las vocaciones en la Iglesia.
Otro obstáculo que encontramos – especialmente difundido (y hasta justificado) en este tiempo de precariedad y fragilidad – es la tendencia al rigorismo; confundiendo autoridad con autoritarismo pretende gobernar y controlar los procesos humanos con una actitud escrupulosa, severa y hasta mezquina frente a los límites y debilidades propias o ajenas (sobre todo ajenas). El rigorista se olvida que trigo y cizaña crecen juntos (Cfr. Mt. 13, 24-30) y «que no todos pueden todo, y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia. En cualquier caso, como enseñaba san Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas» (Gaudete et Exsultate, 49). Santo Tomás de Aquino con gran fineza y sutileza espiritual nos recuerda como: «il diavolo inganna molti, ma in modo diverso. Alcuni li inganna facendoli cadere nel vizio, altri invece utilizando l’eccessiva rigidità [dei sacerdoti]. In tal modo, quanti non puó avere con il comportamento vizioso, avendoli già a motivo del peccato il demonio li conduce alla definitiva perdizione utillizzando il rigore dei prelati. Non correggendoli, infatti, con misericordia, inducono costoro alla disperazione ed è così che poi si perdono e cadono nella rete del diavolo. E questo capita proprio a noi, e non perdoniamo ai peccatori»[9].
Quienes acompañan a otros a crecer tienen que ser personas de horizontes grandes capaces de articular límites con esperanza y así ayudar a mirar siempre en perspectiva; en una perspectiva salvífica. Un educador «que no teme poner límites y – a la vez – se abandona a la dinámica de la esperanza expresada en su espera en la acción del Señor de los procesos, es la imagen de un hombre fuerte, que conduce algo que no le es propio sino de su Señor»[10]. No nos es lícito asfixiar e impedir la fuerza y la gracia de lo posible cuya realización esconde siempre una semilla de Vida nueva y buena. Aprendamos a trabajar y a confiar en los tiempos de Dios, que son siempre más grandes y sabios que nuestras miopes medidas. Él no busca quebrar a nadie sino salvar a todos.
Urge encontrar, por tanto, un estilo de formación capaz de asumir de manera estructural que la evangelización implica la participación plena, y con plena ciudadanía, de cada bautizado (con todas sus potencialidades como limitaciones) y no sólo de los así llamados “actores calificados” (Cfr. Evangelii Gaudium 120); una participación donde el servicio y el servicio al más pobre sea el eje articulador que ayude a transparentar y testimoniar mejor a nuestro Señor “que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt. 20, 28). Los aliento a continuar esforzándose por hacer de sus casas un “laboratorio eclesial” capaz de reconocer, valorar, estimular y alentar los distintos llamados y misiones en la Iglesia[11].
En este sentido, pienso concretamente en dos presencias de vuestra comunidad salesiana que pueden ayudar como elementos desde donde confrontar el lugar que ocupan las diversas vocaciones entre ustedes; dos presencias que constituyen un “antídoto” ante toda tendencia clericalista y rigorista: el Hermano Coadjutor y las mujeres.
Los Hermanos Coadjutores son expresión viva de la gratuidad que el carisma nos invita a custodiar. Vuestra consagración es, ante todo, signo de un amor gratuito del Señor y al Señor en sus jóvenes que no se define principalmente por un ministerio, una función o servicio particular sino por una presencia. Antes que cosas a realizar, el salesiano es recuerdo vivo de una presencia donde la disponibilidad, escucha, alegría y dedicación son las notas esenciales para despertar procesos. La gratuidad de la presencia salva a la Congregación de toda obsesión activista y de todo reduccionismo técnico-funcional. La primera llamada es a ser una presencia alegre y gratuita en medio de los jóvenes.
¿Que sería de Valdocco sin la presencia de Mamá Margarita? ¿Hubiesen sido posible vuestras casas sin esta mujer de fe? En algunas regiones y lugares «hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe»[12]. Sin una presencia real, efectiva y afectiva de la mujer vuestras obras carecerían del coraje y la valentía capaz de declinar la presencia como hospitalidad, como hogar. Frente el rigor excluyente es necesario aprender a gestar la vida nueva del Evangelio. Los invito a seguir estableciendo dinámicas donde la voz de la mujer, su mirada y su accionar – valorada en su singularidad – encuentre eco en la toma de decisiones; no como un actor auxiliar sino constitutivo de vuestras presencias.
Como en otros tiempos el mito de Babel busca imponerse en nombre de la globalidad. Sistemas enteros crean una red de comunicación global y digital capaz de interconectar los distintos rincones del planeta con el grave peligro de uniformizar monolíticamente las culturas, privándolas de sus notas esenciales y recursos culturales. La presencia universal de vuestra familia salesiana es un estímulo y una invitación a custodiar y preservar la riqueza de muchas de las culturas en donde están inmersos sin buscar “homologarlas”. Por el contrario, esfuércense para que el cristianismo sea capaz de asumir la lengua y la cultura de las personas del lugar. Es triste ver como en muchos rincones todavía se experimenta la presencia cristiana como una presencia extranjera (principalmente europea); situación que se constata inclusive en los itinerarios formativos y estilos de vida[13]. Al contrario, actuaremos como nos lo inspira esa anécdota que Don Bosco ante la pregunta sobre qué lengua le gustaba más hablar respondió: “la que me enseñó mi madre, es en la que más fácil puedo comunicarme”. Siguiendo esta certeza el Salesiano está invitado a hablar en la lengua materna de cada una de las culturas donde se encuentra. La unidad y comunión de vuestra familia es capaz de asumir y aceptar todas estas diferencias capaces de enriquecer a todo el cuerpo en una sinergia de comunicación e interacción donde cada uno pueda aportar lo mejor de sí para el bien de todo el cuerpo. Así la salesianidad lejos de perderse en la uniformidad de tonalidades adquirirá una manifestación más bella y atractiva… se animará a expresarse “en dialecto” (cfr. 2 Mac. 7, 26-27).
A su vez, la irrupción de la realidad virtual como lenguaje dominante en muchos de los países en los que Ustedes desarrollan la misión exige, en primer lugar, reconocer todas las posibilidades y bondades que produce sin subestimar o ignorar la incidencia que posee en la generación de vínculos, principalmente en el plano afectivo. De esto tampoco nosotros adultos consagrados somos inmunes. La tan difundida (y necesaria) “pastoral de la pantalla” nos pide habitar la red de manera inteligente reconociéndola como un espacio de misión[14], que reclama, a su vez, poner todas las mediaciones necesarias para no quedar prisioneros de su circularidad y de su lógica particular (y dicotómica). Esta trampa – inclusive en nombre de la misión – nos puede encerrar en nosotros mismos y aislarnos en una virtualidad cómoda, superflua y poco o nada comprometida con la vida de los jóvenes, de los hermanos de comunidad o de las obligaciones apostólicas. La red no es neutra y el poder que posee para crear cultura es muy alto. Bajo el avatar de la cercanía virtual podemos terminar ciegos o distantes de la vida concreta de las personas, achatando y empobreciendo la reciedumbre misionera. El repliegue individualista, tan difuso y promulgado socialmente en esta cultura ampliamente digitalizada, requiere una atención especial no sólo sobre nuestros modelos pedagógicos sino también sobre el uso personal y comunitario del tiempo, y de nuestras actividades y recursos.
Uno de los géneros literarios de Don Bosco eran los sueños. Con ellos el Señor se coló en su vida y en la vida de toda vuestra Congregación alargando la imaginación de lo posible. Los sueños, lejos de mantenerlo dormido le ayudaron, al igual que a san José, a asumir otro espesor y medida de la vida, ése que nace de las entrañas de la compasión de Dios. Era posible vivir concretamente el Evangelio… lo soñó y lo plasmó en el oratorio.
Quiero ofrecerles estas palabras como las “buenas noches” en toda buena casa salesiana al finalizar la jornada, invitándolos a soñar y a soñar a lo grande. Sepan que el resto se les dará por añadidura. Sueñen casas abiertas, fecundas y evangelizadoras capaces de permitirle al Señor mostrar a tantos jóvenes su amor incondicional y les permita a ustedes gozar de la belleza a la que fueron llamados. Sueñen… y no sólo por Ustedes y por el bien de la Congregación sino por todos esos jóvenes privados de la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, privados de una comunidad de fe que los contenga, de un horizonte de sentido y de vida (Cfr. Evangelii Gaudium 49). ¡Sueñen… y hagan soñar!
[1] Cfr. Veritatis Gaudium, 3-4.
[2] Laudato Sii, 114.
[3] Francisco, Homilía Fiesta de la Presentación del Señor – XXI Jornada mundial de la Vida Consagrada, 2 febrero 2017.
[4] Lema grabado a fuego en los primeros misioneros. Recuerdo la carta de don Giacomo Costamagna a Don Bosco donde después de contarle las dificultades del viaje y los distintos fracasos que tuvieron que enfrentar termina diciendo: “Dimandiamo unanimi una cosa sola: poter andare presto nella Patagonia a salvare innumerevoli anime”. La conciencia de saberse enviados a buscar almas a las periferias y permanecer sorteando todo aparente fracaso es una nota de identidad desde donde confrontar y medir el carisma: “Da mihi animas, coetera tolle”.
[5] Recordemos la monición del Señor: “por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios”. Mc. 7, 1-13.
[6] Gracias a la ayuda del sabio Cafasso, Don Bosco descubrió quién era en la mirada de esos jóvenes detenidos; y esos jóvenes detenidos descubrieron un rostro nuevo en la mirada de Don Bosco. Así ambos descubrieron el sueño de Dios (que necesita de estos encuentros para poder manifestarse). Don Bosco no descubrió su misión frente a un espejo, sino ante el dolor de ver jóvenes que no tenían futuro. El salesiano del s. XXI no descubrirá su identidad si no es capaz de padecer con «la cantidad de muchachos, sanos y robustos, de ingenio despierto que estaban en la cárcel atormentados y faltos en absoluto de alimento espiritual y material… en ellos estaba significado el oprobio de la patria, el deshonor de la familia» y podríamos agregar nosotros: de nuestra propia Iglesia (Cfr. Memorias del Oratorio de san Francisco de Sales, 48).
[7] Hoy vemos como en muchas regiones son los jóvenes los primeros en levantarse, organizarse e impulsar causas justas. Vuestras casa salesianas lejos de impedir este despertar están llamadas a volverse espacios que estimulen esta conciencia cristiana y ciudadana. Recordemos el título del aguinaldo del Rector Mayor de este año: “buenos cristianos y honrados ciudadanos”.
[8] Los invito a tener presente siempre a todos aquellos que no participan de estas instancias pero que no podemos ignorar si no queremos volvernos un grupo cerrado.
[9] Super II Cor., cap. 2, lect. 2 (in fine). Il passo commentato de san Tommaso è 2 Cor 2, 6-7 dove, riguardo a chi lo ha rattristato, san Paolo scrive: «dovreste usargli benevolenza e confortarlo, perché egli non soccomba sotto un dolore troppo forte».
[10] J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, 105.
[11] Una vocación eclesial antes que ser un acto diferenciador o de complementariedad es una invitación a ofrecer un don particular en función del crecimiento de los demás.
[12] Querida Amazonia, 99.
[13] Cfr. Querida Amazonas, 90. “Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, ‘permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado’ (NMI 40)” (Evangelii Gaudium, 116).
[14] Hoy, en efecto, “se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros, y con el espacio, y que suscite valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos” (Evangelii Gaudium, 74).