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CAPITULO I
ESTADO DE LA CONGREGACION EN ENERO DE 1883.
SUEÑO DE DON FRANCISCO PROVERA. COOPERADORES
Y CONFERENCIAS. PREPARATIVOS PARA EL VIAJE A
FRANCIA
LA estadística de la Congregación de 1880 a 1883 1, señala el normal crecimiento de un Instituto, que, una vez logrado su asiento
definitivo interior, marcha con paso firme y regular hacia su porvenir, llevando consigo, año tras año, una cantidad de nuevos elementos
superior a la suma de las pérdidas inevitables, ocasionadas por defunciones y defecciones. El cómputo sobre el catálogo de este año arroja
los siguientes resultados:
Profesos perpetuos . . . . . . . . 484
Profesos trienales .. . . . . . . . 36
Novicios .. . .. . .. . .. . .173
Aspirantes .. . .. . .. . .. . 190
(Sacerdotes, 184)
En comparación con los datos de 1880, los profesos trienales son menos de la mitad; pero recuerden los lectores que, en los ((14))
ejercicios del año anterior, don Bosco afirmó resueltamente su pensamiento de querer reducir a la mínima expresión los votos temporales
2.
En el cuadro del Capítulo Superior, encontramos dos novedades después del 1882. Don Antonio Sala sustituye a don Carlos Ghivarello
como Ecónomo General; don Juan Bonetti es Consejero en lugar de don Antonio Sala; y don Julio Barberis figura como miembro efectivo
del Capítulo Superior, con el título de Maestro de Novicios.
A las cuatro Inspectorías de 1880 se han añadido otras dos: la francesa, que se desmembró de la ligurina, y la americana que se dividió
en dos, con las nuevas denominaciones de Inspectoría argentina e Inspectoría de Uruguay y Brasil, como diremos más adelante. La
1 Véase vol. XIV, pág. 336.
2 Véase vol. XIV, pág. 312.
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romana seguía llamándose así convencionalmente, atendiendo a que comprendía, junto con las casas de Magliano, Roma y Faenza, las de
Randazzo y Utrera; la gobernaba, como antes, don Celestino Durando.
La mayoría de los novicios procedía siempre del Oratorio, de donde, al menos los dos tercios de los alumnos del último curso, pasaban
ciertamente a San Benigno; pero don Bosco, a fuerza de buen pescador de vocaciones, no perdía ocasión de echar el anzuelo también en
los colegios. Los alumnos de don Herminio Borio, de Lanzo, le habían escrito con su profesor en las fiestas navideñas; al responderles,
acudió él a uno de sus pequeños ardides, para hacer reflexionar a los mayorcitos acerca de su porvenir.
Mi querido Borio:
Tu carta y la de algunos de tus alumnos me causaron gran satisfacción. Ya sé que sus expresiones pueden considerarse como
procedentes de todos sus compañeros; y tú darás las gracias de mi parte a todos tus queridos alumnos. Diles que los quiero a todos en J.
C., que cada mañana los recuerdo en la santa misa; pero que recen también ellos por mí, especialmente con alguna fervorosa comunión.
Quiero proponer un acertijo y prometo un premio y también premios a los que lo acierten. S.S.S.S.S. Quien tenga la clave ((15)) de estas
cinco eses y las practique, puede esperar con fundamento alcanzar el paraíso terrenal, en este mundo, y el paraíso celeste, en el otro.
Saluda muy cordialmente de mi parte a tus alumnos, a todos los cuales recomiendo que estén muy alegres, pero alegres en el Señor. Tú
saluda al señor Director, da una bendición eficaz a la tosecilla de don Mollano y considérame siempre en J. C.
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Turín, 16 de enero de 1883.
Tu afmo. amigo, JUAN BOSCO,Pbro.
Ninguno presentó la solución del acertijo; don Bosco nos dijo que las cinco enigmáticas letras querían indicar: Sano, Sabio, Santo,
Sacerdote, Salesiano.
A mediados de enero, soñó con don Francisco Provera, el cual le dio avisos importantes para la buena marcha de la Congregación:
depuración de los socios, trabajo y vigilancia de los superiores a los muchachos, frecuencia de los sacramentos 1. Referimos exactamente
la narración consignada en un autógrafo suyo 2.
1 Con fecha 29 de enero de 1883, existe en el archivo (32-I) una larga circular titulada: Castigos a imponer en las casas salesianas. Está
escrita de puño y letra de don Miguel Rúa, incluso la firma: Sac. JUAN BOSCO. No nos consta que haya sido publicada nunca (Ap. Doc.
núm. 1).
2 Arch. Sal. Autógrafos de don Bosco, núm. 369.
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La noche del 17 al 18 de enero de 1883, soñé que salía del comedor con otros sacerdotes de la Congregación. Cuando estuve en la
puerta me di cuenta de que, junto a mí, iba un sacerdote desconocido; pero, al fijarme bien en él, me di cuenta de que era don Francisco
Provera, nuestro antiguo hermano. Era un poco más alto de estatura que cuando estaba en esta vida mortal. Iba vestido de nuevo, con cara
fresca y sonriente, despedía una especie de claridad y parecía querer seguir adelante.
-Don Francisco, le dije: "eres realmente don Francisco Provera?
-Sí, soy Provera, respondió. Y, al decir esto, su rostro se tornó tan hermoso y tan resplandeciente que difícilmente se podían fijar los
ojos en él.
-Si eres verdaderamente don Francisco Provera, no huyas de mí; espera un momento. Mas, por favor, no me dejes tu sombra en las
manos y desaparezcas, sino permite que te hable.
((16)) -Sí, sí; hable que le escucharé.
-"Te has salvado?
-Sí, me he salvado; me he salvado por la misericordia de Dios.
-"Qué es lo que gozas en la otra vida?
-Todo cuanto el corazón puede imaginar y la mente es capaz de concebir, el ojo ver y la lengua expresar.
Dicho esto, hizo ademán como de quererse marchar y su mano, que yo tenía estrechada, se iba tornando casi insensible.
-No, le dije, no te vayas, sino háblame y dime algo que me interese.
-Continúe trabajando. Le aguardan muchas cosas.
-"Aún por mucho tiempo?
-No mucho. Pero trabaje haciendo todos los esfuerzos posibles, como si tuviese que vivir siempre, pero. . . esté siempre bien preparado.
-"Y para los hermanos de la Congregación?
-A los hermanos de la Congregación, recomiéndeles una y otra vez el fervor.
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-"Cómo hacer para conseguirlo?
-Nos lo dice el jefe supremo de los maestros. Tome una podadera bien afilada y proceda como un buen viñador; corte los sarmientos
secos o inútiles para la vid. Entonces se tornará vigorosa y producirá copiosos frutos y lo que más importa: dará frutos durante mucho
tiempo.
-"Y a nuestros hermanos qué debo decirles?
-A mis amigos, añadió con voz más fuerte, a mis hermanos, dígales que les está reservado un gran premio, pero que Dios lo otorga
solamente a los que perseveraren en las batallas del Señor.
-"Qué me recomiendas para nuestros jóvenes?
-Con nuestros jóvenes se debe emplear trabajo y vigilancia.
-"Y qué más?
-Vigilancia y trabajo, trabajo y vigilancia.
-"Qué han de practicar nuestros jóvenes para asegurarse la salvación eterna?
-Que se alimenten con frecuencia con el manjar de los fuertes y hagan propósitos firmes en la confesión.
-Dime algo que deban hacer preferentemente en este mundo.
En aquel momento un vivísimo resplandor revistió toda su persona y yo tuve que bajar los ojos, porque la mirada no podía resistir, como
cuando se observa fijamente la luz eléctrica, aunque aquélla era mucho más viva que la que vemos ordinariamente. Seguidamente
comenzó a hablar de forma que parecía que cantara:
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-Gloria a Dios Padre, gloria a Dios Hijo, gloria a Dios Espíritu Santo. A Dios que era, es y será el juez de vivos y muertos.
Yo quise hablar, pero él, con la voz más hermosa y sonora que se pueda imaginar, comenzó a entonar solemnemente:
-Laudate Dominum omnes gentes, etc.
Un coro de millares de voces provenientes de los pórticos ((17)) y de la escalera respondieron o, mejor dicho, se unieron a él cantando:
-Quoniam confirmata est, etc., hasta el Gloria, inclusive.
Varias veces hice un esfuerzo para abrir los ojos y ver quiénes cantaban, pero todo fue inútil, porque la intensidad y la viveza de la luz
obstaculizaba la visibilidad.
Finalmente se oyó cantar: Amén.
Terminado el canto, todo volvió a su estado normal; pero no vi más a don Francisco Provera, sino simplemente su sombra, que
desapareció inmediatamente.
Me dirigí entonces a los pórticos donde estaban los sacerdotes, los clérigos y los jóvenes. Les pregunté si habían visto a don Francisco
Provera. Y todos me respondieron que no. Les pregunté también si habían oído cantar y me contestaron igualmente que no.
Al escuchar tales respuestas, quedé un poco mortificado y dije:
-Lo que he oído de labios de don Francisco Provera y el canto que he escuchado es todo un sueño. Venid, pues, a escucharlo que os lo
voy a contar.
Y lo conté como lo acabo de hacer. Don Miguel Rúa, don Juan Cagliero y otros sacerdotes me hicieron numerosas preguntas a las que d
la consiguiente respuesta.
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Pero me encontraba tan cansado que apenas si podía respirar y así me desperté. En aquel momento, sonaron los cuartos de las horas y,
después, las dos de la madrugada.
También el cuerpo auxiliar de la Congregación, a saber, la pía asociación de los Cooperadores y Cooperadoras progresaba en número y
unión. A este tiempo pertenece una hoja poligrafiada, que se enviaba a los decuriones parroquiales y directores diocesanos, para que
registraran en ella los nombres y los donativos de los asociados, enviando después todo al Oratorio 1; a los directores diocesanos se les
daban, además, otras instrucciones por medio de una circular especial 2. Para los Decuriones se añadían diecisiete Normas Generales, a la
espera de que se compusiese un manual expreso 3. El Boletín se iba perfeccionando gradualmente y se convertía cada día más, en el
órgano eficaz de la Asociación, mediante sus comunicaciones y sus informes sobre las conferencias salesianas, que se daban en muchos
centros grandes y pequeños; sus necrologías de Cooperadores insignes, sus listas mensuales de Cooperadores difuntos. En la
acostumbrada circular del mes de enero, se habla de casi quinientos cooperadores
1 Véase Apéndice, doc. núm. 2.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 3.
3 Véase Apéndice, doc. núm. 4.
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pasados a mejor vida durante ((18)) el año 1882 1. Para mantener a los más distinguidos de ellos encariñados con la Obra, ayudaba mucho
la costumbre que don Bosco tenía de visitarlos personalmente en sus viajes. Por eso, escribía en la segunda mitad de enero,
apresuradamente, a don Domingo Belmonte, director de la casa de Sampierdarena, que reuniese a su paso por allí el mayor número posible
de ellos.
Carísimo Belmonte:
Si Dios quiere, el treinta y uno de los corrientes, a las nueve y media de la mañana, saldré de Turín para llegar a Génova a las dos de la
tarde. Estaré ahí hasta el lunes por la mañana.
Si te parece bien, puedes comunicárselo a la señora Migone e hijos; al señor José Podestà Cataldi, Carolina Cataldi; a casa Dufour, al
marqués Montezémolo.
A un tal José, buen cooperador, que perdió a su mujer hace dos años; a la señora Lucía Cataldi; a Isabel Acquarona. A los Decuriones
Salesianos. A aquel señor que, el año pasado, entregó a la casa de Sampierdarena de cuatro a seis mil liras. Rogad de mi parte al señor
Rusca que tenga a bien aceptar el actuar de mayordomo en la fiesta de san Francisco de Sales. Puede celebrarse ésta el día cuatro de
febrero, si no perturba vuestras cosas.
Si tienes algún otro a quien comunicárselo, puedes hacerlo diciendo a todos que preparen dinero para pagar nuestros pouf (deudas).
Yo mismo escribiré la carta para la señora Ghiglini, que tú llevarás o enviarás.
Dios nos bendiga a todos y créeme en J. C.
Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
El número de Cooperadores aumentaba también mucho en los países de lengua italiana sometidos a Austria; lo cual suponía un gasto
considerable para el envío del Boletín. Don Bosco pensó en librarse de él. Con este fin escribió una súplica, para enviarla después de su
salida, al Ministro imperial de Comercio, pidiendo franquicia postal para la revista en los dominios austriacos de lengua italiana.
((19)) Excelentísimo Señor:
Con todo respeto, aunque el abajo firmante no pertenezca a esa respetable nación Austro-Húngara, se atreve a recurrir a Su Excelencia
para obtener un favor que no le concierne personalmente, pero sí al bien de la sociedad civil.
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Ya hace más de cuarenta años que se ha dedicado a la educación moral y civil de la juventud, especialmente pobre y abandonada,
abriendo Casas, Centros y Colegios en diversas ciudades de Italia, Francia y América del Sur. Son ciento cincuenta en la
1 No traemos aquí estas circulares, porque, aunque llevan la firma de don Bosco, eran redactadas por don Juan Bonetti, de acuerdo con
las instrucciones que él le daba. Acudiremos a ellas como a fuentes de información.
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actualidad y en ellas se educan para la religión y la sociedad civil más de ciento cuarenta mil, entre muchachos y muchachas. Los
muchachos están dirigidos por una Pía Sociedad con el título de San Francisco de Sales, compuesta por seglares y sacerdotes licenciados
en diversos géneros de estudios y todos dependientes del que esto escribe; mientras las muchachas son dirigidas e instruidas por una
Congregación femenina con el nombre de Hijas de María Auxiliadora.
Los gastos diarios para el sustento, alojamiento, vestido e instrucción, son enormes y el que suscribe, carente de medios, va adelante
gracias a la caridad pública.
Para este fin, instituyó entre los seglares la Pía Sociedad de los Cooperadores Salesianos, aprobada por el Papa Pío IX y bendecida por
el actual Pontífice, la cual tiene la finalidad de ayudar con medios morales y pecuniarios las obras de utilidad civil y religiosa.
A éstos se les envía mensualmente una revista, titulada Boletín Salesiano, totalmente ajena a cualquier partido político y tiene por objeto
comunicar a los Socios cuanto se hace en los Institutos por él fundados y animarlos a promover las buenas costumbres en el pueblo,
especialmente entre la juventud. Se publica en italiano, francés y español 1; se considera en la obligación de enviar una colección del
mismo, impreso en italiano, para que lo pueda examinar. Es una publicación similar a los Anales de la Propagación de la Fe y de la Santa
Infancia.
Como son bastantes los jóvenes del Tirol atendidos y educados en sus centros, se ha formado un grupo de Cooperadores Salesianos
tiroleses, triestinos y dálmatas, a los que se envía mensualmente el Boletín. Los gastos de correo, que el abajo firmante debe hacer para el
envío, son elevados, y naturalmente con perjuicio para muchos pobres niños abandonados.
Por este motivo, se atreve a recurrir a Su Excelencia, suplicando se digne conceder por gran favor la Franquicia Postal para los
ejemplares de dicha revista que se envían a ese Imperio.
((20)) En tal caso, se enviarían por ferrocarril a Trento a una persona determinada que los entregaría a la oficina de correos estampando
en ellos un sello que diga: Dirección del Boletín Salesiano de Turín, o cualquier otra indicación que Su Excelencia indicare.
El abajo firmante confía que, en atención a los pobres muchachos súbditos austríacos, educados en los centros salesianos para el fin
eminentemente caritativo de la pía Asociación, tenga a bien Su Excelencia conceder cuanto pide, al tiempo que anticipadamente le da las
más rendidas gracias y pide a Dios lo conceda toda suerte de bienes.
Turín, febrero de 1883.
JUAN BOSCO, Pbro.
No se envió la súplica directamente al Ministro, sino a través del Vicario Apostólico Castrense, a quien don Bosco se la recomendaba
con una carta que no hemos podido encontrar. El Prelado se informó antes confidencialmente en el Ministerio de si aquello era posible y
le respondieron que las leyes no permitían se concediera franquicia alguna
1 El Boletín español estaba entonces en fase de preparación.
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a diarios y periódicos extranjeros. Al participar el Prelado a don Bosco esta comunicación, sugeríale muy cortésmente se dirigiera con el
mismo objeto a la Embajada Austríaca en Italia y obtuviera, por el mismo trámite, que miembros de la Corte Imperial se dignasen permitir
ser agregados a la Asociación de los Cooperadores. De este modo, se les podría enviar el Boletín y facilitar la concesión del favor. Como
se comprende, este Prelado austríaco miraba con benevolencia la introducción de la revista religiosa italiana 1.
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Aquel año de 1883 se celebraron muchas conferencias para los Cooperadores antes y después de la fiesta de san Francisco de Sales; el
Boletín de marzo daba la noticia de doce, pero aseguraba que se habían celebrado muchas más. En Turín habló don Bosco el veinticinco
de enero en la iglesia de San Juan Evangelista; hemos encontrado los siguientes apuntes para su conferencia, escritos por él mismo en un
cuaderno 2.
25-1-83
((21))
Conferencia dada en la iglesia de San Juan Evangelista
Se da un breve informe de la situación de lo recomendado a los cooperadores para el año 1882 y de lo propuesto a los mismos para el
1883.
Como ya se ha hecho mención de todo esto en la carta publicada en el Boletín para la felicitación de Año Nuevo a los Cooperadores,
aquí se dara explicación, a manera de conferencia, a las diversas cuestiones que, por escrito o personalmente, plantearon nuestros
Cooperadores o sus amigos.
1.° Se pregunta qué significa cooperador, y si ésta es una asociación exclusiva.
La finalidad de la asociación es unir a los buenos cristianos para hacer el bien a la sociedad civil, y promover las buenas costumbres,
especialmente en favor de la juventud que está en peligro.
Hay muchos medios y muchas maneras para ello, pero nos limitamos a ocuparnos de la juventud que está en peligro según nuestro
reglamento.
Esta asociación esta aprobada por el Padre Santo, que es su cabeza y la enriqueció con muchas indulgencias.
2.° "La asociación de los Cooperadores se opone a la de los terciarios de San Francisco de Asís?
La asociación de los Cooperadores no sólo no se opone a la de los terciarios, sino que la completa. El mismo Pontífice Pío IX,
contestando a esta duda, dijo:
-El mundo es materialista y por esto hemos de hacerle ver cosas materiales, como a primera vista se presentan las de los Cooperadores.
Los terciarios de San Francisco de Asís tienen como fin principal la santificación con la práctica de la piedad y los cooperadores tienen
como base la práctica de la caridad. Pero unos y otros trabajan por la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.
1 También el tenor de la carta, escrita en latín, demuestra sentimientos muy benévolos (Apénd. Doc. num. 5).
2 Arch. Sal., autógrafo de don Bosco, núm. 311.
Por esto, todos los terciarios pueden asociarse a los cooperadores salesianos, lo mismo que todo cooperador puede inscribirse en los
terciarios franciscanos o dominicos y, así, aprovechar dos fuentes de gracias, bendiciones y santas indulgencias.
3.° "Puede inscribirse toda una familia, una comunidad religiosa, un centro de educación, un colegio y hasta una parroquia?
El padre, la madre o quien haga sus veces puede inscribirse o simplemente representar a su familia. Por ejemplo, escríbase el nombre de
uno con toda su familia, con su comunidad o el director con los alumnos de su colegio. Pero es necesario que cada uno cumpla las
condiciones de cooperador y haga durante el año, al menos alguna de las obras de caridad indicadas por el reglamento, por ejemplo, etc...
La misma norma se debera seguir en las comunidades, en los colegios o centros de educación, en las parroquias y grupos semejantes.
4.° "Los cooperadores no despertarán sospechas en cuanto a política?
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No, por cierto. La misión del cooperador es la de promover las buenas costumbres, impedir el hurto, disminuir los rateros y disminuir
((22)) el gran número de los que, abandonados por plazas y calles, van desgraciadamente a acabar en una cárcel.
Por consiguiente, cualquier gobierno, cualquier edad y condición lo menos que puede desear es una asociación de hombres, guiados por
el espíritu de caridad' que se prestan a hacer tales obras.
5.° "Y qué decir de tantas herencias que, según cuentan, legan a don Bosco cada día?
Efectivamente he de declarar aquí que, cada día hay algún diario que anuncia una pingüe herencia. Pero, tras diligentes investigaciones
de nombre, apellidos y domicilio del benemérito testador, nunca supieron dar indicaciones precisas. Alguna modesta herencia se nos dejó,
pero, con tantas y tales cargas, que las más de las veces hubo que renunciar a ella.
Hace pocos días un cooperador me notificó una cuantiosa herencia y hasta me anunciaba una importante cantidad de monedas de oro
que sólo esperaban a que don Bosco o un encargado suyo fuese a recogerlas.
A pesar del mal tiempo y el largo viaje, envié en seguida a dos personas de confianza para cumplir el encargo. Y "qué resultó? Que el
testamento estaba bien hecho y según ley. Pero, cuando se pusieron a buscar la importante cantidad de dinero, no fue posible hallarla.
Después de minuciosas y cuidadosas pesquisas, se encontró una caja en un escondrijo y en ella el gran tesoro: íun franco con sesenta
céntimos!
Por éste, podéis comprender la verdad de otros vistosos legados hechos a don Bosco.
6.° Pero, así y todo, don Bosco es rico.
Para haceros una idea de las grandes riquezas de don Bosco, es preciso tengáis en cuenta que, en todas nuestras casas, no hay ni un
céntimo de renta y que los impuestos de las mismas, con algún huertecito al lado, pasan de las treinta y tres mil liras.
Son también muy ciertos los gastos de construcciones y reparaciones, mobiliario, ropa y alimentación para el número de jóvenes, que la
divina Providencia nos envía cada día.
Pero me veo obligado a corregir alguna expresión. Porque si yo soy pobre, cuando me considero solo, resulto muy rico cuando considero
que la divina Providencia viene cada día, y podemos decir a cada momento, en nuestro auxilio. Yo soy muy rico gracias a vuestra caridad,
beneméritos cooperadores; a esa caridad industriosa con la que, poniendo por base que vuestra mano derecha no sepa lo que hace la
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izquierda, acudís en nuestra ayuda de tantos modos. íAh, si me fuera permitido descorrer el velo que cubre tantas obras industriosas de
caridad, como muchos de vosotros hacéis a lo largo del año, se verían cosas dignas de contarse entre las gestas de los fieles cristianos de
los primeros siglos!
Me limitaré a algunos hechos callando nombres y lugares. Hay personas que encuentran la manera de ahorrar, trabajando sin descanso
en obras de caridad, como coser y remendar la ((23)) ropa hecha jirones, hacer calcetines, camisas; y después lo traen diciendo: -Esto para
vestir a los pobrecitos de Jesús-.Hay otros que limitan incluso la calidad y cantidad de los alimentos, de la ropa, de las alfombras; dejan
para más tarde la renovación del coche o renuncian a él, y lo hacen, según ellos dicen, para reunir algún dinero con que dar de comer a los
hambrientos y de beber a los sedientos. Conozco personas acomodadas y de elevada condición que hacen largos viajes junto con los más
pobres,. renuncian a todo boato y comodidad; se privan de ir a honestos esparcimientos, reducen el número de personas de servicio,
convirtiéndose, por así decir, en servidores de sí mismos, con el único fin de disponer de algún dinero más, para dedicarlos a obras de
caridad 1. Y algunos aprovechan el veraneo para confeccionar o reparar prendas de vestir para los niños pobres.
No hace mucho tiempo, entró cierta persona en una de nuestras casas y vio que bastantes muchachos llevaban ropa de verano. Se
conmovió y, al enterarse de que la carencia de medios impedía hacer las necesarias provisiones, quiso remediarlo ella misma, y, antes de
que acabara el día, aun con grave sacrificio de su parte, proporcionó la ropa necesaria a aquellos pobrecitos de J. C.
Un rico señor, cuyo nombre también debo callar, supo que en otra casa escaseaba el pan, pues el panadero se negaba a darlo por la gran
deuda que ya se había contraído con él. Como no tenía dinero disponible en aquel momento, no vaciló en deshacerse de algunos valores
fiduciarios, para pagar aquella deuda y así poner al panadero en condiciones de seguir dando de comer a los hambrientos.
Y no sigo esta relación, que podría ser muy larga; pero no puedo dejar de bendecir a Dios, bendecir la santa religión católica que infunde
tanta fe en el corazón de sus hijos, que infunde tanta caridad en quienes la profesan. Sí, doy las gracias, etc.
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La Unità Cattolica del día primero de febrero, después de compendiar brevemente el discurso y describir la impresión producida por sus
palabras, observaba que los oyentes habían quedado convencidos de tres cosas, a saber: que don Bosco no era solamente un amigo, un
padre, sino también un elocuente abogado de la juventud; que, si hubiese tenido medios, a la medida de su celo y su fuerza de voluntad,
habría cambiado la faz del mundo; y que ayudar a sus instituciones era hacer una obra no sólo católica, sino también filantrópica y social.
((24)) Después de la conferencia sucedió un gracioso episodio, que solía contar don Mayorino Borgatello. Al ir don Bosco desde la
sacristía hasta el despacho del Rector de la iglesia, se encontró en el pasillo con un grupo de nobles señoras, que esperaban allí para
saludarlo. Se
1 Un Cooperador que practicaba exactamente todo esto era el conde Próspero Balbo, de Turín, a quien recuerdan los más ancianos de
los nuestros.
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detuvo a hablar afablemente con ellas. El padre Borgatello, que estaba presente, se extrañó en sus adentros al ver la familiaridad con que e
Santo trataba a personas de otro sexo. Rumiaba todavía este pensamiento, cuando el Siervo de Dios, después de despedirse de aquellas
Cooperadoras, volvióse a él y le dijo al oído:
-Ya lo ves, no hay que hacer consistir la santidad en lo exterior.
Ignorasen o no que don Bosco había sido siempre martillo de los protestantes en Turín y en otras partes, algunos Cooperadores,
animados por el espíritu de su Asociación y pasmados ante lo que los protestantes de allende los Alpes venían perpetrando en Italia, le
enviaron un cuadro sinóptico, en el que, de un golpe de vista, podía ver la actividad de la nefasta propaganda 1. En el margen superior de
la hoja se leía: "íVea don Bosco lo que hicieron hasta ahora los protestantes en Italia! "Qué debemos hacer nosotros al considerar tanto
mal?". Al pasar la mirada sobre aquella hoja hubo de complacerse una vez más por haber llevado a efecto una oportunísima idea, a saber,
la reimpresión, que acababa de hacer, de uno de sus antiguos trabajos. En las Lecturas Católicas del 1853 había publicado seis folletos con
una apología de la Iglesia contra los innovadores de la Reforma que tituló El católico instruido. Preparó, pues, una nueva publicación de
aquella obra y añadió, corrigió y reunió las diversas partes en un solo volumen que tituló El católico en el mundo. Como libro "de poco
bulto", lo calificó la Civiltà Cattolica, "pero todo él lleno de jugo y sustancia de doctrina católica" 2. En efecto, obtuvo el honor de varias
ediciones y todavía es apreciado y buscado.
Por su parte él consideraba siempre sus Lecturas Católicas como una óptima defensa popular contra la encarnizada propaganda ((25))
anticatólica; por eso, en aquel momento en que, a la sombra de la iglesia de San Juan, se iba creando un nuevo centro de actividad
religiosa en la ciudad, quería que la publicación mensual se difundiese desde allí lo más ampliamente posible a su alrededor. Este fue un
motivo de la cartita, que escribió el día ocho de enero a don Juan Marenco, Rector de la iglesia.
Queridísimo Marenco:
He dicho a Barale 3 que se entienda contigo para ocuparse de las Lecturas Católicas y de su difusión. El prometió hacerlo de corazón y
me escribió la carta que te adjunto.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 6.
2 Vol. III del 1883, pág. 81 (Apéndice, doc. núm. 7).
3 Coadjutor salesiano, director de la Librería Salesiana.
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Cuando vengas al Oratorio, habla con él y, junto con don Juan Bonetti, trazaréis el plan de batalla.
Dios te bendiga a ti, a tus obras y a tu familia.
Rogad por mí.
Turín, 8-83.
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Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
Antes de salir del Oratorio dio otro solemne testimonio de su celo por la conservación de la fe. Ya hemos hablado del impío y descarado
periódico que se publicaba en Turín y llevaba por título el nombre adorable del Salvador 1. Las cosas habían llegado al extremo. Los
vendedores lo anunciaban a voz en grito por las calles; había grandes cartelones pegados en las paredes; manos sacrílegas escribían en
muchos lugares con pintura negra sobre las losas de los pórticos aquel nombre adorable, como para obligar a la gente a pisotearlo. Gente
del hampa observaba a las personas religiosas y, al verlas hacer un ademán de horror y dar un rodeo, reían burlonamente. Se acudió al
Fiscal de los Tribunales para que pusiera coto al escándalo, pero se escabullía, amparándose tras la ley de libertad de prensa 2. Hubo
mozos valientes que con un detergente químico borraban a primeras horas de la mañana aquel sagrado nombre, ((26)) aunque estaba
escrito con barnices que calaban la piedra. La indignación de los buenos llegaba al colmo; y, sin embargo, no aparecía ninguna protesta de
la autoridad eclesiástica. Aunque los diarios católicos gritaban, parecía que se ignoraba lo que sucedía en la ciudad. Ya era hora de
moverse.
Entonces don Bosco ordenó a don Juan Bonetti que alzara la voz en el Boletín, leído en Italia por muchos que no leían la Unità
Cattolica. Aquella alma impetuosa escribió un artículo largo y brioso que tituló Jesucristo nuestro Dios y nuestro Rey y lo cerró con una
ardorosa profesión de fe y amor. Gustóle tanto a don Bosco que convenció al autor para publicarlo enseguida, en forma de folleto, y
repartirlo gratuitamente entre el pueblo de Turín. Con permiso de la autoridad eclesiástica, se cumplió inmediatamente su deseo después
de la salida del Siervo de Dios; y la Sociedad de Obreros Católicos repartió hasta cien mil ejemplares en un solo domingo de febrero, a las
puertas de todas las iglesias de Turín 3.
1 Véase M. B., vol. XV, pág. 340.
2 Don Juan Bonetti, en nombre de algunos ciudadanos de Turín, envió una protesta al Ministro de Gracia y Justicia (Apéndice, doc.
núm. 8).
3 Véase Apéndice, doc. núm. 9.
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El periodicucho blasfemo se vengó, a su manera, del artículo publicado en el Boletín de febrero. En el número del día once publicó un
discurso arrebatado lleno de maldad contra don Bosco, difamándole ante los lectores, como embaucador de personas adineradas,
denunciándolo ante el Gobierno como violador de las leyes y gran enemigo de la patria 1.
Pero no se conformó don Bosco con lo hecho. Quería que el grito de Jesús nuestro Dios y nuestro Rey se repitiera por toda Italia,
especialmente con ocasión de las fiestas de Pascua y, por eso, había tenido la idea genial de que el folleto sirviera de papeleta para el
cumplimiento pascual. Era preciso, pues, volverlo a imprimir dándole otra forma. Antes llevaba el Visto de la Curia de Génova, por haber
sido impreso en Sampierdarena; ahora, como se necesitaba otra licencia, se decidió a pedirla a los revisores turineses para ahorrar tiempo.
Se obtuvo con una artimaña, ya que, por las vías normales, hubiera ((27)) sido imposible 2. El asunto de la papeleta pascual, a su vez,
despertó una gran batahola, cuya consecuencia fue que el folleto, en la nueva forma, sólo se pudo enviar fuera de la archidiócesis, aun
cuando también muchos de los párrocos de ésta lo habían pedido. El infernal periodicucho aprovechó la ocasión para forjar otro artículo
titulado Don Bosco, el Arzobispo y Socios; pero es una chapuza tan soez, que no queremos ensuciar con ella nuestras páginas. Se había
aplastado a la serpiente en la cola.
Don Bosco dio las instrucciones para este movimiento, pero no vio más que el principio, pues todo él se desarrolló mientras él viajaba
por Francia. En aquel viaje se había prefijado un fin bien determinado; mendigar en favor de la iglesia del Sagrado Corazón en Roma.
Harto de las demoras que se le habían interpuesto, había determinado dar un vigoroso impulso a las obras. Pero hacía falta mucho dinero.
"Envíenos dinero, le escribían todavía el mismo día de su partida, porque sine quibus (sin con qué) la iglesia quedará parada para siempre
en el cornisamento" 3.
El buen Padre notaba, es verdad, que sus fuerzas iban menguando; pero el amor al Papa, que le había confiado la obra, le estimulaba a
actuar con toda su energía, emprendiendo un viaje tan pesado. Encontramos la declaración explícita de todo ello en una carta del día
treinta de enero al Cardenal Vicario:
1 Véase Apéndice, doc. núm. 10.
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2 Lemoyne dejó la dramática relación del caso, que presentamos en el Apéndice (doc. núm. 11).
3 Carta de don Francisco Dalmazzo, Roma, 31 de enero de 1883.
32
"Mañana por la mañana, le escribe, Dios mediante, salgo para Génova y desde allí visitaré las casas de Liguria. Iré de una casa a otra
hasta Marsella y desde allí, si mi salud y los acontecimientos públicos lo permiten, seguiré rumbo a Lyon y París, mendigando para el
Sagrado Corazón y recomendando el óbolo de San Pedro. Me encomiendo con todas mis veras a V. E. para que se industrie y quite del
medio los estorbos que entorpecen nuestro trabajo. Lo deseo con toda mi alma y estoy dispuesto a hacer hasta sacrificios disparatados, con
tal de que se puedan continuar las obras desgraciadamente suspendidas".
Con estos "sacrificios disparatados" ((28)) aludía, como ya se narró en el volumen anterior, a los millares de liras que había que tirar
para deshacer el antiguo contrato y librarse de las consiguientes truhanerías.
A principios de diciembre del año anterior ya se había trazado un somero itinerario del viaje. "Si Francia está tranquila, había escrito a
una generosa bienhechora 1, saldré el día veinte de enero próximo para Génova, Niza, Alpes Marítimos, Cannes, Tolón, Marsella,
Valence, Lyon, de manera que pueda llegar a París a fines de marzo".
La duda, acerca de la tranquilidad de Francia, nacía de los alborotos políticos, que habían agitado el país especialmente del nueve de
agosto al nueve de noviembre, esto es, desde la clausura hasta la reapertura de las Cámaras, cuando el Gobierno de la República había
tenido que vérselas con las violencias de los socialistas y los atentados de los anarquistas dinamiteros. Precisamente, a primeros de
noviembre y debido a la impresión tenida con aquellos desórdenes, había escrito al abate Guiol diciéndole que se rezase mucho porque el
huracán quedaría limitado, pero, que haría estragos por donde pasara 2. Dos semanas después llegó una segunda carta, que calmó las
aprensiones de los peligros indicados en la anterior; en efecto, aseguraba entonces una protección especial de la Virgen a todos los que
trabajasen por los intereses de María Auxiliadora 3. Pero quedaban, aún más tarde, causas de inquietud, dada la actividad de los partidos
que dividían a los ciudadanos: los partidarios de Napoleón anhelaban la restauración del imperio, los orleanistas 4 y los legitimistas
ansiaban volver a izar la bandera blanca de los lirios de oro; los mismos republicanos se ensañaban unos contra otros y, en la sombra,
maniobraban los comunistas, enemigos implacables de todo gobierno. Y, en
1 Carta a Clara Louvet, Turín, 5 de diciembre de 1882.
2 Libro de Actas de la Junta de Señoras del oratorio de San León.
3 Id. id., 23 de noviembre de 1882.
4 Los partidarios de la casa de Orleáns.
33
enero, cuando don Bosco se preparaba para el viaje, el proceso de Lyon contra los anarquistas, autores de los recientes vandalismos, y el
expediente contra el ((29)) príncipe Jerónimo Bonaparte, arrestado en París, acusado de intento por cambiar la forma de Gobierno, tenían
suspensos los ánimos, dando lugar a amenazadoras manifestaciones.
El primer aviso formal de su próximo viaje lo dio él mismo al director de la casa de Niza.
Queridísimo Ronchail:
Entre las cosas que hay que hacer, prepara también una nota exacta de los cooperadores que corresponden a Niza; así se evitará el envío
del diploma a los que ya son cooperadores, como sucede a menudo, y, además, para hacer un solo centro.
El día treinta de este mes, saldré con dirección a Niza; ya se te comunicará con precisión el día y la hora de llegada. Un cordialísimo
saludo para nuestros hermanos, alumnos y amigos, entre ellos al querido barón Héraud, Rembeau y don Vincenti.
Dios nos bendiga a todos; prepara todo lo necesario, y créeme siempre en J. C.
Turín, 14-1883.
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Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
P. D. Acabo de recibir tu carta. Haremos por parar un día en Menton y en Mónaco. Prepáralo.
Ocho días más tarde dio la noticia a los condes Colle. "Renunciaré, decía, a visitar otros lugares para poder entretenerme más tiempo
con ustedes, pero todo con holgura".
Antes de salir de Italia, voló su pensamiento a Florencia, donde se construía la nueva casa. Envió allí una palabra para alentar a la
condesa Uguccioni a ayudar directa e indirectamente la empresa, que era lo más práctico que podía hacer en aquel momento en favor de la
misma.
Nuestra buena Mamá en J. C.:
Antes de salir para Francia quiero asegurarle que rezo cada día por nuestra benemérita Mamá. Pasado mañana celebraremos la fiesta de
san Francisco de Sales y yo me preparo a celebrar la santa misa en el altar de María Santísima Auxiliadora según su intención.
Ya sé que hace cuanto puede por nuestra casa empezada. Siga así: Dios nos ayudó y nos ayudará.
((30)) Desciendan abundantes las bendiciones del cielo sobre usted y sobre todo su familia. Ruégole presente a todos mis respetuosos
saludos, dígales que me encomiendo a sus oraciones y, en particular, a las de usted, de quien me profeso su afmo.
Turín, 27-1883.
Hijo en J. C., JUAN BOSCO, Pbro.
Faltaban dos días para la partida y al comunicárselo al barón Carlos Ricci des Ferres, le invitaba a que fuera a verle en el Oratorio, pues
tenía que hablarle de un asunto.
Muy apreciado señor Barón:
Si, en la jornada de mañana, día treinta, puede pasar un momento por el Oratorio, hablaríamos con gusto de nuestros asuntos. Mañana o,
mejor, pasado mañana (31), saldré para Génova y, después, hacia Francia.
Dios le bendiga, mi querido señor Barón; si El quiere darle espinas en la tierra, prepárele al menos algún consuelo y le asegure flores
para disfrutarlas un día allá arriba en el Paraíso. Amén.
Tenga a bien rezar por este pobrecito, siempre suyo en J. C.
Turín, 29 de enero de 1883.
Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
Durante el mes había recibido tres cartas de París. Para tener allí una morada tranquila había rogado al párroco de Nuestra Señora de las
Victorias, que tuviese la bondad de hospedarle en la casa parroquial; pero aquél le contestó que con gran sentimiento no podía concederle
el favor pedido y le explicaba los motivos 1. En una carta suya del año anterior al conde de Richemont, le había manifestado la intención
de visitarlo en París a comienzos del 1883; el Conde, apenas llegó el mes de enero, se apresuró a manifestarle su viva satisfacción y la
cordial espera de toda la familia. A fines del mismo mes, recibió la carta del abate Moigno, célebre científico de quien ya hicimos
mención, entusiasta cooperador ((31)) salesiano; por ella, vemos que él había estado recientemente en Turín. La afectuosa veneración por
don Bosco, que rebosa su escrito, nos aconseja dar a conocer este documento a los lectores 2.
No le pareció bien al Siervo de Dios ausentarse por tanto tiempo de Turín, sin despedirse del Arzobispo y recibir su bendición. Después
de la conocida Concordia, era ésta, por su parte, una delicada prueba de sinceridad y muy de acuerdo con los sentimientos, con que había
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cumplido las condiciones puestas por el Papa. Fue, pues, con este fin al palacio arzobispal; pero no pudo obtener audiencia. Al volver a
casa, dijo al que le había acompañado:
-Monseñor no ha querido hablarme, ahora que yo le buscaba. Muy pronto, me buscará él a mí y no me encontrará, porque no estaré.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 12.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 13. No hemos podido encontrar el original, pero sí la traducción del mismo, hecha por el coadjutor
políglota Quirino, tal vez porque el abate tenía una escritura muy difícil de leer.
35
Eran palabras proféticas, cuyo cumplimiento nadie hubiera imaginado entonces tan próximo 1, como pronto veremos.
El día treinta y uno por la mañana don Bosco estuvo tranquilamente confesando, según su costumbre. Don Joaquín Berto nos notifica
que, también él se confesó y recibió de él este consejo:
-Procura hacer el sacrificio total de tu vida al Señor y querer trabajar hasta el último suspiro para su gloria, soportando con paciencia las
adversidades y contrariedades del bien obrar, como si ((32)) fuera ésta la última confesión de tu vida.
Lemoyne refiere estas palabras sacadas de un cuadernito de don Joaquín Berto y añade: "Este era el pensamiento continuo de don
Bosco". Inmediatamente después de celebrar la misa en su habitación, entregó al mismo don Joaquín Berto, como si fuera de parte de la
Virgen, la siguiente florecilla escrita de su puño y letra: "Quien quiere trabajar con fruto debe tener la caridad en el corazón y practicar la
paciencia en el trabajo".
De allí a poco salió para Génova, acompañado por don Celestino Durando y por don Camilo de Barruel.
Los preparativos personales para sus largos viajes no le daban mucho que pensar a don Bosco; marchaba tal como se encontraba. Solía
tener en la habitación lo estrictamente necesario. Sus muchas bienhechoras iban a porfía en regalarle medias, pañuelos, camisas, camisetas
y otras prendas de vestir; pero todo lo entregaba inmediatamente a don Joaquín Berto., para que lo llevara al ropero y se diese a quien lo
necesitase. Procuraba éste, desde luego, guardarle aparte algunas de aquellas prendas; pero él no quería y, cuando se daba cuenta de ello,
le repetía:
-No, no, llévate todo; todo para la Comunidad. Si tú lo guardas aquí, la Providencia ya no enviará nada. Tenlo bien presente: si das todo
a la casa y no guardas nada para nosotros, más nos llegará.
1 Escribe Lemoyne, a quien debemos esta información, que don Luis Deppert le dijo "que estaba dispuesto a atestiguar que había tenido
noticia de estas palabras de don Bosco, antes de morir monseñor Gastaldi". El mismo Lemoyne dejó escrito: "Las últimas palabras que
pronunció fueron: -íAh, don Bosco! íAh, don Bosco! -Así lo atestiguó el teólogo Corno que las oyó, quizás en el mismo momento en que
caía al suelo. Y así se lo dijo a don Luis Deppert, su antiguo compañero de clase, y éste declaró en más de una ocasión, y en presencia de
Lemoyne, que estaba dispuesto a dar testimonio de esto". Por aquellos días, había llamado la atención un hecho. Se estaba organizando en
Turín una asociación para la difusión de la buena prensa por iniciativa de la Comisión regional de la Obra de los Congresos. Parecía
lógico que, buscándose un protector, se escogiese a san Francisco de Sales, declarado ya por Pío IX Doctor de la Iglesia y Patrono de la
prensa católica; en cambio, se prefirió a san Carlos Borromeo. Se corrió la voz de que la primera idea había sido la de ponerse bajo la
protección del santo Obispo de Ginebra, pero que el Arzobispo se había opuesto, negándose, de otro modo a bendecir la empresa.
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Así nos explicamos cómo sucedía que, en la víspera de viajes, se encontraba sin las prendas de vestir indispensables, de lo que se
alegraba por amor a la pobreza. Un día, ya a punto de salir de viaje, tenía los pantalones en tal estado que, como no había tiempo para otra
solución, don Miguel Rúa se quitó a toda prisa los suyos y se los dio. Otra vez, en parecida circunstancia, don Juan Bautista Lemoyne le
vio debajo de la sotana un chaleco en tan mal estado que daba lástima; quitóse, pues, el suyo e hizo que se lo pusiera él. Los dos hechos
sucedieron en su habitación cuando fueron allí para despedirle.
Cuando emprendía viajes de alguna duración, lo que, con el avanzar de la edad, le producía cada vez más pena, era ((33)) tener que
alejarse de su querido Oratorio, que había llegado a ser como una parte de su alma. Puede deducirse su afecto al Oratorio por ciertas
expresiones que brotaban espontáneamente de sus labios, cada vez que se quería introducir en él alguna novedad; cualquier cambio le
costaba un disgusto. Se pensaba poner un órgano nuevo en la iglesia de San Francisco para sustituir al ya viejísimo y gastado.
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-No, decía él; arregladlo, pero no lo quitéis: íacompañó durante muchos años los cantos de nuestros jóvenes!
Una vez contemplaba, desde su galería, el edificio en diagonal, que dividía en dos el actual patio de los estudiantes, y dijo a don Juan
Bautista Lemoyne:
-"Ves aquel edificio? Más tarde o más temprano desaparecerá, será demolido y ía mí me costó tantos sudores levantarlo!
-"Es posible que se quiera derribar lo que don Bosco ha construido?, observó el interlocutor.
-Y, sin embargo, así será. Por estética, para ordenar mejor los locales o para dividir los patios de otro modo; cuando yo no esté aquí,
estas paredes desaparecerán.
Ya anteriormente, estando don Bosco ausente, don Angel Savio arrancó la histórica morera, sobre la que se había refugiado el joven
Reviglio, para edificar el coro de María Auxiliadora, lo cual se hizo unos años después de levantar la iglesia. Cuando don Bosco regresó y
vio extirpado aquel árbol, exclamó:
-El no verlo me causa un dolor tan grande como la muerte de un hermano.
Estas expresiones nos demuestran cuán tiernamente amaba y, por consiguiente, con cuánto pesar se resignaba a dejar durante un tiempo
notable un lugar tan bendecido por la Virgen y teatro de tantas vicisitudes y tantas gracias.
37
((34))
CAPITULO II
EN NIZA, MARSELLA,
LYON Y OTRAS CIUDADES VECINAS
EXACTAMENTE cinco años antes de dejar la tierra, don Bosco comenzó su histórico viaje de cuatro meses por Francia, desde el día
treinta y uno de enero hasta el treinta y uno de mayo. Después de pasar dos semanas por las casas de Liguria, recorrió bastante lentamente
el sur de Francia, de Niza a Lyon, y, desde allí, avanzó hasta París, su principal objetivo. En la metrópoli francesa permaneció desde el día
dieciocho de abril hasta el veinticinco de mayo. Hizo una escapada a Lille y, otra, a Amiens, visitando a la vuelta Dijon y Dôle.
Destinaremos este capítulo a la primera parte de la larga peregrinación, lamentando, por desgracia, bastantes lagunas, debidas al extravío
de correspondencia.
Después de pasar algún día en Sampierdarena, fue a Varazze, como se deduce de la cartita dirigida, desde allí, al Director de Marsella.
Muy querido Bologna:
Estoy conforme con lo que escribes. Puedes decir a la señora Abatucci que me encontrará el día trece, después del mediodía, en el
Torrione, o sea, en Ventimiglia. El catorce voy a Menton, donde pararé medio día. Con gusto veré a esta Señora, donde quiera se
encuentre. ((35)) Puedes asegurarle que rezo por ella y por todas sus buenas intenciones. Te adjunto una cartita para la señora George
Borelli por el motivo que me has indicado. Me alegro mucho de que la familia disfrute de buena salud; di a don Pablo Albera que prepare
visitas y dineros; yo le llevaré un saco lleno de cumplidos de sus muchos amigos.
Dios nos bendiga a todos y créeme siempre en J. C.
Varazze, 5 de febrero de 1883.
Afmo. amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
Desde Varazze se dirigió a Alassio, donde dio, en el colegio, una breve conferencia a los Cooperadores. Desde el comienzo del viaje
parecía tan cansado que no pudo celebrar la misa de la comunidad,
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sino que la dijo privadamente. Se había puesto ya el amito, cuando el estudiante Amílcar Bertolucci, que iba a ayudar la misa, le pidió con
la mayor confianza que le confesara. El Director lo reprendió, pero don Bosco le dijo:
-Sí, sí.
Y, al punto, se quitó el amito, lo colocó en su sitio y se sentó. Acabada la confesión le dijo:
-Que estés alegre, pues nos volveremos a ver.
Se volvieron a ver, en efecto, dos años más tarde en San Benigno y don Bosco recordó enseguida la palabra que le había dicho.
El muchacho estaba allí para hacerse Salesiano. Multa tulit fecitque puer, mucho le costó y mucho tuvo que hacer el chico para seguir su
vocación; pero don Bosco lo asistió en la lucha con los suyos y le obtuvo con sus oraciones que alcanzara una dificilísima victoria. Don
Amílcar Bertolucci, hace siete años, que arrastra una vida de sufrimientos y oración, atormentado por una terrible forma de artritismo.
Después de hacer unas visitas en San Remo, el Santo salió para Vallecrosia el día trece. Y, hasta este punto del viaje, no nos fue posible
tener más noticias.
En Vallecrosia, por culpa de un celo indiscreto de gente mal informada, habían aparecido nubes siniestras que ensombrecían las buenas
relaciones entre el Obispo de Ventimiglia y el Director de la casa. Se daba a entender a Monseñor que la obra de los Salesianos se iba
desacreditando frente a la actividad de los Valdenses. El Obispo, aceptando como pura verdad cuanto le contaban, había escrito
lamentándose a don Bosco, el cual se lo comunicó a don Nicolás Cibrario. No le costó mucho a éste justificarse ((36)) a sí mismo y a sus
hermanos de las acusaciones gratuitas, hijas de alguna lengua viperina, acostumbrada a hablar mal de los Salesianos 1. Don Bosco quiso
poner personalmente las cosas en su punto, se apresuró a ir con don Celestino Durando al Obispo, con quien se entretuvo hasta muy
avanzada la tarde.
Al regreso, tuvo un alegre e inesperado encuentro. Después de buscar inútilmente un coche, fue preciso resignarse a volver a pie. Había
llovido mucho durante el día, de modo que, a la creciente obscuridad se añadía el barro del camino, que dificultaba la marcha al llegar a
ciertos puntos donde la débil vista del Siervo de Dios no le permitía ver dónde tenía que poner el pie. Mas he aquí, que se plantó
1 Véase Apéndice, doc. núm. 14.
39
delante su antiguo amigo, el famoso Gris, a quien no veía hacía treinta años. El buen animal se acercó alegremente y, después, se echó a
andar como a medio metro delante de él, lo necesario para ser visto entre las tinieblas. El perro caminaba a paso lento y acompasado, de
modo que lo pudiera seguir quien caminaba con dificultad, y tenía cuidado de que evitara los charcos dando un rodeo. Al llegar cerca de
casa, desapareció.
Don Celestino Durando, que iba con cuidado para no caer en el barrizal, siempre aseguró que no había visto nada; pero don Bosco narró
varias veces el hecho. Un día lo contó también en Marsella en casa de los señores Olive durante la comida 1. La señora le preguntó:
-"Pero, cómo se explica que el perro pudiera tener tantos años, cuando la vida ordinaria de los perros no alcanza a tantos?
Don Bosco le contestó sonriendo:
-Sería un hijo o un nieto de aquél.
En otra ocasión se le preguntó qué forma tenía.
-La de un perro, contestó con toda naturalidad 2.
1 En la traducción italiana del Bom Bosco del doctor D'Espiney, falta este episodio. Don Miguel Rúa, que había encargado a don
Domingo Ercolini la traducción de este libro, le ordenó que lo suprimiera junto con otras noticias que a él no le constaban. Pero el mismo
don Miguel Rúa dijo después al traductor que el autor se había quejado de la supresión, puesto que se lo había contado el mismo don
Bosco.
-Yo no lo conocía, contestó don Miguel Rúa para justificarse.
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2 El archivo de las Hijas de María Auxiliadora guarda tres curiosas relaciones de casos y de perros, que recuerdan al Gris de don Bosco.
El 2 de noviembre de 1893, volvían a pie dos Hermanas, desde Asís a su colegio de Cannara y se vieron sorprendidas en el camino por
la niebla y la obscuridad de la noche, en despoblado y lejos de la casa. Las asaltó el miedo. Sor Amalia Calaón dijo a la compañera:
-íSi don Bosco nos enviara a su Gris!
-íEs verdad!, exclamó sor Anita Dallara con voz temblorosa.
No pasaron dos minutos cuando del seto vecino salió de repente un gran perro, que saltó una zanja y, jadeando fuerte, se echó a andar en
medio de las dos. Era alto, de pelo gris, orejas grandes y caídas y los ojos relampagueantes en la oscuridad. Como para animarlas, el buen
animal levantaba el hocico, miraba ya a una ya a otra, como a personas conocidas de mucho tiempo atrás, y les lamía sus manos. Al llegar
al colegio, mientras hablaban para darle de comer, el animal se volvió rápidamente y salió a toda prisa por la puerta de la calle. Corrieron
las hermanas para detenerlo, pero ya no le vieron en la ancha plaza, ni a lo largo de la calle adyacente.
El año 1930, construían las Hijas de María Auxiliadora en Barranquilla (Colombia) un edificio. Cada día oían noticias de hurtos y
violencias en la ciudad y alrededores y temían, ellas también, la visita de los ladrones, porque, desde el mes de abril, tenían al descubierto
montones de materiales de construcción y para la instalación de lavabos, baños, puertas, ventanas y cosas similares. íLos ladrones,
conocían perfectamente el camino! Efectivamente, antes de comenzar las obras, ya habían entrado en casa cuatro veces, aunque sin causar
más daños que el susto.
Así las cosas, las Hermanas rogaron a don Bosco que les enviara a su Gris para guardarlas. Pues bien, una noche entró en el pasillo de la
antigua casa un conjunto de perros nunca vistos
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((37)) Para que la casa de Vallecrosia pudiera verdaderamente estar en condiciones de hacer frente a los protestantes, que disponían de
cuantiosísimos medios, se necesitaban todavía grandes gastos. En tales casos, don Bosco solía recurrir a las rifas.
Organizó una con el Director; después le envió desde Marsella el texto de una circular para imprimirla y enviarla a los principales
señores de la región ((38)) de Liguria para pedir su apoyo con el envío de objetos 1. Como se trataba de una obra benéfica, se consideraba
segura la autorización del Gobernador exigida por la ley; pero resultó que fue prohibida formalmente, lo que obligó a suspender toda
actuación.
A primeras horas de la tarde había que salir para Mentón; pero la lentitud del coche hizo que perdiera el tren que iba a Francia; en
consecuencia tomó el tren siguiente, que llegó casi a media noche. Habíale invitado un lord inglés, a quien tal vez había conocido en
Cannes; pero, a aquella hora y sin conocer su domicilio, anduvieron dando vueltas bastante tiempo hasta encontrar quien les indicase la
casa. Finalmente, dieron con ella y don Bosco, que se sentía extenuado, pudo descansar un poco. Al día siguiente, celebró la misa en la
capilla de un centro religioso vecino. Buscó también al señor Saint-Genest,
por aquellos alrededores. Eran seis: se apostaron en los patios y en los rincones más apartados del viejo recinto. Pasado el susto, las
Hermanas se acercaron a ellos y los encontraron muy mansos. A la mañana siguiente, salieron uno tras otro como habían entrado, e
hicieron lo mismo durante todo un mes. Más tarde, sólo aparecieron tres. Uno de ellos murió envenenado;pero vino enseguida otro a
sustituirlo. Continuaron así la guardia hasta que desapareció todo peligro.
Un tercer caso ocurrió en Francia en La Navarre, entre 1898 y 1900. Sor Josefina Crétaz y sor Verina Valenzano, que lo escriben veinte
años después, no recuerdan con exactitud la fecha. Acostumbraban por allí, a fines de octubre, ir a los pueblos cercanos a la recolección de
las castañas, y pasaban fuera de casa tres días. Aquella vez partieron juntas las dos hermanas mencionadas. De un pueblo de aquellos al
otro había cuatro horas de camino, casi siempre atravesando bosques con rarísimas casas. Al llegar a cierto punto solitario y silencioso las
venció el miedo.
-íAquí pueden asaltarnos, decían, sin que nadie nos defienda o se dé cuenta!
Mientras hacían estas tristes reflexiones, oyeron un ruido de hojarasca en el bosque; parecía el paso de alguien que caminaba sobre las
hojas. Pero no veían nada. De repente apareció un perrazo que se acercaba meneando la cola, dio vueltas a su alrededor, acercó la cabeza
hasta sus hombros como para decir:
-íNo temáis, aquí estoy yo! Y después corrió hasta la mitad del prado, agarró con los dientes una rama de castaño y la lanzaba a lo alto y
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volvía a agarrarla con la boca, caminando de esta manera delante de ellas como si quisiera distraerlas.
-"Será el Gris de don Bosco?, se dijeron una a otra las dos hermanas.
Esperaban llevarlo a casa al regreso; pero, ya cerca del pueblo, encontraron un coche con unas señoras conocidas; se detuvieron a hablar
con ellas y el perro desapareció sin dejar rastro de sí.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 15.
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el renombrado escritor del Figaro 1; pero inútilmente, porque había salido de Mentón pocos días antes.
Cuando llegó a Niza, aquellos Hermanos, que temían por su salud, se alegraron mucho al verle en buenas condiciones. Dios bendecía su
viaje; en efecto, generosos bienhechores respondían a su deseo de hallar medios para sostener, ampliar y multiplicar sus obras benéficas.
Uno de ellos le ofreció todo lo necesario para pagar la mayor de las deudas que gravaban la casa de Niza. Las conferencias que dio en la
consabida iglesia de la Virgen y en el Patronato, tuvieron también bastante buen resultado.
Il Pensiero, periódico italiano local, presentaba una crónica de las mismas y decía: "No hay nada más sencillo, más natural que la
palabra de don Bosco; es un hombre lleno de caridad, que, al hablar, inflama al oyente en su misma pasión".
Un día se le presentó una señorita y le contó una milagrosa historia. Era sordomuda de nacimiento, y el año anterior la habían llevado
sus padres a don Bosco para que la bendijese. Don Bosco la bendijo, ((39)) y prescribió a sus padres unas oraciones para rezarlas durante
determinado tiempo. Rezaron aquellas oraciones hasta el término fijado y la sordomuda oía y hablaba perfectamente: daba fe de ello con
su propia presencia.
-Ahora, concluyó con facilidad de palabra, tengo una gran deuda con María Auxiliadora y pregunto cómo puedo satisfacerla.
Es fácil imaginar cuál fue la respuesta 2.
Un desagradable percance espantó por un instante al director don José Ronchail y al barón Héraud; pero afortunadamente fue más el
susto que el daño. El veinticuatro de febrero, a primeras horas de la tarde, salió don Bosco en compañía de ambos, para ir a visitar a
monseñor Balain, Obispo de Niza, y ver después un terreno que se tenía intención de ofrecer gratuitamente, en el caso de que, como
parecía, procediese el Gobierno a la expropiación del inmueble de la Plaza de Armas para construir en él un cuartel. Don Bosco quiso
hacer todo el trayecto a pie y, al llegar a la rambla Paglione, en lugar de seguir andando hasta el puente Garibaldi, prefirió acortar el
camino, atravesando el cauce del torrente. Lo había hecho así en sentido contrario siete años antes y, precisamente, el día veinticuatro de
febrero, cuando había ido a comprar el chalet Gautier; deseaba, conmemorar aquel aniversario. El cauce, como suele suceder en los
torrentes,
1 Véase vol. XV, pág. 444.
2 Véase la circular de don Miguel Rúa a los Inspectores, 29 de marzo de 1885.
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era anchísimo, mientras el caudal de agua era proporcionalmente muy pequeño; pero había agua y era preciso cruzar en tres puntos por
unas pasarelas algo largas. Con brío juvenil recordó don Bosco a sus compañeros que había sido un valiente acróbata, y se encaminó sin
aceptar la ayuda del Director y del Barón que, uno delante y otro detrás, querían darle la mano. Cruzó las dos primeras tablas y llegó casi
hasta el extremo de la tercera: todo iba a pedir de boca, pero, al cabo de ésta, le falló el pie derecho y cayó al agua. Oh pover préive! (íOh,
pobre cura!), gritaron aterrorizadas unas lavanderas piamontesas que trabajaban allí cerca. Fue un mal momento para ((40)) don José
Ronchail, que sabía cómo tenía don Bosco las piernas. Por suerte, se levantó enseguida, de modo que, sin gran dificultad, lo llevaron a la
orilla, mientras él saludaba a su gabán que, por llevarlo sobre los hombros, se le había caído y ahora seguía navegando por su cuenta y
navegó unos doscientos metros. Empapado y chorreando agua, subiéronle a un coche que lo llevó rápidamente a casa. Como no tenían
ropa con qué cambiarle, pobreza doméstica de la que él se alegró mucho, el Director hizo que se acostara. La aventura le fue bien, después
de todo, porque así pudo descansar tranquilo unas horas; y los amigos, a su vez, al saber que don Bosco había tenido que acostarse, por no
haber en la casa ropa para cambiarle la que llevaba puesta, acudieron a porfía a proveerle.
De momento, no se supo en casa lo del percance; a los que preguntaban se les contestaba que don Bosco se sentía algo cansado; pero, al
día siguiente y durante el banquete ante unos veinte convidados, él mismo contó con todos los pormenores su caída en el Paglione y el
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baño a la fuerza. Por su parte, el buen humor del barón Héraud tramó una de las suyas. Hizo pasar de mano en mano una fotografía con el
panorama de Niza, en la que había dibujado un monumento en el lugar de la caída y bajo el monumento había escrito un epígrafe, que
decía: 24 DE FEBRERO DE 1883 -DON BOSCO SALVADO DE LAS AGUAS DEL PAGLIONE -UN AMIGO DEVOTO Y
JUBILOSO 1.
En un momento en el que se vio libre, quiso visitar la cocina atendida por las Hermanas. Mientras miraba de un lado para otro, sor
Catalina Cei movió una olla, y le cayó un poco de caldo en el peto blanco. Entonces el Siervo de Dios, diciéndole que aquella manchita
dejaba impresentable el peto, aunque era blanco, añadió:
1 Carta de don José Ronchail a don Miguel Rúa, 24 de febrero de 1883.
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-Tampoco el alma, que tenga al morir una manchita, será admitida a la gloria del Cielo; tendrá que purificarse en el Purgatorio.
((41)) Lo acompañaba el Director y hablaban de los apuros económicos de la casa. Dijo don José Ronchail que se veía obligado a
molestar a menudo a los bienhechores, los cuales parecían a veces cansados y hasta se lo daban a entender. Don Bosco le respondió en su
lindo piamontés:
-Has de ser más listo. El dinero es para tus hijos y los tragos amargos son para ti.
Fue a verle en Niza la señora María Angela Laroche, de Vallières (Limoges-Francia), que acostumbraba pasar el invierno con su marido
en la Costa Azul y que ya se había visto otras veces con don Bosco. Aquel día tenía clavada una espina en el corazón. Costeaban ellos en
su pueblo una escuela privada, regentada por religiosas; recibieron un periódico provincial con la noticia de que se acusaba a la Superiora
de haber lanzado rayos y centellas contra el matrimonio civil. Era un delito imperdonable en aquel momento de guerra sin piedad contra
las escuelas de los religiosos. En consecuencia, se anunciaba un recurso ante el Procurador de la República, por parte del Consejo
municipal, pidiendo el cierre inmediato de la escuela católica. La señora acudía, pues, a desahogarse con don Bosco y a pedirle consejo.
Don Bosco, que debía partir aquel mismo día y estaba con mucho ajetreo, le dio audiencia. La escuchó con toda calma, reflexionó unos
instantes y díjole, después, resueltamente:
-No se cerrará la escuela.
Repitió la frase un par de veces y añadió:
-Pero hay que ir allí...
-Estamos en lo más crudo del invierno, observó la señora. Por nuestro pueblo hay nieve y sería una imprudencia para nuestra salud
exponernos a los rigores de aquella temperatura. El viaje acabaría mal.
-Hay que ir allí, repitió don Bosco en un tono imperativo que no admitía réplica.
Ante tan enérgico mandato, marido y mujer inclinaron la cabeza y emprendieron el largo viaje. Llegaron al pueblo a medianoche. El
ruido del coche despertó a los vecinos. Los buenos se alegraron de su llegada para defender a las oprimidas religiosas; los otros no sabían
qué hacer. Los denunciantes ((42)) desconcertados se reunieron a las primeras luces y determinaron retirar la denuncia. Habían pensado
que, en la ausencia de los únicos capacitados para parar el golpe, su maniobra no encontraría obstáculo; hubo, pues, una victoria sin lucha.
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"Bastó obedecer a don Bosco y llegar a tiempo, escribió la señora. Dios había cumplido la profecía de su fiel Siervo".
Aquella señora, tan dócil a la palabra de don Bosco, ya había tenido anteriormente una prueba palmaria de su santidad. Hacía tres años
que estaba a mal con la suegra, por causa de los agravios que había ocasionado a su hijo, que era su propio marido. No iba a verla, ni la
escribía, había roto las relaciones. A su director espiritual le parecía, después de sopesar todas las circunstancias, que no había odio y que
era preferible dejar correr la situación. Pero, mientras tanto, fue pasando el tiempo y la suegra quiso hacer las paces; interpuso para ello la
mediación de diversas personas, pero no resultó. Un buen día tomó la pluma y escribió a la nuera, pidiéndole perdón por los disgustos que
le había causado; pero la otra se mantuvo en sus trece.
En este punto estaba la discordia cuando fue la señora a Niza y, habiéndose enterado de que estaba allí don Bosco, le hizo una visita.
Contrariamente a otras veces, la recibió con una fría reserva y, de buenas a primeras, le dijo:
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-Hija, usted no está en regla 1.
Si ya le había alarmado su porte, aquellas palabras la desconcertaron, y más al ver que don Bosco se las iba repitiendo de cuando en
cuando. Le pidió que se explicara. El le contestó que fuese ante Jesús Sacramentado y le pidiese que la iluminara. Como ya era algo tarde,
no volvió a ver al Siervo de Dios aquel día. A la mañana siguiente, oyó después de Misa un sermón, cuyo tema fue la caridad y el perdón
de las ofensas. Empezó inmediatamente a ver las cosas de otro modo y se apoderó de ella una sensación de espanto, por haber estado tres
años sin examinar a fondo su conciencia. Se puso a los pies de un confesor, volvió de allí a poco a don Bosco y éste, sin darle tiempo a
abrir la boca, exclamó:
-Hija, hoy está usted en regla. ((43)) Ha perdonado generosamente y ha abierto en su carta todo su corazón. Dios está contento de usted.
En efecto, al salir de confesarse, había escrito a la suegra con manifiesta efusión de los sentimientos de su corazón 2.
Desde Niza fue a Cannes. Don Camilo de Barruel dio estos informes sobre este viaje, que hizo con varias paradas: "Por doquiera llegó
1 Textualmente: Ma fille, vous n'Ûtes pas dans l'ordre.
2 Al enviar el 14 de septiembre de 1899 la relación de los dos hechos escribía: "Quería tanto a don Bosco que esto me parece que es
pagar la deuda de gratitud que con él tenía". El párroco unía su testimonio declarando que la señora Laroche era de insigne honradez y
religiosidad y, por tanto, digna de fe. Sobre otra visita a don Bosco en Niza, véase Apéndice, doc. núm. 16.
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la noticia del paso de don Bosco, había un arrebato de afecto tal por él que, habiéndose encontrado una vez presente el padre Manin,
antiguo misionero y autor de la biografía del célebre y venerable cura de Ars, decía: Son las mismas escenas de Ars y casi me parece
encontrarm e en ellas toda vía" 1.
Estuvo unos días en Cannes. Se hospedó en casa del marqués de La Croix Laval. Un día, le presentó la Marquesa a sus nietecillos y le
dijo:
-Quisiera, Padre, que algunos de estos niños se hiciesen sacerdotes.
-Señora Marquesa, uno sólo lo será.
La profecía se cumplió en la persona del abate de Saint Trivier, incardinado en la diócesis de Dijon.
El dos de marzo, desayunó en casa de un señor de ochenta y cinco años, al que lo había llevado el afectuoso cooperador monseñor
Guigou, capellán en una importante residencia sanitaria. Todos sus familiares deseaban ardientemente que el anciano señor volviese a las
prácticas religiosas. La presencia de don Bosco produjo en la familia una gran impresión y también un saludable efecto en el ánimo de
aquel hombre, como se vio en el mes de julio siguiente. En efecto, volvió a su pueblo natal Gérardmer y, aunque atormentado por los
sufrimientos, no cayó en la desesperación y el desvarío, sino que determinó reconciliarse con Dios, después de lo cual pareció que
mejoraba su salud; pero, como no le era posible salir, quiso recibir la santa comunión en casa.
Además, como ((44)) no había recibido la confirmación en su juventud y se encontraba de paso por allí monseñor Turinaz, nuevo obispo
de Nancy, su diócesis, le pidió humildemente le administrara aquel sacramento. La alegría de los suyos llegó al colmo 2.
En aquella población, llena de forasteros adinerados, debió tratar como siempre, con muchas personas y visitar varias comunidades; pero
faltan documentos 3. Don José Ronchail contaba una escena que le impresionó vivamente a él y a cuantos fueron testigos. Faltaban cinco
minutos para la salida del tren y don Bosco estaba a punto de subir al coche, cuando se acercaron dos oficiales de alta graduación, quizá
coroneles o generales, le saludaron con el mayor respeto, y doblaron la rodilla ante él, pidiéndole la bendición; él lo hizo con toda bondad
y sencillez.
1 Referido por don Miguel Rúa en la circular citada.
2 Carta de la señora Ana Nötinger a don Bosco, Gérardmer (Vosgos), 28 de julio de 1883.
3 Hay una breve pero significativa mención de su encuentro. Apéndice, doc. núm. 17.
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Salió de Cannes, se detuvo en Fréjus para saludar al Obispo. El Prelado le pidió unas medallas de María Auxiliadora, para enviarlas a
una noble señorita de París, ahijada suya, que se encontraba gravemente enferma y a punto de morir. La enferma recibió una de aquellas
medallas, se la puso al cuello, comenzó una novena y, a la mitad de la misma, quedó curada. Cuando don Bosco llegó a París, repartía un
día medallas a la gente, apiñada a su alrededor; se le acercó también la ahijada de Monseñor y le pidió una. El, que nunca la había visto, la
miró y le dijo:
-A usted, no; porque ya la recibió del Obispo de Fréjus, su padrino 1.
El Obispo habíale concedido que pudiera hablar al pueblo en la catedral, cuando quisiera. Después del discurso, un señor de la ciudad,
llamado Fabre, padre del actual alcalde (1934), se presentó en la sacristía para recomendar a sus oraciones a su propia mujer, muy enferma
y a punto de perder la vista. El Santo bendijo un objeto de devoción perteneciente ((45)) a la enferma y después añadió:
-Dígale que no morirá ciega.
En efecto, falleció a edad muy avanzada, conservando siempre la vista. Padeció fuertes dolores de ojos; especialistas de la facultad de
Montpellier le aconsejaron una intervención quirúrgica; pero ella no quiso avenirse a ello, repitiendo siempre: -Don Bosco me aseguró que
no moriría ciega.
Hubo en aquella ocasión varias señoras que se hicieron celadoras de las obras salesianas; una de ellas, soltera, fue tan activa durante
muchos años, haciendo suscripciones y recogiendo prendas de vestir para los huerfanitos de don Bosco que un simplón de la ciudad,
cuando la encontraba por la calle, solía saludarla diciendo:
-Buenos días, señora don Bosco.
El día seis por la tarde, llegaba a La Navarre 2. Entró en la nueva casa en medio de los gritos de júbilo de aquellos jovencitos. Las obras
comenzadas hacía menos de un año, se habían realizado con tanta velocidad que no le faltaba al edificio más que la bendición de don
Bosco. En el momento mismo de su entrada, se celebró en su honor un cordial y breve acto académico. Terminado éste, dijo él:
-Cuando un padre vuelve a ver a sus hijos, tras una larga ausencia, cada uno de ellos le dice: buenos días, padre; buenos días, papá. Y
1 Don José Ronchail dio testimonio del hecho a Lemoyne.
2 Extraemos las noticias de la visita a La Navarre de una breve crónica italiana de aquella casa. En el volumen II de la Vida se cita esta
visita, refiriéndola a una carta del inspector don Pablo Albera de este año, mientras que es del 1882. véase vol. XV, pág. 435.
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eso lo dice todo. Vosotros habéis querido hacer más y yo me alegro con vosotros: habéis progresado en música desde el año pasado.
Quiero creer que también habéis progresado en bondad y en saber. Seguid creciendo en gracia y en salud ante Dios y ante los hombres y...
procurad que no os falten nunca las ganas de comer.
En las primeras horas de la tarde del día siete bendijo solemnemente el nuevo edificio y después llevó a cabo otra ceremonia. La capilla,
que habían tenido hasta entonces, no bastaba para el crecido número de muchachos. Precisamente en previsión de esta insuficiencia, en
mayo del 1882, había propuesto al conde Colle la necesidad de resolver solícitamente esta necesidad y el Conde le ((46)) había prometido
para este fin un donativo de veinte mil francos; por lo cual se decidió, sin más, construir una iglesia decorosa y capaz. Así pues, ya estaban
concluidos los preparativos, de suerte que pudo bendecir la primera piedra. Hacía aquel día muy mal tiempo; sin embargo asistieron a la
doble función los más insignes bienhechores de la casa 1.
El ocho de marzo, después de misa, entre las lágrimas y los vítores de sus queridos hijos, salía el buen Padre hacia Hyères 2 y Tolón.
Fue, durante unos días, huésped muy codiciado de los condes Colle, a quienes contó las tres horas de tren pasadas en conversación con su
hijo Luis, fallecido dos años antes 3.
Durante su vida, sostuvo don Bosco diversas conversaciones con fundadores y fundadoras de Congregaciones religiosas. En Tolón se
encontró con un joven, que llegó a ser el padre Félix Rougier, que vive todavía en Méjico, donde ha fundado la Congregación del Espíritu
Santo. El año 1878, tenía él dieciocho años y era novicio de los Maristas en Lyon, pero una llaga en la muñeca derecha, rebelde a toda
cura, le obligó a volver a su casa. Cinco años después tenía todo el brazo que no era más que piel y hueso. La madre, que veneraba mucho
a don Bosco, lo presentó al Santo en Tolón, pidiéndole que lo bendijese y le obtuviese la curación para que pudiera hacerse sacerdote. El
joven se arrodilló ante él. Don Bosco tomó su cabeza entre las manos, rezó una breve oración y le bendijo. El efecto fue inmediato,
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1 Véase el doc. núm. 18 del Apéndice, sobre una visita recibida por don Bosco en La Navarre.
2 Bulletin Salésien de agosto de 1885. El único recuerdo de este paso por Hyères es la carta de Isabel Guille, la cual escribió a don
Bosco el 15 de noviembre de 1883, desde París: "La curación de mi madre, que le hemos recomendado varias veces, va por buen camino,
está casi obtenida; deseamos que la Santísima Virgen le conceda completamente la curación. Le recomiendo todavía muy especialmente la
curación de la señorita Felisa Sanguier, a quien usted ha visto en Hyères".
3 Véase vol. XV, pág. 86.
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pues cesaron los dolores, se cerró la llaga y, poco más tarde, el brazo no presentaba ninguna anomalía. En memoria del prodigio, el padre
Rougier y sus hijos honran a san Juan Bosco como patrono especial de la Congregación.
((47)) La tarde del dieciséis de marzo, hubo gran fiesta en el Oratorio de San León de Marsella, para celebrar la llegada de don Bosco 1.
Pero sólo conocemos la mínima parte de todo lo que se hizo y vamos a narrarlo.
En la ya mencionada circular de don Miguel Rúa a los Inspectores, se lee una noticia general: "A mediados del mes actual llegó a
Marsella, desde donde nos escriben que don Bosco está todo el día atareado con los forasteros; a toda hora, entran en casa coches con
enfermos más o menos desahuciados, que vienen a pedir su bendición, en la que tienen ilimitada confianza". Pero aquel ir y venir de gente
no le ocupaba tanto como para no dejarle pensar en los asuntos lejanos. Pensaba en la iglesia del Sagrado Corazón, fin principal de su
viaje; pensaba en las Misiones. En Lyon le habría sido muy útil un documento de la Secretaría de Estado que equivaliera a un
reconocimiento positivo de las Misiones salesianas por parte de la Santa Sede. Para lo uno y lo otro escribía desde Marsella al Procurador.
Muy querido Dalmazzo:
Hago lo que puedo; pero es preciso que tú y don Angel Savio os industriéis para encontrar dinero.
Para tu norma, te diré: que se enviaron tres mil francos desde Cannes, por medio de don José Ronchail. Esta cantidad no tiene nada que
ver con la que se envió, por equivocación, a monseñor Macchi.
Se enviaron otros dos mil francos desde Hyères.
Esta semana no recibirás más. Te enviaré algo, cuando salga de aquí; porque se trata de pagar grandes deudas de nuestras casas.
Sería muy provechoso si monseñor Jacobini creyese oportuno extendernos un escrito donde dijese:
1.° Que las misiones de Uruguay y Patagonia se comenzaron con el beneplácito y por orden del Padre Santo Pío IX.
2.° Que, en este momento, se trata en la Sagrada Congregación de Propaganda de dividir la Patagonia en tres Vicariatos, conforme al
deseo del Santo Padre.
3.° Que se recomiendan estas misiones a la pía obra de la ((48)) Propagación de la fe, para que se las dispense benévola protección.
Animo, que en Roma no falta dinero.
Escribiré tan pronto como haya salido de este jaleo.
1 Libro de Actas, sesión del 15 de marzo de 1883.
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Quaerite et invenietis. (Buscad y encontraréis).
Dios nos bendiga a todos.
Marsella, 10 de marzo de 1883.
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Afmo. amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
El veintinueve fue el día de los Cooperadores 1. Después de la misa, don Bosco bendijo una bonita estatua de María Auxiliadora,
donativo de una piadosa familia marsellesa y destinada a la capilla del Oratorio. Después del sagrado rito, se congratuló con los devotos
presentes por la fe que veía en Marsella no sólo en los pobres, sino también en la nobleza; lo mismo en las mujeres, que en los hombres;
alabó su frecuente recepción de los sacramentos y les exhortó a la perseverancia y confianza en María Auxiliadora. El Obispo presidió la
reunión de la tarde; los últimos en llegar no encontraron sitio ni en los aledaños de la capilla. Don Bosco, después de una introducción de
ocasión, informó al auditorio del estado de las casas salesianas de Francia, siguiendo el orden en que las había visitado. Habló
naturalmente en francés. El abate Mendre, que había sido nombrado párroco de San Trófimo, y ya no pudo redactar su relación, hablando
con don Pablo Albera después de la reunión, sobre la conferencia de don Bosco, le dijo:
-La elocuencia de don Bosco no es la de los demás. Sí, habla diferente, pero gusta siempre.
Empezó, pues, a hablar de Niza.
En Niza me encontré con una casa recién construida para las hermanas dedicadas al colegio; un local idóneo para la instalación de
algunos talleres más y una capilla para las funciones religiosas. Estas construcciones permitieron que el número de alumnos pasara de los
cien a los doscientos. Cien muchachos más que se imponen en un oficio, adquieren los elementos de las letras y las ciencias y aprenden a
conocer y amar a Dios, es algo muy consolador.
((49)) De Niza pasé a La Navarre, cerca de Tolón. Allí, como sabéis, hemos recogido huerfanitos campesinos desamparados; es una
escuela agrícola, que ya ha producido buenos frutos y se prepara para producirlos mejores. El año pasado no había más que una vieja
casucha que amenazaba ruina. Era menester una reparación urgente. Faltaban los medios; sin embargo, con la confianza puesta en Dios, se
bendijo la primera piedra de un edificio nuevo y amplio, con capacidad para más de ciento cincuenta muchachos. Ya está terminado y
quien, como yo, viera el año pasado lo que allí había y contemple lo que actualmente hay, quedará admirado y tendrá que dar gracias al
Señor que tan visiblemente nos ha protegido.
1 Circular de invitación en el Apéndice, doc. núm. 19.
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Entre las casas fuera de Marsella me queda por hablar de Saint-Cyr. Los peligros y seducciones, a que están expuestos los jóvenes del
campo, diría que casi son mayores para las pobres huerfanitas. Ordinariamente tienen que ir a las ciudades para ganarse la vida y allí
adaptarse a toda clase de oficios, a todo género de servicios. La falta de educación y de religión por una parte y, por otra, el escándalo, la
corrupción y la malicia causan verdaderos estragos. "Quién puede contar todas las víctimas? "Quién puede decir cuántas de estas criaturas
vuelven a sus casas como habían salido? Ya véis que urge oponerse a tantos peligros de perversión. Era, pues, necesario pensar en las
huerfanitas del campo, y se ha puesto remedio a ello. Para este fin se abrió la casa de Saint-Cyr. Hay en ella unas cuarenta chicas, que son
mantenidas, educadas e instruidas; trabajan en el campo, reciben cultura intelectual, religiosa y moral; aprenden lo correspondiente a su
sexo y condición, y preparan así su porvenir.
Pero esta casa, lo digo con pena, está demasiado separada de los centros de población, por lo que es poco conocida y no goza de la
caridad que sostiene y hace florecer las de Niza, La Navarre y Marsella. Habría que duplicar, y aun triplicar, el número de las atendidas,
pero al presente faltan los medios. Esperamos, sin embargo, poder comenzar pronto, allí también, un edificio nuevo. Hemos declarado la
guerra al infierno y no vamos a dejarnos vencer en actividad por los hijos de las tinieblas.
Sobre nuestro oratorio de Marsella no hacen falta muchas palabras; vosotros veis lo que se ha hecho. Se terminó esta capilla, se compró
el terreno para un tercer edificio y nos vemos obligados a levantar una nueva ala para escapar a la mirada constante de los que nos rodean.
La construcción será habitable cuanto antes y así el número de alumnos pasará de los trescientos de hoy a más de cuatrocientos. Se
comprende que para todo esto se necesita dinero y, a falta de ello se contrajeron deudas. "Sabéis a cuánto ascienden? íA cien mil francos!
íEse ha sido el primer saludo que me dieron los superiores de la casa! íMe presentan una nota a saldar, que comprende con una serie de
otras deudas menores, casi doscientos mil francos! Se trata ahora de concretar, es decir, pagar a los acreedores, que no se conforman con
((50)) palabras; hay que buscar los medios. Alguno propondrá la oración, pero la oración no basta; hay que juntar las obras con la oración.
Y no son solamente los acreedores, quienes no se conforman con las oraciones, sino también los muchachos. Porque ellos comen pan,
mucho pan, y por más que se haga y se diga para que abandonen esta costumbre, no se dan por enterados ni un solo día. No pretenden
golosinas; quieren pan y sopa a discreción; esto es lo que piden y lo que nosotros debemos suministrarles.
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Preguntará alguno:
-Entonces, "qué hay que hacer para extinguir una deuda tan grande?
-En Turín se terminó hace poco una magnífica iglesia, que, costó poco menos de un millón. Pues bien, "sabéis cuánto dinero tenía en el
bolsillo al comenzar las obras? Cuarenta céntimos. Aquella semana todo eran apuros para pagar a los obreros, cuando he aquí que
llamaron al superior a la cabecera de una señora enferma, la cual, sin esperanza de alivio alguno con los remedios humanos, ponía toda su
confianza en Dios y en la intercesión de María Auxiliadora.
-Cierto, le contestó el sacerdote, María la ayudará, pero es necesario que usted haga también lo que pueda de su parte. Ante todo, rece y
rece de corazón, durante una novena, tres padrenuestros, avemarías y glorias cada día, más una Salve.
-Lo haré con mucho gusto y con la mayor devoción.
-Pero no basta, añadió el Superior. Tiene que hacer alguna obra en honor de la Virgen y debe ayudarme en la obra que he empezado (y
le dijo cuál). No sé realmente
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cómo componérmelas para pagar a los obreros el próximo sábado y usted tendría que encargarse de pagarlos por mí.
-Prometo hacerlo; que la Virgen me conceda la gracia de poder levantarme el sábado de esta cama. "Pero cuánto hace falta?
-Para esta semana hacen falta mil liras.
-Pues bien, vuelva el sábado y las tendrá.
El Superior volvió el día señalado, después del mediodía, a casa de la enferma; llamó a la puerta, salió la camarera a abrir y le pidió
noticias de la señora.
-íPadre, está completamente curada! Se ha levantado y, no satisfecha de pasearse por la habitación, ha salido para ir a la iglesia.
-Alabado sea Dios, exclamó el sacerdote. "Pero no ha dejado nada para entregarme?
En aquel momento entró la señora, contó la curación, entregó la cantidad prometida y siguió ayudando a la santa empresa hasta que ésta
se acabó.
He ahí, señores, uno de los muchos hechos, que dieron vida al santuario de María Auxiliadora en Turín. Del millón que se gastó ((51))
muy bien podemos decir que ochocientas mil liras fueron entregadas por gracias recibidas con intercesión de la Madre de Dios. Lo que
sucedió en Turín, espero que se repita en Marsella para el oratorio de San León.
Dio las gracias a las personas que se lo merecían, habló de los progresos realizados en varias partes y concluyó con el date et dabitur
vobis (dad y se os dará) 1. En estas palabras se inspiró el señor Obispo.
Animó a los Cooperadores a colaborar con don Bosco, instrumento de la divina Providencia, y estimuló a todos los presentes a hacer el
bien con el ejemplo y las limosnas, y siguió con una graciosa historieta.
-En Africa del norte, dijo, había un convento que no poseía nada y, sin embargo, mantenía con la caridad de los fieles a sus religiosos y
a gran número de pobres; con el correr del tiempo, disminuyeron tanto las limosnas que se encontraba en graves apuros. Preocupado el
superior y no sabiendo cómo tirar adelante, fue a ver a un compañero suyo, rector también de una comunidad, y le expuso las condiciones
en que se encontraba. Aquél, en cuanto comprendió por sus palabras que allí, por miedo a quedarse sin blanca, habían ido reduciendo
poquito a poco las limosnas a los pobres y a la postre las habían suprimido por completo, encontró al punto la explicación de lo sucedido.
En aquella casa vivían dos hermanas, que se llamaban Date
1 El Echo de N. D. de la Garde (8 de abril de 1883, núm. 19) escribía: "El cautivador relato, contado con gracia encantadora y paternal
abandono por don Bosco, impresionó vivamente al selecto auditorio que se agrupaba al pie del púlpito. La piadosa solicitud de los fieles
para con el santo religioso y la adhesión cada vez mayor de los católicos son, sin réplica, el mejor testimonio que Dios da a la virtud que
ha presidido la fundación de esta obra y que trabaja para su desarrollo".
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(dad), la una y Dábitur (se os dará) la otra; al echar fuera a la hermana Date, se había marchado también con ella la hermana Dábitur,
dejando a los religiosos en la miseria.
Los oyentes sonrieron y sacaron la moraleja de que, hacer bien al prójimo, es el medio para recibir de Dios toda suerte de bendiciones.
Las cantidades recogidas por don Bosco en las dos semanas que pasó en Marsella, valieron para aportar al oratorio de San León un alivio
momentáneo e insuficiente. Como él reconoció, atravesaba entonces la ciudad un período de penuria ((52)) económica, que no permitía la
munificencia de los tiempos normales. En atención a esta situación, moderó algo su llamamiento a la caridad, reservándose buscar también
en otras partes la ayuda necesaria contemporáneamente. Al mismo tiempo, había recibido concretos y halagüeños ofrecimientos de Lille y
de Barcelona. El abate Guiol comparaba las dos cosas y sacaba motivo para animar a las señoras de la comisión marsellesa.
"La Providencia, les dijo 1, se manifiesta siempre visiblemente en favor de la obra de don Bosco y confirma con la continuidad de su
protección la palabra de Pío IX: "don Bosco es un apóstol y tengo en él la mayor confianza". En efecto, en sus casas y entre la fluctuante
población por él reunida en ellas domina un sensible influjo, que es irradiación de su santidad. Los muchachos del oratorio de San León,
con su comportamiento piadoso y recogido, son una verdadera predicación, que en muchas ocasiones ha ganado para la casa con las
solemnes ceremonias de la parroquia las simpatías de personas que se habían alejado de ella. La bondad de los muchachos ha hecho que se
aprecie la excelencia de la obra y ha sido una propaganda más eficaz que todas las explicaciones y recomendaciones".
En el seminario tuvo lugar un singular episodio que demuestra la veneración que rodeaba a don Bosco en Marsella. Un rico señor y gran
bienhechor de la casa deseaba proporcionar a su hijo seminarista la sorpresa de una visita de don Bosco. Don Bosco accedió a dejarse
llevar allá.
Llegados al seminario pidieron ver al Rector y les dijeron que no estaba. Pidieron entonces ver al Vicerrector, el cual compareció, y
cortésmente, pero con cierto entono, preguntó qué querían de él.
-Permiso para poder ver al joven Olive, contestó el padre.
-No se puede. Los seminaristas están en clase.
1 Libro de Actas, sesión del 12 de abril de 1883.
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-Pero es un caso excepcional, observó don Bosco. Se trata ((53)) de un amigo suyo forastero, que no puede volver de nuevo.
-Siento que se encuentre usted en tal circunstancia. Es un caso, en el que solamente el Rector podría hacer excepción. Yo no me
permitiré ciertamente semejante arbitrariedad.
-Sin embargo, nos tiene que conceder este favor, replicó don Bosco. Estoy segurísimo de que tendrá la aprobación de su superior.
-Perdone; yo no entro ni salgo en las intenciones del superior. Tengo el reglamento y esto me basta.
El altercado se prorrogó con la gentil insistencia del uno y el cortés rechazo del otro, hasta que el padre del seminarista perdió la
paciencia y dijo enojado al vicerrector:
-"Pero usted sabe con quién habla?
-Lo veo, hablo con un sacerdote, a quien supongo persona de categoría, aunque no fuera más que por estar en su compañía. Pero eso no
es una razón que me autorice a quebrantar el reglamento.
-íEs que es don Bosco!, le gritó el señor Olive.
-íAh, es don Bosco!, exclamó el sacerdote.
Y dicho esto, cayó de rodillas, repitiendo:
-íDon Bosco! íDon Bosco!
Al oír aquel nombre y aquellas voces, salieron corriendo de las aulas profesores y alumnos, gritando también:
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-íDon Bosco! íDon Bosco!
Bajaron las escaleras, se agolparon a su alrededor y le agarraban las manos para besárselas. Fue una escena de entusiasmo conmovedor.
En el intervalo entró el Rector. Mandó reunir a los seminaristas en un salón y llevó allí a don Bosco, rogándole les dijera una palabra:
Todos esperaban quién sabe qué; pero don Bosco, con toda sencillez, comenzó a preguntarles:
-"Cuántos diáconos sois?
-Tantos.
-"Cuántos subdiáconos?
((54)) -Tantos.
-Pues bien, oíd una gran verdad. Un día no muy lejano todos vosotros seréis sacerdotes; y ahora no olvidéis nunca lo que os voy a decir.
Un sacerdote no va nunca solo al paraíso o al infierno; va siempre con él un gran número de almas salvadas por su santo ministerio y su
buen ejemplo o perdidas por su negligencia en el cumplimiento de sus deberes y su mal ejemplo. No lo olvidéis.
Confirmó después su afirmación con hechos de la historia eclesiástica.
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En una hora de suprema angustia para la familia Olive, la palabra de don Bosco había llevado un rayo de consuelo. En la llamada
campaña contra los Krumirs de Argelia 1 dos hijos del señor Olive militaban en las tropas de operación. La madre escribió a don Bosco y
éste contestó que ninguno de los dos moriría en aquella guerra. Pero, habiéndose declarado entre los soldados una epidemia mortífera, uno
de ellos, atacado por la fiebre tifoidea, sucumbió. La madre volvió a escribir recordando a don Bosco su profecía. Este contestó que él
había visitado entonces los campos de batalla y, como no había visto a sus hijos entre los cadáveres, por eso había dicho que no morirían
en guerra. En cuanto al segundo, víctima también del mismo mal, aseguró que, cuando él volviese a Marsella y se sentara a la mesa con la
familia Olive, aquel hijo sería el rey de la fiesta, y se sentaría en el puesto de honor. Y así fue, afirma Lemoyne, que oyó al padre contar el
hecho 2.
Esta familia Olive no tiene nada que ver con la otra homónima, en la que nació nuestro don Ludovico, muerto el 1919 como misionero
de China. Parece que éste, ((55)) sostuvo precisamente el año 1883 su primer encuentro con don Bosco; tenía entonces dieciséis años. Fue
entonces cuando una celosa cooperadora puso a los Olive en relación con el Siervo de Dios, que aceptó la invitación para ir a comer a su
casa. La numerosa prole, trece entre varones y hembras, llamó enseguida su atención. Después de la comida quiso pasarles revista y decir
su palabrita a cada uno. Cuando le llegó la vez a Ludovico, lo miró con mirada penetrante y, después, volviéndose a la madre, dijo:
-Este será para don Bosco.
Era el benjamín de la mamá; sin embargo, aquella mujer profundamente cristiana, en 1886, lo ofrecía al Señor poniéndolo en las manos
de su santo Siervo 3.
El nombre de monsieur Olive se hizo popular en el Oratorio por una singular corazonada suya. En el año 1883 fue a Valdocco, donde
fue recibido como se acostumbraba entonces hacer a la llegada de
1 Esta campaña argelina fue declarada como consecuencia de las correrías de los Krumirs, efectuadas los días 30 y 31 de marzo de 1881
en el territorio de Constantina. Francia envió allá cuarenta mil hombres. La campaña concluyó con el tratado del Bardo o de Ksar-Said,
(12 de mayo de 1881) por el que Túnez se puso bajo el protectorado de Francia.
2 Don Juan Bautista Lemoyne vio en Marsella al joven, de regreso de Africa y todavía no restablecido totalmente, y esto algún tiempo
antes de que don Bosco fuera a aquella comida. La fiesta de familia se hizo en 1882 o en 1883.
3 V. CHANTIER. Un missionaire salésien. Le Père Ludovic Olive. Niza, Escuelas Profesionales Salesianas. Don Bosco, 1931.
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bienhechores insignes. Después de la comida, salió al patio de recreo, se mezcló con los muchachos y, entre otras cosas, les dijo que un
día, a señalar por don Bosco, quería darles de comer medio pollo a cada uno. Y llegó el día suspirado en que hubo que ir en busca de
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quinientos pollos. En "Porta Palazzo", el gran mercado general de Turín, los vendedores de la plaza exponían muy de mañana largas
hileras de pollos colgados de unas varas, por acá y por allá, sacrificados y desplumados la noche anterior; al amanecer llegaban los
proveedores de las fondas para comprarlos. Pero aquella mañana, con gran sorpresa por su parte, no encontraron ni uno en ningún lado: en
todos los puestos oían lo mismo:
-Don Bosco se los ha llevado todos.
En efecto, el famoso Rossi, cocinero de la casa, que conocía la costumbre de los compradores, había acaparado muy tempranito toda la
mercancía. Oíanse comentarios fáciles de imaginar, surgieron altercados de clientes asiduos con sus vendedores; pero no había remedio,
aquel día la pollería de "Porta Palazzo" hervía en las ollas del Oratorio.
Expondremos todavía tres hechos, que tuvieron algo de extraordinario, ((56)) aunque el primero pertenezca al año 1882 1. La víspera de
la conferencia, don Bosco volvió a ver en la casa de Marsella a dos personas, que iban a dar gracias muy de corazón a María Auxiliadora.
El once de febrero del año anterior, se le había presentado una mujer con su hijo, víctima de un mal incurable según los médicos: una
pústula maligna le atormentaba el ojo izquierdo y no había más remedio que la extirpación del mismo. Don Bosco recomendó a la madre y
al hijo gran confianza en María Auxiliadora y dio al enfermo la bendición de la Virgen; la gracia no se hizo esperar, pues, tres días más
tarde, el ojo volvía a su estado normal y para la solemnidad de la Ascensión había desaparecido toda debilidad en el órgano de la visión.
Junto con la acción de gracias a la Virgen, entregaron a don Bosco un donativo considerable.
El segundo hecho comenzó el día mismo de la conferencia. La condesa de Aure anunciaba a don Bosco, con un telegrama del
veintinueve de abril, desde Berna, que su esposo, atacado de pulmonía con complicación en las meninges, padecía agudos dolores;
recurría, pues, a sus oraciones y a las de sus buenos muchachos para obtener el alivio del enfermo. A la mañana siguiente, un nuevo
telegrama anunciaba
1 De los dos primeros hace mención don Miguel Rúa en una segunda circular del cinco de abril a los Inspectores.
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las condiciones desesperadas y pedía oraciones con más instancia. Don Bosco hizo que se rezara inmediatamente con esta intención. Pasó
el día, amaneció el siguiente y llegó otro telegrama con estas sencillas palabras: Il est sauf (está a salvo). La prodigiosa curación fue
duradera.
El tercer hecho está relacionado con la ida de don Bosco a Aviñón. Los señores Almaric tenían allí una hija, enferma hacía más de tres
meses y desahuciada desde unos días antes por los médicos. Los padres fueron a toda prisa a Marsella para suplicar a don Bosco que se
dignase ir a verla y darle su bendición. El, que ya había determinado parar ((57)) en Aviñón, prometió contentarlos. Con este consuelo en
el corazón, los desolados padres volvieron rápidamente a su casa.
Una carta a la señorita Clara Louvet, que puede verse en el último apéndice, desconcertaría toda esta cronología del viaje, de no admitir
un error en la fecha: "Marsella, dos de marzo". El dos de marzo, según se lee en ella, don Bosco tenía que estar ya en Marsella. Pero
resulta, por las actas de la comisión de señoras, que se debe excluir toda duda de que él no estuvo en Marsella antes del día dieciséis. Hay
que admitir, por tanto, que, después del día dos falta una cifra, quizás otro dos. El itinerario trazado en dicha carta sufrió sus retoques en e
decurso del viaje 1.
Salió, pues, de Marsella el lunes por la tarde, día dos de abril, con don Camilo de Barruel como secretario. Por una feliz combinación,
pudieron viajar en el exprés que, sin parada en ninguna estación, los llevó en dos horas a la histórica ciudad de los Papas. La noticia de su
llegada había llevado a la estación una numerosa muchedumbre, que le aguardaba a la salida; mas, para librarlo del asalto de tanta gente,
le sacaron fuera secretamente a través del café cercano y allí subió a un coche que se metió por una calle velozmente. La gente, que se dio
cuenta de lo ocurrido, corrió tras él. "Era de risa, escribe Camilo de Barruel, y a la par consolador, contemplar aquella singular
manifestación de entusiasmo y afectuosa veneración 2.
Ya dentro de la ciudad, don Bosco se apeó ante la casa del señor Miguel Bent, que tenía un gran comercio de ornamentos y objetos
1 La omisión se explica tal vez de esta manera. En la cabecera de la página sobre el primer renglón, don Bosco escribió con grandes
letras: Oratoire St. Léon, Marseille. La palabra Marseille termina casi el corto renglón, pues las dimensiones de la hoja eran pequeñas.
Debajo de Marseille viene: 2 Mars 83. Pero el ojo no había medido bien el espacio, de modo que apenas comenzó a escribir, advirtió la
necesidad de juntar más las letras para que cupieran todas. Esta preocupación debió hacerle olvidar la repetición de la cifra.
2 Circ. cit. de don Miguel Rúa y carta de don Camilo de Barruel al conde Colle, Valence, 5 de abril de 1883.
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sagrados. El almacén que era muy espacioso, estaba atestado de gente, que se apretaba ((58)) a las paredes para dejarle paso y recibir su
bendición 1. Pero, en aquella invasión de gente, reinaba una tranquilidad recoleta y silenciosa, indicio de una veneración, de la que sólo
don Bosco no se daba por enterado. El señor Bent le seguía por todas partes para protegerlo, pues le veía algo fatigado, por lo cual el santo
le llamaba su ángel custodio, lo mismo que llamaba su monaguillo, enfant de choeur, a su hijo, porque le ayudaba la misa. Pero, no
obstante estas precauciones, le destrozaron toda la sotana para hacer reliquias. Al darse cuenta de aquella labor clandestina, dijo
bondadosamente y sin malicia:
-Me cortan la sotana; ísi al menos fuese para darme otra nueva!
En efecto, su huésped mandó al hijo Guillermo que le proporcionara una nueva, que estuvo preparada poco antes de la hora de partir.
A la mañana siguiente, celebró la misa en las damas del Sagrado Corazón, una de las cuales era hermana de su secretario. Acabada la
misa, se vio literalmente asediado por señoras, cada una de las cuales quería una bendición individual y una palabrita particular. Cediendo
después, a las insistencias del Arcipreste, aceptó hablar a las cuatro de la tarde en la iglesia mayor de San Agrícola, donde el Papa
Gregorio XI instituyó el culto público y litúrgico de san José, el año 1371.
La amplísima iglesia se llenó de fieles, "como poco antes el día de Pascua, que ya es decir", observaba un diario 2. Otro diario publicaba
una correspondencia 3 de Aviñón, en la que se leía: "Admirábamos no sólo la afluencia de piadosos fieles que acudían a implorar un
consejo, una bendición, un recuerdo, sino también la amable sencillez, la humildad sonriente y la abnegación del santo varón, ((59)) que
atendía y bendecía a todos, pobres, pequeños y enfermos, como lo hubiera hecho un Francisco de Sales, un Vicente de Paúl, un venerable
cura de Ars".
Y decía el mismo diario sobre la conferencia: "Ante un inmenso auditorio, don Bosco tuvo que alabar a la ciudad de los Papas, fiel a las
tradiciones del pasado y profundamente católica, añadiendo que, en aquel momento, habría querido poseer la elocuencia de los más
1 El joven José Franþon le escribía, desde Tarascón, el 30 de mayo, cuando muchos diarios hablaban de don Bosco en París: "Soy aquel
joven curado por Nuestra Señora de Lourdes, que iba vestido de azul y que, junto con su padre, tuvo la dicha de verle y recibir su
bendición en casa del señor Miguel Bent, en Aviñón, el pasado mes de abril. Usted tuvo incluso la bondad de prometerme un recuerdo
especial en su misa del día siguiente".
2 Gazette du Midi, 5 de abril de 1883.
3 Semaine religieuse de Niza, 22 de abril de 1883.
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ilustres oradores franceses, Fenelón, Bossuet, Dupanloup. Después contó la historia de los Oratorios salesianos, disculpándose, con
singular delicadeza, por tener que hablar de su propia persona, no por orgullo, dijo, sino por contar sencillamente lo que se ha hecho. Es
difícil describir con qué gusto se escuchaba aquella palabra, a un tiempo tan ingenua, tan apostólica y de tan admirable lucidez; el acento
italiano y a veces las frases extranjeras estaban muy lejos de estropear aquel discurso".
Volvió a decir la misa, al día siguiente, en la misma iglesia y fue también a oírla la hija de los señores Almaric. Había ido a visitarla el
día anterior y la había encontrado en pésimas condiciones. Enferma de tuberculosis pulmonar, llevaba tres meses en cama; los médicos le
daban, cuando más, quince días de vida. Don Bosco, después de animarla, ordenó a la familia que hiciese la acostumbrada novena,
prometiendo rezar él también y diciendo que la enferma curaría, si aquella era la voluntad de Dios. Los padres hubieran querido que la
misma enferma pidiese la curación expresamente a don Bosco; pero la buena hija, jovencita de dieciséis años, sólo se atrevió a pedirle que
pudiera asistir a su misa a la mañana siguiente. Don Bosco le aseguró que iría.
Todos los de la casa se prepararon para la ceremonia. Volvieron a ver por la tarde al Siervo de Dios, el cual confirmó lo que había dicho
añadiendo que la enferma podría también recibir la comunión; sin embargo, aconsejó que, por prudencia, le sirvieran un refrigerio a eso de
las tres o las cuatro; que él tenía facultad para autorizarlo. Pero hacia las siete, ((60)) que era la hora de ir, la pobrecita no se sentía con
fuerzas para levantarse. Se encaminaron los demás. Al llegar a la iglesia, se lo comunicaron a don Bosco, que, al instante contestó: -Sí, sí;
ella vendrá.
íCosa sorprendente! Mientras el santo decía estas palabras, la enferma dijo de improviso a la hermana, su asidua enfermera:
-Creo que puedo ir a misa.
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En efecto, se levantó, la vistieron a toda prisa, bajó la escalera y partió con la hermana en coche. Cuando ellas entraron en la iglesia, se
produjo un movimiento de estupor. Acababa de empezar la misa. La enferma siguió el santo sacrificio sin fatiga, comulgó, y volvió a casa
estuvo levantada varias horas, tanto que la llevaron en coche a dar un paseo. No curó; pero la mejoría duró tanto como para permitir
llevarle al campo. Allí, el día veinticuatro de mayo, oyó nuevamente la misa con todos los suyos y comulgó sin dificultad en la parroquia,
distante tres kilómetros de la finca. Se acercó también a la sagrada
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mesa el padre, notario en Aviñón, que hacía muchos años rio cumplía con Pascua, y ésta fue considerada como una segunda gracia.
Muy pronto llegó la tercera. El año 1883 la solemnidad de María Auxiliadora fue trasladada, por razones litúrgicas, al día cinco de
junio. Pues bien, se les ocurrió a aquellos señores la idea de llevar para aquel día a su enferma a Turín. Consultado el doctor, se opuso
resueltamente. Escribieron a don Bosco, rogándole que diese su parecer.
Don Bosco telegrafió que fuese sin temor. La acompañaron su madre, su hermana y el cuñado:
-íPobrecita! No la traerán viva a casa, dijo el médico a un primo de la enferma.
Por el contrario, el viaje resultó muy bien. Don Bosco los recibió bondadosamente, los convidó a comer el día de la fiesta. Hicieron
naturalmente todas sus devociones, asistieron al banquete con un numeroso grupo de invitados y siempre en compañía de la joven; al fin,
partieron con una dulce confianza en el corazón. Pero el 23 de mayo de 1884, María Auxiliadora llamó a su devota al paraíso. Pudo recibi
todos los sacramentos y expiró ((61)) invocando a don Bosco. "Si don Bosco no pudo hacer el milagro deseado, escribía la anciana
hermana muchos años después 1, nos obtuvo, sin embargo, gracias importantísimas".
En la sacristía de la parroquia se paró mirando fijamente a un monaguillo, y le dijo:
-Tú serás cura.
Y fue sacerdote: es actualmente el canónigo Aurouze.
Se acercaba la hora de la partida y no fue fácil empresa librar a don Bosco de la avalancha de gente que invadía la sacristía.
-Es una inundación, le dijeron.
-íUn motivo más para marcharse!, contestó.
Se tardaron veinte minutos para pasar de la iglesia a la casa rectoral, que distaba unos pasos. La gente lo aguardaba apiñada en el recinto
de la iglesia; pero él salió por una puerta lateral y en coche fue rápidamente a la estación.
"Este es todavía el ascendiente que ejerce en las masas la virtud y la santidad", concluía el mencionado corresponsal aviñonés.
Don Bosco iba directamente a Valence. Fue recibido con entusiasmo por la población. Se hospedó en casa del señor de Boys. El día seis
asistió mucha gente a su misa en San Apolinar. Dijo unas breves palabras por la tarde en la capilla de las religiosas Trinitarias. Después
1 Relación del 12 de febrero de 1931.
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de las ocho, volvió a casa, atravesando el jardín de las religiosas de Santa Marta, las cuales habían improvisado en él una linda
iluminación con farolillos a la veneciana y le esperaban allí mismo, arrodilladas con sus chicas, para recibir la bendición.
Desde Valence escribió al conde Colle: "A pesar de mis deseos de escribirle, no he podido hacerlo hasta ahora (...). Siempre me
acompaña el recuerdo de su amabilidad, sus atenciones y las limosnas que con tanta generosidad y frecuencia me ha concedido, y
singularmente durante los días, que tuve el honor y la satisfacción de estar con ustedes en Tolón. Comprenderá fácilmente, señor Conde,
que lo que le escribo a usted ((62)) va dirigido también a la señora Condesa que, en este momento, podemos llamar con toda verdad madre
caritativa de los Salesianos".
Siguió viaje a Lyon, su tercera e importante etapa, donde el Eclair había despertado, con un artículo de buen estilo, la enorme
expectación de su llegada 1.
Decía así el artículo: "De aquí a pocos días la ciudad de Lyon, tendrá la fortuna de recibir a don Bosco. La sede Primada de las Galias,
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centro de tantas obras maravillosas, volverá sin duda a ver con gozo al dulce y santo sacerdote, a quien toda Italia venera de mucho tiempo
acá como a una de sus más hermosas y, sobre todo, de sus más puras glorias, y al que Francia, siempre admiradora de las grandes obras y
de los hombres elegidos por la Providencia para instrumentos de su misericordia, empieza a amar y bendecir (...). Dentro de poco, la
población lionesa oirá la voz del santo sacerdote, una voz que no se puede oír sin experimentar, aun sin quererlo, una fuerte emoción: don
Bosco hablará de sus obras con aquella sublime sencillez que presta encanto a su palabra, hace vibrar las más íntimas fibras de los
corazones y producirá un caluroso llamamiento a la inmensa y conocida generosidad de los fieles lioneses. Almas caritativas: vosotras
oiréis con gozo su llamamiento y estamos seguros de que os sentiréis felices por contribuir con vuestras limosnas al sostenimiento y
difusión de las obras salesianas, obras de sacrificio y de amor, cristianas y patrióticas por excelencia. Así demostraréis al buen sacerdote
don Bosco que siempre encontrará, en esta hermosa tierra de Francia, amigos sinceros y verdaderos y os habréis granjeado la gratitud de
Dios y de la Patria".
Se detuvo en Lyon diez días, del seis al dieciséis de abril. Desde el principio al fin, le acompañaron señales de extraordinaria veneración
1 Véase Apéndice, doc. núm. 20.
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por dondequiera que fuese. No podía entrar o salir en ninguna parte, sin que hubiera que abrirle paso a viva fuerza a través de la
muchedumbre apiñada a su alrededor; y no todos se contentaban con ((63)) verle, sino que muchos intentaban llegar hasta él para tocarlo y
hablarle.
Pero no se le autorizó para hablar en las iglesias públicas de la ciudad. El cardenal Caverot dio excesiva importancia a una carta de
monseñor Gastaldi el cual, al enterarse del viaje de don Bosco a Francia y de su finalidad, le escribió en plan de indisponerlo contra el
Siervo de Dios. Por el contrario, el Cardenal de París, el eminentísimo Guibert, que también recibió una comunicación del mismo género,
no tuvo tantos escrúpulos; le puso incluso en conocimiento de la carta, mostrándole su indignación y le facilitó la manera de dar
conferencias en una de las iglesias más importantes de París 1.
También esta vez monseñor Guiol, hermano del párroco de San José en Marsella y Rector de la Universidad Católica, le brindó
hospitalario hospedaje. A él acudían distinguidos personajes, rogándole les obtuviera la gracia de que don Bosco aceptase su invitación a
comer, al tiempo que otros muchos agotaban la paciencia de don Camilo de Barruel, para que les concediese audiencia particular.
En una meseta de la ciudad de Lyon se levanta el popularísimo santuario de Nuestra Señora de la Fourvière. En él habló don Bosco a los
fieles el domingo, día ocho de abril, por la tarde. La iglesia y la plaza estaban abarrotadas de gente. Le esperaba en el presbiterio, entre
otros, el padre benedictino dom Pothier, célebre estudioso del canto gregoriano, y Superior General de los clérigos regulares de San
Sulpicio. Cerca del umbral de la iglesia bendijo a una pobre mendiga paralítica que causaba lástima. El efecto de la bendición no se
produjo allí mismo, sino en su mísero tabuco; se supo, en efecto, a través de las Hermanas de la Caridad que había dejado las muletas y
recobrado el uso de las piernas y los brazos 2. Después de la función, don Bosco tuvo que asomarse a la ventana de la casa Rectoral y dar,
desde allí, la bendición para lograr que la muchedumbre comenzase a despejar la plaza.
((64)) En la misma zona de Fourvière, visitó el día quince de abril por la mañana, fiesta del Patrocinio de san José, a las religiosas del
Cenáculo, cuyo fin es proporcionar a las señoras toda suerte de facilidades para hacer tandas de ejercicios espirituales. Llegó allí a eso de
1 Summarium de la Positio super virtulibus, núm. II, && 235-6.
2 Carta de don Camilo de Barruel al conde Colle, Moulins, 17 de abril de 1883.
62
las once. Para dar tiempo de reunirse a la comunidad, la Superiora le acompañó a visitar en la enfermería a la madre De Fraix, gravemente
enferma. Se esperaba de él un milagro; pero él la bendijo y la animó, diciéndole que aquella bendición la acompañaría hasta la muerte. Y,
al salir, dijo a la Superiora que la enferma estaba bien preparada para ir al paraíso. Bajó después a la sala, donde le aguardaban todas las
hermanas, y les hizo una breve exhortación para que observaran fielmente las reglas y formaran así santas para el Cielo; por último, las
bendijo. Fue también a bendecir a un grupo de señoras que hacían ejercicios espirituales; una de ellas, que padecía sordera, se encomendó
a él para que le obtuviera la gracia de la curación. Contestóle que confiase en la bienaventurada Virgen María y se lo pidiese cada día con
fervor hasta el quince de agosto.
Vivía en la casa la cofundadora de la Congregación, Madre Teresa Couderc, cuya causa de beatificación ha sido introducida en Roma.
También ésta estaba enferma y don Bosco le dio su bendición 1. Sus hijas esperaban algún efecto admirable de la misma; pero la santa
religiosa, hablando de aquella visita, decía:
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-Después de la visita me sentí más cansada que antes. Yo no había pedido la curación, sino que rogué al Señor me concediera todas las
gracias anejas a la bendición de aquel santo varón. íAh, sí, es un verdadero santo!, repetía con profunda convicción.
La Superiora observaba, al escribir sobre esta visita: "Nada tan encantador como ver a aquellos dos santos encomendarse recíprocamente
a sus oraciones".
Se anunció su misa para el martes, en la iglesia de San Francisco de Sales. Hubo el acostumbrado gentío. Después, ((65)) para que la
muchedumbre no lo oprimiese, hubo que atrancar las puertas de la sacristía.
Para el día once, aceptó la afectuosa y apremiante invitación de ir a comer en la casa de campo del seminario, en la que se habían
juntado casi doscientos estudiantes con sus superiores y otras personas de consideración. El Rector, los profesores y los seminaristas
derrocharon muestras de efecto. Comieron todos juntos en una amplia sala. Hacia el final, rogáronle insistentemente que les hablara y él
dirigió a los alumnos unas palabras de consejo y aliento, que le escucharon con religiosa atención y agradecieron con entusiastas aplausos.
1 Mientras corregimos las pruebas de imprenta del presente volumen (12 de mayo de 1935), se publicaba en Roma el decreto sobre la
heroicidad de sus virtudes.
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Existía en Lyon el Patronage de Notre Dame de la Guillotière, en el que unos celosos sacerdotes y seglares, inspirándose en el programa
salesiano, trabajaban, desde hacía algunos meses, en consolidar una obra nueva bajo el nombre de Obra de los talleres de aprendizaje.
Naturalmente los promotores pensaban que una visita de don Bosco daría mucho realce a la empresa, y don Bosco no podía dejar de
manifestar toda su simpatía por una obra, que respondía tan de cerca a su propia misión.
El abate Boisard, de quien había partido la idea de la fundación y era, además, director del Patronage, antes de poner manos a la obra,
había pasado un mes en el Oratorio durante el año 1882. Su deseo era el de hacerse salesiano; mas, por consejo de don Bosco mismo,
había vuelto a su patria para actuar por su cuenta. Era hombre de espíritu detallista y no sabía concebir una escuela profesional sin todos
los adelantos de la técnica contemporánea, mientras don Bosco prefería comenzar a actuar con los medios de que disponía, para llevar
después, paso a paso, sus obras hasta la ansiada perfección.
-He visitado sus talleres, había dicho en los primeros días a don Bosco, pero me parece que técnicamente son algo defectuosos.
-Tiene usted razón, le contestó el Siervo de Dios. Observe, sin embargo, que no tenemos obreros externos y que nuestros Hermanos no
están todavía completamente formados. Usted que puede hacerlo mejor, pruébelo en Lyon.
Y el buen sacerdote lo probó; pero sus talleres ((66)) llevaban una vida lánguida, mientras los de don Bosco se desarrollaron y fueron
progresando constantemente. Don Bosco colocaba la perfección en el punto de llegada; el otro, en cambio, ya la quería en el punto de
partida.
Pero le habían impresionado en el Oratorio dos cosas, a saber: la práctica del método preventivo y el espíritu de piedad. Volvió a su
tierra ilustrado y entusiasmado, tanto que, el día quince de octubre siguiente, inauguró el primer taller con doce aprendices. En la pública
recepción, que hizo a don Bosco, narró la historia de su reciente creación y concluyó diciendo:
-Apenas si estamos en los principios, pero la obra crecerá, porque la organización y su carácter son los que yo vi en plena marcha en
Turín. Como un simple discípulo, he dicho lo que es esta obra de Lyon; pero ahora el maestro nos enseñará qué debe ser y qué será con la
gracia de Dios y de los lioneses.
Don Bosco con un lenguaje pintoresco 1 y, como dice un testigo
1 Echo de Fourvière, 12 de abril de 1883.
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viviente, en un mal francés, estimuló a todos a contribuir al desarrollo de una obra, que consideraba puesta en cierto modo bajo su
patronazgo; desarrolló después dos conceptos; uno religioso, a saber, que los niños son la delicia de Dios; y el otro social, es decir que, si
la juventud es mala, la sociedad será mala también. Sacó las consecuencias prácticas de ambos principios y preguntó:
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-"Sabéis en dónde está la salvación de la sociedad?
Y después de un instante de pausa, siguió diciendo:
-La salvación de la sociedad, señores, está, en vuestros bolsillos.
Estos muchachos recogidos en el Patronage, y los mantenidos por la Obra de los talleres esperan vuestra ayuda. Si vosotros ahora os
echáis atrás, si dejáis que estos muchachos lleguen a ser víctimas de las teorías comunistas, los beneficios que ahora les rehusáis, vendrán
a pedíroslos un día, pero no con el sombrero en la mano, sino poniéndoos el cuchillo en la garganta y queriendo tal vez con vuestros
bienes, vuestra propia vida.
((67)) Sus últimas palabras fueron:
-La caridad de los lioneses, que llega hasta las obras de Turín, no podrá faltar a las de Lyon. Ojalá pueda yo salir de aquí con la
esperanza de que una obra, tan bien comenzada, seguirá progresando y que nunca le faltará la protección de los buenos y la bendición de
Dios.
Después explicó a un periodista, en una breve conversación, a quiénes se refería al decir los buenos.
-Estas obras, dijo, son tales que no sólo deben sostenerlas los católicos viribus unitis (juntando sus fuerzas), sino también todos los
hombres, que se interesan por la moralidad de los muchachos. Es preciso que los antropólogos se preocupen de ellos, lo mismo que los
cristianos. Es ése el único medio para preparar mejor porvenir a la sociedad.
No había sido fácil arrancar al Cardenal Arzobispo la autorización para aquel acto.
-Todo será para ellos, había dicho con una punta de ironía, convencido de que don Bosco y los suyos iban a llevar el agua únicamente a
su molino.
Pero cedió, por fin, a las instancias de quien se lo rogaba haciéndose prometer que no le dejarían hablar más que en favor de la obra. En
efecto, don Bosco recomendó, con enérgicas expresiones, a los presentes las necesidades del Patronato hasta decir:
-Si no sostenéis vosotros esta obra, vosotros mismos sufriréis las consecuencias. Obras como ésta son necesarias para el equilibrio de la
sociedad.
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Se recogieron ochocientos cincuenta francos en la colecta y se entregaron a la administración.
Preguntado, no hace mucho, al actual canónigo Boisard sobre la impresión que dejó en él don Bosco, respondió:
-Dos impresiones: una de bondad y sencillez y, la otra, de calma inalterable, ya que nunca daba muestras de tener prisa. Durante el mes
que estuve en Turín siempre tuve ante mis ojos el espectáculo de un hombre lleno de calma, que hace todo despacio y como si ignorase la
existencia de otros fuera del que hablaba con él.
Lo que más le detenía en Lyon era el deseo de poder defender de nuevo la causa de sus misiones ante el Consejo General de las dos
conocidas obras de la Propagación de la fe y de la Santa Infancia. ((68)) Cuando obtuvo la audiencia, demostró a los señores del Consejo
la urgente necesidad de proporcionar medios para hacer progresar con vigor y presteza las misiones patagónicas. Si la pía obra no le
socorría, se encontraría en un gran apuro y, para no abandonar aquel campo evangélico, tendría que recurrir a algún remedio extremo.
Porque tenía firme voluntad de ir adelante a toda costa. Que ya había pensado fundar centros en Francia, para recoger limosnas con este
fin; pero que todavía no se había decidido a hacerlo porque sería crear un dualismo, que le resultaba muy desagradable. "Cómo no ver, en
efecto, la conveniencia y utilidad de un único centro para todas las Misiones extranjeras, al cual afluyesen las limosnas para la
propagación de la fe? La obra de Lyon era demasiado venerable y benéfica para hacerle contrapeso, apartando quizás de ella una parte de
las aportaciones. Sin embargo, si la obra misma no se apresuraba a socorrerle, "qué remedio le quedaba sino crear comisiones en Francia,
en Italia y en otras partes para obtener socorros? Estaban de por medio su propio honor como jefe supremo de una Congregación religiosa
el honor del Sumo Pontífice, que había querido confiarle aquellas misiones y, sobre todo, la salvación de las almas, que por entonces no
podrían recibir socorros de otros. Pero que no era su intención precipitar las conclusiones; él maduraría las cosas, esperaría todavía algún
tiempo.
Si se viese obligado a tomar aquella determinación extrema, ciertamente no notificaría al público si la Obra lo había ayudado o no;
pero tendría que anunciar al mundo entero que no poseía más medios que los propios para ir adelante, y que éstos eran escasos e
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insuficientes y ya agotados por tantas obras diversas.
Que pensara en consecuencia, el Consejo de Lyon qué convenía hacer y buscara la manera de destinar también a sus misiones una
66
cantidad proporcionada de limosnas. Después de todo la misión de la Patagonia tenía los mismos derechos a la caridad evangélica que las
demás misiones. El Consejo en pleno aprobó el razonamiento de don Bosco y decidió tomar la cuestión en consideración.
((69)) En otra asamblea lionesa tuvo don Bosco la palabra. En sus entrevistas con el venerando monseñor Desgrands, presidente de la
Sociedad Geográfica, no salía éste de su asombro al oírle razonar con tanto aplomo y tantos detalles sobre la Patagonia; por lo cual, le
propuso que repitiera lo mismo ante los miembros de la Sociedad en una próxima sesión. Don Bosco, a pesar de la dificultad que
experimentaba para exponer todo aquello en francés, aceptó y se fijó el sábado catorce de abril para la conferencia.
El nombre del "venerable taumaturgo" 1 y la curiosidad por oír lo que diría acerca de una región, rodeada todavía de misterio 2,
atrajeron a muchos socios y estudiosos. No fue una conferencia, dijo la prensa, sino una charla o conversación, original, amena, ocurrente
e instructiva; su porte serio, fino y alegre a la vez, comunicaron a la sesión una simpática impresión. Tenían todos delante el mapa de la
Patagonia, y don Bosco describía detalladamente fauna, flora, geología, minas, lagos, ríos y habitantes, con gran sorpresa de los oyentes
que, ora bajaban los ojos al mapa, ora los levantaban para mirarle estupefactos.
Cuando hubo terminado su exposición, le preguntaron de dónde había sacado tantas interesantes noticias y él se limitó a decir que todo
lo que había dicho era pura verdad.
Creemos que la Sociedad quiso comprobar las afirmaciones de don Bosco, porque aguardó hasta el año 1886, como veremos, para
manifestar su convencimiento de que no había fantaseado y la manifestación consistió en concederle y acuñar expresamente para él una
medalla de oro con motivo de sus méritos ante la Sociedad Geográfica, como en su lugar narraremos.
Nos quedan pocas e incompletas noticias sobre encuentros privados. Visitó a una noble familia en la que la señora, cuando él estaba a
punto de despedirse, le rogó bendijera a su sirvienta, ((70)) joven de dieciocho años, a la que había sacado de un orfanato.
-íLo necesita la pobrecita!, exclamó el ama; es huérfana.
-Rezaré por su desgraciada madre, dijo, por el contrario, don Bosco después de bendecirla.
1 Echo de Fourvière, 5 de mayo de 1883.
2 Eclair, 21 de abril de 1883.
67
-"Su madre?... "Con que no eres huérfana, como dices?, preguntó de golpe la señora.
Acorralada entre la espada y la pared, la muchacha confesó que su madre vivía, pero que se mantenía la cosa en secreto porque,
desgraciadamente, ella había abandonado a los hijos para darse a la mala vida 1.
Descollaba entre los Cooperadores lioneses por su afecto a don Bosco el conde Jouffrey. No sabemos cuándo ni cómo contrajo la
amistad, que le ligaba al Siervo de Dios; lo cierto es que, ya en 1883, don Bosco lo llamaba: Mon ami Gustave. Durante los diez días de
su estancia en Lyon, el Conde puso a su disposición coche y cochero, para llevarlo adonde quisiese a todas las horas del día. Una mañana
volvía de celebrar misa sobre la tumba de san Potino, Obispo de Lyon y cabeza de los llamados mártires lioneses. Por el camino que
serpentea la colina, se agolpaba mucha gente alrededor del coche que, por tanto tenía que ir despacio y con dificultad. Don Bosco,
volviéndose a derecha e izquierda, oía, contestaba, bendecía; pero, mientras tanto, se iba a paso de tortuga. El cochero, que no tenía la
paciencia de don Bosco, soltó de pronto una maldición, que se ha hecho célebre:
-íEs mejor llevar al diablo que conducir a un santo!
Un coche y un caballo que habían llevado a don Bosco, no debían tener un fin sin gloria. El animal murió de viejo y tuvo el honor de ser
sepultado en una finca del Conde; el coche, por el contrario, existe todavía; se guarda como reliquia y se enseña a todos los que visitan
aquella casa hospitalaria 2.
La madre del señor Jouffrey estaba enferma; pero ((71)) nunca pidió a don Bosco la curación: ofrecía sus sufrimientos al Señor por la
salvación de las almas y parecía que la Virgen quería escucharla, no librándola del mal para que pudiese ejercer aquel oficio expiatorio e
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impetratorio. Así resulta de la hermosa carta que, al día siguiente de su santo, por medio de su Gustavo, que fue a visitarlo a Turín y prestó
servicio en la antesala unos días 3.
El abate Gourgont, párroco de San Francisco, acompañó a don Bosco hasta la cabecera de una señora en gravísimo estado de salud. Se
temía que su pérdida iba a ser muy dolorosa, puesto que dejaría huérfanos a tres hijitos. Al entrar en la alcoba de la enferma, dijo don
Bosco:
1 D'ESPINEY, Dom Bosco (undécima edición).
2 Bulletin Salésien de agosto y septiembre de 1932.
3 Véase Apéndice, doc. núm. 21.
68
-Esta enfermedad no es mortal.
Diole después la bendición y le ordenó que rezara cada día una Salve hasta el quince de agosto. Pues bien, precisamente durante aquel
tiempo, declararon los médicos que ya estaba fuera de peligro. Al salir, se encontró a toda la familia con otros parientes que le abrían paso
en el portal de la casa para recibir su bendición. Dos nodrizas llevaban en brazos a dos niños, uno de los cuales, Andrés, sobrino de la
enferma, tenía apenas cinco meses. Llegaba don Bosco al umbral de la puerta y estaba a punto de salir, cuando volvió atrás y, señalando al
pequeñín, dijo:
-Este será un gran siervo de Dios y de la Iglesia.
Y actualmente es monseñor Andrés Jullien, de los Sulpicianos, Auditor de la Rota en Roma y Consultor de varias Congregaciones
Romanas.
Cierto día, fue a celebrar misa, no sabemos en qué iglesia, y tuvo un encuentro que trajo a su memoria una escena acaecida en Cannes,
algún año atrás. Al entrar en la sacristía, salió a su encuentro un muchacho vestido de monaguillo, alborozado y dando a entender que lo
conocía.
-"Quién eres?, le preguntó.
-Je suis votre petit Jean.
-Mais, quel Jean?
((72)) -Votre Jean, Jean Courtois. "No se acuerda cuando me llevaron enfermo a la estación de Cannes?
-íAh sí! Ahora recuerdo.
Comparecieron a continuación el padre y la madre, que habían ido a saludarlo y lloraban de alegría.
Un año estaba él en Niza, cuando los padres de este niño le habían escrito varias veces pidiéndole que fuese a Cannes para visitarlo
porque hacía mucho tiempo que guardaba cama sin poder dar un paso. Pero entonces don Bosco contestó que no podía parar en Cannes.
Ellos no se dieron por vencidos. Se informaron del día y la hora en que pasaría, alquilaron cuatro hombres e hicieron llevar al muchacho
en su camita a la estación. Porfiaron con el jefe de estación, que no quería dejarlos entrar; mas, al fin, pasaron con la cama y la colocaron a
un metro de la vía. Apenas llegó el tren, corrieron de un vagón a otro preguntando:
-"Está aquí don Bosco? "Está aquí don Bosco?
El Siervo de Dios, que no sabía nada y estaba recogido en un rincón, al oír que le llamaban, dijo asomándose a la ventanilla.
-íSí, aquí estoy!
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-íOh, querido Padre! Es preciso que baje un momento.
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-Tengo billete hasta Marsella y no puedo bajar.
-íSólo un momento! "No recuerda a mi hijo, de quien le escribí a Niza? Venga a bendecirlo.
En fin, lo llevaron hasta el enfermo. No sabía qué hacer. Después de un instante de perplejidad, se acercó a la camita y preguntó al
muchacho:
-"Quién eres? "Cómo te llamas?
-Je suis Jean. Benissez-moi, mon Père, contestó con voz apagada el chiquito.
Don Bosco hizo la señal de la cruz, rezó con él una oración y le dio la bendición. El tren estaba ya a punto de arrancar.
-Donnez-moi quelque conseil, pidió el niño.
((73)) Y don Bosco, volviéndose a él, le contestó.
-"Qué haces ahí? "No te da vergüenza que te lleven de ese modo? íEa, levántate!
Profirió estas últimas palabras, mientras se apresuraba a volver a su plaza, porque el tren silbaba. Antes de sentarse, vio al chiquillo dar
ocho o diez pasos para ir a saludarlo, y ya no vio más. Volvía a verle entonces en aquella sacristía de Lyon.
El muchacho había estado y parecía que seguía estando con buena salud. El 10 de diciembre de 1885 recibió don Bosco una carta, en la
que, entre otras cosas, se encomendaba a sus oraciones un muchacho de Cannes, llamado Jean Courtois. En esta ocasión recordó el Santo
el episodio y se lo contó a don Juan Bautista Lemoyne, que nos ha guardado su recuerdo.
Algunos detalles, especialmente sobre disposiciones del espíritu que la presencia de don Bosco despertaba en Lyon a quienes se
acercaban a él, los sacamos de cartas que le escribieron en aquellos días o después de su salida y que se salvaron del naufragio de
muchísimas otras de este género. He aquí cuanto podemos recoger de las mismas.
El conde de Montravel porfiaba con el secretario para lograr ser admitido a ver a don Bosco, con la seguridad de que, por fas o por
nefas, lograría arrancarle una bendición, que curara a una nietecita. La señora Grozier, que el día diez de abril había tenido a don Bosco
comiendo en su casa, estaba encantada con él cuatro días después, pero le angustiaba el temor de no poder volver a verlo antes de su salida
de Lyon; por eso, le presentaba siete intenciones, por las que quería que rezase, y volvía a revivir, al exponérselas, una multitud de
recuerdos de cositas pasadas entre él y las personas mencionadas.
El día catorce, fue don Bosco a celebrar en la capilla de unas
70
religiosas, adonde el matrimonio Paturle había llevado a una hija suya algo raquítica y había recibido de sus manos la santa comunión,
pero sin poder presentarse a él como hubiera deseado vivamente. Al día siguiente, le instaban ((74)) a que impetrase del Señor la salud
para su hijita y una marcha mejor de sus negocios comerciales.
La señora De Guestu, que le había enviado, por medio de monseñor Guiol, una invitación para que fuera a su casa a comer, temía no ser
atendida; por ello, le rogaba directamente que se dignara conceder a su familia aquella gran satisfacción, que hacía días pedía a Dios como
una gracia señalada.
La superiora de las Hermanas de San José de Cluny, que no pudo satisfacer sus ardientes deseos de verle en Lyon, le escribía a París,
encomendando a sus oraciones sus hermanas de comunidad y sus colegialas y confiándole que, tanto unas como otras, le ocasionaban
disgustos. Tenía, además, en casa a una religiosa gravemente enferma; su pérdida sería una pena y un perjuicio; dígnese, don Bosco -le
decía-encomendarla al Señor y, al mismo tiempo, solicitar, para ella y para todas, las gracias de una fiel correspondencia al don de la
vocación.
La carta rebosa, del principio al fin, la mayor confianza y esperanza en la santidad del Siervo de Dios.
Hombres del pueblo y aristócratas se hallan mezclados en esta correspondencia. Una tal Goudin le envía un donativo de treinta y seis
francos, fruto de una colecta, y goza recordando que le escribió en Lyon y recibió respuesta. El conde de Montessus dice que ha leído el
libro de D'Espiney y le expresa la convicción de que Dios envía a Francia al gran educador de la juventud moderna, para mostrar a los
padres de familia franceses, que, a despecho de la guerra que se hace contra la escuela cristiana, El no los abandona. La señora Dupont,
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testigo de las curaciones obtenidas por las oraciones de don Bosco en Lyon, se encomienda a él, llena de fe, para que impetre el uso de las
piernas para una nietecita suya. Y no queremos pasar por alto la carta de una veterana sirvienta, que el 23 de abril le escribía: "No soy más
que una pobre sirvienta, ya vieja con setenta y nueve años, y todavía estoy sirviendo. Sin embargo, me siento tan impresionada por sus
obras y por el bien que usted hace, que le ruego, Padre mío, acepte cien francos ((75)) de mis ahorros. En compensación, le pido que
ruegue por mí, para que el Señor me conceda la gracia de una buena muerte. Le encomiendo también a mi familia; tengo diez nietecillos
huérfanos" 1.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 22 (A-I).
71
El día de la partida, escribía don Bosco a don Pablo Albera:
Queridísimo Albera:
Salimos para París, pero nos detendremos un día en Moulins.
Recibirás cinco mil francos del señor Diuros, de Aviñón; la mitad es para vosotros y la otra mitad para San Isidro o St.-Cyr.
Nuestra dirección en París: Condesa de Combaud, avenue de Messine, 34.
Seguid rezando. Los asuntos marchan bien. Saludad y dad las gracias a amigos y bienhechores. Dios os bendiga a todos.
Lyon, 16 de abril de 1883.
Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
P. D. Si la recibís mañana, comunicadlo en seguida para nuestra norma.
En Moulins tenía que parar muy poco: sin embargo, volvió a dar noticias suyas al conde Colle, prometiéndole que el secretario se las
daría más abundantes.
En aquellas pocas horas encontró tiempo para ir a saludar al Obispo, monseñor de Dreux Brézé. Presentóse en palacio, pero su modesto
atuendo y su francés tan poco elegante despertaron alguna desconfianza en el portero, el cual le advirtió que no era todavía la hora de
recibir visitas el Obispo, que él tenía órdenes rigurosas respecto a las audiencias; y que, por tanto, era inútil su insistencia para hablarle. El
Obispo observaba costumbres rígidamente aristocráticas, del todo conformes con su alcurnia. Sin embargo, la dulzura y humildad de don
Bosco que, reiteraba su petición, movieron al portero a intentarlo; pero el secretario de Monseñor fue todavía más firme e intransigente en
negarse a llevar el recado; ((76)) con todo, al oír la descripción que le hizo el portero del cura forastero, le dijo que lo pasara a su
despacho.
El joven secretario del Obispo quedó al punto impresionado por el aire de santidad que infundía su semblante; cuando luego le oyó
hablar en aquel su francés tan sencillo, se dio cuenta de que tenía ante sí a un eclesiástico de rara bondad.
-Bueno, le dijo; me cuesta, pero voy a preguntar a Monseñor si le quiere recibir.
Se encaminaba algo temeroso hacia el despacho del Prelado, cuando cayó en la cuenta de que había tenido un descuido; distraído por la
impresión recibida, no había preguntado al desconocido su nombre y condición.
72
Al oír "don Bosco", se arrodilló ante él, pidió que le bendijese y, dando gracias al Cielo por aquel encuentro, que consideraba como un
insigne favor, añadió enseguida:
-Monseñor se alegrará mucho de recibirle. Espere un instante, voy a avisarle; para usted no hay hora de audiencia; yo me hago
responsable.
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Efectivamente, al oír su nombre, dijo el Obispo:
-íOh! Hágale subir inmediatamente.
Qué sucedió entre Monseñor y don Bosco, nadie podrá saberlo;
pero el secretario que, en su ancianidad gustaba repetir la narración de aquella recepción fuera de hora, solía decir que el Obispo quedó
profundamente impresionado y hablaba de ella con viva satisfacción, considerando una gran dicha haber tenido en su casa unos instantes a
aquél, a quien todos consideraban como un santo.
Después de la breve estancia en Moulins, don Bosco fue a Turlon-sur-Allier, pueblecito de los alrededores, y se dirigió al castillo del
lugar, habitado entonces por la condesa de Riberolles y su hija la marquesa de Poterat, viuda al poco de su casamiento. Las dos ricas y
caritativas señoras, admiradoras y bienhechoras de don Bosco, le esperaban como al ángel consolador en medio de su pena familiar; la
marquesa de Poterat ((77)) sufría además una enfermedad que le duró toda la vida 1. Detúvose allí hasta el día dieciocho y celebró misa en
el oratorio privado del castillo. El altar, en que celebró el divino sacrificio, fue regalado por el actual propietario, señor D'Alès, hermano
del docto jesuita de este nombre, al monasterio de las Carmelitas de Moulins, que lo colocaron en su capilla, dedicándolo a santa Teresa
del Niño Jesús y considerándolo como una preciosa reliquia del Santo 2.
1 Era cuñada de monseñor de Poterat, que fue director de la Oeuvre de Jeunesse en Orléans y sucedió, más tarde, a monseñor de Ségur
en la presidencia la Union des Oeuvres Catholiques, especie de federación precursora de la Acción Católica actual. El año 1882 había
enviado veinte mil francos para la iglesia del sagrado Corazón (Archivo Inspectorial de Roma).
2 Aquel secretario era el canónigo Nény, que murió siendo vicario General de la Diócesis. De él recibió estas noticias su amigo el abate
Giraud, decano actualmente del Cabildo de la Catedral y éste nos ias comunicó a nosotros por medio de la señorita De Rancourt de
Montluþon (Moulins, 18 de octubre de 1933).
73
((78))
CAPITULO III
LA MUERTE DE MONSEÑOR GASTALDI.
MIRADA RETROSPECTIVA
EL 25 de marzo de 1883, día del Alleluia, las campanas de Turín trocaron de improviso el alegre repicar de Pascua por los fúnebres
tañidos de la muerte. Aquella misma mañana, mientras clero y pueblo esperaban en la catedral al Arzobispo para la misa pontifical, una
voz conmovida dio desde el altar la dolorosa noticia.
-Monseñor ha muerto.
A lo largo de la Semana Santa, había oficiado Monseñor todas las sagradas funciones en la catedral. El sábado por la tarde, quién sabe s
por algún misterioso presagio, había ido a despedirse de la Virgen de los turineses en el santuario de Nuestra Señora de la Consolación (la
Consolata), diciendo al subir al coche:
-Vamos a visitar a nuestra querida Madre, vamos a ponernos bajo su manto. Bajo el manto de María es consolador vivir y morir.
Después de una media hora de oración, salió al aire libre, porque se desmayaba. Era el síntoma de su próximo fin.
Por la mañana del día de Pascua, al ver los secretarios, que tenían que acompañarlo a la catedral, que tardaba en abrir la puerta más de lo
acostumbrado, entraron por otro acceso en su alcoba y lo encontraron tendido en el suelo sin poder ya hablar y agonizando. El canónigo
Chiuso le administró en seguida la Extrema Unción. ((79)) Poco después, declaraba el médico que ya no había remedio. Llegó entretanto
su confesor ordinario, el padre Carpignano, prepósito de los Filipenses, que rezó las oraciones de los agonizantes y le impartió la
bendición papal. A eso de las diez, Monseñor expiró.
Los restos mortales del difunto, expuestos en la iglesia del palacio arzobispal, fueron visitados por una gran muchedumbre de fieles y,
el miércoles, conducidos con espléndida pompa fúnebre a la última morada. Toda la prensa de la ciudad se inclinó reverente ante su
féretro.
Monseñor Gastaldi había nacido en Turín el mismo año que don Bosco. Su padre era jurisconsulto. Dotado de ingenio y memoria feliz,
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sobresalió siempre entre sus condiscípulos. Encaminado al estado
74
eclesiástico, a los veintiún años, se doctoró en teología por la Real Universidad de Turín y, a los veintitrés, fue agregado a la facultad
teológica de la misma. Desde entonces, sus ocupaciones preferidas fueron el estudio del hebreo, la enseñanza de la teología moral, la
predicación en las diversas diócesis de Piamonte y la profundización en el conocimiento de la filosofía rosminiana. El año 1841 publicó
una defensa de las doctrinas de Antonio Rosmini contra un falso Eusebio Cristiano, que se había lanzado a la liza para impugnarlo con
extraordinaria violencia. En los años 1845 y 46, publicó dos obras teológicas de otros autores, a saber, el último volumen de la teología
moral de Dettori, y el compendio de la teología moral de Alasia, con anotaciones propias en cuanto se refería al Código civil albertino 1.
Fue nombrado canónigo de la colegiata de la Santísima Trinidad, durante el período de las agitaciones del cuarenta y ocho, y fundó Il
Conciliatore, periódico milanés clérico-liberal, en el que propugnó con ardor las ideas desarrolladas por el filósofo de Rovereto (Rosmini)
en las Cinque Piaghe, antes de que el libro fuera puesto en el Indice 2. El año 1850, ingresó ((80)) en el Instituto rosminiano de la Caridad
y, después de algunos meses de noviciado en Stresa 3, donde aprendió bien el inglés, fue enviado a Inglaterra como misionero y profesor
de teología en los colegios de la Congregación.
Desde la islas británicas volvió a Turín el año 1862, dejó el Instituto de la Caridad y asumió la canonjía en San Lorenzo. Volvió
entonces a dedicarse a la predicación, ministerio para el que era muy solicitado. Son de este tiempo las cuatro obritas que escribió por
consejo de don Bosco, el cual las introdujo en la colección de las Lecturas Católicas, a saber: Vida del Cura de Ars, Biografía del teólogo
Vola de Turín, Memorias históricas acerca de los Mártires turineses de la Legión Tebea y Tratado popular sobre la potestad del Papa.
En el Consistorio del 27 de marzo de 1867, Pío IX lo preconizó Obispo de Saluzzo. Durante los cuatro años que gobernó aquella
diócesis, predicó muchísimo, visitó todas las parroquias, organizó instituciones de caridad y cuidó personalmente la formación de los
jóvenes clérigos. Lo mucho que en 1870 se distinguió en el Concilio Vaticano,
1 El sardo Dettori (1773-1836) había sido desposeído de la cátedra en la Universidad de Turín por las polémicas a que dieron lugar sus
opiniones sobre el probabilismo. Tenía declaradas preferencias jansenistas y galicanas. También Alasia, que gozaba entonces de mucho
predicamento, pertenecía a la escuela rigorista.
2 Véase vol. XV, pág. 208.
3 Stresa: población de Italia, junto al lago Mayor (N. del T.).
75
estimulado por don Bosco, queda descrito ampliamente en el noveno volumen de Lemoyne.
El año 1871, sucedió a monseñor Riccardi de Netro en la cátedra de San Máximo, de la que tomó posesión el día veintiséis de
noviembre. Aquí aumentó mucho su actividad. Colocó en la cumbre de sus pensamientos la disciplina y cultura del clero y la educación e
instrucción de los seminaristas. Celebró tres sínodos diocesanos. Fue pregonero incansable de la palabra de Dios. Sus cartas pastorales,
sólidas por su contenido, y fáciles y brillantes por su forma, se leen todavía con provecho. El pueblo admiraba su celo ferviente y
desinteresado y lloró sinceramente su fulmíneo fallecimiento.
Don Bosco, informado de su muerte, prescribió desde París que se celebrase en María Auxiliadora un solemne funeral y se invitara a él a
sus parientes. Muy pocos de ellos asistieron; faltó incluso la condesita Mazé, sobrina del Arzobispo y que siguió siendo siempre afecta a
don Bosco. Al parecer creyeron ellos que los Salesianos consideraban el fin de Monseñor ((81)) como su propio triunfo, o quizás les sabía
mal que otros pudieran pensar de esta manera. La verdad es que los Salesianos mantuvieron la más perfecta reserva. Prueba de ello es
también la Stella Consolatrice, en cuyo número, del día siete de abril, apareció una amplia nota necrológica, de la que la dirección de la
revista envió las pruebas de imprenta a don Juan Bonetti, para que las viera y modificara a su talante, pero éste no se permitió ni sombra
de crítica.
Después de esta semblanza biográfica, los lectores, que nos han seguido hasta ahora e ignoran el origen de la discordia que duró diez
años entre monseñor Gastaldi y don Bosco, deben sentir más deseos que nunca de conocer las causas que la determinaron. Todo esto se
expondrá por partes en el tomo décimo que no ha aparecido todavía 1; pero, mientras tanto, es una verdadera necesidad exponer aquí, en
compendio, cómo y porqué surgió el litigio; por otra parte, será útil recordar sumariamente la conducta que siguió don Bosco frente a la
persistente oposición.
Dos cosas son históricamente ciertas, a saber: que el nombramiento de monseñor Gastaldi para obispo de Saluzzo y después para Turín
fue propuesto y apoyado por don Bosco y que monseñor Gastaldi estaba muy bien informado de ello. La presencia de monseñor Gastaldi
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en Turín representaba en la mente de don Bosco un auxilio providencial. Eran amigos íntimos. Le había confiado sus secretos. Cuando
1 El décimo volumen de estas Memorias apareció en italiano el año 1936; y el presente decimosexto, salió a la luz el 1934 (N. del T.).
76
hubiese que encaminar las negociaciones para la aprobación de las Reglas, el favor del Arzobispo, pensaba don Bosco, le ayudaría mucho
para conducir felizmente la nave al puerto. En cambio, no pensaba lo mismo monseñor Manacorda, obispo de Fossano, que hubiera
preferido a monseñor Colli, obispo de Alessandria; tampoco era de este parecer Pío IX, quien no ocultó a don Bosco su sentir, como ya
tuvimos ocasión de recordar.
Y, desgraciadamente, las rosadas esperanzas no tardaron en marchitarse. Ya en su primera homilía, manifestó y remachó el Arzobispo la
idea de que su elección había sido un rasgo inesperado de la Providencia, al que no había contribuido favor humano de ninguna clase.
((82)) Los que le conocían a fondo entrevieron enseguida en estas palabras la intención de excluir toda intervención de don Bosco. El
hecho es que, en las conversaciones familiares, se explicaba sin ambages, repitiendo que nada debía a don Bosco y que era el Espíritu
Santo quien lo había puesto al frente de la archidiócesis de Turín. Insinuaciones de personas malintencionadas debieron influir en su
ánimo tan sensible en punto a autoridad. Sin embargo, las relaciones con don Bosco fueron buenas durante los primeros meses. Los
síntomas de frialdad comenzaron a manifestarse en abril de 1872, cuando se trató de presentar algunos salesianos a las sagradas
ordenaciones. Después, hubo un tira y afloja hasta el 24 de octubre, cuando recibió don Bosco una carta del Arzobispo, que empezaba así:
"V. S. tiene una larga experiencia de lo mucho que yo aprecio a la Congregación por usted fundada: la vi brotar del grano de mostaza,
no dejé de ayudarla a medida que me lo permitían las circunstancias, pues yo la juzgaba, y la sigo juzgando, obra inspirada por Dios; y
usted sabe también la protección que, como obispo de Saluzzo, dispensé a esta Congregación a fin de obtenerle la asistencia y sanción de
la Santa Sede Apostólica. Ahora que la Providencia me ha colocado en la cátedra arzobispal de Turín, soy feliz de continuar asistiéndola
para que llegue a obtener del Vicario de Cristo la aprobación plena."
Fácil es imaginar con qué suspensión de ánimo leyó don Bosco este prolijo y mesurado exordio. Después de enunciar la tesis de que "el
bien debe hacerse bien" y declarar que para obtener este fin sabría también "actuar contra los afectos del corazón", el Arzobispo llegaba
directamente a lo importante.
Un decreto de la Congregación de Obispos y Regulares del 9 de marzo de 1869 concedía a don Bosco la facultad de las cartas
dimisorias, mas sólo para los jóvenes que habían ingresado en el Oratorio antes de los catorce años. Para asegurarse de que los candidatos
habían
77
ingresado en la casa de don Bosco antes ((83)) de aquella edad y conocer su preparación, le exigía Monseñor la ejecución de lo siguiente:
"Así las cosas, ruego a V. S. dé las órdenes oportunas para que todos los alumnos, inscritos en su Congregación, que deseen recibir la
tonsura y las órdenes menores o mayores, se presenten personalmente a mí, por lo menos cuarenta días antes de la ordenación, y aporten
un certificado firmado por V. S. o por su representante, en el que se indique: nombre y apellido del alumno, nombre del padre, lugar y
diócesis en que nació y a la que pertenece por algún motivo, edad precisa que tiene, en qué año entró en el Oratorio de San Francisco de
Sales, fundado por V. S., y durante cuántos años cursó en él latín y filosofía, cuántos dedicó al estudio de teología y en qué lugar, en qué
año y día emitió los votos trienales, o los renovó.
"Cada uno de estos alumnos se presentará después a examinarse, por lo menos de dos tratados completos de teología, distintos para cada
nueva ordenación, y sobre los que se refieren a la orden que va a recibir; es decir, para la Tonsura y las Cuatro menores, sobre todo lo que
la teología enseña acerca de ellos, para el Subdiaconado, cuanto se refiere a este orden y al celibato eclesiástico, las horas canónicas y el
título eclesiástico. Para el Diaconado, cuanto pertenece a este orden y además el sacrificio de la santa misa".
El Siervo de Dios inclinó la cabeza en ademán de resignación;
pero, la tarde del ocho de noviembre, Monseñor rechazó la nota de ordenandos, que le presentó don Juan Cagliero y amenazó con escribir
a Roma contra el espíritu dominante entre los Salesianos.
Esta noticia traspasó el corazón de don Bosco, que no pudo pegar ojo durante la noche siguiente. Por la mañana, escribió al Arzobispo.
He aquí la parte sustancial de su carta:
...Tan pronto como V. E. fue elegido Arzobispo de Turín, en su casa me preguntó bondadosamente como se encontraba nuestra
Congregación ante las personas constituidas en dignidad y especialmente en el clero. Contesté que no existía choque con ninguno; sólo
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dos eclesiásticos, cuyo nombre dije, tal vez con buena intención, nos habían causado muchas molestias y disgustos. ((84)) V. E. replicó al
punto:
-Esté usted tranquilo, el poder de éstos es secundario y su autoridad será frenada por la del Arzobispo; y una de las cosas que haremos
será llevar a término la aprobación de la Congregación Salesiana.
Las cosas marcharon de esta manera hasta abril, cuando comencé a entrever alguna hostilidad; vino después el concierto de la
ordenación y a continuación la negativa; luego el examen de los ordenandos y, más adelante, la carta en la que se prescribían diversas
normas a cumplir. Se asintió a todo sin poner reparos, si bien en ninguna otra diócesis se pedía cosa semejante. Por último, ayer no sé por
qué razón,
78
se rechazó la nota de las ordenaciones con amenazas de escribir a Roma contra el espíritu que reina entre nosotros. Puede darse que quien
llevó el recado no observara los debidos miramientos al hablar, pero se trata de un individuo al que se debía avisar y hasta corregir de
acuerdo con su comportamiento, pero paréceme que eso no puede representar el espíritu de la Congregación.
Así las cosas, ruégole por cuanto sé y puedo, nos escriba, diga o mande decir lo que V. E. observa como reprochable entre nosotros, para
que sepamos cómo conducirnos y a qué atenernos. Varias veces he llevado la conversación a este punto, pero V. E. no llegó nunca a
conclusiones concretas. Ruégole al presente se digne observar: 1.°, que escribir a Roma sería dar pie a los enemigos del bien para publicar
a los cuatro vientos las disensiones entre el pobre don Bosco y su Arzobispo; sería algo ruinoso para nuestra naciente Congregación, que
marcha entre obstáculos de toda suerte; y me pedirían cuenta y explicaciones, con los consiguientes disgustos, molestias y, acaso también,
escándalos; tampoco sería beneficioso para V. E., pues estoy convencido de que su gloria anda ligada en muchas cosas a nuestra
Congregación; 2.°, que nosotros hemos trabajado siempre en la diócesis y para la diócesis de Turín, sin pedir nunca cargos ni estipendio;
que hemos tenido y seguimos teniendo a su persona la mayor veneración; 3.°, que, permítame la atrevida expresión, si V. E. sigue en este
plan con otros, llegará al extremo de ser temido por muchos y amado por pocos...
La antigua confianza había guiado la pluma de don Bosco. La inmediata respuesta de Monseñor aumentó la dosis. Lamentaba él la falta
de un noviciado regular, a lo que atribuía el hecho de que los miembros de la Congregación, salvo unos pocos, careciesen de las virtudes
religiosas esenciales y, especialmente, de humildad; se declaraba, además, enemigo de que se concediesen a los religiosos demasiadas
exenciones de la autoridad episcopal. La carta no disminuía la preocupación de don Bosco; pero quedó satisfecho con ella, porque, de esta
manera, había llegado a conocer algunas razones, que le ((85)) explicaban la nueva conducta de Monseñor con respecto a él. Replicó el
veintitrés de noviembre, hablándole ante todo del noviciado y refiriéndole el diálogo tenido con Pío IX, casi la víspera de la aprobación
general. El Papa le había preguntado:
-"Será posible una Congregación en tiempos, en lugares, entre personas que quieren su supresión? "Cómo tener una casa de estudios y
de noviciado?
-Yo, contestó don Bosco, no tengo intención de fundar una orden religiosa, donde se puedan admitir penitentes o convertidos, que
necesiten ser formados en costumbres honestas y en la piedad; mi intención es la de reunir jovencitos y también adultos de moralidad
segura, moralidad probada durante varios años, antes de ser admitidos en nuestra Congregación.
-"Y cómo lograrlo:
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-Como lo he logrado hasta ahora y espero seguir lográndolo.
Nosotros nos limitamos a jóvenes educados e instruidos en nuestras casas; jóvenes ya seleccionados casi siempre por los párrocos que, de
ordinario, al verles brillar por su virtud entre el rastrillo y la azada, los recomiendan a nuestras casas. Dos terceras partes de éstos son
devueltos a sus familias. Los que quedan se dedican, durante cuatro, cinco y hasta siete años, al estudio y la piedad; y sólo algunos pocos
de éstos son admitidos a la prueba aun después de este largo aprendizaje. Por ejemplo, este año terminaron ciento veinte el curso de
retórica en nuestras casas; ciento diez de ellos vistieron la sotana clerical, pero sólo veinte se quedaron en la Congregación, los demás se
enviaron a los respectivos Ordinarios diocesanos. Los admitidos a la prueba tienen que pasar dos años en Turín, donde tienen diariamente
lectura espiritual, meditación, visita al Santísimo Sacramento, examen de conciencia y una breve plática cada tarde que yo mismo les doy
y raras veces otro. Y esto, todos en comunidad. Dos veces por semana, se da una conferencia expresamente a los aspirantes, y, una vez, a
todos los de la Sociedad.
-Dios os bendiga, hijo mío, le dijo entonces el Papa; practicad las cosas de la manera que me decís, y ((86)) vuestra Congregación
logrará su finalidad. Si encontráis dificultades, notificádmelo y estudiaremos la manera de superarlas.
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Después de estas explicaciones vino el Decretum laudis. Por consiguiente, según el pensamiento de don Bosco, Pío IX era de su mismo
parecer; si no había noviciado, de nombre, lo había de hecho.
En cuanto a la segunda reconvención, escribía: "Yo haría humilde y respetuosa súplica a V. E. para que se dignara indicarme, no de un
modo general, sino nominalmente, esos sujetos (carentes de humildad y virtudes religiosas) y, después, se lo aseguro, serían severamente
corregidos y una sola vez. Puesto que eso constituiría algo escondido que hay que descubrir: escondido por mí hasta el día de hoy,
escondido y desconocido por V. E. hasta el mes de abril del año actual. Hasta esa época, V. E. vio, oyó, leyó y, podemos decir, administró
todo lo que tiene importancia en esta casa. Hasta ese momento, ya sea con sus escritos, ya sea de viva voz, en público y en privado,
siempre ha declarado que esta casa era como el arca de salvación para la juventud, donde se aprende la verdadera piedad y otras cosas por
el estilo".
Hasta aquí todo había procedido, si no de la forma cordial de otros tiempos, por lo menos privadamente y a la espera de una entrevista,
en la que esperaba don Bosco que se encontraría alguna manera de entenderse; pero algunos actos de Monseñor convirtieron en conflicto
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lo que podía y debía quedar en un intercambio de ideas entre los dos.
En 1873 don Bosco estaba a punto de empezar las negociaciones para la aprobación definitiva y necesitaba para ello asegurarse el apoyo
de muchos Obispos, y en primer lugar de su Ordinario. Este preparó su carta de recomendación llena de elogios, pero con especiales
recomendaciones para el noviciado, para la admisión a las Ordenes y para la exención canónica. Después escribió a los Obispos del
Piamonte y a otros, invitándolos a hacer sus cartas comendaticias, si se las pedían, formulando cuatro conceptos: 1.°, que ningún miembro
de la Congregación pudiese acceder a las Ordenes antes de la profesión perpetua; 2.°, que las reglas concernientes al noviciado fueran
tales como para formar buenos religiosos, ((87)) como sucedía con los Jesuitas; 3.°, que todos los ordenandos rindiesen exámenes en la
Curia; 4.°, que los Ordinarios diocesanos tuviesen derecho a visitar las iglesias y oratorios de la Congregación.
Cuando don Bosco vio el contenido de la carta comendaticia y le informaron confidencialmente del paso dado por Monseñor ante el
episcopado subalpino y ligurino, declaró que, por el momento, dejaba las cosas como estaban y no presentaría en Roma la petición. Pero
el Arzobispo, sabiendo que en Roma se conocía su intención y previendo que se trataría de averiguar el porqué de aquel cambio,
transmitió su carta comendaticia al cardenal Caterini, prefecto del Concilio, acompañándola con una carta, en la cual, a más de lo que
acabamos de decir, señalaba la necesidad de que "los estudios filosóficos, teológicos y otros fuesen mucho más sólidos y serios".
Esto sucedía en abril de 1873, momento en el que surgieron otros desagradables incidentes con motivo de las ordenaciones. El veinte de
aquel mes dirigió Monseñor un escrito al cardenal Bizzarri, prefecto de Obispos y Regulares, en el que exponía prolijamente su
desiderátum con ocho puntos. íLástima que su celo no fuera acompañado de una mejor comprensión del Instituto de don Bosco y de una
mayor exactitud de informaciones! Don Bosco se enteró del documento al año siguiente, mientras se encontraba en Roma; esbozó pues,
un memorándum que, puesto en forma, se entregó el día treinta de marzo a los Cardenales de la Comisión para la aprobación de las
Reglas. Es oportuno presentar aquí dicho memorándum 1.
1 Ya lo vieron los lectores en el volumen décimo, págs. 722 y 723 (N. del T.).
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Es de advertir, ante todo, que monseñor Gastaldi, actualmente Arzobispo de Turín, hasta el 10 de febrero de 1873 se manifestó
constantemente ferviente promotor e incansable colaborador del Instituto Salesiano. Por aquella fecha (10 de febrero de 1873), envió con
palabras de vivo aliento al sacerdote Bosco a Roma, provisto de una carta comendaticia en latín, en la que declaraba haber reconocido el
dedo de Dios en la existencia y conservación de este Instituto, y hacía excesivos elogios del gran bien que ha hecho y hace este Instituto,
poniendo por las nubes al pobre fundador.
En una carta posterior del veinte de abril del mismo año, para contradecir cuanto había escrito en la primera, decía:
((88)) 1.° Las reglas no fueron aprobadas nunca por sus antecesores.
R. Entre los documentos presentados a la Congregación de Obispos y Regulares está el decreto de monseñor Fransoni (31 de marzo
1852) en el que se aprueba el instituto de los Oratorios, se constituye jefe al sacerdote Bosco y se le conceden todas las facultades
necesarias y oportunas para la buena marcha del mismo.
2.° Nunca se pidió ninguna aprobación al arzobispo Riccardi ni a él.
R. Cuando un instituto está aprobado por un Ordinario Diocesano, no se sabe si hay que obtener nueva aprobación de cada nuevo
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Obispo; sin embargo, es un hecho que el reverendo Bosco dirigió una súplica a monseñor Riccardi, pidiendo la confirmación de cuanto
más arriba se ha dicho. El respondió, como varias veces después lo hizo monseñor Gastaldi, que cuando un instituto está aprobado por la
Santa Sede, no necesita la aprobación diocesana.
Queriendo después cooperar a la estabilidad de este instituto, por su propia iniciativa confirmó con un decreto expreso todos los
privilegios y facultades concedidas por sus antecesores, y añadió algunos nuevos, entre los cuales los derechos parroquiales (Decreto 25
de diciembre de 1872).
3.° El noviciado de dos años y ocupaciones exclusivamente ascéticas.
R. Esto podía hacerse en otros tiempos, pero no al presente en nuestros países; es más, quedaría destruido el Instituto Salesiano, pues, al
darse cuenta la autoridad civil de la existencia de un noviciado, lo desharía al momento y dispersaría a los novicios. Además, ese
Noviciado no podría adaptarse a las Constituciones Salesianas, que tienen como base la vida activa de los socios, conservando como
ascética solamente las prácticas necesarias para formar y conservar el espíritu de un buen eclesiástico; un noviciado semejante tampoco
serviría para nosotros, pues los novicios no podrían poner en práctica las Constituciones según el fin de la Congregación.
4.° Ya han salido profesos perpetuos que dieron lugar a quejas, etc.
R. Hasta el momento sólo salió uno que es el padre Federico Oreglia. Pertenecía a nuestra Congregación como hermano laico y salió de
ella para ingresar en la Compañía de Jesús y hacer los estudios sacerdotales, donde efectivamente ingresó y ahora trabaja con aplauso en e
sagrado ministerio.
5.° Esta Congregación causa no pequeño desorden a la disciplina eclesiástica de la Diócesis.
R. Es una afirmación gratuita.-El Ordinario de Turín no puede aducir hasta ahora ni un solo caso al respecto.
6.° Muy a menudo hay algunos que, después de los votos trienales, reciben las sagradas Ordenes titulo mensae communis y después
salen, etc.
R. Es otra afirmación gratuita.-Hasta ahora, ninguno de ellos salió de la Congregación Salesiana.
((89)) 7.° Un diocesano suyo de Saluzzo, apenas ordenado en esta Congregación, salió, etc.
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R. Es completamente falso. El sacerdote, a quien alude, aun en cartas posteriores, y al que se quisiera presentar como ejemplo, nunca
perteneció a la Congregación Salesiana. Fue ordenado por monseñor Gastaldi a título eclesiástico normal, y sin carta de recomendación
alguna, y contra el parecer de don Bosco, a quien había sido enviado por su Ordinario y en cuya casa había hecho los estudios a título de
caridad.
8.° Ha habido clérigos, despachados del Seminario, que fueron aceptados en la Congregación Salesiana, enviados a otra casa y diócesis
y ordenados; después volvieron a la diócesis.
R. No se ha dado en absoluto ninguno de tales casos; aun cuando se dieren en el porvenir, siempre tiene el Ordinario la facultad de
recibirlos o rechazarlos en su diócesis, como puede hacerlo con cualquier otro individuo que salga de un instituto religioso.
9.° Importa notar que, si se admitiesen las condiciones puestas, la Congregación Salesiana, carente de medios materiales como está,
tendría que cerrar sus casas, suspender sus catequesis, pues ya no tendría catequistas, ni maestros; es más, cayendo, como ente moral, bajo
la jurisdicción de la autoridad civil, serían inmediatamente dispersados sus socios y por ende disuelta la Sociedad.
10.° Nótese también que el actual Arzobispo nunca dio la más pequeña queja ni hizo observación alguna a los Socios o al Superior de la
Sociedad Salesiana. Es más, cuando El quería presentar un clérigo modelo de ciencia o de virtud solía siempre señalar a los alumnos
Salesianos.
11.° Todo esto que se afirma en la carta del 20 de abril de 1873 ha sido repetido, con frases diversas, en otras tres cartas secretas
posteriores, a la misma Congregación de Obispos y Regulares; pero siempre aludiendo a hechos vagos, que nada tienen que ver con los
miembros de la Sociedad Salesiana.
12.° Como rectificación de esta carta, y en honor de la verdad creemos es verdaderamente oportuno que este memorándum debe unirse a
la misma.
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JUAN BOSCO, Pbro.
Volvamos ahora al mes de abril de 1873. Aquellos singulares incidentes por las ordenaciones tuvieron un epílogo inesperado. El teólogo
Chiuso, en nombre de Monseñor, advirtió a don Bosco, en el mes de mayo, que ningún miembro de la Congregación podría ser admitido a
las órdenes, hasta que no certificara que dos determinados exseminaristas turineses no estaban ya en casas salesianas y prometiera que no
los volvería a admitir, ni a ellos ni a otros exseminaristas de Turín, sin el consentimiento, dado por escrito, de la Curia Arzobispal. ((90))
Era una continua serie de dificultades, cada vez mayores, que daba mucho que pensar a don Bosco. "Adónde se iría a parar a aquel paso?
"Y cómo esperar la aprobación de las Reglas con un obstáculo tan grande en casa? Para no dar a la última comunicación una respuesta
precipitada, se retiró al colegio de Borgo San Martino, donde hizo tres días de retiro espiritual, y, después, como si debiera presentarse
ante el tribunal de Dios, manifestó a Monseñor su pensamiento en estos términos:
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... Me manda decir que no admitirá ya ninguno de nuestros clérigos a las sagradas ordenaciones, si no salen de nuestras casas el clérigo
Borelli, que hace dos semanas que no está con nosotros, y el clérigo Rocca. Pide además, promesa formal de no recibir en ninguna casa de
nuestra Congregación a quien haya pertenecido al clero de Turín.
Como no me da ninguna razón, creo poder hacer algunas consideraciones.
Si estos clérigos han sido expulsados del Seminario, "qué importa que vayan a refugiarse en una casa donde reflexionar sobre su suerte,
a prepararse para un examen, o aprender un oficio, con que poder ganarse de alguna manera un trozo de pan? "Acaso porque han perdido
su vocación, tendrán estos clérigos que vagar a la ventura o entregarse a un triste porvenir?
Parece mejor ayudarlos a colocarse en algún sitio, donde puedan trabajar y remediar su situación. Así lo han hecho y siguen haciéndolo
todavía los Obispos, con los que estamos en relación. Podrá, tal vez, decirse que pidan permiso, y así queda resuelta toda dificultad. Se
puede responder que la obligación de pedir permiso es un grave peso para ellos y para la Congregación o casa a la que van a pedir amparo
es una condición que, no habiendo sido puesta en la aceptación del seminarista, el superior no está autorizado a añadirla. Tanto más
cuanto que este permiso fue pedido ya varias veces y, hasta ahora, no fue concedido. V. E. en estos casos debe más bien considerar que, si
a estos clérigos, expulsados del seminario, se les dice que, por orden del Arzobispo, no pueden ser recibidos en ninguna casa, o recibidos,
tienen que ser expulsados, V. E. me parece que se crea tantos adversarios cuantos son los amigos o parientes de ellos.
Tanto más cuanto que algunos de ellos habrían hecho ya algún curso de estudios o comenzado a aprender un oficio.
Esta declaración, que no creo estar obligado a hacer, levantaría una pared divisoria entre la Congregación Salesiana y el clero de esta
diócesis, a cuyo bien está especialmente consagrada y trabaja desde hace ya más de treinta años.
Por otra parte, si, tocante a esta materia, hubiese alguna prescripción de la Iglesia que yo ignoro, me sometería enseguida y totalmente.
Y con respecto a que todos los clérigos se presenten para la ordenación, observo ((91)) que V. E. debe rehusarla, si encuentra en ellos
dificultades; pero si son dignos de ella, "querrá V. E., tal vez por represalia, o por motivos completamente ajenos a los mismos,
rechazarlos, privando así a la Congregación, a la Iglesia y a su misma diócesis de sacerdotes, de los que hay tanta escasez?
Me parece que esta Congregación que, desinteresadamente, sin percibir emolumento alguno, trabaja en favor de esta diócesis y, desde
1848 hasta ahora, ha proporcionado al menos dos tercios del clero diocesano, merece algún miramiento. Tanto más cuanto que, si un
clérigo o un eclesiástico viene al Oratorio, no hace más que cambiar de residencia y seguiría trabajando en la diócesis y para la diócesis de
Turín.
De hecho, las tres veces que V. E. juzgó no admitir a algunos de nuestros clérigos a la ordenación, no hizo más que disminuir el número
de los Sacerdotes que trabajan en esta diócesis.
Así las cosas, yo quisiera que V. E. estuviese completamente convencido de que los dos, V. E. y yo, tenemos quien está a nuestro
alrededor y arteramente querría arrancarnos algo para divulgarlo y decir: el Arzobispo ha roto también con el pobre don Bosco. V. E. sabe
que, aún hace pocos días, hice no pequeños sacrificios para impedir la publicación de ciertos artículos difamatorios.
Deseo que V. E. esté informado de que hay notas cerradas en los gabinetes del
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Gobierno, por obra de alguien, que se hacen correr por Turín. Consta en estas notas que, si el canónigo Gastaldi fue obispo de Saluzzo lo
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fue a propuesta de don Bosco. Si el obispo llegó a Arzobispo de Turín, fue también por proposición de don Bosco. Se recuerdan, incluso,
las dificultades que hubo que superar para llevar a cabo esto. En todas estas notas se consignaban también las razones que me movieron
para promover su nombramiento y, entre otras, el mucho bien que había hecho a nuestra casa, a nuestra Congregación.
Se sabe comúmmente el gran bien que podemos hacernos el uno al otro si estamos de acuerdo, y los malos se alegrarían mucho con
nuestras desavenencias.
Ahora dirá V. E.: pero "qué quiere don Bosco?
Plena sumisión, pleno acuerdo con mi superior eclesiástico. No pido más de lo que varias veces dijo el Padre Santo y que ha repetido a
menudo V. E. cuando era Obispo de Saluzzo, a saber: en los tiempos difíciles en que nos encontramos, una Congregación naciente
necesita toda la indulgencia compatible con la autoridad de los Ordinarios y, cuando surgen dificultades, ayudarla con la obra y el consejo
hasta donde sea posible.
He escrito esta carta sólo con el deseo de decirle lo que puede servir de norma para los dos y ser útil para la gloria de Dios; sin embargo,
si se me hubiese escapado alguna palabra inoportuna, pido humildemente perdón.
Por desgracia se había hecho imposible para siempre volver a ganar el ánimo del Arzobispo; era preciso, en adelante, seguir otros
caminos y, renunciando a la libertad del estilo epistolar, ((92)) atenerse al rigor de la correspondencia burocrática. Por lo tanto,
transcurridas dos semanas desde el envío de la carta anterior, satisfizo en forma oficial a la doble imposición, que le había notificado la
Curia.
29 mayo de 1873
El que suscribe, siempre feliz de poder cumplir los deseos de S. E. Rvma., nuestro Arzobispo de Turín, declara de buen grado:
1. Que no recibirá nunca en las casas de la Congregación Salesiana, como clérigo, a ningún alumno que haya pertenecido a los
seminaristas de esta diócesis, a no ser que hubiesen sido aceptados en las casas de dicha Congregación antes de los catorce años, según el
decreto Pontificio de 1.° de marzo de 1869, o piensen ingresar para aprender un arte u oficio.
2. Que ésta es la praxis que se ha seguido hasta ahora; y no se hará excepción de ninguna clase sin el permiso o consentimiento de la
Curia Arzobispal.
3. Convencido también de interpretar fielmente los deseos de su Excelencia Rvma., entiende que esta declaración sea hecha con las
reservas y limitaciones prescritas por los Sagrados Cánones, establecidos para tutelar la libertad de las vocaciones religiosas.
4. Si se necesitaran ulteriores aclaraciones, se darán con la máxima prontitud a una simple indicación del superior eclesiástico, cuyos
consejos serán siempre un tesoro para el que esto escribe.
JUAN BOSCO, Pbro.
No bastó tampoco esta declaración. La cláusula, que pedía se salvaran los sagrados cánones en las partes que tutelaban la libertad de las
vocaciones religiosas, no agradó al Arzobispo, el cual rechazó todo por este motivo. Estaba, pues, declarada abiertamente la guerra.
Nos detenemos aquí, puesto que es suficiente lo ya dicho para aclarar el origen de las divergencias, cuyo desarrollo han podido seguir
los lectores en los últimos volúmenes; hay una exposición más detallada y documentada en el volumen anterior, que todavía no salió a la
luz 1. El 2 de julio de 1873, en una conversación en torno a la irremediable disensión, sacó don Bosco las palabras de lo más íntimo de su
calma y dijo:
-También esto pasará. En un principio esta lucha me apenaba por no saber el motivo; pero ahora el Papa me ha trazado un plan acerca de
la manera de proceder. Yo dejo hacer y callo.
((93)) Es legítimo que nosotros, con el ansia de conocer a fondo la vida de nuestro Santo, tengamos hoy la curiosidad de saber cuáles
fueron las causas que produjeron tan radical transformación en las relaciones entre dos hombres colocados en alto sobre el candelero de la
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casa de Dios. Pues bien, tenemos un cúmulo de testimonios a propósito, presentado a lo largo de los procesos apostólicos por autorizados
contemporáneos, que vieron las cosas con sus propios ojos y también oyeron los juicios de otros que ya no vivían en el momento de sus
declaraciones. Nada mejor, por tanto, que exprimir el jugo de tales testimonios y ofrecérselo a los lectores concentrado y límpido sin
ocultar nada.
Ante todo, se aprecia en los testigos una convicción general de que no se puede cargar a don Bosco con ninguna culpa de aquella
deplorable tortura. Damos en este punto la palabra, únicamente, a la condesita Mazé de la Roche, sobrina de Monseñor y con no menos
devoción hacia él que hacia el Siervo de Dios 2. Preguntada por los jueces si había fundamento para suponer o creer que don Bosco había
dado motivo a las controversias, respondió: "Estoy plenamente convencida de que el Venerable no ha dado motivos para estas
disensiones, porque siempre lo he conocido contrario a toda controversia y dispuesto a evitarlas, aun con sacrificio. Es más, añado que, en
todas las conversaciones tenidas con mi madre y conmigo sobre el particular, veía lo mucho que sufría con todas estas pruebas".
1 El decimoquinto volumen en italiano apareció en 1934, cuando ya tenía Ceria escritas estas páginas del XVI volumen (N. del T.).
2 Véase vol. XI, págs. 463 y sigs.
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Teniendo, pues, en cuenta las causas aducidas por los testigos y reduciéndolas para mayor claridad a algunos puntos esenciales,
encontramos que algunas son hijas del carácter y de la mentalidad del hombre y otras del ambiente doméstico y curial.
En cuanto al temperamento que tenía por naturaleza, en una necrología que apareció inmediatamente después de su muerte y penetrada
de la mayor deferencia hacia la memoria del finado 1, se hace mención de su "expresión dura" y se añade que, durante su misión en
Inglaterra, "no suavizó su carácter en un país donde había que procurar ((94)) con procedimientos de dulzura hacer volver aquellos
pueblos al abandonado redil". Era cosa sabida por todos que realmente se mostraba impulsivo e impetuoso y que fácilmente se acaloraba y
empleaba palabras duras. Estos excesos eran el producto de su gran nerviosismo y también de los ataques hepáticos, a los que estaba
sujeto. Arrastrado, pues, por este natural, sucedía, como dicen los testigos, que a veces se propasaba y luego temía comprometer su
dignidad, si reconocía públicamente su fallo. Aquí, pues, hay que buscar en primer término uno de los factores de lo que sucedió.
Otro factor hay que buscarlo en sus disposiciones de espíritu. Debía su formación intelectual a la Universidad de Turín en la que
estudió, cuando todavía soplaban en ella aires de jansenismo y galicanismo; de ahí, su escasa simpatía por la moral de san Alfonso y el
exagerado concepto de la jurisdicción episcopal. Lo primero hacía que, para mantener la disciplina eclesiástica, tuviera exigencias
excesivas, torcidas o poco serenas y acudiera a veces a medios increíbles, aunque reales; lo segundo, le hacía autoritario, entrometido,
intolerante contra cualquiera que, aun respetando su dignidad, no pudiese mostrarse conforme con todas sus opiniones. De ahí que, sin
estar en absoluto autorizado por Roma, quería entrometerse en la vida interior de la Congregación Salesiana, ya aprobada por la Santa
Sede, pretendiendo que se actuase en ella a su manera. Es más, la autonomía de la Sociedad Salesiana le molestó desde el principio de su
episcopado en Turín. "Yo tengo una diócesis enclavada dentro de mi diócesis, escribía el 26 de agosto de 1877 a la sagrada Congregación
de Obispos y Regulares; don Bosco merma y combate la autoridad del Arzobispo de Turín e introduce el cisma en el Clero".
Bajo la acción continua de estos múltiples factores no cabía esperanza humana de que los choques, una vez comenzados, se pudiesen
fácilmente detener o amortiguar. Lo afirmó con sólido conocimiento
1 La Stella Consolatrice, núm. 13-14.
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de causa monseñor Re, obispo de Alba 1. "Para ((95)) explicar la duración de estas disensiones, dijo, entre dos personas, animadas ambas
por rectas intenciones, me parece oportuno recordar que el Arzobispo, junto con muchas buenas cualidades, tenía también una idea algo
exagerada de su autoridad y su saber, además de un carácter impetuoso, por lo que, a veces, era precipitado en sus decisiones y, después,
difícilmente se resolvía a volver atrás por miedo a menoscabar el prestigio de su autoridad".
También las simpatías filosóficas dieron forma a su mentalidad y determinaron en él especiales actitudes. Se profesaba rosminiano
convencido, y actuaba en consecuencia 2. Por aquellos años la cuestión rosminiana era de las que se califican de candentes; entre católicos
se luchaba a favor y en contra con verdadero encarnizamiento. Pues bien, la aversión de Gastaldi contra don Bosco y la Congregación se
agudizó cuando vio que, no sólo las Reglas imponían a los Socios a santo Tomás como maestro en sus estudios, sino que, además, en la
escuela se adoptaban exclusivamente textos conformes a la interpretación tradicional del filósofo de Aquino.
Aquí surge espontánea una pregunta. Si era éste el carácter, si era ésta la mentalidad del hombre, "fue sólo don Bosco quien
experimentó sus efectos? No; también otros cargaron con su parte, si bien le tocó a don Bosco una porción mayor. Es cosa conocida, en
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efecto, que, por divergencias de ideas en el campo de la teología moral, Monseñor despidió de su cátedra al gran moralista don Juan
Bautista Bertagna, más tarde Obispo auxiliar del cardenal Alimonda; apartó de la dirección del Convictorio Eclesiástico (Residencia
Sacerdotal) al teólogo Boetti, después Vicario General del mismo Cardenal, y retiró al teólogo Richelmy, después Arzobispo de Turín, el
nombramiento para la cátedra de Juan Bautista Bertagna; alejó de la enseñanza al teólogo Re, más adelante Obispo de Alba, y al teólogo
Catrale, ((96)) obispo después y Vicario General de Richelmy. Es menos conocido que, por la cuestión rosminiana, expulsó de la
archidiócesis al denodado publicista Tinetti, de la diócesis de Ivrea, que llegó a ser más tarde director de la Unità Cattolica, de la que antes
era redactor; la emprendió contra el teólogo Margotti, el cual para librarse de tantos fastidios, cedió a su hermano Esteban la propiedad de
diario; escribió incluso
1 Procesículo canónico, pág. 137.
2 El 18 de octubre de 1879, publicó una carta abierta a los editores Speirani, que habían impreso las obras de Rosmini y con ella quería
explicar, en sentido favorable a la filosofía rosminiana, la encíclica Aeterni Patris aparecida en agosto. Esta carta fue deplorada enseguida
por el cardenal Nina, a la sazón secretario de Estado.
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una carta muy fuerte al padre Beckis, General de los Jesuitas 1. Por cuestiones canónicas, impuso también a sus sacerdotes suspensiones
sin número y, por motivos discutibles, entabló muchas causas ante las Congregaciones Romanas; a tal punto que, dice don Miguel Rúa, en
los procesos, haber sabido que una vez, teniendo que ir el cardenal Oreglia al Piamonte, su tierra natal, recibió de Pío IX el encargo de
recomendarle que tratase más amablemente a su Clero 2.
Poníamos también entre las causas el ambiente. Las insinuaciones apasionadas, parciales y desgraciadamente también malignas de
algunos, que se sentaban a su mesa o ejercían cargos en la Curia, excitaban a diario sus enconos. La señorita Mazé, en sus declaraciones
ante el tribunal, leía de vez en cuando apuntes que había tomado, según las circunstancias de un diario suyo personal. Así, después de
haber negado una audiencia a don Bosco, ella había escrito: "íCuárito se querían en otro tiempo! "Por qué cambió tanto mi tío Monseñor?
íAh! Quien ha realizado el triste oficio de suscitar semejante discordia, sin duda debería tener gran remordimiento de ello. "Por qué, pues,
no retracta lo que afirmó y que no tiene ni sombra de verdad?" Y, ante los jueces, comentaba: "Invitada muy a menudo a la mesa de mi tío
el Arzobispo, oí a su secretario dirigir frecuentes pullas y sarcasmos mordaces contra los de Valdocco o también decir:
"-íSon los de allá abajo!"
Con respecto a los de la curia, baste mencionar al abogado fiscal, definido por un Príncipe de la Iglesia como "el instrumento digno de
su principal" 3.
No pasaremos por alto algunas probables causas, que pueden ((97)) aportar algún atenuante, a la hora de enjuiciar los hechos expuestos.
Desde su llegada a Turín, Monseñor temió quizás que se formara la opinión de que, habiendo sido llamado a regir la archidiócesis por
obra de don Bosco, se iba a dejar guiar por él en su gobierno. Tal vez debió también temer que don Bosco intentaría atraer a su naciente
Congregación a muchos jóvenes estudiantes y mucha beneficencia, con perjuicio para los seminarios diocésanos. Por fin, algunas
imposiciones pudieron tener también su origen en que la legislación canónica no estaba entonces tan bien determinada en varios puntos
como lo está al presente.
El cardenal Cagliero, dado el conocimiento que tenía de las cosas,
1 El 28 de julio de 1880.
2 Summarium super virtutibus, núm. III, & 695.
3 Carta del cardenal Nina a don Bosco, 25 de diciembre de 1881.
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compendió, casi sin darse cuenta, en pocas palabras todas las causas principales del conflicto, cuando cerró en los Procesos una de sus
deposiciones, diciendo 1: "Las divergencias nacieron, a mi entender, de pequeños recelos y de temidos o supuestos abusos contra la
autoridad diocesana, cosa muy fácil entre una Congregación que nace y el Ordinario que la ve, a pesar suyo, declarada exenta de su
jurisdicción, sobre todo si él tiene un carácter impulsivo y fuerte, una salud a menudo achacosa y un entourage (personas que viven
alrededor) de consejeros adversos y mezquinos, por los que se deje influir".
El Señor, que permitió aquellos diez años de tribulación, parece que quiso también prevenir con tiempo a su Siervo; pues nada más
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comenzar las disensiones, le envió un sueño misterioso cuya plena inteligencia debía proporcionarle la clave del conjunto de los
acontecimientos. Soñó don Bosco:
"Llovía a cántaros, y yo, por tener que atender a algunos asuntos urgentes, me vi obligado a salir a la ciudad. Al llegar junto al Palacio
Arzobispal, veo (cosa extraña) al Arzobispo, monseñor Gastaldi, suntuosamente vestido con los ornamentos pontificales, que sale de su
palacio. Me apresuro a alcanzarlo y: -Excelencia, le digo; fíjese con qué endiablado tiempo sale a la calle; "no ve que no hay ni una alma
por las calles? Escúcheme, vuelva a su casa.
((98)) "-No le toca a usted venir a aconsejarme; yo voy a mis asuntos y usted vaya a los suyos, contestó bruscamente el Arzobispo,
apartándome.
"Mientras tanto dio unos pasos, resbaló y cayó en el lodazal con grave daño de sus ornamentos que quedaron enlodados y feos. Volví a
advertirle otras cinco veces que mirase por su dignidad, que volviera atrás, que... Todo inútil; no valieron ruegos, ni súplicas. El,
entretanto, seguía siempre obstinado su camino, cayó por segunda, tercera, cuarta y quinta vez; cuando por fin se levantó la última, estaba
incognoscible... su cuerpo formaba una sola cosa con el barro, que le envolvía por todas partes; se cayó de nuevo y ya no se levantó".
Acostumbrado por una larga experiencia a descubrir en los sueños representaciones simbólicas de acontecimientos futuros, es de creer
que, después de éste, el Siervo de Dios mirara con infinita compasión el continuo sucederse de las molestas vicisitudes y que, aun
temiendo la catástrofe final, cobrara ánimo para no apartarse un ápice de su línea de conducta, que ahora diremos cuál fue.
Como primera precaución se abstenía cuidadosamente de dar motivos
1 Summ, sup. virt. núm. 15, & XXI.
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a la maledicencia con los percances, que ocurrían con bastante frecuencia. No decía palabra en torno a ellos sin serios motivos; los
procesos hablan claro. La sobrina Mazé, declarando por sí misma y por su madre, dijo:
"Nos ponía en conocimiento de estas cosas penosas, únicamente para que, bien informadas, pudiésemos encontrar la manera de prestar
nuestros caritativos oficios para disipar los equívocos surgidos (...) . No me consta, antes al contrario, estoy convencida de que el
Venerable no hacía manifestaciones secretas en torno a este tema con otras personas y, cuando hablaba de ello con nosotras, decía:
"-Hablo de esto con ustedes, porque sé con quién hablo y porque sé que ustedes no pueden servirse de ello, más que para buenos
oficios".
En segundo lugar, se dominaba de tal modo que no separaba nunca el disgusto de la resignación. Y, en ocasiones, la paciencia le
resultaba muy clara. Una vez refirió a la sobrina Mazé la negativa de una audiencia. La Condesita consignó en su diario estas ((99))
impresiones y las palabras que él profirió: "íQué resignado estaba! íY qué afligido!
Me sentí inmensamente conmovida al oír estas palabras de sus labios:
-Tiene uno la voluntad de mantenerse fuerte, de ser valiente ante la adversidad, pero, a fuerza de acumular disgustos sobre disgustos,
uno se cansa y no aguanta más. No había visto en mi vida a don Bosco con la faz demudada; pero, esta vez, mientras hablaba, su rostro
palidecía y después se acaloraba".
Los testigos son unánimes, al afirmar que nunca sorprendieron en su lenguaje el menor indicio de resentimiento por tantas
contrariedades. Don Juan Anfossi, gran conocedor de los ambientes del clero de la ciudad, sacaba de ellos noticias de cuanto sucedía, con
las que llegaba a conocer las penas de don Bosco e iba muchas veces a consolarlo; pero, por sus maneras siempre serenas, advertía que no
necesitaba condolencias de nadie; antes, al contrario, sabía infundir en su consolador sentimientos de paz y confianza en Dios.
Aprovechaba también la ocasión para comunicar al mismo don Juan Anfossi, que tantos conocidos tenía en los medios eclesiásticos,
algunos detalles para que, dado el caso, pusiese las cosas en su punto.
Así una vez le contó que había sido llamado a palacio, donde le parecía que, con una buena entrevista, se allanarían todas las dificultades;
tanto es así que el Arzobispo le había invitado a bendecir a los familiares que él había introducido. Pero que, apenas se despidió de ellos,
como si se arrepintiera de lo hecho, volvió a afirmar la culpabilidad de don Bosco. Este, siempre tranquilo, se esforzaba por convencerle
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de lo contrario, mas sin resultado, pues Monseñor, diciéndole duramente: -íMárchese!, le volvió la espalda y don Bosco, afligido, fue
tomado de un brazo por su secretario y llevado fuera de la sala. Después de este relato, exclamó el Siervo de Dios: -"Cómo es posible
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hablar seriamente y con éxito con un hombre, que cambia de parecer tan fácilmente?
He aquí por qué se preocupaba don Bosco de tan dolorosas vicisitudes; se preocupaba por los graves asuntos concernientes a la
Congregación, ((100)) no a su persona. Cierto día díjole al mismo Anfossi:
-Si no se tratase también de la Congregación, yo preferiría irme a Roma o a otra ciudad, para evitar estos choques; pero, parece ser
voluntad de Dios que la Congregación eche aquí sus raíces.
Se lamentaba por igual de que aquellas molestias le impedían hacer todo el bien que habría querido. Decía a un confidente suyo:
-El demonio ha previsto el gran bien que se hubiera podido hacer, si monseñor Gastaldi hubiese seguido protegiéndonos; pero el espíritu
del mal sembró la cizaña. El Arzobispo se informa de todo lo nuestro y nos pone estorbos sin parar; pero también esto pasará. Nosotros
seguiremos adelante en silencio y sin emprender nunca nada contra él. Sólo lo siento por el tiempo que nos hace perder y que podríamos
dedicar al bien de las almas.
Otro punto en el que están de acuerdo los testigos es en afirmar que, no obstante la oposición calificada de sistemática por un
autorizadísimo Prelado romano 1, don Bosco no dejó de amar, respetar y, en la medida de lo posible, ayudar al Arzobispo. Declaró la
condesita Mazé ante el Tribunal: "El Venerable, siempre que hubo de tratar este tema, apenas si nos contaba lo necesario; tan to que a
veces no comprendíamos a dónde iba a parar y nos veíamos obligadas a preguntarle. Pero él nos hablaba siempre del señor Arzobispo con
tan gran respeto y caridad que quedábamos edificadas".
Y no sólo los testigos hablaron así, sino que lo mismo escribieron otros que no comparecieron ante el tribunal eclesiástico. Es precioso
lo que escribió el padre Félix Giordano, superior de los Oblatos de María en Niza 2: "Estaba yo de paso en Turín y, conversando con el
Arzobispo con cierta franqueza por haber sido antiguos condiscípulos, me puse un poco al corriente de la ((101)) diferencia surgida. Pues
bien, puedo decir que nunca como entonces me maravilló el ver tan
1 Carta de monseñor Vitelleschi, secretario de Obispos y Regulares, a don Bosco, 5 de enero de 1875.
2 Carta a don Miguel Rúa, 25 de marzo de 1888.
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inalterada calma en mi amigo don Bosco. En efecto, después del posterior coloquio que tuve con él en Valdocco, quedé tan edificado que,
antes de volver a Niza, escribí una larguísima carta al Arzobispo, en la que le refería todas las buenas impresiones que había recibido
sobre el particular".
Se escribieron muchas cartas de este género, exhortando a Monseñor a que dejara tranquilo a don Bosco. El teólogo Franchetti posee los
originales. En una carta de agosto de 1873, monseñor De Gaudenzi, Obispo de Vigévano, le daba este testimonio: "Estoy seguro de que
don Bosco está dispuesto a todo, antes que faltar al respeto y reverencia hacia su Arzobispo, que sé cuánto lo veneras y estimas".
La confirmación de que caminaba por las vías de la rectitud se tiene en los dones sobrenaturales, que no dejaron de brillar en él, durante
el período de sus mayores tribulaciones. Es preciosa una respuesta suya respecto a esto. Cuando llegó a Turín el cardenal Alimonda y
comenzó a brillar un iris de paz sobre el Oratorio, quiso un día don Pablo Albera conocer el pensamiento de don Bosco sobre la frecuente
intervención de la Virgen en el curso de su vida y de sus obras. El se quedó reflexionando un instante, después de oír la pregunta, y
contestó:
-Todos estaban contra don Bosco; era muy necesario que la Virgen le ayudase.
Concluiremos también nosotros nuestra exposición, como lo hizo el cardenal Cagliero en su extensa deposición del Procesículo 1:
"En conclusión, creo que, porque así lo dispuso Dios, el Venerable don Bosco tuvo para la perfección de su santidad un contrario en
aquel que esperaba sería su más seguro y fuerte protector y precisamente en el período más glorioso y fecundo de su apostolado. Esta cruz
que el Señor ((102)) cargó sobre sus hombros, le hacía perder gran parte de su preciosísimo tiempo en una humilde y obligada defensa;
pero nunca le arrancó una queja del corazón, una palabra de impaciencia, de enojo o de justo resentimiento. La llevó con fortaleza,
serenidad y humildad, sin perder nunca la paz interior, sin que le hiciese desistir de su continuo trabajo por la consolidación y expansión
de su obra, con aquella alegría de espíritu, con aquella íntima e inalterable unión con Dios, que es la característica de los Santos".
1 Procesículo, pág. 97.
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((103))
CAPITULO IV
EN PARIS: RECEPCIONES Y AGASAJOS
DON Bosco no llegó a París como un desconocido o un inesperado. Las largas gestiones sostenidas con el abate Roussel para continuar su
obra de Auteuil, habían hecho que su nombre circulara por las esferas eclesiásticas y civiles de los que se dedicaban a las instituciones
benéficas, tan numerosas en la gran metrópoli. En cualquier discurso sobre caridad y beneficencia, se citaba como estímulo y modelo la
actividad del sacerdote turinés en favor de la juventud pobre y abandonada, tanto más cuanto que, también sus fundaciones en tierras de
Francia, llamaban cada vez más ampliamente la atención de los buenos ciudadanos y de la prensa católica.
Además, los contactos con la colonia parisiense, que solía invernar en Niza y en la Costa Azul, le habían permitido trabar preciosas
relaciones que habían despertado en muchos, junto con los sentimientos de admiración por sus virtudes y empresas, el deseo de verle en la
capital. A través de estos señores, penetró después allí y se difundió entre las familias aristocráticas el libro del nizardo doctor D'Espiney,
que, sin pretensiones, mas con estilo cautivador, narraba los episodios más llamativos de su vida, despertando en los lectores curiosidad
por conocer de cerca a un hombre tan singular. Por eso, cuando se supo que estaba realmente a punto de llegar, diversos ((104)) nobles
parisienses ofreciéronle a porfía hospitalidad y difundieron la alegre noticia por amplios círculos de parientes y conocidos. Nadie, sin
embargo, habría podido jamás imaginar ni la milésima parte de lo que sucedió y cuya narración ocupará una parte considerable de este
volumen 1.
1 Las principales fuentes de nuestra narración serán: 1.°, los periódicos de aquellos días; 2.°, un centenar de cartas escritas a don Bosco
o al secretario y afortunadamente guardadas; 3.°, un breve diario de las audiencias vespertinas del 18 de abril al 21 de mayo, pero con
amplias lagunas; 4.°, dos folletitos impresos en París: LEON AUBINEAU, Dom Bosco, sa biographie, ses oeuvres et son séjour à Paris, A
Josse éditeur; Dom Bosco à Paris, sa vie et ses oeuvres por un antiguo magistrado, Librería Ressayre, séptima edición. En menos de una
semana, quedaron agotadas tres ediciones. Los dos folletos aparecieron mientras el Santo estaba en París. Otras fuentes particulares serán
citadas a medida que se ofrezca la ocasión, como: 5.°, apuntes de Lemoyne sobre informes recibidos de viva voz; 6.°, testimonios
recientes de sobrevivientes que vieron y oyeron a don Bosco en París. (Publicamos en Apéndice el núm. 3.°, doc. núm. 22 bis).
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Era el miércoles 18 de abril, cuando, a eso de las seis de la tarde, llegaba don Bosco, acompañado por don Camilo de Barruel a la
estación de Lyon. Un coche, que lo esperaba, lo llevó a través de los bulevares, hasta la avenida Mesina, y se detuvo ante la cochera del
palacio De Combaud. La Condesa, noble dama de edad avanzada y óptima cristiana, se consideraba felicísima por haber logrado que
aceptase su hospitalidad. Ya tuvimos ocasión de nombrarla, al hablar del futuro monseñor Malán y de su extraordinaria vocación 1. Poseía
ella una casa de campo en los alrededores de La Navarre, donde había visto al Siervo de Dios en su reciente visita y se habían puesto de
acuerdo para la próxima ida a París. Puso allí a su disposición un apartamiento totalmente independiente del resto de la casa, con personas
para su servicio y todo lo necesario para que se encontrara enteramente a su gusto.
Pronto advirtió la acertada elección del secretario. Don Camilo de Barruel era un francés verdadero, descendiente de una noble familia
del Delfinado 2, había estudiado derecho y había sido jefe de secretaría de un Departamento, durante la presidencia del mariscal
Mac-Mahon. En su adolescencia había sido condiscípulo en el seminario menor, abierto por monseñor ((105)) Dupanloup en Chapelle
Saint-Mesmin, cerca de Orleáns, de monseñor Camilo Siciliano de Rende, a la sazón Nuncio Apostólico en París. Hombre culto y
experimentado, fue una verdadera providencia para don Bosco en aquel gran mundo.
París se conmovió a la llegada de don Bosco. Esta frase lo dice todo. Las grandes ciudades no suelen conmoverse tan fácilmente por la
presencia de huéspedes, aunque sean muy ilustres.
París, por su parte, es tal vez la ciudad más indiferente que exista ante novedades de esta clase. Hoy día sólo puede comparársele Roma.
Personajes de mucho renombre en las artes, en las ciencias y en la política, autoridades de primer orden en la jerarquía social pasan y
vuelven a pasar por ella continuamente y, cuando más, sólo atraen una momentánea atención. Ab assuetis non fit passio (lo que es
costumbre no conmueve). Por el contrario, tan pronto como corrió la voz de que don Bosco estaba en París, se produjo un movimiento
incesante y arrollador hacia su persona; doquiera se supiese que se encontraba, la gente quería verlo, escucharlo, acercarse a él y tocar sus
1 Véase vol. XV, pág. 486 y sigs.
2 Delfinado: es la antigua provincia de Francia Dauphiné, con Grenoble por capital, que comprendía los departamentos de Isère, Hautes
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Alpes y Drôme, de hoy. (N. del T.).
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vestidos. Fue una ovación general y diaria, no preparada ni organizada en modo alguno, sino improvisada, espontánea y francamente
asombrosa.
Y eso que su exterior no ofrecía a los ojos del público nada de lo que domina a las masas. Los periódicos resaltaban su estatura mediana
su paso vacilante, su vista fatigada, su tono de voz lento y apagado, su acento extranjero y un lenguaje más extranjero todavía, su
extremada sencillez de trato; pero también destacaban su bondad exquisita, su dulzura inalterable, su paciencia heroica, advirtiendo que la
aureola de taumaturgo que rodeaba su nombre, lo dejaba tan indiferente y modesto como podía aparecer el último de sus hijos. Pero los no
profanos descubrían perfectamente el secreto de tan poderoso atractivo: era su santidad la que, pese a todas las intentadas deformaciones
del alma popular, sin embargo, ejercía siempre, hasta en París, su perenne fascinación.
El movimiento al que nos referíamos, comenzó enseguida al día siguiente ((106)) de su llegada. Aquella mañana, después de celebrar la
misa en la iglesia de las Carmelitas, don Bosco acudió presuroso al Arzobispado: le urgía presentarse a saludar al ángel de la diócesis. No
vio al Arzobispo, que había salido para administrar la confirmación;
pero visitó al Coadjutor, monseñor Richard, que le dispensó los mejores agasajos. Pero quiso volver aquel mismo día; entonces el cardena
Guibert sostuvo con él una larga y cordial entrevista. Cuando regresó a casa, se encontró con un centenar de personas que pedían verle.
Aquella afluencia, índice de lo que iba a suceder en su palacio de la mañana a la tarde durante los días siguientes, asustó a la señora De
Combaud, que buscó en seguida un remedio. Cerca de la iglesia de la Madeleine, en la calle Ville l'EvÛque, en el palacio De Sénislhac,
había una comunidad que exteriormente no tenía apariencias monacales, pero que formaba una familia religiosa femenina, cuyos
miembros pertenecían a la aristocracia, y se llamaban Señoritas, no monjas 1. Eran las Oblatas del Sagrado Corazón de Montluþon,
fundadas por Luisa Teresa de Montaignac de Chauvance, cuyo proceso de beatificación
1 La gente pensaba que aquellas Demoiselles debían ser religiosas; pero al no ver ningún indicio de ello, se las preguntó durante la
presencia de don Bosco:
-"A qué Orden pertenecéis?
-A la de los buenos cristianos.
-"A qué os dedicáis?
-A recibiros a vosotros.
-"Pero en qué casa de caridad nos encontramos?
-En la de la señorita Sénislhac.
Con respuestas como éstas eludían la curiosidad del público.
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ha sido incoado. Al frente de dicha comunidad, estaba una Sénislhac. A ella se dirigió la señora De Combaud. Como fácilmente se preveía
y como realmente fue, si don Bosco celebraba la misa hoy aquí, mañana allá, donde lo invitasen, nunca estaría de vuelta antes del
mediodía, con lo cual la avalancha de visitantes sería enorme en las horas de la tarde. Se convino, pues, en ir a medias; él iría, cada tarde a
las dos, a casa Sénislhac y allí atendería a las audiencias vespertinas. Para ello se destinó ((107)) un amplio y cómodo apartamiento del
primer piso. Se subía a él por la escalera de honor. Una pieza de ingreso daba entrada a una salita, de donde se pasaba a una gran sala
iluminada por tres ventanas a la calle. Desde allí se penetraba en una antesala, en la que se abría la puerta de la biblioteca; en ella recibiría
don Bosco.
Es útil presentar ya desde el principio el horario de las jornadas parisienses de don Bosco. Se levantaba a las cinco, hacía oración y
atendía al despacho de la correspondencia que le había llegado con el último correo de la tarde anterior; un montón de cartas, que crecía
cada día más. Iba, después, a celebrar en la capilla o iglesia donde se le esperaba y, después, recibía allí mismo algunas visitas y seguía
recibiendo otras en casa De Combaud hasta que llegaba la hora de ir a comer con alguno de los que cada día le acosaban a invitaciones. A
las dos, procuraba estar en casa Sénislhac para las audiencias vespertinas, que duraban seis horas por lo menos y volvía al palacio De
Combaud ordinariamente a eso de las diez. Aquí se entretenía un ratito con sus huéspedes y, después, se retiraba a su habitación con el
secretario y veía si las cartas de la jornada habían sido bien clasificadas para las respuestas. Finalmente, hecha su oración, se acostaba
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hacia la medianoche.
El día veinte por la tarde, la señorita Sénislhac y sus compañeras pudieron hacerse una idea de lo que iba a suceder en los días sucesivos
A las dos, estaba ya su vivienda literalmente invadida; personas de toda condición pedían ver a don Bosco. Las religiosas querían que la
primera bendición del Siervo de Dios en su casa fuese para ellas y se reunieron en torno a él en la biblioteca, tan pronto como entró. Se
daba por seguro que el secretario se encargaría personalmente de introducir a los visitantes; pero él, después de presentarles a don Bosco,
se había escabullido, pues tenía otros asuntos que atender. íLas pobres mujeres se encontraron en un enredo! Lo primero fue defender a
don Bosco de una invasión; para ello, la señorita Jacquier se plantó en la puerta de la biblioteca que daba a la sala mayor, y la señorita
Bethford montó guardia ((108)) en la que salía de la biblioteca al descansillo
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de la escalera, que debía quedar cerrada. Se llegaba a don Bosco por la puerta interior. Aquí la guardiana actuaba enérgicamente para dar
paso según el orden de precedencia. Abarrotaban el salón señores y señoras de la flor y nata de la sociedad; entre otros, la princesa de
Trápani con su hija y algunas damas se quejaba de que, después de dos horas, no le llegara su vez; es más, no lograba, siquiera, abrirse
paso para llegar a defender su causa ante la improvisada portera. Finalmente un cambio de tarjetas sirvió para indicarle y hacerle abrir una
portezuela oculta a las miradas del público, lo cual le permitió llegar hasta don Bosco. Salió de allí rebosando júbilo, deshaciéndose en
agradecimientos a sus libertadoras.
Después de seis horas, el salón estaba todavía lleno, porque eran tantos los que salían como los que ocupaban su lugar.
Al fin, se asomó don Bosco para dar una bendición general. Hubo entonces una avalancha tal hacia él que hizo temer por su
incolumidad. La larga espera tenía encrespados los nervios. Se oía gritar:-Padre, mi hijo tiene el tifus...
-Padre, tengo un tumor... -Padre, tengo un hijo que me desespera... -Tengo esto, tengo aquello...
Algunos, armados de tijeras, aprovechaban el agolpamiento para destrizarle la sotana y proporcionarse reliquias. Cuando salió, sus
guardianas llevaban allí ocho horas de pie.
Pero algo les había enseñado la larga experiencia. Al día siguiente se repitió el mismo concurso de gente; todos los que entraban en la
sala tenían que escribir su nombre en una hojita numerada y con ella entrar por orden a la audiencia. La medida tomada dio buen resultado
y se continuó después. Ayudaron a las señoritas la condesa de Caulaincourt, la condesa D'Andigné y otras ilustres damas parisienses; que
tomaron sobre sí con verdadera abnegación el arduo cometido de mantener el orden y encauzar una muchedumbre que atestaba salas,
escalera y patio, aguardando impaciente, pero constante, horas y horas.
En París don Bosco no era dueño de sí mismo. Una tarde ((109)) necesitaba hablar con cierto señor de la ciudad, y, como el palacio de la
avenida Mesina estaba bloqueado por delante, se escabulló por la puerta trasera. No dijo a nadie a dónde iba; sin embargo, se barruntó la
noticia, quizás por indiscreción del cochero, y, aún no había llegado el coche a su destino, cuando la gente ya cerraba el paso. Entró, pero
en el zaguán lo estrujaban por todas partes; algunos incluso se arrodillaban allí mismo para confesarse. El Santo, sintiéndose ahogado por
la avalancha de la gente, llamó en su auxilio a don Camilo de Barruel y le dijo:
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-Di a todos que vayan a la antesala y que pasen uno a uno.
-Sí, contestó el secretario. Pero después, desalentado, acabó por ir a sentarse en un banco, como desmemoriado.
-Pero... Camilo, suplicaba inútilmente don Bosco, íhaz lo que te digo!
A saber cómo se las hubiera apañado, de no haber llegado de improviso el marqués de Franqueville, que lo hizo pasar a una habitación
contigua, diciéndole que esperase un momento; cerró después la puerta, volvió a él por otro acceso y secretamente lo llevó a cenar a su
casa, mientras aguardaban todos, convencidos de que seguía dentro de la habitación. Llegaron a la casa cuando sonaban las ocho; pero se
encontraron ante la puerta con otro coche que le esperaba. Una familia, que tenía un hijito moribundo, suplicaba a don Bosco que se
acercara a visitarlo, aunque no fuera más que un minuto 1. Don Bosco fue. Por fin, a las once, se sentaron a la mesa, pero él no tomó más
que un poco de sopa.
El día tres de mayo, después de la conferencia en Santa Clotilde, se dispuso a recibir visitas, junto a la sacristía, estando de pie sobre una
tarima; pero la procesión no acababa nunca. A un cierto punto, dijo al marqués de Franqueville, que estaba allí cerca:
-Es imposible contentar a todos. Ya no puedo más. Estoy muy ((110)) cansado. Escucharé solamente una palabra de cada uno. Tomenos
este acuerdo.
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El Marqués fue a proponer e imponer la condición y vigilaba para que nadie la violase. Y empezó el desfile de la muchedumbre; los que
pasaban le decían su necesidad: -Rece por mí... -Tengo a mi madre enferma, que se encomienda a usted... -Bendígame... -Déme una
medalla... -Tengo un hijo descarriado... -Diga a la Virgen que me ayude en mis negocios...
Así iban pasando unos cuarenta cada minuto y todos recibían una medalla de María Auxiliadora.
Ya hacía dos horas que duraba el desfile, cuando el Siervo de Dios dijo al Marqués:
-Vea cuántos quedan todavía.
Miró el Marqués y le contestó:
-Quedan todavía unos quinientos.
Le llevaron un café, que sorbió sin suspender la operación. Después de otra horita, preguntó de nuevo:
1 El padre del moribundo era un millonario. La tarjeta decía: "El señor Allardi, avenida de Freidland, n.° 32, tiene a su hijito
muriéndose, desahuciado por todos los médicos; pide con toda su alma a don Bosco que venga, aunque no sea más que un minuto".
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-Señor Marqués, "cuántos quedan?
Volvió a asomarse el Marqués y le dijo:
-Como un millar.
Don Bosco no podía más, había que cortar. Vino el párroco a conversar un momento; después el Marqués le hizo pasar por una puerta
próxima a la casa rectoral para partir desde allí. Cuando la muchedumbre, apiñada fuera, se dio cuenta de que ya no estaba, invadió la casa
del párroco, preguntando a gritos dónde se hallaba don Bosco. Al oír que se había ido, iba a estallar un tumulto, cuando una voz gritó que
estaba en casa del señor Baudon, calle tal, número tal. El señor Baudon era el presidente general de las Conferencias de San Vicente de
Paúl. No todos entendieron bien la dirección; otros, llegados de barrios opuestos de París, ignoraban el domicilio. Empezó entonces un
preguntar tumultuoso a los transeúntes y un aglomerarse de curiosos que duplicaban el gentío y, después una alocada carrera, porfiando
por llegar los primeros.
De allí a poco una oleada de pueblo llegaba a la casa del señor Baudon de Rozembau, forzaba la entrada, irrumpía en el zaguán y se
lanzaba escaleras arriba. El dueño se asomó asustado a la ventana y preguntó qué pasaba.
((111)) -Queremos ver a don Bosco.
-No está aquí.
-Sí que está. Han dicho que está aquí en su casa.
-Sí, lo espero. Tendré la satisfacción de que venga aquí a comer;
pero no ha llegado todavía.
En aquel momento apareció el Siervo de Dios. Como Dios quiso, se libró también de aquel agolpamiento de gente, subió, entró en el
salón y finalmente pudo respirar tranquilo.
Una tarde llegó a la casa Sénislhac, después de la hora convenida.
Todo el trayecto, desde la iglesia de la Madeleine, que distaba doscientos metros de allí, estaba tan atestado de gente que era imposible
circular. Tuvo que bajar del coche y abrirse paso a pie. Vestía a la francesa, con rabat (golilla o babero) y faja. Nadie lo conocía. A cierto
punto, empujado por el gentío, se encontró encerrado en el hueco de una puerta y fue empujado hasta el interior de un patio, de donde le
costó salir y seguir su camino. Llegó a la meta, alcanzó la escalera e intentaba subir; pero no había manera de salvar el primer peldaño.
-Déjenme pasar, decía amablemente.
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-No, le respondían. Yo tengo el número quince; yo, el veinte.
-Bueno, volvió a decir al poco rato; si no quieren que pase, déjenme al menos que vaya a descansar en aquel peldaño.
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-No, no; somos los primeros y usted es un intruso.
-Pero, señores, miren que si yo no subo, ustedes no podrán hablar con don Bosco, porque yo soy don Bosco.
Riéronse en su cara y, a su alrededor, se levantó un coro de voces llamándole farceur (bromista).
íPaciencia y barajar!, no había nada que hacer. Tuvo que volver atrás, para lo cual no encontró resistencia. Libre ya de aquel atolladero,
fue a visitar a una familia, que lo esperaba desde hacía mucho tiempo para que bendijese a un enfermo. De no haber sido por aquel
contratiempo, no habría podido consolar a aquel pobrecito.
((112)) La señorita de Sénislhac, que le había estado esperando inútilmente con la casa llena de gente, lo tomó a mal, cuando supo la
causa; por la cual, acudió a la autoridad. Desde aquel día, hubo unos guardias municipales, que hacían servicio de centinela dentro y
también fuera de la casa, para que no quedara obstruido el paso a los inquilinos de las diversas plantas, que no sabían cómo entrar o salir.
La prensa de la capital no se desinteresó del huésped italiano. El Figaro, el Univers, la Gazette de France, el Clairon, la Liberté, el
Pèlerin, la France illustrée del abate Roussel y otros periódicos no se conformaron con darle la bienvenida, sino que publicaron largos
artículos, llamándolo "Hombre de Dios", "Taumaturgo del siglo XIX", el "San Vicente de Paúl italiano". Las provincias se hicieron eco
de la capital. Los corresponsales en París le acechaban sin descanso. En su tiempo y lugar, tendremos en cuenta lo que escribieron;
mientras tanto traduciremos dos artículos que describen el entusiasmo general de los parisienses por don Bosco, omitiendo las noticias
biográficas, sacadas del libro de D'Espiney y destinadas a ilustrar al público sobre el hombre del día. El primer artículo, publicado en el
Univers del día cinco de mayo, salió de la pluma de Aubineau, veterano periodista y agudo observador; decía así.
París está asombrado ante el movimiento organizado en su seno, en torno a un humilde sacerdote de la diócesis de Turín, que no posee
ningún atractivo a los ojos del mundo. Es de familia humilde y tiene un exterior modesto. Su voz no logra hacerse oír, ante públicos
numerosos. Camina a paso vacilante y le flaquea la vista. "Por qué corren tras él?... "Hay otra preocupación en la capital en este momento
que no sea la de ver y acercarse a don Bosco?
-"Dónde está?...
-"Qué hace?...
Hace quince días, apenas si se conocía su nombre, que sólo se oía alguna vez en las conferencias de caridad. Se conocían someramente
las obras que recordaban ese nombre, obras juveniles que atienden a los muchachos abandonados y que se multiplican y extienden por
varias partes. Hay también un librito, cuya lectura hace sonreír,
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que había dado a conocer a la gente devota sus admirables fundaciones, su desarrollo y sus frutos. No se sabía otra cosa de él. Por eso, hoy
son muchos ((113)) los que quedan pasmados ante el ruido imprevisto suscitado por un hombre, que poco antes apenas si lo habían oído
nombrar.
El aplauso de los parisienses es casi unánime, y el atractivo irresistible, que agita a las masas, es por sí mismo algo prodigioso. Hay en
esto una respuesta inconsciente, si se quiere, pero directa y enérgica, contra las proclamaciones de ateísmo, que, por todas partes, se
pretende hacer en nombre del pueblo. Todos esos homenajes van dedicados al hombre de Dios; porque la masa quiere contemplar al
hombre de la fe y de la oración. Las iglesias más grandes han resultado pequeñas para dar cabida a los fieles que quieren oír la misa de
don Bosco, rezar con don Bosco, recibir la bendición de don Bosco. No le piden más.
Las muchedumbres que se vieron, no hace mucho, alrededor del cura de Ars, iban a pedir una absolución; acudían al confesor desde
todas partes del mundo hasta la humilde parroquia perdida entre el fango y las charcas de la región de Bresse. Tampoco don Bosco se
niega a recibir y oír a los pecadores (...); pero en París, en el torbellino que lo arrastra, la gente comprende que apenas tendría tiempo para
estar confesando y toda esa locura de entusiasmo, que se manifiesta en torno al dulce y sencillo sacerdote, pretende alcanzar su bendición
y una plegaria.
Cada uno desea que esa bendición descienda sobre su miseria personal o sobre una aflicción particular. El buen sacerdote escucha a
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todos, se interesa por todos e invoca sobre todos la protección de María Auxiliadora. No se preocupa de sí mismo y se pone a disposición
de cuantos le suplican: está allí para ellos, para sus penas, para sus esperanzas; consuela, bendice, alienta. En medio del tumulto que lo
rodea, no se da por aludido, sino que parece no atender más que a quien le habla: se informa de todos y recomienda a todos que tengan
ánimo.
...Yo no le he visto en sus casas entre los sacerdotes por él formados, que llevan la fecundidad sacerdotal a las pobres almas de sus
asilados; pero le he visto entre las masas, que, atraídas por su nombre, se echan a sus pies, besan su mano y se inclinan para recibir su
bendición. La hermosura de este triunfo está en la modestia del que es objeto del mismo. Se ve claramente que no se busca a sí mismo y
que todo lo atribuye a Dios y a la Santísima Virgen. El no es más que un hijo de campesinos que, a los quince años, llevaba todavía la
mano sobre la esteva del arado, e hijo de campesinos se mantiene, sin aspirar a hacer alarde de su valer. Va haciendo el bien y
sacrificándose por todos sin distinción de personas, por así decir, y sin predilecciones. Lo toman, lo llevan, y él deja hacer.
...El comportamiento del pueblo parisiense es algo que sorprende. La afluencia de gente a las iglesias es imponente y el gentío, que se
agolpa alrededor del hombre de Dios, llena de estupor. En todas partes, hasta en las casas particulares adonde va, le siguen las masas, se le
adelantan, le acechan y le sitían. Y no sólo acuden a él los simples fieles. Tuve ocasión de verle un instante en una sacristía antes de la
misa. Ya revestido, ((114)) con las manos juntas y los ojos bajos, se dirigía al altar y se le acercaron uno a uno muchos sacerdotes y le
susurraron sus recomendaciones al oído. "Qué decir de don Bosco en el altar? Yo le he podido observar desde cerca y he contemplado su
recogimiento y su piedad.
Con la misma fecha, empezaba la Liberté su largo artículo: "En los ambientes religiosos de París no se habla en estos momentos más
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que de don Bosco, una especie de San Vicente de Paúl italiano".
Sigue después una descripción de lo que el redactor ha visto en casa de la señora De Combaud.
Toman por asalto su habitación; se llenan de bote en bote las iglesias adonde él va; cuando se anuncia que va a hablar desde el púlpito,
hay que montar un servicio de orden para contener la avalancha. En todos los grupos se oye la descripción de sus obras extraordinarias y
se oye repetir.
-El padre... el santo...
El padre y el santo son la misma persona, don Bosco.
También nosotros hemos querido ver, no lo ocultamos, al hombre que se ha ganado semejantes pruebas de veneración con una vida
benéfica. Hemos ido efectivamente con este intento a la avenida de Mesina, donde don Bosco se hospeda, en el magnífico palacio
particular de una familia amiga. Había muchos coches delante de la puerta. En el patio, un vaivén de visitantes. El portero discutía con
muchas personas que querían hacerse inscribir. En la amplísima sala de entrada, donde se reunían los que habían obtenido audiencia para
aquel día, ya no había una silla libre. Subimos la escalera y nos introdujeron en la sala donde don Bosco recibía. Había tanta gente
esperando que apenas tuvimos tiempo de saludarlo. Es un hombrecito muy sencillo, diríase tímido, que se expresa en francés con un ligero
acento italiano.
Don Bosco presentó el periodista a don Camilo de Barruel, el cual le acompañó a don Miguel Rúa. Don Miguel Rúa, "tipo característico
de italiano", escribe el periodista, tenía entre manos la correspondencia. Y observa el visitante: "No habíamos visto nunca tantas cartas
recibidas en un solo día. Formaban un gran montón sobre el escritorio y había debajo muchas otras rotas. El sacerdote ponía una señal en
las que merecían respuesta y las unía al paquete que tenía delante. íQué de cartas! Y eso sin contar las certificadas".
Precisamente para despachar la correspondencia, a veces de ((115)) carácter delicado, don Bosco había pedido a fines de abril 1 a don
Miguel Rúa que fuera a París. Don Camilo de Barruel, aunque ayudado voluntariamente por otros, no lograba salir de apuros. El día dos
de mayo, escribía don Miguel Rúa al Director del Oratorio: "No puedes imaginarte los montones de cartas que hay aquí esperando
respuesta; no bastan tres, se necesitarían seis o siete secretarios. Afortunadamente viene también un óptimo religioso a prestarnos su
ayuda". También la institutriz de las hijas de la señora de Combaud y algunas señoritas Oblatas, les aligeraban el trabajo en los límites de
lo
1 Don Miguel Rúa dice en los procesos que llegó a París tres días después del discurso pronunciado en la iglesia de la Madeleine. Don
Bosco había hablado allí el día veintinueve de abril.
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posible. El portero subía seis veces al día con una caja llena de cartas hasta rebosar.
El periodista de la Liberté hizo a don Miguel Rúa una serie de preguntas para arrancarle noticias frescas con que servir a los lectores;
pero no pudo sacarle gran cosa. Le atendió sin interrumpir su trabajo:
abría sobres, pasaba la vista sobre el escrito, anotaba y guardaba o, sin más, echaba al cesto, mientras contaba al periodista episodios de la
vida de don Bosco y algunos detalles de sus fundaciones. Cuando le preguntó si era verdad que don Bosco curaba a los enfermos, don
Miguel Rúa y don Camilo de Barruel sonrieron, y el primero contestó:
-Todo lo que él puede hacer es rogar a Dios por ellos 1.
Tenemos un documento vivo e importante, salido de los puntos de la pluma de una persona culta y bajo la impresión inmediata de los
hechos; por no estar destinado a la publicidad, resulta un valioso testimonio de que el entusiasmo no enardecía solamente al vulgo o a la
gente sencilla. El documento procede de la señora Claudia Lavergne, esposa del que implantó en Francia el arte de los vidrios historiados
y renombrada escritora de literatura infantil. Escribía ((116)) ésta el día cinco de mayo a una cuñada 2: "íQué maravilloso siglo el nuestro,
si se considera la fecundidad de la Iglesia! Está don Bosco en París y no puedes hacerte una idea del arrebato de afecto de los parisienses
por este sencillo sacerdote. No posee elocuencia ni grandiosidad de ningún género, pero es de una sencillez y una humildad dignas de san
Vicente de Paúl. Lo sostienen cuando camina, porque ya no tiene fuerzas. Hoy va a ir a Lille. A la vuelta se detendrá en las Damas de
Sión, donde espero hacerle bendecir a mis hijos, pequeños y mayores. De prestar fe a la voz pública, sus milagros serían incontables; pero
tú sabes muy bien cuánta es la severidad de la Iglesia en esta materia y no hay que dar crédito a todo lo que se dice. Pero, aun cuando se
quiten las nueve décimas partes, queda todavía lo suficiente para justificar los entusiastas recibimientos que aquí se le hacen. Yo confío
plenamente en sus oraciones y se las pediré por todo lo que más quiero en este mundo (...). Es el acontecimiento de la semana y, desde
1 El folleto del exmagistrado hace este retrato de don Miguel Rúa (pág. 61) "De talla mediana, descolorido y de cara enjuta, la mirada
viva, don Rúa es el tipo acabado del italiano distinguido y diplomático. su voz es dulce, la sonrisa astuta, templada por una gran
benevolencia. Tuvimos la suerte de pasar largas horas con él, y salimos encantados de su conversación, en la que se hermanan la sencillez
de allende los Alpes y un profundo conocimiento del corazón humano. Es todo un carácter".
2 La carta fue publicada en el Bulletin Salésien de septiembre de 1921.
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la llegada de Pío VII basta hoy, nunca se habí a visto en París tal gentío alrededor de un sacerdote".
Para que los lectores se formen de alguna manera una idea completa de los agasajos recibidos por don Bosco en París, tenemos que
referir todavía algunos detalles de los más significativos.
No pasó ni un día, sin ser invitado a su mesa por distinguidos señores, y él, imitando también en esto al Divino Maestro, aceptaba.
Durante la comida todos tenían puestos los ojos en él; es más, hubo señores que no sólo le asignaron un lugar destacado para observarlo
con toda comodidad, sino que colocaron incluso espejos y vidrieras, de modo que pudiesen contemplarlo sin que él se diera cuenta.
Ordinariamente comía poco, lo que hacía exclamar:
-íQué espíritu de mortificación!
Un día le sirvieron el helado que llaman los italianos spumone (mantecado o helado esponjado).
-Ya veréis cómo ((117)) no lo tomará, murmuraban entre sí algunos comensales, o cortará una porcioncita para mortificarse.
Pero él, que había oído todo, se sirvió una abundante ración.
-Mirad, se dijeron unos a otros los primeros, lo hace así para que le tomen por goloso.
Aprendimos este episodio de sus propios labios, ya que solía contarlo con toda ingenuidad a sus hijos, sacando de él una buena
moraleja.
-Ved, decía, cómo van las cosas de este mundo. Si uno goza de buena fama, todo lo que hace, se interpreta en buen sentido; si, en
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cambio, pasa por malo, sucede todo lo contrario.
En cuanto a él, había incluso quien, acabado el banquete, bebía casi con devoción las últimas gotas de vino que quedaban en el fondo de
su vaso, y después lo guardaba como reliquia.
Muchos le presentaban objetos religiosos para que los bendijese y hasta plumas de escribir. Algunos llevaban plumas nuevas y pedían
que se las ofrecieran a fin de que las usara, para recuperarlas después y guardarlas como reliquias.
Compraban cualquier cosa que le perteneciese y pagaban por ella incluso altos precios. Un día se le presentó cierto señor pidiéndole que
estampara solamente su firma en cincuenta estampitas, y así lo hizo él. Dos días después volvía el mismo señor para entregarle dos mil
francos obtenidos por la venta de aquellos autógrafos. A veces se presentaban pobrecitos, suplicándole que escribiera su nombre sobre una
estampita e iban después a venderla por cuarenta y cincuenta francos. Condescendía a sus peticiones a título de limosna. Una señora,
que había obtenido un autógrafo de don Bosco, escribió a don Camilo de Barruel que el autógrafo constituía su mayor gozo; pero un
autógrafo suyo le parecía tan precioso que suplicaba al secretario le hiciese copiar, y luego se los enviase a ella, unos renglones, que le
enviaba, para su hermano, que también deseaba poseer semejante tesoro 1. Había contribuido también a crear el ansia de poseer autógrafos
suyos la noticia de que un enfermo de Chambéry, colocó sobre su pecho una estampa de María Auxiliadora, ((118)) en la que don Bosco
había escrito su nombre, y se curó instantáneamente.
"Y qué decir de las medallas? Repartió muchísimas. Al día siguiente de llegar a París, comprendió la necesidad de tener una buena
cantidad de ellas, por lo que escribió al proveedor del Oratorio:
Querido José Rossi:
Dimmi a vapore (Dime con la velocidad del tren):
1.° Dirección para tener medallas y estampas de María Auxiliadora.
2.° Si no se pueden encontrar aquí en París, envíamelas desde Turín. Avenue Messine, 34.
Buenos días.
19 de abril de 1883.
Tu amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
Saludos para Garibaldi y Marcelo Rossi 2.
Fueron tantas las medallas repartidas que la baronesa Reille, la cual se había ofrecido a pagárselas, muy satisfecha por mantener la
promesa, decía:
-Nunca hubiera imaginado tener que gastar una cantidad tan considerable.
1 Carta de la señora Isabel Guille a don Camilo de Barruel, París (3 Rue Hersahell), 22 de mayo de 1883.
2 Eran dos coadjutores: Marcelo, el conocido portero del Oratorio; el otro, el encargado de la librería. Con esta misma fecha y
jovialidad, escribió a don Joaquín Berto:
Queridísimo Berto:
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Dame tus noticias; dime algo de nuestros asuntos y particularmente de las calabazas y de las judías.
Envíame el gabán ligero de verano.
Dios te bendiga y saluda a Mondone y a don Taulaígo. Reza mucho.
19 de abril, Avenue de Messine, 34 París.
Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
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No podemos dejar en el olvido lo de sus vestidos. No pocas veces volvió a casa con la sotana hecha trizas; en una ocasión se la cortaron
de arriba a abajo y se llevaron toda la parte posterior, de suerte que se tuvo que poner en seguida el gabán. Y también aquel gabán tuvo su
historia, como vamos a contar.
Un día fue invitado don Bosco a visitar a la marquesa ((119)) de Pollerat, que tenía una hija enferma desde hacía diez años. Apenas
entró, intimó a la enferma que tuviese fe en María Auxiliadora y se levantara de la cama, porque estaba curada. La joven obedeció y se
encontró perfectamente sana. Su madre hízole después un donativo de diez mil francos y, luego, suplicó a don Camilo de Barruel que le
facilitase algún objeto de don Bosco, dispuesta a pagar lo que quisiese. Don Camilo le propuso el gabán que llevaba puesto el Siervo de
Dios, a condición de que diese doscientos francos. La Marquesa se los envió de buen grado, reclamando lo prometido. El padre de Barruel
le contestó, unos días después, diciendo que ya no tenía los doscientos francos y que no convenía privar a don Bosco de su gabán,
mientras no tuviese otro para sustituir al primero. La señora volvió a enviar otros doscientos francos; pero el gabán ya se lo había llevado
otro señor, soltando sus buenos francos y aun sahumados. La buena Marquesa, enterada de lo sucedido, no se alteró, sino que volvió a
enviar doscientos francos, para que se le diese, al menos el gabán recién estrenado. En conclusión, el asunto se demoró tanto que, en fin de
cuentas, la Marquesa para tener el suspirado gabán desembolsó mil francos en cinco entregas.
"Y adónde había ido a parar el primer gabán? La condesa de Combaud le había pedido insistentemente que se lo cediera a ella.
-Pero yo no puedo quedarme sin él, respondía siempre don Bosco.
-íBusque otro!
-"Y cómo?
-"Cuánto cuesta?
-Ochenta francos.
-íTenga ciento!
Y se los dio al instante.
Al día siguiente, fue la señora tranquilamente a retirarlo. Pero:
-He gastado los cien francos, le dijo don Bosco, el cual enviaba el dinero a uno y otro lado, a medida que tenía las cantidades
correspondientes para las necesidades de las casas de Francia, de la iglesia ((120)) de Roma y del Oratorio. La Condesa, pues, le dio otros
cien francos y volvió unos días después para recoger el famoso gabán.
Pero,
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-"Qué quiere usted?, volvió a oír decir. Me pidieron una cantidad, y...
La Condesa no dijo nada y volvió a poco con otros cien francos. Don Bosco se echó a reír: estábamos como al principio, y... vuelta a
comenzar.
En resumen, la escena se repitió unas diez veces y, cada vez, hubo cien francos de limosna. Al llegar al millar, dijo don Bosco al
secretario:
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-"No te parece que ya basta?
-Me parece que sí, contestó.
Cuando volvió la Señora, le dijo:
-Mire, yo no puedo quedarme sin gabán y no tengo tiempo para ir a comprar otro. Tenga la bondad de pensar usted en ello.
La señora se lo proporcionó y, cuando don Bosco tuvo el nuevo, le cedió el viejo.
Todos sabían que don Bosco estaba en París para recoger limosnas; por consiguiente, nadie se extrañaba de tales bromas. Nada más
llegar, escribió y mandó traducir e imprimir y repartir la siguiente nota:
Partes de la obra para llevar a término la iglesia y orfanato de Roma:
Cielo raso y bóveda de estilo basilical. . . . . . 50.000 Fr.
Pavimentocompleto. .. . .. . .. . .. . .. . 40.000Fr.
Cubierta. .. . .. . .. . .. . .. . .. . .. 25.000Fr.
Fachada .....................45.000Fr.
Piedra labrada para el hospicio . . . . . . . . . 25.000 Fr.
Los señores parisienses hablaban con el corazón en la mano y le hacían preguntas que hubieran parecido una curiosidad indiscreta, de no
haber sabido la gran simpatía que dispensaban a su persona; y eso le ofrecía ocasión para dar hermosas respuestas, que circulaban después
por todas las conversaciones. Así hubo quien quiso que explicase de dónde sacaba los recursos fabulosos, que necesitaba para mantener y
desarrollar sus instituciones.
-Yo tengo una gran limosnera, contestó, que me proporciona el alpiste para alimentar a los pajaritos que tengo encerrados en la jaula: mi
gran limosnera es María Auxiliadora.
Otros le preguntaron por qué recomendaba la limosna como condición para obtener gracias ((121)) del cielo, y respondió:
-Para dar gracias al Señor por favores tan señalados e inesperados, conviene añadir a la oración, que es la acción de gracias de
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palabra, la limosna, que es la acción de gracias de obra. Si un millonario, curado milagrosamente de enfermedad incurable, diese a Dios en
la persona de los pobres un simple billete de mil, cantidad tan inferior a la que le pediría un médico eminente, sería un verdadero desacato
Un señor no tuvo reparo en preguntarle qué había ido a hacer en París. Le contestó cándidamente:
-"No sabe usted a qué le obliga el hambre al lobo? Lo hace salir de su guarida y correr de un lado a otro para matar el hambre. Ahí tiene
usted la razón de por qué he venido yo a París. Estoy cargado de deudas para mantener a mis huerfanitos y, no queriendo morir de hambre
ni dejar sufrir a mis hijos, he venido de Italia a Francia y luego a París, donde sé que hay muchas personas caritativas y generosas como
usted, para pedir limosna.
El curioso comprendió tan bien la lección que, al despedirse, le rogó aceptara una cuantiosa limosna.
Contestaba a sus interlocutores con una modestia y sencillez encantadoras. El barón Reille, honradísimo por sentar a su mesa al Siervo
de Dios, invitó a acompañarlo a diversos personajes, entre ellos a monseñor De Rende Nuncio Apostólico. Se desarrollaba en torno a don
Bosco la más variada conversación, disfrutando los comensales de su inagotable afabilidad, cuando un señor del gran mundo parisiense le
hizo con toda sinceridad esta observación:
-Usted posee un ascendiente extraordinario sobre los caracteres malvados, y la historia del ladrón convertido y el paseo con los
muchachos del correccional que no se escapan, son hechos que tienen el sello de lo prodigioso.
-íOh!, contestó don Bosco con aguda ocurrencia; de ningún modo, no he sido tan afortunado siempre. Los primeros vagabundos que
recogí en los barrios de Turín durmieron en mi refugio una sola noche y, a la mañana siguiente, se llevaron hasta las mantas. Tantas eran
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las amenazas de muerte que durante varios años no pude recibir a ninguno sin tener conmigo ((122)) alguna persona; sufrí varios intentos
de asesinato.
-"Y no bastaba esto para menguar el afecto por su empresa?
-íAh, no! Sólo pensaba que eran unos pobres hombres crecidos torcidamente desde su niñez. íLa sociedad se interesaba muy poco por
los desheredados!
Los presentes advirtieron que la caridad tenía siempre la última palabra en sus labios.
Ciertos rasgos, como el del gabán, gustaban a los parisienses y les hacían abrir la bolsa; pero hay también otros diferentes.
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Una vez, al final de un gran banquete, entró en el salón una chiquita para recibir y dar un beso a cada convidado, preguntándoles si
habían comido bien. Era hija del amo de la casa. Despertóse cierta curiosidad por ver cómo obraría don Bosco. El, cuando se le presentó la
niña, sacó una medalla de María Auxiliadora y le dijo:
-Bésala, póntela al cuello y quiere mucho a la Virgen.
Aquel gesto arrancó una sensación general de profunda admiración 1.
En las semblanzas que publicaban sobre él los diarios de la capital tocaron también el tema de su antigua habilidad en los juegos de
prestidigitación. Sucedió, pues, que, en la visita a un rico señor, manifestaron el deseo de ver alguna muestra de su arte.
-Con mucho gusto, contestó don Bosco con gracia; ahora mismo, si les place.
-Sí, sí; hágalo.
-"Tendría la bondad de decirme qué hora es?
Llevó el señor la mano al bolsillo del chaleco y lo encontró vacío.
Don Bosco riendo le dijo:
-Aquí tiene usted su reloj.
Pero ((123)) no se lo devolvía. Al poco rato, cuando el Siervo de Dios estaba a punto de marchar, el señor le recordó el reloj.
-íOh, no!, contestó don Bosco. No se lo devuelvo, basta que no me dé para mis muchachos lo que vale.
-Es un reloj, que cuesta muy caro, "sabe usted?
-Usted verá.
Sacó el señor quinientos francos del bolsillo y recuperó su reloj. Reían los presentes; reía también el señor, mientras acompañaba a don
Bosco hasta la calle con la mayor cordialidad. Aquél, evidentemente, no recordaba haber dejado el reloj fuera del bolsillo allí cerca.
Con fecha del día veinticinco de abril, escribía la cronista de las Oblatas: "Don Bosco recibe mucho dinero. La señorita Jacquier le
entrega oro a puñados. Yo, le presento, cuando llega, un enorme paquete de cartas hasta con billetes de mil, dentro; sólo le entrego las que
se me recomienda remitirle directamente y paso las demás al padre Camilo de Barruel, que, sentado en nuestra sala común, hace la
clasificación de la correspondencia, junta los billetes de banco, contesta a las peticiones y a las propuestas". Hasta hubo una pintora que
quiso socorrer a don Bosco por medio de su arte; hizo su retrato y vendía las copias en favor de la Obra salesiana.
1 Este hecho se lo contaron a don José Ronchail testigos oculares en Cannes.
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Los diarios franceses hablaron con respeto de esta forma tan franca de limosnear de don Bosco. Sin duda, exageraron en sus cálculos;
pero no deja de ser una verdad patente que los parisienses dieron con largueza muy gustosos. Fue, además, un luminoso testimonio de la
santidad del hombre de Dios. Don Miguel Rúa recordaba un episodio singular. Una noche le dijo a don Bosco:
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-íMal día el de hoy! No hemos recogido nada.
-íNo digas eso, respondióle el Santo. En efecto, tenía todos los bolsillos repletos de dinero; pero no llevaba allí todo. No sabiendo ya
dónde meterlo, en un momento que quedó solo, se había desatado uno de los tirantes y con él había atado una de las dos perneras del
pantalón por abajo y lo había convertido en saco para echar dentro todo ((124)) el dinero que le daban. Así, pues, en presencia de don
Miguel Rúa comenzó a sacar y se encontró que había recogido varios miles de francos.
Recibió una muestra particular de consideración de la presidencia de un Congreso. El día nueve de mayo se inauguró en París el XII
Congreso de los Católicos franceses, que se reunieron en gran número en la sala Hertz. Bajo la presidencia honoraria de monseñor
Richard y la efectiva del señor Chesnelong, los más ilustres representantes de la Francia católica estudiaban los medios para oponer un
valladar a la invasora obra laicizante del Gobierno masónico. Ahora bien, don Bosco recibió invitación formal para presidir una reunión.
Era, sin duda, un gran honor al que, sin embargo, debió renunciar, porque, habiendo salido el día cinco de París hacia el norte, no podía
estar de vuelta antes de la mitad del mes 1.
Fueron incontables los que se encomendaron a las oraciones de don Bosco durante su estancia en París. Para satisfacer de alguna manera
el deseo de tantos, determinó hacer, del día quince al veinticuatro de mayo, la novena a María Auxiliadora, según las intenciones de los
peticionarios, invitando a cuantos lo quisiesen, a unirse a él con el rezo de tres padrenuestros, avemarías y glorias al Sagrado Corazón de
Jesús, tres salves a María Auxiliadora y las invocaciones repetidas también tres veces: Cor Jesu Sacratissimum, miserere nobis y María
Auxilium ora pro nobis. Una comisión de damas nobles constituida en París para la propaganda salesiana, publicó incluso su anuncio en
los diarios 2.
Entre las cartas de pésame llegadas a Turín después de la muerte
1 Unità Cattolica, del día 15 de mayo de 1883 y Apéndice, doc. núm. 23.
2 Le Monde, 12 y L'Univers, 13 de mayo de 1883.
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de don Bosco y que se pudieron conservar, hemos encontrado algunas, que, a cinco años de distancia, confirman la santa simpatía que
despertó en 1883 en París. Madame Lachèze escribía desde Angers, el día cuatro de febrero de 1888, a don Miguel Rúa: "Lloramos
amargamente la pérdida de nuestro Padre don Bosco. ((125)) tuvimos la dicha de verle en París, en casa del señor de Franqueville, y
consideramos aquel día como el más feliz de nuestra vida. Yo tenía intención de enviarle cien francos para sus obras, con el ruego de
obtenerme la curación de mi hija enferma, desde hace tiempo. El llorado Padre está ya en el Cielo a no dudarlo y rogará por ella. Envió a
usted esta limosnita, reverendo Padre, y le pido muchas oraciones. Hemos encargado se celebre una misa, como usted recomienda en su
circular recibida ayer por la tarde, en favor de nuestro buen Padre. No la necesita, pero puesto que era éste su deseo, resulta siempre grato
ejecutar lo que él quería".
Desde Trouville-sur-mer, escribía el día nueve de febrero la señora A. Mérigant al mismo don Miguel Rúa: "Con dolor me enteré de la
muerte de su santo fundador. Nos sentimos más tentados a invocarlo que a rezar por él. Sin duda que él protege desde arriba a su gran
familia; sin embargo, se nos oprime el corazón al pensar que ya no está con sus muchachos. Agradezco a Dios haya dispuesto que yo, si
bien en pequeñísima parte, esté en el número de las cooperadoras. Tuve la fortuna de ver dos veces a don Bosco; la primera en Turín,
donde, yendo en peregrinación a Roma, admiré su grandiosa obra, y la segunda en París. Aquí hubiera querido hablarle, pero no me fue
posible por el inmenso gentío que lo rodeaba. tengo que hacerle un ruego, reverendo Padre: una hermana mía se está quedando ciega y
nosotros pedimos su curación por intercesión de don Bosco. "Quisiera usted tener la bondad de enviarme un objeto que le haya
pertenecido, como un trocito de ropa blanca o de los vestidos usados por él?"
Tiernísimas son las expresiones de la maestra Luisa Roy, una de las conquistas hechas por don Bosco en París. "El sábado pasado,
escribía desde Viena, el padre Freund me comunicó en el confesonario la muerte del veneradísimo don Bosco, que mis amigos no se
atrevían a anunciarme. Usted sabe que don Bosco fue el autor de mi conversión y, por consiguiente, ((126)) de la paz, que hoy disfruta mi
conciencia; por esto, su pérdida es para mí algo muy duro. Me faltan palabras para expresarle mi profundo dolor. todo el mes de enero,
viví con la esperanza de su curación y rezaba con mis alumnas por él. Dejaba de un día para otro el escribirle, esperando el día primero de
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febrero y pensando mucho en él. íY de pronto Dios nos lo quita! Me parece haber perdido más que un padre y un amigo, porque sólo sus
oraciones obtuvieron el don de vencer todas mis incertidumbres e infundirme el ánimo de llegar a ser como hoy me siento. Al leer el
domingo la carta que, usted reverendísimo Padre, me escribió participándome la noticia, he formulado en mi corazón el compromiso de
hacer todo lo posible por la obra de usted, que es la obra de él. Huelga decir que pido por él con todo el fervor de que soy capaz, y mis
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pequeñas hacen otro tanto (...). Su muerte me deja como huérfana, pero con V. P. digo: hágase la voluntad de Dios".
El día nueve de febrero, escribía desde París la señorita A. Touzet, asociándose al común dolor: "Conocí de cerca a don Bosco. Dos
veces, en Turín y en París, pude acercarme al san Vicente de Paúl de nuestro siglo, recibiendo de él consejos y luces. A pesar de la
certidumbre de la felicidad y gloria que disfruta en el Cielo, su muerte nos deja un doloroso pesar.
"-íEl cielo está poblado de santos, decían en mi presencia al participarnos la triste noticia, y nosotros tenemos tanta necesidad de ellos
en la tierra! "Por qué Dios se nos ha llevado a éste tan pronto?
"-Pero nosotros no debemos pedir explicación al Cielo y decimos con usted, reverendo Padre: Dios en su infinita bondad, sólo hace lo
que está conforme con su justicia y bondad. Para secundar la voluntad de nuestro llorado Padre, rezamos por él, pero sin resistirnos a otro
sentimiento, que nos lleva a pedirle por nosotros".
íQué arraigada estaba en los espíritus la persuasión de que don Bosco era un gran santo!
Concluiremos estos testimonios con las afectuosas palabras de la señora Lepage, de soltera Delys-Rennes: "Considero como ((127)) una
gracia y una felicidad de mi vida haber podido encontrar a don Don Bosco en París. El pensamiento de que rezó por mí y por los míos, y
que seguirá dispensándome su protección, es para mí un dulcísimo consuelo. Me mantendré fiel a su recuerdo y adicta a sus obras, cuyo
gobierno ha dejado a usted".
Aun sin lo mucho que nos queda por decir, basta lo dicho hasta aquí para no encontrar exagerado un juicio expresado entonces por aque
gran amigo de don Bosco, el abate Guiol de Marsella. Mientras trabajaban afanosamente los sectarios para descristianizar a Francia, mirad
cómo en la visita de un pobre sacerdote, sin ningún prestigio exterior, por añadidura extranjero y hablando con dificultad la lengua del
país, aquel buen amigo descubría "un germen providencial de
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salvación y de esperanza" 1. En el artículo anteriormente mencionado también Aubineau concluía formulando alegres pronósticos acerca
de los efectos de la visita de don Bosco a París.
"Sólo cuando nos haya dejado, escribía, se comprenderá el beneficio de su visita. Deja tras sí muchas esperanzas. Ha visitado a muchos
enfermos; no han acabado todavía las novenas aconsejadas por él. Ha aliviado muchos sufrimientos espirituales; porque las almas son el
objeto principal de su caridad, son muchas las que necesitan ser iluminadas y muchas las que están turbadas y descarriadas. Ojalá hayan
recibido todas ellas una poderosa sacudida y se digne María Auxiliadora llevar a término la obra de su siervo".
1 Libro de actas de la Comisión femenina marsellesa, 10 de mayo de 1883.
114
((128))
CAPITULO V
EN PARIS: AUDIENCIAS
LAS audiencias de don Bosco en París fueron calificadas de regias, pero de una realeza desconocida en los palacios de los soberanos,
porque se concedían a todos, pequeños y grandes, pobres y ricos, y no sólo algún día, sino hasta la víspera de su salida 1. Hemos hablado
de ellas en general, como de un indicio para formarse un juicio sobre los agasajos tributados a don Bosco en la capital francesa; vamos a
ver ahora más detalladamente cómo se efectuaban y presentaremos algunos casos especiales llegados a nuestro conocimiento.
El diario de la señorita Bethford nos permite asistir a las recepciones de la tarde en la casa Sénislhac. Para conseguir en ella que las
cosas marcharan en debida forma, necesitaban las dos centinelas, que, como ya hemos dicho, vigilaban las entradas, una cautela
acompañada de cierta energía; lo cual resultaba sobre manera difícil, cuando, como sucedía las más de las veces, había que impedir el paso
a personas aristocráticas, a hombres de elevada posición social o a sacerdotes.
El día veintiuno de abril se presentaron dos sacerdotes, que tenían toda la buena voluntad de eludir la consigna, haciéndose introducir po
la puerta del descansillo, en lugar de tomar su obligado número de orden. Uno, el abate Sire de San Sulpicio, actuó diplomáticamente. Le
((129)) acompañaba una señora, que se ofreció a substituir a la guardiana en su oficio; pero la otra adivinó la intención y le agradeció la
interesada cortesía. El segundo se presentó con una marimacho, inventora de un fusil, que quería se lo bendijera don Bosco, entrando
directa e inmediatamente bajo la égida del abate protector; pero tuvo que ir a pedir número y esperar su turno.
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Pero toda regla tiene sus excepciones, y las dos guardianas vigilantes de las puertas sabían concederlas oportunamente. En el diario de la
Bethford se lee en la misma fecha: "Abierta la audiencia, la señorita Jacquier, que tiene un duplicado de la lista hecha a la entrada, va
1 Le Monde, 13 de mayo de 1883.
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llamando los números correspondientes a los nombres. Yo, por el contrario, hago entrar por una portezuela a las personas que vienen con
una tarjetita de don Bosco o con una recomendación del padre De Barruel para ser introducidas inmediatamente. Dejo pasar también a las
personas enfermas o recomendadas por nuestras amigas. No siempre es fácil porque, tan pronto como se filtran en la sala estas pequeñas
maniobras, se arman verdaderos tumultos gritando contra la trampa. Nosotras dos abrimos a veces un poquito nuestras puertas para
hacernos señas con que entendernos y esto hace sonreír al buen don Bosco que, con paciencia inalterable, recibe a tantos importunos e
importunas".
La tarde del día veintiuno se cerraron las audiencias a las nueve. Por lo menos, habían tenido entrevista particular con don Bosco,
personas de sesenta familias. Quedaban solamente las dos señoritas y los pocos que tenían que acompañar "al santo"; se arrodillaron las
dos una a cada lado de su escritorio, pidiéndole la bendición. Así que las hubo bendecido, las saludó diciéndoles que eran sus dos ángeles
custodios.
A las seis de la mañana siguiente, domingo, ya llegaba la gente buscando a don Bosco. No era aquella la hora; pero las religiosas, que
también hubieran querido poder entretenerse alguna vez con él, comprendieron que, en su casa, nunca tendrían oportunidad. Para
proporcionarles este consuelo, la señora de Combaud las invitó a ir a su palacio ((130)) cuantas veces quisiesen a las horas de la mañana.
Un día, viendo la señorita Sénislhac, que las cosas se ponían cada vez más difíciles, rogó a don Bosco que llamara a algunos hombres, que
pusieran mano fuerte para mantener el orden; pero él contestó que sólo las mujeres tenían la paciencia necesaria. Cada tarde, antes de
marcharse, invocaba sobre las religiosas las bendiciones del cielo con alguna buena palabra, que las defensoras de la buena marcha
escuchaban con avidez y les hacía olvidar el no pequeño cansancio. Una vez, por ejemplo, dijo con gran amabilidad:
-Pediré al santo Job que les dé paciencia. íMuy pronto estarán hartas de tener a don Bosco en su casa!
La tarde del día veintitrés había en la casa de Sénislhac "taller de costura" para las iglesias pobres. Señoras distinguidas iban allí a
preparar ornamentos sagrados. Todas juntas pudieron acercarse a don Bosco, el cual les dijo unas pocas palabras y las bendijo. El rumor
de la muchedumbre reunida en la calle le hizo perder las ganas de entretenerse por más tiempo.
Aquella misma tarde acudió también una señora perteneciente a
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la alta sociedad y muy conocida en París, pero no permitió que se publicase su nombre. Decía que había obtenido de don Bosco la
curación de una persona muy querida y quería darle las gracias. A las palabras de agradecimiento añadió una cuantiosa suma de dinero y
su anillo nupcial, joya de mucho valor, que llevaba engarzado un brillante, grande como una avellanita y rodeado de ocho brillantes más.
Don Bosco pensó rifarlo en seguida. Se lo comunicó a la señora de Combaud y la misma Condesa se encargó de organizar la rifa, y la
institutriz de sus hijas dio vueltas cada tarde por la sala de los visitantes despachando billetes entre los grupos de aristócratas.
El día veintiséis por la tarde había dos coches de lujo que esperaban en el patio la salida de don Bosco. Uno era del señor de
Saint-Phalle, a cuya casa debía ir a cenar el Siervo de Dios; el otro, de un enfermo que vivía en las inmediaciones de la ((131)) estación
del norte. Aquel día cortó don Bosco las audiencias a las ocho. El hijo de los Saint-Phalle no veía la hora de acompañarlo a su familia,
reunida hacía seis horas para recibirlo; pero él no dio muestra alguna de preocuparse por ello, antes al contrario, con toda calma, le dijo
que iría a su casa dentro de poco, después de visitar a aquel enfermo.
Poco antes de que don Bosco bajase, se encontraba en la sala esperándole una pequeña sordomuda, llegada del campo de los alrededores
de París y acompañada por dos mujeres parientes suyas. Las pobrecitas se quejaban porque faltaba poco para la salida del tren.
-No somos ricas, decían, y no podemos hacer dos viajes y sacrificar dos jornadas.
Las guardianas enternecidas las habían hecho pasar y las habían visto hacía poco salir radiantes de alegría, porque don Bosco les había
dicho:
-La niña hablará, cuando sus dos hermanos hayan ingresado en la Orden dominicana.
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Y vea ahora el lector una muestra de las escenas que sucedían. Poco después de las dos de la tarde del día veintisiete se presentó la
marquesa de Bouillé con una tarjetita del cura párroco de la Madeleine, rogando a las señoritas le obtuvieran que don Bosco hiciese una
visita a un niño enfermo, hijo y nieto respectivamente de dos de los Bouillé caídos en 1870 en Patay 1, defendiendo en el cuerpo de los
zuavos la bandera del Sagrado Corazón. En las sangrientas jornadas de Patay, del día dos al cuatro de diciembre, los exzuavos pontificios,
1 Lugar de la derrota del ejército en el departamento del Loira por los alemanes (2-XII-1870) (N. del T.).
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al mando del general de Charette, realizaron heroicos prodigios bajo aquella bandera. La tarjetita estaba empapada en lágrimas de la
afligida señora. El jovencito sufría altas fiebres tifoideas, que los médicos no tenían esperanza de atajar. La señorita Bethford prometió
hacer lo posible ante don Bosco; pero después, recordando el caso del joven de Saint-Phalle y del enfermo, sugirió a la señora que enviara
a eso de las cinco una persona de la familia y un coche propio para llevarse al saint homme.
Hacía poco tiempo que habían comenzado las audiencias, cuando la señorita Bethford advirtió, desde su puesto de guardia, un altercado
suscitado ((132)) al pie de la escalera y, al poco rato, vio abrirse paso a fuerza de empujones y llegar hasta ella una gran dama muy
alterada y deshaciéndose en gemidos desgarradores que movían a compasión a la muchedumbre apiñada en la antesala. Era la duquesa
Salviati, que tenía una hija de dieciséis años moribunda. Quería ver al padre De Barruel y obtener a toda costa por su medio una visita de
don Bosco. La señorita Bethford, vacilante, mandó llamar al secretario, que fue recibido por un violento estallido de llanto y prometió la
visita.
Cuando salió la duquesa Salviati, había que pensar en la marquesa de Bouillé. Acudió al padre De Barruel y le presentó la tarjetita.
Hízolo sin el temor que solía posesionarse de ella en parecidas circunstancias, porque, ante una recomendación del cura párroco de la
Madeleine, había que descubrirse. Pero don Camilo de Barruel, tan pronto como oyó de qué se trataba, contestó con un no tan resuelto,
que la señorita Bethford no se atrevió a añadir palabra. Sin embargo, confiaba todavía en la sugerencia que había dado a la señora de
Bouillé.
A las cinco y media se paraba un coche en el patio; y subían después el abuelo materno del enfermo y el padre Argan, jesuita, y
suplicaban a la señorita Bethford que interpusiera sus buenos oficios. "Pero cómo conseguir que se interrumpiesen las audiencias? Don
Bosco, que había llegado con retraso, llevaba un ahora escasa de audiencias, y había más de cien personas esperando desde después del
mediodía. No sabiendo qué hacer llamó al padre De Barruel. Este se mantenía en el descansillo firme como una roca ante el pobre
anciano, que desesperado, se mesaba los cabellos y gritaba:
-He prometido a la madre del muchacho llevar a don Bosco; no puedo volver a casa sin don Bosco.
La señorita de Sénislhac, tocada en lo más vivo del corazón, abrió paso en la sala con gran dificultad al señor de Bouillé, explicó el caso
a los presentes hablando con tanta elocuencia que, poco a poco, la emoción ganó los ánimos de todos. Ante el nombre, que recordaba a
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los heroicos excombatientes de Patay, nadie osó hacer valer los derechos de precedencia, sino que todos se inclinaron en respeto al
reverendo anciano, que entró.
El anciano y el religioso cayeron de rodillas ante don Bosco, ((133)) que, primero, los consoló, prometiendo que el chico, aunque había
recibido ya los últimos sacramentos, no moriría. Sin embargo, insistieron tanto que el Santo fue al palacio de Bouillé, en la calle de la
Bienfaisance, donde, rodeado de la familia, agonizaba el moribundo. Don Bosco se arrodilló, rezó y, después, dijo:
-Dentro de una hora, el enfermo se pondrá mejor y pronto comenzará la convalecencia.
Y, tal como lo anunció, sucedió.
El día veintiocho, ocurrió una escena tragicómica. Mientras la señorita Bethford luchaba para no moverse de su puesto con peligro de
una irrupción en la biblioteca, hacia las cuatro, llegó una gran dama, vestida de negro y con un andar extrañamente hombruno, que
preguntó por don Camilo de Barruel. Estaba éste en la planta superior, despachando la correspondencia y había dado orden de no
molestarle. La señorita contestó que no estaba.
-Pues yo sé que está aquí, replicó con cara muy seria la desconocida. Está en el segundo piso y yo subo arriba.
El aire descarado con que había recalcado las últimas palabras prestó a la fina portera el valor de replicarle inmediatamente con viveza:
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-No, usted no subirá, sino que respetará la casa donde se encuentra y las órdenes que se le den.
La altiva marimandona, por toda respuesta, se dirigió a la escalera que llevaba al piso superior, al paso que la otra la agarraba por un
brazo y se esforzaba por detenerla. Entonces, atraída por el ruido, acudió la señorita Sénislhac y declaró a la intrusa que, en su casa, le
prohibía poner pie en los apartamientos.
-"Es usted la señorita Sténislhac?, preguntó la despótica dama.
-Sí, señora.
Al oír esto, la desdeñosa matrona se apaciguó, tomó cierta confianza y dijo que quería comunicar a don Camilo de Barruel una
invitación para que fueran a comer en su casa al día siguiente él, don Bosco y el padre Forbes.
Ella era la señora D'Arsc.
Cada tarde se entregaban a los visitantes programas para la conferencia del día veintinueve en la Madeleine. Aquel día no hubo
audiencias; a casa Sénislhac sólo llegó una carta de cuatro páginas de
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parte del señor Sakakini, cónsul general del ((134)) Sha de Persia, que pedía una visita de don Bosco para su señora, enferma desde hacía
más de dos años.
Después del día treinta, las religiosas recobrarían por fin su tranquilidad, porque tenían que comenzar los ejercicios espirituales. Escribe
la cronista: "Aunque felices por poder servir a don Bosco, estábamos tan cansadas que no podíamos más. Nos dolía la garganta, de tanto
repetir siempre lo mismo a gente que no quería oír razones, por el enojo que les causaba la espera".
Aquel día don Bosco llegó tarde. Lo rodeaba tanta gente en la calle que para ir, desde la casa rectoral de la Madeleine, hasta el palacio
Sénislhac, es decir, del número dos al veintisiete, tardó hora y media.
Estaba rendido y pidió de beber. La señorita Jacquier le preparó a toda prisa una mezcla de agua tibia y málaga.
Al atravesar el patio, le habían presentado un niño enfermo acostado en un coche. Don Bosco lo miró y dijo:
-Si don Bosco estuviese solo, haría caminar al muchacho, pero hay demasiada gente. Andará el día de la Asunción. Si, para entonces,
estuviese todavía en cama, escriban a don Bosco diciéndole: -Usted, don Bosco, no sabe rezar.
Los primeros que recibió fueron dos sacerdotes, el padre Chauveau y el abate Lebeurrier, que se arrodillaron devant le saint con
impresionante humildad. Esta última observación es también de la cronista.
Durante las audiencias, se desarrollaron las acostumbradas escenas dramáticas. Fue la señorita Bethford a dar un recado a la señorita
Jacquier y oyó un rumor en la biblioteca; lo advirtió también don Camilo de Barruel, que momentaneámente sustituía a la señorita.
Sospechando ambos una irrupción por el lado de la antesala por una puerta habitualmente cerrada, se asomaron al mismo tiempo a la
biblioteca por los lados opuestos. No se habían equivocado; unas señoras habían entrado en ella, forzando la puerta. Sordos a sus súplicas
las obligaron a salir al instante; pero, una, puesta de rodillas ante ellos, les suplicaba con las manos juntas que la dejasen quedarse allí,
((135)) y tanto insistió que lo obtuvo. Después, antes de alejarse, el padre de Barruel ordenó que se atuviesen a los números, excepto
(siguió diciendo en alta voz para que todos lo oyesen) la señora de Martimpré, que debía ser admitida enseguida.
"Qué sucedió? Apenas él se fue, gritó una vieja mujer de pueblo:
-íLa señora de Martimpré!
Y, así diciendo, empujaba hacia adelante a una joven descalza,
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andrajosa, con un niño en brazos, agotado y moribundo. El rostro descolorido de la madre, envuelto en un pañolón de tela indiana y su
mirada encendida por un ansioso deseo enternecieron a los presentes, que, penetrados de respeto ante aquella personificación de la
miseria, se apretaron para dejarle pasar. La señorita Bethford le abrió al momento la puerta; pero acababa de cerrarla, cuando asomó la
verdadera Martimpré. La portera se lamentó del engaño a la vieja, pero ésta se disculpó diciendo que había creído hacer un acto de
caridad, porque aquella desdichada había llegado a pies descalzos desde la Bastilla para que "el santo" bendijera a su hijo. En aquel
instante, salía la pobrecita colmada de júbilo: don Bosco había bendecido a su enfermito, prometiéndole que viviría.
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Fue aquella una tarde realmente tempestuosa. Las valientes porteras no sabían cómo arreglárselas; no había un palmo libre desde el patio
a la biblioteca y, sin embargo, para guardar el orden había que tratar con guantes a la gente, pues había que vérselas con un público
selecto. Pero selecto o no, no había sitio para todos en la antesala ni en la sala, de modo que muchos altos personajes tenían que esperar en
el rellano y en los peldaños de la escalera. Viéronse entonces sentadas en los escalones, rendidas de cansancio, las primeras damas de
Francia, como las Rohan, las Rozenbau y las Frencinet. Ya al atardecer, la señora de Curzon conquistó una silla junto a la puerta del
descansillo y se sentó en ella para poder decir una palabra a don Bosco cuando saliese. Cuando llegó el momento, se abrió la puerta, la
gente se abalanzó por aquella parte sin miramientos ni discreción alguna. La señorita Bethford alargó los brazos para proteger a don Bosco
y a la señora Curzon; pero el ímpetu la arrolló. ((136)) Gritó entonces desesperadamente llamando al secretario en su auxilio. Acudió éste
a toda prisa y contuvo la avalancha. Una señora prefirió caer al suelo antes que retroceder. El pobre don Bosco no podía dar un paso; pero
en medio de la batahola, la de Curzon se consideraba feliz por haber recibido una buena bendición, mientras se ayudaba a la caída a
levantarse; también se alegraba por haber oído una buena palabra del Santo. Una Marquesa, que estaba aguardando con el coche en el
patio, abrió ella misma la portezuela e invitó a don Bosco a subir, diciéndole que le llevaría adonde quisiera. Don Bosco le contestó:
-Se lo agradezco. Le deseo cien coches para ir al paraíso.
Los ejercicios de las religiosas y el viaje de don Bosco al norte acabaron con aquel batallar de cada día. El día veintiuno de mayo volvió
por última vez al palacio de la señorita Sénislhac. Fue una tarde bastante tranquila. Al entrar, saludó a la señorita Bethford, y le
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preguntó si había rezado un padrenuestro en honor del santo Job para obtener la paciencia. La señorita sonrió y le presentó para que los
bendijera dos paquetes, que contenían doce docenas de medallas, uno para ella y el otro para su compañera de armas. Pero don Bosco le
dijo:
-Don Bosco ya no tiene ni una. "Podría tomarlas de aquí?
-íSí, sí, padre! Tome las que quiera, contestó dejándole los paquetes sobre la mesa, para que se sirviese de ellas en las audiencias.
-Ya verá cómo todavía le quedarán, le aseguró él.
Pero la predicción no se cumplió, porque, al final, no quedaron más que los envoltorios de las doscientas ochenta y ocho medallas. A
pesar de todo, las dos religiosas no se quedaron sin nada; porque había un paquete que la señorita Sénislhac había hecho para todas ellas.
De lo que sacó la señorita Bethford esta óptima moraleja: "Ya había dicho la verdad el santo varón al mismo tiempo que nos había dado a
las dos una lección, al enseñarnos que nos debemos conformar con lo que se tiene en común y que las pequeñas reservas personales no
sirven para nada".
Hasta aquí nos hemos servido casi exclusivamente del diario de casa Sénislhac; hablaremos ahora de algunas audiencias especiales,
((137)) concedidas en casa de Combaud o en otros lugares. Se iba un poco a la caza de don Bosco por todas partes; por eso, uno de los
medios que empleaba la señorita Bethford para despejar la casa Sénislhac era notificar a dónde iría después a celebrar el Siervo de Dios.
En el palacio de Combaud algunos se escondían en las dependencias próximas a su habitación para esperarlo al paso cuando salía a
primera hora. Esto suponía evidentemente la complicidad de la servidumbre, que favorecía a los visitantes y que, como es natural,
encontraba en ello su ganancia. En efecto, una vez que don Bosco salió de París, un antiguo criado, que estaba de servicio en la antesala,
se presentó a la señora y, como cuenta hoy su hija, le dijo:
-Lo siento mucho, señora Condesa, pero le pido licencia para marcharme.
-"Marcharse? "Le han hecho algún agravio? "Quiere aumento de sueldo?
-No, de ningún modo, señora Condesa. Todos me tratan bien aquí y yo no pretendo nada. Sólo he de decirle que ya he hecho mi fortuna
y no necesito trabajar para vivir.
Evidentemente, gracias a la generosidad de los visitantes de don Bosco, había recibido lo suficiente para redondear sus ahorros 1.
1 Bulletin Salésien, marzo de 1930.
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Si las paredes de los lugares donde don Bosco concedía audiencias pudiesen hablar, ícuántas cosas tendrían que contarnos, que quedarán
sepultadas para siempre en el olvido! Pero también se ha disipado el recuerdo de muchos sucesos, con la desaparición de las personas que
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han muerto. Contaremos, pues, algunas, cuyo rastro fue posible hallar.
Se hablaba mucho de milagros obrados por don Bosco. Aun sin intentar enjuiciar el asunto, no puede dudarse de que algunas audiencias
estuvieron acompañadas o seguidas de efectos sorprendentes.((138)) Tal es el caso del benedictino don Andrés Mocquereau, fallecido el
año 1928, del que tenemos documentadísimas noticias.
Dom Couturier, abad de Solesmes y sucesor inmediato de dom Guéranger, había hecho rogar a don Bosco en Marsella que se dignase
visitar su abadía, y le escribió el día veinte de abril a París, pidiéndoselo directamente en nombre propio y en el de toda la comunidad.
Uno de los monjes necesitaba verle, tanto que pedía al superior lo enviara en seguida a la capital, si no se aseguraba la ida de don Bosco a
monasterio 1. Como don Bosco no pudo prometerlo, fue a él el benedictino. Era éste precisamente el mencionado don Andrés
Mocquereau, discípulo y continuador del padre Pothier en la restauración del canto gregoriano. En la flor de la edad, habíale acometido
una laringitis pertinaz, que lo dejaba casi sin voz; era una amenaza de que se malograsen las halagüeñas esperanzas puestas en él para la
dirección general del canto sagrado en la comunidad y para la obra de la reforma. El alimentaba la secreta confianza de que la bendición
de don Bosco le libraría de aquella molestia; y añadíase también a esto una misión delicada. Había una piadosa joven que deseaba la
recomendara al Siervo de Dios, para que le obtuviese a ella y a una compañera suya la gracia de superar los obstáculos que les impedían
abrazar la vida monástica en la Orden benedictina, dentro de un determinado plazo. Fue el monje a París, presentóse, a eso de las dos de la
tarde, en el palacio de Combaud y pidió al portero hablar con la Condesa.
-"Es para don Bosco?, preguntóle bruscamente la mujer del portero.
-No. Pregunto por la señora Condesa; tengo que hablar con ella.
-Entonces suba; vamos a avisarla.
El camarero, que sospechó iba para hablar con don Bosco, le puso alguna dificultad; pero él insistió y logró entrar. ((139)) La Condesa y
su hija lo recibieron amablemente. Oyeron su deseo y le contestaron que
1 Véase Apéndice, doc. núm. 24.
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don Bosco podía estar en casa Sénislhac; pero que era difícil saber a ciencia cierta dónde se encontraba.
-Don Bosco es inasequible, siguió diciendo la señora. Sale a las siete de la mañana y no vuelve hasta después de las once de la noche,
rendido de cansancio... Pero deje el asunto en mis manos. Puesto que usted tiene una notificación verdaderamente importante para él, yo
lo arreglaré todo. Venga mañana a las siete. Yo le pondré un coche de dos plazas solamente. Usted subirá a él y durante una media horita
podrá conversar con él cómodamente. Es el único medio para pillarlo. Además, tendrá la ventaja de que; por la noche, vuelve medio
muerto, tanto que ya no puede hablar ni escuchar. Así, pues, hasta mañana.
El padre Mocquereau fue puntualísimo: a las seis y cuarto ya estaba allí. El portero le hizo entrar en su cuartito, y allí estuvo en ansiosa
espera, con los ojos clavados en la escalera; no se atrevía a subir tan temprano hasta la señora de Combaud. Después de unos diez
minutos, durante los cuales se encomendó sin parar a los santos Angeles, he aquí que de pronto apareció el ama de llaves de la casa, que
iba a buscarlo para acompañarle a las habitaciones de la dueña de casa. Su primer pensamiento al subir fue preguntarle si, de acuerdo con
lo prometido, habían avisado a don Bosco la noche anterior, de que él iba a acompañarle en el coche.
-Llegó a media noche, contestóle ella, y no fue posible decírselo.
Estas palabras lo turbaron, ante la duda de que don Bosco o el secretario hubiesen concedido este favor a otro.
A las siete apuntaron nuevos peligros. La dama de compañía de una Marquesa vino a decir que su señora enviaba un coche para don
Bosco, porque quería tener de este modo un recuerdo del Hombre de Dios. Un cuarto de hora después, llegó una Condesa y se puso a
hablar ella también sobre el coche, pues deseaba que fuese santificado con la presencia del nuevo San Vicente de Paúl. El benedictino,
alarmado, elevaba con más fervor sus invocaciones al Angel Custodio.
((140)) Y no tardó en ser escuchado. El ama de llaves, que se había escabullido durante las discusiones por el asunto de los coches,
reapareció triunfante y le dijo:
-Padre, está convenido con don Bosco que usted irá con él y con su secretario en el coche de la Condesa tal. Es cosa prometida.
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Hacia las ocho menos cuarto, entró en la sala para anunciar que don Bosco estaba a punto de salir de su habitación. En efecto, pocos
minutos después, apenas se asomó, érale presentado el monje. Se
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echó éste inmediatamente a sus pies pidiéndole su bendición, que él le dio con la fórmula de costumbre. Agradecióle el monje el favor de
aceptarlo en el coche durante el trayecto. Y contestó el Santo:
-Bien, bien; partamos.
Don Andrés Mocquereau describe en los términos siguientes a la hermana su primera impresión: "El pobre don Bosco está muy
desmejorado, y el retrato que tú conoces es muy distinto de la realidad. Aparenta unos setenta años y camina con gran dificultad. En el
primer momento, quedé algo sorprendido al ver a un santo tan desaliñado. La barba sin rasurar, largos y despeinados los cabellos, caídos
con gran desorden en toda dirección. Raída la sotana, el cuello del gabán verdusco y así lo demás. Tal es su exterior. Aquel primer instante
fue por tanto para mí puramente natural".
Ya a punto de salir, corrió el secretario a comunicarle que había gente en la escalera, pero que no debía pararse, porque llevaban retraso.
Pero nada más salir, se plantó delante una señora y don Bosco se paró a escucharla con verdadero interés. Más abajo encontró unas veinte
personas, entre ellas una joven, que le dijo:
-Padre, cúreme. De las veinticuatro horas, me toca pasar dieciocho en cama.
-Arrodíllese, le contestó.
Arrodillóse la mujer en un peldaño y don Bosco, de pie a su lado, rezó un padrenuestro, avemaría y gloria y la bendijo. "En aquel acto,
observa don Andrés Mocquereau, vi y reconocí al santo".
((141)) En el peldaño siguiente, una madre le presentó a dos hijos, de catorce y dieciséis años, que él bendijo poniendo y apretando
fuertemente la mano sobre la cabeza de ambos. Más abajo se acercó una señora al monje y le dijo:
-Veo que usted va con él; tenga a bien decirle que acepte mi coche, yo soy la Señora tal.
Evidentemente le contestó que él no podía hacer nada. En conclusión, para bajar hasta el pie de la escalera, tardó veinte minutos,
detenido en cada peldaño por hombres o mujeres suplicantes.
Aquí el joven benedictino, con la mente siempre fija en la inminente conversación, se acercó al cochero de la carroza ya designada y le
dijo al oído:
-Ya sabe usted que vamos a la calle de la Chaise, a las Damas del Cenáculo. Vaya despacito; cuanto más tiempo tarde, mayor será la
propina.
Dicho esto, volvió junto a don Bosco, que estaba todavía en el último peldaño y haciéndole barrera con su cuerpo, lo llevó al coche y
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le ayudó a subir. Hubiera preferido estar a solas con él; pero se resignó a la inevitable compañía del secretario, el cual, adivinando su
apuro, se apresuró a decirle cortésmente que no le causaría molestia, pues estaba obligado a guardar el más riguroso secreto.
Tan pronto como el caballo arrancó, don Andrés Mocquereau entabló la conversación; empezando por el primer fin de su viaje. Don
Bosco lo escuchaba con los ojos cerrados y contestando siempre: Bien, bien. Cuando terminó, le dijo:
-En la sacristía de la capilla de las Religiosas le bendeciré y le daré una medalla y después rezará cada día tres padrenuestros, avemarías
y glorias con la invocación: María Auxilium Christianorum, ora pro nobis.
-"Y el próximo domingo, añadió el monje, tendré que probar a cantar la misa?
-íSí, contestó mirándolo sonriente, pruébelo, pruébelo!
Pasó enseguida el monje al otro asunto, entregándole una carta de la señorita; pero, como leyera con dificultad, don Andrés Mocquereau
pidióle licencia para leérsela él, lo cual ((142)) hizo con vehemencia, subrayando las sílabas donde se hablaba de la fecha impuesta y de
los obstáculos invencibles, y añadiendo algún comentario. Terminada la lectura, suspendió el secretario el rezo del breviario, y acercó el
oído a don Bosco mirándole fijamente. El Santo sonrió con la mayor tranquilidad, pero no abrió la boca. Entonces el monje insistió para
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recabar una respuesta y él, con mucha calma, le dijo:
-Espere, espere. Tengo que rezar, tengo que rezar al Señor.
Después de un instante volvió a tomar la palabra:
-Diga a esa persona: a quien diere le será dado. Es preciso que antes haga ella muchas obras de caridad.
Y, después de un breve silencio, siguió diciendo:
-No es necesario que dé nada a don Bosco. Hay muchas otras obras, todo un mare magnum; huérfanos, misiones, etc. Que ella dé y se le
dará; y, mientras tanto, que rece las oraciones que tiene que rezar usted. Le daré una medalla para que se la lleve.
Don Andrés Mocquereau era precisamente portador de cincuenta mil francos para don Bosco de parte de la señorita.
Habían transcurrido de veinticinco a treinta minutos, para un trayecto de diez o quince. Encontraron la calle de la Chaise atestada de
vehículos, coches de alquiler y particulares. Un denso gentío llenaba el patio de las religiosas. Cuando don Bosco se apeó, todo el mundo
se abalanzó hacia él; unos le hacían tocar medallas y rosarios, otros gritaban por todas partes para recomendarle intenciones o enfermos.
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"El pobre don Bosco, escribía el monje a su hermana, pasó con calma por entre aquella muchedumbre, daba bendiciones a derecha e
izquierda, tocaba a los enfermos que encontraba al paso. El secretario y yo que íbamos a ambos lados, lo defendíamos de la muchedumbre
apiñada. Avanzábamos con dificultad y paso a paso. Le presentaron una chiquilla muda, él la tocó y siguió adelante. Otros se quejaban
porque no alcanzaban a tocarlo. En conclusión, yo nunca he visto fe más extraordinaria en una masa de pueblo, ni calma más completa en
un hombre de Dios. El Señor me ha concedido también la gracia de asistir a un espectáculo de esta clase".
Finalmente, llegaron a la sacristía. Don Bosco le hizo arrodillarse ante una estatuita de la Virgen y, estando ((143)) de pie, rezó con él un
padrenuestro y una avemaría, añadiendo algunas oraciones; después le dio una amplia bendición "para la salud del cuerpo y la santidad de
alma", aplicó unos instantes la derecha a su garganta y se revistió para la misa. Don Andrés Mocquereau asistió a ella y salió después de
allí con mucha paz y alegría en el corazón.
No le desapareció totalmente el mal, ni tuvo ya en adelante mucha voz; pero siempre le bastó para el trabajo que le confió la
Providencia. En efecto, fue casi hasta el fin de su larga vida maestro de capilla en Solesmes, y se prodigó, además, por todas partes en
reuniones y congresos, llevando denodadamente la cruzada en favor de las genuinas melodías litúrgicas. Se cumplieron también los deseos
de las dos señoritas, que tomaron el velo y profesaron la regla de San Benito 1.
En general, los hechos prodigiosos acaecían lejos de las miradas del público o eran aplazados para una ocasión futura; alguna vez, sin
embargo, no faltó la publicidad. Un día le llevaron un hidrópico monstruosamente hinchado; parecía que no le quedaba mucho tiempo de
vida. Don Bosco lo recibió en la sala de audiencias, lo bendijo y el efecto fue inmediato; el enfermo perdió la hinchazón al instante, y
quedóle la piel sobre el cuerpo tan arrugada que daba la impresión de un pellejo vacío. La gente, que lo había visto entrar en brazos de sus
acompañantes y lo veía salir por su propio pie, se resistía a creer que fuese el mismo individuo.
-íY, sin embargo, soy yo!, repetía el agraciado, tan extrañado
1 Bulletin Salésien, marzo de 1930. Hemos sacado gran parte de estas noticias de tres cartas de don A. Mocquereau, comunicadas
después de su muerte al Director del Boletín francés; dos de la hermana en 1930 y una en 1934 de un benedictino de Solesmes. Aquellas
aparecieron en el Bulletin (marzo 1930), y ésta es inédita (Apéndice, doc. 25 A-B-C).
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como los que, con los ojos abiertos de par en par, le cosían a preguntas.
El caso de este hidrópico nos trae el recuerdo de otro, que traemos aquí sólo por la identidad de la enfermedad. Fernando Bagouin,
obrero, en otro tiempo zuavo pontificio y domiciliado en Sèvres, ((144)) gemía, hacía mucho tiempo, atormentado por aquel triste mal.
Habiendo oído tiempo atrás hablar de don Bosco en Roma, le había escrito a Turín, pero no tuvo contestación; volvió entonces a escribirle
a París. Don Bosco hizo contestarle que rezase a María Auxiliadora y que, el día treinta de abril, asistiera al comienzo del mes de María en
su parroquia. Tres médicos lo habían dejado ya por imposible y, sin embargo, a las dos de la tarde del día treinta, desapareció
improvisamente la inflamación de pecho, vientre y piernas, de suerte que, a las siete, estaba el buen hombre en la iglesia con su madre
para asistir al piadoso ejercicio. Después se creyó en el deber de pedir una audiencia para dar las gracias. El sacerdote, que transmitió al
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secretario la petición del agraciado, había estado ya con don Bosco; pero, apremiado por la prisa que se le exigía, no había podido decirle
todo lo que deseaba. Aprovechando, pues, la ocasión, añadía por su cuenta:
"Con escrupulosa fidelidad me atuve aquel día a la pública recomendación de despacharme en pocas palabras, de suerte que la
discreción me hizo callar demasiadas cosas. Sea, pues, todavía tan cortés conmigo como para entregar al buen padre la cartita que le
acompaño y cerrada, porque contiene preguntas muy íntimas" 1.
Ya no sabemos más, salvo que, en una carta del día 23 de diciembre de 1887, el mismo Bagouin se encomendaba a las oraciones de don
Bosco por las estrecheces económicas de su familia y le decía: "Salve a aquel a quien la Santísima Virgen Auxiliadora curó mediante las
oraciones de V. S.".
La solicitud de audiencias por escrito era el recurso de los que no tenían tiempo o valor para someterse al suplicio de aquellas largas
esperas. Poseemos cierto número de cartas escritas con tal fin. Así el conde de Villermont (23 de abril), feliz por haber sido hecho
cooperador y haber hablado con don Bosco, querría volver a verle, para estudiar ((145)) la manera de cooperar; el señor Bastard (26 de
abril), director del semanario Gazette Illustrée y autor del libro Cinquante jours en Italie, en el que habla de don Bosco 2 se atreve a
solicitar una audiencia para presentarle personalmente el más respetuoso homenaje;
1 Carta del abate E. De Leudeville a don Camilo de Barruel, 11 de mayo de 1883.
2 Véase vol. XIII, pág. 849.
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con afecto de hijo, por ser cooperador salesiano, el abate Moigno (26 de abril) le suplica le conceda sólo unos minutos, el tiempo
suficiente para recibir una bendición 1; la señora Dufrasne (20 de mayo) querría presentarle a su marido, atormentado por monomanía
religiosa, para que lo bendiga y le alcance del Señor salud de mente; una hija (21 de mayo) ansía llevarle la madre paralizada para recibir
su bendición; la baronesa Racat de Roman (22 de mayo) necesita consejo y una bendición; la señora Franconie (22 de mayo) ruega
humildemente ser admitida para recibir la santa bendición; la señora D'Ervan de Tours (22 de mayo) está desconsolada porque su hijo
ingeniero e inspector de ferrocarriles, no llegará a tiempo para ver a don Bosco, cuando tendría suma necesidad de recibir su bendición,
que lo hiciera volver a Dios y reanudar las prácticas religiosas que ha abandonado; la señora Loison de Lavantie (22 de mayo) no se puede
calmar por haber recibido el billete de audiencia con demasiado retraso; la señora Pepin-Lehalleur (22 de mayo), a la que don Bosco ha
citado en la librería Josse para las cinco y media de la tarde, recibe en el último momento, de la señora Josse, aviso de no moverse, porque
tiene que cerrar su comercio para impedir desórdenes, y, por ello, está desconsolada; el sacerdote Baiville (23 de mayo), después de ir
varias veces inútilmente al mismo librero con la esperanza de encontrar allí a don Bosco, vuelve a pedir el favor de una audiencia por la
necesidad que siente de oír una palabra suya y recibir su bendición; la señora Hiendonne (24 de mayo), después de recibir el billete de
audiencia y hacer inútilmente cuatro horas de antesala y volver otras dos veces, perdida toda esperanza, pide humildemente que ruegue al
Todopoderoso doblegue ((146)) la voluntad de un padre egoísta; la misma suerte ha corrido la baronesa Des Graviers que, después de
haber ido inútilmente varios días a la calle Ville l'EvÛque, de acuerdo con la indicación de don Bosco, le promete un donativo de mil
francos, si devuelve la paz a una alma turbada y alejada de los deberes religiosos; la duquesa de Aremberg (23 de mayo) está dispuesta a
retrasar unos días su salida de París, con tal de obtener una breve audiencia al día siguiente, a cualquier hora y en cualquier lugar, y le
ofrece mientras tanto su hospitalidad en el palacio de Aremberg, cuando, como se espera, vaya a Bélgica 2.
Pondremos fin a esta relación trayendo aquí lo que escribían dos distinguidas señoras. Una, la señora De Bouquet, refería el 22 de
1 Véase Apéndice, doc. núm. 26.
2 Véase Apéndice, doc núm. 27.
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mayo al secretario del Santo: "Necesitaba ayer ver a don Bosco para recomendarle un enfermo del que hubiera querido hablarle un poco;
una joven sobrina mía, que me acompañaba, tenía también verdadera necesidad de pedirle su parecer sobre una cosa importante. Hemos
aguardado todo el día en casa de la señorita Sénislhac y, precisamente, cuando estábamos a punto de arrodillarnos ante don Bosco, tuvo
que salir sin que yo pudiese hacer más que remitirle un paquete con un pequeño donativo y mi petición de oraciones por el enfermo, que
tanto me da que pensar. Esperábamos ver a don Bosco hoy en casa del señor Josse; pero, a las seis, no estaba todavía y tuvimos que volver
a casa. Pero don Bosco había tenido la bondad de recordarme y hablar de la visita que me hizo en Cannes hace dos años; mis hijos, que
han tenido la suerte de verlo últimamente, han hablado de él con usted en casa de la señora De Madre. Pero yo no sé cómo llegar hasta él y
pido a usted, con viva instancia, me indique cómo lograrlo antes de su partida". La otra señora era la mujer del célebre financiero
Philippart. Después de encomendarse a don Bosco para que ((147)) una persona querida se viese libre de una grave acusación, se dirigía al
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secretario para que lo informase si se conseguía la liberación, y le suplicase que continuara las oraciones para que, junto con los favores
temporales, concediera Dios a su familia también gracias espirituales; mientras tanto enviaba un donativo a entregar en mano al Siervo de
Dios y pedía una nueva audiencia 1.
Había también obispos que escribían a don Bosco cartas de recomendación, para obtener que recibiese en audiencia particular a persona
que necesitaban hablarle. Así monseñor Héctor Chaulet d'Outremont, obispo de Le Mans, le recomendaba muy encarecidamente a un
diocesano suyo 2.
Toda esta documentación demuestra que no se acudía sólo al taumaturgo, sino también, y tal vez más, al santo propiamente dicho, al
hombre de Dios rico de luces celestes para orientar almas a la salvación. El mismo, sin guardar a que se lo pidieran, daba avisos oportunos
con este fin; lo más frecuente era una palabrita sobre la confesión. En el mes de mayo, hubo una señora que, abriéndose paso entre el
gentío, con toda la energía de un corazón materno desgarrado, llegó ante don Bosco y en el colmo de la desesperación le contó que su hijo
encargado de la contabilidad en una oficina del Gobierno, había sido arrestado por sospechoso con otros y llevado a la cárcel; que, al
próximo
1 Véase Apéndice, doc. núm. 28.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 29.
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junio se debía ver su causa, y se encomendaba encarecidamente a él por el éxito de la misma.
-Pero, señora, "qué puedo hacer yo?, le preguntó don Bosco.
-Usted puede librar a mi hijo; basta que usted quiera.
-Yo no soy de ningún modo la omnipotencia de Dios.
-Sí, sí, usted puede lo que quiere. Se lo ruego, se lo suplico... con toda mi alma.
-Si yo estuviese en Italia, tendría personas conocidas, a quienes recomendar el asunto; pero aquí no conozco a nadie.
-Se lo suplico, tenga compasión de una pobre madre.
((148)) -Pues bien, diríjase al Señor y haga cada día, hasta tal fecha, esta y estotra oración.
-Sí, sí, lo haré.
-Y yo rezaré por ustedes.
-íAh! Sí; obténganos la gracia de que nuestro hijo salga libre y absuelto.
-Pero no basta una oración; hace falta algo más.
-íDiga, diga!
-Una buena confesión y una buena comunión.
-Sea; hace ya treinta años que no me confieso; pero prometo hacerlo, eso y cualquier otra cosa que quiera aconsejarme.
-Una cosa más; en adelante sea usted practicante.
-Lo seré; se lo prometo.
-Si es así, no se preocupe y confíe en Dios.
Tomó el santo unas medallas y le dijo:
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-Esta para usted.
Después le entregó otra y añadió:
-Esta para su hijo.
Y aun le dio una más, sin decir nada.
Aquel silencio impresionó a la señora; un pensamiento misterioso le hizo reflexionar que a don Bosco no se le ocultaba nada. Le pareció
que conocía el número de personas que componían su familia y por eso le había dado tres medallas. En su casa no había más que ella, el
hijo y el marido y éste tampoco se acercaba a los sacramentos desde hacía muchos años. Con estos pensamientos volvió a su casa: la
esperanza le ensanchaba el corazón.
Apenas entró en ella, llamó a su marido, le describió la visita, le habló de las oraciones y de la confesión y, después, le dio la medalla,
diciendo:
-Esta es para ti. No me lo ha dicho, pero es para ti; don Bosco es un santo y ha conocido que la necesitabas.
Tanto dijo que el marido exclamó:
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-Pues bien, también yo iré a cumplir mi deber; a confesarme y a comulgar.
Efectivamente fue. La señora no cabía en sí de entusiasmo, después de la entrevista ((149)) tenida con don Bosco, cuya santidad ponía
por las nubes apud amicas et vicinas (ante amigas y vecinas). Y Dios la bendijo. El día fijado para el término de las oraciones, compareció
su hijo ante el tribunal y, mientras otros compañeros suyos fueron condenados, él fue absuelto y puesto en libertad. Después, los tres, no
satisfechos con dar gracias a Dios en París, fueron a Turín el día veinte de junio, casi como para cumplir un voto y a la vez dar gracias en
el santuario de María Auxiliadora.
Otro caso. Un señor, muy elegante, fue a pedirle un consejo; pero don Bosco le cortó la palabra, diciéndole a quemarropa:
-Vaya a cumplir con Pascua.
El caballero, ya en plena ancianidad, algo desconcertado con aquella interrupción, quería acabar de expresar su pensamiento, pero don
Bosco, con acento dulce e insinuante, le repitió:
-Vaya a cumplir con Pascua.
Intentó aquél, por segunda vez, continuar su discurso y don Bosco insistió:
-Vaya, vaya a cumplir con Pascua.
El interlocutor, algo resentido, procuraba tomar una actitud fríamente cortés, intentando decir lo que quería, sin que don Bosco cesase de
repetir su cantilena, acompañada de una mirada y una sonrisa tales que, finalmente, la mágica palabra caló en aquel corazón. De golpe,
conmovido hasta las lágrimas, declaró que en la amonestación de don Bosco descubría un rasgo de la Providencia, que venía a reanudar
una larga cadena de gracias interrumpida desde hacía ya muchísimos años. Sin demora, se acercó, al día siguiente, con toda su familia a
recibir los santos sacramentos.
"Y quién puede saber cuántas confesiones oyó el mismo don Bosco durante las infinitas audiencias? Un señor, que había llevado a su
hermana a París, fue con ella a visitar a don Bosco y, no sabemos por qué, quiso confesarse, aunque estuviese allí presente la hermana.
Cuando él terminó, también la hermana se echó a los pies de don Bosco para confesarse y comenzó a acusarse en alta voz. En vano intentó
el Santo interrumpirla, diciéndole que la Iglesia no permitía a las mujeres confesarse ((150)) en aquel lugar y que no podría darle la
absolución: ella, levantando todavía más la voz, contestó:
-Dios le ha dado el poder de perdonar los pecados en cualquier lugar de este mundo.
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Don Bosco insistió, pero le fue imposible convencerla. Después entraron personas de la casa, que la indujeron a callar.
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Hombres de Dios acudían a don Bosco para pedir consejo, convencidos de que poseía luces sobrenaturales. Uno fue el abate Dehon.
Este piadosísimo sacerdote, de la diócesis de Soisson, sentíase inspirado desde 1877 a fundar una Congregación sacerdotal con la
finalidad de desagraviar al Sagrado Corazón de Jesús con un triple apostolado, a saber, entre el clero seglar, en medio del pueblo y en las
Misiones. Tenía ya maduro su plan, cuando supo que don Bosco estaba en París. Para conocer mejor la voluntad de Dios, fue a verle, le
expuso sus proyectos y rogó le dijera su parecer. Contestóle don Bosco con un tono seguro y tranquilizador:
-Su obra es, sin duda, obra de Dios.
Más tarde confirmó el Santo su juicio hablando de él con el secretario, el cual tuvo después ocasión de referírselo al abate, y le dio doble
alegría. Es el fundador de la floreciente Congregación de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (Reparadores) 1.
Por análogo motivo acudió a él don Efrén, prior de la Trapa de Tamié, en Saboya. Convencido de la proposición de monseñor de
Laplace, vicario apostólico de Pekín, tenía pensado fundar un monasterio de Cistercienses en China, que titularía de Nuestra Señora de la
Consolación. Pero, antes de poner definitivamente manos a la obra, quiso consultar a nuestro Santo.
Don Bosco oyó el proyecto, bendijo la empresa y alabó también la idea de dar a aquella lejanísima Trapa el título de Nuestra Señora de
la Consolación. Aquel mismo año se embarcó don Efrén para China y, cerca del ferrocarril que va de Pekín hacia el Nordeste, construyó
su convento en plena montaña. ((151)) La fundación atravesó duras pruebas, sobre todo durante la sublevación de los Boxers en 1900;
pero, tanto prosperó que pudo levantar otra Trapa con el título de Nuestra Señora de la Liesse 2, al lado del ferrocarril que une Pekín con
Han-Keu. Las dos trapas cuentan hoy (1935) con dieciocho sacerdotes europeos, doce sacerdotes indígenas y ochenta y ocho conversos o
legos, también chinos. Es más, en el 1897, salió de Nuestra Señora de la Consolación el monje don Bernardo para fundar en Japón la
Trapa de Nuestra Señora del Faro 3.
1 L. DEHON, Souvenirs. Roma, Desclée, 1912, pág. 7.
2 Liesse o Nuestra Señora de la Liesse, es un lugar de peregrinaciones desde el siglo XII, cerca de Laon, en el departamento del Aisne.
(N. del T.).
3 La Croix, 25 de octubre de 1934.
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No es fácil saber cuántos recobraron el don de la fe a través de don Bosco. Hubo un sujeto que fue recibido en audiencia y empezó
diciendo:
-Señor abate, yo no creo en sus milagros.
-Jamás he dicho o insinuado, contestó don Bosco, que yo haga milagros.
-Sin embargo, todos dicen que usted hace milagros.
-Pues bien, todos se equivocan, yo sólo puedo hacer una cosa, rogar al Señor que, por su misericordia, se digne bendecir a las personas
que se encomiendan a nuestras oraciones, y el Señor, a menudo, viendo la fe, las promesas de una vida buena y las buenas obras, se digna
escucharnos y consolar a los afligidos.
-Si es así, no encuentro dificultad en creer; pero sepa que hace cuarenta años que yo no me confieso, porque no creo en la confesión.
-íMal, muy mal! No tengo ahora tiempo para discutir porque hay afuera ochocientas personas al menos que esperan audiencia; por tanto
me limito simplemente a unas observaciones a título de amigo. Supóngase que ha llegado al término de sus días, que ya no hay remedio
alguno, que el médico, los parientes y usted mismo ven que a lo sumo le queda una hora de vida. En aquel instante, entra por casualidad
don Bosco y le dice: "Señor, usted está a punto de presentarse ante Dios; aún tiene tiempo para volver a su gracia confesándose. Al llegar
a este punto, todas las personas sensatas, muchos hombres doctos e incluso muchos incrédulos se han reconciliado ((152)) con Dios, son
muy pocos los que rehusaron hacerlo, y, de ordinario, gente viciosa. Si usted no arregla las cuentas de su alma, será eternamente
desgraciado; si las arregla, Dios es tan bueno que le da todavía el beso de paz". Y podría añadir: "Lo que digo es verdad, es de fe; pero,
aun cuando fuera sólo dudoso, la razón misma, la prudencia humana dirían que, tratándose de una desgracia eterna, hay que tomar el
camino más seguro para evitarla; así hacemos en las cosas de la vida, aunque son sólo temporales y pasajeras. Aun suponiendo que
después de la muerte no haya nada y que Dios no le pida cuentas de la vida, poco le cuesta confesarse, arrepentirse, pedir perdón al Señor;
por el contrario, "qué ganaría usted, si no se preocupara, si tuviese que presentarse al juicio de Dios, como creen todos los buenos
católicos?".
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Dígame, por favor: si se encontrase en las últimas y don Bosco le hablase de este modo "qué haría? Si no quiere responder en seguida, le
doy tiempo para reflexionar y ya vendrá a contestarme en otra ocasión.
-No, contestó el incrédulo, meditabundo y visiblemente conmovido;
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no quiero hacerle esperar mi respuestas Usted me habla sinceramente y yo también quiero hacerlo con usted. Respondo que tomaría el
camino más seguro, onfesándome.
-Bien; y, "por qué no hacerlo ahora que está sano y robusto y, por consiguiente, en tiempo útil?
-Compréndalo; practicar es algo difícil.
-No es verdad, no es difícil. Pero, aunque lo fuera, un hombre sensato y de buen corazón como usted, tendría que superar la dificultad
mirando a la eternidad.
-Lleva usted razón. Si tiene la bondad de escucharme estoy dispuesto sin más a hacer mi confesión.
-Lo siento, no puedo; hay mucha gente esperando fuera; pero le voy a dar la dirección de un buen sacerdote conocido y amigo mío, que
le atenderá muy amablemente.
Escribió después una tarjetita para el párroco de la Madeleine y se la dio. Tres días después, asistió aquel señor a la misa ((153)) de don
Bosco y recibió en ella la santa comunión. Fue a visitarle otra vez y no acababa de darle las gracias por haberlo reconciliado con Dios.
-Había venido a hablar con usted para discutir, le dijo, pero me ha atrapado santamente en la red sin discusiones. Nunca olvidaré la
entrevista que tuve con usted.
Dos visitas, una más extraordinaria que la otra, recibió don Bosco en días distintos ya avanzada la tarde; ambas tienen algo de increíble
y misterioso.
Presentósele una tarde un personaje de muy distinguido aspecto, y le pregunto:
-"Es usted don Bosco?
-Sí; le respondió, "en qué puedo servirle?
-Tenía gran deseo en conocerle.
-Será un gran gusto para mí conocerle a usted. "Quién es usted?
-"Ha oído hablar de Pablo Bert?
-íOh, sí! se ha hablado mucho de él estos días.
Seguía en efecto la agitación en favor y en contra de un libro suyo, impuesto en las escuelas primarias y que se titulaba Manuel civique.
Los católicos lo combatían abiertamente. Fue puesto en el Indice; veintisiete obispos franceses publicaron pastorales prohibiendo su
lectura; algunos llegaron hasta a negar los sacramentos a los maestros y a los muchachos que lo utilizasen 1. Se enseñaba en él que Dios es
un ser incomprensible, la religión un prejuicio de los tiempos y una
1 G. SODERINI, Leone XIII, tomo II, pág. 243.
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superstición explotada para exclusivo provecho de los curas, el ateísmo un derecho del hombre, la fe en lo sobrenatural algo inconciliable
con la libertad y con el progreso del espíritu humano y así sucesivamente. El autor, que había sido Ministro en 1881 y 1882, era uno de los
mayores corifeos del anticlericalismo de Gambetta; por eso lo sostenía el gobierno masónico, denunciando ante los tribunales a obispos y
párrocos, como reos de desobediencia a la autoridad del Estado. Hasta cuatrocientos, pasando por alto toda formalidad judicial, sin
examen, expediente, defensa, ni sentencia, fueron ((154)) condenados tras simples denuncias. Jovencitos de familias católicas, cuyos
padres habían arrancado de sus manos el manual, eran expulsados de las clases por tiempo indefinido y, después de una semana, sin otro
aviso, recibían sus padres la intimación de comparecer ante la Comisión escolar como responsables de la ausencia de los hijos de la
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escuela y eran condenados a veinticinco francos de multa con la amenaza del correccional.
Al oír que don Bosco estaba informado, dijo aquel señor:
-Pues bien, yo soy Pablo Bert.
-"Usted, señor? "Y en qué puede servirle el pobre don Bosco?
-"Qué dice usted de mi libro?
Don Bosco miró fijamente un momento a su interlocutor y, después, le contestó con gravedad:
-Sólo puedo decirle que ha sido prohibido.
-Pues yo vengo a usted para que me diga qué hay de malo en este libro.
-No lo he leído.
-Pues bien, aquí lo tiene, léalo, escriba al margen las correcciones y le prometo que las tendré en cuenta para una nueva edición.
-"Habla usted en serio o de broma?
-Hablo en serio. Puedo reimprimirlo en cuarenta y ocho horas.
-Déjeme el libro y veré qué hay que hacer.
-Sólo le recomiendo una cosa: que nadie sepa nada de mi visita. Esta noticia levantaría odiosos comentarios en la prensa y en el
Parlamento.
-Esté usted tranquilo, no se cometerán indiscreciones.
Pablo Bert estrechó la mano a don Bosco y salió. Don Bosco remitió el libro al párroco de la Madeleine, puesto que él estaba ocupado
de la mañana a la noche con las continuas audiencias y no podía leerlo. El párroco, dada la importancia de la obra, se dedicó con urgencia
al ímprobo trabajo y, en pocos días, dejó el libro lleno de tachaduras y correcciones. Volvió el autor a hablar con don Bosco,
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recogió ((155)) su libro y mantuvo la palabra, si bien hasta cierto punto. Cuando a primeros de junio suscitó el duque de Broglie la
cuestión del Manual ateo ante el Senado, el Ministro de Instrucción Pública, señor Ferry, reconoció que Pablo Bert "se había censurado a
sí mismo", habiendo introducido en la nueva edición tales correcciones que ya no había nada en el libro que contraviniese lo dispuesto por
la ley en torno a la enseñanza. En realidad las variantes eran notables. Pero quedaban intactos los capítulos que elogiaban la revolución
francesa, sus conquistas, sus obras, sus acusaciones contra los reyes, contra la nobleza, contra los antiguos regímenes y, especialmente,
contra el clero. Ya no había en él blasfemias contra el nombre de Dios; pero quedaban muchas calumnias contra sus ministros y las cosas
sagradas. De todos modos, el famoso autor había justificado con su revisión las censuras de la Autoridad Eclesiástica 1.
Quien conozca, aunque sea someramente, las ideas de Pablo Bert sobre el laicismo de la enseñanza, se habrá sorprendido al enterarse de
lo que hemos narrado. Se mantuvo el secreto de todo esto probablemente hasta 1886, cuando murió Pablo Bert sin recibir los sacramentos
no porque él los hubiese rechazado, sino, según se dice, por intrigas de los que lo rodeaban. Entonces, pues, pudo parecer útil, para
aminorar el escándalo, manifestar lo sucedido entre el difunto y don Bosco. Pero en cuanto al hecho en sí, conviene tener presente que
Pablo Bert, además de hombre político y de partido, era también hombre de ciencia. Como profesor de fisiología en la Sorbona y después
en el "Muséum" había contribuido muchísimo, desde la cátedra y con los escritos, al progreso de su ciencia; se ocupaba, además, con
apasionamiento, pero racionalmente, de los problemas pedagógicos. Por eso, nos inclinamos a creer que tuvo cierta curiosidad científica
por conocer a don Bosco y que la cuestión del manual en principio no fue mas que un simple pretexto para tener un intercambio de ideas y
((156)) la oportunidad de estudiar al hombre; lo que sucedió después demuestra una vez mas la eficacia sobrehumana de la palabra de don
Bosco.
Más difícil de esclarecer fue la sombra de misterio que envolvía la segunda de las audiencias, es decir, la de Víctor Hugo, que cuando se
conoció, pasó por toda la prensa y hasta por libros de apologética.
Algunas circunstancias, que acompañaban a la primitiva narración, la hacían aparecer algo inverosímil; además, hubo otras afirmaciones
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de la señora Juana Richard Lesclide, viuda del que fue secretario
1 Véase Unità Cattolica, 8 de junio de 1883.
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particular de Víctor Hugo, que, de ser verdaderas, socavarían toda base de credibilidad a la narración. Pero, últimamente, un testimonio de
primera calidad ha venido a quitar toda duda acerca de la veracidad histórica del hecho, proporcionando, al mismo tiempo, alguna noticia
inédita, útil para su confirmación. El abogado Boullay, miembro a la sazón del consejo administrativo de la obra de Auteuil 1 y testigo
ocular de lo que vamos a narrar, nos ofrece garantía segura de la verdad.
El veinte de mayo se celebró, sin lugar a dudas, una entrevista en el orfanato del abate Roussel. Don Bosco fue dos veces, como
veremos, a visitar aquella casa. Cuando el abate supo que volvería por segunda vez, invitó también a su amigo Boullay para que recibiera
su bendición junto con sus hijas. El abogado llegó a eso de las cuatro y media de la tarde y encontró el patio de la casa atestado. Al
encaminarse hacia la casa del Director, vióle salir acompañado de un anciano, más bien bajito de estatura, de barba blanca y espesa, que se
encaminó por una alameda solitaria. En seguida adivinó quién podía ser, pero parecióle tan increíble la cosa, que sintió necesidad de
preguntar al abate:
-"El señor, a quien usted acompañaba ahora mismo, es Víctor Hugo?
((157)) -Sí, pero íchitón! No diga nada a nadie. Quería hablar con don Bosco y ha venido a verle secretamente en mi casa. Lo ha atraído
la actividad filantrópica de este apóstol de la juventud.
Pocos minutos después pasó el abogado Boullay con sus hijas a la habitación de don Bosco, el cual les bendijo. Después, hechos los
cumplidos del caso y roto el hielo, aquél se resolvió a decirle:
-Padre, acaba usted de hablar con un gran personaje.
-"Quién se lo ha dicho?
-El abate Roussel.
-Si es así, puedo decirle que sí; he hablado con Víctor Hugo. Me ha hecho profesión de fe espiritualista; pero yo creo que, si retrocede,
será por respeto humano. Su entourage (su entorno), como él mismo me ha dejado entender, es hostil a cualquier idea religiosa... íEh, ya
es viejo, no hay que abusar de la gracia de Dios! También se lo he dicho a él...
Hay una circunstancia que contribuye a explicarnos la razón de la visita de Víctor Hugo a don Bosco. Su espíritu había recibido una
tremenda sacudida. El 11 de mayo, después de una larga y desgarradora
1 Véase vol. XIII, pág. 626 y sigs.
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enfermedad, había muerto Julia Drouent, la compañera de su vida. En el estado de postración moral, que le causaba aquella pérdida, debió
sentir necesidad de acercarse al sacerdote de quien todo París contaba maravillas. También la curiosidad de ver a un hombre tan misterioso
pudo contribuir a que se acercara a él. Pues todos saben cuánto podía en su imaginación de poeta todo lo que sabía a arcano, y con cuánta
curiosidad se interesaba por la magia.
Hasta la muerte del escritor, don Bosco no habló de aquel encuentro; pero la pagana impiedad de los funerales, con que se pretendió
poner en escena una apoteosis del difunto, movió al Siervo de Dios a dar a conocer los sentimientos que aquel personaje le manifestó.
Así, pues, entre mayo y junio de 1885 refirió la conversación a don Carlos Viglietti y a don Juan Bautista Lemoyne. El primero la
((158)) escribió al dictado 1; Lemoyne retocó después ligeramente la forma substituyendo el "vos" francés por el "usted (lei)" italiano de
la primera redacción e introduciendo alguna frasecita insignificante. Pero lo más importante es que don Bosco la repasó, como dan fe de
ello tres pequeñas correcciones, que son ciertamente de su puño y letra; también parece suya una señal de llamada para una añadidura al
margen, en la que se reconoce la letra de Lemoyne. Tal vez trazó don Bosco la crucecita del original que solía poner, cedió la pluma a
Lemoyne y dictó la nota, como es lícito argüir por la identidad de la tinta; puesto que Viglietti escribió con tinta negra y don Bosco anotó
con azul, el mismo color en que están precisamente los diez medios renglones del ancho margen. Acerca de la exactitud del diálogo podría
dar pie a alguna reserva la distancia del tiempo, ya que habían transcurrido entonces dos años desde el encuentro; pero es cosa conocida
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que don Bosco mantuvo una memoria extraordinariamente fiel hasta el fin de su vida. He aquí el documento en toda su integridad 2.
Hace dos años, durante mi permanencia en París, tuve la visita de un personaje completamente desconocido para mí. Después de
aguardar la audiencia unas tres horas, fue recibido en mi habitación a las once de la noche. Sus primeras palabras fueron:
-No se asuste, señor, soy un incrédulo y, por tanto, no creo en ninguno de los milagros, que andan contando de usted.
Respondí:
1 Don Carlos Viglietti, en su diario ya citado en otras partes y del que hablaremos en el volumen siguiente, escribe con fecha 28 de
mayo de 1885: "Don Bosco me pide ver lo que he escrito en torno a Víctor Hugo, porque quiere dictarme el diálogo, que tuvo con él en
París".
2 Están en cursiva los retoques de don Bosco y entre corchetes algunas añadiduras de Lemoyne.
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-Ignoro y no quiero saber con quién tengo el honor de hablar. Le aseguro que no intento ni puedo hacerle creer lo que usted no quiere.
No es mi intención hablarle de religión, de la que usted no quiere oír hablar de modo alguno. Dígame únicamente: "durante el curso de su
vida ha tenido siempre estos pensamientos en el corazón?
-Durante mis primeros años creía como creían mis padres y amigos; pero, tan pronto como pude reflexionar sobre mis ideas y razonar, d
de lado a la religión y me he puesto a vivir como filósofo.
-"Qué quiere usted decir con esta frase: vivir como filósofo?
((159)) -Llevar una vida feliz; pero no hacer ningún caso de lo sobrenatural ni de la vida futura, con la que suelen los curas amedrentar a
la gente sencilla y de poca altura.
-"Y qué admite usted de la vida futura?
-No pierda el tiempo, hablándome de eso. De la vida futura ya hablaré yo cuando me encuentre en el futuro.
-Veo que usted bromea, pero, ya que me ofrece el tema, tenga la bondad de escucharme. "Puede suceder que, en el futuro, caiga
enfermo?
-Claro que sí, mucho más a mi edad, que la siento atormentada con muchos achaques.
-"Y no puede ser que estos achaques pongan su vida en peligro?
-Puede ser, porque no puedo eximirme del destino que toca a todo mortal.
-Y cuando usted encuentre que su vida corre grave peligro, cuando se encuentre en el momento de pasar del tiempo a la eternidad...
-Entonces me animaré a actuar como filósofo y no hacer caso de lo sobrenatural.
-"Y qué le impide pensar siquiera en aquel momento en nuestra inmortalidad, en su alma y en la religión?
-Nada lo impide, pero es una señal de debilidad, que yo no quiero dar, porque me haría ridículo a los ojos de los amigos 1.
-Pero, en aquel momento, usted estará próximo a morir y no le cuesta nada atender a sí mismo y a la paz de su conciencia.
-Comprendo lo que usted quiere decir; pero no me siento con ánimos para rebajarme hasta este punto.
-Pero, en aquel momento, "qué puede usted esperar todavía? La vida presente está para acabar, de la vida eterna no quiere que se le
hable, "qué será, pues, de usted?
Bajó la cabeza, callaba y meditaba. Ante aquel silencio volví a tomar la palabra:
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-Usted tiene que pensar en el gran porvenir; aún tendrá algún instante de vida; si usted lo aprovecha, si se sirve de la religión y de la
misericordia del Señor, se salvará, y se salvará para siempre; de lo contrario, morirá como incrédulo, como réprobo y todo estará perdido
por siempre para usted. Le diré las cosas todavía más claras; para usted ya no queda otra cosa que esperar sino la nada, (puesto que tal es
su opinión), o 2 un suplicio eterno, que le espera (según mi creencia y la de todo el mundo).
((160)) -Usted me hace un razonamiento que no es filosófico, ni teológico, sino un razonamiento de amigo, que yo no quiero rechazar.
Digo que, entre mis amigos, sólo se discute de filosofía; pero nunca se llega al gran punto: la eternidad infeliz o la nada.
1 Don Carlos Viglietti había escrito "a los ojos de todos mis amigos". La pluma de don Bosco borró "de todos" y puso: "de los".
2 Don Carlos Viglietti había escrito "de".
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Yo quiero que se estudie a fondo este punto y después, si me lo permite, volveré a hacerle otra visita.
Después de hablar de otras cosas, me estrechó la mano y, al salir, me dejó una tarjeta de visita, en la que leí estas palabras:
VICTOR HUGHES 1.
Volvió la tarde siguiente, a la misma hora, y tomando a don Bosco de la mano y teniéndolo ("stretto", apretado) le dijo:
-Yo no soy el personaje que (tal vez usted ha creído; fue una broma), he hecho un esfuerzo para representar (el papel del) incrédulo. Yo
soy Víctor Hugo (sic) y le ruego se digne ser mi buen amigo. Yo creo en lo sobrenatural, creo en Dios y espero morir en manos de un
sacerdote católico, que encomiende mi espíritu al Creador 2.
Esta segunda visita fue precisamente aquélla de la que nos ha hablado el señor Boullay. Qué día tuvo lugar la primera, quizás no lo
sabremos nunca; pero tenemos una narración de don Bosco, que confirma la realidad de la cuestión. La hizo en Alassio, mientras iba del
comedor a su habitación después de cenar, a algunos sacerdotes salesianos y don Bartolomé Fascie, actualmente Consejero General de la
Congregación, entonces seglar y profesor en el colegio. Estando don Bosco en París, le sucedió que una noche estuvo con una familia,
hasta después de las once, y volvió a casa cansadísimo. Pero ípobrecito! había todavía gente que lo esperaba. Mientras se dirigía a su
aposento, se esforzaba por persuadir a aquellos señores que se caía de sueño, pero como si hablara a sordos. Después de dirigir, según
pasaba, algunas palabras a cada uno, cuando parecía que todo estaba arreglado y abrió la puerta de su habitación, vio de repente que se
adelantaba una sombra desde un rincón; era un anciano, que se metió tras él y se sentó a un lado del diván. Se conversó, se razonó, se
discutió, hasta que, medio muerto de cansancio, el Santo comenzó a dormitar. ((161)) El importuno le tiraba de vez en cuando de la manga
y repetía:
-íEscuche, escuche!
Pero don Bosco dobló la cabeza y la apoyó sobre el hombro sin dar señas de escuchar. Aquel señor no se atrevió a sacudirlo, sino que se
mantuvo quieto en aquella posición y también se durmió. De improviso, sin quererlo, se inclinó hacia el lado opuesto, perdió el equilibrio
y se dejó caer sobre el brazo del diván, y don Bosco, al perder su apoyo, cayó sobre él.
1 Antes de VICTOR está la llamada #. Lo que sigue es la añadidura con tinta azul que hemos dicho; las palabras entre corchetes están
con tinta negra y son posteriores, del mismo Lemoyne.
2 En el documento sigue al diálogo un comentario posterior de don Carlos Viglietti. Según él, Víctor Hugo tuvo "inmediatamente
después" un discurso en el Senado sobre la necesidad de la enseñanza de la religión; pero es un anacronismo, cuya responsabilidad se
remonta al Bollettino de junio de 1883. La verdad es que aquel discurso lo pronunció el año 1850.
141
-íPardon, monsieur!... íPardon, monsieur!..., se decían después el uno al otro, restregándose los ojos.
Aquel incidente convenció al buen hombre de que, también para don Bosco, la noche estaba hecha para dormir.
-"Y quién era aquel señor?, preguntó a don Bosco uno de los oyentes.
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Don Bosco, volviéndose al que preguntaba y con aire de indiferencia, le contestó:
-Un tal Víctor Hugo.
No debe sorprender a nadie que en casa de Combaud pasara inadvertida la presencia del poeta. El apartamiento de don Bosco estaba
aislado del resto del palacio; la hora avanzada y la complicidad del criado hicieron el resto; de suerte que el célebre escritor pudo, como
seguramente lo deseaba, pasar inadvertido. La mencionada señora Richard afirma, con respecto a la tarjeta de visita, que Víctor Hugo
nunca las usó; sin embargo, aun siendo verdadera su afirmación, pudo muy bien tratarse de una cartulina con el nombre manuscrito.
El doctor D'Espiney fue el primero que publicó la conversación, reproduciéndola parcialmente en la décima edición de su Dom Bosco.
De ella sacó unos fragmentos el padre Ragey y los incluyó en una colección de poesías de Víctor Hugo, que le parecía armonizaban con
aquellos conceptos 1. Mucho más tarde se ocupó del caso la revista Etudes de París, que, recabando del Oratorio el texto auténtico, lo
tradujo y comentó 2, resolviendo posibles objeciones, incluso la de la grafía Hughes, de la tarjeta de visita.
""Cómo explicar semejante ((162)) extravagancia ortográfica?, pregunta el articulista. "Cómo se explica que don Bosco, que corrigió
tres errores insignificantes, dejara intacto aquél?".
Y contesta:
"Creemos que es él mismo el responsable. Y he aquí cómo. Habiendo pronunciado siempre Víctor Hugo a la italiana y queriendo ahora
dictarlo en su forma francesa, tal como estaba en la tarjetita, pone el acento en la primera sílaba como lo pide el italiano y hace de la g
fuerte una gh y, por consiguiente lo dicta realmente así".
Otro enigma es la hora aquí asignada a la segunda audiencia, una hora completamente inverosímil, atendiendo también al secreto en que
Víctor Hugo quiso sepultar aquellas sus visitas, que aconsejaba no ir dos veces al mismo lugar.
1 La Controverse et le Contemporain 1889, vol. XV, págs. 196-215.
2 A. DECHENE, La dernière heure de Victor Hugo en Etudes, 5-20 de junio de 1920, págs. 569-75.
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"Será un lapsus memoriae de don Bosco? "Será una equivocación del secretario, en la que don Bosco no se fijó, por limitarse sólo a leer
el diálogo? Dado que no se puede poner en duda el testimonio del abogado Boullay, aquí se ha cometido ciertamente un error, sea quien
fuere el responsable.
No se puede afirmar que la entrevista quedara sin efecto. Es opinión fundada que, más adelante, el poeta multiplicaba las profesiones de
fe teísta; pero también se sabe que, en su entorno, se trataba de quitar importancia a todas sus manifestaciones de esta naturaleza. Esto
sucedía especialmente cuando se levantaba de la mesa. Pero tan pronto como abría la boca para expresar semejantes pensamientos, su
yerno Lockroy, judío, cuyo verdadero nombre era Simón, el mismo que más tarde fue Ministro de Marina, le contradecía en seguida y le
decía:
-Vamos, vamos; ya empieza a delirar el viejo.
Fue convicción de muchos que si, en su última enfermedad, hubiera ido personalmente el cardenal Guibert, en vez de enviar a su
secretario para tantear el terreno, hubiera obtenido mucho más; pero parece que tampoco él gozaba de mucha salud. Con muy buenos
modos, no dejaron pasar al secretario; el enfermo no se hubiera portado así con él, sino que, halagado por el honor, palabra tras palabra, se
habría dejado tal vez llevar más allá de su desnudo teísmo. Pero éstos ((163)) son arcanos de la gracia, que el hombre no puede escudriñar
En cuanto a la entrevista con don Bosco, estamos de acuerdo con un periódico francés, en el que, mientras revisamos las pruebas de
imprenta de este capítulo, leemos casualmente que "cada uno se mantuvo en sus posiciones y el moralista laico no sermoneó, el sacerdote
conservó su dignidad y el Santo no dobló las rodillas ante el filósofo" 1.
íCuántas situaciones anónimas, cuántos casos de conciencia debieron someterse al examen y al juicio de don Bosco durante su estancia
en París! íCuántos matrimonios civiles logró legalizar ante la Iglesia y cuántos embrollos de distinto género arregló, especialmente entre
personas pertenecientes a las clases más elevadas y más cultas de la sociedad parisiense!
Por el bien de las almas, afirmó él en alguna ocasión, tuve que preocuparme de muchísimos casos, un centenar de los cuales era de tal
importancia que habría valido la pena emprender un viaje hasta París para cada uno de ellos.
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1 Revue des Deux Mondes, 15 de mayo de 1935, pág. 348.
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((164))
CAPITULO VI
EN PARIS: VISITAS
LAS tardes estaban destinadas a las audiencias y las horas de la mañana reservadas para las visitas; mas no de un modo absoluto: en
muchas ocasiones había que cambiar necesariamente la regla y hacer excepciones. Durante el presente capítulo, nos proponemos seguir
paso a paso a nuestro Santo, en sus visitas a iglesias, comunidades y familias, procediendo, en la primera parte, casi con el calendario en la
mano y dejando, para el fin, algunas noticias, que, de lo contrario, estorbarían la exposición cronológica de los hechos o que escapan hasta
ahora a la investigación exacta de su fecha.
Don Bosco celebró la primera misa en París en las Carmelitas, que tenían el convento, el tercero en la ciudad, en la avenida de Mesina,
cerca del palacio donde se hospedaba. Asistieron a ella las Oblatas de la calle Ville l'EvÛque, como quedó anotado en el diario de la
señorita Bethford. Visitó después y bendijo a la comunidad, a la que manifestó el deseo de vivir en unión de plegarias con aquellas
religiosas, las cuales, poco antes de su partida de París, le concedieron, con todas las formalidades, la afiliación espiritual de los
Salesianos a su Orden, enviándole el diploma correspondiente 1.
((165)) El 21 de abril celebró la misa en las Dominicas de la Cruz, de la calle Charonne. Como asistieron a ella personas que querían
hablar con él, empezó a recibirlas. Pasaba el tiempo y don Bosco no se daba por enterado; hasta que don Camilo de Barruel, cerca ya del
mediodía, se plantó en el umbral de la puerta para no dejar pasar a ninguno más. Hubo una protesta general, a la que no atendió el
secretario; se acercó a don Bosco y le dijo:
-Hay que marchar. Son más de las once, hay que hacer todavía una visita y nos esperan a las doce en Auteuil.
Le Monde, del día trece de mayo, narraba:
"Don Bosco, con su agradable sonrisa, tan amable y delicada, y con su insinuante y dulce acento, contestó:
1 Véase Apéndice, doc. núm. 30.
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"-íBien!
"Y después, levantándose un poquito sobre el sillón y haciendo un lento ademán de invitación conmovedora, dijo con bondad a unas
señoras que habían quedado allí afligidas:
"-Adelante, señoras.
"Y siguió la audiencia hasta que cada una de ellas recibió una bendición especial, una palabra, un aliento. "A qué hora llegaría don
Bosco a Auteuil? Dios lo sabe... Pero, si allí dejó de lado la hora, la caridad la elevó hacia la eternidad del cielo. El caritativo sacerdote no
despide, no rechaza, no apremia a ninguno de los que acuden a él para aliviar sus penas. Su alma, toda de Dios, pertenece por entero a
quien acude a él".
La ruptura de negociaciones respecto a la obra de Auteuil 1 no había enfriado la benevolencia del abate Roussel con don Bosco. Los dos
hombres se habían conocido en Roma en 1876 bajo los auspicios de Pío IX. Al pasar delante del abate, el Papa había dicho:
-Este es el don Bosco francés, que he visto ayer.
Siete años más tarde evocaba este recuerdo 2 el abate Roussel, y manifestaba la satisfacción experimentada entonces, al ver a "aquel
santo sacerdote", con quien le había puesto en relación el mismo Santo Padre. Era, pues, natural que, habiendo tenido noticia de su llegada
a París, deseara ((166)) verle. Don Bosco tuvo la delicada atención de avisarle y comunicarle su inminente visita el sábado 21 de abril por
la mañana. 1Llegó hacia el mediodía, quedóse allí a comer y visitó la casa. Escribía el abate en su mencionado periódico:
"Con él, siempre tan afectuoso, benévolo y amable conversador, hemos podido hablar ampliamente de nuestra obra común".
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Habiéndose esparcido mientras tanto por el vecindario la voz de que don Bosco se encontraba en Auteuil, acudieron muchos amigos del
abate para verle y manifestarle su simpatía. No ocultó el abate que habría deseado tributarle un recibimiento más solemne, de no habérselo
impedido la escasez del tiempo; pero don Bosco dióle a entender claramente al despedirse que tenía pensado volver antes de salir de París.
Las Damas del Sagrado Corazón, cuya casa estaba en el bulevar de los Invalidos, pudieron alcanzar que fuese el día veintidós a celebrar
en la amplia capilla de su internado. Fueron tantos los que obtuvieron el gran privilegio de ser admitidos a oír su misa con las educandas,
1 Véase vol. XIII, pág. 625 y sigs.
2 France illustrée, 28 de abril de 1883.
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que la santa comunión duró una hora entera. Visitó después a las religiosas y a las alumnas, recibió a las personas deseosas de consultarle
e hizo otras visitas para contentar a cuantos más pudiera de los muchos que le habían pedido aquel favor.
Había prometido ir a mediodía a pasar un par de horas con los Asuncionistas en la calle Francisco I. Esta Congregación, fundada en
1847 en N¯ mes por el padre D'Alzon, dirige colegios, organiza peregrinaciones nacionales, atiende Misiones en Oriente, desde los
Balcanes hasta el mar Muerto, y sostiene una obra grandiosa para la buena prensa. El padre Bailly, asuncionista, redactaba entonces el
Pèlerin, periodiquito de gran difusión, que fue el heraldo de don Bosco en Francia; en efecto, desde su primer año de vida, en 1877,
describió con entusiasmo las obras del Siervo de Dios, reproduciendo también su bosquejo histórico; y después volvía a hablar de él cada
vez que los grupos de peregrinos franceses visitaban, a su regreso de Roma, el santuario de María Auxiliadora, ((167)) el Oratorio y a don
Bosco, acompañados las más de las veces por el padre Picard, segundo Superior General. Era, pues, recíproco el deseo de encontrarse
juntos, siquiera algunos instantes, en la capital. Decía el Pèlerin del día doce de mayo:
"Una de las primeras visitas, que el santo varón hizo al llegar a París, fue al pobre Pèlerin, porque él ama a los pobres, y comió con el
Pèlerin, en el tiempo pascual, como en otro tiempo Nuestro Señor con sus discípulos, y puso aquí las manos sobre algunos enfermos, que
ya están mejorando".
Después de hablar de la impresión, que causó en París la presencia de don Bosco, observaba:
"La sensación, que sacude la indiferencia parisiense al paso de un sacerdote, de un religioso, de un santo, a tan breve intervalo de las
expulsiones, y que, casi a título de rescate, hace que pongan tesoros en sus manos, es ciertamente un hecho sobrenatural de primer orden,
y nosotros creemos que don Bosco, aunque viejo, achacoso, siempre sostenido por un brazo amigo, con la vista casi apagada, sin leer
diarios de ninguna clase, trae a Francia nada menos que la solución de la cuestión obrera".
Uno de los enfermos, a los que aludía el Pèlerin, era el mismo padre Picard a quien don Bosco prometió rezar por su curación. Curó, en
efecto, y vivió todavía veinte años.
Casi no se habló en la mesa más que de cosas salesianas, y todo ello apareció en forma de entrevista en el Pèlerin del día doce de mayo.
La mayor parte de la conversación versó en torno a los orígenes
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y desarrollo de la Obra de don Bosco; pero, al final, el razonamiento cayó sobre su método educativo. Alguien expresó la duda de que sus
aprendices, al salir del nido y entrar en los talleres o en los cuarteles, correrían el riesgo de caer. Don Bosco contestó:
-Casi todos siguen yendo a confesarse en nuestras casas.
En Turín vienen muchos el sábado por la tarde y el domingo por la mañana. Y es cosa muy sabida, en el ejército italiano, que los
procedentes de nuestras escuelas profesionales son cristianos practicantes; en efecto, los llaman los Bosco. Los hay en todos los grados de
la milicia.
((168)) -Pero "en qué consiste entonces la formación que se da a estos muchachos?
-La formación consiste en dos cosas: dulzura en todo y la capilla abierta en todo momento, con facilidad para confesarse y comulgar.
-"Y hay muchas comuniones?
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-Muchísimas. Aprendices y estudiantes asisten a misa diariamente, y, lo mismo antes que durante ella, pueden confesarse. Se confiesan
muchos y la comunión frecuente es la que después lo hace todo.
-Con todo, habrá castigos.
-No hay ninguna forma especial de represión; es cierto, sin embargo, que a veces se expulsa a alguno de la casa. Pero, en vez de
castigos, tenemos la asistencia y los juegos. Las faltas proceden en gran parte de una vigilancia deficiente; vigilando se previene
suficientemente el mal y no hay necesidad de reprimir. Cada taller tiene su jefe; hay, además, en una tarima elevada, cerrado con vidriera,
un clérigo que se cuida de la conducta, del buen espíritu, de la piedad e indica los que merecen pasar a la sección de estudiantes. Todo
recién llegado se confía a uno de los antiguos, que le guía, le encamina, le protege y le aconseja. Tocante a los juegos, hay que tener
presente que el muchacho debe estar contento y, para ello, hay que distraerlo con juegos. Para conseguir este resultado no se omite nada;
ante todo la música, y después los ejercicios físicos. Cuando el muchacho se cansa de jugar, a menudo acaba por ir a rezar en la capilla,
que encuentra siempre abierta.
El articulista concluía con la siguiente observación: "Hemos visto este sistema en acción, En Turín los estudiantes constituyen un
numeroso colegio, en el que no se conocen las filas 1, sino que, de un
1 Era exactamente así; para pasar del patio a otras dependencias se iba por grupos y sin guardar silencio. Hasta 1884 no se introdujeron
las filas. Cuando don Bosco se dio cuenta de ello, se disgustó; pero, desde entonces, se siguió el nuevo estilo.
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lugar a otro, se va como en familia. Cada grupo rodea a un profesor, sin bulla, sin ((169)) alboroto, sin resistencia. Hemos admirado la
cara serena de aquellos muchachos, y tuvimos que exclamar: Aquí está el dedo de Dios".
De la misma visita habló también Le Monde del diecisiete de mayo, informando de un detalle delicado, pero instructivo, de aquella
conversación de sobremesa. Un asuncionista preguntó a don Bosco, a qué lamentable influencia había que atribuir la falta de
perseverancia, que se advertía en la mayoría de los muchachos, tan cristianamente educados por el celo incansable de los Hermanos; pues,
en efecto, era conocido que sus alumnos descuidaban en general las prácticas religiosas al llegar a mayores. Don Bosco contestó:
-Este grave inconveniente procede de que, en Francia, los muchachos no tienen suficiente contacto con el sacerdote y, por tanto, no se
confiesan con frecuencia. Las almas juveniles necesitan experimentar en el período de su formación los beneficiosos efectos de la dulzura
sacerdotal. Viviendo bajo este influjo desde su tierna edad, recuerdan más adelante la paz, que disfrutaban después de las absoluciones
sacramentales y, dado el caso que se entreguen a los humanos descarríos, saben acudir siempre en demanda de auxilio a los amigos de su
infancia. Esta es la razón por la que en Italia los hijos del pueblo perseveran en general más que en Francia.
Don Bosco había llegado a casa de los asuncionistas en un momento muy oportuno. Estudiaban ellos por entonces el proyecto de
publicar un gran diario católico, que pudiese alcanzar la máxima difusión por toda Francia. La atrevida iniciativa no encontraba la
aprobación de algunos, por lo que el padre Bailly, que había lanzado la idea, y el superior, padre Picard, titubeaban sin atreverse a decidir.
Ahora bien, don Bosco que, en obras de esta índole, era el hombre de la osadía, animó a los Padres a arrostrar la empresa. Preguntó si
contaban con dinero y escritores; y, como le contestaran que sí, dijo:
-íPues bien, id adelante!
Tan eficaces fueron sus estímulos que el día dieciséis de junio apareció el primer número de ((170)) La Croix, que cuenta ya medio siglo
de vida vigorosa y fecunda 1.
1 La Croix, día 1.° de diciembre de 1934: "Aún no había nacido La Croix. Estaba ya al borde mismo de la vida; no indecisa pero aún
ligeramente inquieta. "Iba este diario a conocer la suerte de tantos otros? "Lo sostendrían los católicos? "Tendría, desde sus primeros
números, la garra necesaria para conquistar la simpatía del público? Dudas perturbadoras. Una palabra, un gesto del Bienaventurado (don
Bosco) las solventó. Había que ir adelante y saltar con atrevimiento a lo desconocido".
148
Y ya que andamos con el tema de los periódicos, añadiremos que don Bosco quiso dedicar parte de su tiempo parisiense a la familia del
que había sido el príncipe de los periodistas católicos y había trabajado y sostenido tantas batallas desde las columnas del L'Univers contra
todos los enemigos de la Iglesia. Nos referimos a Luis Veuillot, que había fallecido el día siete del último abril. Don Bosco llevó a sus
afligidos parientes la palabra del consuelo cristiano. Su visita fue portadora de suave bálsamo especialmente a la hermana Elisa, que había
compartido con Luis una vida de fe y laboriosa caridad. Cincuenta años más tarde de aquel día, que no sabemos precisar, su nieto
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Francisco, que era entonces pequeñín y recibió la bendición del Siervo de Dios, sentía todavía en su frente el tacto de aquella mano
"chargée des grÔces divines" (cargada de gracias divinas) y gozaba anunciando la próxima vuelta de don Bosco a París, ceñido con la
aureola de los Santos para tomar posesión de la iglesia, que allí se levanta dedicada a su nombre 1.
La familia de la condesa De Rites tuvo la suerte de oír, el día veintitrés de abril, la misa celebrada por don Bosco en su oratorio privado,
en el barrio de San Germán. Le hicieron usar el mismo cáliz, de que se había servido Pío IX el 8 de diciembre de 1855, primer aniversario
de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Asistióle en el altar el abate Sire de San Sulpicio, cuyo nombre está ligado a un
recuerdo monumental del histórico acontecimiento. Fue él quien hizo ((171)) traducir la bula Ineffabilis a cuatrocientos idiomas, entre
lenguas y dialectos, formando con ellos ciento diez volúmenes, que, encerrados en un precioso cofre, ofreció el día 11 de febrero de 1877
a Pío IX. El magnífico regalo ya había sido admirado por don Bosco en la sala de la Inmaculada Concepción, en el Vaticano, y le resultó
muy grato aquel encuentro con quien lo había ideado 2.
Acudieron a la capilla de la noble familia otras cincuenta personas de la aristocracia parisiense. El hijo de la señora de Poulpiquet,
exzuavo pontificio, hizo una colecta en el momento del ofertorio, y recogió una bonita cantidad para el celebrante. La mayoría de los
presentes comulgó de manos del Santo, que recibió en audiencia a los que habían asistido.
Probablemente corresponde al abate Sire el mérito de haber proporcionado
1 La Vie Sociale, semanario de París, 21 de mayo de 1933. El Osservatore Cattolico de Milán en el número del 7-8 de mayo de 1883
publicó un paralelo interesante entre Luis Veuillot y don Bosco (véase Apéndice, doc. núm. 31).
2 El abate Sire fue, además, uno de los que ayudaron a los secretarios de don Bosco al despacho de la correspondencia.
149
a don Bosco la posibilidad de hacer una de las visitas más importantes, por sí misma y por sus efectos, a saber: la visita al famoso
seminario de San Sulpicio. Son pocos los seminarios con una historia tan gloriosa como el de San Sulpicio. Dirigido por una asociación de
sacerdotes, fundada en París por el venerable Olier en 1642, llegó a ser muy pronto, y se mantuvo hasta nuestros días, vivero fecundo de
ilustres y doctos prelados y de eclesiásticos insignes por su piedad y celo en el servicio de la Iglesia. El abate Bieil, Director del mismo y
tenaz cumplidor de las tradiciones, se informó hasta el más mínimo detalle sobre las modalidades y honores a rendir en el recibimiento
que debería hacer a don Bosco.
-No es obispo, decía, no es prelado... "Qué hacer, pues?
El cardenal Guibert le contestó:
-Recibidlo con todos los honores posibles. Nada será demasiado para sus méritos.
Don Bosco fue el día veintitrés de abril por la tarde; pero la espera fue muy larga, y esto causó retraso en la hora de la lectura espiritual,
de la cena y del descanso, ((172)) algo absolutamente inaudito en aquel inviolado sagrario de la tradición 1. Entró con aire de serena
modestia, subió a una pequeña tribuna, dirigió a los futuros sacerdotes un discursito, desarrollando el pensamiento contenido en el elogio
evangélico de San Juan Bautista: Erat lucerna ardens et lucens (era lumbrera que arde y brilla). Les explicó cómo el sacerdote debe vivir
una vida ardorosamente interior para poder iluminar en su derredor a los otros, y repitió su aforismo, de que un sacerdote no va solo al
paraíso ni al infierno 2. El abate Clément, Director de la escuela Fénelon, escribía sobre aquel sermoncito de don Bosco 3:
"Recuerdo especialmente el inflamado ardor de su palabra, sobre todo cuando mostraba la necesidad de la confianza en Dios. Brillaba
1 Y no pasó la cosa sin observaciones. Uno de los dirigentes que no sabía cómo aguantar tamaño desorden, repetía:
-Las comunidades no esperan.
Pero el Director contestaba a éste y a otros:
-Don Bosco es un santo. Se puede también hacer una excepción para él.
Un estudiante gracioso, el señor Thiroux, abogado y seminarista a la , improvisó para matar el tiempo durante la espera, un cuarteto, que
corrió por la sala y divirtió a los seminaristas:
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Cuentan grandes milagros de don Bosco,
muertos resucitados, mil horóscopos.
Hoy el mayor acaba de hacer:
tu regla, san Sulpicio, cedió ante él.
2 Véase Bulletin Salésien, junio 1931.
3 Carta a don Agustín Auffray, París, 14 de abril de 1931.
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entonces su mirada bajo las arrugas de la frente y se encendía su voz, ya algo cansada y gutural 1. Cuando bajó de la tribuna, mis
compañeros se apretujaron a su alrededor, deseosos de tocarle, de besarle la mano. Estoy viendo todavía a uno que cortaba con las tijeras
un trocito, creo yo, de su faja 2 y a otro sacarle y llevarse un pedacito morado de tela arrancado tal vez del forro del sombrero. En medio
de aquella aglomeración don Bosco tenía para cada uno una sonrisa, que aún me parece ver ((173)) y se volvía hacia unos y hacia otros
con bondad extraordinaria y con la mayor sencillez".
La impresión que dejó en aquellos seminaristas no se borró jamás de su mente y contribuyó mucho a mantener una corriente de simpatía
hacia don Bosco, que todavía perdura en el clero francés. Entre los allí presentes estaban futuros personajes como Bourne, cardenal
arzobispo de Westminster; De Guébriant, arzobispo de Marcianópolis y superior de los Misioneros de la Rue du Bac; Gibergues, que
murió siendo obispo de Valence; Neveux, obispo auxiliar de Reims; Ternier, obispo de Tarantasia; Vigouroux y Mourret, verdaderas
lumbreras de las ciencias sagradas, y otros óptimos eclesiásticos. Recordando aquella tarde memorable, escribía el cardenal Bourne:
"Un recuerdo gratísimo de mi corazón, una gracia señalada de mi juventud es haber estado al lado de don Bosco. Era yo estudiante en el
seminario de San Sulpicio en París, cuando llegó él a aquella. capital.
Ya había oído hablar de sus obras admirables y de algunos hechos singulares de su vida. Recuerdo, como si fuera hoy, la trepidante
impaciencia con que los seminaristas esperaban la visita de aquel hombre, considerado ya por la opinión pública como un santo. Parecía
enfermo, caminaba con vacilación y hablaba, lo recuerdo muy bien, en francés con dificultad e imperfección. Sin embargo, la impresión
que nos causó a todos nosotros fue extraordinaria. Aquella vez no tuve oportunidad de hablarle en privado; pero en 1885, al año de mi
ordenación, vivamente interesado y atraído por las obras de la Congregación Salesiana, hice una breve visita al Oratorio de Turín y tuve la
gran satisfacción de hablar con el Beato y sentarme a su derecha durante una comida, a la que me invitó. En 1887, a petición suya,
1 Hubo un momento en que no le venía la palabra gamin, correspondiente a birichino, monello (pilluelo, golfillo). Y dijo:
-Tengo que dar de comer a muchos, muchos pequeños... "cómo decís vosotros? "Moneaux, moneaux?
Y los seminaristas, creyendo que quería decir gorriones, le sugirieron moineaux, y él aceptó la corrección. Así lo refiere la carta.
2 Ya hemos observado que don Bosco vestía a la francesa.
151
presté mi modesta cooperación a los primeros miembros de la Sociedad enviados por él a Battersea en noviembre de aquel año. Desde
entonces he estado siempre en afectuosa e íntima relación con sus hijos, no sólo en Inglaterra, sino dondequiera los encontré ((174)) por el
mundo. Don Bosco pasó a recibir la recompensa celestial a principios del 1888, y desde entonces lo he honrado e invocado
constantemente como a un santo" 1.
El entusiasmo de los seminaristas de San Sulpicio repercutió en el seminario menor de San Nicolás del Chardonnet, en la calle Pontoise
Tres semanas después, el secretario de don Bosco recibió una carta, escrita en nombre de sus superiores y alumnos, que empezaba así: "La
profunda impresión que hemos experimentado, al ver y oír hablar al reverendo padre don Bosco en San Sulpicio, no se ha borrado de
nuestra memoria; más aún, quedará grabada en ella largo tiempo como uno de los más hermosos y consoladores recuerdos de nuestra vida
Ahora deseamos vivamente que disfruten de este beneficio también los jóvenes que Dios nos ha confiado y en los que ha puesto el germen
de la vocación sacerdotal. Nos parece que esta vocación se consolidaría y se desarrollaría más, si don Bosco tuviese la bondad de venir
aquí a dirigirles unas palabras. "No es la bendición de un santo una gracia especial de Dios y una prenda de su valiosa protección?" 2.
Invocaban la intervención del secretario y se interpuso, además, en el asunto la señora Mollie 3, celosa cooperadora, que el día dieciséis
de mayo habló de ello al Siervo de Dios. Don Bosco que, por los jóvenes, estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio, quiso contentar a
aquellos alumnos, tal vez el día veintidós de mayo, al salir de casa de las Hermanas de Sión.
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También las Hermanas de la Visitación de otro monasterio de París, en la calle Vaugirard, fueron de las primeras religiosas que lograron
alcanzar una misa de don Bosco. ((175)) Fue a celebrar en su monasterio el día veinticuatro de abril. A las siete de la mañana,
1 Véase Apéndice, doc. núm. 33 bis.
2 El Director de San Sulpicio estaba sobre ascuas porque, a pesar de sus intentos, no logró volver a ver a don Bosco para agradecer su
visita; por lo cual, a los ocho días, se decidió a escribirle. Le decía: "Su presencia nos ha hecho un gran bien". A la carta unía trescientos
veinte francos para sus obras (Apéndice, doc. núm. 32).
3 El Univers del cuatro o cinco de mayo, llevaba este anuncio: "En París, en casa de la señora Mollie, 44 rue Saint-Placide, se encuentra
todo lo que se relaciona con la vida y obras de don Bosco: medallas, estampas, novenas de María Auxiliadora, Boletín Salesiano,
suscripción a las Lecturas Católicas de don Bosco". También en casa Sénislhac se repartían ejemplares del Bulletin.
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comenzó a llenarse la capilla de personas distinguidas y devotas, que, a pesar de la incomodidad causada por el gentío y la molestia de la
larga espera, se mantuvieron allí con edificante recogimiento. Don Bosco no llegó hasta las nueve; las continuas sorpresas le impedían
cumplir ningún horario. Caminaba apoyándose en el brazo de don Camilo de Barruel, pasando entre aquel público aristocrático, que con
dificultad le dejaba paso. Todas las miradas le seguían con una expresión de reverencia y oración. En la mística quietud de aquella
capillita, cuando subió el celebrante al altar, casi se oía cómo latían los corazones de los presentes al compás del suyo, durante el divino
sacrificio. Después del evangelio, se volvió hacia la asamblea y, con palabras muy sencillas, mostró a aquella gente rica que no hay más
que una verdadera riqueza, el temor de Dios. Y les ofreció un hermoso episodio como ejemplo edificante. Un muchacho de familia
acaudalada había sido llevado a Roma por su padre para presentarlo al Pontífice Pío IX. Llegado ante el Vicario de Jesucristo, el buen
padre pidió una bendición especial para su hijo Luis, a fin de que Dios lo conservase al afecto de los suyos. El Padre Santo puso su mirada
dulce y paternal sobre el jovencito y, después, recogidamente y elevando los ojos al cielo, le dijo:
-Luis, que seas siempre un buen cristiano.
Después, poniéndole la mano sobre el hombro, siguió diciendo con acento grave y recalcando las palabras:
-Luis, que seas rico...
-Beatísimo Padre, interrumpió el señor, nosotros no pedimos bienes de fortuna. Dios nos los ha dado...
Pero el Papa, sin descomponerse, repitió y terminó la frase empezada:
-Luis, que seas rico en la verdadera riqueza; que poseas siempre el temor de Dios.
Los presentes no adivinaron seguramente quiénes eran aquel padre y aquel hijo, en los que nos resulta fácil a nosotros reconocer al
conde Colle y a su querido hijo Luis.
Con dificultad pudieron los allí reunidos acercarse a comulgar.
Terminada la misa, todos se encaminaron hacia la pequeña sacristía, que pronto quedó atestada y donde los pocos ((176)) que lograron
entrar se arrodillaron ante el hombre de Dios, pidiendo la bendición. Otros querían sustituir a los primeros, pero el secretario pidió que le
dejaran libre para hacer la acción de gracias. Y le obedecieron, pero todos los que pudieron agolparse allí dentro, de rodillas, formaron un
círculo a su alrededor, mientras él oraba, silenciosos y atentos.
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"Ver orar a don Bosco, observaba un diario refiriéndose a la misa de la Visitación 1, equivale a sentir cómo el rocío celestial refrigera el
corazón".
Después de la acción de gracias aquellos señores fueron desfilando ante él, felices al recibir una bendición, una mirada, una palabra. Por
último, proporcionó el consuelo de su visita a la comunidad, ya que el cardenal Guibert le había concedido la facultad de penetrar en la
clausura. Pero tuvo que entrar por una puerta secreta, pues, de lo contrario, no habría bastado una hora para atravesar la capilla. Hizo a las
religiosas reunidas una exhortación sobre la fidelidad a la Regla; después, le fue presentada la antigua superiora, madre María Kotzka Le
Pan De Ligny, que ya pasaba de los setenta años y estaba aquejada de graves dolencias. Las Hermanas, que la querían mucho, pidieron a
don Bosco que prolongase su vida. Ante una petición tan ingenua sonrió y, recogiéndose un instante en sí mismo, contestó:
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-Madre, ciertamente no es su deseo permanecer todavía mucho tiempo en esta tierra; sin embargo, tendrá que vivir todavía algún tiempo
aquí abajo y partirá cuando sus hijas le den licencia para irse.
-íOh!, dijeron las religiosas; nuestra madre nos verá a todas nosotras partir hacia la eternidad; porque nunca le daremos permiso para
morir.
Y, sin embargo, nueve años después tuvieron que dárselo.
Los sufrimientos de la Madre aumentaron tanto, que su vida no era más que sufrir; por lo cual, no resistiendo ya el corazón de las hijas a
la vista de tan prolongado martirio, pidieron al Señor ((177)) que tuviese a bien llevársela, y el Señor escuchó su oración 2.
Pasó después a visitar a las alumnas del colegio anejo al monasterio. Al ver a aquellas buenas jóvenes, el Siervo de Dios, dice la
religiosa de la Visitación que nos ha transmitido estas noticias, se puso en seguida muy alegre. Las exhortó al cumplimiento de los deberes
cristianos, comenzando su discursito con este preámbulo:
-Recordad, hijitas mías, que hay un solo Dios, que hay un solo paraíso en el cielo, que hay una sola vida en esta tierra y que hay una sola
alma.
El secretario apresuró la salida, porque un gran número de sanos y enfermos alborotaban afuera y parecía que querían derribar las
puertas.
1 Le Monde, 17 de mayo de 1883.
2 El hecho es referido también en un opúsculo anónimo titulado: Abrégé de la Vie et des Vertus de la Vénérable Mère Marie Kotzka le
Pan De Ligny, Supérieure du second Monastère de la Visitation à Pais. Editado por el Convento.
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Todavía está vivo en aquella casa el recuerdo de don Bosco. Poco tiempo después, hubo una exalumna, que entró como novicia de la
Orden en Turín, Cecilia Roussel, y adquirió e hizo que él le bendijera una estatua de María Auxiliadora que envió al convento donde las
religiosas y las alumnas internas todavía la honran hoy día con redoblada oración.
Una persona distinguida, que merecía y obtuvo al día siguiente el honor de una visita, fue el vizconde de Damas que, con cristiano valor
y santa perseverancia, dedicó su vida a la noble misión de reavivar en el pueblo francés la fe mediante las peregrinaciones piadosas.
Envió su coche a la avenida de Mesina y condujo a palacio a don Bosco el día veinticinco de abril, a eso de las ocho y media de la
mañana. El señor recibió, con gran reverencia, al pie de la escalera de honor que daba al patio, al venerado huésped que, sostenido por su
brazo, subió lentamente los peldaños y, en la terracita que se extendía delante del atrio, recibió el homenaje de toda la familia,
intercambiáronse unas cordiales palabras de saludo y fue acompañado al oratorio privado, donde todos los de la casa y poquísimos íntimos
más se situaron tras él; durante su preparación para la celebración de la misa.
((178)) "Es imposible, dice Le Monde del diecinueve de junio, describir la paz profunda, el celestial recogimiento de la ilustre y noble
familia, cuando el venerando sacerdote, revestido de los ornamentos sagrados, se acercó al altar y su bendita voz hizo oír preces
perpetuamente elevadas por la Iglesia a la Majestad del Eterno".
El santo Sacrificio se celebró en medio del más religioso silencio.
Casi todos los presentes recibieron de sus manos el pan eucarístico.
Cuando acabó la acción de gracias, le acompañaron a la sala, donde un grupo de niños le ofreció una agradable bienvenida. Con su
amabilidad se ganó enseguida su confianza. Dijo a todos unas palabras a propósito, los bendijo y se entretuvo un ratito con los mayores.
El diario mencionado escribía:
"Hay que haber asistido a semejantes reuniones con don Bosco para hacerse idea de la paz, del respeto y de la dignidad que en ellas
reina. La palabra moderada y agradable del amable sacerdote, con el dulcísimo encanto que la presta su acento italiano, la modestia y
acierto de sus pensamientos, todo, en fin, exhala un perfume de sobrehumana grandeza que arrebata a cuantos le escuchan".
Después de recibir de rodillas la bendición, lo invitaron a un almuerzo íntimo; luego se puso el Vizconde a las órdenes del amado
huésped, hízole subir al coche y estuvo a su lado, mientras don Bosco visitó a enfermos necesitados de sus consuelos espirituales.
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Aquel día llevó su bendición a una santa enferma: a la madre María de Jesús, fundadora de las Hermanitas de la Asunción, que se
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dedican a asistir a domicilio a los enfermos pobres. Las señoras amigas de la casa pusieron en juego su influencia para favorecer a la
comunidad con tan preciosa visita. La Congregación, fundada en 1842 en Saint-Servan de Bretaña, se trasplantó, siete años después, a
París y, en 1870, estableció la casa madre en Grenelle, suburbio de la capital. Allá fue don Bosco, muy dichoso por bendecir una obra que
se dedicaba exclusivamente a los pobres. Escuchó con benévolo interés los informes que le dieron sobre la misión ((179)) que ejercen las
Hermanas y prometió rezar por su desarrollo. La Madre, que se encontraba muy mal, quiso estar presente. Asistía también el padre
asuncionista Pernet, que había dado al Instituto forma definitiva y seguía gobernando su espíritu. Díjole éste a don Bosco:
-Padre, rece muy especialmente por esta querida Madre, a fin de que el Señor le devuelva la salud y tengamos la suerte de conservarla
todavía para bien de toda la familia.
-Rezaré según vuestras intenciones, contestó sonriendo, y pediré para que esta buena Madre viva tanto como Matusalén, esto es
novecientos sesenta y nueve años.
-íPadre!, exclamó asustada la Madre.
-Bueno, dijo don Bosco entre burlas y veras: quitemos la primera cifra; y, si luego quitamos todavía unos años, nos quedarán cincuenta
y nueve.
-íPero, Padre!, replicó sorprendida la Madre.
-Acepte, acepte.
-Acepto, contestó ella.
-Por mi cuenta, le pide una sola cosa: que rece para que don Bosco salve su alma.
-Y que viva tantos años como yo, añadió la otra.
-Ah, si yo viviese lo que Matusalén volvería el mundo del revés... Pero si usted, Madre, viviese tanto como aquel Patriarca, íqué
progreso vería en su familia! Y, después en el paraíso, sus hijas le harán una magnífica corona con todas las almas. Y yo, volviendo a
verla en el paraíso con toda su familia, pediré al Señor que me ponga un poco lejos con la mía, en otro rincón del cielo, pues, con todos
mis pilluelos tan alborotadores, molestaríamos su paz y tranquilidad...
Ya a punto de retirarse, bendijo don Bosco a la comunidad y dijo:
-Buenas Hermanas, pediré para todas vosotras piedad, fervor, y perseverancia en la práctica exacta de la regla.
No dijo adiós al partir, porque dejó la esperanza de que, a su
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regreso de Lille, adonde iba a ir, volvería de nuevo ((180)) a Grenelle y con mucho gusto celebraría también allí la santa misa.
El dialoguito, que acabamos de referir, pareció a la mayor parte de las Hermanas una simple broma; pero no a todas y, especialmente, a
la Madre. Poco después, recibía don Bosco a la baronesa Reille, la cual le preguntó si había esperanza de curación para la fundadora. El se
guardó mucho de quitar toda esperanza; en efecto, contestó:
-Sí, pero recen... Desde el primero de mayo hasta el treinta de junio recen cada días tres salves, tres padrenuestros y tres avemarías.
Don Bosco volvió realmente a Grenelle el veinte de mayo 1 y celebró allí la misa. Fue a buscarle en coche el padre Pernet, desde el
palacio de la señora de Saint-Seine hasta la avenida Saint-Germain, y así pudo estar con él una media hora a solas durante el trayecto.
Pero, como le viera rendido por el cansancio, no se atrevía a hablarle. Sin embargo, animado por la confianza que le inspiraba el Santo, le
expuso la naturaleza de la obra, el cometido de la Hermanita y su finalidad. Don Bosco escuchaba sin pestañear. Cuando acabó su
exposición, preguntóle el padre Pernet:
-Dígame, Padre, "qué piensa de nuestra obra? "Viene de Dios?
Recogióse el Santo un instante y luego le contestó con acento de firme convicción:
-Sí, esta obra viene de Dios... Hará mucho bien en la Iglesia. Seguid.
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El padre Pernet se sintió tan consolado y tranquilizado que no le hizo más preguntas, aunque había determinado de antemano
preguntarle algunas cosas que le interesaban personalmente, pero se contuvo por miedo a cansarlo demasiado.
La misa, fijada para las ocho, empezó a las nueve. La Madre que ya no podía dejar la cama, se hizo trasladar en brazos a la capilla y se
la acomodó tendida detrás del altar, único sitio libre ((181)) de la gente que, desde las seis y media, había invadido el convento. Asistían
muchos enfermos y hubo muchas comuniones. Como la Madre no podía prolongar por más tiempo el ayuno, don Bosco le dio la
comunión antes del santo sacrificio. Después de la misa, rogóle el padre Pernet
1 En la Vida en dos volúmenes, se lee en la pág. 555 del segundo: "15 de mayo", pero es una equivocación. Don Bosco volvió de Lille
el 16. Sor Manuela María escribía, acerca de don Bosco, el 19 de mayo a todas las casas: "Lo esperamos mañana; vendrá a celebrar al
misa en nuestra capilla". Véase La Mère Marie de Jésus, París, Maison de la Bonne Presse, 1909, pág. 313. Los detalles referidos están
sacados de esta obra, págs. 309-316.
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que le diera una bendición especial. Rezó con ella el avemaría, la salve y después el oremus; por último, dijo:
-Le deseo salud y santidad. Su vida es la cruz y el sufrimiento... Confórmese únicamente con la voluntad de Dios.
Las hermanas tuvieron que ceder a los forasteros el turno para las audiencias, que duraron hasta después del mediodía. Presentáronse,
entre otros, dos campesinas del departamento de la Vandée que habían recorrido más de doscientos cincuenta kilómetros para ver a don
Bosco y hablarle. Llegaron a París el día anterior por la tarde y fueron al secretario del Santo, que las envió a Grenelle. Allí estuvieron,
desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde, sin probar alimento ni bebida. Fueron introducidas a las tres y salieron radiantes de
alegría.
Don Bosco comió allí al mediodía en compañía de don Miguel Rúa, los secretarios, el padre Picard, el abate Le Rebours, párroco de la
Madeleine, un Vicario General de Su Eminencia y otros 1. Debía estar muy cansado, porque, en el momento culminante de la comida, se
durmió. Entonces el padre Picard indicó a los comensales que callaran para no despertarlo.
Despertó enseguida y, cuando terminó el almuerzo, el Siervo de Dios visitó a la Madre en su habitación. El padre Pernet se echó a sus
pies suplicándole que obtuviera la curación de la enferma. Don Bosco se entretuvo diez minutos a su cabecera y le dijo:
-Es usted demasiado útil a su Congregación para irse ahora al paraíso.
Y dijo al Padre:
-Rece, haga rezar hasta el día dieciséis de julio, fiesta del Carmen. Yo también rezaré y haré rezar a mis Salesianos y a mis muchachos.
Acompañaron después a don Bosco hasta la enfermería para bendecir a las hermanas enfermas. Al despedirse, pidiéronle que diese una
última bendición ((182)) a la comunidad. Escribe la Hermana Manuela María:
"Tenía su rostro una expresión particular; parecía iluminada por una luz sobrenatural. Nos habló de los consuelos de aquel día y añadió
unas palabras sobre la comunión frecuente, en la que se encuentra luz, fuerza y santidad. Después nos dio su bendición. Al salir, lo mismo
que por la mañana al entrar, era difícil protegerle del gentío, que quería acercársele y tocar sus vestidos".
El padre Picard se quedó y, al ver a las Hermanas tan impresionadas,
1 Véase Apéndice. doc. núm. 33.
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les contó muchas cosas sobre don Bosco, y, entre otras, un episodio sucedido aquella misma mañana. Cuando don Bosco llegó, parecía
que no veía nada en absoluto, pero, de improviso, volviendo la mirada a un joven de aire distinguido en medio de la muchedumbre
apiñada y a quien nunca había visto, hízole señas para que se le acercase y le preguntó:
-"Qué hace usted en París?
-Estudio derecho en la Universidad Católica, respondió.
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-Permítame ver ese libro.
Era un devocionario para la misa. Dióle don Bosco un fuerte apretón de manos y le dijo:
-Pronto será uno de los nuestros.
Después de la misa, volvió a verlo en el coro, invitóle a seguirle y le repitió:
-Le aguardo pronto en Turín.
Se supo después que era hijo de una de las llamadas Damas servidoras de los pobres, asociación de señoras, que dedicaban algunas
horas del día a ayudar a las Hermanitas en la asistencia de los enfermos pobres a domicilio. Su madre había pedido y obtenido el permiso
para que la acompañara a la misa de don Bosco; jamás habría previsto lo que sucedió, mas como era muy piadosa no puso la mayor
dificultad.
Otros dos episodios nos atestigua la misma que fue la protagonista. Una joven de dieciocho años deseaba hacerse religiosa, pero no
sabía decidirse a elegir la Congregación. Pensando que don Bosco la podría aconsejar, logró por medio del padre Bailly, su confesor, una
audiencia para el veinticinco de abril y en ella le expuso sus dudas. ((183)) El padre Bailly se inclinaba por las Hermanitas, pero a ella no
le agradaban o, según su expresión, le parecían muy poca cosa. Estaban las Hijas de la Caridad, pero sentía cierta aversión hacia ellas,
porque se las habían pintado como disciplinadas a lo militar, sin vida de familia, con superioras poco accesibles. Don Bosco oyó estas
consideraciones, estuvo pensando un ratito y, después, le dijo sin titubear:
-Hágase hermana de San Vicente.
Unos años después la joven siguió su consejo y, con el nombre de Sor Isabel, es religiosa de ese Instituto desde hace cuarenta y cinco
años.
Animada por tan buena acogida, quiso hacer el veinte de mayo un nuevo intento. Tenía ella una amiga de su edad, sordomuda de
nacimiento. "No podría don Bosco curarla? Volvió a las Asuncionistas con algunas compañeras el día de la segunda visita llevando
consigo
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a la desdichada amiga y logró llegar hasta el Santo y presentársela, suplicando que le obtuviera el oído y el habla. Don Bosco escuchó con
benevolencia, reflexionó un ratito y, después, sugirió la consabida novena a María Auxiliadora. Pues bien, se aproximaba la novena a su
término cuando, de repente, un día la sordomuda empezó a repetir los sonidos, que se producían a su alrededor: ya oía. Y no tardó mucho
en lanzarse a hablar, ayudada por las amigas.
Habiendo preguntado a sor Isabel qué impresión causaba la visión de don Bosco, contestó:
-Impresión de bondad paternal. Era de todos y para todos, aunque ya estaba delicado de salud y apenas se mantenía en pie. Cuando se le
hacía una pregunta, callaba un momento antes de contestar, como si esperase de lo alto el consejo que se esperaba de sus labios.
Como ya se dijo, no quiso el Santo dejar desconsolada a la Comunidad; pero estaba aquel día en Grenelle un señor amigo de las
Hermanas, el cual, encontrándose un momento a solas con él, le suplicó que pidiese a Dios ((184)) la curación de la Madre; cerró el Santo
los ojos y, haciendo con la cabeza un gesto negativo, respondió claramente:
-No. La obra es de Dios y subsistirá sin ella.
La madre María de Jesús voló al cielo el día dieciocho de septiembre. Había nacido el 7 de noviembre de 1824; le faltaba, por tanto,
poco más de mes y medio para cumplir los cincuenta y nueve años.
Volvemos a seguir el hilo por orden cronológico. El jueves, 26 de abril, celebró don Bosco la misa en el orfanato de la Presentación,
fundado por el canónigo Pelgé, en Passy, suburbio de París, en la calle Nicol_. Asistióle en el altar el mismo fundador de la casa. En la
capillita, toda ella blanca y dorada, había un enjambre de niñas de tres a cuatro años que ocupaba el espacio próximo al celebrante; venían
después las mayorcitas, que interpretaron cánticos angelicales. Hubo muchas comuniones. Acabadas las numerosas audiencias, encontró
don Bosco el patio atestado de gente, que esperaba su paso, para presentarle enfermos y pedirle la bendición.
El 27 celebró la misa en las Damas del Retiro o del Cenáculo, en la calle La Chaise. A las siete, empezó a llegar gente para asistir a ella;
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como eran todas personas distinguidas, escribían su nombre en un registro antes de entrar. En el coro se colocó la familia De Cessac, por
cuya intención iba a ofrecer don Bosco el santo sacrificio. Cuando se llenó la capilla, resignáronse a quedarse en el amplio locutorio los
que iban llegando: entre unos y otros pudiéronse acomodar unos cuatrocientos señores y señoras. Había entre los presentes enfermos de
toda
160
clase. El Santo llegó a las ocho y media y, poco después, subió al altar. Leído el Evangelio, habló de su Obra. Distribuyó la comunión a
muchos, con el mayor orden y recogimiento, a pesar del agolpamiento. El padre predicador de los ejercicios 1, al ver tanta gente y
creyendo imposible hacer su sermón, optó por marcharse.
Al acabarse la misa, renovóse el espectáculo evangélico ((185)) de las masas suplicantes, que se agolpaban alrededor del Redentor para
tocar sus vestidos, pedir la bendición, obtener una gracia. Muchos lograron llegar hasta él; pero todos, no. Parecía que las preferencias de
don Bosco eran para los enfermos y para los jóvenes, a los que bendecía con particular atención. A eso del mediodía, los sacerdotes, que
nunca se separaron de su lado, lo libraron del agolpamiento y lo llevaron hasta donde estaban esperándole las religiosas reunidas. Allí se
sentó en medio de ellas unos minutos; íverdaderamente lo necesitaba! Díjoles unas palabras, las bendijo y entregó a cada una la consabida
medalla. Desde el umbral de la puerta invocó una vez más sobre la comunidad la bendición de María Santísima.
Se lee en la crónica de la casa:
"Nos dejó, a eso de la una, muy edificadas por su humildad, su calma y su paz en medio de la muchedumbre, que lo rodea y sigue por
todas partes. Se tiene la impresión de que vive en un mundo superior y que aquí en la tierra se perciben solamente los rayos de su
caridad".
El mismo día visitó a las Damas del Calvario, que tenían en la calle De Lourmel un asilo para los que padecen de lupus, enfermedad de
la piel o de las mucosas, producida por tubérculos que ulceran y destruyen las partes atacadas. Estas damas son viudas seglares, asociadas
libremente, sin votos ni hábito particular, y viven en el seno de sus familias. De todos los puntos de París acudían las asociadas al asilo
para prestar a los enfermos sus caritativos servicios. Con su visita quiso don Bosco honrar la virtud de las generosas enfermeras.
El día veintiocho, celebró la misa y dio una conferencia en la Virgen de las Victorias: hablaremos de ello en el capítulo siguiente.
Una iglesia de París que atraía a don Bosco más que las otras, era la de Santo Tomás de Villanueva. Mientras rezaba fervorosamente
ante una imagen de la Virgen, que aún se venera allí hoy día, el joven estudiante Francisco de Sales habíase sentido como por ensalmo
libre de la pesadilla de la tentación, que lo impulsaba a desesperar de su
1 Véase más arriba, pág. 62.
161
eterna ((186)) salvación 1. Una prueba de que lo llevó allá el recuerdo de nuestro santo Patrono, está en los dos renglones, que escribió
bajo su propio nombre en el registro de las misas: Sacerdote Juan Bosco, Superior de la Pía Sociedad Salesiana, encomienda a san
Francisco de Sales todas sus obras, de las que él es patrono.
Celebró en aquella iglesia el domingo veintinueve de abril. Mucho antes de las ocho ya no había un espacio libre en el templo. Don
Bosco dirigió unas palabras a los fieles en torno a los méritos de la caridad y al fin de sus propias obras. Cuando salía, dos rapazuelos, que
se habían metido dentro y habían luchado con pies y manos para avanzar entre la gente, aparecieron ante él y estuvieron allí un minuto
contemplándolo sonrientes; después, a una señal del Santo, se agarraron uno a su mano derecha y otro a la izquierda, sin dejar de mirarlo y
sonriendo al oír sus palabritas, mientras él avanzaba lentamente sin soltarse de aquellos apretones, sino dejándolos dueños de sus manos.
Entretanto escuchaba y contestaba a cuanto le decían los que le rodeaban y los dos chavales no se separaron de él hasta que llegaron los
padres. La graciosa escena llamó la atención y fue comentada por los diarios.
La iglesia de Santo Tomás de Villanueva se encontraba cerca de una comunidad religiosa que llevaba el nombre del Santo español. Don
Bosco fue a hacerles una visita antes de partir. Vive todavía en la comunidad el recuerdo de dos visiones de conciencias. Se encontró con
la Maestra de las Novicias y le dijo:
-No pida ser substituida.
En efecto, aquella religiosa calculaba precisamente cómo librarse de aquel cargo; pero no había dicho una palabra de ello a nadie. Y
después cuando estuvo delante de todas las Hermanas reunidas, dijo de improviso:
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-íPero aquí falta una hermana!
Y así era; había una ((187)) fuera, atendiendo a los forasteros, a la que precisamente tenía algo que decir el Santo, y se lo dijo apenas la
vio.
-Usted tiene grandes angustias interiores; pero no se asuste por ellas ni las tome en mal sentido; son una prueba que Dios permite.
1 La imagen es llamada popularmente la Virgen Negra por su color, pero su verdadero título es Nuestra Señora de la Liberación. Ante
ella, había hecho el joven Francisco de Sales su primer voto de castidad. Entonces se veneraba la estatua en la iglesia de san Esteban des
Grès en el barrio de los estudiantes, en la calle san Jaime. Salvada, por la actuación de personas piadosas, durante la revolución, fue
confiada en 1806 a las Hermanas de Santo Tomás de Villanueva, en la calle Sèvres.
162
Era una hermana de carácter jovial y alegre de la que nadie hubiera sospechado jamás las espinas que escondía en lo íntimo del corazón.
Al llegar a la plaza, estaba tan abarrotada de coches que no era posible cruzarla. Un carruaje le llevó a la plaza de San Sulpicio; pero esta
vez se dirigió hacia la parroquia. Hay al lado de ésta una iglesia que tiene su historia. Está dedicada a la Asunción y se llama iglesia de los
Alemanes, porque en ella se juntaban, durante los siglos diecisiete y dieciocho, para las funciones dominicales las numerosas criadas de
aquel barrio aristócrata, procedentes en su mayoría de la Suiza alemana. Había rezado en ella el Papa Pío VII en 1804, cuando fue a París
para coronar el emperador Napoleón. En ella había abierto monseñor Frayssinous, a principios de siglo después de la revolución, el primer
curso de conferencias apologéticas sobre los puntos fundamentales de la fe cristiana, conferencias que más tarde hicieron concebir el
propósito de ampliar el campo de esta clase de enseñanza religiosa, trasladándolas al principal púlpito parisiense en la catedral de Notre
Dame durante la cuaresma; famosas conferencias todavía en vigor. Más adelante se había introducido en la histórica iglesia otra obra, que
florecía todavía durante la visita de don Bosco: eran los catecismos de perseverancia para señoritas de la alta sociedad. Se ocupaban de
ello los vecinos seminaristas de los cursos superiores.
La visita estaba anunciada para las diez y media; pero don Bosco se hizo aguardar una hora. Para ocupar el tiempo, el abate Sire, que
llevaba la dirección de la obra, leyó algunos pasajes atrayentes de la vida del Santo en la biografía del doctor D'Espiney, como por
ejemplo la historia del Gris, el episodio del manicomio, su manera de comenzar y sostener las fundaciones y algunos milagros ((188))
obrados por él. La lectura despertó en los presentes un verdadero frenesí por ver a don Bosco.
Se habían añadido muchas otras personas a las que acudían a la catequesis; se apiñaban hasta en los últimos rincones y ocupaban incluso
la escalerilla del púlpito. El ruido de un coche, que se paró ante la puerta de la iglesia, electrizó a la gente. Acababan de entonar una
canción, pero todos enmudecieron al instante. "Se percibe a los santos desde lejos, escribe una cronista a la que nosotros seguimos 1; aún
no había entrado don Bosco y ya se tenía la sensación de la presencia de un ser extraordinario".
1 Una monja redentorista del convento de Landser, en Alsacia, que era entonces de las asiduas asistentes a la catequesis. Ella nos ha
facilitado una copia de esta parte de su diario (20 de abril y 1.° de mayo).
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El director le presentó a las alumnas, manifestando su satisfacción al recibirlo en aquella iglesia, visitada por tantos ilustres personajes y
hasta por el Papa Pío VII. Don Bosco respondió con pocas palabras y con la lentitud de quien traduce su pensamiento a una lengua diversa
de la propia, y, además, como nota la cronista, con el acento propio de los italianos 1. Se oía su voz aquella mañana bastante bien.
-No soy más que un pobre sacerdote, dijo. Estoy muy contento al verme en esta iglesia de San Sulpicio, donde siempre reina la fidelidad
a todas las tradiciones de la fe y piedad cristiana; me alegro también al saber que el Papa Pío VII, de tan augusta memoria, vino a visitarla.
Este recuerdo me encanta, porque Pío VII es salesianísimo por excelencia. Deseo que conservéis siempre la fe que tanto os anima, y que
perseveréis en la fidelidad a la Iglesia Católica. Es un augurio no sólo para vosotros, sino también para vuestros parientes y amigos, para
que todos podáis formar un solo corazón y una sola alma, según la palabra del Señor. Os auguro especialmente ((189)) que guardéis
siempre la verdadera riqueza, la única riqueza, la riqueza de las riquezas 2, la pura riqueza deseable y que debe adquirirse y guardarse por
todos los medios posibles, el temor de Dios, sin el cual no se disfruta de la amistad de Dios, pero con el cual gozaréis de su amistad, aquí
en el tiempo, para seguir luego gozándola en la eternidad. Y ahora, si guardáis en el bolsillo medallas, rosarios, crucifijos u otros objetos
devotos, basta que los tengáis en la mano para que, en virtud de una especial concesión pontificia, queden indulgenciados cuando os dé la
bendición.
Don Bosco llamaba salesianísimo a Pío VII, porque este Pontífice había introducido en la Iglesia el culto de María Auxiliadora. Dio
después una bendición especial a los niños que le presentaron las madres.
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La muchedumbre, embargada de reverencia, no se movió hasta que él desapareció. La cronista lo describe así: "Don Bosco tiene todavía
el cabello negro. Es de estatura ordinaria. Va algo encorvado y tiene la cara larga y enjuta. Camina muy despacio, porque los trabajos han
mermado mucho sus fuerzas; además, ve muy poco. íCuánto bien hace el contacto de un Santo! Después de la visita de don Bosco, me
parecía sentirme transformada".
1 El ya mencionado historiador abate Mourret, que estuvo presente, escribe en una carta suya a don Agustín Auffray (París, 4 de mayo
de 1931) que don Bosco silabeaba las palabras en un francés algo vacilante y con un dulce acento italiano. Una acta de la reunión
reproduce, aunque algo retocado, el discursito del Santo. (Apéndice, doc. núm. 34).
2 Aquí la cronista señala la pronunciación y pone entre paréntesis ricesse ("richedse").
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Al mediodía acudió a la invitación de la condesa Grocheslska, en la calle Prony. íLa buena señora había deseado tanto aquella suerte!Ya
había escrito al secretario el veinticuatro de abril:
"Será para nosotros uno de los más hermosos de nuestra vida el día en que recibamos bajo nuestro techo a un huésped tan eminente
como don Bosco. Rezamos para que no suceda nada que nos prive de tanto honor; hemos tomado ya las medidas para que nos sirvan la
carne más delicada y tierna que pueda haber".
Debemos a esta princesa una noticia que ella llevó a Polonia y fue recogida por personas dignas de fe. Una nobilísima señorita francesa
vivía con grandes angustias de ((190)) espíritu, pues le parecía sentirse llamada al estado religioso, pero no conseguía distinguir
claramente si era o no la voz de Dios. Quiso pedir consejo a don Bosco. Hacía unas horas que esperaba para ser recibida, cuando salió él
de su dependencia y entró en la antesala: no la había oído, se paró ante ella, la miró y, sin dejarle abrir la boca, le dijo:
-No, no; usted no será monja; se casará con un noble polaco y tendrá muchos hijos.
Así fue: tuvo doce.
De la conferencia vespertina y de la misa del día treinta siguiente, en la Madeleine, hablaremos en otro capítulo; ahora vamos a tratar de
día primero de mayo. Aquel día visitó a las Benedictinas del Santísimo Sacramento, llamadas del Templo, en la calle Monsieur 1.
Tan pronto como aquellas religiosas supieron que don Bosco había llegado a París, un ardiente deseo de verlo y todo lo que oían contar
de él, acrecentaba cada día más sus ansias.
"Pero cómo llegar a obtener una visita suya? No conocían a nadie en París que las pudiese ayudar; pero sí al doctor D'Espiney, de Niza,
y a él acudieron. El doctor escribió dos cartas a la condesa de Combaud; la Superiora escribió repetidas veces a don Bosco e hizo que le
hablase también de ellas un benedictino; la ahijada de D'Espiney, que vivía en París, no ahorró esfuerzos para lograrlo 2. Pero no se
conseguía nada, porque don Camilo de Barruel, con el propósito de disminuir a don Bosco molestias y trabajos, se oponía resueltamente.
Así se llegó al día primero de mayo cuando el padre De Barruel tuvo que suspender momentáneamente su servicio en la antecámara por
estar indispuesto, y le sustituyó su ayudante voluntario, un religioso de la
1 Existe una relación de la Superiora, fechada el 3 de octubre de 1890.
2 Véase Apéndice. doc. núm. 35.
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casa de Nazaret que solía ser más flexible. Enteróse de ello la ahijada del Doctor, aprovechó la ocasión y tuvo suerte, porque el substituto
le prometió llevar a don Bosco a las Benedictinas. En efecto, hizo tan bien su papel que don Bosco mismo, habiendo encontrado a la
señorita ((191)) cuando estaba en casa de los Lazaristas para dar la conferencia, le dijo:
-Esta tarde, al salir de aquí, iré a visitar a una enferma y después iré a las Benedictinas.
En cuanto llegó la noticia a conocimiento del público, comenzó en seguida la invasión de la casa, de tal modo que, a duras penas,
pudieron las monjas salvar la clausura. Estuvieron esperando a don Bosco desde las cuatro hasta las siete y después, perdida toda
esperanza, fueron al refectorio a la cena, retrasada ya una hora; pero no pasó un cuarto de hora, cuando corrieron a anunciarles la suspirada
llegada. Circunstancias imprevistas habían entretenido tanto tiempo a don Bosco que éste determinó renunciar a aquella visita, tanto más
cuanto que don Camilo de Barruel había vuelto a ocupar su puesto y se esperaba al Siervo de Dios a las siete para cenar con la noble
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familia De Fougerais, en la avenida Villars. El padre De Barruel ordenó, pues, al cochero:
-Avenida Villars.
Pero su ayudante, que también había acompañado a don Bosco recordando su promesa, dijo al cochero en voz baja:
-Calle Monsieur, número veinte.
Esta fue la orden que ejecutó el cochero. Don Bosco, convencido de que iban a la avenida Villars, se extrañó cuando, entrado el coche
en el patio, vio salir a su encuentro sólo religiosas.
-"Dónde estoy?, preguntó.
-En el convento de las Benedictinas.
-íLas Benedictinas!...
Después, como si nada hubiese ocurrido, siguió diciendo:
-Me han hablado de ellas; aquí me tienen.
Don Camilo de Barruel, contrariado, dijo a la Superiora:
-A las siete debía estar en casa de los De Fougerais. Llévenos aprisa adonde está reunida la comunidad. Dará la bendición desde la
puerta y marcharemos a escape.
Y, al entrar en la sala, recomendaba a don Bosco que las bendijese desde allí mismo y volviera atrás. Pero don Bosco, al contemplar a la
comunidad reunida, volvióse a él sonriendo y le contestó:
-Bien, bien.
Y sin más, fue a sentarse en el sillón preparado para él. Una de las
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madres pidióle el sombrero que llevaba en las manos para colgarlo en el perchero y él le recomendó:
-íCuidado, y no me lo cambie!
Tomó entonces el buen Padre la palabra y dijo para empezar ((192)) que le parecía estar con las Hijas de María Auxiliadora, cuyo hábito
se parecía al suyo. Habló después de la devoción a la Santísima Virgen y al Sagrado Corazón. Cuando acabó el fervoroso discursito, que
duró casi un cuarto de hora, dijo en tono impresionante y haciendo con el dedo de la mano un gesto expresivo:
-Vuestra Congregación, vuestra comunidad, ésta, esta comunidad de aquí, crecerá y será el consuelo del Señor y la alegría de los
ángeles. íEsta, esta comunidad de aquí!
Y, al pronunciar estas palabras, apuntaba con el índice hacia el pavimento y acentuaba la frase: cette communité ici, como él se
expresaba, cette maison ici. Para bien comprender la fuerza de su frase, es preciso saber que, poco antes, le habían preguntado acerca de la
suerte de una rama de aquella familia benedictina trasplantada a Lourdes. Al recalcar la repetida palabra ici, mostraba que nada tenía que
decir sobre la otra comunidad. La actual superiora está convencida del cumplimiento de esta promesa o profecía; en efecto, aún hoy día la
casa alberga más de cien religiosas y, desde hace ya treinta años, es en pleno París un foco de fe para muchas almas extraviadas y de
piedad para muchas otras deseosas de llevar una vida devota en medio de la alta sociedad. A la familia de Lourdes no le tocó la misma
suerte.
Le rogó la Superiora que bendijera a las enfermas, a lo que accedió con bondad. Durante aquella bendición pareció a las monjas que su
rostro se transfiguró. Bendijo también muchas medallas preparadas expresamente. Una joven profesa, que padecía molestias y dolorosa
hinchazón en las piernas a manera de pústulas, pidió en su corazón con fe la curación por los méritos de don Bosco. Su esperanza no
quedó defraudada; puesto que, al quitarle las vendas que la cubrían, habían desaparecido todas las pústulas y ya no le volvieron más.,
aunque el médico afirmaba que le volverían cada invierno.
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A punto de despedirse de la comunidad, penetró una mujer en la clausura, se echó a sus pies, y comenzó a hablar sin parar. Por fin,
díjole don Bosco:
-Tome usted, déle ((193)) esta medalla y curará.
Fueron las únicas palabras que oyó la Superiora, que estaba atendiendo a otra cosa; aprovechando la ocasión le había cortado un trocito
de la sotana; y después rogóle con desenvoltura le diese también a ella una medalla, y le dio tres.
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La Madre le presentó después a las alumnas del colegito, sostenido por la comunidad, y especialmente a una sobrina del doctor
D'Espiney, Gabriela Noirol. Don Bosco bendijo a todas, augurándoles que llegaran a ser otras santas Teresas; pero, con misteriosa
ansiedad, fijó su mirada sobre Gabrielita. Algunas señoras lo advirtieron y pronosticaron que aquello era porque la jovencita iba a vivir
poco tiempo. Efectivamente al poco murió.
Hubo también algo prodigioso en otro hecho. Una joven deseaba hacerse religiosa, pero, como estaba enferma de los pulmones, no se
atrevía a esperar una gracia tan grande. Las maravillas que se contaban de don Bosco le animaron a hacer todo lo posible por recibir su
bendición. Un día asistía a su misa, tal vez en la iglesia de San Sulpicio, y había ya perdido toda esperanza de poder recibir de sus manos
la santa comunión ante la avalancha de los que estaban para comulgar, cuando vio de improviso que don Bosco alargaba la mano desde la
fila de los arrodillados en el comulgatorio hasta la tercera fila, donde ella se encontraba, y que le daba la sagrada hostia. Consideró aquello
como una señal de que el Señor le concedería suficiente salud para poder abrazar la vida religiosa. En efecto, ingresó en la Congregación
de las Benedictinas, como oblata, por no considerarla en condiciones de poder soportar las austeridades de la regla, prestó gran servicio a
la comunidad en el acompañamiento del canto gregoriano y, durante siete años, hasta 1890 en que murió, edificó a las hermanas con su
fervor y su gran obediencia 1.
((194)) Fuera de la clausura, en el patio exterior del monasterio se encontró don Bosco frente a una multitud de desgraciados, que
clamaban piedad y suplicaban la curación para sí o para todos. El caminaba y repetía:
-Tened fe... Rogad a María Auxiliadora.
A algunos les decía:
-Vosotros curaréis.
Casi se renovaba el espectáculo descrito en los Hechos de los Apóstoles al paso de San Pedro. Una de las relaciones que seguimos,
concluye así:
"No podemos terminar la relación de esta visita del célebre taumaturgo sin mencionar a varias personas, que, habiéndole sido
recomendadas
1 En la comunidad ha quedado un afecto tradicional a los hijos de don Bosco. Siempre que un salesiano iba para asuntos a aquella parte
de París, muy distante de su casa de Ménilmontant, era cosa sabida que en la calle Monsieur encontraba la mesa preparada. Allí vio
Huysmans a los del clero infantil de Ménilmontant, los cuales le inspiraron su biografía sobre don Bosco. Siguen siendo óptimas las
relaciones hoy en día.
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para que les obtuviese diversas gracias espirituales, como luces, soluciones de dudas, liberación de tentaciones, fueron escuchadas, como
lo hubieron de reconocer y certificar sacerdotes piadosos y dignos de fe".
El día dos de mayo por la mañana, lo dedicó a las religiosas del Sagrado Corazón de Conflans. Desde los primeros días de su llegada a
París, él mismo les había comunicado con cuánto gusto celebraría la misa en una de sus tres casas. Elegida que fue la situada en el bulevar
de los Inválidos, número treinta y uno, junto a la casa madre, el secretario impuso la condición de que asistieran solamente las religiosas,
las alumnas y unas pocas personas devotas del Sagrado Corazón y que no se diera publicidad a su visita. Pero, pese a todas las cautelas, se
agolpó la mar de gente en el bulevar y afluyeron a él tantos coches, que la capilla se llenó de personas. Dio la comunión durante cuarenta
minutos y, habiéndole preguntado después si no se sentía demasiado cansado, contestó:
-Esta casa está llena de Dios; este pensamiento me sostenía.
Esta era la idea que había tenido en la mente, cuando, angustiado por el miedo de que se acabasen las hostias, abrió el sagrario y
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encontró en él otro copón totalmente lleno.
Acabada la misa, le aguardaban, impacientes por oírlo, las religiosas de las tres comunidades, las novicias y las educandas. Fue primero
a las religiosas. El secretario arzobispal, que lo acompañaba, le dijo:
-Padre, aquí está la casa religiosa.
-Entonces, contestó; no es del caso hablar de conversión, ((195)) sino de santificación... C'est ici que l'on achète... "Se dice así?,
preguntó al secretario del Arzobispo.
-Mejor se dice on acquiert.
-Aquí se adquiere el verdadero calor, quiero decir el amor de Dios, y no sólo para sí mismo sino para llevarlo a otras partes y hacer que
participen de él las almas. Tenemos la fuente en el Santísimo Sacramento. Propagad esta devoción que encierra todas las demás, la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Tened siempre en vuestra mente el pensamiento del amor de Dios en la santa Eucaristía.
Después de contar el episodio de Luis Colle y Pío IX, siguió diciendo:
-Pero quizás queréis saber quién es el que os habla. Es un pobre sacerdote italiano, que tiene una familia todavía más numerosa que la
vuestra. Necesito que recéis por mí, porque, a mis pobres huerfanitos, les hacen falta tres cosas: una casa donde abrigarse, la instrucción
necesaria y el pan. Rezad también por nuestros misioneros, que están
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en la Patagonia entre los salvajes. Es un inmenso territorio cubierto de tinieblas, las tinieblas de la idolatría, y es un grandísimo milagro
del Señor convertir un pueblo a la verdad. Se necesitan para ello muchas oraciones, mucho trabajo y mucho tiempo. El tiempo es de Dios,
el trabajo de los Misioneros, la oración de todas vosotras. Pedid, pues, que Dios toque los corazones y aumente el número de los cristianos
y de los devotos de María. Por mi parte, rezaré y haré rezar para que vosotras lleguéis a ser todavía más santas y nos podamos encontrar
todos juntos en el cielo.
-Padre, dijo el secretario arzobispal, también hay casas del Sagrado Corazón en América, como en Chile y en otras partes.
-íBien, muy bien! Me alegro muchísimo. "Tenéis también en Brasil?... Las necesitan muchísimo. Hay poquísimos sacerdotes para un
territorio tan extenso como doce veces Francia... íOh! Sí, hay extrema, extrema necesidad.
Dicho esto, se recogió, hizo rezar una avemaría y bendijo a todas las personas de la casa y a sus familias. Al salir de la sala, encontró a
una alumna retrasada mental puesta allí para que la ((196)) bendijera. Se detuvo ante ella y, con mucha atención y bondad, le dijo:
-Rezad cada día, hasta la fiesta de todos los Santos un padrenuestro y una avemaría y sed muy obediente.
Después la bendijo muy despacito y con afecto.
Junto a la puerta de la sala estaban agrupadas las novicias, que habían podido oír sus palabras. Le fueron presentadas dos; una le pidió
oraciones por su madre y la otra por su padre. Este, alejado de Dios, estaba furioso, porque la hija quería hacerse religiosa. Don Bosco las
miró con ternura y prometió sus oraciones; después dijo a la segunda que su padre cambiaría de vida y tendría una buena muerte, como
sucedió unos años más tarde. Miró sonriendo paternalmente a la primera y le dijo que su pobre madre era una alma de Dios, buena y santa
a pesar de su pasajero descontento y que no tardaría en ir a visitarla y ser amiga del convento hasta la muerte. También se cumplieron
estas predicciones.
Pasó por último a las alumnas, reunidas en otra sala próxima. Se lee en el diario de la casa: "Toda la persona de don Bosco inspira
santidad; pese a su exagerado acento italiano y su voz apagada por la edad, no perdimos una sílaba de lo que dijo". Manifestó ante todo su
satisfacción al ver que eran tantas. Y añadió:
-Me alegra siempre mucho observar que las casas del Sagrado Corazón están en todas partes repletas de alumnas. Bendito sea Dios por
ello. Es para mí una gran satisfacción ver cómo Dios ha escogido
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para Sí tantas plantecitas, de las que un día se servirá para hacer gran bien en el mundo.
Aunque contento de hablarles, no intentaba hacer una instrucción o un sermón, pues bastante tenían con los que recibían de sus maestras
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y de los sacerdotes de aquella santa casa; creía, sin embargo, que serían oportunas dos palabras como recuerdo de su visita. Y repitió las
palabras que san Felipe Neri, gran apóstol de Roma y amigo de la juventud, como él lo llamó, dirigía a los jóvenes:
-Dadme un joven que me entregue ((197)) solamente dos dedos de su cabeza, y yo haré de él un gran santo.
Y después comentó así estas palabras:
-Yo os diré, hijitas mías, lo mismo; prestadme obediencia y os haré grandes santas, porque los dos dedos de cabeza indicaban la
obediencia. Cuando uno renuncia a su propia voluntad, se pueden hacer con él grandes cosas. A vosotras, pues, no os digo que prediquéis
mucho, que recéis mucho y comáis poco; solamente os diré que obedezcáis a vuestra madre superiora. Estoy seguro de que en esta casa ya
se han santificado muchas jóvenes, gracias a la obediencia, y pido al Señor que conceda a vuestras profesoras la alegría de ver a
muchísimas más santificarse del mismo modo.
Antes de marcharse dio a cada una medalla de María Auxiliadora.
Salió de Conflans a las once y media, cercado hasta el último momento por personas que querían decirle o preguntarle algo.
Volviéndose a las superioras, desde el coche, les dijo:
-íMuchas gracias por tanta paciencia y bondad como habéis tenido conmigo!
El diario de la casa madre describe así las impresiones 1: "Lo que más emoción nos causó en don Bosco fue su sencillez. Parece no
advertir el interés que despierta a su alrededor, porque siempre se le ve tranquilo, haciendo todo despacio, como si no tuviese otra
ocupación. Tiene un aspecto sencillísimo, sin nada que pueda despertar entusiasmo, si se exceptúa su santidad (...). Toda su persona
inspira humildad".
El cuatro de mayo fue a celebrar la misa de las Damas del Refugio, cuya casa, situada en la calle Denfert-Rochereau, se denominaba del
Buen Pastor; la dirigían las religiosas de Santo Tomás de Villanueva. Era una institución providencial, dedicada a la protección de
jovencitas que se encontrasen en peligros morales. La condesa De Combaud
1 Además de éste, hemos tenido ante nuestros ojos los diarios del noviciado y del colegio.
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estaba muy interesada en que fuese allí, porque era muy amiga de la casa, y deseaba que curase ((198)) a la superiora, madre Courtel,
gravemente enferma del corazón. El santo, por el contrario, hubiera preferido no hacer tal visita y contestaba a sus instancias:
-íNo me obligue! Tanto da; no tendría ninguna buena noticia que darle.
Por fin se rindió; pero, a condición de que, teniendo que celebrar la misa en una iglesia pública, hubiese gente para una colecta.
Invitaron a las damas protectoras, las cuales se situaron delante de la balaustrada. Era primer viernes de mes y todas comulgaron. Don
Miguel Rúa asistía al Siervo de Dios.
La Superiora cedió al afecto de sus hijas y se dejó transportar al refectorio de la comunidad, separado de la iglesia sólo por una pared, de
modo que, teniendo la puerta abierta, pudo oír la misa. Después de la acción de gracias, fue conducido don Bosco hacia aquella puerta,
atravesando la iglesia. Al llegar al umbral y ver a todas las monjas reunidas alrededor de la Madre, dijo: Requiescat in pace. A lo que
contestó la enferma con acento de edificante resignación: Fiat voluntas tua. Todas comprendieron el latín y rompieron a llorar.
Después de un ligero desayuno, pasó el Santo a las colegialas, a las que también encontró llorando, pues ya les había llegado la noticia.
Se sentó en un sillón colocado sobre una tarima y dijo lo primero:
-El Señor quiere mucho a esta casa. Se hacen en ella buenas comuniones, hay en ella buen espíritu. Ahora lo que importa es que no se
cambie su fin.
Las bendijo, bajó al patio y allí desfilaron ante él las señoras, que recibieron de sus manos una medalla de María Auxiliadora y
entregaron a don Miguel Rúa paquetitos de billetes.
La religiosa, que nos daba recientemente estas noticias, narró también una gracia inadvertida, pero singular, que creyó haber recibido
aquel día. Era entonces alumna interna y tenía catorce años. Su madre quería sacarla, pero ella no se decidía a marchar y, pensando que la
probable visita de don Bosco resolvería la cuestión, rogó ((199)) que esperase ocho días. Mientras tanto se encomendaba al Señor,
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pidiendo que le diese una señal para conocer su voluntad. Llegó don Bosco, la jovencita recibió de sus manos la santa comunión y notó
que al darle la hostia la miró sonriendo.
-Será una sonrisa de bondad que tiene con todas, pensó para sus adentros.
Después, ya en la sala, cuando se encaminaba hacia la tarima, pasando por entre las dos filas de alumnas alineadas, al llegar don
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Bosco a ella, se detuvo un instante, miróla otra vez, y a ella sola, sonriendo intencionadamente. Las compañeras, un poco enceladas,
querían saber por qué le había sonreído a ella de aquella manera. Decía la muchacha que lo ignoraba; mas, por el contrario, reconoció en
aquel acto la respuesta deseada, a saber, que no debía abandonar aquel lugar. Efectivamente ya no salió nunca, sino que se hizo religiosa
allí mismo y allí vive hoy en día.
Algunos instantes después, ocurrióle a don Bosco un caso extraño. Fue a tomar el coche y se encontró que ya no era el de antes, y que
cerca del mismo había unos señores que, muy corteses y resueltos, le hicieron subir y le llevaron a casa de uno de ellos. Una vez allí, se
esforzaban con un sinfín de cortesías por arrancarle predicciones en torno a próximos acontecimientos públicos; pero él se mantuvo firme
en replicar que había ido a París para fundar una obra y no para hacer política. Ellos daban a entender que eran monárquicos; pero no es
improbable que fuese un ardid de la policía para descubrir, si tenía intenciones secretas.
Dos cartas, que han escapado a la desaparición, nos trasmiten el recuerdo de la visita a aquellas monjas. La primera fue escrita el día
siguiente por una señora, para renovarle la súplica de que fuera a bendecir a un enfermo en su casa; ya se lo había pedido con una tarjetita
que le había sido entregada en el Refugio después de la misa 1. La segunda es más importante. Una monja, al darle la noticia de la muerte
de la madre Courtel en el mes de diciembre, le dice que se ha cumplido la predicción que le había hecho a ella. El santo le había
recomendado ((200)) que aceptara de buen grado las espinas. "Qué espinas?, se había preguntado la religiosa, que disfrutaba entonces de
la mayor tranquilidad de espíritu. Pero hacía ocho meses que gemía bajo el peso de una cruz, que no le dejaba ninguna duda de que don
Bosco, al hablar de aquella manera, había tenido luces especiales de lo alto 2.
El día cinco salió para Lille, de donde volvió el día dieciséis. Hablaremos de este viaje en el capítulo octavo. Aquellas dos semanas de
ausencia no entibiaron lo más mínimo el fervor de los parisienses hacia él.
Había prometido una segunda visita a Auteuil por un sentimiento de exquisita cortesía. Se dio cuenta en la primera de que el abate
Roussel quedaba algo descontento por no haberle podido hacer en su
1 Véase Apéndice, doc. núm. 36.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 37.
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instituto una recepción solemne, dado lo imprevisto de su llegada y pensó aligerarle el disgusto, manifestándole espontáneamente que
deseaba volver a verle en su casa. Volvió, en efecto, el día veinte de mayo. Fue una preciosa tarde del domingo. Le esperaban muchos
amigos de la obra para honrarle y también para hablarle. Después de las audiencias, le llevaron a la capilla, donde encontró reunidos a los
jóvenes y les dirigió una plática. "Con acento italiano muy marcado, escribía la France illustrée del veintiséis de mayo, pero que no
disminuía el encanto de su palabra", habló del temor de Dios, repitiendo por último el episodio del conde Colle y de su hijo. Los jóvenes
lo escucharon con recogimiento y atención. Después pidió el abate Roussel al "buen Padre", y él lo hizo "con evangélica deferencia y
sencillez", que rezara junto con ellos cinco padrenuestros, y avemarías, para alcanzarle los preciosos tesoros de la gracia de Dios y atraer
sobre sus bienhechores y maestros los auxilios especiales, que necesitaban para continuar con fruto su caritativa misión. Salidos de la
iglesia, todos le rodearon, para que los bendijera.
Se vio la generosidad del abate en la alegría que demostraba, al poderle entregar un gran número de cartas y ((201)) una discreta
cantidad de limosnas, que le habían llegado para entregárselas a don Bosco. Más aún: los mismos asilados, sin duda por inspiración
altamente educativa del Director, reunieron entre todos una bonita cantidad para pagarle, según decían, el coche. Pero sobresalió todavía
más por otro lado la magnanimidad del abate Roussel. Algunos de sus amigos le habían manifestado su inquietud al ver que se sustraían
muchos donativos con detrimento para la juventud francesa pobre, preguntándole si esto no le preocupaba también a él: "De ningún modo
contestó a todos en su diario; Dios, que da de comer a todos los pájaros del mundo, no dejará de tender su mano sobre nuestra casa y
nosotros seríamos muy desagradecidos, si dudásemos de su protección y ayuda".
Dióse incluso el caso de una abuelita anónima, por otra parte buena y generosa señora, pero excesivamente impresionable, que escribió
al abate una carta desahogando su malhumor por aquella causa y adjuntando un billete de cien francos para él. Ignorando quién era la que
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escribía, contestóle Roussel desde las columnas de la France illustrée en estos términos: "Tenemos el corazón tranquilo y estamos seguros
de que don Bosco, al venir a nuestra casa, nos ha traído una bendición más". Después de reproducir la carta de la abuelita 1, cerraba
1 Véase Apéndice, doc. núm. 38.
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el artículo citando la máxima de san Vicente de Paúl; "quien necesite para sí, comience por dar a los demás".
Hay dos cartas que nos transmiten el eco de la visita que hizo el día veintiuno de mayo por la mañana al asilo Matilde para las
Incurables, en la avenida Roul, de Neuilly 1. En la primera escribía la señora Giraldon a don Bosco: "Ayer, en la casa de las Incurables,
tuve el honor de llamar un instante su atención sobre mi hijo, usted lo bendijo y hasta se detuvo ((202)) y le puso sus manos sobre la
cabeza, íojalá le acompañe su bendición durante toda la vida y le preserve de todo mal!".
Más conmovedora todavía es la segunda, escrita por una asilada, María Eugenia Lair, que le decía: "Ya sé que todo su tiempo lo dedica
a Dios y a las almas; procuraré, por tanto, no abusar explicando en pocas palabras el fin de ésta mi carta. Hace treinta años que vivo en
esta casa para jóvenes incurables, adonde tuvo usted la bondad de venir el lunes pasado a ofrecer el santo sacrificio y decirnos unas
palabras; ha sido para todas nosotras un gran consuelo en nuestro estado de debilidad y enfermedad. Ya hemos dado gracias por ello a
Dios y a la Virgen Dolorosa, nuestra querida Madre Celestial, y ahora se las damos también a usted, reverendo Padre".
Otras cinco buenas señoras parisienses, recogidas desde jovencitas en aquel asilo del dolor y que recobraron la salud, nos comunican
también el recuerdo de tres hechos notables que son una casi curación, una intuición de conciencia y una saludable denegación.
Después de celebrar la misa en la capilla llena de bote en bote, dio don Bosco la vuelta por una nave del hospital, donde, recostadas
sobre sillones y alineadas, estaban las enfermas más graves y que no podían moverse. Una de ellas, Berta Marnot, se hallaba en pésimas
condiciones, atormentada entre otros males por continuos vómitos ocasionados por una úlcera en el estómago, de suerte que la pobrecita
no podía comulgar. Al pasar don Bosco delante de ella, díjole unas palabras de consuelo y prometióle rezar por ella en especial. Pues bien
desde aquel momento, cesaron los conatos de vómito y no volvieron a molestarle más. Quedó clavada, es verdad, en su lecho, porque un
mal en las piernas la condenaba a la inmovilidad; pero al menos pudo gozar de un poco de reposo y recibir a menudo, mientras vivió, la
sagrada Eucaristía.
1 Aquel asilo había sido fundado en 1853 por ei abate Moret, santo sacerdote de la diócesis de París. Asilaba a mujeres pobres, víctimas
de enfermedades que no admitían cura. Llevaba el nombre de la princesa Matilde Napoleón, que había salvado la benéfica institución de
una quiebra económica. Piadosas señoritas y señoras prestaban en él caritativa asistencia.
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Cuando el Siervo de Dios recorrió el departamento común de las enfermas, faltaba una que se había ausentado adrede, y tenía sobrado
motivo para ello. Huérfana de padre y madre, no se sabía siquiera qué nombre tenía, de modo que había tenido que ((203)) ponerle uno la
superiora, llamándola Juana Rayon. La amputación de una pierna la obligaba a caminar con muletas, pero esto no le impedía llevar una
vida moralmente deplorable y se dedicaba a divertirse alternando con malas compañías en los días de salida. Sucedió, pues, que bajando e
Santo la escalera, que iba del patio interior a la calle, se encontró precisamente con ella. De pronto se paró, la miró a la cara y le dijo de
sopetón:
-Usted está enferma, muy enferma, pero que muy enferma.
Parece que la infeliz fue sorda a la voz de la gracia que, en aquel momento, llamaba a la puerta de su corazón. Salió del asilo y acabó
miserablemente sus días en el hospital.
Una jovencita de catorce años, Luisita Philippe, tenía paralizadas las dos piernas. Al pasar el Santo delante de ella, hizo un esfuerzo
extraordinario para levantarse y le dijo:
-íOh, si quisiera usted curarme!
-No, hija mía, no. Es mejor que estés aquí. El Señor lo quiere así. íEstás muy bien aquí!
Preguntada la mencionada religiosa del Santísimo Redentor, que frecuentaba la casa y nos dio noticia de aquel encuentro, cómo se
explicaba aquella recusación de don Bosco, contestó:
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-Todas nosotras creímos que no quiso obrar el milagro, porque la muchacha era demasiado agraciada y con ello podría haber corrido
graves peligros viviendo en el mundo. Esto decíamos entre nosotras.
Con motivo de la visita de don Bosco al asilo, habían sido preparadas algunas jóvenes enfermas para la primera comunión; las damas
protectoras entregaron después a cada una de ellas aquel retrato del Santo, en el que está arrodillado a los pies de María Auxiliadora.
Estaban entre ellas nuestras cinco informadoras.
Por la tarde de aquel mismo día, hizo una visita, que alborotó todo un barrio. Tenía su tienda en la calle Sèvres un humilde librero,
llamado Josse, conocido desde hacía varios años por ((204)) don Bosco, con quien se había encontrado en Cannes. El Univers del cinco de
junio hace mención de gracias particulares y , especialmente, de una curación, que había encendido en el corazón del matrimonio Josse
una inextinguible llama de agradecimiento. La colecta para la conferencia de San Sulpicio había sido organizada por la señora. El Santo,
no pudiendo entonces dar las gracias, como hubiera deseado, a las
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óptimas recaudadoras, fue a casa de ésta a cumplir aquel acto de bondad. El encuentro estaba fijado para las dos de la tarde y tenía que ser
en la intimidad; pero la noticia llegó a conocimiento del público y, a las doce, comenzó el asalto a la librería, de tal forma que fue preciso
cerrarla. Se fue aglomerando tanta gente en la calle que quedó taponada la circulación. La masa inundó el patio, las dependencias abiertas,
las escaleras, todos los rincones accesibles. Dieron las tres, las cuatro, las cinco de la tarde y don Bosco no asomaba; pero la gente no se
movía... Llegó la hora de la salida del trabajo de los obreros y allá que se fueron muchos de ellos, desde diversos puntos, a engrosar la
muchedumbre.
Después de las seis, aparecía por fin el coche maniobrando como podía para abrirse paso. A la entrada en el patio, alguien propuso a don
Bosco que, para despedir en paz a tanta gente, sería oportuno dirigirles unas palabras y darles la bendición. El, desde el estribo del coche,
arengó brevemente a las quinientas o seiscientas personas que ocupaban el recinto. Le escucharon en perfecto silencio y con sentimiento
de piedad. Los hombres estaban con la cabeza descubierta; al darles la bendición, hombres y mujeres doblaron las rodillas y se santiguaron
varias veces. El citado diario comentaba:
"Ya se sabe la impresión que causan semejantes postraciones de todo un pueblo ante frágiles y en apariencia mezquinos representantes
del poder y de la misericordia de Dios. Ninguno de los testigos de la bendición de don Bosco a la muchedumbre, apiñada en el patio del
número treinta y uno de la calle Sèvres, olvidará jamás semejante espectáculo. Aquella masa de gente, con ropa de trabajo y con ricos
trajes, de hombres y muchachos, de grandes damas y obreros formaban el conjunto de un pueblo ((205)) cristiano, que realizaba un acto de
fe en Dios y de respeto y veneración a la santidad".
Al entrar en la casa, se adelantó de pronto hacia él la señora Bonté, amiga de la familia, pidiéndole la bendición para sus dos hijos allí
presentes y para otros que estaban en un colegio. Don Bosco dijo que los bendecía a todos junto con su padre. Puso, después, la mano
sobre la cabeza del más pequeño y dijo:
-Este para el Señor.
La señora, que deseaba que alguno de sus hijos se hiciese sacerdote, interpretó en este sentido las palabras de don Bosco y contestó:
-Y todos, padre mío, si Dios lo quiere así.
Pero don Bosco, echándole una mirada tan dulce, que después de cincuenta años todavía le parece verlo, replicó:
-No, basta uno.
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Pasaron pocos meses y aquel chiquito, pletórico de vida y de salud, cayó enfermo por un accidente imprevisto y, al cabo de ocho días,
murió. Entonces se comprendió qué quería significar aquella frase misteriosa y aquella mirada tan compasiva.
La bendición general impartida por don Bosco antes de entrar, no consiguió que se marchase la gente que, mientras él estuvo dentro,
quedóse aguardándolo. Como quiera que no tenía tiempo para hablar con cada uno, escuchó con calma lo que unos y otros le dijeron,
respondió después en común a todos y les dijo que llevaba consigo todas sus intenciones y que se uniesen también ellos de corazón a las
oraciones, que él elevaría a María Auxiliadora. Bendijo a los que se habían reunido y bajó para tomar el coche; el concurso de gente no
había disminuido lo más mínimo. Al verlo, se abalanzaron hacia él rápidamente. Unos tomaban sus manos para besarlas, otros le hacían
tocar objetos de devoción. Para librarlo y dejarlo salir, fue preciso que un señor alto, membrudo y resuelto se pusiera delante de él y le
abriera el paso, al tiempo que otros dos voluntarios lo protegían por los lados y un cuarto defendía sus espaldas. Subió al coche, pero éste
no podía ponerse en marcha sin peligro de atropellar a la gente bajo las ruedas; por lo cual, algunos ((206)) obreros colocáronse a los lados
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y lo empujaron hacia adelante con cautela. Recorrió así un corto trecho y, primero una, después cien veces, gritaron:
-íDon Bosco, la santa bendición!
Don Bosco mandó parar y después, conmovido hasta las lágrimas, se levantó del asiento y contestó:
-Sí, sí; os bendigo a vosotros y bendigo a Francia.
Un estallido de vítores entre un mar de brazos al aire, agitando pañuelos, gorras y sombreros, saludó sus palabras y fue la señal del fin.
Conocemos cuatro visitas del día veintidós de mayo, y con suficientes noticias. Celebró la misa en el monasterio de los Pájaros. Era ésta
la poética denominación de la comunidad y del colegio, que la Congregación de Notre-Dame, fundada por san Pedro Fourier, tenía en
París, en la esquina de la calle Sèvres con el bulevar de los Inválidos. La noticia, llegada a la casa la tarde anterior, alumbró un día de gran
fiesta para religiosas y alumnas, ansiosas por ver a un santo. Fácil es comprender que no pudo ocultarse el suceso; así que una bocanada
de gente, agolpada a la entrada del patio de honor, intentó irrumpir detrás del coche, de modo que con gran trabajo se logró cerrar las hoja
del portón.
Don Bosco no quiso descansar en el locutorio y entró en seguida
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en la sacristía, acompañado por la Superiora, a quien preguntó qué intenciones deseaba presentar al Señor en la celebración de la santa
misa.
En la parte de la iglesia destinada al público no quedaba ni un sitio libre, y fuera había muchos coches particulares que impedían el paso
en un largo trecho de la calle. Estaba presente el padre Labrosse, provincial de los Jesuitas. Hubo muchas comuniones. Después de la misa
se adelantó el Siervo de Dios hacia las colegialas y les dirigió una paternal exhortación, animándolas a vivir en el temor de Dios, evitar
todo lo que pudiese desagradarle y especialmente amarlo.
-Amad a Dios, les dijo, al rezar, al cumplir los deberes difíciles y al recibir los sacramentos.
Tomó después un café con leche y fue luego a decir una palabra a las alumnas externas, que eran más de ((207)) ciento.
-Vosotras, les recomendó, sólo debéis conocer dos caminos: el de la escuela y el de la casa paterna.
Le seguían por todas partes muchas distinguidas personas, de suerte que la Superiora, que deseaba hablar confidencialmente con él, no
pudo hacerlo, porque siempre llegaba alguno que se lo impedía. Una alumna cojita, armándose de valor, fue a pedirle que le enderezase el
pie torcido desde la infancia; pero el Santo la exhortó a amar a Dios sobre todas las cosas. Había dado bendiciones por todas partes, menos
en la enfermería, adonde la avanzada hora no le permitió subir.
-Bendigo a las enfermas, dijo a la Superiora, mientras se encaminaba hacia la salida.
La buena Madre aludió a una intención suya que le interesaba muchísimo. En el momento de subir al coche la tranquilizó,
prometiéndole que rezaría por ella y por todas sus intenciones; pero se lo dijo de una forma tan viva y cordial que la religiosa entró en casa
radiante de alegría.
Se lee en la crónica de la casa: "Su extraordinaria bondad y su sencillez, verdadera contraseña de la santidad, causaron en nosotras
grandísima impresión. Parecía indiferente a las más calurosas demostraciones de veneración". Una exalumna recuerda todavía que las
colegialas, reunidas en la sala de recepción, escucharon después de la misa sus palabras y luego, admiradas todas de su santidad,
intentaban acercarse a él para hacerle palpar objetos devotos 1. Otra no puede olvidar la celestial expresión con que pronunciaba las dos
palabras Bon Dieu. Y añade: "Por lo demás, toda su persona era un sermón,
1 Carta a don Agustín Auffray, Turín, 29 de julio de 1932.
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por la sencillez y humildad que irradiaba. Yo era entonces jovencísima y, sin embargo, no he olvidado nunca aquella impresión que daba
de santidad" 1.
De la casa monástica de retiro pasó al noble colegio ((208)) Stanislas de los Marianistas. Todo el personal de la dirección salió a
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recibirlo. La disciplina general tenía un sello militar, tanto que una sección de alumnos le presentó armas y formó en torno a él un piquete
de honor. El colegio impartía una sólida instrucción religiosa; en su capilla había inaugurado Lacordaire las conferencias que, poco
después, llevó al púlpito de Notre-Dame, elevando el tono de la conocida predicación cuaresmal, en la que predicadores de primer orden
desarrollaron y siguen desarrollando magistralmente los temas más arduos y elevados de la doctrina católica. Don Bosco habló como
convenía a una juventud de tal categoría, asociando armónicamente religión y patria. Después de bendecir a los presentes, expresó su
admiración por el comportamiento, el orden, la disciplina y la bonne renommée del magnífico instituto. Cuando terminó de hablar, dos
alumnos le presentaron el fruto de una colecta entre los internos para sus obras 2.
Al salir de allí fue a visitar el internado que tenían las religiosas de Nuestra Señora de Sión, fundadas por el célebre israelita convertido
Alfonso Ratisbonne; pero no tenemos noticias de lo que allí hizo o dijo.
La cuarta visita puede considerarse casi como histórica. Celebrábase el año 1883 el cincuentenario de la Sociedad de San Vicente de
Paúl, por cuya difusión había trabajado mucho don Bosco en Turín y en otras ciudades de Italia. El Consejo Central, que residía en París,
tuviera o no conocimiento de este celo, deseaba una visita del Santo. Informado de ello don Bosco, acudió allí el día veintidós de mayo
por la tarde, cuando los miembros estaban reunidos en sesión reglamentaria. Fue recibido con todos los honores y el presidente le invitó a
que les hablara.
Pronunció un breve discurso. Y, como socio veterano de las Conferencias, puso de relieve los frutos, ((209)) que aportan a las obras de
beneficencia la mutua colaboración entre la Sociedad de San Vicente y el clero parroquial. Habló después de sus propias fundaciones que,
1 Carta al mismo, París, 29 de enero de 1934.
2 De la Crónica del Colegio: "El viernes, veinticinco de mayo, el Colegio recibía la visita de don Bosco, fundador de la Congregación
de San Francisco de Sales. Este amigo tan grande de la juventud dirigió a los alumnos una exhortación impregnada de viva fe y gran
confianza en la Santísima Virgen. Se retiró dejando una piadosa impresión en su auditorio y llevándose un donativo de los alumnos para
sus obras salesianas".
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nacidas de la nada, habían alcanzado gran florecimiento. Comunicó que el objeto de su ida a París era el de preparar el terreno para la
fundación de una casa en favor de la juventud pobre y abandonada. Describió, por último, sumariamente su método educativo, tendente a
ganar el corazón de los jóvenes y obtener, mediante el afecto de éstos a sus maestros, que sean buenos y cumplan su deber.
El Consejo le dio las gracias y le rogó aceptara un donativo de mil francos. Don Bosco dio las gracias y haciendo uso de su facultad
personal, que le había concedido el Padre Santo, dio a los presentes la bendición papal, extensiva a sus socios, a sus familiares y a sus
obras. En su honor, se cerró la sesión; y pasó después al despacho del presidente, donde recibió a los socios que deseaban hablarle aparte
1.
Como se aproximaba el día de la partida, urgía llevar a cabo un compromiso aceptado hacía ya un mes. Recordarán los lectores que don
Bosco, al recibir el donativo de un precioso anillo pensó en una rifa. Se hizo ésta el día veintitrés por la tarde, en el palacio del señor
Faucher, hermano de la condesa De Combaud. Fue una reunión aristocrática, en la que tomaron parte muchas nobles damas parisienses.
La familia Faucher y la Condesa hacían los honores de la casa. Don Bosco entró en ella humilde y tranquilo, saludado' con caballerosa
cordialidad por la selecta asamblea. Fue invitado él mismo para extraer el número de la suerte. Esta le tocó a una rica dama española, que
había adquirido doscientos billetes y que puso graciosamente de nuevo la joya en manos de don Bosco. Antes de abandonar la brillante
reunión, dijo que pronto volvería a Turín, donde lo reclamaban imperiosamente las exigencias de sus obras, pero que dejaba el corazón en
la gran capital francesa, ((210)) donde se le habían dado tantas pruebas de fe, de piedad cristiana y de sacrificio. Después de dar las gracia
con toda cortesía a sus huéspedes, bendijo a los presentes, que, a continuación, lo rodearon, hablándole con toda familiaridad, mientras se
encaminaba lentamente hacia la salida. Esta reunión le resultó oportunísima para despedirse decorosamente de la nobleza parisiense, que
lo había colmado de atenciones y beneficios.
Desde Versalles llególe a don Bosco, a través de los condes de Masin, oriundos de los piamonteses Masino, una invitación a la que no
podía negarse: los padres Eudistas querían que fuera a su colegio el día veinticuatro, fiesta del Corpus Christi, para celebrar la misa de las
primeras comuniones. Un contratiempo, la pérdida del tren, le impidió desgraciadamente llegar a tiempo para la misa de la Comunidad;
1 Véase Bulletin Salésien, mayo 1933 y Apéndice, doc. núm. 39.
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celebró en su lugar la de acción de gracias, como se acostumbra en Francia 1.
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Los más ilustres personajes de la ciudad, acudieron allí, ansiosos de ver a don Bosco. Descollaba entre todos la veneranda figura del
gran apologista católico Augusto Nicolás, el cual edificó a todos poniéndose de rodillas ante el Santo. Bastó la noticia de su ida, para que
le llovieran en París cartas y cartas, desde Versalles, de personas que le rogaban fuera a bendecir a enfermos. Así el conde de Nicolay,
después de exponerle la historia de los males que afligían a sus seres queridos, imploraba su benéfica intervención; y pasaba a hablar de sí
mismo, con estas santas expresiones:
"Me encomiendo a sus santas oraciones, pues necesito mucho que Dios me conceda su gracia y sus luces para guiar el pequeño rebaño,
cuya custodia me ha confiado, por el camino de la salvación, y me haga progresar en el despego de mí mismo, en el amor hacia El y en la
caridad con el prójimo".
La condesa de la Rédoyère deseaba que, al volver a París, parase en la estación intermedia de St-Cloud para bendecirle a una hija
enferma; pero don Bosco le contestó, por medio de su secretario, que le dolía no poder satisfacer su deseo. La viuda Levasseur, ((211))
llegada expresamente desde Lisieux, oyó su misa, le ofreció mil francos, le pidió la curación de sus ojos enfermos y recibió palabras de
esperanza.
La familia de Masin obtuvo, por mediación de los amigos, que don Bosco aceptase ir a comer en su casa. Asistió también a la comida el
obispo, monseñor Goux. Durante la refección, admitió con amable sencillez cuantas preguntas se le hicieron. Preguntáronle, por ejemplo,
qué había de verdad sobre lo que se contaba del famoso perro, y él, con la mayor naturalidad, narró los hechos, atribuyéndolos a la bondad
de María Auxiliadora. Rogáronle que bendijera a una niña, paralizada hacía algunos años por una enfermedad en la médula espinal y la
bendijo, recomendándole se hiciera una novena a María Auxiliadora. La niña pudo caminar poco después, pero al año siguiente, murió
víctima del garrotillo, sin que por ello disminuyese en la familia la veneración hacia el Santo, como lo llamaban.
-La bendición, decían ellos, le ha servido para abrirle las puertas del cielo.
Después de la comida, pasó a una sala para recibir a las personas
1 Carta de la señora Levasseur a don Bosco, Lisieux, 8 de junio de 1883.
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apiñadas a la puerta de casa. Fue un desfile interminable de sanos y enfermos, de Versalles y de otras partes.
Una familia, amiga de don Bosco y de las Agustinas hospitalarias de Versalles, logró que el Santo visitase su casa de San Martín. Llegó
allí donde ya le esperaban las religiosas, las señoras que vivían con ellas, las enfermas y una multitud de personas de la ciudad, que
llenaban el claustro desde la puerta de entrada hasta la de la iglesia. Había también enfermos que deseaban recibir su bendición. Abrióse
paso con dificultad, entró en la iglesia, y acercóse al altar, subió a la tarima y dijo:
-Aunque el tiempo apremia, quiero deciros dos palabras. Me siento feliz por hablar a buenos cristianos en este día, en el que se celebra
la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía y la de María Auxiliadora, Reina del ((212)) cielo. íMaría, Auxiliadora de los pobres
y Auxiliadora de los hijos! Auxiliadora de los amigos y Auxiliadora de los enemigos, Auxiliadora de los afligidos, de los herejes, de los
cismáticos, de los pobres pecadores; en una palabra, Auxiliadora de todos, porque esta buena Madre quiere convertir a todos. Mas, para
merecer su amor, hay que honrar al Hijo y os indico ahora algunos medios para lograrlo. Para ser queridos por El, hay que recibir a
menudo los sacramentos, comulgar lo más frecuentemente posible y, cuando no se pueda, hacer la comunión espiritual; además, oír la
santa misa, visitar a Jesús Sacramentado, asistir a la bendición, hacer obras de caridad en honor de Nuestro Señor Jesucristo, porque
agrada al Señor que se practique la caridad.
-Yo no dejaré de rezar por vosotros, y vosotros, por vuestra parte, rezad por este pobre sacerdote, por mis misioneros, por mis
huerfanitos, por todas mis obras. Pediré a Dios que bendiga esta casa donde se hacen tantas obra de caridad; rezaré por las religiosas y por
todas las personas que viven aquí, para que todas sean buenas cristianas. Rezaré por todos vosotros a María Auxiliadora, porque esta
buena Madre quiere interceder por todos nosotros y espero que nos alcance ir a verla en el Cielo. Por una gracia especial del Padre Santo,
tengo la facultad de dar una amplísima bendición a todos los que estáis aquí reunidos. Esta bendición será para vosotros, y también para
vuestros parientes, vuestros amigos, vuestros enfermos, porque son muchos los que sufren; servirá también para todos los objetos de
piedad que tenéis con vosotros.
Entonces don Bosco, cruzando los brazos sobre el pecho y bajando los ojos, pronunció una larga fórmula de bendición, que terminó con
una gran señal de la cruz.
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Una vivísima conmoción se apoderó del auditorio, impresionado por la admirable sencillez de sus palabras, y por la irradiación de
religiosidad que emanaba de toda su persona. A la hora de marcharse, tuvo que trabajar ((213)) para abrirse paso entre el gentío. Uno
quería pedirle algo muy particular, otro reclamaba una bendición, éste le ofrecía una limosna, aquél anhelaba besarle la mano o la sotana.
Era una escena de fervoroso entusiasmo, imposible de describir por quienes fueron testigos de ella. Finalmente, pudo subir al coche,
dejando a toda aquella gente con la impresión de haber visto y escuchado a un Santo 1.
Se sabe que una enferma bendecida por él empezó a sentirse mejor enseguida, tanto que pudo levantarse, tomar alimentos y dormir, lo
cual no conseguía hacer desde hacía ocho meses.
La pérdida del tren ocasionó otro inconveniente más grave que el primero; pero se consideró que por una visita de don Bosco valía la
pena aguantar el sufrimiento de cualquier molestia. Cerca de Versalles está la escuela militar especial de Saint-Cyr, destinada a formar
oficiales para las diversas armas. Los cadetes, pertenecientes en su mayoría a familias nobles, habían oído contar a sus parientes muchas
cosas sobre don Bosco, y querían verle a toda costa. Por medio de una distinguida persona, rogáronle que se dignase hacerles una visita.
Se disculpó alegando motivos de imposibilidad; pero, cuando vio una delegación de cadetes ante él, insistiendo de la manera más cordial,
condescendió. Fijó día y hora: el veinticuatro de mayo a las nueve de la mañana. Y así hubiera sucedido de no haber perdido el tren.
Impacientemente le esperaban aquella mañana los mil jóvenes;
pero pasaban las horas y don Bosco no aparecía; dieron las doce y nada.
-Sin embargo, lo ha prometido y vendrá, repetíanse unos a otros.
Y no se cansaron de esperar. Finalmente, a las dos llegaba. Las audiencias, las visitas, el horario de ferrocarriles no le habían permitido
llegar antes. Fue recibido con calurosos aplausos. Se adelantó sonriente por entre aquellos gallardos jóvenes, hasta que, invitado, dijo unas
breves palabras con la misma familiaridad con que habría hablado a los muchachos del Oratorio. Cuando garbosamente ((214)) los
saludaba y se disponía a despedirse, pidiéronle todos a una voz la bendición 2.
1 J. RICHE. Les Augustines Hospitalières de Versailles. Versalles imp. Ch. Cloteaux 1932, pág. 118 y sigs.
2 La educación que entonces se daba allí estaba inspirada en la religión. El veterano y venerando monseñor Lanusse, capellán de la
escuela, fue por esto muy benemérito del ejército;
184
El día 24 de mayo de 1883, coincidía con la octava de Pentecostés, por lo que hubo de trasladarse la fiesta de María Auxiliadora. Con
esta fecha del veinticuatro, la Semaine religieuse de Niza publicó en su número del nueve de junio una poesía sobre don Bosco y sus obras
1, que comenzaba con esta pintura del Santo:
"Bondad y sencillez, dulzura inalterable
esplenden en su frente como un rayo divino,
y, de su santidad reflejo incomparable,
preceden a sus pasos alumbrando el camino.
Luego aparece el Santo, cual de Dios enviado:
no hay embrujo en su rostro que atraiga las miradas,
mas a todos subyuga su candor extremado
Y su virtud que envidian las celestes miradas.
Se respira a su lado la atmósfera más pura
de paz dulce y serena, porque su corazón
disfruta consolando y todos su dulzura
acogen ardorosos como el más fino don.
Su palabra es sencilla porque sabe que llega
al alma la palabra bendecida por Dios;
Y en su rostro hay un halo de esa luz que lo anega
resplandeciente y bella de humildad y de amor"
.
Con esta misma fecha del veinticuatro, le llegó una carta de una señora parisiense, que por varios motivos merece ser conocida. Se
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deseaba una visita suya a Montmartre; cualquiera que fuese el concepto en que se tuviera a la que la escribía, aquella ida asumía en el
pensamiento de los promotores un carácter esencialmente demostrativo. Es necesario anteponer alguna noticia histórica para los que no
son franceses.
La colina que domina el norte de París, consagrada antiguamente al culto de Marte y de Mercurio, cambió de nombre y de patronos,
((215)) cuando los protomártires de las Galias, encabezados por san Dionisio, primer Obispo de la Lutecia de los parisienses, la
santificaron con su sangre; el Mons Martis o Mons Mercurii se transformó en Mons Martyrum. Al correr de los siglos aquel lugar fue
teatro de tantos y tales acontecimientos religiosos y nacionales que llegó a ser
en 1896 había educado con todo el ardor a veinticinco generaciones de oficiales (Corriere d'Italia, 13-14 octubre 1896). Los cadetes
procedían en su mayoría de la escuela preparatoria de Santa Genoveva, dirigida por los Jesuitas, de la que hablaremos dentro de poco. El
diario de casa Sénislhac concluye con este último renglón: "Jueves, 24 de mayo. Esta tarde, hemos ido todas, a las ocho, a hacer una visita
a don Bosco ".
1 Apéndice, doc. núm. 40.
185
considerado como el corazón de Francia, y los parisienses lo saludaron como la cuna de su fe. Después de los desastres de 1870 surgió en
los católicos la idea de que era preciso desarmar la cólera divina con un gran acto de expiación, de penitencia y de consagración solemne
de toda la nación al Sagrado Corazón de Jesús. La idea se propagó muy pronto y arraigó el proyecto de levantar un suntuoso templo al
Sagrado Corazón. "Y dónde levantarlo sino allí, donde latían, por así decir, los más sagrados recuerdos de la historia de Francia? La idea,
concretada de esta manera, penetró hasta en la Asamblea nacional, que con una ley, expresamente propuesta para el caso, y aprobada el 23
de julio de 1873, reconoció como obra de utilidad pública la institución de un santuario al Sagrado Corazón de Jesús 1.
Con presteza se empezaron los preparativos, que debían ser proporcionados a la grandiosidad de la empresa; pero, hasta el 16 de junio
de 1875, no se pudo colocar la primera piedra. Se necesitaron cinco años de trabajo para los cimientos. La basílica quedó cubierta el 3 de
agosto de 1914 y se consagró el 19 de octubre de 1919.
Pero el enemigo del bien no estaba de brazos cruzados. A medida que los ciclópeos muros alcanzaban altura y la piedad de los franceses
se polarizaba hacia aquel poderoso centro de vida cristiana y se extendía después a todos los rincones del país, la mala política iniciada
después de la caída de Mac-Mahón, se iba alarmando, porque consideraba aquel monumento como un atrevido desafío de la reacción. La
lucha se prolongó callandito a veces, y manifiestamente otras, hasta el estallido de la guerra europea, cuando la suprema ley de la
salvación pública impuso silencio a los odios insensatos.
Ahora bien, el año 1883 coincidía con el período en que el desafuero de los radicales multiplicaba los esfuerzos para inclinar la
legislación del ((216)) Estado hacia el laicismo total, y Montmartre los desasosegaba.
Sentado esto, se comprenderá mejor el valor documental de la carta que decía: "Desde el primer día de su llegada a París mi marido y
yo, habiendo oído hablar de usted, de sus obras y de su amor a la juventud, hhemos tenido el deseo de verle, y recibir su santa bendición.
Movida por la convicción de la santidad de su vida y la nobleza de su misión, he contribuido gustosa en las colectas que se han hecho para
usted en todas las iglesias, y no sólo he asistido a sus misas, sino que también he podido recibir de sus manos tres veces la santa
comunión.
1 El 29 de junio de 1873 sesenta diputados reunidos en Paray-le-Monial, habían consagrado Francia al sagrado Corazón de Jesús:
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La última vez que le vi fue en casa de la condesa de Gontant-Biron donde pude hablarle en la salita de visitas y pedirle que se dignase
inscribirnos a mi marido y a mí en la asociación de cooperadores salesianos. Pero, después de la última comunión, me turba de tal modo
un pensamiento, que no me puedo contener si no se lo manifiesto. Por mucho que mi carta pueda parecerle singular, estoy convencida de
que usted, Padre, por estar tan lleno como está del espíritu de Dios y leer en las conciencias, me perdonará si le escribo. Ya sabe usted que
nunca se debe rechazar una inspiración fundada en principios de fe y de amor divino. Le han pedido, y yo lo sé, que vaya al Sagrado
Corazón de Montmartre, pero usted siempre se ha negado porque no quería (y me lo ha dicho el sábado don Camilo de Barruel) dar
motivo para creer que se formase una manifestación, lo cual resultaría más perjudicial que útil para la construcción de un monumento, al
que nuestro actual gobierno se muestra hostil. No sé hasta dónde puedan influir la política y los miramientos humanos en una alma como
la suya; pero estoy segura, padre, de una cosa, y es que debe usted subir mañana a Montmartre, no para atraer a la gente, pues las masas le
absorben ya demasiado, sino como simple sacerdote, sin notificarlo a nadie; debe ir para dar gracias al Sagrado Corazón de Jesús que le ha
concedido tantas gracias y llevarle una ofrenda, aunque no fuera más que una piedra para la iglesia, como agradecimiento ((217)) por
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cuanto París le ha prodigado, desde hace algún tiempo, con tanto entusiasmo. En nombre de todas las Comisiones católicas y de todas las
almas fervorosas, de las que tengo la suerte de hacerme eco, le suplicamos suba a Montmartre para rezar y dar gracias al Sagrado Corazón
de Jesús, y rezar también por todos nosotros. La santa bendición que, desde lo alto de la cripta de San Dionisio mártir, dará usted a París,
de quien ha recibido tan calurosa acogida, acarreará, estamos seguros de ello, beneficio a la ciudad y devolverá a Francia los sentimientos
de fe, de honor y de caridad que ahora parece echar en olvido".
Si don Bosco hubiera tenido intención de hacer aquella visita, después de la lectura de este escrito, probablemente la prudencia se lo
habría desaconsejado; por suerte, era inminente la partida y ya no podía disponer del tiempo a su gusto. Esto valió para disculparlo.
Se desearon en vano muchas otras visitas en París y fuera de la ciudad; veamos algunas.
1 Véase LEMOYNE, M. B., vol. VIII, pág. 545 y sigs. La noticia que aquí traemos está sacada del diario de la señorita Bethford.
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Residía en la capital francesa Francisco II, el rey destronado de Nápoles, y su domicilio no distaba mucho de la calle Ville l'EvÛque.
Conocía y apreciaba a don Bosco 1, y se esperaba que le iría a visitar; pero, al ver que no iba, se quejó de ello a la señora de Champeau.
Esta se encargó de notificar al Santo el deseo y el disgusto del exrey y haría sin duda sus buenos oficios; pero, ignoramos cuál fue el
resultado. Lo cierto es que no hubo ninguna visita.
También el obispo de Evreux, monseñor Francisco Grolleau, notificó al Siervo de Dios, por medio de su diocesano el conde De Maistre
que necesitaba verlo; y le suplicaba, por tanto, una visita en nombre de la caridad de Jesucristo y también de los sentimientos de fe y de
deferencia, que él profesaba a los Pastores de la Iglesia 1.
El conde de Waziers presentaba al Santo la expresión de sus respetos, ((218)) le manifestaba cuánto se alegraría su familia al recibir su
visita y aducía una serie de razones para convencerlo 2; el señor Maujouan du Gasset quería que fuera a Nantes, une des villes le plus
catholiques de la Bretagne et de la France, donde había muchos amigos de su Obra 3; el deán de San Jaime en Douai ponía a su
disposición la iglesia y la casa rectoral 4; una señora descendiente de antepasados rusos le escribía una curiosa carta desde San Remo,
donde le había conocido, invitándole para ir a Pau 5; Las Hijas de la Cruz renovaron tres veces la súplica, para que fuera a consolar a la
superiora enferma y viera sus necesidades espirituales 6; la condesa de Medu pedía a don Camilo de Barruel que fuera don Bosco al
colegio de las religiosas del Sagrado Corazón en la calle Picpus. Todos estos y muchos otros deseos quedaron insatisfechos por la
imposibilidad de encontrar tiempo para ello.
Hay, además, otras peticiones de visitas, que no sabemos si fueron atendidas o no. Proceden de comunidades y de familias y tienen,
como las anteriores, su valor por las manifestaciones que en ellas hacen, muy útiles para calcular el concepto en que don Bosco era
universalmente tenido. Así las religiosas de María Libertadora quisieran que don Bosco fuese a celebrar una misa a su casa, después de la
cual harían una colecta para su obras (calle Calais, veintitrés de abril); la superiora de las Siervas de María le ruega que vaya a bendecir a
su
1 Véase Apéndice, doc. núm. 41.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 42.
3 Véase Apéndice, doc. núm. 43.
4 Véase Apéndice, doc. núm. 44.
5 Véase Apéndice, doc. núm. 45.
6 Véase Apéndice, doc. núm. 46, A-B.
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comunidad (calle Douguay-Touin, veinticuatro de abril); la superiora de la abadía del Bois, le escribe para obtener que vaya a celebrar en
la capilla del colegio, en la que se venera a Nuestra Señora de la Ayuda, la misma advocación que María Auxiliadora (calle Sèvres,
veinticuatro de abril); en el convento de Santa Clotilde le esperan las religiosas para su última comida antes de partir para Turín y se
preparan para recibir dignamente tan gran ((219)) favor (calle Neuilly, cinco de mayo); la duquesa de Reggio le ruega que vaya a bendecir
a unos enfermos.
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Muchos no pretenden tanto, y se conforman con que les asegure que reza por las intenciones que le manifiestan: "Usted puede curarme
al hijo, le escribe una madre; María Auxiliadora no le niega nada a usted".
Otra, después de recibir la promesa de que don Bosco rezará según sus deseos, quiere saber si le es lícito pedir a Dios que le conceda
una gracia por sus oraciones: "No quisiera, dice, valerme de esa manera de sus oraciones, sin estar autorizada; pero, rezando así, creo que
seré escuchada" 1.
Una señora, animada por el pensamiento de que su hermana Paula Dewarin Lorthiois ha obtenido por intercesión de don Bosco una
gracia pedida con insistencia durante cuatro años, suplica le obtenga también a ella la misma gracia, esto es, que pueda tener
descendencia.
Monseñor Richard, coadjutor del Arzobispo de París y su futuro sucesor, le ruega vivamente celebre una misa por un padre de familia
enfermo en Nantes y le envía, después de haberla celebrado, una limosna de cien francos; en las dos cartas se encomienda
encarecidamente a las santas oraciones del Siervo de Dios 2.
El señor De Chizeray sabe muy bien que don Bosco recibe abundantes peticiones de oraciones; sin embargo, añade una para sí y para su
familia, porque está seguro de la eficacia que tiene ante Dios la intercesión del "santo sacerdote".
íCuánta confianza se tenía en la eficacia de las oraciones de don Bosco! Una señorita, después de varias inútiles tentativas logró
finalmente llegar hasta él, mientras salía de San Sulpicio, y poniéndole la mano sobre el brazo le recomendó el porvenir de su hermano.
Estudiaba este joven en la academia militar de Saint-Cyr y tenía que presentarse a exámenes importantes; por eso, quería que el Santo
rezase. Pero después se preguntaban madre e hija:
1 Véase Apéndice, doc. núm. 47.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 48, A-B.
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-"Habrá oído la recomendación? ((220)) Si la ha oído no se necesita más; pero "y si no la hubiese oído?
Para mayor seguridad le escribió la madre a Turín, ansiosa y llena de fe 1.
Durante la primera mitad de mayo se tenía en Francia una encarnizada lucha electoral, en la que los partidos extremistas ganaban
terreno. En el decimosexto colegio electoral de París el señor Calla estaba empatado con un rabioso anticlerical. La segunda vuelta
electoral debía celebrarse el día veinte.
La esposa del candidato encomendó a don Bosco el éxito de la votación en términos profundamente cristianos. La victoria fue favorable
a su marido y don Bosco se enteró de ello poco después por los diarios en Turín. La Unità Cattolica, que lo contaba, decía también según
la opinión de los buenos, que debía agradecer a don Bosco aquel resultado, el cual hubiera sido imposible obtenerlo sin una gracia de
María Auxiliadora, debida a sus oraciones 2.
Tenemos que hablar todavía aquí de visitas hechas, cuyos detalles no se conocen, y de otras, de las que estamos suficientemente
informados, pero cuya fecha no hemos podido averiguar.
De la iglesia de San Ignacio en la calle Madrid y de la parroquia de Santa Margarita, en la que se venera una imagen de María
Auxiliadora, sólo podemos decir que efectivamente fue.
El día dieciocho de mayo visitó, en la calle de la Universidad, a la familia Gautier; pero sólo sabemos que la señora, mientras entraba él
en casa, le entregó una tarjeta, en la que decía: "Desde lo más hondo del alma le agradecemos su entrada en nuestra casa y le suplicamos,
como favor especial de esta visita, nos obtenga la gracia de conocer la voluntad de Dios para el matrimonio de nuestro buen hijo y la de
someternos en todo al querer de la Providencia". En la calle Jacob había una escuela normal católica, fundada por la señorita Désir, y
destinada a la formación de maestras cristianas para las hijas de familias nobles. ((221)) Rogáronle las fundadoras que fuera allí a dar su
bendición, y satisfizo su deseo poco después el día veinte de mayo. El día veinticinco celebró la misa en la iglesia de Santo Tomás de
Aquino; lo certifica una madre, que esperaba de su "inagotable bondad" el consuelo de que la recibiera allí aquel viernes después de misa,
en la sacristía, y le decía: "Mi hija está muy enferma y tengo tanta confianza en sus oraciones que he intentado todos los caminos
imaginables
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1 Véase Apéndice, doc. núm. 49.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 50, A-B.
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para llegar hasta usted sin lograrlo. Le suplico de rodillas que me dé esta esperanza para pasado mañana por la mañana y le guardaré
eterna gratitud".
No sabemos la fecha exacta de la visita que hizo a la escuela de Santa Genoveva, en la calle Lhomond. Era un gran colegio de Jesuitas,
que tenían allí un instituto superior clásico, donde preparaban a la juventud especialmente para las academias militares. Después de la
expulsión, los Jesuitas habían cedido el puesto a sacerdotes seculares, entre los que se hallaba el abate Odelin, con el cargo de capellán;
sin embargo, el presidente de ministros, Jules Ferry, había autorizado para seguir en el colegio a dos celebridades, los padres Cosson y
Joubert, a fin de que el instituto no perdiera el alumnado.
El capellán Odelin, que tomó parte en el recibimiento y guarda todavía vivo recuerdo del mismo, cree que fue en mayo 1. Don Bosco se
encontró con los alumnos reunidos en el locutorio. Como tenía ante sí a jóvenes de familias acaudaladas, les habló del gozo que nos
proporciona ocuparnos de los desvalidos y les exhortó a cumplir siempre los deberes que les imponía su condición social, conservando
intacta la fe de sus padres y de sus profesores. Al despedirse, el hijo de un general del Imperio, a quien el tartamudeo podía obstaculizar la
carrera, se echó a sus pies como ante un santo, y, con acento que califica el capellán de inolvidable, exclamó:
-Padre, confío en usted. Se lo suplico, ícúreme!
Y le contestó don Bosco:
-Hijo, confíe en Dios; ((222)) pídaselo, y El le curará.
Es una escena verdaderamente evangélica, pero que nos deja con el deseo insatisfecho de saber cuál fue el final.
Desde allí llevóle monseñor Odelin a visitar el Instituto Católico. Durante el trayecto de diez minutos en coche, don Bosco ponderaba la
importancia de la enseñanza superior, sobre todo para los sacerdotes, e hizo esta reflexión:
-No hay nada más penoso para un sacerdote que tener que tratar con una conciencia enredada.
Muchos estudiantes eclesiásticos y seglares rodearon familiarmente al "santo de Turín". íLástima que nuestro Monseñor volviera en
seguida a la calle Lhomond y dejara allí a don Bosco con el secretario!
Hay otra visita, cuya fecha exacta ignoramos, a la que siguió un gran prodigio. En la calle Sèvres está la iglesia de Jesús, cerca de
1 Véase Semaine religieuse de París, 8 de febrero de 1930 y Bulletin Salésien, de mayo del mismo año.
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donde estuvo la librería Josse; en ella celebró don Bosco. Al salir, se le paró delante una pobre enferma, colocada en un sillón de ruedas.
La había llevado hasta allí un hombre, que hoy goza de fama universal en el mundo de los doctos, el historiador de la Bastilla,
Funk-Brentano, del Instituto de Francia. El mismo contó recientemente el hecho 1.
Hacía muchos años que la señora Gérard pasaba sus días clavada e inmóvil en una camilla. La madre del historiador, que era una mujer
de fe y piedad, experimentaba siempre viva compasión al verla en aquel estado; enterada de los milagros que se atribuían a don Bosco,
pensó en la pobre desvalida. "Pero, cómo llegar hasta él? Un buen día fueron los vecinos a decir que don Bosco celebraría la misa, a la
mañana siguiente, en la cercana iglesia de Jesús. Había llegado el momento de intentarlo. Envió sin más al hijo a alquilar un sillón de
ruedas; díjole después que acomodara en él a la enferma y que empujara aquel vehículo hasta donde estaba don Bosco.
((223)) El joven estudiante, que cursaba estudios en la escuela de paleografía, dejó a un lado los códices medievales y puso las manos en
aquella buena obra. Con delicadas precauciones y ayudado por los amigos, bajó hasta la calle a la paciente, cuya enfermedad no sabe él
ahora cuál fuese; la colocó sobre el sillón de ruedas y muy despacito la empujó hacia adelante, como hacen las niñeras en los jardines
públicos con los cochecitos de los bebés. Aguardaron en la puerta de la iglesia a que terminara la función. Finalmente salió don Bosco,
acercóse a la señora Gérard, que le contó en pocas palabras la historia de su enfermedad y le manifestó toda su esperanza. El Siervo de
Dios rezó con ella una oración y le dio la bendición. Entonces, en un instante, la mujer se sentó, dio un brinco, se puso de pie y echó a
andar. Le costó mantener el equilibrio a los primeros pasos; pero después, fuera de sí por la alegría, volvió casi corriendo a su casa.
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Don Bosco ya se había marchado y Brentano estaba todavía allí pasmado junto al sillón vacío, hasta que se decidió a desandar el camino
por donde había venido y devolver el sillón a su madre. La curación fue completa y duradera. Durante mucho tiempo volvió a ver cada
mañana a la señora del milagro encaminarse al Gayne-Petit, gran almacén de novedades, donde había encontrado colocación.
Hay una relación de la condesa Riant, sin más indicaciones que el día de la semana. Hacía algunos años que el Conde vivía alternando la
cama con la camilla. Don Bosco le visitó y le bendijo y, después de
1 Véase Bulletin Salésien, octubre de 1930.
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la bendición, el Conde empezó a levantarse y a caminar; no curo perfectamente, pero pudo, durante el resto de su vida, dedicarse a obras
de beneficencia y a los estudios. Había prometido mil francos mensuales durante un año, si se ponía mejor; parecióle la gracia tan evidente
que se creyó en el deber de mantener la palabra dada. Al enviarle el segundo plazo, la Condesa recomendó a don Bosco un hijo que se
había puesto enfermo; el Santo le contestó, por medio del secretario, dándole las gracias e infundiéndole ((224)) nueva esperanza en la
poderosa intercesión de María Auxiliadora 1.
Por los periódicos y las cartas podemos argüir que, en estas visitas a casas privadas, su bendición obró muchos otros prodigios, cuyo
número y calidad resulta imposible determinar y exponer con precisión. Humildad y prudencia pedían reserva; sin embargo no puede
negarse la realidad de algunos, aun sin tener elementos cronológicos o topográficos exactos.
Así, una carta escrita a don Miguel Rúa, desde Quimper el 8 de octubre de 1894, habla de una señora, que fue bendecida por don Bosco
en París y obtuvo la curación de un mal físico y aflicciones morales. A continuación, le había dado el Santo esperanzas de una conversión,
que parecía entonces muy difícil; y su previsión se cumplió once años después. La Condesa de Eu, hija de don Pedro, el emperador de
Brasil, tenía enfermo a un hijo, presunto heredero del trono. Invitó a don Bosco a ir a su casa, fue escuchada y el enfermo comenzó a
mejorar enseguida; pero la mejoría no alcanzó la curación. En efecto, el capellán de la familia escribía en el mes de agosto a don Miguel
Rúa y pedía oraciones en nombre de la madre, describiendo un estado del príncipe poco consolador. Una carta de don Bosco a la Condesa
le aseguraba sus oraciones y las de sus hijos 2. Más tarde, envióle don Bosco respuesta al Príncipe con una carta, y supo por su preceptor,
que la madre, al regresar a Río de Janeiro, había hablado en su favor al Soberano. Tanto ella como su esposo se consideraron honrados por
ser inscritos entre los primeros Cooperadores de Brasil.
Más portentoso es el hecho siguiente. Una tarde fue llamado don Bosco a bendecir a un muchacho enfermo, que tenía de doce a trece
años. Contestó que iría a bendecirlo, pero con una condición:
-"Qué condición?, preguntaron los parientes.
-Que mañana venga a ayudarme a misa.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 51, A-B.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 52, A-B.
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((225)) -íImposible!, exclamaron ellos a una. íEstá enfermo hace mucho tiempo y su enfermedad es muy grave!
-Si quieren que yo vaya, es preciso que me den palabra.
-Si usted lo dice, le damos palabra.
En casa del enfermo se encontraban varias personas distinguidas, entre ellas una señora de Bogotá, capital de Colombia, que se
apellidaba Ortega y era hija de un médico. Se acercó don Bosco al enfermo y le dijo:
-Me han pedido que viniera a bendecirte; pero no quería venir, sino a condición de que mañana vayas tú a ayudarme a misa en tal iglesia
(y se la indicó). Por tanto, si tú me lo prometes, yo te bendeciré.
-"Y cómo tengo que hacer, después de tanto tiempo como me encuentro en este estado?
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-Ten fe y la Virgen podrá ciertamente darte fuerzas para venir.
-Pues bien, se lo prometo.
-Muy bien. Hagamos ahora una breve oración y después te bendeciré.
Don Bosco le bendijo y a la mañana siguiente, cuando llegó a la iglesia indicada, allí estaba aguardando el muchacho perfectamente
repuesto. Fue éste uno de los hechos, que más entusiasmo despertó en París; y más aún, al comunicarlo por escrito la señora colombiana a
sus parientes de Bogotá, sirvió para excitar el vivo deseo, que allí se manifestó poco después, de tener a los hijos de don Bosco. Don
Miguel Rúa añadió, al dar este testimonio:
-"Yo oí contar este hecho muy pronto en París, donde me encontraba, ocupado continuamente en despachar la abundante
correspondencia de don Bosco, ayudado por cuatro secretarios más, que trabajaban con admirable celo" 1.
Y he aquí un hecho más, atestiguado por don José Bologna. El señor De Bien, de Courtrai (Bélgica), se quejaba de que un hijito suyo
estaba enfermo desde su ((226)) nacimiento; el pobre niño tenía el cuerpo cubierto de pústulas, de suerte que daba pena verle. Su padre,
enterado de lo que hacía don Bosco en París, le escribió recomendándoselo; el Santo contestó que hiciese una novena a María Auxiliadora
y tuviese esperanza. Al noveno día, mientras estaba toda la familia sentada a la mesa, fue víctima el niño de una violenta disentería.
-íFlotaba dentro!, solía decir el padre. Pero después estaba sano como un pez.
1 Véase Summ. sup. virt., núm. XVII, n.° 30.
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Hemos reservado una visita del día dieciocho de mayo para cerrar este capítulo. La princesa Margarita de Orleáns, hermana del conde de
París, Luis Felipe Alberto, y segunda esposa del príncipe Ladislao Czartoryski, invitó al Siervo de Dios a celebrar la misa en su palacio
Lambert 1. Al punto lo notificó a su hermano ausente y éste contestó que rogara a don Bosco retrasase su visita los días que él necesitaba
para tener tiempo de llegar allí. Cuando el Príncipe llegó, fue don Bosco. Le esperaban siete Príncipes; todos los cuales, incluido el conde
de París, comulgaron; recibieron su bendición y escucharon con respeto su palabra. Le ayudaron a misa el príncipe Czartoryski y su hijo
Augusto. Este, que se hizo salesiano tres años después, dijo a don Juan Bautista Lemoyne que los Orleáns hicieron tal recibimiento oficial
a don Bosco en París, como quizás no lo habían hecho ni a Príncipes; y eso a pesar de que, como observaba don Augusto, la casa de
Orleáns guarda con celosa reserva sus costumbres regias. A estas manifiestas señales de fe y de piedad aludía don Bosco cuando, al salir
de París, dijo al que lo acompañaba:
-Si hubiera en Francia al frente de la nación ((227)) hombres como éstos, la religión tendría su puesto de honor.
Se remonta a aquel tiempo el despertar de la vocación religiosa en el príncipe Augusto Czartoryski; el encuentro con don Bosco en el
palacio Lambert, morada ordinaria parisiense de la familia, fue decisivo. También el Príncipe padre, deseaba recibir a don Bosco en su
casa, movido por un pensamiento patriótico: quería él atraer la atención del gran Apóstol turinés hacia la desdichada Polonia, con la
esperanza de que enviara allí a sus hijos y a dondequiera que hubiese colonias polacas en el mundo. Es sabido cómo los polacos, para
sustraerse al yugo de los opresores, que habían dividido su país, se dispersaron por naciones hospitalarias, dando origen a una diáspora
parecida a la de los Judíos. El hijo Augusto, estimulado por una fuerza misteriosa, pedía a su padre que hiciese ir con tiempo al Siervo de
Dios, antes de que estuviese demasiado próxima su salida de París. En lo secreto de su ánimo sentía ya el joven príncipe, desde hacía unos
años, una voz confusa, que le llamaba a una vida de más unión con
1 Que esta visita fue en el Hôtel Lambert lo certificó en 1931 la princesa Blanca de Orleáns, hermana de Margarita, como se aprecia encartas de marzo de aquel año, que se guardan en nuestros archivos. Lo mismo fue confirmado por la marquesa de Dresnay (ChÔteau du
Cormier, Charente Inférieure), que fortuitamente encontró una medalla que don Bosco entregó a su madre en el Hôtel Lambert y
acompañada por esta nota escrita, que nos pone en conocimiento también de la fecha: Bendecida por don Bosco el 18 de mayo de 1883.
(Carta a don A. Auffray, 15 de abril de 1934). La misma señora había escrito, ya el 25 de marzo, otra carta interesante acerca del
encuentro de su padre en casa del príncipe Czartoryski (Apéndice, doc. núm. 53).
195
Dios; parecíale entonces presagiar confusamente que se aproximaba el momento de que iba a encontrar a quien le haría de guía en la ardua
decisión.
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Las primeras palabras del Santo le impresionaron. Al verle ir a su encuentro, don Bosco le saludó con estas palabras:
-Hace ya mucho tiempo que deseaba conocerle.
Después de la misa, no sabía separarse de su lado; le miraba a la cara, observaba sus actos, bebía ávidamente sus palabras. No hablaron
nada entonces sobre la vocación; pero el Príncipe quedó cautivado de tal modo por las maneras de don Bosco, que empezó con él una filia
correspondencia epistolar enviándole frecuentes limosnas. El primer autógrafo del Santo al futuro don Augusto, que llegó hasta nosotros,
es precisamente una cartita de acción de gracias, fechada el 4 de octubre del año 1883. Está escrita en francés y dice así:
"Con profundo agradecimiento he recibido las mil liras que V. S. ha querido enviar para nuestros huerfanitos. ((228)) Nuestros
muchachos rezarán y comulgarán conmigo, según las intenciones del señor Príncipe, implorando sobre él gracias y bendiciones".
Lo volveremos a encontrar junto a don Bosco en el curso de nuestra historia, antes de que llegue el día de su ingreso como aspirante en
la Congregación Salesiana 1.
Todo cuanto hemos narrado hasta ahora y lo que nos queda por contar, parecería sucedido en plena edad media; en cambio, sucedió en
el corazón de París, en el gran centro del moderno laicismo. Señal evidente de que el mal no ahogaba en ella al bien ni siquiera entonces.
Don Bosco no juzgó nunca a la capital francesa a la manera de ciertos escritores y otros que no lo son, los cuales la señalan con una
especie de deleite sádico, para aborrecimiento de los buenos, como una ciudad de perdición. El año 1884 el abate Mourret, de San
Sulpicio, se encontró en Roma con el Siervo de Dios, hablaron de su viaje a París, y le oyó exclamar:
-íAh, París, París! íQué imborrables recuerdos me ha dejado!
íQué población tan buena! íY qué corazones! 2.
Parece que se puede calificar a París de ciudad de los contrastes. El bien que hay en ella no es inferior al mal; sólo que, como lo
comporta su misma naturaleza, hace menos ruido y, por consiguiente, se da menos a conocer. La visita de don Bosco fue una ocasión que
puso de manifiesto extraordinariamente el lado bueno de la gran metrópoli.
1 Véase Can. Doctor G. LARDONE, Il Servo di Dio Principe Augusto Czartoryski, sacerdote salesiano. Turín, S. E. I. 1930.
2 Bulletin Salésien, junio 1931.
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((229))
CAPITULO VII
EN PARIS: CONFERENCIAS
LLAMAMOS aquí conferencias, a la manera italiana de hoy, a lo que llaman en Francia sermons de Charité o pláticas amistosas, en las
que se hace un llamamiento a la caridad del auditorio, exponiendo la naturaleza, la situación y las necesidades de una obra benéfica. Don
Bosco habló de esta manera desde algunos púlpitos parisienses a numerosos auditorios con un lenguaje sencillo y llano, pero franco y
cordial, que calaba hondo en el alma y conmovía. El padre Félix Giordano, de los Oblatos de María, refería en Niza algunas observaciones
de un señor francés sobre las conferencias de don Bosco en París, que van muy bien para abrirnos el camino de lo que vamos a narrar 1.
En París, decía aquel señor, prestamos oídos de mercader a los predicadores de mucha fama; para sacarnos de esa apatía, se requiere que
venga a vernos don Bosco. Viene don Bosco, se difunde la voz de su llegada y he ahí que se mueve la alta sociedad; todos quieren verle y
oírle. Sube al púlpito, sin ninguna de esas dotes personales, que cautivan inmediatamente al público, todos sus recursos oratorios son una
pobre sotana, un rostro bondadoso, unas maneras sencillas y una palabra poco cuidada. Y, sin embargo, no hay uno que lo desapruebe,
((230)) sino que todos lo escuchan con respetuoso silencio. Cuenta la historia de sus oratorios, de sus colegios, de sus misiones e intercala
máximas y episodios, que son oídos con gusto. Habla siempre despacio y con calma, de modo que todos pueden seguirle. Nadie se extraña
de su acento extranjero y de su fraseología no muy castiza. Habla al corazón y le escucha el corazón, que no el oído; efectivamente surcan
los rostros lágrimas de conmoción y, después, no se habla en las casas de otra cosa. En conclusión, basta que abra la boca don Bosco para
que sea el hombre más considerado y obedecido.
Después de referir conceptos del señor francés, los explica el religioso diciendo que son hechos, que sólo se leen en las vidas de los
1 Carta a don Miguel Rúa, 25 de marzo de 1888.
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santos, porque están llenos de Dios, y no es el hombre quien habla, sino el mismo Dios. Dio su primera conferencia en el santuario de
Nuestra Señora de las Victorias, que es en París lo mismo que el de las Consolación (Consolata) en Turín; uno de sus recientes
historiadores asegura que cada día visitan aquella iglesia unas seis mil personas. Los exvotos cubren completamente las paredes hasta las
bóvedas y llegan hasta la sacristía 1. Tiene en ella su sede la Archicofradía de María Refugium peccatorum.
Precisamente fue allí don Bosco el sábado 28 de abril a celebrar la misa semanal por la conversión de los pecadores. Lo acompañaban en
el altar el cura párroco y el abate Sire. Nunca se había visto, al decir de los asistentes asiduos a aquella misa en el santuario, un concurso
como el de esta ocasión. Se celebraba a las nueve y a las siete ya no cabía una alma más. El espectáculo de tan enorme afluencia arrancaba
a los labios de los fieles, acostumbrados a ir cada sábado, expresiones de estupor y de lamento por no poder entrar. Hubo una mujercita
que contestó a quien se extrañaba:
-Es la misa de los pecadores celebrada hoy por un santo.
((231)) Don Bosco habló después del Evangelio. No ha llegado hasta nosotros el texto de su alocución; los periódicos se conformaron
con decir que exaltó la caridad y expuso la finalidad de sus obras. Mientras distribuía la comunión, sucedió un hecho que ya hemos
contado: la repentina aparición de Luis Colle. Esta visión le distrajo; comulgatorio, fieles y sacerdotes, todo se eclipsó a sus ojos; él seguía
parado con el pulgar y el índice a punto de tomar la hostia del copón, pero sin levantar la mano. Los presentes no veían nada, ni
advirtieron el coloquio interior que tenía lugar en aquel momento y que ya hemos relatado; los sacerdotes de la parroquia creyeron que
estaba muy cansado y fueron a administrar ellos la comunión, mientras otros se acercaron a él y lo llevaron de nuevo al altar. Cuando
volvió en sí, se encontró ante el misal.
Después de la misa hubo una equivocación que ocasionó una escena algo ruidosa. Por miedo a que el ímpetu de la gente atropellase a
don Bosco, quiso el párroco retenerlo en la sacristía; pero una señora, imaginando que había en aquella tentativa algo de envidia por la
popularidad del Santo, adelantóse con paso marcial, agarró a don Bosco por un brazo, lo sacó fuera y lo acercó a la gente, desahogando su
desaprobación como una falta de miramiento hacia él. El párroco,
1 Véase vol. XV, pág. 87.
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avergonzado, haciendo un acto de gran virtud, no resolló por respeto a la persona que le sometía a tamaña humillación. Era la señora de
Cessac, nobilísima dama, que perteneció a la corte de la emperatriz Eugenia. Su marido había ocupado elevadísimos cargos en la época
del imperio. Ella estimaba tanto a don Bosco, que le confiaba todos sus secretos; y parece que recibió de él muchas cartas de dirección
espiritual. Así se dice; pero hasta ahora nosotros no conocemos ni una. Para asistir a las misas del Santo, en París, se sometía al doble
sacrificio de anticipar su hora de levantarse y esperar a veces horas. Tenía, además, continuamente su propio coche ((232)) a disposición
del Siervo de Dios. Era la noble dama mujer muy culta y de ánimo firme y esforzado, trataba regiamente hasta con personajes
distinguidos; mas, con don Bosco, olvidaba toda etiqueta. También los hijos de don Bosco, cuando es establecieron en Ménilmontant,
podían ir a su casa en cualquier momento; siempre les dispensó su generosidad y protección.
La multitud llenaba la iglesia e impedía el paso por la plaza de los Petits Pères (Padrecitos) 1, a la que da la puerta principal; cuando don
Bosco salió, todavía estaba interrumpida la circulación 2.
Muchísima gente, que no había podido entrar en Nuestra Señora de las Victorias, se aseguró un puesto al día siguiente en la Madeleine.
Esta iglesia, notablemente más amplia, es la más aristocrática de París. Suelen ocupar su púlpito predicadores famosos. Quizás no se
hubiera atrevido don Bosco a hablar desde tan elevado lugar, si el Arzobispo mismo no le hubiese inducido. En la audiencia que el
Cardenal le concedió a su llegada, díjole espontáneamente al despedirle, que hiciera una colecta para sus obras en la Madeleine, precedida
de una conferencia. En principio don Bosco intentó librarse de hablar ante un auditorio tan selecto, alegando su escaso conocimiento de la
lengua francesa. Pero respondióle Su Eminencia:
-íNo, no; hable, hable! París le creerá más a usted que a otros.
Verdaderamente era ésta una atención muy delicada y conmovedora, a la que correspondió con la misma delicadeza, absteniéndose
siempre en París de hacer colectas públicas por su iglesia del Sagrado Corazón en Roma. Tres obras sobre todo absorbían entonces las
solicitudes pecuniarias del cardenal Guibert: el templo de Montmartre, la
1 Así había llamado antiguamente el pueblo a los religiosos agustinos que, en 1629, habían edificado la iglesia.
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2 Uno de los vicarios, que el día de la conferencia no había podido hablar a su gusto con don Bosco, le escribió más tarde una carta que
rebosa veneración (Apéndice, doc. núm. 54).
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organización de las escuelas libres y el Instituto Católico. Por lo cual, el ofrecimiento de una colecta en una de las iglesias más ricas de la
capital se ((233)) debía considerar como un signo de gran favor, de un favor tan señalado que tal vez no tenía igual.
Los periódicos del día veintiocho anunciaron la conferencia con amplios informes en torno a la vida y las obras del conferenciante 1. A
las tres de la tarde tenía que empezar la conferencia; pero, ya desde la una, había había mucha gente esperando y no era solamente gente
del pueblo. La suerte que corrieron el día anterior los de última hora, que quedaron inexorablemente fuera de la puerta, había enseñado
cómo se debía hacer para lograr dentro del templo un puesto cualquiera, si lo había.
Como se preveía una concurrencia excepcional, se sacaron fuera todos los muebles no estrictamente necesarios. Los hombres llenaron
hasta el coro, ocuparon incluso los peldaños y la tarima del altar. Tuvieron que sudar lo suyo los que abrieron paso al Siervo de Dios entre
la masa de gente. Hubo, entre otros, un señor de alta y vigorosa estatura, que se le ofreció para aquel servicio desde la entrada. Al apearse
don Bosco del coche, aquel señor le dio el brazo para sostenerlo y defenderlo del gentío que lo oprimía. El Santo, creyendo que era
francés, quiso agradecérselo; pero aquél le preguntó en puro piamontés, cómo se encontraba. Don Bosco le miró sorprendido gratamente
pero sin conocer quién era.
-"No me conoce?, preguntó aquel señor. Y, sin embargo, nos vemos de vez en cuando.
-En este momento, contestó don Bosco, tengo la cabeza cansada... No sabría...
-íSoy turinés... Buscaglione!
-íAh, ahora sí que le conozco!
El comendador Buscaglione era profesor en la Universidad de Roma, director de la agencia Stéfani, cónsul de España y Gran Oriente de
la masonería turinesa, pero apreciaba mucho a don Bosco y procuraba en la enseñanza respetar la conciencia de los alumnos. Cuando cayó
enfermo en Nápoles, ((234)) fue asistido por monjas y, pocas horas antes de expirar, mandó llamar a un sacerdote. Sus relaciones con don
Bosco le habían hecho un gran bien.
1 Como muestra de los artículos que aparecieron en los periódicos de aquellas semanas parisienses sobre don Bosco, presentaremos a su
tiempo y lugar algunos en el Apéndice. Comenzamos aquí con el artículo que publicó el católico Univers el 20 de abril (Apéndice, doc.
núm. 55).
200
Así, pues, precedido y protegido por un grupo de valientes, avanzaba lentamente hacia el púlpito, mientras todos los que podían
agarraban sus manos para besárselas. Por fin, apareció allí arriba y saludó con una ligera inclinación de cabeza al auditorio; se sentó, y
midió con la mirada aquella masa de gente, que le contemplaba. Con las fuerzas tan mermadas, con aquel conocimiento tan rudimentario
de la lengua, otro extranjero, un italiano que no fuese don Bosco, se habría sentido desfallecer ante tan numeroso y selecto público, habría
soltado del mejor modo posible cuatro frases recomendando la limosna y se habría industriado por zafarse cuanto antes de una situación
tan embarazosa. El, por el contrario, sin perder lo más mínimo de su calma habitual y con la humildad de quien por amor al prójimo no
hace el menor caso del mal papel, por bochornoso que éste fuera ante sus semejantes, pronunció un discurso relativamente largo.
Su voz apagada no llegaba seguramente muy lejos, y, sin embargo, no se advirtió la menor señal de protesta o de descontento, como es
natural que suceda en casos parecidos. Hablaba despacito, pronunciando las palabras de una manera tan clara que, sin dificultad, se podía
escribir cuanto decía. En efecto, un redactor de la Gazette de France y algún otro taquigrafiaron fácilmente todo lo que dijo. Lo traducimo
aquí, encerrando entre paréntesis algunos períodos omitidos por la Semaine Catholique de París, que lo reprodujo.
Señores,
Estoy profundamente conmovido a la vista de tan numeroso público y no sé cómo responder a esta solícita atención. Es una satisfacción
indecible para mí ((235)) hablar a una asamblea tan notable de buenos católicos. Acerca de la juventud vamos a tratar.
De acuerdo con las palabras de uno de vuestros más ilustres prelados, monseñor Dupanloup, la sociedad será buena, si dais una buena
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educación a la juventud; si la dejáis caminar al impulso del mal, la sociedad resultará corrompida. Cuando me hablan de la juventud, decía
un santo sacerdote, no quiero que me hagan proyectos; quiero ver los resultados obtenidos. Pues bien, voy a exponeros con sencillez lo
que la divina Providencia nos ha permitido hacer por la juventud; vuestros corazones se enternecerán.
Os interesaréis por nuestros pobres huérfanos abandonados. No sólo queremos mantener, educar e instruir a todos los que ya hemos
recogido; queremos salvar a muchos más. Antes de explicaros nuestras obras, os indicaré cómo pienso pagaros mi deuda.
Por concesión especial del Padre Santo, puedo daros a todos los aquí reunidos ante el Señor, para vosotros y para vuestras familias, una
bendición, que lleva aneja la indulgencia plenaria. Mañana celebraré la misa, según la intención de todos los que prestan su colaboración a
nuestra obra y, especialmente, de nuestras caritativas limosneras, del señor cura párroco y del clero de la parroquia. Pediré al Señor que os
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conceda a todos sus más especiales bendiciones. Que Dios os consuele, os colme de sus gracias y me ayude hoy a expresarme dignamente
ante vosotros.
La primera cosa que se pregunta a un hombre, que habla de grandes proyectos, es que muestre la intención de su obra y su finalidad. Lo
que se le pregunta después es que indique el resultado obtenido. Respondo a la doble pregunta, explicando el fin general de nuestra obra.
Al hablar de la juventud, yo no me refiero a la que crece en medio de exquisitos cuidados en familias acomodadas, en colegios u otras
instituciones; sino que hablo exclusivamente de los niños abandonados, de los vagabundos que andan por caminos, calles y plazas. Hablo
solamente de estos seres desvalidos, que, más tarde o más temprano, son el azote de la sociedad y acaban por ir a poblar las cárceles.
Cuando yo iba a las cárceles de Turín a ejercer el sagrado ministerio, comprobé la necesidad de mi obra. Me encontré entre los presos
una multitud de jóvenes, hijos de padres muy honrados. Era evidente que, aquellos muchachos no se habrían entregado nunca al mal de
haber recibido una buena educación. Ahora bien, yo pensé que, si al salir de la cárcel, seguían a su libre albedrío, necesariamente
acabarían mal; pero, si se les cuidaba, reuniéndolos los domingos, tal vez podía encontrarse la manera de apartarlos del vicio.
Para alcanzar un buen resultado, cuando no se tienen medios, íhay que poner manos a la obra con la mayor confianza en Dios! Así
empezamos la obra de nuestro oratorio festivo; ((236)) pronto se juntaron a los salidos de la cárcel todos los vagabundos. Se llegó a
preparar una casa capaz de albergar a muchos y, al cabo de cierto tiempo, se pudo cercar el patio con una tapia.
Entonces, con la ayuda de jóvenes ricos de la ciudad, nos ocupamos de aquellos pobres huérfanos, enseñándoles música y
entreteniéndolos con juegos, gimnasia y declamación en veladas literarias; y, más adelante, se les proporcionaron muchas diversiones
después del desayuno y de la merienda. Los primeros frutos obtenidos me hicieron reconocer que la obra venía de Dios.
Cuando nos fue posible tener una capilla, vinieron algunos sacerdotes para confesar a nuestros huérfanos, y así, mientras unos se
divertían con los colaboradores de la obra, los otros se confesaban y comulgaban. A una hora determinada, sonaba la campanilla, se
acababan los juegos y, todos juntos, asistían a los oficios divinos. De este modo quedaba el tiempo completamente ocupado desde la
primera hora de la mañana hasta el mediodía. Entonces recobraba cada uno su libertad; a las dos, nos juntábamos de nuevo y se repartía
otra vez el tiempo entre la catequesis, las vísperas, la bendición y el recreo.
Los jóvenes ricos que nos ayudaban en nuestra obra, dedicaban parte de su tiempo libre para buscar trabajo a nuestros huérfanos,
visitaban a empresarios, industriales y comerciantes y colocaban a muchos.
Pronto vinieron en nuestra ayuda las señoras, que se ingeniaban para proporcionar ropa a nuestros pobres muchachos.
(Nuestra obra era entonces doblemente útil porque preservaba del mal a los vagabundos que recogíamos y rehabilitabamos y consolidaba
después de la caída a los jóvenes que salían libres de la cárcel). Entre los vagabundos recogidos en Turín había algunos muy mayores y
muy ignorantes. Al poco tiempo, al verse en el oratorio junto a los más jóvenes, ya instruidos por nosotros, se avergonzaban de su
ignorancia. Dios nos sugirió la idea de crear escuelas nocturnas para ellos y tuvimos a menudo la satisfacción de reunir de ciento cincuenta
a doscientos mozos, que después llegaban a pedirnos espontáneamente confesarse y comulgar. (Tuvimos aquí la suerte de salvarlos
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precisamente al borde del abismo). Poco más tarde tuvimos que organizar escuelas diurnas.
Cuando iba por la ciudad, y me encontraba con algún muchacho sin medios de vida, le preguntaba:
-"Quieres trabajar?
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-Sí, me contestaba; pero no sé adónde ir.
-Yo te lo indicaré.
-No me recibirán, porque voy hecho un andrajo.
-Ven conmigo, y te vestiremos.
Y todos me seguían con gusto. Esa es la historia de la fundación de nuestros oratorios, convertidos en hospicios u orfanatos.
Más adelante vimos la necesidad de preparar honrados trabajadores ((237)) para el campo y en Italia, en Francia y, sobre todo en España
y en América, organizamos orfanatos agrícolas.
El feliz éxito de nuestros esfuerzos en la educación de los jóvenes nos indujo a intentar las mismas obras para las jóvenes y, gracias a la
fundación de las Hijas de María Auxiliadora, pudimos lograrlo.
La historia de nuestras obras sería demasiado larga; me limitaré a responder a la pregunta que interiormente me hacéis. "Es satisfactorio
el resultado obtenido? Puedo responder que sí. Nuestras casas se han multiplicado por Italia, Francia, España y, especialmente, por
América. Ciñéndome a hablaros de lo que toca a Francia, os diré que tenemos en Niza una casa con doscientos treinta muchachos. En La
Navarre, distrito de La Crau, hay ciento veinte jóvenes internos que se dedican a las labores del campo. En Saint-Cyr, entre Tolón y
Marsella, tenemos un amplio orfanato para niñas pobres y abandonadas. A más de la iglesia y la escuela, donde están todas juntas,
aquellas muchachas atienden a las labores propias de su condición. Durante el día, trabajan en la horticultura; por la tarde, se dedican a la
costura. Nuestra casa de Marsella tiene trescientos internos, y más de ciento cincuenta externos solicitan la admisión. (Por desgracia falta
local, a pesar de haber construido amplios edificios. Debido a ello tenemos elevadísimas deudas que hay que pagar. Pero nos llegará la
ayuda, porque hemos trabajado sólo para gloria de Dios, bien de la sociedad y salvación de las almas).
A medida que nuestras casas han ido desarrollándose, hemos comprobado, por una parte, que muchos de nuestros huérfanos tenían
especialísimas aptitudes para los estudios literarios, y, por otra, nos hemos visto en la necesidad de aumentar en notables proporciones el
número de nuestros catequistas, maestros, y asistentes. (Gracias a Dios hemos podido crear una obra nueva, que ha remediado nuestras
necesidades conciliando el interés personal de nuestros jóvenes con el interés social; y así hemos organizado en nuestra casa cursos
superiores de enseñanza). En poco tiempo hemos formado un número discreto de maestros y asistentes para las clases inferiores.
Dios ha bendecido la perseverancia de nuestros esfuerzos y ya hemos proporcionado a la Iglesia y a nuestras obras un número muy
grande de sacerdotes, que dirigen nuestras casas con todo el celo que se puede desear. En cuanto a los jóvenes que no son llamados por
vocación al sacerdocio, hemos seguido favoreciendo su educación según sus aptitudes.
Nuestra obra continúa, pero ya hace tiempo que, lo mismo en Italia y en América que en Francia, nuestros jóvenes huerfanitos ocupan
puestos distinguidos en las universidades y academias. Han encontrado, gracias a nosotros, cátedras de letras, de
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ciencias, de derecho, de medicina. En todas las profesiones liberales, donde figuran los jóvenes educados por nosotros, dejan en buen
lugar la educación recibida.
((238)) El número de casas fundadas y dirigidas por nosotros alcanza hoy la enorme cifra de ciento setenta y cuatro. Se educan en ellas
más de ciento cincuenta mil jóvenes y hay cada año un movimiento de treinta y cuatro a cuarenta mil, que entran y salen. Todos los años
tenemos la satisfacción de haber cooperado a la salvación de estas almas, que hemos puesto en condición de servir a Dios, a la religión, a
la patria, a la familia y a la sociedad.
(Gracias a los jóvenes educados por nosotros y que trabajan como misioneros, nuestras obras adquieren un desarrollo cada día mayor en
Francia, en Italia, en España, en Brasil, en la República Argentina y hasta en las tierras salvajes de Patagonia).
Si crecemos cada día, también nos encontramos cada día con mayores dificultades para contar con el dinero necesario. Hasta ahora
hemos podido mantener a todos estos jóvenes. "Cómo lo hemos logrado? He ahí el gran misterio que os debo descubrir. "Cómo he podido
fundar y sostener estas obras, siendo yo pobre y sin medios de subsistencia? Es el secreto de la misericordiosa bondad de Dios. (El se ha
complacido en favorecer mi obra, porque el bien de la sociedad y de la Iglesia descansa en la buena educación de la juventud). La
Santísima Virgen ha sido para nosotros realmente Auxiliadora, porque a Ella debemos los medios para construir iglesias y casas. (Hemos
ido adelante únicamente con su protección: Ella bendice a los que se dedican a la juventud).
Os doy las gracias de todo corazón a todos vosotros, que me habéis escuchado con tanta atención y caridad. Doy gracias a María
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Auxiliadora por toda la ayuda que nos dispensó. Como premio de vuestra caridad con los huérfanos, Ella protegerá vuestros intereses,
vuestras familias y será guía y apoyo de vuestros hijos. (Yo le pido que sea siempre nuestra Madre y nuestra valiosa protectora en la hora
de la muerte). Sea Ella nuestra fuerza aquí abajo, mientras esperamos poder alabarla y bendecirla en el cielo.
La Semaine Catholique, después de relatar las palabras de don Bosco, añadía este comentario: "Una plática tan sencilla ha fascinado al
pequeño número de privilegiados que pudieron oírla; pero, el aire de santidad que emanaba del exterior del caritativo sacerdote bastó para
infundir en todo el auditorio un sentimiento de profunda veneración". Y Aubineau decía en su folleto: "Difícil sería oír un discurso más
sencillo y, al mismo tiempo, más eficaz. Don Bosco ha presentado a la vez su persona, su vida y su obra. Pide para sus muchachos y
enumera las razones que deben mover a los fieles para acudir en su ayuda. Al salvar las almas, promueve el bien de la sociedad y hace
promesas eternas y temporales ((239)) para cuantos le quieren ayudar. Lleva a todas partes la bendición del Papa, pero es preciso admitir
que lleva también la bendición de Dios. Don Bosco sabe unir al arte de pedir el de agradecer; por eso, no se limitó a dar las gracias desde
el púlpito a cuantos le prestaban su concurso, sino que dijo, además, a las señoras limosneras que la Virgen Auxiliadora es la Proveedora
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titular de todas las casas salesianas y que ellas, al postular como lo habían hecho en favor de la juventud pobre y abandonada, habían sido
las ayudantes de la Madre de Dios. Don Bosco vive totalmente para su obra: todo lo que dice, todo lo que hace, tiene por fin a sus
huerfanitos. No tiene más tema que tratar, todo lo dirige a los jóvenes pobres, a quienes tiene que vestir, mantener y salvar. Abundan los
milagros en sus manos para la salvación de sus huérfanos, y no hay que extrañarse de las condiciones que pone para las diversas gracias
que le quieren hacer obtener de Dios. Todo depende de que se socorra a los huérfanos y se coopere con Jesucristo a la salvación de las
almas rescatadas con su Sangre. Hacer que fructifique la Sangre de Jesucristo es el objeto de la colaboración que don Bosco pide a todos
los que necesitan para sí las virtudes benéficas, que proceden de vestir al Señor en el cuerpo del desnudo".
El óptimo Clairon de París hacía también estas observaciones en el artículo de Meurville, titulado "Un Taumaturgo en el 1883": "Don
Bosco predicó ayer en la Madeleine y estaba la iglesia atestada como si se tratase de oír al más grande orador. A las dos de la tarde, hubo
que cerrar las puertas a los que iban llegando, porque los oyentes se estrujaban ya hasta sobre las gradas del altar mayor intentique ora
tenebant. Y, sin embargo, don Bosco no es un orador. Habla con dificultad el francés y su voz no posee la sonoridad que sacude a las
masas, ni el timbre argentino que acaricia los oídos, ni el acento que subyuga los corazones. Tiene un gesto sobrio y lento, la mirada como
cubierta por un velo y sin brillo; todo su exterior irradia dulzura, sencillez y humildad cristiana. Con este escaso bagaje oratorio, hizo
frente al público parisiense tan excéptico, tan ((240)) sensible a la fascinación de la palabra, tan dado a compendiar todas las prendas del
talento en la elocuencia, y para el que un buen hablista es todo lo que él quiera ser:
hombre de Estado, general, financiero y, si hace falta, todo eso a la vez (...). Se le oía con dificultad, apenas se le entendía, pero su idea se
había enseñoreado de la multitud y la grandeza de su obra brillaba deslumbrante en el templo, formando una especie de aureola alrededor
de la frente de aquel que, sin nada, había llevado a cabo cosas tan grandes" 1.
Después de la conferencia, mientras iba del púlpito a la sacristía, fue un verdadero espectáculo de fe; a medida que avanzaba, todos se
inclinaban para recibir la bendición, las madres le presentaban los hijos para que los bendijese, muchos le hacían bendecir objetos
religiosos
1 Le Clairon, 30 de abril de 1883 (Apéndice, doc, núm, 56),
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o se esforzaban por tocarle la sotana. Los personajes más distinguidos, que no eran pocos, le aguardaban en la sacristía, con la esperanza
de obtener un minuto de audiencia. Escribía la Semaine Catholique: "El buen Padre, con la calma y la sencillez de los santos, que
atribuyen a Dios las señales de respeto y confianza que se les dispensa, recibía en una habitacioncita". El redactor del periódico pudo ser
admitido para leerle unos párrafos de la conferencia, que había taquigrafiado, pero no captado con seguridad. Y sigue diciendo en su
artículo: "Su afabilidad atrae y subyuga de tal manera que, teniendo en cuenta los muchos que estaban fuera esperando, tuvimos que
hacernos violencia para escapar a la fascinación de la conversación de aquel hombre, tan grande por sus obras y, no obstante, tan
afectuoso, tan afable, tan compasivo con el desconocido, que le había dejado entrever una pena íntima y sin consuelo en esta tierra".
La mayor parte del auditorio salió del templo con el deseo de poder leer lo que no habían podido oír; los periódicos satisficieron
ampliamente sus deseos, sobre todo la Gazette de France.
((241)) Las limosneras elogiadas por don Bosco pertenecían a lo más selecto de la nobleza parisiense 1. Se colocaron en todas las
salidas de la iglesia y recogieron quince mil francos.
Hubo en la Madeleine un oyente de don Bosco que ya entonces era famoso, pero que iría adquiriendo cada vez más fama hasta nuestros
días; era el futuro cardenal Pedro Gasparri, a la sazón profesor muy renombrado de derecho canónico en el Instituto Católico de París.
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Estaba allí con una misión, para la que parecía el más indicado, especialmente por ser italiano; por encargo del Rector, monseñor D'Hulst,
tenía que recoger a don Bosco en la sacristía, después de la conferencia, y llevarlo a la calle Assas para una comida, que un grupo de
profesores daba en su honor. El anciano Cardenal, cargado ya de mucha gloria, gozaba, después de cincuenta años, al recordar el hecho y
describir la dificultad de la empresa. La muchedumbre, decía, se apiñaba junto a don Bosco por todas partes. Este pedía una bendición o
un recuerdo en sus oraciones, aquél una medalla, el otro ponía en su mano una limosna. El gentío era superior a cuanto se puede imaginar.
El pobre don Bosco, empujado en todas direcciones, perdonaba con inalterable calma e indulgencia todas aquellas piadosas
indiscreciones.
El enviado tuvo que esperar con paciencia largo rato para lograr
1 Se publicaron sus nombres junto con el anuncio de la conferencia (Apéndice, doc. núm. 57).
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su encargo; pudo, por fin, sacar al Santo de la avalancha de los potentados personajes de ambos sexos, que le tenían prisionero y llevarle
hasta un modestísimo coche de alquiler. No fueron directamente al Instituto, porque antes don Bosco tenía que visitar a un niño enfermo.
En la mesa alegró a los convidados con su agradable conversación.
-Con su francés, comme ci comme þa, dijo Su Eminencia, en un coloquio al que también asistía quien ahora escribe, se hacía entender
muy bien.
A continuación, hubo una recepción en el aula magna con todos los profesores y casi todos los alumnos. Le invitaron a hablar y lo hizo
con gran sencillez, exponiendo el origen de su obra y las dificultades ((242)) que hubo de superar. Todos estaban pendientes de sus labios.
Cuando no le venía un vocablo, se inclinaba a un lado y preguntaba al vecino.
-"Cómo se dice esto en francés?
Cuando oía el término, lo repetía.
-C'était délicieux, concluyó el Cardenal, le succès fut très grand 1.
Aquella misma tarde, dio una gran satisfacción a una noble familia. La señora Du Plessis tenía una nietecita de veintiséis meses con tos
ferina y peligrosas complicaciones, que hacían pronosticar a los médicos un triste desenlace. La abuela había obtenido de don Bosco, a
través de la señora Combaud, la promesa de una visita a la enferma. Fue ella misma a buscarle con su coche. Entró don Bosco,
acompañado por el secretario, en el palacio y encontró a los padres de la enfermita sumidos en llanto. Hacía poco que habían perdido
también a un hijo. Lleváronle hasta el lecho de la pequeñita. Hizo el Santo una breve oración e invitó después a rezar a los padres y a los
presentes. Mientras rezaban, se detuvo de pronto y, volviéndose al señor Du Plessis, dijo:
-No basta que recen los demás, es menester que rece también su padre.
Por último, puso al cuello de la niña una medalla de María Auxiliadora, diciendo:
1 El Cardenal habló también de otro encuentro que tuvo con don Bosco. Un año, al volver a Italia para las vacaciones, llegó a Turín con
dieciséis liras en el bolsillo. Con las prisas por salir, se le había caído al suelo el portamonedas y, como ya había sacado el billete por
anticipado, no se dio cuenta de que había perdido la cartera hasta llegar a la frontera. Aprovechando una parada en Turín, voló al Oratorio
y pidió a don Bosco cien liras prestadas. Las obtuvo enseguida sin formalidad alguna. Véase Bulletin Salésien, agosto-septiembre de
1932.
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-No está tan grave como piensan.
Así que marchó, la niña fue declarada fuera de peligro, y es hoy la condesa Carlota Du Reau de la Gaignonnière, que heredó de su
familia una gran devoción al Siervo de Dios 1.
El treinta de abril, cumpliendo su promesa, celebró en la ((243)) Madeleine por las señoras que habían hecho la colecta y por todos los
bienhechores de sus obras. Queriendo tener una delicada atención con la condición de las personas que debían asistir, fijó la misa para las
nueve y media y, después, dio la bendición con la indulgencia plenaria. Quiso decir unas palabras desde el altar sobre la caridad; pero sólo
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los más próximos tuvieron la suerte de oírlas. Ni que decir tiene que hubo la misma concurrencia que de costumbre; es de notar, en
cambio, que sucedió un hecho poco antes de que el Siervo de Dios llegase a la iglesia 2.
Aquella mañana fue a buscar a don Bosco a la avenida Mesina el abate De Bonnefoy, vicario de San Roque, y más tarde Obispo de La
Rochelle, que predicaba un triduo en la Madeleine y se había comprometido a llevar al Santo a casa de una enferma. Se trataba de una
tuberculosa en su última fase; poco antes había recibido los últimos Sacramentos, y parecía que estaba ya muy próximo su fin. El piadoso
sacerdote había insinuado a la madre y a la hija enferma la esperanza de que la bendición de don Bosco pudiese devolverle la salud. El
Siervo de Dios se acercó al lecho de la joven y le preguntó:
-"Tiene usted fe?
-Sí, padre, contestó la madre por la moribunda; nosotras tenemos mucha fe.
-Si tiene fe, curará, porque la fe puede trasladar las montañas.
Rezará, pues, cada día un padrenuestro, avemaría y gloria en honor del Corazón misericordioso de Jesús y una salve, a fin de que María
Auxiliadora la tome bajo su protección. Hará esto hasta la fiesta de la Asunción.
-Padre, replicó con viveza la señora algo desilusionada en su
1 La Condesa conserva todavía la medalla, en la que está grabada la fecha 29 de abril de 1883. De donde se deduce que se habían
acuñado medallas expresamente para el día de aquella conferencia. En una relación del 18 de marzo de 1902, describe así la señora Du
Plessis madre, nuera de la anterior, la entrada de don Bosco en el palacio: "Nuestra emoción era grande al subir delante del Santo la
escalera; parecía él tan absorto en la oración, que no puso mucha atención a nuestra respetuosa acción de gracias".
2 De este hecho tenemos dos relaciones manuscritas: una del padre salesiano Fèvre, que se lo oyó contar al Obispo de La Rochelle y la
envió por carta a don Juan Bautista Lemoyne el día 1.° de diciembre de 1898, y la otra de la baronesa Cholet, madre de la agraciada, en
una carta del 29 de noviembre de 1930.
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esperanza por el largo plazo señalado para la oración; "y si tomase usted la mano de mi hija y la curase enseguida?
-Déjeme hablar, respondióle don Bosco algo severamente ((244)) y moviendo negativamente la cabeza... Yo rezaré por ustedes, haré
rezar también a mis muchachos y ahora, al celebrar la misa en la Madeleine, les recordaré de un modo especial... Adiós, hijita.
Y, así diciendo, salió de la habitación y, al marchar, advirtió a la madre que lo acompañaba:
-No olvide a mi gran familia.
Pero la señora ya se había adelantado, entregando a escondidas al abate De Bonnefoy un sobre con un billete de banco dentro y una
tarjetita, invocando la gracia de la curación; pero su gesto no lo había advertido le pieux italien. Ya en el último peldaño de la escalera,
don Bosco le rogó que volviese a subir y la despidió con un dulce augurio:
-La paz de Dios esté con usted y con toda su casa.
La enfermedad seguía su curso; la pobre joven luchaba con sus dieciséis años entre la vida y la muerte. Tan extremosamente enflaqueció
que parecía literalmente un esqueleto. Hasta el día quince de agosto, sufrió toda una serie de altibajos. El día de la solemnidad estaban la
madre y un hijo suyo a punto de salir para ir a oír misa, cuando se oyó un grito por toda la casa. Era la enferma, que estaba pocos minutos
antes adormecida, y gritaba con voz fuerte y alegre:
-íMamá, mamá, estoy curada!
Corrió a ella la madre y la vio sonrosada. No podía dar crédito a sus propios ojos; y siguió viendo aún más cosas. Sin tomar ningún
alimento, sin ayuda de ningún género, sin apoyo alguno, la hija se encaminó hacia la iglesia, se confesó y comulgó con estupor de cuantos
conocían su estado. La curación fue tan real, tan perfecta y duradera que en 1898 la señora Margarita (éste era su nombre y no sabemos el
apellido) era madre de tres niños, sanos y robustos.
Otra comisión de nobles damas anunciaba, con una tarjeta de invitación 1, la misa y conferencia de don Bosco para las nueve del día
primero de mayo en la iglesia de San Sulpicio; pero, cuando él llegó ya habían dado las diez. La enorme muchedumbre que había
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aguardado tanto ((245)) con paciencia, tuvo que aguantarse más al ver subir al púlpito el cura párroco para avisar que don Bosco estaba
tan cansado que no podía dar la conferencia y, por el mismo motivo, no podría administrar a todos la Comunión. Pero después de leer el
Evangelio, se volvió y quiso decir unas palabras. Su voz no llegaba más que a una
1 Véase Apéndice, doc. núm. 58.
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mínima parte del numeroso auditorio; todos, sin embargo, escribe Aubineau 1, "contemplaban al hombre de Dios, cuya elocuencia se
caracterizaba por la sencillez, la modestia, la humildad, el abandono en Dios y el olvido de sí mismo; todo un conjunto que emanaba de su
persona y aureolaba su modesto semblante". La Gazette de France refirió, en el número extraordinario ya mencionado, las brevísimas
palabras que pronunció y que nosotros presentamos traducidas 2.
Veo con gran satisfacción esta muchedumbre de buenos católicos, tan bien formados en esta parroquia en la práctica de la religión. La
religión es el único y sólido alivio en las miserias y aflicciones de esta vida; sólo ella nos asegura, además, la felicidad después de la
muerte. Seguid siendo fieles a ella y, para eso, comulgad con frecuencia.
Perseverad en vuestras tradiciones de generosa caridad para todas las obras buenas. La más importante es la educación cristiana de la
juventud. Empezad por vuestras propias familias; educad bien a los hijos. Dad buenos consejos a todos los que podáis conocer. Si hay a
vuestro lado algún huérfano, dispensadle particularísima atención, enseñadle a servir a Dios, ayudadle a evitar las tentaciones del vicio.
Siento no poder exponeros la obra, para la que yo vengo a pediros limosna. Consiste en recoger a los niños huérfanos y vagabundos para
hacer de ellos buenos ciudadanos y buenos cristianos.
Con la gracia de Dios y merced a la protección de la Santísima Virgen, hemos podido recoger y educar a cientos de millares de estos
niños pobres y abandonados. Vuestras limosnas me servirán para continuar y desarrollar esta obra buena. Así obtendréis vosotros las
bendiciones de Dios. Cuando entréis en el Cielo, El os mostrará las almas, que también vosotros habréis contribuido a hacerlas entrar.
Entonces comprobaréis la verdad de las palabras: Animam salvasti; tuam praedestinasti; quien salva una alma, asegura su propia
salvación.
((246)) No mencionó la eficacia de la obra parroquial por puro cumplido; conocía él muy bien la fama de la parroquia de San Sulpicio,
por su espíritu de fe y de piedad, que le ganó el título de reina de las parroquias.
Seis sacerdotes salieron en seguida a hacer la colecta. La comunión sólo duró media hora, porque le ayudaron varios sacerdotes. Daba
pena verlo bajar del altar y encaminarse a la sacristía entre algunos, que iban a porfía para sostenerlo. Un anciano venerando se arrodilló a
su paso, le agarró la mano y la puso sobre la cabeza de sus dos hijos, como prenda de bendición del Cielo.
Al mediodía estaban todavía atestados de gente los accesos a la
1 L. C. pág. 34. El autor traslada erróneamente la fecha, diciendo que la misa en san Sulpicio fue el dos de mayo.
2 Visita sacada del diario, mencionado en el capítulo anterior, de la monja redentorista de Landser (Alsacia), feligresa entonces de San
Sulpicio (Apéndice, doc. núm. 59).
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sacristía; muchos esperaban a que saliese para presentarle enfermos.
Cuando finalmente arrancó su coche para llevarlo a casa de la señora Vendryès, vióse cercado por tantas personas que tuvo que avanzar
con mucha lentitud; grupos de personas se arrodillaban aquí y allí para que las bendijera. Una revista religiosa 1, informaba de estas
demostraciones a sus lectores próximos y lejanos, y escribía: "Este personaje extraordinario, cuyo nombre suena en los labios de todos y
de quien cuentan los periódicos tales maravillas, que se dirían cosas de leyenda, es un hombre de estatura mediana, de venerable
semblante, pero sencillo, con paso vacilante, un cuerpo endeble; se le juzgaría exhausto de fuerzas, si nuestra mirada no quedase
arrebatada al ver aquella cabeza vigorosa y enjuta, aquellos ojos brillantes y profundos, en los que se lee la calma, la energía, la fe. No es
elocuente, tiene voz apagada y pocos lo oyen; pero en toda su persona se reflejan la santidad y el espíritu de caridad de Nuestro Señor
Jesucristo. Su lema es: Todo (soy) de Dios, todo (me viene) de Dios, todo (lo hago) por Dios. Toda la energía de su alma y toda la fuerza
de su ser están consagradas por él al servicio de Dios y del prójimo" ((247)).
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A lo largo de la calle Sèvres, una de las arterias más aristocráticas de París, se encuentran iglesias, casas religiosas, centros educativos,
obras católicas; en ella tenía también su sede, cerca de los Paúles, el Patronato de los orfanatos, cuyo fin era favorecer y desarrollar las
Instituciones destinadas a recoger a pobres huérfanos del campo y hacer de ellos unos buenos cristianos y útiles labradores y hortelanos.
La obra no albergaba a ninguno sino que los colocaba en orfanatos apropiados para los niños y repartía subsidios anuales a los directores
de hospicios agrícolas, que estuviesen organizados satisfactoriamente, sobre todo cuando se trataba de fundaciones recientes y de tipo
rural. Sus ingresos procedían de legados y donativos de bienhechores, de colectas y del producto de una cuestación anual. El marqués de
Gonvello, celoso y generoso promotor de la obra, había establecido que sus socios y simpatizantes, que se dedicaban de esta manera a la
adopción de la infancia, pudiesen oír al sacerdote, que consagraba toda su vida a la redención de la juventud abandonada; procuró, pues,
que se celebrase una junta solemne presidida por don Bosco.
Los invitados se reunieron en San Lázaro, donde tuvieron la ventaja de encontrarse como en familia, al abrigo de las apreturas que solían
producirse alrededor de don Bosco en los locales abiertos al público; todos pudieron verle y oírle a su gusto. La reunión se celebró
1 Rosier de Marie, París, 12 de mayo de 1883.
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a eso de las dos y media del primero de mayo. Don Bosco, sentado en el fondo de la sala, tenía a su derecha la Comisión de las damas
protectoras presididas por la duquesa de Reggio, y a la izquierda a la Comisión de los miembros fundadores, entre los cuales estaba
monseñor Du Fougerais, presidente de la obra y director de la Santa Infancia. Todos los presentes pudieron oír a su gusto las palabras del
Santo. Se notó que las nobles damas llevaban en la mano, para entregárselas, hojitas escritas a lápiz o a pluma, que contenían sus
desiderata, esto es, peticiones de oraciones para curaciones, para recibir consuelos y gracias espirituales, para mil otras cosas. El habló en
estos términos:
((248)) Monseñor, Señores:
Lo que verdaderamente da valor a esta reunión es la conexión que tiene con la gran obra, que hoy me ofrece la ocasión de dirigiros unas
palabras. No sé como conciliar las dos cosas: nuestra obra es una obra de pobreza y de miseria y aquí me parece que todo es riqueza y
abundancia. Es verdad, sin embargo, que para llevar a cabo una obra tan hermosa y tan grande se requieren dos cosas: por una parte, la
riqueza que da y la caridad que prodiga, y, por otra, la pobreza que recibe con gratitud esta caridad.
Pues bien, esto es cabalmente lo que hoy encuentro con profusión y por todas partes en la gran ciudad de París. Lo veo aquí en este
momento y, especialmente, en usted, Monseñor, que ya tantas veces ha dado prueba de su bondad y caridad en la ciudad de su diócesis.
Pero ha hecho más, ha querido honrar algunas veces con su presencia la ciudad de Turín. Este es, permítame que lo diga, un favor, del que
guardaremos siempre el más profundo y grato recuerdo.
"Y qué más puede deciros un pobre sacerdote como yo que, a duras penas, sabe expresarse y hacerse entender en vuestra lengua
francesa? No puede hacer más que daros su bendición. Dios Todopoderoso os conceda el valor necesario para arrostrar las batallas de la
vida y os dé valor para confesar y defender por doquiera y siempre la verdad; íos lo conceda especialmente en este momento, en que tanta
necesidad tenemos de católicos y buenos católicos! En la hora presente no debe el buen católico defender la religión con las armas
guerreras, con la violencia o con medios parecidos; lo que es preciso hacer es esforzarse con el buen ejemplo y con la práctica de todas las
virtudes para atraer todos los corazones a esta religión, a la que tenemos la dicha de pertenecer.
Desde este punto de vista, dirijo mi agradecimiento a Monseñor, que dispensa su amable caridad a nuestra gran obra y de manera muy
especial a las escuelas agrícolas. Me refiero a Saint-Cyr, cerca de Tolón; después a Marsella, donde existe una gran casa de artes y oficios
para los aprendices de la escolanía parroquial y para estudiantes pobres; a La Navarre, dedicada totalmente a muchachos pobres del
campo; a Niza, por último, donde se recibe a muchachos pobres que andan por calles y plazas, todos en peligro y que, de no encontrar una
mano que los socorra y recoja, están destinados a convertirse en muy breve tiempo en azote de la sociedad. Son los que llenarán las
cárceles, serán pronto unos infelices y, por desgracia, lo repito, el azote de la sociedad en general y de la familia en particular.
212
Ahí tenéis las obras, que vuestra caridad protege y que la bondad de Monseñor dirige.
Así, pues, Monseñor, que Dios le bendiga, con su divina clemencia, que le conceda largos días felices y que pueda consagrarlos a la
protección ((249)) de las obras católicas de paz y de concordia; que El le permita ver lo que más ardientemente desea, es decir, que se
multipliquen cada día más todas las obras juveniles, que tanto honran a Francia y a todos los franceses. íQue Dios proteja a esta hermosa y
noble Francia! Que El la salve y le dé la paz y tranquilidad y nos conceda a nosotros, Monseñor, verle en el último día llevado en alas de
los Angeles de la tierra al cielo. Que todas estas obras de caridad, emprendidas por usted ahora, sean con la divina protección del Señor,
una semilla de bien, que dé fruto cada día más copioso y sea en la tierra la gloria de Francia y de todos los buenos católicos.
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Cuando él terminó, Monseñor en su calidad de Presidente, expuso con palabras que le brotaban del corazón la finalidad de la obra en
favor de los orfanatos agrícolas, alabó la generosidad de los dirigentes y mostró la dura necesidad de la lucha, que la Iglesia debía sostener
contra la impiedad para defender las almas de los muchachos. Por último, invitó a don Bosco a bendecir a la asamblea. El Santo accedió
en seguida, pero antes tomó de nuevo la palabra y dijo:
-Antes de daros la bendición, os pido licencia para deciros una palabra más. En este momento conozco todavía mejor, si es posible, la
magnitud de la obra de la que sois patronos y protectores y de la que yo tuve varias veces la fortuna de beneficiarme. Pero hoy me
encuentro en la ocasión de poder recomendar más encarecidamente el destino de esta obra regeneradora de hoy y que, en el porvenir, será
una verdadera fortuna para la sociedad. Vuestra obra es muy conocida por nuestro Santísimo Padre. La última vez que tuve el gran honor
de verle, me encargó os diera, o mejor, os transmitiera su particular bendición y os asegurara que os recomendará siempre a Dios.
Así, pues, ahora os doy la santa bendición según la intención del Padre Santo.
Toda la asamblea estaba emocionada. Mientras hablaba, veíanse correr las lágrimas por las mejillas de muchos. Escribía el órgano
mensual de la obra 1: "Don Bosco habla con cierta dificultad nuestra lengua francesa; pero hay en su palabra ((250)) tal intensidad de
caridad y de fe que llega al corazón".
También el Figaro del 2 de mayo, al notificar el acto, aprovechó la ocasión para hablar de la estancia de don Bosco en París, y lo hizo en
términos simpáticos, presentando al Siervo de Dios en su aspecto
1 L'Orphelin. Revista de la Sociedad del Patronato de los orfanatos agrícolas de Francia, año IV (6 de junio de 1883).
213
sencillo y modesto, sans afféterie, sans pompe, sans phrases (sin afectación, sin pompa, sin demasía de palabras).
En aquella casa madre de la Misión, había un religioso de sesenta y tres años, el padre Duhlleux, que estaba casi en las últimas. Su
hermano, confiando en el poder sobrenatural de don Bosco, lo llevó a la enfermería.
-Desearía vivir para ver la prosperidad de la Congregación, dijo con un hilillo de voz el enfermo.
-Podrá verla desde otro lugar, respondió el Santo, que supo, sin embargo, endulzar su respuesta con palabras de aliento y con su
bendición.
El enfermo falleció al día siguiente 1.
Vivía cerca de los Paúles un prelado muy popular en toda Francia, monseñor Freppel, obispo de Angers y diputado por Finisterre. Al ir a
París, cuando se abría el Parlamento, solía hospedarse en la casa de los Hijos de San Vicente. Deseaba vivamente tener un encuentro con
don Bosco. Al enterarse el Santo de ello, fue a visitarlo y sostuvo con él una conversación privada de una media hora 2.
La impresión, que Monseñor se llevó, debió ser excelente, puesto que, al año siguiente, como ya veremos, hizo de él un espléndido
elogio en la Cámara de Diputados.
Don Bosco llevó su deseada palabra a otra iglesia, singularmente querida por los católicos franceses y por la nobleza parisiense; a la
iglesia de Santa Clotilde, la Santa que indujo con sus virtudes al rey de Francia Clodoveo, su marido, a hacerse cristiano. Habló en ella el
tres de mayo por la mañana, fiesta ((251)) de la Ascensión, después de celebrar la misa. No dijo nada nuevo, sino que repitió
sustancialmente lo que había dicho en la Madeleine. Acudieron tantos a oírle que casi se ahogaban. Comulgaron muchos. La colecta fue
abundante. Lo que sucedió después ya lo hemos descrito 3; también hemos narrado en otro lugar la aparición de Luis Colle 4.
A la vuelta de su viaje a Lille, que duró del día cinco al dieciséis de mayo, al día siguiente de su regreso a la capital, dio una conferencia
en la amplia iglesia de San Agustín, ante un auditorio compacto y devoto. Casi hasta acabar habló de su obra, como lo había hecho
1 Annales de la Congrégation de la Mission, vol. 94, año 1929, pág. 761.
2 Así se lo atestiguaba a don A. Auffray, en marzo de 1935, el antiguo empleado que había acompañado al santo hasta la habitación de
Monseñor.
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3 Véase más arriba, págs. 98 y sigs. De las audiencias dadas en la sacristía se hace mención en una carta (Apéndice, doc. núm. 60).
4 Véase vol. XV, pág. 87.
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anteriormente; pero en la conclusión manifestó sus planes para París, diciendo:
Espero que las piadosas señoras y señores de esta grande y tan caritativa ciudad de París nos ayudarán a establecer aquí una casa de este
género. Es algo que se pide por todas partes. Hay manera de establecer también en París una casa como las de Marsella, Niza y Turín.
Creo que se puede abrir aquí una, que satisfaga todas las necesidades. No pido por ahora grandes medios de momento, sólo deseo que se
me ayude para comprar un terreno y construir una casa, donde albergar a estos pobres muchachos.
Es una obra grande, o más bien una obra pequeña, pues deseo que sea una obra sencilla y que no meta ruido. Todos los vagabundos
viven, en cierto modo, bajo la vigilancia de la autoridad, pero, de ladronzuelos como son, no tardan en pasar a ladrones de verdad.
Es de esperar que la ciudad de París, que ya ayudó tantas veces nuestras obras, aunque situadas lejos de aquí, nos socorrerá en esta
ocasión para fundar una casa, donde recoger a los jóvenes, que día y noche molestan a las personas de bien.
El Señor recompensará con largueza cuanto hagáis, y la sociedad os lo agradecerá. Además, los jóvenes que con nuestros cuidados se
salvarán gracias a vuestra ayuda, os bendecirán. Cuando nos presentemos ante Dios para ser juzgados, estas almas dirán:
-Son nuestros bienhechores, que gastaron tiempo y dinero para salvar nuestras almas; si nos hemos salvado, a ellos se lo debemos. Pues
bien, concededles ahora, Señor, la misericordia que prometéis en el Evangelio. Puesto que ellos nos ayudaron a salvarnos, sálvense ellos
también.
((252)) Mientras los diarios publicaban esta conferencia 1 apareció en el Figaro del día dieciocho un largo y serio artículo, que el
escritor Saint-Genest, ya conocido por nosotros, había enviado el día catorce, desde ín a su paso por la ciudad, y que terminaba así:
"La verdadera manera de honrar a don Bosco en Francia no es aclamarlo por las calles y cortarle pedazos de sotana, sino imitarlo" 2.
Pero ya el Petit Moniteur había escrito con antelación:
"Don Bosco ha abierto horizontes nuevos ante nuestros ojos y ha ganado para su obra a la flor y nata de París. A él se debe el que el
1 Habló también de la conferencia la Unità Cattolica en los números del veinte y veintidós de mayo.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 61. Don Bosco le escribió para darle las gracias; pero, como estaba él ausente, contestó la madre. Esta
piadosa señora, cuando su hijo escribía artículos en defensa de la escuela católica, ponía sobre el papel una medalla de María Auxiliadora,
que le había dado el Siervo de Dios, para que estuviera inspirado al escribir (Apéndice, doc. núm. 62).
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apostolado de la caridad cuente ya entre nosotros nobles y valientes partidarios 1.
Sin esperarlo, resultó dramática la conferencia del día veintiuno en la iglesia de San Pedro, llamada del "Gros-Caillu", muy frecuentada
ordinariamente por la aristocracia parisiense y, en aquella ocasión, abarrotadísima. Llegó don Bosco a las seis de la tarde. Estaba tan
cansado que, a duras penas, se tenía en pie. "Cómo podía dar una conferencia en aquellas condiciones? Pero la dio otro en su lugar.
Se encontraba en París, desde hacía pocos días, de regreso del Africa, el cardenal Lavigerie, arzobispo de la renacida Iglesia de Cartago
y fundador de los Padres Blancos. Conocía a don Bosco de mucho tiempo atrás. Enterado de que estaba en París, lo buscó por muchas
partes, hasta que descubrió donde estaba. Allá se fue y entró de improviso en la iglesia por la puerta principal y con la severa majestad de
la púrpura romana, mientras se comenzaba una oración, como preparación a la conferencia del Santo. Fue una aparición. El Purpurado
subió derechamente al púlpito. Era popular en toda Francia y ((253)) popularísimo en París, venía de hecho a rendirle el homenaje de su
popularidad. Lo que dijo es un modelo de oportunidad y de fineza.
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Desde que supe, hermanos míos, la presencia en París del Vicente de Paúl italiano, no tuve más deseo que el de encontrarme con él en
una de nuestras iglesias y recomendar sus obras a la caridad de los católicos. Yo he visto el comienzo de estas obras en Turín, las he visto
ampliarse, penetrar en Francia y convertirse en el vínculo recíproco de beneficencia y de paz entre los católicos de nuestras dos naciones.
Vosotros realizaréis esta obra de aproximación, queridísimos hermanos, ayudando a este humilde y santo sacerdote. Es preciso que, al
volver a su patria, pueda decir que Francia es siempre fiel a su gran misión, que protege a todos los que sufren, sin distinción de clase.
Yo vivo en una tierra donde el Vicente de Paúl francés pasó dos años en la esclavitud. Hoy necesita Túnez un nuevo San Vicente de
Paúl que sea llevado allí por el amor. Y este San Vicente de Paúl sois vos, queridísimo Padre; porque, con vuestra familia religiosa, medio
italiana y medio francesa, podréis, mejor que ningún otro, llevar a cabo la obra necesaria.
Allí, por lo demás, esta el puesto asignado para vosotros. Hasta ahora son italianas las familias que, casi solas, pueblan el gran país
desierto, colocado bajo la protección de Francia. Yo quiero a aquellas familias, pues soy el pastor y querría mostrárselo aliviando todas
sus miserias. Ahora, con demasiada frecuencia, vosotros los italianos, que dejáis la patria, sucumbís antes de tiempo, como suele suceder
en las colonias. Necesitaríamos poder recoger a los huérfanos y aun a todos los niños, que carecen del sustento necesario.
1 Palabras reproducidas por la Unità Cattolica el 8 de mayo de 1883.
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Padre de los huérfanos de Italia, venid; yo llamo a las puertas de vuestro corazón, que ya ha respondido a la voz de Europa y de
América; aquí está el Africa que os presenta a sus hijos desamparados, tendiéndoos los brazos. Vuestra caridad es tan grande como para
poderlos recibir. Estos niños son en su mayor parte de vuestra Italia. Enviadles a vuestros hijos que, con voz armoniosa, les hablarán, al
mismo tiempo, de su tierra y de la nuestra. Los amaremos juntos, enseñándoles a bendecir el nombre de Dios y el de Francia.
Hermanos, dad con abundancia a este santo sacerdote; así daréis, al mismo tiempo, a las misiones de Africa, porque don Bosco irá en su
ayuda.
Difícil sería decir si los presentes, a pesar de toda su admiración por el eminente Prelado, estuviesen realmente contentos oyéndole a él
en lugar de don Bosco; testigos oculares afirman que todas las miradas no dejaron de seguir clavadas en el ((254)) Santo que, recogido y
modesto, estaba sentado frente al púlpito; y que, aun cuando oía el panegírico de su persona, no se alteró lo más mínimo. Después se
levantó, dio unos pasos hasta la balaustrada, se inclinó hacia el Cardenal y, haciendo señas con la mano de que quería hablar, dijo:
Me encuentro en un verdadero apuro y en una gran confusión. Tendría que poder contestar de una manera conveniente al señor
Cardenal; mas, para ello, necesitaría su elocuencia, y yo no sé hablar. Sin embargo, es preciso a todas luces que hable a Su Eminencia y le
agradezca los elogios hechos a mí y a mis obras. Debo decir, ante todo, que muchas de las cosas dichas en torno a mi persona no son del
todo exactas. El las ha mirado, a través de la bondad de su corazón y, ya lo sabéis, cuando se examinan los objetos pequeños al
microscopio, éstos toman grandes proporciones y parecen inmensos.
Agradezco, con todo, a Su Eminencia sus atenciones. El señor Cardenal ha sido siempre un padre, un bienhechor y un amigo para la
familia salesiana. Por lo tanto, nuestra gratitud es ilimitada y, si podemos hacer algo por las grandiosas obras de Su Eminencia, lo
haremos.
Estoy en sus manos, Eminencia, para realizar en Africa todo lo que la divina Providencia me pida. Sí, Eminentísimo señor, sí; esté
persuadido de que, si podemos hacer algo en Africa, toda la familia salesiana está conmigo a disposición de Su Eminencia. Enviaré allá a
mis hijos; enviaré italianos y franceses.
Hermanos, ya sabéis que nosotros vivimos de limosna y que nuestras obras se sostienen por la caridad; en este momento, por medio de
la caridad francesa, de la caridad parisiense. Ya he visto que Francia es siempre la gran nación católica, siempre dispuesta y generosa a
ayudar las obras de beneficencia; por consiguiente, estamos llenos de gratitud por la colaboración que ya habéis prestado y que seguiréis
prestando a nuestras casas de caridad.
El biógrafo del Cardenal escribe 1: "Fueron pocas sus palabras,
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1 V. BAUNARD, Le Cardinal Lavigerie, París, 1896. Vol. II, pág. 239.
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sencillas y pronunciadas con débil voz y pobre lenguaje. Muy pocos pudieron captarlas; pero todos o casi todos, tenían los ojos arrasados
de lágrimas. Rara vez se vio un contraste como el que ofrecieron aquel día aquellos dos hombres y sus dos intervenciones".
((255)) Después de la ceremonia, la masa del público fue saliendo;
pero las damas se dirigieron hacia la sacristía, ansiosas de ver a don Bosco de cerca y de recibir su bendición particular. Don Bosco
contestaba a sus insistencias con señales negativas. Por fin, con toda humildad, dijo:
-Yo no puedo dar mi bendición delante de Su Eminencia; no estaría bien, sería una falta de respeto.
El Primado de Africa, dándose cuenta de su apuro, se retiró con delicadeza.
Dramáticamente también, aunque por otro concepto, finalizó una conferencia, que, sin duda, tuvo lugar entre el día veintidós y
veinticinco de mayo; pero no sabemos en qué iglesia, o capilla, pues no se cuidó de indicarlo quien tomó nota del hecho. Don Bosco habló
de María Auxiliadora y repitió una vez más lo que había dicho y repetido tantas veces; que él no era el autor de las maravillas que se le
atribuían, sino que debían agradecerse a María Auxiliadora; Ella, que había comenzado, seguía incrementando una obra emprendida para
el bien de la juventud; que era la Virgen quien obtenía las gracias en número incalculable. Mientras decía esto, se levantó un señor y pidió
la palabra; habló de un pobre padre de familia, que tenía a su esposa enferma de hidropesía hacía varios años y a un hijo a punto de
muerte, con los santos óleos ya recibidos. Describió el corazón de aquel padre desgarrado por el dolor, después su esperanza en la eficacia
de la bendición de don Bosco y, por fin, su alegría cuando vio a la mujer y al hijo recobrar la salud y los acompañó a la iglesia a oír misa.
-Sí, protestó, esta gracia tan señalada debe atribuirse a la Santísima Virgen, pero a través de las oraciones de don Bosco.
El Santo escuchaba enternecido; el auditorio estaba conmovido intensamente. Pero la conmoción llegó al colmo, cuando aquel señor,
rompiendo a llorar, vertiendo las lágrimas contenidas hasta entonces con dificultad, exclamó:
-"Sabéis quién es este marido, este padre afortunado? Soy yo, Portalis.
Antonio Lefèvre-Portalis era un antiguo diputado del Parlamento Nacional. Don Bosco no añadió palabra; sino que, cortando su
discurso, se retiró.
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La verdad sea dicha, no hacía falta ((256)) añadir más; aquel señor lo había dicho bien claro 1.
Con esto, queda dicho todo lo que se podía decir de la estancia de don Bosco en París. Recibido triunfalmente en todas partes, consumió
sus jornadas en recibir un sinnúmero de personas, en hacer numerosas visitas y en dar conferencias públicas. Parece increíble que tuviera
tiempo para tanto; pero hay algo que nos sorprende aún más, y es que llegaran a tanto sus fuerzas. Mas, si a pesar de su escasa resistencia
física, pudo aguantar tan continua y prolongada tensión de ánimo, sin que mermara por un instante la habitual tranquilidad de espíritu, es
indicio de un dominio de sí mismo tan heroico, que verdaderamente tiene algo de sobrehumano. También esto hay que contarlo entre sus
milagros parisienses.
Salió de París el sábado veintiséis de mayo, a eso de las nueve de la mañana, y no el veinticinco, como se afirma en otro lugar 2. Para
evitar contratiempos, no había dado a conocer la hora de la salida. Al llegar a la estación, dejó que el secretario sacara los billetes, pasó
inmediatamente al andén y fue derecho al tren. Pero algunos viajeros, que aguardaban otro tren que salía más tarde, le reconocieron y se
corrió la voz, de modo que se formó un corro de personas ante su departamento, que muy pronto llamó la atención. Tal vez no era
totalmente nuevo para nadie el nombre de don Bosco; a pesar de todo, la vista de aquel sacerdote tan sencillo y tan obsequiado picó la
curiosidad de los mismos ferroviarios.
-íEs don Bosco, ése que hace tantos milagros!, se respondía sin más a quien preguntaba.
Cuando el tren arrancó, aumentaron los saludos y él, con su sencillez y su gracia, se asomó para dar las gracias, en la persona de los
presentes, a todos sus conciudadanos. El Siervo de Dios dejaba en la inmensa capital una larga estela de afecto, y se llevaba en el corazón
los más gratos e imborrables recuerdos.
((257)) Durante un buen trecho del camino guardó silencioso recogimiento. Don Miguel Rúa y don Camilo de Barruel callaban también,
inmersos en un mar de sentimientos, que los mantenían en profunda meditación. íCuántas cosas vistas y oídas! íQué laboriosas jornadas!
íQué homenajeado por toda clase de personas había sido su buen Padre! íCuántos prodigios había obrado por su medio María
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Auxiliadora!
1 En una carta del veintidós de mayo el antiguo diputado notifica a don Bosco que su esposa, después de tres años de inmovilidad, ha
podido ir a la iglesia dos días antes (Apéndice, doc. núm. 63).
2 En la Vida en dos volúmenes (vol. II, pág. 567).
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Finalmente, la palabra de don Bosco los sacó de su ensimismamiento para decirles:
-íEs algo singular! "Recuerdas, Rúa, el camino que va de Buttigliera a Morialdo? Allí a la derecha, hay una colina; en la colina, una
casita; y, desde la casita al camino, se extiende por la pendiente un prado. Aquella pobre casita era mi vivienda y la de mi madre; a aquel
prado llevaba yo de muchacho dos vacas a pacer. Si todos esos señores supieran que han conducido en triunfo a un pobre aldeano de I
Becchi, "qué te parece?... íBromas de la Providencia!
Se habló después de los dos opúsculos escritos, por Aubineau uno y el otro por un antiguo magistrado anónimo, que se vendían en favor
de la Obra con tanto éxito, como sus retratos. Don Bosco escuchaba sin decir palabra ni hacer el más mínimo ademán, por donde se
pudiese colegir qué pensaba, hasta que, por fin, con aire de infantil humildad, exclamó:
-Quam parva sapientia regitur mundus! íSi el mundo pudiese ver quién soy yo!... íPero qué grande es la bondad y la providencia del
Señor! íDios es quien ha hecho todo esto por su infinita misericordia!
Aparta de lo que su humildad le hiciese pensar y decir, la verdad era que acababa de obtener en París un verdadero y grandioso triunfo.
Al año siguiente, resonó todavía su nombre en el Parlamento francés. Monseñor Freppel, que, como vimos, había sido testigo ocular,
pronunció en la Cámara el 2 de febrero de 1884 un importante discurso sobre la cuestión obrera, y tuvo estas expresiones:
"Vicente de Paúl, él solo hizo por la solución de las cuestiones obreras más que todos los escritores del siglo de Luix XIV. Y, en este
momento, hay en Italia un religioso, don Bosco, a quien visteis en París, que trabaja por la ((258)) solución de la cuestión obrera mejor
que todos los oradores del Parlamento italiano" 1.
Hubo quien quiso hacer el cálculo de las cantidades recogidas por don Bosco en la metrópoli francesa; pero creemos que es trabajo inúti
cualquier intento de esta clase. Es muy probable, por no decir cierto, que don Bosco no supiese, ni siquiera aproximadamente, cuánto
dinero pasó por sus manos. Casi cada tarde el hermano de la condesa De Combaud, banquero, enviaba a diversas direcciones el dinero
obtenido de la caridad parisiense, que don Bosco le entregaba sin tomar nota. Estos hombres de la Providencia, que no atesoran
1 Sacado del amplio informe de la sesión en Nouvelliste du Nord et du Pas-de-Calais, Lille, 7 de febrero de 1884.
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para la tierra, sino para el cielo, emplean en el acto los medios que a diario les suministra la generosidad ajena, y no pierden el tiempo
haciendo cálculos. El mundo tiene en ellos confianza ciega y los socorre tranquilamente, sin pensar en exigir los balances de situación,
que se hacen en los asuntos de la ordinaria administración. Ministros en grande de la caridad, operan bajo la inspección de la mirada de
Dios y, como quiera que la izquierda de quien da no debe saber lo que hace la derecha, le basta que no lo ignore aquél, que ve en lo
secreto, y así estos extraordinarios canales de la beneficencia reparten sin interrupción sus aguas, dejando a Dios el cuidado de medir la
cantidad.
En la historia de la Congregación la estancia de don Bosco en París señala un momento de suma importancia. Puede afirmarse que don
Bosco y su Obra hicieron entonces su presentación, en la metrópoli intelectual de Europa, a ese mundo que había de ser el campo de su
actividad, y la presentación resultó interesante y simpática. Desde aquel momento, empezó a florecer en torno al Fundador de los
Salesianos una literatura universal, que difundió su conocimiento entre los hombres del saber, de la autoridad y de la riqueza, abriendo a
sus hijos los caminos del bien en todas las partes de la tierra.
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((259))
CAPITULO VIII
DE PARIS HACIA EL NORTE Y HACIA EL ESTE
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EL creciente ateísmo del Estado y el progreso del socialismo hacían que los eclesiásticos más avisados y los mejores católicos de toda
Francia sintieran la imperiosa necesidad de poner remedio. Había que comenzar por dar vida o incremento a obras juveniles de carácter
popular, especialmente a las que se preocupasen de la formación profesional de los muchachos pobres y abandonados, fácil presa de los
partidos subversivos, que les inoculaban, en escuelas y talleres, la aversión y, más aún, el odio contra la Iglesia y la sociedad civil. El
ejemplo de don Bosco no podía, por tanto, ofrecerse en un momento más oportuno. Por ello, le llegaban desde distintas partes apremiantes
invitaciones para que fuese a los lugares, donde se querían organizar o incrementar instituciones semejantes a las suyas: unos deseaban
confiarle empresas de esta clase y otros, aprovecharse de sus sugerencias y consejos. Pero, desgraciadamente, sus condiciones físicas no le
permitían prolongar excesivamente las fatigas de los viajes; urgía, además, su presencia en Italia.
A pesar de todo, avanzó hacia el norte, hasta Lille, y se detuvo después, al regresar, en Amiens. Ya en camino hacia Turín, visitó Dijon
y se paró en Dôle. Pero sólo en Lille preparó el terreno para una próxima fundación, mientras que las paradas en las otras ciudades, que
encontró a lo largo del camino, proporcionaban a sus miembros fatigados ((260)) algún descanso y le ofrecían la ocasión de acercarse y
conocer a muchos buenos Cooperadores.
Llegó a Lille el cinco de mayo al mediodía y se hospedó en casa del barón de Montigny. Habíale puesto en relación con este noble señor
el común amigo Ernesto Michel, abogado de Niza, que deseaba con ardor la fundación de una casa salesiana en aquel gran centro
industrial, tan amenazado por la propaganda marxista 1. La fundación se hizo, como veremos, en 1884, asumiendo la dirección del
orfanato de San Gabriel ya existente.
1 El mismo abogado había también contribuido eficazmente a que don Bosco se decidiera a emprender el viaje a París. Véase XXVme
anniversaire de l'Oeuvre de Dom Bosco en France. Niza, 1902. pág. 112.
222
La noticia de su viaje, publicada por los periódicos de París unos días antes de la fecha, despertó en la ciudad gran expectación, de
suerte que, cuando se supo que llegaba, acudió mucha gente a recibirle. Creció el entusiasmo, al correrse la voz de que aquella misma
tarde había ido a la cabecera de una enferma y le había producido una sensible mejoría con su bendición.
Dióse la bienvenida a don Bosco con una recepción en su honor en el orfanato de San Gabriel. El piadoso instituto no había visto nunca
sus salas tan abarrotadas de ciudadanos; un par de horas antes del momento fijado, había comenzado la afluencia para la conquista de un
sitio. "El ilustre religioso, escribía la Vraie France, avanza en medio de la muchedumbre, que lo apretuja por todas partes, y va a sentarse
en un sillón algo más elevado que los otros, mientras todos los ojos se dirigen a él con ardiente y piadosa curiosidad. No sería posible
captar, en su fisonomía o en su actitud, el menor indicio de afectada modestia o de interior complacencia. Parece indiferente a lo que le
rodea y absorto con el pensamiento en algo de más arriba. Una vez colocado en su verdadero puesto, casi como un anillo de unión entre
los favorecidos y los desheredados por la fortuna, él sigue pensando en su obra y no se preocupa de sí mismo".
((261)) Los jovencitos cantaron un himno, compuesto de versos yámbicos o de seis pies, en cuatro octavas. En las dos primeras estrofas,
se comparaba el paso de don Bosco por Francia al de Jesús atravesando las ciudades de Judea, entre un tropel de madres, que le
presentaban sus hijitos para que los bendijese. En la tercera, Francia envidiaba a Italia la suerte de poseer a don Bosco; pero se daban
gracias a Dios porque en todas las partes de la tierra la obra de don Bosco hacía resplandecer el poder de Dios y su Providencia. En la
última, la ciudad de Lille se alborozaba por tenerle entre sus muros. Lille, baluarte de Francia, Lille feliz por poder hacerse eco del
entusiasmo universal, gritando: íViva don Bosco!
El saludo, que se le leyó a continuación, parafraseaba los versos añadiendo dos conceptos nuevos, a saber; que Francia se había
entregado a un arranque de conmoción y reverencia ante la aureola de sacerdote y de apóstol que brillaba en su frente, y que se
consideraba por los presentes como una gracia señalada y uno de los recuerdos más gratos el haber ocupado un puesto por un instante en
sus pensamientos 1. Seguía una relación sobre el pasado y el presente del instituto, compilado por el Presidente del consejo de
administración. Por
1 Véase Apéndice, doc. núm. 64, A-B.
223
último, tomó la palabra don Bosco. Aunque instrumento indigno e imperfecto, se ponía a disposición de los que habían solicitado su
ayuda. Felicitó a los fundadores, bienhechores y administradores del orfanato y, en particular, a las religiosas que lo cuidaban, dignas hijas
de San Vicente de Paúl; el gran héroe y perfecto modelo de la caridad cristiana añadió:
-Admiro cuanto aquí se ha hecho y yo no vengo a destruir vuestra obra, sino únicamente a mejorarla, si puedo, con vuestra colaboración
Fin de Página: 224
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Terminó invocando la bendición del Señor sobre los presentes y sobre sus familias.
También en este caso, el mencionado diario repetía en otros términos la observación de sus colegas. "Su exterior, escribe, lo mismo que
la palabra del apóstol no tiene las cualidades que suelen ((262)) producir fuerte impresión en un auditorio y que disponen a dejarse
convencer. Tiene poca voz, pronuncia defectuosamente, usa un lenguaje incorrecto y no hace el más mínimo esfuerzo por hacer menos
sensibles estas desventajas oratorias y suplir con la acción la evidente insuficiencia de la dicción. Y, con todo, este débil anciano arrastra
por donde pasa a las masas; este orador, aunque mal hablista y cuya voz se oye con dificultad, sacude e incita a los más duros sacrificios.
Si no hubiese algo más prodigioso en la vida de don Bosco, "no bastaría este milagro, que se repite cada día?".
El día siguiente, fue a hablar en la iglesia de San Mauricio; informó ampliamente de ello a sus lectores el Pas-de-Calais-Arras en los dos
números del siete y ocho de mayo. Dos clases de personas, según el periódico, conocían a don Bosco antes de que su nombre corriese,
como sucedía entonces, por toda Francia, a saber: los peregrinos de Roma, que habían sido testigos entusiastas de su actuación en Italia, y
los que, yendo a Niza en busca de salud, habían tenido también la gran satisfacción espiritual de respirar el perfume procedente de la obra
salesiana de aquella ciudad. Todos éstos, transformados después en apóstoles del apóstol, iban cambiando sus penosas peregrinaciones po
piadosas oraciones, convirtiéndolas también en instrumento de salvación para muchos.
Después de esta observación preliminar, el corresponsal hacía la presentación de don Bosco en estos términos: "Es un sacerdote
avanzado en años que sube al púlpito con dificultad y ayudado por otros; saluda modestamente al auditorio y, siempre de pie, pues le
cuesta trabajo arrodillarse, se concentra unos segundos cerrando los ojos; sus descarnadas facciones, que nos recuerdan al cura de Ars, se
transfiguran
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en la oración. El predicador comienza con una voz que no es alta ni baja; tiene acento extranjero, pero se expresa de manera fácil de
entender; habla con sencillez, sin alardes de elocuencia, sin animarse siquiera, menos cuando trata de Dios, de la religión y de salvar las
almas. Ese sacerdote, ese predicador es don Bosco".
((263)) Los orígenes de los oratorios y de los hospicios, la fundación de las dos familias religiosas, las Misiones de América, la pía
Unión de Cooperadores, la exhortación final a la limosna, fueron, como de costumbre, el tema de su discurso. "Don Bosco, nota el
articulista, tiene un estilo muy peculiar para estimular a la caridad; marcha derecho al fin que se propone sin perifollos y sin rodeos de
palabras. Monedas de oro y plata llenaron después las bandejas presentadas a los asistentes por las señoras postulantes". El artículo
concluye con estas palabras: "Ya la voz común dice que este sacerdote es un hombre extraordinario. Ayer se apiñaba en Lille, a su
alrededor, una nube de gente que le impedía el paso; todos querían besar su mano, y obtener su bendición, y, en voz baja, el pueblo, que
tiene menos prudencia que la Iglesia, pero muy raras veces se encuentra en contraste con ella, admiraba las obras realizadas por él y, al
mismo tiempo, la profunda humildad de su autor (...). A nuestra patria, después de haber tenido el honor de venerarlo y bendecirlo, le
quedará, dentro de poco tiempo, la obligación de sostener las obras surgidas por su inspiración y transmitir a la historia el recuerdo de un
hombre que ama a Francia, porque Francia ama y practica la santa virtud de la caridad".
Todas las mañanas daba audiencia en el orfanato de San Gabriel, después de celebrar la misa; allí iban a recogerle para acompañarlo a
visitar enfermos o para ir a almorzar en casa de familias distinguidas, que se disputaban el honor de sentarlo a su mesa. Fueron tantas las
invitaciones, presentadas con antelación en la administración del orfanato, que fue preciso hacer una lista. Cuando se le enseñó la nota con
la indicación de los lugares, adonde día tras día tenía que ir a las horas de las comidas, la leyó con atención, y dijo después a don Miguel
Rua:
-íMira qué horario! Yo esperaba una nota que dijera: Hoy visita a tales iglesias, después peregrinación a tal santuario; pasado mañana
ayuno y retiro; luego conferencia espiritual. Y en cambio, fíjate: ícomida, comida y comida! Bendito sea Dios.
No profirió estas palabras con tono áspero, que no era su ((264)) costumbre, sino con un aire de sencillez resignada, que movió a risa a
los presentes.
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Estos convites no eran para él un descanso, sino que, por el contrario, le cansaban bastante; sin embargo, sabía llevar siempre a ellos la
nota alegre, pues no había nada mas opuesto a su espíritu que, en tales casos, servir de molestia a sus comensales. Una vez le sirvió el
barón de Montigny vino de Frontignan y exclamó don Bosco, después de beberlo:
-íVino excelente! Es realmente bueno. íUn poco más!
Y al decir esto alargaba la copa. De buenas a primeras pareciéronle extrañas aquellas exclamaciones a alguno de los convidados; pero no
se tardó en comprender que era un honor que hacía al vino para honrar al dueño de la casa o también, como se sospechó, una broma para
encubrir la virtud. Desde entonces, el señor de Montigny cambió el nombre a su vino de Frontignan, y lo llamó vino de don Bosco.
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El día diez de mayo le preparó un solemne banquete la Dirección de escuelas católicas, cuyo fundador y patrono era el señor Jonglez de
Ligne. Ocho días antes había escrito este ferviente católico al secretario de don Bosco: "Espero, que el santo Religioso pueda hacernos
este honor. Será el más eficaz estímulo para nuestra obra de las escuelas católicas, que cuenta ya con once mil niños arrancados a la
enseñanza atea". A los postres, presentaron un pastel sobre el cual se levantaba como un monumento, hecho de dulce, una bonita estatua
de María Auxiliadora y, al quitarla, apareció la iglesia de Valdocco. Reinaba entre los comensales la mas sincera alegría. Al hablar de los
agasajos que había recibido don Bosco en París, dijo alguien que tenía sobrado motivo para enorgullecerse por tantos triunfos. Pero don
Bosco callaba. Entonces otro le preguntó:
-Ea, díganoslo; "qué piensa usted de todo esto?
Con bonachona y algo cómica seriedad, contestó:
-Pues... estoy pensando si me conviene, o no, ser orgulloso.La inesperada respuesta provocó un estallido de buen humor.
((265)) La obra de la escuela católica tenía un himno, que se cantaba con ocasión de colectas o de reuniones públicas. Fue ejecutado
también entonces por un coro de muchachos. Era un poema guerrero. Su marcial estribillo expresaba maravillosamente el ardor de los
nuevos cruzados, entrados en liza para defender los derechos de Dios contra la laicización de la escuela. Brindó en nombre de los
dirigentes el señor Pablo Tailliez, augurando que la presencia del "santo Religioso" comunicara a los miembros de la asociación una
chispa del ardor que todo lo inflamaba de gloria por Jesús, por la salvación de las almas y especialmente por la cristiana regeneración de la
juventud mas necesitada. Otro señor, que había visitado cuatro años antes el
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Oratorio, habló en nombre de todos los asociados, preguntando al "san Vicente de Paúl italiano" el secreto que le permitía hacer tanto
bien. Resultó notable, por más de un motivo, este paso: "Nos escriben nuestros amigos de París que usted viene a nosotros como la
paloma del arca de Noé para anunciar a nuestro pobre país el fin del diluvio revolucionario; en efecto, hemos notado que su llegada a Lille
coincidía con la fiesta de San Pío V, el Papa de la victoria de Lepanto, el glorioso siervo de Aquella, que usted honra con un culto especia
bajo el título de Auxilio de los Cristianos. Al ramito de olivo une usted la azucena de la Virgen Inmaculada. Le aplaudimos,
reverendísimo Padre, en esta tierra de Francia, donde hace ocho siglos que florecen gloriosamente los lirios. Déjenos esperar que su visita
sea presagio de su reflorecimiento, porque nuestra patria no quiere dejar de llamarse el reino de María".
Era lógico que, frente al ateísmo oficial, recordaran con nostálgico pensamiento el pasado monárquico los que bajo la tercera república
se lamentaban de ver cómo se rompían, uno tras otro, los lazos de otro tiempo entre religión y patria; pero don Bosco se guardó mucho en
toda circunstancia de proferir una palabra que, aun de lejos, pudiese saber a política. Le fue ofrecida, por último, una medalla de la obra,
((266)) que llevaba la cruz en el anverso y el lirio del escudo de la ciudad en el reverso 1. "Con el corazón henchido de gratitud", la señora
Niel agradecía por carta a don Bosco el honor y la satisfacción que proporcionaba a su familia al aceptar la invitación para el mediodía del
viernes, día once, en Roubaix, ciudad situada a poco más de diez kilómetros de Lille. También el marido, que había asistido a la
conferencia de San Mauricio, consideraba aquella visita como "un gran favor".
Sirvióle una comida espléndida un señor, cuyo linaje y apellido callan nuestras fuentes. El ojo de don Bosco contemplaba la
magnificencia de los preparativos y el valor de los platos; qué pensamientos pasaban, mientras tanto, por su mente, lo reveló hacia el fin,
cuando llegó el momento oportuno y dijo al anfitrión:
-Desearía, señor, satisfacer una curiosidad. Desde que nos hemos sentado a la mesa, todavía no me he podido librar de ella.
-Diga, diga, contestó el señor.
-Pero quizás resulte demasiado indiscreta mi pregunta.
-Diga, diga con toda libertad.
-Quisiera saber cuánto ha costado esta comida.
1 Véase Apéndice, doc. núm. 65, A-C.
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-Si sólo es ésa su curiosidad puedo contestarle inmediatamente.
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Dicho esto, mandó llamar al cocinero y se lo preguntó. El cocinero fue a consultar el libro de las provisiones y volvió con la respuesta;
de la cocina habían salido víveres por valor de doce mil quinientos francos.
-Ahora que lo sabe, "está usted satisfecho?, le preguntó el señor.
-Sí y no. Doce mil quinientos francos para honrar al pobre don Bosco son verdaderamente un gasto excesivo. Si mis muchachos
supieran que don Bosco hace gastar tanto para él en una comida, se quedarían asombrados. "No habría ((267)) sido mejor, dirían ellos,
que le hubieran dado el dinero para proporcionarnos panecillos?
-íPuede hacerse perfectamente lo uno y lo otro!, exclamó su interlocutor que, si ciertamente era rico, también sabía portarse con
magnificencia.
En efecto, antes de que los comensales se levantasen de la mesa, acercóse un jovencito con mucha gracia a don Bosco y, diciéndole un
cumplido, le presentó un sobre cerrado sobre una preciosa bandeja. Cuando don Bosco lo abrió, se encontró con billetes de banco por
valor de doce mil quinientos francos.
Nos ha llegado el recuerdo de otros hechos extraordinarios, a más del mencionado al comienzo. El primero se refiere personalmente a la
señora Philippal De Roubaix. Tenía la señora las piernas tan entorpecidas que cada paso le costaba agudos sufrimientos. La llevaron a la
iglesia donde se encontraba el Santo; diole éste la bendición y una medalla, y curó al instante. Jamás sufrió molestias de aquella clase.
El señor Santiago Thery tenía un hijito raquítico, que no podía caminar, ni casi moverse. Lo acercaron los padres a don Bosco y éste le
pasó ligeramente la mano sobre sus brazos y sus piernas. Aquel tocamiento bastó; el niño cobró vigor y, libre del mal, creció fuerte y sano
Más llamativo todavía fue otro prodigio. Una huerfanita de Aire-sur-Lys había llegado a tal extremo, víctima del escrofulismo, que ni
siquiera se la podía admitir a la primera comunión; tenía, además, una pierna tan torcida que difícilmente podía tenerse en pie. La señorita
Clara Louvet, que había ido a Lille para ver a don Bosco, le entregó una carta del abate Engrand 1, en la que recomendaba a sus oraciones
a la pobre criatura. Era un sábado por la tarde; don Bosco metió la carta en el bolsillo para leerla cuando pudiese. Pues bien, sucedió que,
a primeras horas de la noche del lunes al martes, la
1 Véase vol. XV, cap. XIX.
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enferma fue acometida por atroces espasmos; ((268)) después se durmió apaciblemente y, al amanecer, despertóse y gritó a una tía suya:
-íTía, estoy curada!
En efecto, las úlceras estaban cerradas y tenía las piernas tan ágiles que fue en persona al abate para darle la alegre noticia. Cuando, en e
1891, se envió al Oratorio la relación del hecho prodigioso, la huerfanita había crecido normalmente y disfrutaba de óptima salud.
Vivía, frente al orfanato de San Gabriel, el señor Cordonnier, rico comerciante de vino. Hacía algún tiempo, acariciaba un partido
matrimonial, pero no había manifestado todavía a nadie su intención.
Quiso, como muchos otros, visitar a don Bosco para presentarle sus respetos, ofrecerle sus servicios y, si tenía oportunidad, pedirle
consejos sobre su porvenir. Fue, pues, a él, y no le dio tiempo a abrir la boca, porque el Santo le dijo, nada más verle:
-Sí, sí; decídase por la que usted desea.
En el monasterio de las Bernardas, de Esquermes, arrabal de Lille, yacía sor María Clotilde en el lecho del dolor: en el intervalo de ocho
meses, había recibido dos veces los últimos sacramentos, cuando don Bosco llegó a su cabecera. Le había dicho la Superiora, mientras le
acompañaba a la enfermería:
-Don Bosco, tenemos una hermana, que recibió los sacramentos en diciembre, y todavía no consigue levantarse ni tenerse en pie. "No
podría usted lograr que se pusiera mejor? Sería un gran recuerdo de su visita al monasterio.
Don Bosco miró a la enferma, bajó después la cabeza dos minutos, como si estuviese en oración y, levantándola, dijo claramente:
-Vivirá... y largo tiempo... y así podrá ser útil a la comunidad...
Después, con aire sonriente, añadió:
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-Hasta los cien años, si fuera menester.
Estas palabras hicieron creer que todo lo había dicho de broma. En cambio, no parece que quisiera bromear. No había hecho promesa
alguna de curación, sino de vida larga; y, en efecto, la religiosa no sólo curó, sino que vive todavía (1934) con sus buenos ochenta y dos
años, ofreciendo cada día al Señor sus sufrimientos para bien de la comunidad, a la que de ((269)) este modo es útil de veras, como había
dicho don Bosco. Por lo demás, años atrás tenía también mejorías periódicas, que le permitían, incluso, trabajar en el colegio.
La comunidad se encuentra hoy en Ollignies (Bélgica), adonde se trasladó hace treinta años después de la ley de expulsión de los
religiosos. Entonces se trataba precisamente de abrir allí una casa sucursal.
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La religiosa encargada de gestionar la apertura se encontraba en Lille, cuando pasó por allí don Bosco, y le recomendó su plan.
-"Bajo qué título, preguntó, honraréis a la Virgen en el nuevo monasterio?
La Superiora, después de pensarlo un momento, contestó:
-Bajo el de la Virgen del Bosque, porque..
.
Don Bosco no la dejó acabar y añadió:
-Mejor será que la llaméis la Virgen Auxiliadora. íLe gusta mucho a Ella prestarnos su auxilio!
La propuesta agradó; y por eso, desde entonces, se honra a la Virgen con esta advocación en el monasterio de Ollignies.
En la visita que hizo al Asilo femenino de las Cinco Llagas, le dijo la Superiora:
-Don Bosco, usted que hace milagros, obtenga que se salven todas las que mueren aquí dentro.
-íMadre!...; se limitó a contestarle el Santo.
Y replicó la monja:
-Tenemos en casa una veneranda octogenaria agonizando. Venga a bendecirla y a enviarla al paraíso.
Don Bosco le rogó que le acompañara hasta ella. Cuando estuvo cerca, la observó un instante, recogióse después en oración y le dio la
bendición; volvióse luego a la Superiora y dijo:
-Ya está, Madre; su ruego ha sido escuchado.
En efecto, la buena anciana, apenas bendecida, había entregado placidísimamente el alma a Dios.
No queremos pasar por alto un gracioso episodio, sucedido en el colegio de las religiosas del Sagrado Corazón. Le presentaron la
alumna, Germana D..., que pertenecía a una familia con veintidós hijos. Como era muy pequeña de estatura, temía que ello fuese
impedimento para hacerse religiosa; así que, al pasar delante del Siervo de Dios, tuvo el valor de decirle:
((270)) -Padre, "quisiera usted rezar para que yo crezca?
-Hija, contestó el Santo, crecerá... pero en otra parte.
Al poco tiempo, volaba la joven allá, donde todos alcanzan la estatura perfecta.
Había entre las presentes una antigua alumna, que se sentía llamada a abrazar la vida de sus maestras y hubiera debido ingresar en el
noviciado el ocho de junio, día de su veintiún cumpleaños, y su edad canónica; pero, atraída por las dulzuras domésticas, pensaba esperar
todavía. Don Bosco, después de una platiquita, pasaba en medio del auditorio, recibiendo los donativos que le ofrecían y dando cada vez
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las gracias con un penetrante Dieu vous le rende, cuando llegó a aquélla, se paró y, mirándola fijamente, le preguntó:
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-Bueno, "cuándo es la partida?
No necesitó más; era la voz de Dios: el ocho de junio entró en Conflans como novicia.
Es gracioso el caso de los señores de Montigny, que todavía recuerdan las mismas religiosas. Se casaron de edad ya avanzada, y habían
tenido dos hijas, a las que, alrededor del año 1875, enviaron al colegio de las religiosas del Sagrado Corazón para que las educaran; pero
la delicada constitución de las niñas era causa de continuas angustias para los pobres padres. En efecto, la mayor, María Teresa, murió a
los quince años y la otra, Amelia, dieciocho meses después, víctimas ambas de tuberculosis pulmonar. La casa de sus padres se convirtió
en casa de luto y de tristeza. Algunos amigos les facilitaron una entrevista con don Bosco en Niza, y el santo derramó en aquellos
corazones el bálsamo del consuelo, exhortándolos a ayudar a la juventud pobre y abandonada. Más tarde, después de haber gozado de su
hospitalidad en Lille, les susurró, en el instante de la salida, una palabra singular:
-Hay que preparar una cuna.
Aquella palabra se divulgó poco a poco, y llegó también a oídos de monseñor Alfredo Duquesnay, Arzobispo de Cambrai, bajo cuya
jurisdicción estaba la ciudad de Lille, que no era todavía sede episcopal.
-Si tienen un hijo, dijo, quiero ser yo el padrino.
No transcurrió un año cuando los dos buenos señores acariciaban a un bebé, heredero suspirado de su nombre y de sus haberes.
Monseñor mantuvo la palabra. El arcipreste ((271)) de San Mauricio, que debía bautizar al recién nacido, al encontrarse ante padrino tal,
le rogó le indicara cómo debía comportarse ante su Arzobispo en aquella sagrada ceremonia.
-Actúe como si yo fuese un diocesano cualquiera, le contestó bondadosamente Monseñor.
Se impuso al bautizado el nombre del padre y el del Arzobispo. El testigo, que nos refiere estos detalles, vio en 1897 a la madre, ya
viuda, sin más consuelo en este mundo que aquel hijo del milagro, como ellos solían llamarlo 1.
El joven subdiácono jesuita, José Crimont, nos describe la maravillosa gracia que él mismo recibió. Ayudó dos veces a don Bosco a
celebrar la santa misa. La primera fue el día seis de mayo, en la capilla
1 Carta del cisterciense, Mauricio Berthe, a don A. Auffray, noviembre de 1934.
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de las damas del Asilo, tan abarrotada de público que, para ir de la sacristía al altar, se requirió un largo cuarto de hora, porque a cada paso
cercaba al Siervo de Dios un nuevo grupo de personas. "íQué misa!, escribe el subdiácono de entonces. Era la misa de un Santo; su cara
resplandecía con luz sobrenatural". De nuevo estuvo junto a él durante el sacrificio divino el joven religioso: fue en la iglesia de la
Adoración, así llamada porque en ella estaba continuamente expuesto el Santísimo Sacramento. El mismo gentío, el mismo entusiasmo, la
misma devoción que el día anterior y, para el joven religioso, la misma impresión de santidad. Estaba él dispuesto a seguirle hasta donde
le fuese permitido, con tal de poder hablarle para pedirle un favor. Llegó el momento oportuno cuando el Santo volvió a la sacristía. Al oír
su deseo, preguntóle don Bosco qué quería.
-Tengo poca salud, respondió. Querría tener tanta fuerza que me bastase para poder ser enviado a las Misiones. Mi aspiración es llegar a
ser misionero.
-Hijo mío, le dijo amablemente don Bosco, ((272)) recibirá esta gracia. Cada día, en la acción de gracias después de la misa, rezaré con
este fin.
íCosa singular! El hijo de San Ignacio, que hacía tiempo buscaba inútilmente la salud, recobró tan pronto y tanto las fuerzas que, al poco
tiempo, fue enviado como profesor al colegio de Saint-Servais en Lieja, y al año siguiente, pasó a Saint Hélier, el gran Seminario francés
de la Compañía, para seguir allí sus estudios y prepararse al presbiterado. Se hablaba mucho por aquellos años de las misiones jesuíticas
en las Montañas Rocosas y le parecía al futuro levita sentir una voz interior que le señalaba allá, bajo el frío polar, el campo de su
apostolado. Ordenado sacerdote, recibió la obediencia para las Misiones de la India, pero, el año 1894, los Superiores lo trasladaron a
Alaska, donde fue nombrado Vicario Apostólico por la Santa Sede el año 1916.
Seleccionamos alguna otra pequeña noticia sacada de varias cartas.
El nueve de mayo celebró la misa en el monasterio del Sagrado Corazón, y las religiosas colocaron bajo el mantel del altar un papel en
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el que habían escrito sus intenciones particulares; el día doce, fue a celebrar a las Carmelitas y accedió a sus deseos, escribiendo unas
palabritas con su firma al pie de unas estampitas que le presentaron: el día trece celebró la misa en la iglesia de San Esteban. Parece que
visitó también el monasterio del Buen Pastor, el convento de las religiosas Franciscanas y el de las religiosas de Nuestra Señora del
Socorro.
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La señorita Josefina Pierson le consultó acerca de su vocación y obtuvo esta respuesta: Le bon Dieu vous appelle. (El buen Dios le
llama). Sin embargo, hizo contestar después a una carta suya que se atuviese a cuanto le había dicho ya, pero siguiendo el consejo de su
confesor. La señorita Delarue agradecía sus oraciones, que obtuvieron el saludable efecto de una pacificación doméstica, de la que
parecían perdidas todas las humanas esperanzas. El Arzobispo de Cambrai le agradecía la visita hecha a aquella ciudad, y el haber
aceptado el orfanato ((273)) de San Gabriel; le suplicaba, además, que fuera a bendecir a una benemérita señora de Lille, muy enferma:
"Vaya, querido Padre, a bendecirla, insistía el Obispo, como el Señor bendijo a la suegra de san Pedro, y que su bendición obtenga el
mismo efecto" 1.
En una carta escrita por una señora de Lille a don Miguel Rúa, después de la muerte del Santo, se aprecian los beneficios espirituales
que producían sus visitas a las personas enfermas; el dulce recuerdo de sus consejos y de sus palabras de aliento; la paciencia y
resignación que le había infundido para soportar una enfermedad, que la torturaba desde hacía trece años; el cariño fiel y generoso a las
obras de aquél, que, sin embargo, no le había obtenido la curación 2.
El día dieciséis de mayo partió de nuevo hacia París. Hizo una parada en Amiens, donde había un buen grupo de Cooperadores.
Probablemente fue huésped del vizconde de Forceville, que lo había invitado 3, y que después le dio efusivas gracias de la bonne visite 4.
Celebró a las diez en la catedral. Aunque es una iglesia muy grande, la muchedumbre llenaba toda la nave central. Después del evangelio,
don Bosco subió al púlpito. Estaba éste adosado a una gruesa pilastra, adornada en la base por una estatua colosal de san Vicente de Paúl,
en actitud de levantar una mano al cielo e indicar con la otra a un niño que está a sus pies; pero, aquella mañana, los oyentes tenían la
ilusión de que el Santo francés de la caridad quería abrazar con ambas manos al predicador italiano de la caridad.
A primeras horas de la tarde, visitó un Patronato. Enfermos y sanos no le daban tregua; se paraban ante él muchas madres cercadas de
sus hijos y con el más pequeño en brazos; todos imploraban su bendición. Era una lucha de manos y pies para llegar a tocarlo. Una riada
de gente lo siguió acompañándolo ((274)) a la estación y, cuando
1 Véase Apéndice, doc. núm. 66.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 67.
3 Habiendo leído en el Univers la inexacta noticia de que don Bosco iría a Lille el día treinta de abril, le había escrito allí en dicho día,
dándose por muy honrado de hospedarlo en su casa.
4 Véase Apéndice, doc. núm. 68.
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subió al tren, tuvo que asomarse a la ventanilla para bendecir a la muchedumbre, que aguardaba de rodillas aquella gracia. Un periodista,
que había tomado asiento en su departamento, impresionado ante un espectáculo tan nuevo, le hizo un donativo y quiso que le inscribiera
entre los Cooperadores Salesianos. El corresponsal de cierto semanario, aludiendo a la fama de sus milagrosas curaciones, escribió que los
mayores milagros eran dos: uno el agolparse de tantas personas ávidas de ver y oír a un pobre anciano y el otro el multiplicarse de las
conversiones 1.
También allí se tenía una confianza ilimitada en sus oraciones. La señora de Franqueville pedía la curación de su hija y se conformaba
con que el secretario de don Bosco le escribiese solamente: "Don Bosco ha rezado", o bien "Don Bosco rezará"; estas dos palabras la
dejarían "contenta y tranquila". Otra señora, sentía no haberse encontrado en Amiens, al paso de don Bosco, y pedía una toute petite
prière para ella, angustiada por penas interiores, para el abuelo enfermo, para otro miembro de la familia necesitado de conversión, para
los cinco hijos, para el marido y para una hermana carmelita. Don Bosco le hizo contestar que con gusto rezaría por ella y por los suyos y
que le enviaba su bendición.
Vivía en Amiens una joven de diecinueve años con su familia poco practicante y poco amiga de dar. Aquel día se oyó en casa que don
Bosco había llegado a la ciudad y que visitaba a las personas acaudaladas, pidiendo limosnas para las obras salesianas y que ciertamente
iría también allí. Entonces la dueña dijo a la joven que no se le podía dar nada y que, para no tener que contestar con una negativa, no se
dejaría ver; que hablara ella a don Bosco y la disculpara. Efectivamente, se presentó el Siervo de Dios con su secretario. La joven lo
recibió con todo el respeto posible y le insinuó ((275)) lo mejor que pudo, que no había nada que esperar de aquella casa. Don Bosco le
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miró y le dijo:
-Hija, usted tiene espíritu de prudencia; consérvelo y Dios velará por usted. Tendrá que esperar todavía mucho, pero ingresará en una
Congregación que nacía cuando usted nació; nos volveremos a ver.
En efecto, la volvió a ver unos días después, con otra familia y, señalándola a quien estaba a su lado, dijo:
-La conozco... Dios vela por esta joven.
Aquella joven tuvo que esperar trece largos años todavía para poder seguir su vocación, pues, hasta 1896, no ingresó en las Hermanitas
1 La Semaine réligieuse de Niza, domingo, 21 de mayo de 1883 (Apéndice, doc. núm. 69).
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de la Asunción y, hasta 1900, no supo, al leer la biografía del padre Pernet que acababa de publicarse, que los orígenes de la nueva
Congregación se remontaban al mes de mayo de 1864, que eran precisamente el mes y el año de su nacimiento 1.
Después de parar, como ya hemos narrado, otros diez días en París, don Bosco salió para Dijon y se detuvo allí tres días, hospedado en
el suntuoso palacio de la marquesa de Saint-Seine, de la calle Verrerie. Llegó el domingo por la mañana y fue a celebrar la misa en las
Carmelitas, que ya se lo habían pedido el trece de abril por medio de su capellán. Lo acompañó don Miguel Rúa. Lleváronle ante todo a la
enfermería para visitar a la Madre Priora, que estaba muy mal, y después se presentó a toda la comunidad. "Después de cincuenta años,
escribe una de aquellas monjas, estoy viendo todavía a don Bosco tranquilo, recogido, como quien vive más en otro mundo que en éste" 2
Una religiosa le preguntó en italiano si la Madre curaría.
-Recibirás con la medida de tu fe, le contestó.
((276)) Aquella confesó después que entonces tenía poca fe en la curación. Pasó después a la capilla, que encontró abarrotada de gente.
A su entrada y durante la celebración, se hubiera podido oír volar una mosca; tan hondamente estaban sumidos los presentes en la idea de
que asistían a la misa de un santo. Después de leer el evangelio, se volvió y dijo entre otras cosas:
-Recemos mucho por la reverenda Priora de este Carmelo, para que Dios la conserve todavía por algún tiempo en su comunidad, donde
todavía es necesaria.
La madre María de la Trinidad no curó; pero, sin embargo, vivió hasta el 4 de noviembre de 1889 3.
Durante las primeras horas de la tarde, visitó el colegio de San Ignacio, donde se celebraban las primeras comuniones de los alumnos. E
lunes dio una conferencia en Nuestra Señora de la Buena Esperanza. Había tanto gentío que se cantó tres veces el Magnificat, durante el
tiempo que tardó en llegar desde la puerta de la sacristía a
1 Véase Mère Marie de Jésus, pág. 331. Narra en ella la religiosa que el segundo encuentro fue de nuevo en Amiens. Si es así, don
Bosco volvería otra vez allá, pero no quince días después, como ella afirma. Confirmaría este regreso lo que leemos en una carta del señor
Caille, presidente del Patronato. Escribía éste a don Camilo de Barruel el dieciocho de mayo: "Las últimas palabras del reverendo don
Bosco han sido para los corazones de los que las han oído; ellos esperan, todos nosotros esperamos poder tener al reverendo Padre la
próxima semana". Pero es verosímil que el segundo encuentro haya sido antes de que saliera don Bosco.
2 La que nos informa, hace acerca de don Miguel Rúa esta observación: "Don Miguel Rúa nos dio también, aunque de otra manera, la
impresión de un santo, de otro Luis de Gonzaga".
3 La colecta alcanzó los quinientos nueve francos.
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la escalerilla del púlpito. La mañana del miércoles celebró la misa en San Miguel y, por la tarde, visitó un orfanato del abate Chanton en la
calle de San Filiberto.
Su presencia en Dijon despertó el mismo interés y provocó las mismas demostraciones que en París y en Lille. "Este hombre de tan
humilde aspecto, decía en Le Monde del veintinueve de mayo un corresponsal de Dijon, está tan cansado por el trabajo y los viajes que
parece no tener fuerzas y, sin embargo, contesta a todas las preguntas, multiplica los discursos, prodiga en todas partes bendiciones y
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oraciones, se interesa por las necesidades de cuantos invocan su apoyo ante Dios y, al mismo tiempo, recomienda a la caridad cristiana las
obras colosales que él dirige. La gente corre tras él, ansiosa de verle y tocar su sotana, porque siente emanar de todo su ser la fascinación
de la santidad y descubre la intervención sobrenatural en la fecundidad de su apostolado y en las gracias extraordinarias que obtiene".
La noticia todavía incierta y lejana de su paso le ((277)) había proporcionado cartas de invitación de distinguidas personas 1. Ya había
recibido el diez de abril, un carta muy hermosa del marqués de Saint-Seine, rogándole que visitara Dijon y, en términos cordialísimos, le
ofrecía hospitalidad. El veintiocho de abril le pedía la vizcondesa del mismo nombre, ya segura de su ida, en nombre de todos los suyos, e
honor de servirle una comida en su palacio, a la hora que más le acomodara; la condesa Max de Vesvrosse buscaba el día primero de mayo
obtener una breve audiencia; le suplicaba, con expresiones de edificante humildad, el ocho de mayo, un vicario de la catedral que fuera a
bendecir una obra juvenil por él fundada; el veintidós de mayo un subdiácono le escribía desde Poiseul, con gran fervor y viva confianza,
diciéndole que se presentará a él en Dijon con el hijo de una distinguida Cooperadora, "para que lo bendiga, y que él también necesita que
don Bosco le obtenga la salud para poder seguir en su vocación" 2.
Le llegaron cartas durante su estancia en la ciudad. El capellán de las Ursulinas de Monthard se encontró con don Bosco cuando salía
del palacio episcopal y se arrodilló a sus pies, pidiéndole la bendición. El Santo le contestó con amabilidad: Ab illo benedicaris, in cuius
honore cremaberis (Bendito seas por aquél en cuyo honor te quemarás),
1 En Lille, había recibido una cordial invitación para ir a Besancon a casa de la cooperadora salesiana Le Bon: ""No va a ser Besancon
tan favorecida como las otras ciudades que usted recorre, desde que anda por Francia? íEstá tan cerca de Dijon! "Sería atrevimiento, M. R
Padre, poner mi piso a su disposición, dado el caso de que pueda dedicar unas horas a nuestra ciudad? íQué dicha sería para nosotros y, al
mismo tiempo, cuántas bendiciones nos traería!".
2 Véase Apéndice, doc. núm. 70, A-F.
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explicando que él no sería mártir de la fe, sino de la caridad. Esta explicación lo dejó tan satisfecho que después le escribió, para
encomendarse vivamente a sus oraciones. Otros invocaban bendiciones para la curación de los enfermos o para la conversión de los
pecadores; algunos agradecían su visita y enviaban donativos; muchos le recomendaban intenciones especiales 1.
((278)) Hay cartas, con fecha posterior al viaje y aun a la vida del Siervo de Dios, que contienen recuerdos de su estancia en Dijon. Es
extraordinaria la de un empleado. Había prometido a don Bosco el diez por ciento sobre los eventuales aumentos de su sueldo. Habiendo
conseguido con el nuevo año un aumento de cien francos mensuales, enviaba en enero de 1884 la primera cuota, recordando siempre con
gratitud el encuentro.
Pero los recuerdos más conmovedores se encuentran en las cartas de pésame escritas a don Miguel Rúa en febrero de 1888. "Es para mí,
escribe la marquesa de Saint-Seine, un recuerdo entrañable, y que considero como un verdadero regalo del cielo, el haber acogido bajo
nuestro techo a aquel verdadero san Vicente de Paúl". La señora Le Mire menciona la curación de su nuera, obtenida por el "querido
santo", pero no tenemos ninguna noticia de este hecho 2.
Una comunicación escrita recientemente nos informa con todo detalle de un episodio acaecido en Dijon e ignorado hasta ahora. Una
noche fue don Bosco a cenar en casa de señor de Charentenay, óptimo cristiano, que invitó para una velada en su honor a algunas señoras
y señoritas, amigas de sus hijas. Alrededor de las nueve y media, como deseara retirarse el Santo, se acercó a aquellas personas, que se
levantaron y le abrieron paso en el salón; el señor De Charentenay le daba el brazo. Caminaba despacio y con dificultad. La joven
Enriqueta De Broin, algo tímida, estaba escondida detrás de las compañeras, que aguardaban en corro junto a la puerta. Don Bosco
avanzaba sin decir nada y sin detenerse con nadie, pero, al llegar allí cerca de la salida, de pronto se detuvo y levantando la cabeza para
mirar detrás de las espaldas de las otras, fijó la mirada en aquella señorita y le dijo:
-Hija, usted piensa en la vocación y hace bien; rece.
Salió después, bajó y se dirigió al coche.
La señorita De Broin no había dicho absolutamente nada a nadie ((279)) acerca de las inquietudes, que le agitaban en torno a su
porvenir, por lo cual entonces, confusa, desapareció de allí, sin que nadie supiera
1 Véase Apéndice, doc. núm. 71, A-E.
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2 Véase Apéndice, doc. núm. 72, A-D.
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dónde y cómo se había eclipsado. A la mañana siguiente, embargada todavía por la conmoción, reveló su estado de ánimo a una
confidente; el padre, al darse cuenta de su turbación, no quiso que volviese a ver a don Bosco y, sin decir el motivo, la llevó al campo.
Afligida por este alejamiento, la señorita De Broin escribió a don Bosco una carta antes de salir, haciendo que se la llevara una señora
amiga. Cuando el Siervo de Dios la leyó, dijo que recordaba a quien la había escrito y, como le preguntaran si había contestación, dijo:
-No; que siga rezando.
La joven profesó más tarde entre las religiosas del Cenáculo en Versalles.
La bendición de don Bosco fue también beneficiosa para la hermana de esta religiosa. Se encontró con él comiendo en casa de un amigo
de la familia y advirtió su gran sencillez y bondad en el trato, pero especialmente aquella mirada penetrante, que parecía leer los secretos
de los corazones. Era joven y algo mundana, por lo que no tenía ganas de acercarse a él; pero tuvo que seguir al padre, que la llevó a
recibir su bendición, mas procuró no levantar los ojos para no llamar la atención de don Bosco sobre ella, pues esto la habría puesto en un
brete. Sin embargo, también ella entró en el Cenáculo, pocos años después de la hermana, considerando esta vocación como una gracia
insigne, por la que, como escribe, se considera obligada a expresar cada día su agradecimiento a don Bosco.
Don Bosco salió de Dijon el día veintinueve, a las cinco de la tarde; lo esperaba en Dôle la familia De Maistre. El Conde, su antiguo
amigo y gran bienhechor del Oratorio, le colmó de atenciones con todos los suyos. Pero don Bosco sólo pasó allí la noche, pues, el día
treinta por la mañana, poco después de celebrar la misa, siguió viaje hacia Turín. Llevaba consigo cuatro o cinco paquetes de cartas sin
abrir todavía, que llamaron la atención de los empleados de la aduana en Modane; pero las explicaciones ((280)) que se les dieron, fueron
aceptadas cortésmente y pasaron los paquetes. Con un largo mes de trabajo y la ayuda de algunos secretarios, se despachó después toda
aquella correspondencia, pues era costumbre de don Bosco no dejar nunca una sola carta sin respuesta, aunque fuese insignificante o
escrita por un niño 1; es más, no dejaba de enviar, al menos un acuse de recibo, aunque se tratara de una simple tarjeta de visita.
Durante esta larga narración, no hemos tenido en cuenta las noticias
1 El que esto escribe, recuerda haber oído decir en 1885 a un insigne predicador, con maravilla de los que lo rodeaban, que don Bosco
contestaba incluso las cartas de los chicos.
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que se publicaban en los periódicos italianos sobre el viaje de don Bosco por Francia, porque no encontramos en ellos nada nuevo, pues
no hacían mas que repetir sumariamente las informaciones procedentes de la prensa francesa 1. Nos pareció singular únicamente una
correspondencia de París al anticlerical Sécolo de Milan, cuando anunció la salida del "taumaturgo", como lo llamaban 2, encabezando el
artículo con el retrato del Siervo de Dios. Entre otras cosas decía que don Bosco hubiera podido escribir de su viaje como César: Veni,
vidi, vici. Y añadía: "íQué fuerza de voluntad tiene este cura! Fue pastor de ovejas hasta los quince años, se ordenó a los veintiséis, fue
encargado de visitar las cárceles de Turín, le vino la idea de recoger muchachos abandonados y pervertidos; sin tener un ochavo, mofado,
perseguido, ((281)) triunfó en todo y contra todos. "Lo creeríais? Dirige ente alrededor de ciento sesenta establecimientos, esparcidos por
Italia, Francia, España y América; mantiene y educa a unos ciento cincuenta mil pobrecitos. íValiente socialista este cura!". La Unità
Cattolica de Turín, una sola vez en su vida, daba la razón al diario milanés, con el que sostenía polémicas a diario, diciendo que, con toda
verdad, se podía llamar a don Bosco socialista, porque era de hecho el salvador de la sociedad. También estas chanzas periodísticas tienen
su valor; pero dio en el blanco, mejor que todos, un periódico portugués, el cual demostró que el viaje de don Bosco a París había sido "un
argumento de fe" 3.
1 En el melodioso concierto no podía faltar la nota disonante y astrosa. Dióla el Fra Paolo Sarpi, diario protestante valdense de Venecia
(n.° 24, del veintidós de junio), con un artículo que comenzaba así: "Los diarios clericales han contado las maravillas de don Bosco en
París. Hizo allí su aparición, dio conferencias, sermones y ganó prosélitos para el vaticano. Pero, íay de mí! La propaganda religiosa de
este reverendo parece muy sospechosa. La obra fundada por él no es ni más ni menos que una empresa comercial muy sucia". Para probar
su afirmación, el director tenía la cara dura de hacer suyo, con pequeñas variantes, un artículo de Giustina del año anterior, como si el
hecho narrado fuera reciente y sin preocuparse por saber si era verdad o calumnia. No podía recibir don Bosco un trato más indigno; pero
aquel señor era un sacerdote que había dejado de serlo.
2 Núm. del 22 de junio de 1883. Desde hacía veinte o más días don Bosco estaba en Turín; pero el diario, que seguramente lo ignoraba,
publicó con retraso la correspondencia.
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3 A Cruz do Operaio, Lisboa, 1 de junio de 1883.
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((282))
CAPITULO IX
SIETE MESES DE DON BOSCO EN EL ORATORIO:
FIESTAS Y SUCESOS
LAS noticias que llegaban al Oratorio, sobre los triunfos de don Bosco en París, se comunicaban después de las oraciones de la noche y
entusiasmaban a todos, pero no así las de su salud, que creaban un tanto de aprensión. Por eso, se rezaba mucho por su feliz retorno. Los
muchachos, de acuerdo con sus superiores inmediatos, se comprometieron a hacer durante la novena de María Auxiliadora un número
determinado de comuniones, y cada uno se apuntaba en su grupo a las que quería.
Le esperaban con verdaderas ansias, hasta que llegó el día treinta y uno de mayo por la mañana hacia las nueve. Acudieron a recibirle,
junto con los muchachos, algunos señores de la ciudad; y estaba también el marqués de Avila, buen cooperador español, que permaneció
unos días en el Oratorio. Sólo quien recuerda la vida de aquellos tiempos puede comprender el júbilo, la fiesta, el alborozo, que llenaban
de satisfacción toda la casa en semejantes ocasiones. Entre gritos de alegría, aplausos y armonías musicales atravesó don Bosco el patio,
caminando lentamente hacia el pórtico, sobre cuya arcada central campeaba esta inscripción: Padre querido, Francia te honra, Turín te
ama. Subió a un estrado. Sonreía, miraba el sombrero que tenía en la mano, y dijo:
-Tal vez os parezca ((283)) que, con este sombrero francés, don Bosco ya no es el de antes. No temáis, queridos míos, yo soy siempre el
mismo, siempre vuestro afectísimo amigo, mientras Dios me deje un hilo de vida. En Francia os recordaba cada día y rezaba por vosotros;
recibía con mucha satisfacción vuestras cartas, vuestras noticias y he experimentado también la eficacia de vuestras oraciones. Y ahora,
después de cuatro meses de ausencia, me alegro de estar otra vez con vosotros, que sois mi alegría y mi corona. Deseo que el próximo
martes, cinco de junio, hagamos una fiesta espléndida en honor de María Auxiliadora que, como buena Madre, nos ha asistido durante el
viaje y nos ha alcanzado de Dios muchas gracias y favores para
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vosotros. Tengo muchas cosas que deciros, mas, por ahora, basta;
quiero ir a celebrar la santa misa en el altar de María Auxiliadora...
Estas palabras, proferidas con paternal afecto, conmovieron a todos y arrancaron lágrimas de ternura a muchos. Todos los muchachos lo
siguieron espontáneamente a la iglesia. Después de una noche de tren, pasada muy incómodamente, aunque extenuado de fuerzas y, a
pesar de lo avanzado de la hora, había querido mantenerse en ayunas para poder celebrar. Al final, se entonó el himno de acción de gracias
1.
La mencionada inscripción era una sencilla variación de otra del 1867, que decía: Roma te honra, Turín te ama. Se repitió, por tanto, un
hecho análogo: entonces se molestaron los romanos y ahora se disgustaron los franceses. En realidad, ni la una ni la otra decían la verdad;
pues, adonde quiera que fuese, don Bosco despertaba a su alrededor porfías de amor y él prefería ese amor a todos los honores. Pero la
culpa fue del decorador, que creyó dar una gran sorpresa haciendo, por su cuenta, reaparecer así modificada la inscripción de 1867; si lo
hubiese consultado a los superiores, éstos no se lo habrían permitido.
((284)) FIESTA DE MARIA AUXILIADORA
Aquella misma tarde, dio don Bosco una conferencia a los Cooperadores en la iglesia de San Francisco., de acuerdo con el aviso e
invitación enviados desde París el día veinticinco. Sacerdotes y seglares llenaron el sagrado recinto. Habló durante casi una hora. El tema
fue que, vistas las condiciones de los tiempos, la educación moral de la juventud constituía una de las obras más importantes, a la que era
menester entregarse. Alabó los esfuerzos ya hechos por los católicos de distintos países con este fin y puso de relieve los progresos
alcanzados por los Salesianos en este campo. A continuación, empezó a hablar de su viaje por Francia, mostrando lo mucho que
apreciaban allí la unión de Cooperadores el clero y los seglares. Tocó por último el tema de los medios de cooperación. No eran ideas
nuevas para los Cooperadores turineses; los que iban a escuchar a don Bosco, iban para oírle a él, dijera lo que dijera y no para oír
novedades.
La segunda conferencia fue para las Cooperadoras y la dio también él, en la iglesia de María Auxiliadora, la víspera de la fiesta.
Demostró que María ama a la juventud y, por consiguiente, ama y
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1 Unità Cattolica, 3 de junio de 1883.
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recompensa a cuantos prodigan sus cuidados en favor de la juventud. Ella ama a la juventud por estos motivos: porque es Madre, y las
madres miran con más ternura a los hijos todavía niños que a los que ya son adultos, porque los niños son inocentes, porque éstos son
fáciles a dejarse seducir y, por tanto, necesitan más compasión, más ayuda y defensa y porque le recuerdan más al vivo a Jesús, que pasó
la infancia, la niñez y la juventud bajo sus ojos. De aquí se deduce que María ama y recompensa a las personas que atienden al bienestar
espiritual y corporal de los jovencitos y les obtiene de Dios gracias especiales.
-Mirad, dijo, esta iglesia. Hace pocos años, había aquí un campo de maíz, judías y patatas. Hacía falta una iglesia para reunir a los
jovencitos de estos barrios y de otros más apartados. Pues bien, como estaba destinado a atender a la juventud, ((285)) que necesitaba ser
educada en el santo temor de Dios, María concurrió de modo maravilloso, e hizo que se levantara, diría yo, a fuerza de milagros realizados
en favor de los que aportaban su limosna.
Contó algunos hechos prodigiosos, acaecidos durante la construcción, y siguió diciendo:
-Y no se acabaron los favores de María, al terminar la construcción, sino que, por el contrario, siguen siendo más numerosos que antes.
Son cosas que hacen llorar de ternura. Ultimamente, por donde yo pasaba, en Francia me contaban curaciones inesperadas, pleitos y
discordias arregladas, conversiones y muchas otras gracias obtenidas por intercesión de María Auxiliadora por personas bienhechoras de
la juventud pobre.
La fiesta, retrasada por razones litúrgicas y preparada con el mayor esmero, resultó una imponente y suave desmostración de amor filial
a María Auxiliadora. íCuántas oraciones! íCuántas comuniones! íCuántas misas! Cantos y ceremonias eran ya el encanto de esta
solemnidad. Pontificó monseñor Segismundo Brandolini, Obispo titular de Orope y auxiliar de Céneda. Los numerosos forasteros, entre
los cuales figuraba un escogido grupo de señores franceses, quedaron edificados y admirados. Fueron mayordomos de la fiesta dos
franceses. La señora Ferrand, parisiense, bienhechora de don Bosco, y el escritor católico, Alberto Du Boys, lionés, antiguo magistrado,
que acabó de madurar durante su estancia el plan de un trabajo sobre don Bosco y sus obras 1. En la comida, y para honrar a algunos
huéspedes, don Bosco pronunció un brindis en francés, con saludos y acción de gracias
1 ALBERT DU BOYS, Dom Bosco et la pieuse Société des Salésiens, París, Gervais, 1884.
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para el señor Obispo, alabanzas para la Francia católica, augurios para los mayordomos, invitación para tributar un aplauso al teólogo
Margotti, allí presente, valeroso director de la Unità Cattolica 1.
((286)) Uno de los temas de conversación fue el viaje a París con las correspondientes demostraciones que lo acompañaron. El dejaba
hablar; pero su humildad supo encontrar oportunamente la manera de manifestarse. A un comensal italiano, confidente suyo, díjole en voz
baja y riendo:
-íCuántas veces me encontraba embrollado sin saber qué hacer!
El Obispo se quedó cuatro días en el Oratorio. El último día dio las
buenas noches a los aprendices y terminó de esta manera:
-Me voy con el corazón emocionado, profundamente impresionado por todo lo que he visto. Iré a la comarca de Venecia y hablaré de
don Bosco en todas partes, de su admirable institución, de las majestuosas funciones religiosas a que he asistido, de sus piadosos alumnos
y diré: -No es verdad que esté apagada la fe, que haya muerto la piedad, que ya no se celebren espléndidas funciones y que haya
desaparecido el sentimiento católico. No, contestaré, id a Turín a la casa de don Bosco y allí veréis que el culto sagrado es estupendo, que
los cantos os elevan a los cielos, que ochocientos jóvenes practican la piedad y la religión de una manera verdaderamente edificante (...).
íAh, con qué alegría me quedaría con vosotros y viviría vuestra vida!
Las últimas palabras no expresaban únicamente un piadoso deseo, como al poco tiempo se vio. Este Prelado, hijo de familia condal, no
perdió el recuerdo afectuoso de don Bosco, del Oratorio y de la vida salesiana; por lo cual en el mes de agosto, después de madura
reflexión, pidió retirarse a la sombra del santuario de María Auxiliadora. Tenía sesenta años. Estaba dispuesto a dejar, si lo lograba, toda
insignia episcopal, para no distinguirse en nada del resto de la comunidad y vivir como un súbdito más de don Bosco. Pensaba que allí
podría atender al confesonario y dar instrucción religiosa. Tan pronto como obtuviese del Santo una palabra de asentimiento, presentaría a
Papa
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1 DU BOIS (obra citada, pág. 301). Escribe sobre este brindis: "Le hemos oído pronunciar un brindis en francés, en la intimidad de un
numeroso banquete, dado el día siguiente a la fiesta de María Auxiliadora en su oratorio de Turín. Habló de una manera muy agradable:
estaba felizmente inspirado, lleno de oportunidad, amenidad y jovialidad". Algunos franceses se adhirieron a la fiesta con cartas a don
Bosco; entre otros, el abate Engrand de Aire, que comunicó una gracia muy grande (Apéndice, doc. núm. 73), y la señora Quisard, que
envió una cuantiosa limosna para la iglesia del Sagrado Corazón (ibídem, doc. núm. 74).
243
una súplica, acompañándola con ((287)) un certificado médico y una carta de recomendación del cardenal de Canossa, obispo de Verona;
esperaba otra del Patriarca de Venecia y pedía todavía una más a don Bosco. Deseaba, además, que el teólogo Margotti escribiese en su
favor a Prelados influyentes de Roma. El motivo de esta decisión era que el cargo episcopal le resultaba superior a sus fuerzas 1.
Don Bosco le contestó:
Excelencia Reverendísima:
El generoso pensamiento que mueve a V. E. a retirarse de la sede episcopal de Céneda para venir a ejercer el sagrado Ministerio con los
pobres Salesianos, sería un acto, muy honroso para V. E., ya conocido por muchos títulos y méritos. Yo no me atrevería a esperar tanto,
mas si el Padre Santo da su consentimiento a esta decisión y si V. E. puede uniformarse a nuestro humilde estilo de vida, la Congregación
Salesiana aplaudiría su venida entre nosotros, especialmente en este momento en que todos los miembros de esta naciente familia
Salesiana pueden decirse agobiados por el trabajo.
Mientras tanto, rezo y hago rezar a nuestros huerfanitos para que Dios nos guíe y nos haga conocer el camino por donde podremos
promover mejor su mayor gloria y el bien de las almas.
Su humilde servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
Una vez conocidas las favorables disposiciones de don Bosco, Monseñor envió al Papa la súplica por medio del Patriarca, a quien rogó
se constituyera en abogado suyo ante el Padre Santo, lo cual le prometió hacer el Eminentísimo Purpurado; pero confiaba también en los
"poderosos medios", que don Bosco tenía en Roma 2. Pero sus deseos quedaron frustrados. Era obispo coadjutor con derecho a sucesión,
y esta circunstancia aconsejó a la prudencia del Pontífice mantenerle en su puesto. En efecto, sucedió en marzo de 1885 a monseñor
Cavriani.
((288)) CONFERENCIAS DE SAN VICENTE, SOCIEDAD OBRERA DE NIZZA MONFERRATO
Y SANTA INFANCIA
Turín fue una de las ciudades de Italia, donde más cuajaron las conferencias de San Vicente de Paúl; por eso, en 1883, se festejó
solemnemente en aquella ciudad el primer cincuentenario de su institución,
1 Véase Apéndice, doc. núm. 75.
2 Carta a don Bosco, Céneda, 25 de septiembre de 1883.
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Don Bosco, a quien se debía en gran parte el mérito de aquel florecimiento, no podía ser olvidado por los socios, al menos en la clausura
de los festejos, puesto que su prolongada ausencia no le había permitido participar en otras manifestaciones. Las fiestas finalizaron el diez
de junio con funciones religiosas en la iglesia de los Santos Mártires, cuna de la obra, y con un banquete social. Con este motivo, los
socios presididos por monseñor Pampirio, obispo de Alba, se reunieron en el Oratorio, donde fueron recibidos por don Bosco con la
solemnidad de las grandes recepciones. "Allí, escribió entonces un diario de la ciudad 1, se sentaron a la mesa fraterna, honrados con la
apreciada presencia del Venerando Superior de aquel instituto. Fue un verdadero ágape cristiano, condimentado con santa alegría,
alegrado con sincera cordialidad y coronado con las palabras de Monseñor, de don Bosco y de algunos otros personajes. íY qué hermoso
fue el lenguaje, henchido de caridad, en aquel mismo lugar, que es un monumento viviente y perenne de caridad". Aquellos señores
salieron del Oratorio, no sólo satisfechos, sino admirados y embargados de conmoción por la generosa acogida.
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El domingo siguiente, llegó al Oratorio una delegación de la Unión Católica Obrera de Nizza Monferrato para entregar a don Bosco un
diploma, que lo declaraba miembro honorario de aquella sociedad. Don Bosco aceptó agradecido el homenaje y dijo que se consideraba
feliz por participar en el bien, que hacía una sociedad, que él había favorecido, en otros tiempos, de diversas maneras y que tenía su sede
en una ciudad por él tan querida.
((289)) Aquel mismo día por la tarde, fue a Nichelino, municipio próximo a Turín, para contentar al párroco y complacer a las Hijas de
María Auxiliadora, que tenían allí un asilo infantil, y predicó la fiesta de la Santa Infancia. Pintó al vivo el estado lastimoso de muchos
pobres niños en los países de infieles; describió los esfuerzos de los misioneros para salvarlos y bautizarlos; narró lo que los Salesianos y
las Hijas de María Auxiliadora hacían por los niños de Patagonia; y exhortó, por último, a todos los padres a inscribir a sus hijitos e hijitas
en la Obra de la Santa Infancia.
FIESTA ONOMASTICA Y CUMPLEAÑOS DE DON BOSCO
El día onomástico de don Bosco no era simplemente una fiesta del Oratorio, sino que había adquirido carácter de una demostración
popular
1 Corriere di Torino, 12 de junio de 1883.
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al hombre de la caridad. Escribía, en efecto, un semanario turinés 1: "Nada más entrar en la casa, quedamos admirados al ver aquella gran
multitud de personas, hombres de letras, poetas, actores, hombres del pueblo, artistas, mujeres, ricos, braceros, jóvenes, ancianos,
estudiantes y artesanos, sacerdotes y tenderos, periodistas y tipógrafos, nobles y mendigos; aquello era un mar de cabezas, había un gentío
tan apiñado que no se podía dar un paso, todos estaban apretados como sardinas en banasta. "Y para qué? Para ver a don Bosco. Todo
Turín estaba allí para ver a ese hombre popular como ninguno, un hombre del que un demócrata de alto grado decía hace muy poco:
"-En Turín no hay más que dos hombres verdaderamente populares, Gianduia 2 y don Bosco".
Para evitar repeticiones, diremos sólo lo suficiente para recoger preciosas palabras del festejado.
Don Bosco habló varias veces; pero sólo ha llegado hasta nosotros el contenido de dos charlas. La primera fue para los representantes de
los antiguos alumnos, llegados, como de costumbre el día veinticuatro por la mañana para presentarle sus felicitaciones y regalos. Le
ofrecieron la corona de madera ((290)) dorada, que estuvo en otro tiempo colgada sobre el altar mayor. Fue costeada con espontáneas
ofrendas recogidas entre los primeros jóvenes del Oratorio, esparcidos a la sazón por muchas partes. Leyó, en nombre de todos, un
afectuoso discurso y declamó, ademas, una poesía original, don Honorato Colletti, cura párroco de Faule. Don Bosco, después de expresar
la satisfacción que experimentaba en aquel momento, al ver a los representantes de sus numerosos y amadísimos hijos y agradecer el
precioso regalo, siguió diciendo:
Verdad es que el orador y poeta, al hablar de don Bosco, cayó en piadosas exageraciones y empleó la figura retórica llamada hipérbole;
pero es ésta una licencia perdonable a los hijos que, al manifestar sus sentimientos, siguen más lo que les dicta el corazón que lo que les
sugiere la mente. Pero no olvidéis que don Bosco no fue ni es más que un mísero instrumento en manos de un artista habilísimo, de un
artista sapientísimo y omnipotente, que es Dios; désele, por tanto, a Dios toda alabanza, todo honor y toda gloria.
Por lo demás, ha dicho muy bien nuestro querido don Honorio, al afirmar que el Oratorio ha hecho hasta ahora grandes cosas; y yo os
añado que, con la ayuda de Dios y con la protección de María Auxiliadora, hará otras todavía mayores. Además de la ayuda del cielo,
también nos ha facilitado y facilitará obrar el bien la misma naturaleza de nuestra obra. El fin que nos proponemos resulta agradable a
todos los
1 La Stella Consolatrice, 30 de junio de 1883.
2 Personaje gracioso del teatro popular piamontés.
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hombres, sin excluir a los que no piensan como nosotros en materia de religión. Si alguno nos hace la guerra, hay que decir que no nos
conoce o no sabe lo que hace, Nuestra obra sólo busca la instrucción cívica y la educación moral de la juventud abandonada o en peligro,
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para alejarla del ocio, de la mala vida, del deshonor y, tal vez, de la misma cárcel. Por tanto, "qué hombre sensato, qué autoridad civil
podría impedírnosla?
He estado, como sabéis, últimamente en París y hablé en varias iglesias para explicar la razón de nuestras obras y, digámoslo
francamente, para sacar dinero, con que pagar el pan y el arroz para nuestros jóvenes, que no pierden nunca las ganas de comer. Pues bien
había entre los oyentes algunos que sólo habían ido para conocer las ideas políticas de don Bosco. Ya se sabe, unos suponían que yo había
ido a París para armar la revolución, otros para buscar adeptos a un partido; y, por eso, hubo personas de bien que temían realmente que se
me gastara alguna mala broma. Pero, desde mis primeras palabras, se desbarataron todas las ilusiones, se disiparon todos los temores y
dejaron a don Bosco en libertad para recorrer Francia de punta a cabo.
No, de ningún modo, no hacemos política con nuestra obra. Respetamos a las autoridades constituidas, acatamos las leyes que se deben
cumplir, pagamos los impuestos y seguimos adelante, sólo pedimos que nos dejen ((291)) hacer el bien a la juventud pobre y salvar almas.
Si se quiere, también nosotros hacemos política; pero completamente inofensiva, más aún, ventajosa para toda clase de gobierno. Se
define la política como la ciencia y el arte de bien gobernar al Estado. Ahora bien, la labor del Oratorio en Italia, en Francia, en España, en
América, en todos los países donde ya se ha establecido, puesto que se dirige especialmente a ayudar a la juventud más necesitada, tiende
a disminuir los díscolos y vagabundos, a mermar el número de los pequeños delincuentes y ladronzuelos, a vaciar las cárceles; tiende, en
una palabra, a formar buenos ciudadanos que, en vez de molestar a las autoridades civiles, les servirán de apoyo para mantener el orden, la
tranquilidad y la paz en la sociedad. Esta es nuestra política; es la única de la que nos hemos ocupado hasta ahora y nos ocuparemos en lo
porvenir.
Y es precisamente este método el que ha permitido a don Bosco hacer el bien, primero a vosotros y, después, a tantos otros jóvenes de
toda edad y lugar. Y, además, "para qué entrar en política? "Qué podríamos alcanzar con todos nuestros esfuerzos? Nada más que
imposibilitar, tal vez, nuestra obra de caridad. La política de hoy día puede considerarse como una locomotora, que corre veloz sobre los
raíles, arrastrando tras sí un convoy, quizás hasta dar en un despeñadero y en la ruina. "Queréis colocaros en mitad de la vía para pararla?
Os aplastará. "Queréis gritar para espantarla? No oye y os desgañitaríais inútilmente. Por tanto, "qué hacer? Ponerse a uno y otro lado y
dejarla pasar hasta que se pare por sí misma o la pare Dios con su poderosa mano.
Desde luego, tiene que haber en el mundo quienes se interesen por la política, para aconsejar, señalar los peligros y otras cosas; pero no
nos compete esta finalidad a nosotros pobrecitos. Por el contrario, la religión y la prudencia nos dicen:
-Vivid como buenos cristianos; trabajad por la educación moral de vuestros hijos, enseñad bien el catecismo. Esta, repito, es la conducta
de don Bosco, el cual es tan poco dado a la política que ni lee los periódicos; que sea ésta también vuestra conducta, queridos hijos míos...
A la fiesta del veinticuatro siguieron las dos invitaciones a los antiguos alumnos seglares y a los eclesiásticos, para el domingo, quince, y
247
el jueves, diecinueve de julio, respectivamente. No pudo don Bosco acompañar a los primeros, porque estaba, como veremos, en
Frohsdorf con el conde de Chambord, pero hizo que le supliese don Juan Cagliero. En cambio, volvió a tiempo para la segunda reunión.
íY qué feliz parecía en el ágape fraterno, viéndose rodeado por tantos sacerdotes, que se consideraban siempre hijos suyos! ((292)) Sobre
la cabecera de la mesa se leían precisamente las palabras del salmo: Filii tui sicut novellae olivarum in circuitu mensae tuae. (Tus hijos
como renuevos de olivo en derredor de tu mesa). El no pudo ocultar su alegría y susurró al oído del teólogo Reviglio:
-Estos sacerdotes son la niña de mis ojos.
Al llegar a los postres, hizo la segunda plática de las que tenemos noticia. Después de un exordio de ocasión y tras haber afirmado y
demostrado que la ayuda de Dios y de María Santísima no le habían faltado nunca al Oratorio ni a las otras obras salesianas, repitió una
observación que ya le hemos oído hacer en otra parte:
De algún tiempo acá andan diciendo los periódicos que don Bosco hace milagros. Es un error. Don Bosco nunca lo ha pretendido, ni ha
dicho que hiciera milagros, y ninguno de sus hijos debe colaborar a propagar esta falsa idea. Digamos claramente cómo están las cosas:
don Bosco reza y hace rezar a sus muchachos por las personas que a él se encomiendan para obtener una u otra gracia, y Dios, en su
infinita bondad, las más de las veces, concede las gracias pedidas, aun extraordinarias y milagrosas. Pero don Bosco tiene tan poco que ve
con ello que, a menudo, las gracias se obtienen sin que él se entere.
María Auxiliadora es la taumaturga, la que realiza las gracias y milagros en virtud del alto poder que ha recibido de su divino Hijo. Ella
sabe que don Bosco necesita dinero para dar de comer a tantos pobres jovencitos que pesan sobre sus hombros; Ella sabe que es pobre y
que, sin socorros materiales, no puede llevar adelante las obras emprendidas en favor de la religión y de la sociedad, y entonces, "qué hace
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María? Como buena Madre que es, va en su busca, se acerca a los enfermos y les dice:
-"Quieres curar? Pues bien, haz caridad a esos pobres muchachos, da una mano a esas obras, y yo te daré la caridad de la curación.
Ve que en una casa reina la desolación, por culpa de un hijo calavera, y dice al padre y a la madre:
-"Quieres que este desgraciado deje la mala vida? Pues bien, ayuda por tu parte a alejar de los peligros del alma y del cuerpo a esos
pobres muchachos abandonados, y yo pondré a tu hijo en mejor camino.
En conclusión, para no alargarme demasiado, María Auxiliadora consuela de mil modos a los que ayudan al Oratorio y a nosotros no
nos queda más que ser dignos de su protección.
Y si María ayuda a los hijos del Oratorio, os ayuda también a vosotros, que lo fuisteis otrora y os alegráis de serlo todavía. Vivid
siempre como buenos sacerdotes, como os lo enseñó e inculcó este vuestro viejo amigo; desvivíos por la salvación de las almas que
caminan desgraciadamente a la ruina; ((293)) atended, especialmente, a la juventud de vuestros pueblos, en la que está la esperanza de la
sociedad; estad unidos
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al que es Cabeza de la Iglesia, al Vicario de Jesucristo. Amémonos siempre, recemos los unos por los otros, y vosotros rezad sobre todo
por el pobre don Bosco, que se acerca cada día más a la muerte, para que, por la misericordia de Dios, podamos salvarnos todos y con
nosotros salvar innumerables almas.
Era muy cierto que la Santísima Virgen operaba los milagros y no don Bosco; pero no era menos cierto que la Virgen favorecía las
oraciones de don Bosco más que las de ningún otro que se sepa. Un semanario francés 1 concluía con estas palabras un artículo titulado
Regina Coeli en alabanza de María Santísima: "Entre las gracias innumerables obtenidas en todo el mundo cristiano, por intercesión de la
Virgen, las más señaladas de los últimos tiempos son tal vez las que Dios concedió a don Bosco, uno de sus apóstoles más favorecidos".
Desde 1875 en adelante, también se celebró el cumpleaños de don Bosco con creciente solemnidad en el día de la Asunción, que
erróneamente se creía era el aniversario de su nacimiento. Por vez primera, en 1883, don Miguel Rúa invitó con una circular, en la que
precedía la noticia de las Cuarenta Horas y de la fiesta de san Luis. Hay una carta escrita por el conde de Castagnetto para esta ocasión 2,
de la que una vez más se desprende el gran aprecio y afecto que la clase aristocrática de Turín profesaba a don Bosco. Ausente de la
ciudad, el conocido hidalgo atestiguaba, sin embargo, a don Miguel Rúa que había participado "en el feliz cumpleaños del venerado y
querido amigo" y añadía después: "Si, en sesenta y ocho años, ha sabido atesorar tantas preciosas joyas, que brillarán en su corona en el
cielo, el fruto de sus fatigas quedará en la tierra para santificar a numerosas almas en uno y otro hemisferio. Siga Dios dispensándole
durante muchos años bendiciones ((294)) para consuelo de las almas buenas y para cumplir los deseos del que besa su mano con
reverencia".
Será, sin duda, objeto merecedor de particular estudio el crédito y afecto, que don Bosco halló entre la aristocracia de todos los países;
los datos, que ya abundan, se acrecentarán todavía más. En julio había llegado a Turín María Pía, hija de Víctor Manuel II y reina de
Portugal. Su primera dama de honor fue a ver a don Bosco para que le entregara una estampa con alguna palabra escrita de su puño y letra
De vuelta a la soberana, se la enseñó y ésta le manifestó el deseo de tener también ella otra con un autógrafo. Al día siguiente, veinticinco
de julio, volvió la dama a Valdocco para ello y satisfizo su
1 La Semaine religieuse de Arras, 1.° de diciembre de 1883.
2 Moncalieri, 17 de agosto de 1883.
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deseo 1. La misma dama, al dar a don Miguel Rúa el pésame por la muerte de don Bosco, escribía: "Me alegro de haber tenido la dicha de
conocer personalmente a este santo padre en el último viaje de nuestra Reina, María Pía, a Turín. Tenía yo el honor de acompañar a Su
Majestad y me impuse el deber y logré la dicha de visitar a aquél, a quien conocía por la fama y tanto deseaba ver: siempre conservaré el
recuerdo del aire de bondad y benevolencia con que recibió mis visitas". Pedía por último un objetito cualquiera que hubiera pertenecido
al Siervo de Dios y otro para un sacerdote conocido suyo, que había tenido "en gran veneración al venerado y tan llorado Padre" 2.
UN ARBITRAJE
En el verano de 1883 recibió don Bosco inesperadamente una señal de alta consideración de parte de León XIII. Jacinto Pedro Marietti,
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director de la tipografía de Propaganda, había estipulado el año 1869 con el padre Bernardino de Portogruaro, Ministro General de los
Menores Observantes, un contrato ((295)) privado para reimprimir las obras completas de san Buenaventura. Se haría la edición en
sociedad, con seiscientos ejemplares para cada una de las partes. En principio, se quería simplemente preparar una edición más completa y
ordenada que las antiguas; pero después sobrevinieron proyectos más amplios, los cuales requerían profundos estudios preparatorios.
Marietti aceptó y se ofreció a colaborar en los gastos para adquisición de libros, transcripción de códices, viajes y cosas por el estilo. Con
esto sostuvo la Orden durante diez años la carga de veinte sacerdotes, dedicados a visitar bibliotecas y archivos por diversas naciones de
Europa. Mientras tanto, Marietti se había trasladado a Turín; y, por otra parte, los padres colaboradores sentían la necesidad de tener cerca
de su casa la tipografía, para poder vigilar personalmente la impresión. Esto fue posible, después de adquirir una casa en Florencia, puesto
que, anteriormente, por efecto de las leyes de supresión, la Orden no poseía casa propia ni siquiera en Roma. Entonces fue parecer
unánime de los padres editores que la edición se llevara a una tipografía próxima a la capital toscana o bien a Prato. Tanto cambio de
circunstancias pareció que autorizaba a creer caducado el antiguo contrato, por lo que se confió el trabajo a otro tipógrafo.
1 De este hecho fue testigo don Joaquín Berto, que lo declara en el proceso.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 76,
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Cuando Marietti se enteró de esto, se enfadó y exigía que se mantuviese el contrato hecho o se le indemnizase por su honor y por su
interés, con la cantidad de ochenta mil liras. Con respecto al honor, le propuso el Ministro General que aceptara la reimpresión del
Breviario de la Orden, con lo cual todos verían que no había ruptura, y él podría obtener una buena ganancia con el encargo de quince mil
ejemplares. Marietti se negó en redondo, y escribió al cardenal Bilio, penitenciario mayor, pidiendo la facultad de llevar al General a los
tribunales del Reino. Su Eminencia le contestó que había tribunales eclesiásticos y podía recurrir a la Sagrada Congregación de Obispos y
Regulares. Marietti negó su confianza en las decisiones de esta Congregación, porque, ya en otra ((296)) causa, le había desestimado la
demanda, y envió varias cartas improcedentes al Cardenal, el cual se indignó y no le contestó. El otro no desistió, sino que acudió al
tribunal de comercio de Roma pidiendo reparación de daños por valor de ochenta mil liras. El tribunal aceptó las conclusiones del
abogado florentino Feri y se declaró incompetente. Marietti llevó la causa al tribunal civil, y éste sentenció en su contra, condenándolo,
además, al pago de todas las costas del juicio.
En estos extremos, Marietti recurrió al Padre Santo. Cuando el Papa se informó del estado de la cuestión, ordenó al General que se
entendiera con don Bosco, para que se arbitrase una transacción amistosa. El General que, de regreso de Francia, se había parado en Turín
comunicó a don Bosco la voluntad del Padre Santo. Con este motivo recibía don Bosco el primero de julio la siguiente tarjeta de visita: P.
LUCAS ANTONIO TURBIGLIO, párroco de Santo Tomás, Turín. Se encuentra de paso en Turín, el Rvdo. Padre Bernardino de
Portogruaro, Ministro General de los Franciscanos, que desea saludar al Rvdo. don Bosco "podría recibirle mañana por la mañana en el
Oratorio? "A qué hora? -1.° de julio de 1883". Don Bosco hizo contestar: "De las diez de la mañana a las doce".
Oído el deseo del Papa, don Bosco se entregó inmediatamente al estudio de la controversia. No le resultó difícil obtener el asentimiento
de Marietti que, por ser un hombre muy devoto de la Santa Sede, se declaró dispuesto a hacer lo que el Papa quería. De este modo, gracias
a la intensa actividad, con que acostumbraba atender al despacho de sus asuntos, al cabo de unos diez días, logró formular las condiciones
definitivas del acuerdo. Es un documento, que, dentro de su sencillez, revela toda la delicadeza, digámoslo así, diplomática y, al mismo
tiempo, toda la caridad cristiana del Siervo de Dios.
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Conciliación amistosa
Para secundar las buenas intenciones del Rvmo. P. Bernardino, Ministro General de la Orden Franciscana, y las del ((297)) Caballero,
Tip. Pontif. Jacinto Pedro Marietti, he aceptado con gusto el actuar de árbitro en un contrato celebrado entre ellos sobre la edición de las
obras de san Buenaventura.
Para hacerme una idea clara del litigio, he creído conveniente leer lo que se imprimió y escribió sobre el particular; he oído también las
razones de personas de probada virtud, amén de las reflexiones de ambas partes.
Así pues, me he convencido de que esta controversia debe resolverse amistosamente fuera de los tribunales. En consecuencia: el señor
Marietti, como insigne bienhechor de la Orden Franciscana y como donante del terreno, donde se está terminando la construcción de la
iglesia de San Antonio para la mencionada Orden, desiste de la indemnización pedida, que los peritos tasaron en ochenta mil liras, pero
reduce su pretensión al ofrecimiento, que el Rvmo. Padre General juzgue hacer por la iglesia de su Orden, a la que el caballero Marietti
desea seguir favoreciendo cada vez más.
En cuanto a los gastos de suministros, viajes, trabajos de copistas, correos, intereses, que, en total se elevan a la cantidad de nueve mil
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veintidós liras con quince céntimos, a favor del caballero Marietti, quedaría limitada a siete mil liras.
Conclusión
De este modo la cuestión, que ante los tribunales civiles se elevaba a la cifra de ochenta y nueve mil veintidós liras y quince céntimos,
quedaría reducida a la cantidad definitiva de siete mil liras que el Rvmo. P. Bernardino pagaría al caballero Marietti; más el ofrecimiento
que, a su beneplácito, juzgue hacer para acabar la mencionada iglesia de San Antonio.
Después de esto, ambas partes harán una declaración, por la que se prometan amistad, benevolencia y ayuda en todo lo que les sea
posible para promover la gloria de Dios y el bien de las almas.
Esta paz y esta amistosa transacción será también del agrado del mismo Santo Padre. El, como padre piadoso que es, experimenta la
satisfacción de ver a dos de sus hijos, calificados por títulos, obras católicas y obsequio a la Santa Sede, volver a la concordia y paz, que
cada día recomienda constantemente el Supremo Jerarca de la Iglesia.
Turín, 13 de julio de 1883.
JUAN BOSCO, Pbro.
No debió de ser casual la fecha del catorce, elegida para remitir a las partes la sentencia arbitral, puesto que coincide precisamente con la
fiesta de san Buenaventura.
Marietti aceptó a ojos cerrados esta propuesta de ((298)) transacción 1; también el General de los Franciscanos quedó satisfecho. Es
1 Véase Apéndice, doc. núm. 77. No hemos encontrado la correspondiente declaración de la otra parte, ni siquiera en el archivo de la
Curia Generalicia en el Convento de San Antonio en la calle Merulana de Roma. Un legajo, que allí se conserva, documenta el de la causa
hasta el momento en que, en nombre del cardenal Bilio, protector de la Orden, y por orden del Papa, se piden informes sobre la naturaleza
del pleito.
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evidente que el General, al obligarse a dar para la iglesia en construcción, daba a la Orden y no tenía que rendir cuentas a nadie. Así, aque
mismo año, los Franciscanos de Quaracchi pusieron manos a la obra, para presentar los diez tomos de la magnífica edición crítica de
Doctoris Seraphici S. Bonaventurae Opera Omnia.
EN EL TERREMOTO DE CASAMICCIOLA
La caridad de don Bosco tuvo pronto una nueva ocasión para manifestarse en el campo, que le era más apropiado. Un terrible
movimiento sísmico sacudió el día veintiocho de julio toda la isla de Ischia, al norte del golfo de Nápoles, y arrasó Casamícciola, linda
población situada en las faldas del monte Epomeo, que era una de las más importantes estaciones termales. Italia entera se conmovió por
el desastre; los Obispos hicieron llamamientos al corazón de los fieles, para que ayudaran a socorrer a los desgraciados supervivientes.
También monseñor Vogliotti, vicario capitular de la archidiócesis de Turín, exhortó a tender la mano para aligerar las desdichas de
aquellos isleños. Don Bosco, movido a compasión especialmente por los infelices huerfanitos, escribió a Monseñor:
Rvmo. Monseñor Vogliotti, Vic. Gral. Cap.:
Deseoso de corresponder en mi poquedad a la invitación de V. S. Rvma. en favor de los desgraciados de Casamícciola, me ofrezco a
recibir por ahora a dos muchachos pobres, entre los doce y los dieciséis años de edad.
Desde luego tendrán que uniformarse a la disciplina de la casa, en la que serán alimentados y vestidos hasta que, con la ciencia adquirida
o con un oficio aprendido se hallen en situación de ganarse en otra parte el pan para vivir. Querría colaborar con mayor abundancia,
((299)) en ayuda de este público desastre, pero, al presente, no puedo hacer más. Quiera Dios concedernos tiempos mejores, tiempos de
paz y de prosperidad.
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Ruego a su bondad tenga a bien comunicárselo al caritativo Sanfelice, Arzobispo de Nápoles, para el envío de los mencionados
huerfanitos, el día que juzgue más oportuno.
Con profunda veneración, tengo el alto honor de poderme profesar,
De V. S. Rvma.
Turín, 4 de agosto de 1883.
Afmo. servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
El Vicario Capitular comunicó al Arzobispo de Nápoles el ofrecimiento de don Bosco y le respondió que monseñor Sanfelice agradecía
su generosidad y que no dejaría de aprovecharla oportunamente.
253
Una conversación en torno a la catástrofe de Casamícciola, tenida el tres de agosto, llevó a don Bosco a observar que aquello era un
ligero indicio de la indignación de Dios. Recordando después que, en tiempos antiguos, acudía allí la gente juerguista de Nápoles y Roma,
recitó unos versos latinos compuestos por Boucherón, profesor de elocuencia griega y latina en la Universidad de Turín hasta 1838.
Habíase hundido en Alessandria el piso de un salón, mientras bailaban en él los convidados a cierta boda judía, y el poeta hacía hablar a
las víctimas, que terminaban diciendo: Laeti ludentes, damnata turba, in orcum trahimur (mientras alegres nos divertíamos, nosotros,
chusma condenada, fuimos arrastrados al averno). Don Bosco se detuvo comentando esta frase final.
Repitió después la narración de Plinio el joven, que, con grandísimo peligro, en el desastre de Pompeya y Herculano, pudo salvar a su
madre, y, alabando el piadoso acto de amor filial, dijo:
-Dios le habrá premiado, y no sólo en esta vida. Los medios de salvación son infinitos en sus manos.
De los fenómenos telúricos, pasó después a razonar sobre los espacios intersiderales, tan desmesurados que nuestra mente se pierde, y,
corroborando sus palabras con cifras sobre las distancias de las estrellas más cercanas y de las más distantes, visibles por nosotros, dio
paso a un recuerdo personal: -Cuando yo era más joven, ((300)) dijo, los sábados por la noche me estaba un rato en el balcón, antes de
retirarme a descansar en mi cuarto, y contemplaba la luna, los planetas, la distancia entre unos y otros, las distancias entre éstos y las
estrellas, su volumen y la inmensidad del universo. Me parecía todo esto tan grande y tan divino que no podía aguantar pensando en ello y
corría... (aquí los oyentes aguardaban en suspenso qué iba a decir) corría a meterme entre las sábanas.
Con esta inesperada salida que los hizo reír, calmó la admiración, que en ellos había despertado su cálida y elevada palabra.
VIAJE A PISTOYA 1
En la primera quincena de agosto, tuvo que hacer un viaje a Pistoya. Un pariente del señor Bufalmacchi se había vuelto loco y se
esperaba que la bendición de don Bosco lo curaría. Buscó él todos los medios para echarse atrás, pero, al fin, movido por la caridad, juzgó
1 Pistoya (Pistoia), ciudad italiana en los Apeninos de la región Toscana. Centro comercial e industrial con 93.500 habitantes, hoy en día
(N. del T.).
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que debía rendirse. Tomó por compañero a don Santiago Costamagna, recién llegado de Argentina. Durante el viaje abundaron los
episodios interesantes.
A la ida, entre Parma y Bolonia, se encontró en el tren con un señor, acompañado por un cleriguito, hijo suyo. Dicho señor pensaba
llevar una hija suya al colegio de las Hijas de María Auxiliadora en Nizza Monferrato, para que se preparara los exámenes de magisterio.
Tras los primeros saludos, manifestó a don Bosco, a quien no conocía, su decisión. Mientras tanto el cleriguito que, con su ancha cara y
sus grandes ojos, parecía la sencillez y la ingenuidad personificadas, hojeaba la Unità Cattolica. Aprovechando don Santiago Costamagna
esta circunstancia, entabló conversación con él, y pasó después a hablar del Oratorio y de don Bosco y acabó por invitar al clérigo a que
fuera a Turín con don Bosco. Entonces clavó el clérigo los ojos en el sacerdote sentado junto a don Santiago y preguntó:
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((301)) -"Es éste don Bosco?
-Sí, respondió don Santiago Costamagna.
-Papá, exclamó el clérigo, dirigiéndose a su padre; el sacerdote con quien está hablando es don Bosco.
-í"Don Bosco?!, repitió el padre.
E inmediatamente se puso a hablar con él, muy satisfecho por aquel encuentro. De pronto preguntó don Bosco al clérigo:
-"Quiere usted también ir a Turín con don Bosco?
-"Para qué?
-íPara estar con don Bosco!
-"Y por qué?
-Porque allí podría hacer mucho bien, trabajar, dar clase, asistir, y, además, predicar, enseñar el catecismo..
.
-Pero yo tengo que seguir mis estudios en el seminario.
-También en Turín tendrá facilidad para estudiar. Ea, decídase, venga con don Bosco; hay sitio para usted.
-No puedo ir.
-"Por qué?
-Iría con gusto, pues aprecio a don Bosco; pero quiero más a mi papá y no puedo separarme de él.
El padre escuchaba el diálogo sin decir palabra y algo emocionado.
Mientras tanto, se paró el tren. Era un rápido. Bajó aquel señor por alguna necesidad. Unos instantes después, llegaba un larguísimo tren
de mercancías y se colocaba entre la estación y el rápido, que silbó al punto y se puso en marcha. El pobre viajero, con el paso cortado, no
pudo alcanzar su vagón. El hijo gritaba:
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-íPapá, papá!
Era inútil. Entonces don Bosco le dijo:
-"Lo ve? Usted no quería ir con don Bosco y ahora se ve obligado a ello.
El joven, desconsolado, rompió a llorar.
-Vamos, le dijo don Bosco, cálmese. En la primera estación bajará y aguardará a su padre. Don Santiago Costamagna le telegrafiará que
usted lo espera allí y, cuando él llegue en el tren siguiente, volverán a encontrarse.
Y así lo hicieron.
Después de Bolonia, en la subida de los Apeninos, sufrió una avería la locomotora ((302)) y se paró en medio de un túnel, obligando a
esperar hasta las once de la noche a que llegara otra. Don Bosco, que se quedó solo en el departamento con don Santiago Costamagna, le
contó, desahogando su corazón, lo mucho que había sufrido en las cuestiones con monseñor Gastaldi y la violencia que había tenido que
hacerse para llevar a cabo la última conciliación ordenada por el Papa 1.
-íTambién el Papa, exclamó, quiso cargar su mano sobre los hombros de don Bosco!
Decía don Santiago Costamagna, al narrar estas cosas, que don Bosco le desahogaba su corazón, de la misma manera que podrían
haberlo hecho san Felipe Neri, san Alfonso de Ligorio y san Francisco de Sales.
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Cuando el tren reemprendió la marcha, paró en la primera estación y los viajeros bajaron para respirar un rato el aire libre. En aquel
momento, un señor francés, admirador de don Bosco, pero que nunca lo había visto, hablaba de él en voz alta en un corro y decía que iba a
Roma y que, a la vuelta, pasaría por Turín para verle, ya que en París le había sido imposible lograrlo. Don Santiago Costamagna, que lo
estaba oyendo, le dijo:
-Si desea ver a don Bosco, no necesita ir tan lejos; íaquí lo tiene usted!
Aquel señor se acercó a don Bosco y, como fuera de sí, se arrodilló a sus pies, sin preocuparse de la gente que lo miraba, le agarró la
mano y no cesaba de besársela; su satisfacción lo arrebataba.
Llegó el Santo a Pistoya, bendijo al enfermo y, sin detenerse más de lo necesario, se apresuró a volver.
En la estación de Piacenza, subieron tres viajeros; un clérigo, que,
1 Véase vol. XV, cap. VIII.
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después de saludar a los dos sacerdotes, fue a sentarse en un ángulo del coche; un notario, que se colocó en el lado donde estaba don
Bosco de cara a la marcha y un viajante de comercio. Don Santiago Costamagna estaba frente a frente de don Bosco, de modo que sus
rodillas se tocaban. El viajero entró con su cartera de viaje al hombro, una maleta de cuero en la mano, los bolsos repletos ((303)) de
papeles y diarios y cubierto con un sombrero de anchas alas, bajo el cual brillaban dos ojos que le daban un aspecto extraño. Saludó a los
que ya estaban dentro, colocó su equipaje y después, con aire desenvuelto, sacó un periódico y comenzó a hablar, medio en francés y
medio en italiano, mezclando vocablos de otras lenguas:
-Señores, "han oído la sorprendente noticia? El conde de Chambord ha curado. Este periódico cuenta cómo ha sido. Una muchacha se
presentó un día al Conde y le ofreció una flor. Desde aquel instante, el Conde quedó curado. Es algo maravilloso, verdaderamente
maravilloso.
-Perdone, señor, replicó el notario, no fue exactamente así.
-"Cómo no? Los periódicos dan la noticia como cierta. "Quién le ha curado entonces?
-Don Bosco, el de Turín, con su Virgen.
Don Bosco golpeó entonces con sus rodillas las de don Santiago Costamagna, acompañando la mirada con una sonrisa. Don Santiago
hizo lo mismo, como para indicar que se iba a armar alguna. El tren volvió a ponerse en marcha en aquel momento. Encendióse enseguida
una disputa entre el notario y el viajante, que era belga. El ruido del tren atenuaba en parte sus voces; pero don Santiago Costamagna
estaba con cien oídos para seguir como podía su razonamiento. Por las palabras se echaba de ver que el notario era un buen católico y que
apreciaba mucho a don Bosco; el belga, por el contrario, parecía algo incrédulo. En efecto, negaba que don Bosco hubiera podido curar al
Conde, lo tachaba de impostor, de embaucador, y afirmaba que era superstición creer en los milagros y en las curaciones, de que se
hablaba a menudo. Que eran patrañas y nada más que patrañas las cosas que se contaban de don Bosco.
-"Qué es, después de todo, la bendición de un cura? "Y qué es un cura? íUn hombre como todos los demás!
El notario, que le rebatía con razones contundentes, tuvo una salida muy oportuna.
-Usted se contradice, señor. Protesta ((304)) que no cree en la Virgen y cree en un ramito de flores; no tiene fe en don Bosco y, después,
el poder que le niega a él, se lo concede a una muchachita.
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Entre creer lo uno y creer lo otro, encuentro más razonable mi creencia que la suya.
Mientras tanto, el tren moderaba la marcha, se acercaba a una estación. La disputa había terminado. Todos callaban. Don Santiago
Costamagna pidió permiso a don Bosco para terciar en la cuestión.
-íComo quieras!, le contestó.
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Entonces don Santiago, volviéndose al notario, le dijo:
-Por lo visto usted quiere mucho a don Bosco.
-íSí, señor! Le quiero mucho. Es un hombre que ha hecho mucho bien a la juventud.
-"Lo conoce?
-Personalmente, no. Pero le conozco por lo que pregona la fama sobre él. He leído sus libros y he visto sus casas de Francia,
especialmente la de Niza.
-Celebro que usted aprecie tanto a don Bosco; sin embargo, le aseguro que no abe todavía lo que don Bosco se merece. Mire, yo acabo
de hacer tres mil leguas de viaje y vengo de América únicamente para ver a don Bosco.
-"De América?
-Sí; yo soy uno de sus hijos; ingresé en su casa cuando era muy pequeño. Había perdido a mi padre. El me hizo de padre y me prodigó
todos los cuidados posibles para mantenerme, instruirme y educarme.
-íHa sido una gran suerte la suya!
-La misma suerte que yo tuvieron otros muchos. Se puede afirmar que en cada ciudad de Italia hay alguno que recibió sus beneficios
cuando era niño, y él sigue haciendo el bien a la juventud.
-Don Bosco es verdaderamente un gran hombre, es un santo.
-Entonces, "usted no lo ha visto nunca?
-Nunca.
-"Le gustaría verle?
((305)) -Desde luego, y con mucho gusto.
-"Y dice usted que quiere mucho a don Bosco?
-"Puede haber alguien que no quiera a ese hombre? Le aseguro que siempre tuve la mayor veneración hacia él.
-Pues bien, me siento tentado a hacerle ver a don Bosco.
-"Tal vez puede enseñarme su retrato?
-íNo!, su retrato no, sino a él mismo en persona.
-Entonces sería preciso que me llevase a Turín; pero, en estos momentos, mis asuntos no me lo permitirían. íY sin embargo, iría con
todas mis ganas!
-No quiero llevarle a Turín para ver a don Bosco.
-"Y cómo entonces?
Don Bosco, tranquilo, seguía el diálogo con una sonrisa apenas perceptible. El clérigo y el viajante belga no perdían una sílaba. Al llega
a este punto, dijo don Santiago Costamagna al notario:
-Aquí tiene usted a don Bosco.
Al oír estas palabras, los tres viajeros, como empujados por un resorte, pusiéronse en pie de un golpe y cayeron de rodillas. El belga, con
las manos juntas, decía:
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-íPerdón! íDios mío, qué sorpresa! Perdone mis imprudentes palabras!
Era una escena conmovedora. Don Bosco decía:
-Nada, nada; no me ha ofendido; levántense.
Dijo luego unas palabras de cumplido y, queriendo dejarles un recuerdo, sacó unas medallas de María Auxiliadora y dio una a cada uno.
-íGracias, gracias!, exclamaba el belga. Yo quiero mucho a la Virgen, "sabe usted? Mire.
Y sacó del pecho una medalla que llevaba colgada al cuello.
-Me la regaló mi madre cuando era niño. Siempre la llevo encima. Ella me ha librado de muchos peligros, especialmente en una terrible
tempestad, en un viaje a la India. Hubo un naufragio; fuimos arrastrados a la costa por las olas; yo quedé mucho rato sin sentido, pero me
pude salvar. Allí estuvimos tres días sin socorro alguno en unas tierras plagadas de tigres, de los que nos defendíamos por la noche
encendiendo grandes hogueras. ((306)) Hasta que, por fin nos recogió un barco y nos llevó a nuestro destino. "Pero es verdad, don Bosco,
que usted tiene tantos colegios y tantos jóvenes que mantener?
Don Bosco le pintó en pocas palabras la magnitud de su obra.
-íPor consiguiente, tiene usted que ser muy rico, ídebe poseer muchos millones!
-No poseo nada.
-"Y cómo es posible mantener tantos hospicios sin poseer nada?
-Los mantiene la Virgen.
-Perdone, pero yo no lo entiendo. No es posible; son piadosas fantasías... Hacer suponer, hoy, ayudas del cielo... Pasaron ya los tiempos
en que... Pero, basta, también yo quiero colaborar en mis posibles a ayudarle en sus obras. Tome un pequeño donativo.
Era una moneda de oro de veinte francos.
Dióle don Bosco las gracias y añadió sonriendo:
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-Fíjese bien; usted mismo responde a las objeciones que acaba de hacer. Lo mismo que la Virgen ha movido su corazón para ayudarme,
así mueve otros mil para acudir en socorro de nuestros muchachos.
Al despedirse, el belga entregó a don Bosco su tarjeta de visita, prometiéndole que cuando pasara por Turín, iría a verle.
Más hiriente fue el episodio sucedido en la última parte del viaje. En Alessandria subieron nuevos viajeros a aquel departamento. Uno
de ellos empezó a hablar mal de don Bosco, pintándolo con los más negros colores y diciendo que era un avaro, que amontonaba dineros
embaucando a los tontos.
-Perdone, replicó don Bosco, "usted conoce a don Bosco?
-Figúrese, "no le voy a conocer? Soy de Turín y le he visto muchas veces.
-Pues yo no creo que don Bosco tenga los dineros que usted dice.
-"Va usted a decírmelo a mí? Don Bosco es muy pícaro, quiere enriquecer a su familia y ya ha comprado muchas fincas.
((307)) -No me consta que tenga fincas en Castelnuovo.
-Sí, sí; sus hermanos se han hecho ricos.
-Perdone, pero don Bosco no tenía más que un hermano.
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-Uno o más, lo mismo da; lo que es cierto, y a mí me consta, es que el hermano de don Bosco, que antes era un pobre campesino, ahora
tiene coche y caballos.
-Pues yo le aseguro que el hermano de don Bosco ha muerto hace más de veinte años.
-De todos modos, no podrá usted negar lo que yo sé perfectamente.
-Pues bien, si quiere salir de dudas y satisfacer la curiosidad vaya a
Castelnuovo y verá que don Bosco sólo tiene dos sobrinos, que cultivan una pequeña finca y nada más.
-Así, "usted quiere que yo pase por mentiroso?
-Yo no le califico de mentiroso; digo solamente que lo que usted afirma no se ajusta a la verdad.
Se disputó así un buen rato. Los viajeros se mostraban propensos a creer que era verdad lo que decía el sacerdote. Cuando he aquí que,
en la estación de Felizzano, se asomó al departamento el barón Cova, y, al ver a don Bosco, exclamó saludándolo y haciendo ademán de
querer entretenerse familiarmente con él:
-íHola, don Bosco!
Todos los viajeros soltaron la carcajada mientras aquel pobre hombre, confundido y avergonzado, mascullaba palabras de disculpa. Don
Bosco, sonriendo, le contestó:
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-Me gustaría darle un consejo y sería éste: no hablar nunca mal de nadie o, al menos, mirar antes quién está a su lado. Podría darse que
aquel con quien hablamos sea precisamente el mismo cuya fama desgarramos. Lo mejor es hablar siempre bien de todos y, si no se puede
hablar bien, callar.
DURANTE LA EPOCA DE LOS EJERCICIOS
De agosto a octubre era la época de los ejercicios espirituales, y don Bosco hacía lo posible por asistir a ellos y presidirlos; pero el viaje
a Pistoya le quitó la posibilidad de encontrarse, ((308)) como había calculado, en la casa de Nizza Monferrato, para la tanda de las
señoras; dio por tanto a don Juan Cagliero el encargo de sustituirle.
Queridísimo Cagliero.
Deseaba pasar algunos días en Nizza Monferrato. Pero una serie de telegramas me obligan a salir mañana por la mañana hacia Florencia
Dirás a las ejercitantes que lo siento, pero que rezaré mucho por ellas, que las bendigo y que, el jueves por la mañana, celebraré la santa
misa por ellas. Me encomiendo a la caridad de sus oraciones. Dios nos bendiga a todos y créeme en J. C.
Turín, 7 de agosto de 1883.
Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
No hay indicio alguno de que llegara entonces hasta Florencia. Dado que Pistoya está en la línea de Florencia, es posible que don Bosco
usara aquella expresión vagamente o que, tal vez, no creyera oportuno decir cuál era la verdadera meta de su viaje.
Estuvo presente para los ejercicios de los novicios en San Benigno, durante la segunda quincena de agosto. Desde allí envió un
telegrama de felicitación al Papa, en su día onomástico de San Joaquín. Contestóle afectuosamente, el día veintidós, el cardenal Jacobini,
Secretario de Estado: "Don Bosco, San Benigno Canavese. Resultó gratísimo el telegrama al Padre Santo. Su Santidad bendice a usted y
salesianos ahí reunidos ejercicios espirituales". En una carta a la baronesa Ricci, alude también a aquellos ejercicios.
Benemérita Señora Baronesa Acelia Ricci Fassati:
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Con mucho gusto me mantendré libre para celebrar la santa misa el día veinticinco de este mes, según la intención de la condesa
Francisca De Maistre y por la seráfica hermana del Sagrado Corazón. Así mismo encargaré una novena de comuniones, de oraciones y de
misas que terminarán el día de la Natividad de María,
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según la intención de una monja franciscana. "Que más? Un memento especial en la santa misa por usted, señora Baronesa, por el señor
barón Carlos y, particularmente, por Mamá, ((309)) para que Dios los guarde a todos ad multos annos in sanctitate et iustitia omnibus
diebus vitae.
Estoy aquí con doscientos jóvenes, que hacen los ejercicios espirituales para examinar su vocación y comenzar después su noviciado.
Todos tienen grandes deseos de ir a Patagonia.
Que Dios les bendiga, a usted, señora Acelia, y a toda la familia del Pessione 1, y me encomiendo a la caridad de sus oraciones, al
tiempo que tengo la satisfacción de poderme profesar en N. S. J. C.
San Benigno Canavese, 22 de agosto de 1883.
Humilde servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
Durante esta tanda de ejercicios, se presentó a don Bosco por primera vez un sacerdote francés. Era de la diócesis de Chartres e iba para
hacerse salesiano, precisamente cuando se aproximaba el tiempo, en el que las circunstancias pedían una persona como él para ponerlo al
frente de una obra en París. Se llamaba Carlos Bellamy. Mientras él hablaba con el Santo, entró don Juan Branda, director del colegio de
Utrera, para pedir la bendición antes de salir para España. Don Juan Branda se había arrodillado y don Bosco, volviéndose a don Carlos
Bellamy, dijo:
-"Ve este sacerdote? Va a España, donde es director de una casa e Inspector de la provincia. "Quiere que le diga ahora qué va a ser de
usted?
Don Carlos Bellamy, que todavía no conocía los dones sobrenaturales de don Bosco, tomó a broma la pregunta y le respondió riendo:
-Dígalo en hora buena.
-A usted le haremos fabricar salesianos.
-"Qué quiere usted decir?
-íYa sabe lo que hacen los carpinteros! Toman un trozo de madera, sierran, escuadran, cepillan y hacen un mueble. Así, yo le daré a
usted la madera, y usted me la trabajará y fabricará salesianos. "Quiere que le diga algo más?
-Diga en hora buena, replicó don Carlos, siempre como quien oye algo de escasa o ninguna importancia.
((310)) -Le enviaremos a una misión al norte...
-"Al norte?
1 Localidad cerca de Chieri, donde los Ricci tenían una finca, que hoy pertenece a las Hijas de María Auxiliadora.
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-"Quiere saber algo más?
-Basta, don Bosco.
Y, así diciendo, le señalaba a don Juan Branda, que estaba todavía allí de rodillas, esperando la bendición.
Aunque no hiciera ningún caso, aquellas palabras quedaron grabadas en la memoria de don Carlos Bellamy, que empezó a comprender
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la primera parte de ellas, cuando fue enviado de París a Marsella como maestro de novicios. Pero, mientras tanto, pensaba en la misión del
norte, que le había anunciado en segundo lugar. Había venido a hacerse salesiano con la intención de ir a las misiones de Africa; pero, al
ser nombrado en un principio director de la casa de París, esto es, en el norte de Francia, no podía comprender que aquello fuese una
misión. Finalmente, cuando en 1891 fue destinado a Orán, en el norte de Africa, tuvo como cierto que así se cumplía la frase interrumpida
de don Bosco.
Don Bosco no se quedó después en San Benigno, pero volvió tres semanas más tarde, durante otra tanda de ejercicios, llevando consigo
a otro sacerdote francés, deseoso también de hacerse salesiano. Al presentar al primero a don Julio Barberis, díjole el Siervo de Dios:
-Aquí tienes una planta para trasplantar a nuestro jardín.
Pero cuando estuvo a solas con don Carlos Bellamy, le dijo:
-Ese otro no se quedará con nosotros.
-"Por qué?, preguntó don Carlos algo contrariado.
-Es demasiado inconstante, le contestó don Bosco.
Parecióle a don Carlos Bellamy un juicio atrevido, pues conocía perfectamente a su compañero. Pero los acontecimientos comprobaron
la verdad de la predicción; en efecto, seis meses después aquél dejó el noviciado.
Don Carlos Bellamy no había manifestado a su Obispo monseñor Ludovico Eugenio Regnault, la finalidad de su viaje a Italia. Así que,
tan pronto como supo que quería ((311)) hacerse salesiano, le escribió amenazándole con que, si no volvía inmediatamente a la diócesis,
lo suspendería a divinis. Se lo notificó a don Bosco, que se encontraba en Niza presidiendo los ejercicios de los hermanos franceses. Este
dirigió desde allí al Obispo de Chartres una cartita, en la que, entre otras cosas, decía que aconsejaría a don Carlos Bellamy que
obedeciera a su Obispo y volviera a la diócesis para estar en ella hasta que el Señor inspirase al mismo Obispo que le permitiera seguir su
vocación. La carta comenzaba con la palabra íGrandeur! La cartita desconcertó al Obispo, que contestó a don Carlos Bellamy diciéndole
que, después de leerla, había pasado la noche sin dormir y, al celebrar la misa a la
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mañana siguiente, había pedido las luces del Espíritu Santo sobre este asunto; que, mientras tanto, siguiera tranquilo donde estaba y
procurase llegar a ser un buen salesiano.
También tomaba parte en los mencionados ejercicios un clérigo del seminario de Magliano Sabino. Un día le dijo don Bosco:
-Alégrate, vendrá otro seminarista de Magliano.
-"Quién es? "Quién es?, preguntó ansioso el recién llegado.
-Adivínalo.
-No sabría decirlo; dígamelo.
-Su apellido empieza por C y acaba en i.
-No sé acertarlo; ídígamelo!
-Vendrá Corradini.
Rogelio Corradini estudiaba entonces el cuarto curso de bachillerato en el internado anejo al Seminario y nunca había tenido la menor
propensión a hacerse salesiano. El clérigo escribió al director Reverendo Daghero el dialoguito tenido con don Bosco; se lo refirió de viva
voz a Corradini unos meses después, puesto que él no perseveró y volvió a Magliano. Aquél ardía en deseos por saber cómo había podido
don Bosco llegar a conocer su nombre; se lo preguntó algún año después al mismo Santo, cuando fue al seminario, pero el Santo le
contestó:
-No importa saber cómo supe yo que ((312)) irías. Sigue mi consejo; si quieres venir conmigo, tranquiliza a tu madre con alguna
disculpa, y ven a probar.
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Estas palabras de don Bosco le dejaron indiferente, pues, ni en sueños, quería hacerse salesiano; era hijo único, de madre viuda, y no
pensaba dejar su diócesis de ningún modo. Pero, en marzo de 1889, se insinuó en su ánimo aquel deseo, que parecía tan lejos de sus
aspiraciones, y se apoderó de él de tal manera que, ordenado de diácono, superó todas las dificultades de los parientes y de los superiores
diocesanos, y salió para Turín. Mientras escribimos, don Rogelio Corradini trabaja en la Inspectoría Romana.
EL COADJUTOR SALESIANO
En el tercer Capítulo General, del que hablaremos más adelante, se había determinado que también los coadjutores hiciesen su noviciado
aparte. Esta deliberación se llevó a cabo con admirable prontitud; en el siguiente mes de octubre comenzaron la prueba de San Benigno
veintidós novicios aprendices, separados de los demás de la casa. Tan pronto como quedó todo organizado, don Bosco, que había
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ido a San Benigno para la imposición de la sotana a los clérigos, fue a verlos y hablándoles a ellos a solas, trazó, como nunca lo había
hecho antes, la figura del coadjutor salesiano, tal y como él la concebía.
El evangelio de esta mañana decía: Nolite timere, pusillus grex, no temas, pequeño rebaño 1. También vosotros sois el pusillus grex,
pero no temáis, nolite timere, pues creceréis.
Me alegra mucho que se haya comenzado un año de prueba para los aprendices, con regularidad. Es ésta la primera vez que vengo a San
Benigno desde que estáis vosotros y, aunque he venido para la imposición de sotana a los clérigos y no estaré aquí más que un día, no he
querido dejaros sin deciros dos palabras a vosotros en particular. Os expondré dos pensamientos.
El primero es para manifestaros mi idea sobre el coadjutor salesiano. Nunca tuve tiempo ni comodidad para exponerla bien. Vosotros,
pues, estáis ((313)) reunidos aquí para aprender el oficio y educaros en la religión y en la piedad. "Por qué? Porque yo necesito ayudantes.
Hay cosas que no pueden hacerlas los sacerdotes y los clérigos y las haréis vosotros. Necesito poder disponer de alguno de vosotros,
enviarlo a una tipografía y decirle:
-Tómala a tu cargo y ponla en marcha como es debido.
Enviar a otro a una librería y decirle:
-La vas a dirigir tú, haz de modo que todo resulte bien.
Enviar a uno a una casa y decirle:
-Tú cuidarás de que aquel taller o aquellos talleres funcionen con orden y no falte nada; tomarás las medidas oportunas para que los
trabajos salgan como deben salir.
Necesito tener en cada casa a alguno a quien puedan confiarse las cosas más reservadas, el manejo del dinero, asuntos jurídicos; necesito
quien represente a la casa, en los ambientes externos. Necesito que marchen bien los asuntos de la cocina, de la portería; que todo esté a
punto, que no se malgaste nada, que no se salga de casa, etc. Necesito personas a quienes poder confiar estas incumbencias. Y vosotros
tenéis que ser éstas personas. En una palabra, vosotros no debéis ser quienes directamente trabajen o hagan de peón, sino quienes dirijan.
Debéis ser como amos entre los otros obreros, no como criados. Pero todo, según regla y dentro de los límites necesarios; sin embargo,
todo tenéis que hacerlo a nivel de dirección, como dueños vosotros mismos de las cosas de los talleres. Esta es la idea del coadjutor
salesiano. íTengo gran necesidad de disponer de muchos que me ayuden de esta manera! Por eso, me agrada que llevéis trajes decentes y
limpios; que tengáis camas y celdas convenientes, porque no debéis ser criados, sino dueños; no súbditos, sino superiores.
Ahora os expongo el segundo pensamiento. Puesto que debéis ayudar de esta manera a obras grandes y delicadas, tenéis que adquirir
muchas virtudes, ya que debéis estar al frente de otros, tenéis ante todo que dar buen ejemplo. Es preciso que donde se encuentre uno de
vosotros, estemos seguros de que allí reinará el orden, la moralidad, el bien. Porque, si sal infatuatum fuerit... (si la sal se hiciere sosa...).
Concluyamos, pues, como hemos empezado: Nolite timere, pusillus grex. No temáis, pues el número crecerá; pero especialmente es
necesario que crezcáis en bondad
1 Lc, XIII, 32. Era el evangelio de la misa Iustus de la fiesta de San Pedro de Alcántara (19 de octubre, aquel año jueves).
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y energía. Entonces seréis como leones invencibles y podréis hacer mucho bien. Y después, complacuit dare vobis regnum. Reino y no
servidumbre, tendréis el reino eterno.
La calificación tres veces repetida de "amos" expresa, cual no podría hacerse mejor, la idea del coadjutor salesiano. El coadjutor
salesiano no es el hermano lego de otros institutos religiosos, que se llama hermano, pero en realidad tiene muy poco de hermano, como
tiene muy poco de servidor quien, por cumplido, se profesa tal de palabra o por escrito. Nuestro coadjutor es miembro vivo de la familia.
Ahora bien, en una casa todos los miembros de la familia se llaman comúnmente amos y como tales se diferencian de los siervos y de los
extraños. El coadjutor salesiano, ((314)) pues, está hermanado con sacerdotes y clérigos, se encuentra al mismo nivel ante las personas de
servicio, los alumnos y los huéspedes, que, con cualquier título, convivan o colaboren en nuestras casas. Se apartaría mucho del
pensamiento de don Bosco quien supusiera que, con esta denominación, atribuyera a los coadjutores un estado de privilegio en la
comunidad; don Bosco, por el contrario, quiso indicar su total pertenencia a la familia de la que forman parte y, por tanto, el derecho que
tienen al mismo trato que los sacerdotes y clérigos. El grado de consideración que se deriva de esta posición, los lleva lógicamente a
asumir posiciones decorosas en las relaciones con los externos, a ser ejemplares en la conducta dentro de casa, a sentirse solidarios con los
hermanos y a mostrarse fieles en las respectivas tareas. De suerte que el apelativo de "amos", más que enorgullecer, debe preocupar
seriamente a todo buen coadjutor, que reflexiona en el sentido de responsabilidad que tal atributo supone e impone.
CONFERENCIA EN CASALE MONFERRATO
Este año dio don Bosco la conferencia a los cooperadores de Casale. Fue allí el día veintiuno de noviembre desde Borgo San Martino,
donde había estado para la fiesta trasladada de san Carlos, titular del colegio. Cuando llegó el momento de subir al púlpito, el maestro de
ceremonias episcopal (puesto que monseñor Ferré quiso asistir a ella) avisó a don Bosco que debía acercarse a la cátedra episcopal para
recibir antes la bendición del Obispo. Naturalmente el Siervo de Dios se apresuró a obedecer y hacer lo que siempre había hecho en
semejantes casos, pero Monseñor, casi de golpe, dijo al maestro de ceremonias:
-"A qué tiene que venir don Bosco a que yo le bendiga? "No le piden a él la bendición los Obispos?
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Y no permitió que cumpliera aquella ceremonia. Es probable también que el Obispo quisiera ahorrar a don Bosco el trabajo de dar una
vuelta ((315)) para llegar hasta sus pies y después arrodillarse y levantarse, movimientos incómodos para él, a su edad y con los achaques
que dificultaban su andar. Así lo vio, oyó, y contó después el reverendo Caroglio, secretario episcopal que asistió al acto.
El sermón, que duró poco menos de una hora, no salió del acostumbrado esquema: necesidad de atender a la educación de la juventud,
actividad de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora en este campo, y precisión de ayuda. Agradó la confianza que demostró
tener en la Providencia de Dios y en la caridad de los Cooperadores. Observó:
-Tal vez pudiera decir alguno: íPero con tantas obras como don Bosco lleva entre manos, acabará por hacer quiebra! No la hemos
declarado hasta ahora y no la declararemos en adelante. Siempre sale fiadora por nosotros la divina Providencia y la caridad de nuestros
Cooperadores.
FIN DE AÑO
El día veinte de diciembre por la tarde sucedió un hecho prodigioso en el Oratorio. Una mujer de Cervignasco, aldea próxima a Saluzzo,
subió a cuestas hasta la habitación de don Bosco a una hija suya de nueve años. La niña estaba paralítica desde los ocho meses, hablaba
con mucha dificultad y no podía caminar. Los médicos, escribía el párroco en una carta que la mujer entregó al Santo, afirmaban que no
había más esperanza de curación que someterla a la prueba de la bendición de don Bosco.
Don Bosco hizo colocar a la niña en el sofá y junto a ella a su madre; dio después la bendición a la enferma y le preguntó:
-"Cómo te llamas?
-María, contestó la niña despabilada y rápida con gran estupor de la madre que abría los ojos de par en par al ver en ella aquella insólita
energía.
((316)) -Haz la señal de la cruz, siguió diciendo don Bosco.
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-En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
-Tenga en cuenta, observó la madre, que no tiene el brazo derecho tan mal como el izquierdo, pues de éste no puede valerse para nada.
-Bueno, replicó don Bosco, mueve el brazo izquierdo.
La niña se puso en pie de un brinco y se echó a andar. Entonces
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don Bosco acompañó a madre e hija hasta la puerta, diciéndoles que volviesen a su pueblo. Don Juan Bautista Lemoyne que, como solía
hacer desde algún tiempo, iba cada tarde a pasar una hora en íntima conversación con don Bosco, le encontró todavía muy emocionado
por lo sucedido y casi temblando.
Como se acercaban las Navidades, don Bosco envió sus felicitaciones al Padre Santo por medio del Cardenal Protector. Su Eminencia le
contestó el día veinticuatro: "Padre Santo agradecido, envía abundantes bendiciones. Augurios sinceros. Cardenal Nina". No es para dicho
lo mucho que consolaban el corazón de don Bosco, después de las pasadas angustias, estas repetidas muestras de benevolencia por parte
de León XIII.
Después de las fiestas navideñas, dio en casa el aguinaldo, que con anterioridad había enviado a los colegios. Consistía éste en dos
avisos, uno para los alumnos y otro para los hermanos. A los primeros decía:
"No hurtar objetos ajenos, ni el tiempo, ni el alma verbis et operibus" (de palabra y de obra). A los segundos: "La primera caridad es la
que se tiene con la propia alma".
No hemos narrado en este capítulo todo lo que don Bosco hizo y dijo en el Oratorio desde su regreso hasta el término del año; algo se
dirá en los capítulos siguientes. Mientras tanto, agrada leer las impresiones que se llevaban del Oratorio y ((317)) de don Bosco los
huéspedes llegados de tierras remotas. A los testimonios que ya hemos presentado añadiremos uno nuevo, que apareció en cierto periódico
romano 1. Un corresponsal de Treviso escribía: "Nadie hubiera podido explicarme con palabras en este mundo, la paz, la alegría
paradisíaca, las santas inspiraciones que pudimos gozar en aquel piadoso lugar. íOh, don Bosco, gloria de Italia! Permíteme que pese a tu
envidiable molestia, proclame ante el mundo que eres un santo; porque así te califican las obras de bien, realizadas desde hace ya medio
siglo; porque así lo manifiestan tus dotes de mente y corazón; porque así lo demuestra tu palabra sabia, tranquila, fascinante, siempre
igual, siempre instructiva, siempre caritativa".
1 L'Amico del Popolo, 9 de diciembre de 1883, en un artículo titulado: "Una visita al Oratorio salesiano de Turín". Firmado por
NOVELLI.
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((318))
CAPITULO X
VISITA ILUSTRE Y VISITA HISTORICA:
UN CARDENAL FRANCES Y UN FUTURO PAPA
DESDE la visita del cardenal Berardi al Oratorio en el año 1875, ningún otro cardenal lo había visitado, hasta que llegó en 1883 el
eminentísimo Enrique De Bonnechose, Arzobispo de Ruán, El continuo movimiento de altos personajes en la actualidad dificulta
comprender la gran impresión que, antaño, producía en todos la presencia de un Príncipe de la Iglesia en la casa de don Bosco. Aquel
venerando Purpurado, volvía de Roma el cuatro de octubre y quiso parar en Turín, porque deseaba ver a don Bosco y el Oratorio.
Desgraciadamente don Bosco estaba fuera con todos los miembros de su consejo, puesto que, mientras presidía en San Benigno una tarde
de ejercicios espirituales, celebraba reuniones con sus consejeros para organizar el funcionamiento de las casas durante el nuevo año
escolar, y no tenía tiempo para poder acudir después del aviso telegráfico y hacer los honores de la casa al eminentísimo visitante.
Faltaban también en el Oratorio los alumnos estudiantes, que debían volver de vacaciones a los pocos días. A pesar de todo, el prefecto y
los demás hermanos prepararon un recibimiento decoroso; no tuvieron que hacer más que lo que habían visto realizar en casos análogos.
Les vino de perlas que se encontrase presente un joven sacerdote salesiano de nacionalidad francesa.
((319)) Su Eminencia accedió a subir a la primera planta, donde se entretuvo en conversación con los sacerdotes que lo acompañaban,
informándose de todo con vivo interés. Después, asomado a la galería, dijo a los aprendices reunidos abajo en el patio:
-Queridos jóvenes, había venido con la intención de ver a don Bosco y hablar con él, pero sus deberes lo tienen lejos de aquí. Ya que no
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puedo saludar al padre, gozo viéndole reflejado en sus hijos. Os bendigo a todos con el mayor afecto y pido a Dios que os colme de sus
gracias y conceda prosperidad a esta casa y a las obras salesianas. Y, para dejaros un recuerdo de mi paso, os concedo un día de vacación,
alegrado a ser posible con un paseo. Así mismo, puesto que
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también sois de condición humana y puede que algunos hayan cometido alguna falta, concedo a todos amnistía general, anulando todas las
malas calificaciones y perdonando todos los castigos.
Asintieron los superiores y prometieron cumplir sus deseos. El Cardenal añadió todavía:
-Pero pongo una condición, amigos míos, y es: que cada uno de vosotros ha de rezar según mis intenciones un padrenuestro y una
avemaría.
Aclamaciones y aplausos rubricaron sus palabras. Bendijo él desde lo alto a los muchachos, bajó al patio, se metió entre ellos, les dio a
besar su anillo y entró en la iglesia. Al salir, dijo que tenía en su diócesis un antiguo santuario dedicado a María, bajo el título Auxilium
Christianorum, y que era una fuente perenne de gracias espirituales y temporales. A continuación visitó la tipografía, instalada hacía poco
en los locales de reciente construcción. Se estaba imprimiendo en ella la gramática griega de don Juan Garino, cuyas pruebas examinó 1;
((320)) estuvo mirando también con mucha atención el funcionamiento de las máquinas y el trabajo de los jóvenes aprendices.
Antes de dejar la casa, estuvo todavía un rato en el locutorio, siguió pidiendo informes sobre algunos detalles y, por último, se mostró
tan satisfecho que agradeció mucho el diploma de Cooperador Salesiano que se le ofreció. Al despedirse prometió que, cuando volviera a
pasar por Turín, avisaría de antemano a don Bosco y recomendó le dijeran que, a su vez, cuando él volviese a París, avisase. Pero el
Cardenal tenía ochenta y tres años y el Siervo de Dios no volvería a ver la capital de Francia 2.
1 Don Bosco que conocía a los suyos y sabía aprovecharlos, había encargado a don Juan Garino que redactara una gramática griega,
pero que fuese pequeña, y se lo indicaba acercando las puntas del pulgar y del índice, como suele hacerse. Don Juan Garino se aplicó a
ello con toda su buena voluntad y compiló un texto voluminoso; cuando, lleno de alegría, llevó a don Bosco el manuscrito, éste le tomó de
la mano y le dijo sonriendo y moviendo la cabeza: Nen parej, Garin, nen parej. Cita i l'hai dite, cita, cita. (No, Garino, así no. Pequeña, te
he dicho, pequeña, pequeña). Garino avergonzado quedóse de piedra; entonces don Bosco, sin dejar de alabar el trabajo, le explicó mejor
su pensamiento. Reemprendió Garino su obra, y sin tocar lo que había hecho, que se publicó íntegramente, escribió una gramatiquita, que
todavía hoy tiene sus admiradores. Algunos años atrás dijo el profesor Puntoni, en el curso de una lección universitaria, en la que estaba
presente don Pablo Ubaldi, que, de haberla conocido antes, no habría publicado la suya.
2 Bulletin Salésien de octubre de 1883. En Il piú bel fiore del Collegio Apostolico don Bosco escribe esta semblanza biográfica sobre el
cardenal Bonnechose (pág. 172): "nrique María Gastón de Bonnechose, nació en París el 30 de mayo de 1800. Antes de entrar en la
Iglesia, perteneció a la magistratura y fue procurador substituto en Audelys y en Ruan, procurador del Rey en NeufchÔtel, substituto en la
Audiencia de Bourges y abogado general en Riom y en
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En aquel otoño hubo otra visita, que no hizo ruido alguno en casa, pero que tendría consecuencias de altísimo valor. Aquella vez don
Bosco estaba en casa. Presentóse a él un sacerdote joven, esbelto, de ancha frente, aire de persona dada a la reflexión, ponderado en el
hablar y respetuoso en los modales. Después de una conversación que no se quedó en cumplidos, el Siervo de Dios dijo a su visitante:
-Ahora ((321)) querido don Aquiles, es usted dueño de casa. Siento no poder acompañarle, porque estoy muy ocupado; no puedo
tampoco darle un guía, porque todos están ocupados. Usted vaya de un lado para otro y mire y observe cuanto quiera.
Don Aquiles Ratti, que hacía sus primeras experiencias en la biblioteca Ambrosiana de Milán, bajo la guía del doctísimo monseñor
Ceriani, deseaba conocer especialmente cómo estaba organizada la escuela tipográfica del Oratorio y, en general, cómo funcionaban las
escuelas profesionales. Le interesó muchísimo la tipografía, con sus dependencias de fundición de tipos y encuadernación. Cuando volvió
a ver en el comedor a don Bosco, éste le preguntó si había visto algo bueno y el sacerdote contestó: Vidi mirabilia hodie. (Hoy he visto
maravillas).
Era la época, en que los Directores de las casas iban a la casa madre para conferenciar con don Bosco, exponerle su situación, sus deseos
y proyectos y recibir sus consejos y sus normas. El Santo los recibía sencillamente en el mismo comedor, inmediatamente después de la
comida. Cuando el huésped, a quien don Bosco detuvo para tomar el café, advirtió que empezaban las audiencias, mostró prisa por
marcharse, pero don Bosco le dijo:
-No, no; quédese, puede quedarse.
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El primero que inició el coloquio fue un Director de Francia. Don Bosco estaba de pie, apoyado a la mesa. El tema de la conversación
no era todo él de cosas alegres; mas, por el aspecto de don Bosco,
Besanþon. Ingresó en la milicia eclesiástica, después de la revolución de julio, y pronto llegó a ser profesor de retórica y de historia en el
Seminario Menor de Estrasburgo, después en el Colegio de Inilly. Como era elocuente orador y tenía hermosísima voz, dejó la enseñanza
para dedicarse a la predicación. Cosechó aplausos en París, Cambrai y Roma y mereció que el Padre Santo Pío IX, que sabía apreciar los
ingenios selectos, le destinase, el 17 de enero de 1848, al gobierno de la diócesis de Carcasona. Fue trasladado el 23 de marzo de 1855 a la
diócesis de Evreux, que necesitaba un hombre práctico y prudente, para apaciguar las discordias y arreglar los asuntos, y cumplió esta
misión con tal espíritu de caridad y de justicia que fue promovido el 18 de marzo al arzobispado de Ruán, que gobierna desde hace veinte
años. Tiene noble aspecto, alta estatura y modales muy corteses. El Santo Padre Pío IX lo hizo y proclamó Cardenal en el Consistorio del
21 de diciembre de 1863 con el título de San Clemente. Perteneció al Senado en el que se mostró ardiente defensor del Poder temporal de
los Papas. Tenemos de él dos tomos publicados en 1875 con el título: Philosophie du Christianisme.
271
nadie, como dijo después el huésped, podría haber adivinado cuando oía buenas o malas noticias, tanta era la calma y serenidad, siempre
dibujadas en su rostro.
Sucedió al francés un Director italiano, procedente de Sicilia. Era, sin don Pedro Guidazio, que llevaba cuatro años al frente del colegio
de Randazzo, el único de entonces en la isla. Perseguido sin tregua por las autoridades académicas por motivos sectarios, describía
dramáticamente en su pintoresco lenguaje sobre todo las vejaciones del delegado provincial de estudios. Don Bosco, después de oírlo
todo, empezó a hacerle oportunas sugerencias sobre la conducta a seguir.
((322)) -Y, si esto no bastase, concluyó, dile que don Bosco tiene mucha influencia y puede llegar hasta él.
Don Aquiles Ratti, buen observador, asistía a aquella serie de relaciones, pero atendía especialmente al comportamiento de don Bosco,
frente a aquella variedad de personas y de temas.
Semejante confianza, concedida a un huésped desconocido, no se limitó a aquel caso, sino que durante los dos días, que permaneció en
el Oratorio, don Bosco lo admitió en la intimidad de la familia, tratándolo como a uno de los suyos y dejándole en libertad para dar
vueltas por la casa, observar la marcha de todo y tomar informes de lo que le viniese en gana. Lo cual no dejó de producir en él una
enorme sensación de estupor. Mientras tanto, dos cosas son ciertas, a saber: que aquel breve lapso de tiempo bastó a su ojo sagaz para
medir la personalidad de don Bosco y el alcance de su misión, y que las palabras escuchadas entonces y las impresiones recibidas no se
borraron ya nunca de la mente del futuro Pontífice, como dan fe de ello sus reiterados sentimientos, testimoniados lo mismo en privado
que en audiencias públicas.
No son muchas las palabras que sabemos le oyera, pero sí las suficientes para hacer una bonita colección. Don Aquiles Ratti llevaba una
amargura en el corazón; unas semanas antes había recomendado a don Bosco un muchacho aprendiz que, vencido por la nostalgia, se
había escapado del Oratorio.
-íCuánto siento, dijo él, que mi recomendado me haya dejado tan mal! Le disculpa que es un muchacho poco inteligente.
Pero don Bosco quiso en seguida rehabilitar a su recomendado y le contestó sonriendo:
-En esa ocasión dio su primera prueba de talento. Ya verá cómo sabrá arreglárselas y abrirse camino en la vida.
La realidad confirmó el pronóstico; pero en el momento don Aquiles Ratti no dio importancia a aquella hipotética eventualidad.
272
Le había gustado y conmovido la caritativa prontitud de sus primeras palabras y el jovial comentario, con que tan serenamente había
puesto ((323)) fin al episodio, tomando pie de la travesura misma para no perder la esperanza acerca de aquel muchacho 1.
Dado su amor por la cultura, don Aquiles Ratti se alegraba con don Bosco del sapiente y audaz desarrollo que había dado el arte
tipográfico en su Oratorio, "instalando todos los adelantos más completos y modernos de la mecánica". El "querido" Santo, "con aquella
sonriente ingenuidad y la perspicacia que todos advertían siempre en él"; le contestó:
-En esto quiere don Bosco estar siempre a la vanguardia del progreso.
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Y quería decir que en las obras de propaganda tipográfica y librera no quería ir en zaga a ninguno.
-Estas, en efecto, afirma hoy día el Pontífice, "fueron precisamente sus obras predilectas" y constituyeron "su noble orgullo" 2.
Confió también a su grato huésped que en el primer momento se había sentido impulsado al trabajo científico y literario o, como se
expresa el Papa, "a la dirección de los grandes conocimientos ideales". El encuentro con un hombre de libros y de biblioteca le había
hecho decir aún más explícitamente que él, en un principio, "tenía un amplio plan de estudios y también un amplio plan de historiografía
eclesiástica, y añadía:
-Pero, después, he comprendido que el Señor me llamaba por otro camino; tal vez me faltaba suficiente caudal de dotes de espíritu, de
inteligencia y de memoria".
Pero es opinión de Pío XI que don Bosco era una de esas almas que, "por cualquier camino que hubiese marchado, habría ciertamente
dejado gran huella de sí" 3.
El Santo, que no dejaba escapar ninguna ocasión para hablar de sus Cooperadores, los llamó en su presencia su longa manus, diciendo
"con humilde complacencia", pero, como hace quien "quiere dar más importancia a otros" que a sí mismo, que, gracias precisamente a la
"admirable legión" de los Cooperadores, él ((324)) tenía "manos suficientemente largas para poder llegar a todo" 4.
1 Cuando el Padre santo fue Arzobispo de Milan, narró este episodio al Ecónomo general don Fidel Giraudi.
2 Discurso sobre la heroicidad de las virtudes, 20 de febrero de 1927; audiencia después de la inauguración del Instituto Pío XI, 11 de
mayo de 1930; discurso a los alumnos de los seminarios pontificios romanos, 17 de junio de 1932.
3 Discurso citado, 20 de febrero de 1927.
4 Discurso para el Decreto sobre los milagros para la canonización, 19-XI-1933
273
De sus labios bebió entonces el Papa cuán metido estaba en la cima de sus pensamientos y en los afectos de su corazón el arreglo de la
deplorable dia que separaba en Italia al Estado de la Iglesia. La cuestión romana se había puesto, en aquellos meses, como suele decirse,
de actualidad. Pululaban artículos y folletos con proposiciones más o menos disparatadas sobre el modo de resolverla o llenos de
enconadas polémicas. También el New York Herald de los Estados Unidos había encargado a uno de sus corresponsales en Italia que
visitase a los mas ilustres personajes de las dos Romas, estudiase la recíproca posición del Quirinal y del Vaticano y diese cuenta de ello.
Nació así una larguísima correspondencia, compendiada enseguida por algunos periódicos italianos y extranjeros. Había originado el gran
debate una carta abierta 1 de Emilio Rendu, Inspector general que fue de las Universidades francesas, al honorable Rogelio Bonghi, sobre
este candente tema.
Pues bien, don Aquiles Ratti vio, en aquella ocasión, cómo don Bosco no acariciaba "una conciliación cualquiera, como la que muchos
habían ido soñando, embrollando y confundiendo, sino de tal manera que quedara ante todo asegurado el honor de Dios, el honor de la
Iglesia, y el bien de las almas" 2. En efecto, le oyó lamentar ciertos acontecimientos, "deplorar tanta violación de los derechos de la
Iglesia y de la Santa Sede, deplorar que los que entonces regían las suertes del país no se hubiesen apartado de caminos, que no podían
recorrer, sino conculcando los mas sagrados derechos"; por lo que imploraba de Dios y de los hombres algún remedio posible para tantos
daños, algún arreglo posible de las cosas, ((325)) de forma que volviese a brillar, con el sol de la justicia, la serenidad de la paz en los
espíritus" 3. Por eso en la Encíclica Quinquagésimo ante anno del 23 de diciembre de 1929, al enumerar los consuelos, que le había
aportado el año jubilar de su consagración sacerdotal, escribía:
"Durante aquella visita a la basílica de San Pedro (la visita del día dos de junio en la beatificación de don Bosco) nos venía a las mientes
cómo, por una especial providencia del Autor de todo bien, había sucedido que el primero a quien decretamos los honores celestes
después de concluir el pacto de la deseadísima paz con el Reino de Italia, fuese Juan Bosco, el cual, deplorando grandemente los violados
derechos
1 La carta fue publicada por la Rassegna Nazionale y, en dos artículos, por la Nazione de Florencia (15 y 17 de julio). Véase Unità
Cattolica, 17, 19, 26, 29 de julio y 18 de agosto.
2 Discurso para el Decreto de los milagros para la beatificación, 19 de marzo de 1929.
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3 Discurso para el Decreto del Tuto para la beatificación, 21 de abril de 1929.
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de la Sede Apostólica, había hecho diligencias varias veces, para que, restablecidos estos derechos, se arreglase amistosamente la
dolorosísima discordia por la cual Italia había sido arrancada del paternal abrazo".
Pasando ahora a las impresiones, que el joven levita recibió en aquel único encuentro con el Siervo de Dios, debemos reconocer que
debieron ser muy profundas, al ver cómo, después de tanto tiempo, las recuerda con tanta fuerza y cariño. "Han pasado ya cuarenta y seis
años, decía en 1929 1, y nos parece ayer, casi hoy mismo, verle todavía tal como lo vimos y escuchamos entonces bajo el mismo techo, a
la misma mesa, y teniendo varias veces el gozo de podernos entretener largo tiempo con él, a pesar del apremio indescriptible de las
ocupaciones".
Más que pasajero conocimiento, llama él antigua amistad a su relación con don Bosco, amistad que "le hace revivir en el corazón con
toda alegría, el júbilo, la edificación de su recuerdo" 2. Se complace, pues, el Padre Santo no sólo por ser uno de los admiradores de don
Bosco, sino por haber sido "uno de los que le conocieron personalmente, uno de los que recibieron de él mismo vivas y patentes muestras
de benevolencia y de amistad paternal, cuales podían ser entre un ((326)) glorioso veterano del sacerdocio y del apostolado católico y un
joven sacerdote" 3.
No basta. En 1929, después de recordar la "fortuna" de haber pasado con don Bosco no unas horas, sino la de haber sido huésped dos
días en su casa "sentándome a su mesa, más penitente que pobre, y aprovechándome sobre todo de su inspirada palabra", había dicho que
gozaba al sentirse por ello, en cierto modo, parte de su gran familia 4. Y, diecisiete días después, repetía 5: "Nos somos con profunda
satisfacción uno de los más antiguos amigos personales del Venerable don Bosco. Hemos visto a éste, vuestro glorioso Padre y
Bienhechor, lo hemos visto con nuestros ojos. Hemos estado junto a él, de corazón a corazón. Hubo entre nosotros un largo e interesante
intercambio de ideas, de pensamientos y de consideraciones. Hemos visto a este gran defensor de la educación cristiana, le hemos
observado en el modesto puesto en que él se colocaba entre los suyos y que era, sin embargo, un puesto de mando, vasto como el mundo,
y tan benéfico
1 Discurso citado, 19 de marzo de 1929.
2 Discurso citado, 21 de abril de 1929.
3 Discurso en el patio de San Dámaso, 3 de junio de 1929.
4 Discurso a los superiores y alumnos del colegio salesiano de Frascati, 8 de junio de 1929.
5 Discurso a los superiores y alumnos del Sagrado Corazón, 25 de junio de 1922.
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como amplio. Somos, por eso, entusiastas admiradores de la obra de don Bosco y nos consideramos felices por haberle conocido y haber
podido colaborar, por la gracia de Dios, con nuestro modestísimo concurso a su obra". En consecuencia, no es de extrañar que en el
discurso del 11 de mayo de 1930 calificara los dos días pasados al lado de don Bosco como "días de júbilo y de consuelo, que sólo puede
valorar quien tuvo aquella divina suerte".
Y, si pasamos de la impresión general a impresiones particulares, nos encontramos con que no escapó al avisado observador ninguna de
las cualidades características de nuestro Santo. En efecto, aunque le vio dar vueltas por la casa "como el último llegado, como el último de
los huéspedes", sin embargo, ya al primer encuentro ((327)) descubrió en él una "figura muy superior y arrebatadora, una figura completa"
1. Advirtió su "tesón en el trabajo, su indomable resistencia a la fatiga del terrible quehacer de cada hora, de la mañana a la noche, de la
noche a la mañana, y siempre que hiciese falta 2; "una vida de trabajo colosal, que daba la impresión de la violencia, sólo con verlo" 3.
Advirtió una de sus más preciosas cualidades, la de "estar presente en todo", aun cuando "atareado por una avalancha continua de afanes
agobiadores, en medio de una multitud de peticiones y consultas", sabía entretanto "tener el espíritu en otro lugar, donde siempre
dominaba una calma soberana" 4; esto que una de sus cualidades más impresionantes era "la suma calma, el dominio del tiempo que le
permitía escuchar a todos los que acudían a él, con tanta tranquilidad como si no tuviese otra cosa que hacer" 5. Y lo vio asistido por "una
paciencia inalterable, inagotable" y por "una verdadera y peculiar caridad tal, que siempre tenía un algo de su propia persona, de la mente,
del corazón, para el último llegado, a cualquier hora que llegase y después de cualquier trabajo" 6.
Admiró, además, en él al "grande, fiel y verdaderamente sensato siervo de la Iglesia Romana, de la Santa Sede Romana" 7. Sí, esta
"fidelidad generosa y valiente a Jesucristo, a su santa Fe, a la santa Iglesia, a la santa Sede fue el privilegio" ejemplar, que el Padre Santo
pudo "leer y experimentar en su corazón", comprobando "cómo colocaba,
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1 Discurso citado del 20 de febrero de 1927.
2 Ibídem.
3 Discurso para el Decreto del Tito para la canonización, 3 de diciembre de 1933.
4 Discurso citado del 20 de febrero de 1927.
5 Discurso citado del 19 de marzo de 1929.
6 Discurso citado del 3 de diciembre de 1933.
7 Discurso citado del 19 de marzo de 1929.
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por encima de toda gloria, la de ser un fiel servidor de Jesucristo, de su Iglesia, de su Vicario" 1.
Otra "impresión todavía viva en el alma" del Pontífice es que le pareció desde entonces "un hombre invencible, insuperable, ((328))
porque se apoyaba firme y sólidamente con plena y absoluta confianza en la divina fidelidad" 2.
Le impresionó, además, haber descubierto en don Bosco un hábito sacerdotal, que era fruto de una perfecta preparación. Hablando a los
alumnos de los seminarios pontificios romanos, mayor y menor, el 17 de junio de 1932, después de haber mencionado la doble
preparación moral e intelectual que debían anteponer al sacerdocio, presentó el ejemplo de don Bosco diciendo: "Nos hemos podido ver
muy de cerca al Beato, edificarnos verdaderamente en presencia de una y otra preparación y apreciar lo que no todos tuvieron el gusto de
ver, ni aun sus propios hijos. Puesto que su preparación de santidad, su preparación de virtud, su preparación de piedad, estaba a la vista
de todos, porque era toda la vida de don Bosco; su vida era en todo momento una inmolación continua de caridad, un continuo
recogimiento de oración; ésta es la impresión más viva que se tenía de su conversación: la de un hombre que estaba atento a todo lo que
sucedía ante él. Llegaba gente, de todas partes (... ) y él de pie, al instante, como si fuera cosa de un momento, oía todo, captaba todo,
respondía a todo, y siempre en profundo recogimiento. Hubiérase dicho que no atendía a nada de cuanto se decía a su alrededor; hubiérase
dicho que su pensamiento estaba en otra parte, y era realmente así, estaba en otra parte: estaba con Dios en espíritu de unión. Pero, luego,
respondía a todos, y tenía la palabra exacta para todo y para sí mismo, tal como para asombrar a todos; efectivamente, sorprendía primero
y luego maravillaba. Esta era la vida de santidad y de recogimiento, de asiduidad a la oración que llevaba don Bosco en las horas de la
noche y en medio de las ocupaciones continuas e implacables de las horas del día. Pero escapó a muchos la preparación de su inteligencia,
de su ciencia, de su estudio, y son muchísimos los ((329)) que no tienen idea de lo que don Bosco dedicó y entregó al estudio. Había
estudiado muchísimo y siguió estudiando mucho tiempo muy ampliamente".
Finalmente, al recordar con tanta insistencia aquella feliz coyuntura, se aprecia una impresión dominante en el Padre Santo y es que
había allí un rasgo de la "divina Bondad" 3 y una "admirable disposición
1 Discurso citado, del 25 de junio de 1922.
2 Discurso citado, del 21 de abril de 1929.
3 Discurso citado, del 21 de abril de 1929 y del 11 de mayo de 1930.
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de Dios" 1, de modo que entre "las gracias más grandes de su vida sacerdotal" él no duda en contar su "encuentro" con don Bosco 2.
Nada, pues, impide tener como cierto que el inolvidable encuentro no fue meramente casual, o debido a circunstancias puramente
humanas, sino predispuesto en sus arcanos consejos por la Providencia divina. Son dignos de notar el rasgo de cortesía y la delicada
expresión, que el Siervo de Dios tuvo con él cuando se separaron para no volver a verse más.
A punto de despedirse, quería el huésped manifestar su propia satisfacción entregando a don Bosco una limosna; pero el Santo, cosa
insólita, la rechazó diciendo:
-Usted podrá ser útil de otra manera a nuestra Congregación.
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No pretendemos atribuir a estas palabras un significado superior al valor de una exquisita cortesía; pero nada nos impide concluir con
una reflexión. El que había confiado al humilde sacerdote piamontés una misión de bien tan vasta como la Iglesia, guió los
acontecimientos de manera que aquél de sus Vicarios, a quien iba a tocar el cometido de poner a dicha misión el sello del supremo
reconocimiento, descubriese con antelación y valorase de cerca los tesoros de gracia, que el Espíritu Santo derramó sobre él.
1 Discurso citado, del 19 de marzo de 1929.
2 Discurso citado, del 8 de junio de 1922, del 3 de junio de 1929 y del 9 de julio de 1933.
278
((330))
CAPITULO XI
SAN JUAN BOSCO Y EL CONDE DE CHAMBORD
LUIS XI Rey de Francia se encontraba gravemente enfermo, y llamó a su lecho a san Francisco de Paula, de Italia, con la esperanza de que
su bendición alejase de él a la muerte, ya segura; pero el Santo no se movió hasta que se lo mandó el Papa Sixto IV. Fue entonces al
castillo de Plessis, en los alrededores de Tours y, aunque el enfermo no curó, lo indujo, sin embargo, a ir cristianamente al encuentro del
final de su vida que ocurrió el día 13 de agosto de 1483.
Habían transcurrido exactamente cuatro siglos, cuando se renovó la visita de otro santo sacerdote italiano, don Bosco, a un descendiente
de Luis XI, saludado por Rey de Francia con el nombre de Enrique V, aunque nunca subió al trono. Tampoco en esta ocasión pudo la
santidad mantener en vida al augusto enfermo, pero sirvió para prepararlo serenamente al gran paso.
Enrique de Chambord era el último vástago de la rama borbónica principal. Su abuelo, Carlos X, fue obligado a renunciar al trono en
1830, y abdicó sus derechos a la corona de Francia en favor de su primogénito, el duque de Angulema, que también renunció en favor del
nieto conde de Chambord, hijo de su hermano el duque de Berry. Nació en 1820 unos meses después del asesinato de su padre, y se llamó
primero conde de Burdeos; pero después, cuando una suscripción nacional lo ((331)) puso en posesión del castillo de Chambord en el
departamento de Loir-et-Cher, le dieron sus seguidores ese título, que conservó durante toda la vida.
En el año 1846 se casó con la archiduquesa María Teresa de Austria-Este, hija del duque de Módena, Francisco IV, y de Beatriz de
Saboya, hija de Víctor Manuel I; pero no tuvo hijos. En 1873 pareció llegado el momento de recobrar el trono de sus abuelos; su partido,
reforzado por las debilidades de la tercera república y por la unión de la rama de los Orleáns, hubiera podido dominar la situación. Pero el
Príncipe, firme en rechazar la bandera tricolor, emblema de la revolución, y en querer reponer la bandera blanca con los lirios de oro,
279
estandarte de la antigua monarquía francesa, hizo fracasar los intentos de restauración monárquica.
Desde entonces, vivió desterrado en Frohsdorf, en el castillo que le dejó en testamento la duquesa de Angulema, situado en Estiria a
cuarenta kilómetros de Viena, cerca de la estación ferroviaria de Wiener-Neustadt. No abandonó nunca sus aspiraciones de devolver a
Francia su histórico régimen, sin llegar a pactos con la revolución. Era un óptimo cristiano en su vida privada y pensaba continuar en el
trono la serie de los reyes cristianísimos. Para él no había más que soberanía cristiana o nada.
-Jamás consentiré, decía, llegar a ser el Rey legal de la revolución.
En el año 1883, cuatro meses antes que llegasen al público noticias alarmantes sobre su salud, don Bosco recibió desde Gorizia, en otro
tiempo residencia del abuelo, una carta de parte del Príncipe, en la que se le hablaba de un incidente ocurrido a éste y se le pedía que
hiciera oraciones especiales. Decía el secretario: "Mejor que nadie, sabe usted cuán preciosa es la salud de aquél, en quien, después de
Dios, descansan las esperanzas de la Francia católica" 1.
((332)) Sea cual fuere el incidente mencionado en la carta (quizás, según dicen, un ataque de flebitis) 2, una grave enfermedad minaba
ya al Príncipe. Los periódicos no supieron nada hasta el día primero de julio, cuando un telegrama recibido en Union, de París, lanzaba de
improviso la noticia de que las condiciones de Su Alteza Real despertaban serias inquietudes. El mismo día, en el espacio de cinco horas,
1 Apéndice, doc. núm. 78. A primeros del mes, el conde de Chambord había mandado enviar a don Bosco un donativo para sus obras
(Apéndice, doc. núm. 79). Las fuentes de nuestra relación son las siguientes: 1.° una relación inédita del abate Curé, capellán del Conde,
enviada a monseñor Serafín Vannutelli, Nuncio Apostólico ante la corte de Viena, y llegada a nosotros por medio de la familia del conde
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de San Marzano, cuya madre era natural de Hungría, la condesa Luisa Iànkovics. Su padre, Montbel, aristócrata francés, que fue ministro
de Carlos X, había seguido al conde de Chambord al destierro. Tal vez por su medio tuvo ella el documento, que guardó con amor como
una reliquia, porque tenía en gran veneración a don Bosco. Lo había conocido en Niza. Tenía a sus hijos en un colegio del Principado de
Mónaco, pasaba en Niza buena parte del año y cuando se enteraba de la llegada de don Bosco enviaba a la estación su coche para honrarle
(Apéndice, doc. núm. 80). 2.° Una relación incompleta de don Miguel Rúa, publicada por vez primera en Il Servo di Dio Michele Rua de
AMADEI. Torino, S. E. I. (sin fecha), vol. I, págs. 326-9. 3.° J. Du Bourg, Les entrevues des Princes à Frohsdorf, París, Librairie
Académique Perrin et Cie, 1910, págs. 112-169. 4.° Diarios y documentos de archivo, que iremos citando.
2 RENE DE MONTI DE REZE Souvenirs sur le Comte de Chambord, París, Edition Emile-Paul Frères, 1931, pág. 112: "El veinticinco
de marzo (...), al subir el Príncipe al coche, en Gorizia, sintió un agudo dolor en la pierna, que el médico atribuyó a un latigazo, pero que
no era mas que flebitis".
280
llegaron a don Bosco tres telegramas de distintas partes pidiendo oraciones. Don Bosco mandó contestar con tres cartas asegurando que se
rezaría y se comenzaría en seguida una novena. Un cuarto telegrama, enviado por el conde de Charette, hacía la misma súplica y también
se le hizo la misma promesa por carta. Los médicos no estaban de acuerdo acerca de la naturaleza del mal, unos opinaban que había un
tumor canceroso en el píloro, otros una inflamación interna con endurecimiento de tejidos en la base del estómago.
Mientras tanto, los periódicos publicaban diariamente los boletines médicos, que eran leídos con avidez en toda Francia. Príncipes y
jefes monárquicos acudían a Frohsdorf, temiendo el próximo desenlace. Los círculos partidarios del Piamonte estaban sobresaltados. Se
celebraban pacíficas demostraciones en muchas ciudades; y en todas asistían numerosos fieles a misas celebradas para obtener del cielo la
curación. El Fígaro del 4 de julio escribía: "Los ((333)) que creían apagada en Francia la idea monárquica, se convencen ahora de lo
grande que era su error".
El día cuatro, al mediodía, recibió don Bosco del abate Curé, capellán del castillo, un telegrama en estos términos: "El Príncipe conde de
Chambord desea mucho verle. Ruego salga inmediatamente para Frohsdorf. Respuesta pagada veinte palabras".
Don Bosco contestó que acababa de llegar de Francia, que estaba cansado y enfermo y no se sentía con fuerzas para emprender tan largo
viaje; que rezaría y haría rezar a sus muchachos. No conocemos el contenido de una carta posterior, a la que contestó en el mismo sentido.
Como el mal se agravara cada vez más, el enfermo, recibió con perfecta serenidad los últimos sacramentos. El Nuncio de Viena le llevó
personalmente la bendición del Papa y estuvo largo rato a su cabecera. La Unità Cattolica del día siete, decía: "Si hay un Príncipe, que
mereciera este favor del Papa, ciertamente lo era el conde de Chambord, que une, a la práctica de una vida ejemplarmente cristiana, el más
tierno amor a la Santa Sede y al Romano Pontífice".
El Gobierno, aunque aparentaba indiferencia, sin embargo, tenía sus preocupaciones. Le infundía sospechas especialmente aquel ir y
venir de los Príncipes de Orleáns, por lo que vigilaba sus movimientos. Hubo, incluso, la propuesta de expulsar de Francia a los Orleáns,
tan pronto como tomasen actitudes de pretendientes. El castillo de Frohsdorf había adquirido en pocos días celebridad europea.
Junto a la cama del enfermo se sucedían las consultas médicas y en su estado de salud se alternaban mejorías y empeoramientos. En el
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pueblo francés aumentaba desmesuradamente el interés por la suerte del Príncipe. En la noche del día doce de julio las cosas empeoraron
tan rápidamente que parecía inminente el principio de la agonía. En medio de tanta zozobra general, se volvieron las esperanzas a María
Auxiliadora y se llegó al convencimiento de que la Virgen haría el milagro con las oraciones de don Bosco. El Conde manifestó de nuevo
el deseo ((334)) de verle. Inmediatamente telegrafió a París el marqués de Foresta, secretario, que se enviase sin demora a Turín al conde
Du Bourg con orden de llevar consigo a don Bosco hasta Froshdorf.
José Du Bourg, de Toulouse, pertenecía, desde hacía veinte años, a la Maison du Roi, esto es, al séquito inmediato del conde de
Chambord, y gozaba de su entera confianza. Estaba casado con una hija del gran amigo de don Bosco, el conde Carlos de Maistre, por lo
que entabló muy pronto relación con el Siervo de Dios. No había, por tanto, en el círculo de amistades del Príncipe persona más idónea, a
quien confiar el delicado encargo.
El conde Du Bourg, que acababa de regresar de Froshdorf y anhelaba volver a ver a su familia, interrumpió el viaje y salió al instante
para Turín. Llegó hacia las diez de la mañana del día trece. Su primer pensamiento fue ir en busca del barón Ricci des Ferres, su primo,
para que lo acompañara a Valdocco. Al llegar al Oratorio, se anunció y fue introducido y recibido por el Santo con una bondadosa sonrisa
que le ensanchó el corazón. Después de las primeras preguntas del Santo sobre su familia, se apresuró a exponerle el objeto de su viaje y
de su visita. Un no rápido y resuelto fue la respuesta; después vinieron las explicaciones. El reciente viaje a Francia le había cansado
excesivamente; después del regreso, se había sentido mal y no había podido atender al despacho de muchos asuntos; no podía todavía
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andar bien, ya que las piernas le parecían dos máquinas inertes de goma elástica.
-Por lo demás, añadió, "qué voy a hacer en aquel castillo? No es un lugar para don Bosco. Yo únicamente puedo rezar por el Príncipe, y
ya rezo y hago rezar a toda mi Congregación. Si el Señor quiere conceder la salud al Príncipe, lo hará; pero yo, repito, sólo puedo rezar, y
para esto no hace falta, por cierto, ir lejos de Turín.
El conde Du Bourg quedó consternado y, sin embargo, vivo o muerto, estaba decidido a llevárselo. Empezó, pues, por observar que él,
al actuar de aquella manera, sólo había examinado una ((335)) vertiente de la cuestión, la vertiente personal.
-Un santo, afirmó, ciertamente no se adelantaría por su cuenta y se mezclaría con cosas que apasionan al público. Pero en nuestro caso
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no entra esto; aquí debe moverle a usted un motivo de caridad. Está moribundo y le llama a usted un príncipe, el jefe de una casa que ha
servido siempre a la Iglesia; y "tendría usted el valor de negarle este consuelo? San Francisco de Paula voló a la cabecera del moribundo
Luis XI; la caridad hizo acallar toda consideración.
Pasó después a mostrarle que en Francia no se le perdonaría que se negara a atender a aquél, a quien muchos consideraban como
legítimo soberano.
Don Bosco escuchó reflexionando y callaba. El barón Ricci, que estaba casi siempre en disposición de bromear, rompió el silencio
diciendo:
-Pronto veremos a don Bosco peleando con los partidarios de la dinastía de Francia.
La "elocuencia tolosana" 1 del enviado había vencido; también Ricci había dado en el blanco.
-íBueno! íPaciencia!, exclamó don Bosco, que ciertamente no se habría hecho rogar tanto para acudir a la cabecera de cualquier pobre
hombre. Después, con su dulce, serena y amable sonrisa, siguió diciendo:
-Me llegaron telegramas de Frohsdorf y respondí con telegramas; me escribieron cartas y respondí con cartas; ahora me han enviado una
persona, y respondo con mi persona.
La tranquilidad y naturalidad con que hablaba pareciéronle a Du Bourg las de quien, ponderando las cosas ante Dios, estaba dispuesto a
cambiar de parecer sin sombra de queja.
-Estoy a su disposición, añadió. Fije la hora de la partida y comuníquemela.
Profirió las últimas palabras meneando la cabeza de tal modo, que su interlocutor lo interpretó como señal de mal agüero, como si
quisiera decir que él no tenía nada que hacer allí.
Se concertó el itinerario, y se le propuso partir aquella misma tarde a las siete. Era viernes; el domingo siguiente ((336)) debía celebrarse
en el Oratorio la reunión anual de los antiguos alumnos seglares, y don Bosco no podía faltar a ella. Habría querido, por tanto, aplazar la
salida hasta dos días más tarde; pero, ante los razonamientos de Du Bourg acabó por admitir que, dadas las circunstancias del caso, era
demasiado largo el aplazamiento, y puesto que había de ir, lo mismo daba salir enseguida.
1 La frase es del abate Curé en su relación.
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-Pues bien, salgamos esta tarde a las siete, concluyó. A las seis y media estaré listo.
Y lo estuvo: el señor Du Bourg se presentó puntualmente en el Oratorio. Ya había enviado un telegrama a Frohsdorf con la alegre
noticia: alegre, sin duda, para el Príncipe, que deseaba mucho una visita del "santo varón" 1. He aquí la escena tal como él la describe: "A
las seis y cuarto me presenté en la portería de los Salesianos. Me llevaron, por un laberinto de estrechos corredores, hasta una humilde
salita. Don Bosco estaba allí cenando muy tranquilo en compañía de don Miguel Rúa, que le acompañaría en el viaje. De pie en su
derredor estaban los principales sacerdotes de la Congregación y los jefes de oficinas, que recibían uno tras otro las últimas instrucciones
sobre los asuntos en curso. Aquellas figuras ascéticas e inteligentes, la refección muy frugal y poco apetitosa y la calma de don Bosco, que
contestaba a todo con precisión, formaban un cuadro impresionante".
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No había tiempo que perder. El conde Du Bourg, temiendo que se les hiciese tarde, metía prisa. Por fin, bajó don Bosco; pero íqué
inesperado contratiempo! Apenas apareció en los patios, corrieron a su alrededor para besarle la mano sacerdotes, clérigos y muchachos,
haciendo más lenta su marcha. Después, como siempre, había allí señores y señoras, que querían decirle y oír una palabra, y don Bosco se
paraba con calma un instante aquí y allí. El pobre Du Bourg sufría una excitación de nervios como nunca; por fin, una vez cruzados los
patios, arrastró a los dos compañeros de viaje, hasta su calesa, que, devorando el camino, ((337)) llegó a la estación de Porta Nuova,
cuando apenas faltaban siete minutos para la salida del tren. Se emplearon cuatro para sacar los billetes; esperaba que los tres restantes
fueran suficiente para facturar el equipaje y subir al vagón; pero la taquilla del furgón de equipajes, se cerró en aquel instante. "Qué hacer?
Se despidió de la maleta, se lanzó a la sala de espera, agarró a los dos "santos varones", los metió en un departamento de lujo, los siguió
jadeante y arrancó el tren. Don Bosco no se alteró con todo aquello, antes al contrario sonreía.
"Es algo prodigioso, escribe Du Bourg, vivir continuamente así en la presencia de Dios. Todos los percances de la tierra pasan de
refilón".
Don Bosco se echó a reír, al verse en un departamento con tantos espejos y comodidades.
-Señalaré, dijo, este viaje como una de las aventuras extraordinarias
1 DE MONTI, l. c., pág. 152.
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de mi vida... íDon Bosco de viaje en coches tan suntuosos! Tiene gracia la cosa; se lo contaré a mis muchachos.
El percance más notable sucedió en Mestre, importante nudo ferroviario, no muy distante de Venecia. Nuestros viajeros tenían que habe
enlazado con el exprés de Viena; pero perdieron la combinación por haber llegado con casi una hora de retraso. No hubo más remedio que
seguir el viaje una hora después con el tren ómnibus, que tardó veinticuatro horas, en lugar de doce, para llegar a Wiener-Neustadt, por lo
que pasaron dos noches y un día en el tren.
Don Bosco, que ya estaba cansado antes de salir, aumentó todavía más su cansancio, pues no pegó los ojos en toda la noche.
-íPaciencia!, exclamó sonriente. Así lo quiere la Providencia.
Hacía un calor sofocante. En las largas paradas no hubo manera de hacer tomar ningún alimento a don Bosco; sólo don Miguel Rúa,
escribe Du Bourg, "se regaló con un par de huevos fritos", dos horas después del mediodía. El movimiento del tren causaba molestias de
estómago a don Bosco; por eso, procuraba no tomar nada. En las paradas ejercitaba las piernas, paseando arriba y abajo por el andén de la
estación con los brazos cruzados ((338)) al dorso, según su costumbre en los últimos años de su vida, para facilitar la respiración.
A pesar del cansancio, se esforzaba por aliviar en el tren el aburrimiento del conde Du Bourg con interesantes conversaciones. Como
aún tenía reciente el recuerdo de las impresiones recibidas en Francia, contó muchas cosas de aquel viaje. El buen Conde, repasando lo
que había oído, hace en su libro esta observación: ""Cómo explicar que la corriente, tan humana y superficial, pudiera adueñarse de un
curita tan modesto en el porte y en el aspecto y que hablaba una especie de algarabía 1, que ni siquiera tenía la vehemencia y el énfasis tan
propio de los italianos? Y, sin embargo, es un hecho innegable, aun cuando el interesado no decía nada de ello. Y no me refiero a la gente
más o menos devota, que se lanzaba tras él; sino que el entusiasmo, del que era objeto, se extendía a todos. Los diarios más mundanos,
incluso el Figaro, contaban "maravillas" de sus obras y de sus milagros".
Era una prueba de su irresistible fascinación en ambientes mundanos la narración de dos banquetes, que le ofrecieron la colonia rusa y la
polaca, residentes en París, y que él aceptó por ser útiles a sus fines.
El anfitrión del primero, un príncipe ruso, para mantener una apuesta
1 Algarabía o lenguaje incomprensible. Charabia se llama al lenguaje popular en Francia, hablado en Auvernia, antigua provincia del
centro de Francia, cuya capital era Clermond-Ferrand. (N del T).
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que había hecho, servía en lo más crudo del invierno toda clase de frutas de verano, como melones, melocotones, cerezas, uvas, peras,
fresas y todas ellas frescas y no en conserva. El banquete costó millares de francos y aquel alarde de absurda prodigalidad asombró a don
Bosco; pero, como recuerdo del banquete, recibió un sobre con un buen paquete de billetes de mil. En el segundo banquete, también de
otro príncipe ruso, había éste apostado hacer servir platos escogidos de toda clase de animales de caza rusos, incluso había reno y oso de la
Mouche, decía don Bosco, para indicar la ciudad de Moscú ya que, en italiano, Moscú se dice Mosca, como el conocido insecto. También
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describió la recepción que le hicieron los príncipes de Orleáns. La princesa Blanca de Orleáns le había invitado inútilmente por dos veces,
((339)) hasta que, a la tercera, dejóle a él la elección del día.
-Y por hacer un acto de caridad, acepté, dijo él.
Narró también prodigiosos episodios sobre la intervención de la providencia en sus obras y le hizo cuentas de los inmensos gastos
necesarios en un año para sostener la sola casa de Valdocco. Con estas conversaciones, no pareció tan largo el tiempo.
Cuanto más se acercaban a la meta se leían peores noticias en los periódicos. Un telegrama del día trece decía: "Noche agitada; breve
desmayo a causa de la debilidad y delirio. Parece haber empezado la agonía". Y otro del día catorce: "El estado de Chambord ha
empeorado. No abrió los ojos desde el mediodía y tuvo algunos síncopes". Temían, pues, encontrarlo muerto.
Hacia las seis de la mañana del día quince, llegaron a Wiener-Neustadt, desde donde un coche del castillo los llevó en tres cuartos de
hora a Frohsdorf. Quitáronse un poco el polvo del camino y don Bosco fue a saludar al enfermo; después le acompañaron, junto con don
Miguel Rúa, a la capilla para celebrar la misa. Era domingo y el día onomástico del príncipe. Muchos de la colonia francesa local
asistieron a la misa y comulgaron para obtener la gracia; el Príncipe ya había recibido la comunión de manos del padre Bole jesuita, su
confesor 1.
En el diario de la enfermedad, compilado por la esposa de De Monti y reproducido por él en su libro, se describe la impresión que causó
don Bosco en aquella especie de corte 2, en estos términos: "Es un hombre bajito de estatura, con mirada inteligente y semblante
1 Unos escriben Boll y otros Bole. DE MONTI, el autor del libro, dice Boll; y en el diario de la enfermedad reproducido por él, se lee
Bole.
2 DE MONTI, l. c., pág. 155.
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prematuramente envejecido y gastado. Tiene un aire algo tímido y una gran sencillez".
Mientras don Bosco celebraba la misa, el conde Du Bourg, para contentar al Príncipe, que quería oír hablar de él, le contó muchos
episodios de su vida, como la historia del perro gris, milagros ((340)) realizados con la bendición de María Auxiliadora y prodigios de la
asistencia divina a sus obras. Al fin, díjole el Príncipe casi impaciente:
-Id a llamar a este santo varón y traédmelo aquí.
El Siervo de Dios estaba todavía en el acto de acción de gracias después de la misa. Al notificarle que Su Alteza Real le aguardaba, hizo
ademán con la cabeza de haber entendido, pero siguió rezando. Llegó un camarero para advertir que el Príncipe estaba esperando.
Entonces Du Bourg se le acercó y le dijo:
-No se puede hacer esperar de esta manera a Monseñor. Llama y hay que ir.
Volvió a decir que sí con la cabeza, pero no se movió.
"Todo termina en este mundo, escribe Du Bourg, incluso el rezar de don Bosco".
Se levantó, pues, despacito, aceptó un ligero refrigerio y, mientras tomaba una taza de café con leche, presentóse otro mensajero
repitiendo que Su Alteza esperaba al visitante. Afanóse el conde Du Bourg para explicar al enviado la razón de la demora para que se
informase al Príncipe; pero don Bosco seguía allí tranquilo y sereno.
"Llevaba, escribe Du Bourg, la calma del cielo en el alma, en el corazón, en el espíritu, en el carácter".
Pasó por fin don Bosco ante el augusto enfermo y sostuvo con él un largo coloquio. Pareció convencido de que no moriría, y se lo dijo
con las palabras del evangelio: Infirmitas haec non est ad mortem. Al oír tan fausto anuncio, el Príncipe se sintió revivir; pero don Bosco
le añadió al momento que invocase con fervor a María Auxiliadora, llamada también Salus infirmorum, y lo preparó para recibir la
bendición. Cuando el Siervo de Dios se retiró, el enfermo con una voz clara y fuerte, como hacía dos semanas no se le oía, llamó al conde
Du Bourg y le dijo con viveza:
-Mi querido Du Bourg, ya lo había dicho yo. Estoy curado... No ha querido declarármelo, pero yo lo he entendido... íEs un santo! Estoy
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muy contento por haberlo visto... Todos los que estamos aquí, no llegamos a la suela de los zapatos de don Bosco.
Y más tarde dijo al capellán:
-Don Bosco dice que no es él, sino el otro.
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Y puesto que el capellán no comprendía volvió a decir:
((341)) -Dice que los milagros no los hace él, sino su compañero. Ese también es un santo.
La extraordinaria sencillez de don Bosco se hizo notar en su primer encuentro con la Condesa, a la que acompañaba Du Bourg.
-"Y quién es usted?, le preguntó en italiano.
Ella sonrió y le fue diciendo, sin más, nombres y títulos, y añadió que su madre era princesa de Saboya, pero de la rama primogénita.
Como era el día onomástico del Príncipe, permitió éste que los familiares presentes en Frohsdorf entraran para felicitarle. Solamente
debían haber desfilado por delante del lecho para no cansarlo; pero él dirigía a cada uno una palabra de saludo, como hacía ya mucho
tiempo no se sentía con fuerzas para ello.
Entonces, y también alguna otra vez, paseó don Bosco por el magnífico jardín, donde encontraba niños y niñas que sólo entendían el
alemán; pero él se las arregló de modo que con los recuerdos de los estudios juveniles y preguntando a personas benévolas, se hizo con
una pequeña colección de frases, con las que lograba hacerse entender y comunicarles buenos pensamientos sobre la salvación del alma.
A petición del abate Curé, habló por la tarde en la capilla a un discreto auditorio de franceses. Con la mayor sencillez y con aire paternal
les exhortó a la santa comunión, a la devoción a la Virgen y a la confianza en la oración. Por último, prometió que, cuando él volviese
para dar las gracias al Señor, también estaría presente el Príncipe al canto del Te Deum. A este propósito, la relación del abate Curé tiene
esta observación: "Según él afirma, la curación tendría lugar, pero no tan aprisa, para que no se atribuyese a él, sino a la eficacia de las
oraciones que se hacen en todas partes".
Al anochecer, se sentó a la mesa. Había dieciocho cubiertos 1 y se
1 El conde Du Bourg dice dieciséis, pero es más exacto el abate Curé. La Unitá Cattolica describió el banquete con detalles tomados del
Figaro; pero son más dignas de crédito las narraciones de Du Bourg, testigo ocular. De Monti publica la colocación de los comensales en
la mesa:
La Señora
Condesa de Monti General de Charette
Marqués de Foresta Señor Frémond
Secretario de don Bosco Conde De Monti
Señor Du Bourg Vizconde Du Puget
Conde de Chevigné Conde d'Andigné
Padre Boll Señor Huet du Pavillon
Barón de Raincourt Abate Curé
Don Bosco Duque de la Gratzia
Conde de Blacas
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quería celebrar la fiesta de san Enrique. Presidía la Condesa. ((342)) Reinaba bastante alegría. Se había servido el asado y escanciado el
champaña en las copas, cuando de pronto, con estupor y regocijo de todos, se asomó a la sala el Príncipe, llevado por los camareros sobre
un sillón de ruedas. La esposa fuera de sí corrió a su lado. La emoción arrancaba las lágrimas. Estaba flaco y demacrado; sin embargo, dijo
con voz enérgica:
-No he querido que se bebiese a mi salud, sin estar yo presente. Dichas estas palabras, pidió una copa de champaña. De Charetté la puso
a toda prisa en sus manos. Con gracia exquisita, brindó a la salud de la Condesa, de los presentes y de don Bosco, acercó la copa a los
labios y después se la hizo llevar a su habitación.
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Cuando la agencia Havas anunció que el Príncipe se había hecho trasladar a la sala del convite en el banquete de san Enrique, para
celebrar la fiesta con los invitados, muchos creyeron que era una broma del telégrafo; tampoco la Croix ((343)) se atrevió a publicar la
asombrosa noticia, después de los amenazadores boletines médicos, recibidos hasta entonces. Pero es fácil explicar la vacilación; ningún
telegrama había anunciado, antes de aquella fecha la llegada de don Bosco.
A medida que los detalles de la mejoría se confirmaban, se reavivaban las esperanzas de los ánimos; en cambio aumentaba el mal humor
en el grupo de los adversarios políticos. Sus periódicos insinuaron que todo aquello era una farsa; farsa la enfermedad y farsa la mejoría.
Si hubieran querido ser cabales, deberían haber añadido que
En el mismo libro encontramos también el menú de la comida:
Cena del día 15 de julio, 1883
Sopa a la Reina
Condimentos para sazonarla
Lomo de buey asado a la jardinera
Entrada
Pollos a la Villeroy
Ponche a la romana
Asado
Pierna de corzo a la salsa pebrada
"Entremets
"
Coliflores con salsa a la mantequilla
Helado a la vainilla rellena de almendras
(Como fácilmente puede comprenderse, traducimos las "palabras", mas sin hacernos cargo exacto de su significado. Vivimos muy lejos
de una minuta de comida extranjera, palaciega y antañona). (N. del T.).
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también era una farsa el juicio de los más famosos médicos de Europa, incluido el doctor Vulpián, celebridad mundial. Este, en efecto,
cuando llegó a Frohsdorf a primeras horas de la tarde del día quince y examinó detenidamente al enfermo, firmó con otros dos médicos
vieneses un boletín en el que se decía: "El estado general es relativamente satisfactorio". Tan satisfactorio que, durante la jornada, el
Príncipe habló varias veces y no por breves instantes, sin experimentar cansancio, cuando antes con dificultad salían de sus labios unas
palabras; además, había tomado en varias veces medio litro de leche, cuando en los días anteriores una sola cucharada de líquido le
producía espasmos de estómago y vómitos convulsivos.
Así pues, los nombres del doctor Vulpián y de don Bosco iban juntos en la prensa diaria. Se temía que el doctor parisiense arrugara el
ceño al encontrarse con un cura; y, en cambio, fue él mismo quien pidió que le presentaran a don Bosco, al cual dijo que su hijo, alumno
de los Marianistas, había tenido la fortuna de verle en la visita hecha al colegio Stanislas.
El día dieciséis, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, don Bosco celebró la misa, a las cuatro de la mañana, en la habitación del Conde,
que recibió la santa comunión de sus manos junto con la Condesa. Cada vez que el Siervo de Dios se acercó a la cabecera del enfermo, y
sólo lo hizo cuando éste le llamó, hablóle siempre como sacerdote, nunca como cortesano. A las buenas esperanzas, añadía el pensamiento
de que la vida y la muerte ((344)) están en las manos de Dios, Rey de reyes y Señor de los señores; que todos, pequeños y grandes, se
deben conformar con sus inescrutables designios. Y el Conde, hombre de viva fe y sólida religión, asentía plenamente y le dijo que, si la
divina Providencia quisiese disponer que él podía servir aún a Francia, aquí en la tierra, no rehusaba el trabajo; pero que, si era del agrado
de Dios llamarlo a la eternidad, estaba en todo y para todo sometido a los decretos divinos. Los piadosos sentimientos del Conde y la
edificante virtud de la Condesa dejaron enternecido profundamente a don Bosco.
El día dieciséis por la tarde, al despedirse, vio el Siervo de Dios con gran satisfacción que la mejoría se acentuaba cada vez más. Así que
se hizo prometer que, si recobraba la salud de antes, iría a Turín para dar gracias a María Auxiliadora en su santuario y honrar con su
visita al Oratorio, donde tantos muchachos habían rezado, rezaban y seguirían rezando por él. El Conde abrazó a don Bosco y le besó
tiernamente,
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dándole cordialmente las gracias por su visita.
Don Bosco había volado aquel día con el pensamiento a Niza,
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porque se acercaba el día onomástico del ingeniero Vicente Levrot y quiso enviarle desde allí su felicitación.
Mi querido señor Vicente Levrot:
La caridad que, de tantas maneras, dispensa a nuestras obras, me obliga también de lejos a recordarle en su día onomástico.
Por eso, el día veinte de este mes celebraré la santa misa y nuestros jóvenes recibirán la comunión por usted y por toda su familia.
Todos los días haremos por usted este pequeño concurso de nuestras oraciones comunitarias, a fin de que las gracias del Señor
desciendan cada vez con más abundancia sobre usted y toda su familia. Tenga a bien rezar también por mí que, con gran afecto y gratitud,
seré siempre suyo en J. C.
Prosdorf (sic), 16 de julio de 1883.
Afmo. amigo,
JUAN BOSCO, Pbro.
((345))
Don Bosco y don Miguel Rúa, acompañados por el General De Charette hasta la estación de Wiener-Neustadt, salieron para Turín el día
diecisiete por la mañana y llegaron al Oratorio el dieciocho a eso del mediodía. El Príncipe había mandado enviarle una limosna de veinte
mil francos.
Por los dos boletines médicos, publicados a diario por la prensa, vemos que se abría un camino de creciente optimismo; cuál era el
pensamiento de don Bosco se deduce de la siguiente carta, dirigida, inmediatamente después de su regreso, al conde Eugenio De Maistre.
Mi querido señor Conde Eugenio:
Acabo de llegar de Frohsdorf, y me encuentro su apreciada carta. Con mucho gusto celebraré las santas misas por el feliz resultado en
los exámenes de sus hijos, mis queridos amigos, y espero que salgan bien de ellos.
He encontrado en Frohsdorf a muchos de sus amigos, que me hablaron mucho de usted. El General De Charette le envía muchos
saludos. El conde de Chambord seguía el curso de la mejoría hasta ayer por la mañana, día diecisiete de los corrientes.
Dios le bendiga, mi siempre querido señor Eugenio, y con usted a toda su familia. Y asegurándole que cada día me considero obligado a
encomendar a Dios a usted y a todos sus hijos, me recomiendo también a la caridad de sus santas oraciones y me profeso.
Turín, 18 de julio de 1883.
Su atto. y s. s., JUAN BOSCO, Pbro.
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El mal reprimido encono de algunos periódicos italianos buscó un desahogo. Si se hubiesen contentado con satisfacer los antojos de sus
perversas insinuaciones políticas y su manido volterianismo de moda, menos mal; pero, su intento fue más lejos aún, hasta descargar un
golpe siniestro contra don Bosco. La jugada partió de la Gazzette del Popolo, la cual no se limitó a ridicularizarlo, como lo hizo el Temps,
calificando de neopaganismo aquel excesivo rezar y diciendo que don Bosco había llegado a ser presque un Dieu (un semidiós) 1; sino
que añadió la calumnia a la burla. En el número del día veinte de julio ((346)) bajo el título de "Pedimos el concurso de la prensa"
presentó cínicamente a los lectores este articulejo:
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"A don Bosco le ha ocurrido como al astrólogo de la fábula, que, por la manía de mirar los planetas (planetas de verdad), no vio el hoyo
del suelo. Mientras él estaba en Frohsdorf con ocasión del segundo milagro 2, destinado a hacer del Conde de Chambord el más gracioso
de los pretendientes, la autoridad judicial de Turín se vio obligada a iniciar en el "boscoso" instituto un expediente del mismo tipo que el
recientemente incoado para el Seminario episcopal de Biella 3. Queremos esperar que aquí no se trate más que de una falsa alarma. Sin
embargo, como quiera que se añade que, en confirmación de los hechos que serían base de la acusación, existen los efectos de una
enfermedad particular, queremos esperar también que en un sentido u otro se hará amplia luz. En este intento, sería oportuno que la noticia
del desagradabilísimo incidente fuese remitida al punto al peregrino (al efecto, aún por medio de los propietarios de Frohsdorf, el conde o
la condesa), para que acuda en seguida a poner remedio".
Para comprender el sentido de esta cauta y malvada insinuación, es preciso saber que un joven de cierta obra pía de Turín había
regresado a su casa y se le encontró contagiado de cierta enfermedad. Aunque no era posible ignorar que el muchacho no procedía del
Oratorio, se tuvo la osadía de introducir por fines masónicos esta afirmación en la relación dada al negociado de higiene y se necesitó toda
la influencia del doctor Albertotti, médico del Oratorio, para hacer que se borrase semejante infamia; pero éste la llegó a conocer mucho
tiempo después,
1 Le Temps, 24 de julio de 1883.
2 Los monárquicos llamaban hijo del milagro al Conde de Chambord, por las circunstancias en que nació, casi seis meses después de ser
apuñalado su padre por un emisario de las sectas. Por esto la curación se llamó el segundo milagro.
3 Más exactamente hubiera tenido que decir colegio internado episcopal, abierto junto al seminario. Los alumnos, que eran de familias
acomodadas, vestían uniforme de seglar y cursaban el bachillerato como en cualquier otro internado privado.
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de suerte que la calumnia pudo caer libremente en el dominio de la prensa y hubo que publicar enérgicos mentís.
((347)) Unos cincuenta diarios se hicieron portavoces de la vil mentira por toda la península y también en Sicilia. Don José Lazzero,
Director del Oratorio, fue el primero en desmentir el hecho. Solamente el Sécolo de Milán prestó oídos de mercader, a pesar de haberle
enviado una segunda carta certificada; y, hasta veinte días más tarde, no publicó una tardía e insuficiente rectificación. Don Bosco,
siempre enemigo de pleitos, no permitió que se le demandara; pero dejó que don Juan Bonetti lo pusiera en la picota en el Boletín, con un
artículo titulado Embusteros antiguos y embusteros modernos. El artículo se imprimió también como separata, en forma de folleto, y
obtuvo amplísima difusión. El autor refutaba, al mismo tiempo, las falsas aserciones de los periódicos irreligiosos en torno a la
enfermedad del conde de Chambord.
La Gazzetta del Popolo había vuelto a atacar a don Bosco en el número del día veintidós, aprovechándose de un artículo de la Unità
Cattolica del día veintiuno, que trataba del viaje a Frohsdorf. El diario de Margotti mencionaba, entre otras cosas, la invitación que don
Bosco había hecho al Príncipe a que pasara por Turín después de la curación. Ante esta noticia, la Gazzetta se entregó inmediatamente a
pasar de una cosa a otra. "Aquí, escribía, se complica el asunto, porque, mientras se representa en Austria la farsa política a favor del
pretendiente de los clericales al trono de Francia, Italia puede reírse de ello y pasar de largo con una sacudida de hombros. Pero, si se
quisiese intentar su réplica en una ciudad italiana de la frontera con Francia, entonces no sólo los progresistas y los republicanos, sino
hasta los más moderados podrían tener ganas de gritar un alto ahí a los cómicos sanfedistas 1 ". Le devolvió la pelota la Unità del día
veinte, que acababa asegurando a la Gazzette con la promesa de que, si el conde de Chambord iba a Turín, sería para rezar, y no para
conspirar.
Don Bosco había dejado en Frohsdorf la más grata ((348)) impresión, como se deduce de un precioso documento. Don Miguel Rúa, que
se apresuró a escribir a la Condesa en nombre de don Bosco y suyo propio, enviando cartas colectivas de aprendices y estudiantes, recibió
la siguiente respuesta en lengua italiana.
1 Llamábase sanfedistas a los miembros de una asociación político-religiosa, que en Italia Meridional surgió contra la invasión y el
gobierno francés después de la revolución. Sus afiliados se llamaban "Ejército de la Santa Fe".
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Muy Reverendo don Miguel Rúa:
Su carta me llegó al alma, la leí en seguida a mi querido enfermo, el cual se conmovió; los dos damos las gracias a usted y a nuestro
querido don Bosco por cada una de las palabras. Fue una gran satisfacción para mi marido y para mí recibir su bendición y saber cuántas
almas puras e inocentes rezan por la curación de mi querido y amado enfermo.
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Gracias a Dios, aunque lentamente, se advierte sin embargo cada día una mejoría progresiva, pese a las pequeñas crisis, que todavía se
presentan, aunque siempre desapareciendo después y volviéndole la esperanza de una completa curación que, como dijo también don
Bosco, se obtendrá con paciencia. Agradecemos también los dos las expresivas y apreciadas cartas, que nos escribieron los hijos del
Oratorio de don Bosco, los jóvenes estudiantes y aprendices; y mi marido me encarga expresamente, y precisamente en el momento en que
le escribo, que ruegue al querido don Bosco continúe sus santas oraciones, en las que tanto confía.
El recuerdo de los dos días, que don Bosco y usted, bonísimo don Miguel Rúa, pasaron con nosotros, durará siempre en nuestra alma.
Me alegro de que su viaje resultara feliz; no me sorprendo de ello, pues dos almas buenas y santas como ustedes tenían que ir
acompañados de un modo especial por sus Angeles Custodios.
Y termino, renovando al querido don Bosco y a usted la garantía de nuestra gratitud y sincero afecto, con que de corazón me profeso.
Frohsdorf, 29 de julio de 1883.
Muy agradecida,
MARIA TERESA, Condesa de Chambord
Me encarga mi marido un afectuoso y especial saludo de su parte para usted.
El secretario Huet du Pavillon escribía el último día de julio al mismo Miguel Rúa en torno a la marcha de la enfermedad: "Después de
su partida, las condiciones de Su Alteza han mejorado sensible y lentamente; los médicos empiezan a manifestar alguna esperanza. Parece
pues, que el Señor ((349)) se ha dejado conmover con tantas buenas oraciones y, particularmente, con las del venerable y santo don Bosco
Tenga la bondad de manifestarle toda nuestra gratitud y tómese también su parte, usted que ruega y sigue rogando todavía con todo fervor
para obtener que se cumpla el gran milagro de la curación de nuestro augusto enfermo (...). Esta gracia, como nos dijo su santo Superior,
no es personal para Monseñor, sino que interesa mucho a la santa Iglesia, y por consiguiente a la gloria de Dios".
Como también se deduce de aquí, los legitimistas franceses consideraban las suertes de la Iglesia en Francia estrictamente, por no decir
indisolublemente ligadas a las de la monarquía; lo cual hizo que, en la espera, mientras se pronosticaba la caída de la tercera república, no
se emplearan todos los medios posibles para la defensa de los intereses
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religiosos y se diera oportunidad a los sectarios para extender la obra maléfica. Así lo confiesan y deploran hoy día los más iluminados
supervivientes del legitimismo, y éste, al fin y al cabo, era también el pensamiento de don Bosco, como hemos visto a propósito de las
dimisiones de los magistrados en 1880.
Las cosas de Frohsdorf iban cada vez mejor, tanto que la Croix que publicaba diariamente una nota sobre la Enfermedad del Conde de
Chambord, desde el número del día veinticinco cambió Enfermedad por Salud y, desde el día treinta y uno, escribió Convalecencia.
Durante el reflorecer de tan alegres esperanzas, se pidió a don Bosco una estampa de María Auxiliadora para el Conde con un autógrafo
suyo. El la envió el día cuatro de agosto con esta invocación a la Virgen asunta al Cielo escrita al dorso: "Oh María, en honor de vuestra
Asunción al Cielo, bendecid especialmente a vuestro hijo Enrique y a su caritativa esposa y concededles buena salud y la perseverancia en
el camino del Paraíso. Así sea" 1.
((350)) A primeros de agosto fue tal la satisfacción de los médicos, que ya no creyeron necesario seguir publicando el boletín. En efecto
el Príncipe leía la correspondencia, bromeaba en torno a las noticias que daban los periódicos de él, hacía que le llevaran al jardín durante
horas y horas y asistía a partidas de caza. Con su pasión por la caza, pidió el día cuatro de agosto una escopeta y desde su sillón, con mano
temblorosa, se la ajustó al pecho, apuntó a un ciervo e hizo blanco. Cuando los médicos se enteraron de este capricho, que consideraban
como una grave imprudencia, le prohibieron severamente que volviera a bajar. Los médicos tenían razón: la imprudencia fue realmente
fatal. Su gentilhombre de cámara, el conde de Monti, decía a don Bosco en una carta que la caza había durado cinco horas y que mientras
el Príncipe disparaba, la culata de la escopeta le había dado un golpe en el estómago. Cuatro días después los boletines reaparecieron con
noticias de color sombrío. Don Bosco escribió por aquellos días a la Princesa:
Señora Princesa:
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Los periódicos traen graves noticias del señor Príncipe de Chambord y esto me aflige mucho. En todas nuestras casas se reza sin
interrupción. Yo sigo celebrando la
1 O Marie, en honneur de votre Assomption au Ciel, portez une particulière bénédiction à vorre fils Henry et à son épouse charitable, et
leur accordez bonne santé, la persévérence dans le chemin du Paradis. Ainsi soit-il.
Turín, 4 ao¹t, 1883 Abbé
J. BOSCO
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santa misa para obtener la suspirada gracia: la completa curación del señor conde de Chambord. Nuestras oraciones; unidas a tantas otras
como se hacen con este mismo fin en casi toda Europa, deben, sin duda, ser escuchadas, salvo que Dios, en su infinita sabiduría, considere
que es mejor llamar al augusto enfermo a gozar el premio de su caridad y de sus demás virtudes. En este caso, diremos humildemente:
-Así plugo a Dios y así sucedió. Pero yo estoy convencido de que no hemos llegado todavía a este momento. Pero, mientras pedimos a
Dios que nos obtenga la curación del señor Conde, no dejamos de elevar fervientes oraciones por V. A., señora Princesa, y por la
conservación de su preciosa salud.
La gracia y el poder de Nuestro Señor Jesucristo reinen siempre en toda su familia. Dígnese añadir una oración por el pobre que esto
escribe, y tiene el alto honor de poderse profesar para su gloria,
De V. Alteza Turín,
14 de agosto de 1883.
Su seguro servidor, ((351)) JUAN BOSCO, Pbro.
Estos consuelos llegaron más oportunos que nunca, pues los días del conde de Cambord estaban contados. Ya no fue posible hacerle
recobrar las fuerzas, de suerte que, en la mañana del día veinticuatro, entregó el alma a Dios. El último descendiente de san Luis, rey de
Francia, expiraba precisamente la víspera de la fiesta de su glorioso antepasado.
En su dignidad de proscrito, Enrique V fue el representante respetado de un gran principio ideológico y de una antigua tradición
monárquica. Habría podido abreviar su destierro, aceptando condiciones que él juzgaba equívocas; pero prefirió soportar hasta el fin con
verdadera grandeza moral, como príncipe, que sabía hacer decoroso hasta el infortunio. No reinó pero, de hecho, fue considerado como
uno de los que llevaban corona. Si mantuvo inviolables sus derechos dinásticos, lo hizo porque los consideraba inseparables de las
tradiciones francesas y de los intereses nacionales de su patria; pero, en medio siglo de destierro, no dejó nunca trasparentar el menor
pensamiento de querer alentar luchas intestinas, que pudiesen dar origen a una guerra civil 1. Pero lo que más ennoblecía sus dotes de
príncipe era el espíritu eminentemente católico, en que se inspiraron todos los actos de su vida privada y pública. Toda la prensa
republicana y radical de París, lo que parecería increíble en medio de tanta lucha de partidos, rindió homenaje al carácter del difunto.
1 Estos juicios son el compendio de dos artículos de la Revue des Deux Mondes (1.° y 15 septiembre de 1883).
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Había quedado sin respuesta la carta del día catorce de agosto, dirigida por don Bosco a la Coridesa. El Siervo de Dios dejó pasar mes y
medio y, después, escribió o mandó escribir al abate Curé, poniendo en la carta palabras de consuelo para la viuda. Su respuesta no se hizo
esperar. El contenido del escrito es una prueba más de la santa impresión, que don Bosco dejó de sí mismo en Frohsdorf y nos descubre,
además, los saludables efectos producidos por su visita en el alma del enfermo, cuyo provecho espiritual tuvo sin duda don Bosco por
mira en primerísimo lugar.
((352)) Reverendo y querido don Bosco:
Estoy segura de que, en su eximia bondad y caridad, me habrá perdonado que no haya respondido a la preciosa carta que me escribió el
día catorce de agosto, mientras, todavía palpitando, asistía a mi querido ángel, que ya está en el paraíso. Pero, ni entonces ni después pude
escribir hasta hoy; primero, porque estaba abrumada de dolor y cansancio, y, después, porque era víctima de una de mis fuertes crisis
catarrales, de la que gracias a Dios me voy reponiendo. Hoy he leído la comovedora carta que dictó para el abate Curé y en la que me hace
decir muchas cosas preciosas, que le aseguro llegaron derechas a mi corazón, porque sus palabras son totalmente el eco de mis propios
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pensamientos, de lo que siento y de lo que siempre digo. íEstoy tan segura de que mi ángel está en el Paraíso! Murió como un santo, con
la tranquilidad envidiable de un patriarca, sin contraer ni un rasgo de su bella y querida fisonomía, y siempre rezando y unido con Dios,
que se lo llevó, sin duda, en un instante feliz.
Desde que usted lo dejó, nunca soltó una queja, nunca una impaciencia, siempre ofreciendo a Dios sus dolores en unión con la pasión de
N. S. J. C. y agradeciéndole que le hiciese sufrir todavía en este mundo. íEn una palabra, tuvo una muerte envidiable y, al sufrir a su lado,
me parecía tener que morir con él! íY este sentimiento que Dios ponía en mi corazón y que era como una esperanza de que así sería, me
ayudó a tener la fuerza necesaria para hacerlo todo hasta lo último con un valor, que sólo el Señor podía darme! Y en el momento en que
Dios se lo llevó y me dejó aquí sola, ííay Dios mío!!... Pero Dios me lo había dado y conservado para mi inmensa felicidad y consuelo
durante treinta y siete años de Paraíso terrenal. Dios me lo quitó, íhágase su Santa Voluntad, bendita sea! Que Dios me ayude ahora a ser
totalmente suya, y a poder ver en su día y cuando a Dios plazca, que también ha llegado para mí aquel buen momento, el único esencial,
de poder juntarme con mi querido ángel para alabar después con él eternamente a Dios. Le agradezco en cuanto sé y puedo sus oraciones
por mí y no le faltarán las pobres mías.
Créame siempre su agradecidísima y afectísima,
Frohsdorf, 14 de octubre de 1883.
MARIA TERESA
Los sentimientos de veneración por don Bosco se mantuvieron vivos en la Condesa; nos da fe de ello una carta de marzo de 1885. Por lo
que se transparenta en esta misma carta, es probable que don Juan
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Bonetti, habiendo visto sus cartas a don Bosco, quisiera publicar alguna para edificación ((353)) de los lectores. Pero la señora, enterada
de ello por don Bosco mismo, le rogó que no lo hiciera.
Reverendo y querido don Bosco:
Su óptima carta del día trece de febrero hubiera pedido una rápida respuesta, pero mi salud, siempre algo vacilante, no me permite llegar
a la noche habiendo cumplido todo lo que me propongo hacer por la mañana, por eso no he podido hasta ahora tomar la pluma para
rogarle, por caridad, íque no deje imprimir nada de cuanto yo escribo!... Lo hago a la buena de Dios, sin preocuparme y usted me
comprende; pero mis cartas no merecen, después de leídas, más que echarlas a la chimenea. Por lo demás, le hablo ahora con el corazón
abierto, pues sé que me cree y no imprime lo que le escribo; y le diré que, desde que he perdido al querido ángel de marido, mi único
deseo es que no se hable de mí, como si estuviese ya sepultada con él en la cercana Castagnavizza. No deseo en este mundo más que servi
al Señor como quiera y donde él quiera, como yo puedo y debo hacerlo, y todo lo demás me es indiferente. Pero tengo otro motivo más
para desear que quiero evitar verme mezclada en ello; y para lograrlo no hay más camino que el que he tomado, tan pronto como mi
querido Enrique fue sepultado; esto es, retirarme completamente de todo lo que pueda hacer hablar de mí y dar ocasión a que me vengan
con cosas que ya no me atañen. Si aparecieran en los Boletines Salesianos, tan bien intencionados por su lado, podían por el suyo los
entremetidos en mis cartas, volver a acordarse de mí y venir de nuevo a mi alrededor para una u otra cosa, de las que ya no me toca a mí
preocuparme.
Aquí tiene mi corazón abierto, que usted lo entenderá muy bien, sin que quepa duda.
Entiendo muy bien su apreciada letra y me satisface verla; no puedo
agradecerle bastante las oraciones que usted y sus huerfanitos hacen por mí y que experimento me son muy saludables.
Rogándole continúe con ellas me uno a usted en el Corazón de Jesús y María y me declaro con efusión su agradecidísima,
Gorizia, a 1.° de marzo de 1885.
MARIA TERESA
Un día preguntó don Carlos Bellamy a don Bosco por qué había podido afirmar que la enfermedad del Conde no era ad mortem, cuando
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después murió. Le repitió tres veces la pregunta y sólo, a la tercera, obtuvo respuesta. El Siervo de Dios, casi molesto, le dijo:
-Dios le había devuelto la salud para Francia, no para sí mismo, ni para ir de caza... Su puesto estaba ((354)) en Francia. La Condesa lo
disuadió siempre de volver, porque temía que se repitieran los horrores de 1793... La idea del patíbulo la aterrorizaba.
Quizás pueda deducirse de estas palabras que también don Bosco, a la par de otras lumbreras de la Iglesia, no aprobaba los escrúpulos
del Príncipe en el asunto de la bandera, escrúpulos en realidad mucho
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más dinásticos que religiosos. El principio de don Bosco en casos parecidos era acudir a todos los medios posibles, con tal que no fuesen
malos, para hacer el bien 1.
1 Se caviló en torno a las causas de la muerte. El conde Du Bourg en su libro cree que se debió a una delictuosa intoxicación y afirma,
para confirmarlo, que la autopsia no reveló la presencia del cáncer. Pero el monárquico Gaulois publicó, el veinticinco de agosto, sin que
fuera desmentido, un despacho del veinticuatro procedente de Viena, en el que se decía: "El pliego lacrado, remitido al conde de Blacas
por los doctores Volpian, Drache y Meyer, que contenía la fórmula del diagnóstico de la enfermedad de la que murió Monseñor, dice que
esta enfermedad es un cáncer de estómago, una atrofia del riñón, una enthartritis universalis". Es verdad que este diagnóstico precedió a la
autopsia; pero nótese que Volpian, en sus primeras diagnosis, no estaba de acuerdo con sus colegas austríacos acerca del tumor canceroso.
En cuanto a la causa próxima de la muerte, fue convicción general de familiares y amigos que fue el golpe al estómago. Así lo dijeron en
otoño de 1884 los condes De Charette y De Maistre y otros tres o cuatro señores franceses, que fueron a Valsálice para ver a don Bosco.
También Lemoyne estaba presente en la conversación.
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((355))
CAPITULO XII
EL NUEVO ARZOBISPO DE TURIN
TRES días antes de que don Bosco saliera para Frohsdorf, recibía Margotti por vía privada la noticia de que el Papa había designado como
nuevo Arzobispo de Turín al Cardenal Alimonda: en el número del día once de julio la Unità Cattolica, lanzaba a los vientos la novedad.
Aquella designación produjo óptima impresión en la población. Don Juan Bonetti escribía al cardenal Nina y no sabía contener su alegría;
le decía 1: "No puedo cerrar esta carta, sin manifestarle que el nombramiento del Emmo. Cardenal Alimonda para Arzobispo de Turín es
considerado por todos como un favor señaladísimo. íQué bueno es el Señor! íQué bien conoce nuestro Padre Santo las necesidades en
cada Iglesia! Es imposible no descubrir en él las dotes del espíritu de Dios. Ahora tenemos la inmensa confianza de que va a comenzar
para esta archidiócesis una nueva era y que los salesianos ven aparecer también para ellos un iris de tranquilidad y de paz para trabajar con
actividad cada vez mayor por Dios y por las almas".
También nuestro Santo escribía al mismo Cardenal 2: "No puedo expresar como quisiera el entusiasmo con que se ha recibido el
nombramiento del Cardenal Alimonda para Arzobispo de Turín. Formará ((356)) época en la historia de esta nuestra Archidiócesis".
Ya había encargado al Procurador que felicitara al cardenal Alimonda en su nombre y en el de todos los Salesianos; pero después
escribió directamente a Su Eminencia, que se encontraba en cura en Castellammare di Stabia y obtuvo su respuesta de agradecimiento con
estas consoladoras palabras:
"Voy a Turín con la confianza de que Dios me ayudará ícon las oraciones de las almas buenas! Pues sólo he querido hacer la divina
Voluntad, manifestada por medio del Padre Santo. Me alientan las muchas hermosas Instituciones de la diócesis y entre ellas esa su
Congregación con sus múltiples obras de Caridad. Rece y haga rezar mucho por mí a María Auxiliadora, siempre tan generosa con usted
en gracias y prodigios. Le saludo con respeto, le abrazo con paternal
1 Turín, 30 de julio de 1883.
2 Turín, 31 de julio de 1883.
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afecto y les bendigo a usted, a sus reverendos hermanos y a toda su gran familia" 1.
Hacía casi cien años que la metrópoli del Piamonte no había tenido como Arzobispo a un Cardenal y era, sin duda, un insigne honor
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para la gloriosa ciudad tener un Purpurado de tanta virtud y de tan distinguida nombradía. Nació en Génova el año 1818. Desde que fue
Rector del Seminario, canónigo arcipreste de la Catedral genovesa y Obispo de Albenga, había alcanzado gran fama de predicador docto y
eficaz. Escribió ocho volúmenes de conferencias en torno a lo Sobrenatural y otros cuatro acerca de los Problemas del siglo XIX, por los
que mereció un puesto muy distinguido entre los grandes apologistas católicos. Era, además, conocido su espíritu sereno y conciliador,
cuya necesidad se dejaba sentir más que nunca para el bien de las almas en aquellos años de duras competiciones políticas. Todo, pues,
daba pie para creer que su llegada tenía que ser recibida con júbilo por los fieles y con respeto por los liberales de diversos tipos.
Con ocasión de su día onomástico quiso don Bosco darle una prueba más de su alegría. Mandó, pues, encuadernar elegantemente
algunos de sus libros, recién publicados en nueva edición ((357)) y se los envió como obsequio, acompañándolos con esta oración,
compuesta por él para el santo Patrono del Cardenal: "A san Cayetano. -San Cayetano, que habéis obrado tantas maravillas en vida y
después de muerte, proteged constantemente a vuestro fiel siervo el cardenal Alimonda; alcanzadle del Señor buena salud, pero que venga
pronto con nosotros, donde su grey le espera ardientemente y se ofrece y se pone en sus manos para hacer y decir todo lo que El juzgue de
la mayor gloria de Dios.-Oración de don Bosco y de todos los Salesianos.-Turín, 7 de agosto de 1883".
Acompañó el regalo con esta cartita.
Eminencia Reverendísima:
Con estas pocas palabras y el humilde obsequio de estos libros, es mi intención ofrecer los respetuosos homenajes de toda la
Congregación Salesiana, que humilde y respetuosamente implora su santa bendición.
Turín, 7 de agosto de 1883.
Con todo afecto y sumisión su atento y seguro servidor,
JUAN BOSCO, Pbro.
1 Castellammare, 5 de agosto de 1883.
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En el Consistorio del día nueve de agosto el Cardenal fue solemnemente preconizado Arzobispo de Turín y postuló el palio, que recibió
a la mañana siguiente de manos del Padre Santo. El gran periódico milanés, en un artículo sobre el Consistorio, denostaba a Margotti, y lo
describía como cabecilla de la oposición contra la autoridad arzobispal y sin perdonar tampoco a don Bosco 1. "Margotti (son palabras del
diario) trabaja y hace trabajar humanamente a don Bosco para las cosas divinas. Folletos publicados por la prensa narran los m ilagros de
don Bosco, el último de los cuales sería la curación de Chambord". íCuántas falsedades en pocos renglones! Hojeando todos los años de
la Unità Cattolica, no se encontraría una palabra, que tuviese un adarme falto de respeto hacia sus Arzobispos. Lo que sigue sobre los
milagros merece la misma fe, como por otra parte saben muy bien ((358)) los lectores. El artículo terminaba de esta manera: "La diócesis
de Turín presenta, desde algún tiempo, la imagen de un tren descarrilado. Hay que volver a entrar en los raíles y asignar a cada uno su
puesto. El nuevo Arzobispo debería acabar con las ilegítimas usurpaciones. Así lo espero, pero no lo creo. Ya está toda la ruidosa solicitud
de Margotti y de su curia para preparar al nuevo pastor extraordinarios agasajos, y los saludos impresos y las delegaciones y los himnos de
las gacetas revelan que ya se cuenta con tener a Alimonda, hombre de carácter dulcísimo y poco apto para entender las hipocresías
humanas, en sus manos; si esto se realizase sería una incalculable desdicha". La política, so color de celo religioso, comenzaba a enturbiar
las aguas.
Por lo que concierne a los Salesianos, no fue insignificante el hecho de que, contemporáneamente con la elección de Alimonda, el Papa
revocara totalmente su disposición del año anterior, que limitaba a don Juan Bonetti el acceso a Chieri, como ya hemos narrado en el
volumen decimoquinto. Había motivo para creer que no había sido ajeno el nuevo Arzobispo al acto soberano; tanto es así que don Juan
Bonetti se creyó en el deber de darle efusivas gracias, poniéndose enteramente en sus manos.
"Mi voz, escribía 2, y mi pluma poco valen, es verdad, pero yo, con lo poco que ellas pueden valer, y al impulso de mi venerado don
Bosco, las emplearé siempre para haceros más fácil el ejercicio del ministerio pastoral".
1 Corriere della Sera, 20, 21 de agosto de 1883.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 81. Para conocer mejor los precedentes, será útil leer una súplica de don Juan Bonetti al cardenal Nina en
junio de este año (ibídem, doc. núm. 82).
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Pronto veremos que tuvo ocasión de pasar del dicho al hecho. La respuesta del Cardenal no pudo ser más afectuosa 1. Escrita por el
secretario, pues Alimonda tenía dificultad para manejar la pluma y solía dictar, acaba con dos renglones autógrafos, que dicen así: "Mis
reverentes y amables saludos a su óptimo Superior don Juan Bosco".
((359)) La reaparición de don Juan Bonetti en Chieri renovó el recuerdo de su celo y reavivó los antiguos rencores. No sólo se murmuró
en voz baja, sino que también se azuzó a la prensa. Naturalmente el verdadero blanco seguía siendo don Bosco; que don Bosco y sus
secuaces en Chieri eran un hormiguero de curas y frailes, que atendían a las beatas viejas y jóvenes; que traficaban con niñas inexpertas
para poblar conventos, cuyas corporaciones, abolidas por la ley, debían ser abolidas también de hecho; que el principal emprendedor de
semejante empresa era un centro surgido a la chita callando, sin autorización y casi sin que ni siquiera las autoridades se diesen cuenta de
ello; que aquel centro ocupaba una casa legada al mismo en herencia, por cierto señor famoso, para empresas jesuíticas; que había allí
ocho monjas, las cuales, so pretexto de la enseñanza, insinuaban a inexpertas niñas la desafección a la familia, para animarlas después con
las consabidas artes y forzarlas mediante promesas a abandonar a sus madres y ponerse un velo que se rasgarían un día renegando contra
su infelicidad; que son ya muchas las víctimas de aquellas siervas de Dios, y que todas las familias lamentan la partida de alguna
muchacha sencilla que, con la argucia de presentarse a exámenes en Nizza, se había ido recientemente y para siempre una jovencita de
quince años en compañía de la superiora del centro, dejando angustiadas a la abuela y a la madre, solas en este mundo; que nadie llevaba
cuenta de estos sucesos abominables, pero que se esperaba la autorizada palabra de la prensa liberal para despertar de su letargo a las
competentes autoridades 2. Toda esta vulgar monserga tendía a atacar al Oratorio de Chieri y al internado de las Hijas de María
Auxiliadora.
No fue difícil la réplica que, con permiso de don Bosco hizo don Juan Bonetti, presentando documentos primero y desafiando
triunfalmente después: "Don Bosco desafía a cualquier persona de Chieri a demostrar lo contrario" 3. Nadie resolló; pero no suele ser fáci
disipar las sospechas de semejantes acusaciones, nacidas ordinariamente de personas e instituciones religiosas. ((360)) Nosotros por ahora
no añadiremos
1 Ibídem, doc. núm. 83.
2 Gazzetta del Popolo, 6 de octubre de 1883.
3 Gazzetta del Popolo, 13 de octubre de 1883.
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más. Don Juan Bonetti ya no debía temer nada, pues tenía quien defendía sus espaldas. De acuerdo con la costumbre, el Cardenal envió a
los turineses su primera carta pastoral: la voz del pastor a su rebaño llevaba fecha del siete de octubre y la titulaba: Espectáculo divino de
la Iglesia Católica. En ella exponía las palabras del Apóstol a los cristianos de Corinto: Spectaculum facti sumus mundo et Angelis et
hominibus. (Dios nos ha puesto a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres). La Gazzetta del Popolo lanzó contra el
documento episcopal una crítica malévola, pérfida y necia, que provocó la indignación de don Juan Bonetti y despertó en él la idea de
responder con un encendido folleto que tituló: El mosquito y el águila. Se repartieron gratuitamente más de cien mil ejemplares. El
mosquito intentó una réplica, tildando de "boscoso librejo" al folleto y de "boscoso abogado" al autor, con injuriosa alusión a don
Bosco;pero, en resumidas cuentas hizo muy mal papel.
Al aproximarse la llegada del Arzobispo, el mismo don Juan Bonetti volvió a publicar su obrita como apéndice a una monografía, con
breves datos de la vida y obras del Eminentísimo Alimonda;
también se inundó Turín con esta publicación. Era necesario disipar de la mente de los que las desconocían las malas prevenciones, que la
secta iba sembrando contra la persona del nuevo Pastor.
Una comisión de señores, constituida para preparar la solemne entrada, concibió la idea de hacer un álbum, con los pensamientos y
firmas de ciudadanos distinguidos, para encuadernarlo después y presentarlo como homenaje el día de la llegada. También enviaron una
hoja a don Bosco, el cual escribió en ella estas palabras: María sit tibi et omnibus Dioecesanis tuis auxilium in vita, levamen in angustiis
et in periculis, subsidium in morte, gaudium in coelis. -Joannes Bosco Sacerdos, Rector Maior. (Sea María para ti y todos tus diocesanos
auxilio en la vida, alivio en las dificultades y en los peligros, socorro en la muerte, gozo en el cielo. -Juan Bosco, presbítero, Rector
Mayor).
((361)) Pero la Masonería trabajaba con todas sus fuerzas para obstaculizar la pacífica entrada del Arzobispo. Su manifiesta devoción al
Papa constituía un crimen contra la patria a los ojos de los politicastros y de sus secuaces en aquellos años de violento anticlericalismo.
El Cardenal, apenas fue preconizado, escribió una hermosa carta a De Sambuy, Alcalde de Turín, que dio de ella comunicación al
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Concejo, notificando al mismo tiempo la ya concedida concesión del regio Exequátur; todo daba motivo, por tanto, para creer que los
representantes de la ciudad tomarían parte oficial en la entrada. Apareció
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entonces un libelo anónimo, destinado a conjurar la situación creada. Se titulaba Clericalismo en Turín, y estaba dedicado a la Junta
Municipal. Cada renglón rezumaba la rabia masónica. Vertíanse en él a manos llenas insultos contra la sagrada persona del Arzobispo; y
tampoco se respetaba allí a don Bosco. En efecto, se llamaba la atención contra él con este largo párrafo: "Turín, debe dejar de ser la
ciudad de la revolución, para convertirse en el centro del resurgimiento religioso italiano; debe dejar de ser la ciudadela de la revolución,
ípara convertirse en la ciudad favorita de María Auxiliadora! Así predican los clericales y no en balde (...). Con una abnegación que sería
locura negar, con una tozudez intencionada que los honra, han sembrado la ciudad y nuestra tierra de centros educativos y benéficos, que
son viveros de clericalismo. Don Bosco tiene aquí entre nosotros su casa madre; este hombre prodigioso, digno de inspirar una de las más
espléndidas páginas de Smiles, este hombre que de la nada supo llenar Italia y Europa con su fama, esta encarnación viviente del poder
formidable del clericalismo, tiene su cuartel general en nuestra ciudad. Aquí forma a sus curas, doblegándolos a la obediencia ciega,
pasiva, cretina, imbuyéndolos de perjuicios, testarudez, o intolerancia, para lanzarlos mañana a nuestra tierra y divulgar en ella la palabra
del clericalismo". A su manera, quien así desfogaba la cólera mostraba menos incomprensión de don Bosco que otros sectarios.
((362)) Hasta en el teatro resonó el escarnio. El día dieciséis de noviembre, se representó en el Gerbino un drama arreglado del francés,
que iba contra los legitimistas 1. Un actor dijo:
-En Italia no hay más que dos legitimistas: el Papa y don Bosco.
Una voz, desde el patio de butacas, gritó:
-Y el cardenal Alimonda.
Los aplausos estallaron por toda la sala.
Las modalidades de la entrada del Arzobispo complicaron las cosas. El problema quedaba reducido a estos términos: si porque entraba
en Turín un príncipe de la Iglesia, que cortésmente había comunicado al Alcalde y al concejo que llegaría a las primeras horas de la tarde
del día dieciocho de noviembre, podían ir el primer Magistrado de la ciudad y la Junta a recibirlo a la estación. Los tres periódicos más
importantes del liberalismo piamontés, más o menos sectario, decían que no; el Alcalde, la Junta y el pueblo contestaban que sí. El
Cardenal que se enteró de esta disensión determinó hacer privadamente su entrada.
1 Se titulaba I Narbonneire La-Tour.
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-Soy padre espiritual de todos los turineses, dijo, aun de aquellos que no me aceptan, si los hay, y no quiero que mi primer paso en mi
nueva patria sea ocasión de discordias. Vengo como portador de paz, de tranquilidad, de amor recíproco y estoy dispuesto a hacer
cualquier sacrificio por Turín que no sea el honor de un solemne recibimiento.
El Alcalde, por la dignidad de la ciudad, no quiso rendirse a imposiciones, pues no creía que, para ser liberales, fuese necesario ser
inciviles.
Pero el Arzobispo, comprendiendo que un recibimiento solemne no tendría lugar sin peligro de alguna discordia o disgusto, el día
quince de noviembre dio las gracias con una nobilísima carta, desde Génova, por las honras que se habían preparado para él y declaró que
desistía de toda manifestación oficial o pública. En consecuencia, el día dieciocho, domingo por la tarde, fue en forma privada a la
Catedral, donde clero y pueblo lo recibieron devotamente y él cumplió lo que el sagrado rito prescribe en tales circunstancias. El jaleo que
armaron algunos descarados ((363)) alborotadores, lanzando gritos al paso del coche cerrado, obtuvieron la reprobación de todos los
hombres que tenían un adarme de sentido común y dieron la medida de la mezquindad moral y civil de ciertos partidos.
Los buenos ciudadanos se consideraron en el deber de rendir homenaje privadamente al Cardenal; uno de los primeros en ir a visitarle
fue don Bosco. El Boletín de febrero de 1884, aludiendo a aquella visita, menciona las "palabras selladas con la más exquisita
benevolencia", que le dirigió el Arzobispo, pero no las refiere. Su Eminencia y don Bosco se encontraron después públicamente por vez
primera en la iglesia de San Juan Evangelista, el día veintisiete de diciembre, fiesta del Apóstol. El Cardenal celebró la misa de las ocho y
habló antes de distribuir la sagrada comunión. Después de la ceremonia visitó con don Bosco los nuevos locales del oratorio festivo de
San Luis, donde dirigió la palabra a los muchachos.
Su Eminencia, que ya había elegido la tipografía del Oratorio para imprimir sus escritos, no había visitado todavía en su calidad de
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Arzobispo la casa de don Bosco. Sucedió, pues, que éste necesitaba hablar con él y tenía pensado ir al palacio episcopal el día quince de
enero por la mañana; pero, antes de ir, envió a preguntar al secretario del Arzobispo si Su Eminencia estaba en palacio y si tenía a bien
concederle audiencia. Al enterarse el Cardenal, pidió que entrara el emisario y le dijo:
-Diga a don Bosco que dentro de poco le enviaré respuesta.
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Volvió éste a casa, apenas si tuvo tiempo para comunicar la embajada, cuando un coche se paraba a la puerta del Oratorio y se apeaba el
Eminentísimo Purpurado, el cual dijo al que corrió a saludarle:
-Para ir más de prisa, he venido yo mismo a traer la respuesta a don Bosco.
Serían las diez y media de la mañana y se entretuvo con el Siervo de Dios más de una hora.
Cuando entró el Cardenal, reinaba el más absoluto silencio en toda la casa; pero, en el intervalo, corrió enseguida una orden y los
diversos superiores de las escuelas ((364)) y de los talleres llevaron a los muchachos al patio; el maestro de la banda colocó en orden a los
músicos, los campaneros subieron al campanario y otros engalanaron con banderas la casa.
Al salir el Cardenal de la habitación de don Bosco y asomarse a la galería, estallaron los vítores y aplausos de los muchachos, sonaron
los instrumentos de la banda y repicaron las campanas. Rebosaba de alegría ante la sorpresa, al ver cómo en tan poco tiempo se habían
hecho tantas cosas y hubiera querido hablar; pero, impedido por el continuo repiquetear de las campanas, se limitó a decir:
-Queridísimos hijos, os lo agradezco, os bendigo y me encomiendo a vuestras oraciones.
Después visitó la nueva tipografía y los talleres anejos, admirando la nueva maquinaria. A continuación, fue al santuario y se encontró
en la sacristía con una numerosa representación de Hijas de María Auxiliadora, llegadas del colegio vecino para saludar a su Pastor. Hizo
por último una oración en la iglesia y recibió los aplausos y aclamaciones de mucha gente del pueblo que se había reunido en la plazoleta.
Al volver a subir al coche, dijo a don Bosco, que había estado siempre a su lado:
-Yo creía darles una sorpresa, y me la han dado a mí. Dios les bendiga, como yo se lo pido de corazón.
Fue una verdadera alegría para todos, que se quedaron con el vivo deseo de volver a verle.
Era opinión general entre los Salesianos de entonces que, al nombrar el Padre Santo el nuevo Arzobispo de Turín, había hecho recaer la
elección precisamente en un Prelado notoriamente amigo de don Bosco. Tenemos una prueba cierta de esta caritativa intención del Papa
en las palabras que León XIII dijo a don Bosco en la audiencia de 1884; por otra parte podemos afirmar con toda verdad que la bondad de
cardenal Alimonda fue para don Bosco un consuelo providencial en los últimos cuatro años de su vida. Nada mejor que estas
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líneas, que él mismo escribió inmediatamente después de recibir la noticia de su muerte, para demostrar los sentimientos del insigne
Prelado respecto a nuestro Padre 1. Decía: "íMi venerado y amado ((365)) don Juan no ha querido esperarme a que besara una vez más su
sagrada mano y me encomendara a su intercesión ante Dios!".
El Señor dispuso que también en esto se cumpliese en don Bosco lo que había sido predicho a los Apóstoles 2: Vosotros estáis tristes,
pero vuestra tristeza se trocará en gozo.
1 Carta a don Miguel Rúa, Génova, San Francisco de Albaro, 31 de enero de 1888.
2 Jn. XVI, 20.
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((366))
CAPITULO XIII
LOS SALESIANOS ENTRAN EN BRASIL. VICARIATO
Y PREFECTURA APOSTOLICA EN PATAGONIA.
GRAN SUEÑO MISIONERO
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LA historia de la Congregación registra en este año dos grandes acontecimientos: la entrada de los Salesianos en Brasil y la fundación de
un Vicariato y una Prefectura Apostólica en la Patagonia. El primero señaló el principio del desarrollo extraordinario, emprendido por la
obra de don Bosco en aquel inmenso país; el otro coronó los duros y persistentes esfuerzos de don Bosco para llegar a una definitiva
circunscripción eclesiástica en las tierras evangelizadas y las que esperaban la evangelización desde las orillas del Río Negro hasta el
estrecho de Magallanes. Y parece verdaderamente que fue voluntad del Cielo que el año 1883 fuese una fecha fatídica en los anales de la
incansable actividad misionera, que los hijos de don Bosco estaban llamados a desarrollar en América del Sur, porque precisamente en
este año tuvo don Bosco un sueño portentoso que le abrió las puertas del porvenir, e hizo pasar ante su mirada atónita el inmenso campo
de acción reservado a sus hijos desde Cartagena de Indias hasta Punta Arenas, en el estrecho de Magallanes. Una fantasmagoría de
hombres y de cosas como para quedar atónito; pero los hechos han demostrado, y siguen demostrando, que no era ilusión de quien
duerme.
Hacía seis años que monseñor Lacerda, obispo de Río de Janeiro, ((367)) rogaba y suplicaba a don Bosco que enviase los Salesianos a
su diócesis. Don Bosco prometía y esperaba hasta que, llegado a Italia don Luis Lasagna, le encargó el Santo que procediese a la
inauguración de la primera casa en Brasil. Don Luis Lasagna, que habría querido ver en aquel imperio, no una, sino tres casas al menos,
preparó en seguida un grupo de siete salesianos para enviarlos a Niterói, en los aledaños de la capital brasileña; pero, al declararse allí la
terrible fiebre amarilla, el mismo Obispo, por miedo a que el contagio hiciese también entre ellos alguna víctima, aconsejó que se difiriera
Amainado, por fin, el peligro, la generosa expedición, escoltada por don Luis Lasagna y capitaneada por don Miguel Borghino, zarpó el
día diez de julio desde Montevideo hacia Río de Janeiro.
La salida fue precedida por la ceremonia de despedida en la iglesia de Santa Rosa en Villa Colón. Asistieron a ella muchos
Cooperadores
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y Cooperadoras de la capital uruguaya. La emoción de los que salían y de los que quedaban se comunicó a los muchachos y a todos los
presentes. "Sabíamos que nos queríamos, escribió don Lorenzo Giordano a don Bosco 1, pero no creíamos que nos costase tanto
separarnos".
Después de cuatro días de borrascosa navegación, arribaron a Río de Janeiro. Una pastoral del Obispo, que también la publicaron los
periódicos, anunciaba su llegada, los recomendaba encarecidamente a la caridad de los diocesanos y hablaba en favor del hospicio que se
iba a construir. En seguida se palparon los efectos, pues, mientras los enemigos del bien prorrumpían en candentes diatribas contra los
intrusos, los buenos manifestaban sus simpatías con generosos donativos: hubo incluso quien regaló una tipografía completa. Pero la casa
era muy pequeña para la finalidad que se pretendía alcanzar.
Allí, como en otras partes, los nuestros se instalaron junto a los protestantes, cuyas escuelas masculinas y femeninas se levantaban
airosas ante su humilde morada, como si quisieran sepultarla ((368)) bajo su sombra. Los nuestros determinaron bautizar la casa con el
nombre de Asilo de María Auxiliadora, con la fundada esperanza de poder levantar una hermosa iglesia a la Virgen bajo aquel título desde
donde la Madre de Dios protegiese contra la herejía a tantas almas en peligro. Llamaron en seguida a los albañiles para poder abrir cuanto
antes un oratorio festivo y atender a los jovencitos más necesitados de asistencia, por estar más expuestos a los peligros.
Uno de los beneficios que llevó por toda América del Sur la obra de don Bosco fue la de oponer un dique a la invasión del
protestantismo. Por este concepto, el envío de los Salesianos a Patagonia y al Estrecho de Magallanes fue realmente providencial, porque
impidió que los protestantes establecieran allí su imperio. Las grandes empresas de América del Sur iban todas a parar a manos de los
ingleses 2. La construcción de puentes, acueductos, carreteras, ferrocarriles e incluso de ciudades es obra de empresarios ingleses, que
suelen llamar a ministros de su culto o los reciben bien, cuando van sin ser llamados. La posesión de las islas Malvinas, que Inglaterra
había ocupado oficialmente en 1832, favorecía el movimiento y la propaganda del protestantismo también en el continente. Cuando los
nuestros llegaron a
1 Villa Colón, 10 de julio de 1883.
2 En 1868 una misión protestante dirigida por el señor Tomás Bridges se instaló en una preciosa localidad, donde con la afluencia de los
Indios se formó una población, que después llegó a ser Ushuaya, capital del territorio argentino de la Tierra del Fuego.
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la Patagonia, los anglicanos trabajaban con todas sus fuerzas, seduciendo a los colonos.
Don Luis Lasagna y don Miguel Borghino visitaron juntos al emperador don Pedro II, que los recibió con suma amabilidad. Se
mostraron muy benévolos la princesa Isabel, heredera del trono y su marido Gastón de Orleáns, conde de Eu, que había conocido a don
Bosco en París. El presidente de la provincia también les prometió todo su apoyo. Satisfecho con estas noticias, daba don Bosco seis
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meses después la conferencia a los Cooperadores de Turín y les contaba con entusiasmo los primeros pasos dados por los Salesianos
((369)) en Brasil, y prediciendo que serían muy numerosos los institutos salesianos en aquel inmenso país. Lo cual se cumplió a la letra.
El año 1933 se celebró el quincuagésimo aniversario del acontecimiento, y eran ya cincuenta los colegios o residencias de los Salesianos y
cincuenta las obras dirigidas por las Hijas de María Auxiliadora. Don Bosco previó más de doscientos centros.
La fama de los agasajos tributados al Santo por los parisienses, encendió el deseo de tener en Brasil y en otros Estados americanos a los
hijos de don Bosco. Los periódicos, que también difundieron el eco por aquellas remotas comarcas, movieron a altos personajes
eclesiásticos y seglares a pedir que se trasplantase allí su providencial institución; en consecuencia don Luis Lasagna ya llevaba entre
manos en el mes de septiembre veinticinco peticiones de esta clase 1. Era éste un hombre de índole ardorosa y estaba animado por tal celo
que hubiera deseado que don Bosco le enviase una legión de Salesianos; pero todos sus esfuerzos se dirigían sobre todo a Sao Paulo,
capital de un vastísimo Estado. Para atender a las súplicas del obispo monseñor Luis Deodato Rodríguez de Carvalho, fue él
personalmente, visitó algunos lugares de la ciudad y de los alrededores y eligió el que le pareció más oportuno. Lo acompañaban varios
admiradores de las obras salesianas, dispuestos a entregar inmediatamente el fruto de sus sacrificios y de sus colectas, con tal de que se
empezase inmediatamente a hacer algo; pero tuvo que rehusar aquellos ofrecimientos y exhortar a la paciencia y a la constancia,
asegurando que con todo su ardor haría las diligencias para obtener pronto de don Bosco los salesianos necesarios.
Un episodio contribuyó en parte a que escribiera sus ardorosas cartas. Le hicieron ver desde lo alto de una colina unas chozas y
1 Carta de don Luis Lasagna a don Juan Bautista Lemoyne, Sao Paulo, 6 de septiembre de 1883.
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casuchas, sobre las que se destacaba tímidamente un pequeño campanario; hacía siete años que habían establecido allí su morada unos
centenares de familias italianas, abandonadas ((370)) en aquellas tierras por codiciosos especuladores. Cuando oyó esto, don Luis Lasagna
saltó del coche y se dirigió a la casa más próxima. Apenas se corrió la voz de que había un cura italiano, se apiñaron los colonos de todas
partes a su alrededor, y, después, un hombre se apresuró a abrir la capilla, donde entraron todos. Don Luis Lasagna les dirigió un
discursito conmovedor. Es imposible describir la alegría de aquella buena gente, que vivía sin sacerdote, sin sacramentos y sin oír la
palabra de Dios. Su situación le enterneció. Repartió las estampas y medallas que llevaba, les dio unas cuantas recomendaciones útiles y
se marchó llorando y prometiendo que volvería pronto o enviaría a alguno que se cuidara de sus almas. Los Salesianos, como veremos,
mantuvieron la palabra.
Los Obispos de Pará y de Cuyabá seguían suplicando también con redoblada insistencia que fueran los Salesianos a sus extensísimas
diócesis; es más, el segundo de los dos se trasladó a Villa Colón para hablar a don Luis Lasagna con un esquema de convenio que fue
enviado a Turín. Pero, después de discutirlo el veintiocho de diciembre en el Capítulo Superior, se concluyó con un aplazamiento de la
deliberación.
-Ahora, dijo don Bosco, tenemos a la vista las islas Malvinas y estamos buscando los medios para evangelizarlas; además, debemos
concentrar nuestras fuerzas en el nuevo Provicariato y en la nueva Prefectura apostólica y no extendernos a otras partes. Roma quiere
hechos y no palabras. Dentro de unos años Roma querrá ver el resultado de nuestros trabajos en las provincias que nos confía.
Pasemos ahora a hablar de Patagonia y de los nuevos medios a los que aludía don Bosco con su observación.
Los indios que, durante la campaña del general Roca, no se habían sometido ni refugiado en Chile o alejado hacia el Sur, poco a poco
volvieron a juntarse entre sí, atraídos como siempre por el valeroso cacique Namuncurá. Este fiero defensor de la independencia indígena
había adquirido mucha experiencia en las guerras sostenidas contra ((371)) los argentinos, ayudado en esto por la innata astucia y
sagacidad de su raza y, además, por su natural talento. Habría querido emprender correrías para hacer botín con que remediar las
necesidades de su gente; pero vigilaba el general Villegas, a quien había dejado Roca para guardar la frontera del Río Negro. A fines del
año 1882, tuvo Villegas indicios de alguna amenaza, por lo que empezó
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una nueva campaña, lanzando contra las tribus independientes a los indios ya sometidos y enrolados en el ejército argentino. En los meses
de diciembre, enero y febrero cayeron prisioneros de los soldados más de dos mil personas entre hombres, mujeres y niños: unos quedaron
prisioneros a la fuerza, y otros se rindieron espontáneamente. Hubo un centenar de muertos en los asaltos. Esta agitación imposibilitaba a
los misioneros avanzar hacia las tierras batidas por las tropas y resultaba dificilísima su labor en favor de los prisioneros. Intentaban, desde
luego, catequizarlos, mas, por desgracia, había que luchar también "contra soldados corrompidos y oficiales más corrompidos todavía" 1.
Semejantes noticias eran las más dolorosas que don Bosco pudiera recibir.
Pero el auxilio vino de donde menos se podía esperar. Namuncurá se vio reducido a la impotencia, quiso poner fin a los sufrimientos de
los suyos y decidió entablar negociaciones de paz. Envió, una delegación compuesta por doce jefes, que se presentaron en Fortín Roca,
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pidiendo parlamentar con las autoridades militares. Pero no habiendo inspirado confianza, volvieron desalentados a su jefe. El gran
cacique que, a pesar de su condición de rudo indígena, era un hombre sensato y no quería tener por más tiempo a sus fieles en condiciones
de vida tan duras y peligrosas, concibió la idea de invocar la mediación de los misioneros.
Por suerte, llegó a Fortín Roca "un gran apóstol, una de las más grandes figuras del misionero salesiano, verdadero padre del indio, con
quien compartió la vida de sufrimientos y escasez" 2. ((372)) Don Domingo Milanesio, fue el mensajero de la Providencia. En el
momento de su llegada a Roca, presentósele un grupo de indios a caballo, escoltando a uno de los suyos que parecía el de más autoridad.
Este se adelantó, pidió al misionero que se detuviera y lo escuchara.
-De muy buena gana, le contestó don Domingo Milanesio. "De dónde sois y a dónde vais?
-Somos de la tribu de Namuncurá, nuestro cacique. El se encuentra ahora en los Andes, donde se refugió con las familias que le fueron
fieles. Ha determinado hacer la paz con el gobierno argentino y, por eso, nos ha enviado a tratar amistosamente con la autoridades
militares para concertar la paz. Esta es la firme voluntad de nuestro jefe. Como no podemos tratar con el Gobierno, te rogamos hagas tú
1 Carta de don José Fagnano a don Bosco, Patagonia, 1.º de enero y 10 de marzo de 1883.
2 ROBERTO J. TAVELLA, Las Misiones Salesianas de la Pampa. Talleres Gráficos Argentinos, Rosso y Cía., 1924, pág. 189.
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de intermediario. Nosotros respetamos mucho a los ministros de Dios, porque siempre nos han querido y protegido. En tiempo de
Calfucurá, padre de Namuncurá, bastó la palabra de un sacerdote para impedir una matanza de los nuestros.
Don Domingo Milanesio no podía dejar escapar tan hermosa ocasión. Pero como era la primera vez que iba a Fortín Roca para ejercer
allí su ministerio, le pareció una temeridad asumir, sin más, el oficio de mediador entre las dos partes que se habían enzarzado en una
guerra tan obstinada y encarnizada; ignoraba, además, las verdaderas razones por las que había sido rechazada la embajada anterior y, por
tanto, temía precipitar las cosas y disgustar a la autoridad militar favoreciendo a un enemigo quizás poco sincero. Aconsejó, pues, a su
interlocutor que fuera a decir a Namuncurá que se presentase él mismo con sus hombres en el Fortín; que él salía fiador de que allí sería
recibido con todos los honores por el general. Que podía acudir sin temor, pues él estaría presente en el encuentro. No se contentó el
enviado con palabras, sino que quiso un escrito, y don Domingo Milanesio escribió al cacique en el sentido antes dicho 1.
El audaz guerrero que, hasta poco tiempo antes, había ((373)) empuñado furiosamente la lanza en muchas batallas contra el ejército
regular, una vez leído el escrito, depuso su fiereza, venció sus naturales resentimientos y, sin demora, se puso en marcha con numeroso
séquito. Se procedió con mucha prisa, pues, veinte días después de haber escrito la carta, apareció Namuncurá en los puestos avanzados de
Fortín Roca. Entre el regreso de sus mensajeros y su ida habían recorrido no menos de novecientos kilómetros.
Namuncurá no tuvo que arrepentirse del partido que había tomado. Don Domingo Milanesio fue su fiel mentor y quedó concertada la
paz; es más, después de algunos años de fidelidad, el gobierno argentino le concedió el grado de coronel con el sueldo correspondiente y
le concedió en propiedad nueve leguas de territorio para sí y para las familias de su tribu. Aquel suceso tan feliz facilitó a don Domingo
Milanesio la evangelización de algunas tribus aposentadas a lo largo del río Neuquén, mientras actuaban tranquilamente en otras partes
don José María Beauvoir y su valeroso superior don José Fagnano. El mismo Namuncurá recibió el bautismo en los últimos años de su
vida, de manos de monseñor Cagliero, a quien confió el último de sus hijos para la educación. Este joven, llamado Ceferino, de talento
despejado
1 Véase Apéndice, doc. núm. 84.
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y óptima índole 1, daba las mejores esperanzas de sí. Quería hacerse sacerdote y acompañó a Monseñor hasta Roma, donde empezó a
estudiar el bachillerato clásico en el Colegio salesiano de Frascati y allí murió prematuramente.
De lo dicho hasta ahora se desprende que, cuando los Salesianos se establecieron definitivamente en Patagonia, había terminado el
dominio de los indígenas. El cometido de los misioneros fue instruir y redimir a los vencidos y unir con los vínculos de la caridad cristiana
a los hijos del desierto y a las poblaciones civiles. En 1883 se crearon los gobiernos territoriales, para que cuidasen de la administración de
la justicia entre argentinos, extranjeros e indígenas. Estos pobres andariegos hablaban sus idiomas, que algunos misioneros como ((374))
don Domingo Milanesio y don José María Beauvoir, se esforzaron por aprender, para ser más bienquistos de este modo y facilitar la obra
redentora. Los dialectos patagónicos eran muchos: mas, para entenderlos, era muy útil el conocimiento de la lengua madre hablada por los
araucanos, que ocupaban la región montañosa y boscosa de Patagonia. Pero este estudio presentaba entonces una doble dificultad, pues
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aquella lengua no tenía escritura y su pronunciación es fuertemente gutural y aspirada. Por suerte, iba de perlas el español. Con el correr
del tiempo la lengua española se había abierto camino entre las tribus de los indios, de manera que circulaba entre ellos un número
suficiente de vocablos y frases para entender y hacerse entender. Quedaba por vencer la dificultad de las distancias, a lo que sólo la
abnegación heroica de los operarios evangélicos pudo llegar. La superficie de la Patagonia argentina mide ochocientos cincuenta mil
kilómetros cuadrados y tiene hoy día una población que se acerca a novecientos mil habitantes, mientras que entonces no contaba más que
treinta y cinco mil. Podrían muy bien vivir en ella de treínta a cuarenta millones de habitantes, dadas las extensiones del territorio
habitable, la gran feracidad de los campos y la riqueza del subsuelo, que es cada día mayor.
Se había progresado en la evangelización. El Superior de la Misión pudo comunicar a Roma en 1883 que, aquel año, se habían
bautizado quinientos indios; los dos colegios de Patagones albergaban sesenta y nueve niños y noventa y tres niñas; en cuatro años, los
bautismos
1 Nosotros hemos tratado con él; era piadosísimo. También hemos visto y leido dos cartas suyas, escritas todavía desde Patagonia a don
José Vespignani. No sabemos a dónde han ido a parar; estaban escritas con perfecta caligrafía y n una elegancia y elevación de
sentimientos que nos impresionaron mucho.
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llegaban a cinco mil trescientos veintiocho y las exploraciones habían alcanzado las Cordilleras, recorriendo las orillas del Limay hasta el
lago Nauel-Huapí, y la del Neuquén hasta el Norquín; y se habían explorado el Río Colorado, la meseta de Valcheta y todo el Río Negro
en ambas orillas. Lo cual era lo mismo que decir toda la Patagonia septentrional en una extensión de más de treinta y cinco mil kilómetros
No hay alabanza humana que pueda corresponder nunca al mérito de aquellos operarios evangélicos, hijos del Oratorio, que, en tan
pequeño número, había lanzado don Bosco a tan inhóspitas tierras para la pacífica conquista de las almas.
((375)) Esta relación produjo el efecto que don Bosco deseaba hacía mucho tiempo. El había presentado, como vimos, a la Santa Sede la
propuesta de erigir en aquellas lejanas tierras tres vicariatos apostólicos o tres prefecturas. En 1881, cuando el Vicario General de Buenos
Aires, monseñor Espinosa, fue a Turín, le había hablado de sus planes, rogándole se convirtiera en su intérprete ante el Arzobispo, e
insistiendo especialmente sobre la Patagonia septentrional. Este declaró estar muy conforme y dispuesto a secundarlo. "Puede asegurar a
Su Santidad, le escribía 1, que sería de mi mayor agrado que usted con sus salesianos establecieran este Vicariato Apostólico en aquellas
remotas regiones de Patagonia, dado que yo, por más que quiera, no podría atenderlas como sería mi deseo por la inmensa distancia". El
Arzobispo no exageraba al hablar de esta imposibilidad; su archidiócesis abrazaba una extensión como siete veces la de Italia.
León XIII había pasado el asunto al estudio de una comisión de cardenales, de la que también formaba parte el cardenal Alimonda,
como ya hemos narrado. Ahora, a la vista de tan notables resultados se creyó que era el momento de llegar a la sistematización pedida. A
tal efecto, el cardenal Simeoni, prefecto de Propaganda, interpeló a don Bosco sobre su parecer definitivo, invitándole también a indicar el
nombre de los candidatos, que le parecían más aptos para el alto oficio. Don Bosco contestó con este escrito.
Eminencia Reverendísima:
Por deferencia a los santos deseos varias veces manifestados por el Padre Santo y tomando como base los sabios proyectos de V. E.
Rvma., he expuesto mi pobre parecer sobre cómo se podría dividir Patagonia para llevar a sus habitantes al seno de la Santa Madre Iglesia
La posición geográfica e histórica de aquella región ha sido expuesta más prolijamente en el mapa geográfico y en la relación, que tuve el
honor de
1 Buenos Aires, 16 de marzo de 1882.
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presentar a la autorizada Sagrada Congregación de Propaganda Fide. Aquí me ceñiré exclusivamente a lo que me pidió Vuestra
Eminencia.
((376)) Los tres Vicariatos de Patagonia. Actualmente parece que es suficiente un solo Vicariato Apostólico en la Patagonia
Septentrional y una Prefectura Apostólica en la Patagonia Meridional. La Patagonia Central no está todavía bastante explorada y la parte
algo conocida está casi toda en manos de los protestantes.
El Vicario apostólico de Carmen podría, por ahora, encargarse del Vicariato Central, llegar hasta los salvajes que habitan cerca de las
Cordilleras y, por medio de algunos sacerdotes y de algunos valientes catequistas, atender a las necesidades religiosas de los pocos
católicos, que, aunque mezclados con los heterodoxos, se mantienen fieles a la Iglesia Católica y piden que se les ayude. Algunas
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excursiones, que hicieron nuestros misioneros hasta allí, nos convencen del buen resultado de esta piadosa empresa.
El Vicariato y la Prefectura de la Patagonia Meridional encierra mayores dificultades Por la dureza del clima, la distancia de los
poblados y por los protestantes que intentan introducirse allí. Pero, en obras como éstas, no se piensa en las dificultades.
Candidatos propuestos. Los candidatos propuestos, don Juan Cagliero, don Santiago Costamagna y don José Fagnano son tres
sacerdotes capacitados para llevar a cabo el cargo que se les quiere confiar. Todos son operarios incansables, robustos, buenos
predicadores, insensibles a las fatigas y de moralidad a toda prueba. Sin embargo, si Su Santidad juzgase escoger los candidatos más
oportunos para nuestra Congregación haría la siguiente propuesta.
Don Juan Cagliero, Vicario Apostólico en Carmen, con jurisdicción sobre el vicariato central hasta que este vicariato pueda proveerse
del deseado Pastor... El mismo don Juan Cagliero conoce palmo a palmo aquellas tierras y está en óptimas relaciones con todos los
Obispos de la República Argentina, del Uruguay y hasta de Chile.
Don Santiago Costamagna, a mi parecer, sería también un buen Vicario Apostólico de Carmen como don Juan Cagliero. Don José
Fagnano parece muy apto para el vicariato o prefectura de la Patagonia Meridional; por su hercúlea complexión no sabe qué es fatiga o
temor en las empresas difíciles.
Esta prefectura podría depender del Vicariato de Carmen, a no ser que el Padre Santo prefiera establecer incluso, un vicariato
Apostólico.
He expuesto aquí, del mejor modo que me es posible, lo que V. E. tuvo la bondad de pedirme acerca del proyecto de Patagonia dividida
en tres vicariatos; pero si V. E. Rvma. piensa que yo pueda servirle de alguna manera, todos los Salesianos se consideran muy honrados en
poderse prestar a ello.
Con la más profunda gratitud, me cabe el alto honor de poderme profesar,
De V. E. Rvma.
Turín, 29 de julio de 1883.
Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
((377)) La ponencia se sometió al juicio de los Cardenales de Propaganda el día veintisiete de agosto y quedó resuelta favorablemente.
Se determinó que se formasen dos circunscripciones eclesiásticas: una, la de Patagonia septentrional y central, con don Juan Cagliero
como
317
provicario apostólico; la otra, la de Patagonia meridional y Tierra del Fuego, con don José Fagnano como prefecto apostólico. La calidad
de provicario excluía el carácter episcopal; pero después se cambió el título, como veremos a su tiempo en 1884, difiriendo la ejecución
hasta que don Bosco estuviese en condiciones de destinar, por lo menos doce misioneros, incluidos los cuatro ya existentes 1. Los Breves
para la fundación del Vicariato y nombramiento del provicario, llevan la fecha del dieciséis y veinte de noviembre respectivamente. Con
fecha algo anterior, el Cardenal Prefecto de Propaganda había promulgado el decreto análogo para la Prefectura Apostólica 2.
Mientras estas negociaciones seguían su curso, don Juan Cagliero visitaba el colegio de Randazzo y las casas de las Hermanas en Sicilia
y nada sabía de aquéllas; fue informado después en Roma por el Procurador general, al volver de la isla.
Habría faltado la inevitable prueba a la bondad de la obra, si el diablo no hubiese metido en ella los cuernos. Surgieron las primeras
dificultades donde menos se podía imaginar. Monseñor Matera, Delegado Apostólico y Enviado Extraordinario para las repúblicas de
Argentina, Uruguay y Paraguay, se enteró, por don Santiago Costamagna, de las nuevas disposiciones de la Santa Sede para Patagonia, y
le dijo que los Salesianos no harían ningún bien allí y, en cambio, cosecharían mucho mal; que no existían ya indios salvajes en Patagonia
que la región estaba ocupada por un Gobierno muy poco religioso y no había por entonces posibilidad alguna para penetrar allí sin
permiso del amo, que era el gobierno argentino. Aconsejaba, por consiguiente, que se hiciesen las cosas en la debida forma y que,
desandando lo andado, siguiesen los salesianos los trámites regulares, ((378)) es decir, pusieran todo en manos del Delegado Apostólico.
Era preciso, en primer lugar, adquirir informaciones, instrucciones y dirección y esto tenía que esperarse de Roma, esto es, de la Sagrada
Congregación de Propaganda. Don Santiago Costamagna informó de todo a Turín 3.
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En cuanto al gobierno, ignoraba el Delegado que él mismo acababa de pedir a don Santiago Costamagna algunos misioneros para las
islas Malvinas y que él había asentido y había prometido enviarlos después de la llegada de don Juan Cagliero, que debía arribar pronto
con un nuevo refuerzo de personal. Asimismo el general Villegas pedía
1 Carta del Cardenal Simeoni a don Bosco, 15 de septiembre de 1884.
2 Véase Apéndice, doc. núm. 85, A-B-C.
3 Su carta debió ser de últimos de diciembre de 1883 o de primeros de 1884. La cita don Juan Cagliero en una suya del día 8 de abril de
1884 a monseñor Jacobini, secretario de Propaganda.
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un misionero fijo para Pringles. Y lo de que ya no había salvajes en Patagonia era más fácil afirmarlo que demostrarlo.
El Capítulo Superior trató este enojoso tema el día 5 de abril de 1884, y consta, en el libro de actas, que don Bosco, después de leer la
carta de don Santiago Costamagna, habló en estos términos:
-Envíese copia de esta carta a monseñor Jacobini. Sin duda, surgirán oposiciones contra la institución del Vicariato en Patagonia. Todos
aprueban una obra buena, pero ninguno puede o quiere hacerla; mas, cuando uno la hace y triunfa, se presenta allí la pobre humanidad de
los otros, resentida y queriendo atribuirse de algún modo el mérito, gozar de su fruto, y pretender haber hecho aquello en lo que los otros
triunfaron. Ya mi madre decía: El perro del hortelano, ni come las berzas ni las deja comer. La República Argentina no puede darse por
ofendida con el nombramiento del Provicario, porque yo he escrito ya al Arzobispo y al Presidente de la República, para que examinaran
el proyecto.
Acabamos de ver cómo pensaba el Arzobispo de Buenos Aires y don Bosco, ((379)) dando muestras de haber comprendido la delicadeza
de los miramientos a tener con el gobierno argentino, había dirigido la siguiente carta al Presidente de la República, que era el general
Roca, en la que se dan amistosamente la mano la sencillez del Santo y la habilidad del hombre de negocios.
Excelentísimo Señor Presidente de la República Argentina:
Las desiertas Pampas y la Patagonia, que tantos trabajos y sudores costaron ya a V. E., y cuya evangelización tuvo a bien encomendar
varias veces a los misioneros salesianos, parece que están en condiciones de asumir una organización normal, ya sea en lo tocante a la
civilización, como en lo tocante a la religión.
Hace cuatro años que nuestros religiosos, guiados por V. E., han hecho sus primeras pruebas en aquellas vastas regiones y, el presente,
han podido establecerse en varias colonias a orillas del Río Negro, llegando en sus excursiones apostólicas hasta el Río Chubut y el lago
Nahuel-Huapí, a poca distancia de las Cordilleras.
Lograron fundar iglesias, escuelas y asilos para niños y niñas. Pero el número creciente de los que abrazan la fe ha obligado al reverendo
don Santiago Costamagna a venir a Europa en busca de operarios evangélicos. En efecto, ha logrado preparar veinte misioneros y diez
religiosas, que el día doce del próximo mes de noviembre saldrán para la República Argentina. Yo me industrio, por todos los medios
posibles, para que salgan con el equipo necesario de ropa, ornamentos y vasos sagrados, y también con los principales utensilios y
herramientas de artes y oficios; pero, necesitaría que V. E. se dignase ayudarnos a pagar los pasajes en el barco de la Sociedad de
transportes marítimos.
La parte activa que el Gobierno Argentino ha tomado en la civilización de aquellos salvajes y los grandes sacrificios que ha hecho por el
bien social del Estado y
319
especialmente en favor de los institutos, escuelas y orfanatos de los Salesianos, me animan a esperar su socorro.
Mi confianza aumenta al ver que, en estos días, el Padre Santo ha deliberado establecer la Jerarquía Eclesiástica en aquellas vastas
regiones como, en su nombre, he tenido el honor de comunicar a V. E. 1 y como la misma Santa Sede dará en breve comunicación oficial
de todo ello.
El Señor bendiga a V. E. y a toda la República Argentina, y la paz, la prosperidad y las bendiciones del cielo descienden
abundantemente sobre sus Estados y sobre todos los habitantes de esas regiones que la divina Providencia quiso confiar a sus ((380))
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diligentes cuidados.
Y mientras le agradezco el gran bien que ha hecho y hace a nuestros religiosos, con profunda gratitud me cabe el alto honor de poderme
profesar,
DeV. E.
Turín, 31 de octubre de 1883.
Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro.
No nos consta si el Presidente respondió o no. En cuanto al representante pontificio, conviene saber, para comprender su actitud, que
entre monseñor Matera y los Salesianos había surgido una disensión, y puesto que, quiérase o no, la historia es maestra de la vida, la
expondremos aquí en resumen.
Necesitaba Monseñor un secretario particular; puso sus ojos en el clérigo Bernardo Vacchina, lo pidió a sus superiores y se lo
concedieron. Pero, como éste estaba obligado a acompañar a Su Excelencia en las recepciones nocturnas, en las que se daban cita los
personajes del gran mundo, el joven clérigo se sentía tan a disgusto que se quejaba de ello al Prelado y decía que aquella vida, llena de
peligros, no era para él y que no se había hecho religioso para frecuentar tales ambientes. Mas, como no se daba importancia a sus
protestas, acosaba con peticiones y súplicas a los superiores para que lo librasen. Al ver que los superiores se encontraban apurados y no
se atrevían a disgustar a monseñor Matera, un buen día se marchó, sin despedirse siquiera, y se fue a la casa de Almagro. El Delegado,
ofendido, hizo que el Arzobispo le prohibiese comulgar durante un mes.
Don Santiago Costamagna pidióle perdón por escrito; pero no obtuvo respuesta. Ante aquel silencio, ya fuera porque se creía liquidado
el asunto, ya fuera por miedo, resultó que, después del hecho, ningún salesiano visitó al Delegado para felicitarle las Navidades, ni el Año
Nuevo, ni su fiesta onomástica. Monseñor, que era un hombre
1 Véase vol. XIV, pág. 538.
320
muy sensible e impresionable, y tenía en gran aprecio a los Salesianos, desde entonces se entibió completamente con ellos y, al
encontrarlos, no daba ninguna señal de su pasada benevolencia. Don José Vespignani, ((381)) angustiado ante aquel proceder, obtuvo
permiso del superior para ir a visitarle y manifestarle la aflicción de sus hermanos, y le habló con tal humildad y cordialidad que le
conmovió, pero no pudo disuadirle de su actitud. Dijo que el gesto de don Bernardo Vacchina le había herido personalmente y en su
calidad de representante de la Santa Sede; que se había divulgado para su mal la noticia y se habían añadido comentarios inconvenientes
para él; que hablando con don Luis Lasagna sobre el caso, en Montevideo, éste había defendido al clérigo; que, en verdad, le había escrito
enseguida don Santiago Costamagna, pero que estos asuntos no eran para ser tratados por carta; que había que pedir perdón de una forma
educada, y no presentar justificaciones. Don José Vespignani se marchó con la pena de no haber conseguido apaciguarlo 1. El error inicial
había estado en no haber aclarado enseguida el incidente de viva voz y con indudables muestras de atento respeto a la dignidad del
personaje; se sufrían entonces las consecuencias, la más grave de las cuales, fue su actitud negativa en el asunto del Vicariato.
El día siete de agosto llegó a Turín don Santiago Costamagna para tomar parte en el tercer Capítulo general. Llevaba una afectuosa carta
del Arzobispo para don Bosco en la que daba gracias a Dios por haberle enviado a los Salesianos, cuyos servicios eran tan grandes en las
escuelas, talleres, iglesias y Misiones. Alababa además la vida edificante y el celo incansable de don Santiago Costamagna, pedía ayuda de
nuevo personal y rogaba a don Bosco que le escribiese más a menudo, para que sus cartas le sirvieran de "guía y norma segura para bien
de la familia salesiana". Por último, se expresaba en estos términos, acerca de una pérdida dolorosa que habían tenido poco antes las Hijas
de María Auxiliadora: "Hemos tenido el dolor de perder a la reverenda Madre, que era aquí la Superiora de las Hijas de María
Auxiliadora, sor Magdalena Martini, ((382)) que voló al cielo como un ángel en la solemnidad de san Pedro. Tuvo la dicha de fundar
varias casas, últimamente la de Morón, y de ver terminada y abierta la casa principal, con el gran Colegio y la iglesia de María
Auxiliadora, bendecida el siete del pasado junio. Su muerte fue llorada, porque su vida había sido una verdadera delicia para todos.
Concédanos el Señor un buen número de santas Vírgenes post eam".
1 Carta de don José Vespignani a don Miguel Rúa, Buenos Aires, 9 de agosto de 1882.
321
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Don Santiago Costamagna entregó a don Bosco otras cartas de Cooperadores y de Salesianos 1; todos le suplicaban que les devolviera a
Inspector con muchos compañeros. Cuando éste llegó a Italia, el Siervo de Dios empezaba los preparativos para una expedición de
Salesianos e Hijas de María Auxiliadora a América del Sur. La anunció oficialmente el día veinticuatro de octubre, con una circular
redactada por don Juan Bonetti, traducida también al francés y firmada por él. Componían la expedición veinte Salesianos entre
sacerdotes, clérigos y coadjutores y doce Hijas de María Auxiliadora. Se calculaba que los gastos llegaban aproximadamente a las cien mi
liras; don Bosco invocaba la caridad de los Cooperadores; y daba las gracias a los donantes, con una cartita en italiano y en francés, escrita
por él y litografiada de manera que parecía autógrafa 2.
Quiso que los expedicionarios pasaran a su lado quince días y así, a la par que gozaban de estar con él, estudiaban con ardor la lengua
española. El buen Padre tuvo, además, la bondad de proporcionarles un paseo al santuario de San Pancracio en Pianezza y acompañarlos
personalmente.
La ceremonia de la despedida se celebró el día diez de noviembre. Don Santiago Costamagna, jefe del grupo, pronunció el discurso; don
Bosco dio la bendición. Aquella misma tarde partieron los expedicionarios hacia Sampierdarena, desde donde siguieron viaje a Marsella,
acompañados por don Juan Cagliero; él representaba a don Bosco, ((383)) a quien la delicada salud impedía aquella vez la fatiga del largo
viaje. El Papa se había interesado por su estado de salud y había dicho a don Juan Cagliero, al que recibió en audiencia el día cinco de
noviembre a su regreso de Sicilia, y a don Santiago Costamagna, que había ido a saludarle:
-Hay que recomendarle que cuide su salud, que es muy preciosa y muy útil para el bien e incremento de vuestra Congregación.
Pero su corazón de padre, conmovido por la separación, quiso desahogarse y, con estos renglones llenos de cariño, alcanzó a don
Santiago Costamagna en Marsella.
Mi querido Costamagna:
Vosotros os habéis marchado y verdaderamente me habéis desgarrado el corazón. Me he animado, pero he sufrido y no me fue posible
conciliar el sueño en toda la noche. Hoy estoy más sereno, bendito sea Dios.
1 Una muy notable era de aquella alma santa que fue don José Vespignani (Apéndice, doc. núm. 86).
2 Véase Apéndice, doc. núm. 87, A-B.
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Te envío estampas para los hermanos de vuestras inspectorías, o mejor, de la tuya. Otra vez sera para la de Lasagna. Adjunto una carta
para el señor Bergasse. Si surgen dificultades, cuenta conmigo sin reserva alguna.
Saluda a Madame Jacques, asegurándole que la primera salvaje que se bautice a vuestra llegada a Patagonia, se llamará Agueda.
Dios te bendiga, mi querido Costamagna, y contigo bendiga y proteja a todos tus hijos y míos, que te acompañan. Que María os proteja
y os conserve a todos en el camino del cielo. Feliz viaje.
Yo sigo aquí con una verdadera multitud que reza por vosotros. Amén.
Turín, 12 de noviembre de 1883.
Afmo. amigo, JUAN BOSCO, Pbro.
N. B. El sueño de don Juan Bautista Lemoyne ha de ser corregido en algunas cosas y ya lo verás.
No queremos pasar por alto una pequeña anécdota de don Santiago Costamagna. El día de Todos los Santos había cantado la misa,
estando presente don Bosco, y pronunció el latín a la española, muy sensible en dignum et iustum est que, a la italiana, se pronuncia
diñum. Después, el Siervo de Dios le preguntó en qué lengua había cantado la misa.
-En latín, con pronunciación a la española.
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((384)) -"Y por qué?
-Romae cum sis, Romano vivito more 1.
-íAh, no! Es necesaria la pronunciación romana, la del Papa. Lo dirás allí a los demás.
Se embarcaron en el Béarn el día catorce por la mañana 2, y llegaron felizmente a la capital argentina el ocho de diciembre por la tarde.
Un diario de la ciudad 3 describe así la recepción: "Al atardecer, un siempre creciente número de personas se había reunido en el muelle
de Estevarene y Rivadia para recibirlo (...). Eran las seis, cuando don Santiago Costamagna bajaba del tranvía acompañado de varios
sacerdotes más, que vienen con él para dedicarse al culto y a la enseñanza de nuestros jóvenes. Nada más verle, todos se abalanzaron hacia
él, hablándole, dándole apretones de manos, saludándole con las expresiones francas, nobles, efusivas y cariñosas, con que se suele recibir
a
1 Suele generalizarse este dicho para significar que es preciso saberse adaptar a las costumbres de los lugares adonde se va.
2 Algunas noticias pueden leerse en una carta de don Juan Cagliero a don Miguel Rúa (Apéndice, doc. núm. 88).
3 Unión, 11 de diciembre de 1883.
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un amigo del corazón, tras una larga ausencia. Muchos de los más próximos lo abrazaron, dando prueba elocuente de lo que es el afecto,
que el sacerdote de Cristo sabe conquistarse en el pueblo. Aquella escena tan conmovedora arrancó muchas lágrimas de alegría. Después,
el padre Costamagna se encaminó, seguido por el gentío, hacia la iglesia de San Carlos, donde se habían reunido muchas otras personas y,
profundamente conmovido, dirigió a los fieles unas breves palabras de agradecimiento, llenas de suave unción".
El sueño al que aludía don Bosco en la posdata de la carta a don Santiago Costamagna, era una dramática representación alegórica en
torno al porvenir de las Misiones salesianas por América del Sur; porvenir de una grandiosidad épica, presagiado ya por los que intuían
algo que no era puramente humano en la Obra de don Bosco. Una revista francesa 1, por ejemplo, ((385)) en un artículo sobre la
propagación de la fe, escribía: "La Patagonia, todavía por civilizar e idólatra, se muestra refractaria a la civilización cristiana, pero los
hijos de don Bosco han comenzado a sembrar en aquella tierra salvaje los granos de mostaza, que bajo el influjo del rocío celestial, se
convertirán en un árbol grande, cuyas ramas se extenderán por todo el país.
Don Bosco contó este sueño el cuatro de septiembre, en la sesión de la mañana, al Capítulo General.
Don Juan Bautista Lemoyne lo escribió en seguida y el Siervo de Dios lo repasó del principio al fin, añadiendo y modificando algo.
Nosotros imprimiremos en letra cursiva las partes, que en el original revelan la mano del Santo; en cambio, encerraremos entre corchetes
algunos párrafos que Lemoyne introdujo posteriormente a manera de apostillas, hijas de posteriores explicaciones que le dio don Bosco.
Era la noche precedente a la fiesta de Santa Rosa de Lima, 30 de agosto, y tuve un sueño. Me parecía estar durmiendo y, al mismo
tiempo, que corría a gran velocidad, por lo que me sentía cansado no sólo de correr, sino también de escribir y como consecuencia del
trabajo propio de mis habituales ocupaciones. Mientras pensaba si se trataba de un sueño o de una realidad, me pareció entrar en una sala
de estar donde había numerosas personas hablando de cosas diversas.
Se entabló una larga conversación sobre la multitud de salvajes que en Australia, en las Indias, en China, en Africa y más
particularmente en América, viven aún en numero extraordinario sepultados en las sombras de la muerte.
-Europa, dijo con seriedad uno de aquellos pensadores, la cristiana Europa, la gran maestra de la civilización, parece que se deja llevar
de la apatía respecto a las misiones extranjeras. Pocos son les que se sienten animados a emprender largos
1 Bulletin de Notre Dame du Bon-secours, febrero de 1884, pág. 45.
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viajes hacia países desconocidos para salvar las almas de millones de criaturas que también fueron redimidas por el Hijo de Dios, por
Cristo Jesús.
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Otro dijo: íQué enorme cantidad de idólatras viven fuera de la Iglesia, lejos del conocimiento del Evangelio, solamente en América! Los
hombres piensan y los geógrafos se engañan al creer que las Cordilleras de América son como una gran muralla que nos separa de aquella
parte del mundo. Y no es así. Aquellas extensísimas cadenas de montañas tienen muchas sinuosidades de mil, y más kilómetros de
longitud. en ellas hay selvas inexploradas, bosques, animales, piedras que por otra parte escasean en aquellas latitudes. Carbón mineral,
petróleo, cobre, hierro, plata y oro escondidos en aquellas montañas, en el lugar donde ((386)) fueron colocados por la mano omnipotente
del Creador en beneficio de los hombres. íOh, Cordilleras, Cordilleras, cuán rica es vuestra zona oriental!
En aquel momento me sentí presa del deseo de pedir explicaciones sobre muchas cosas y de saber quiénes fuesen aquellas personas allí
reunidas y en qué lugar me encontraba. Pero dije para mí:
-Antes de hablar es necesario que observe qué clase de gente es ésta.
Y dirigí la mirada a mi alrededor y pude comprobar que todos aquellos personajes me eran desconocidos. Ellos entretanto, como si sólo
en aquel momento me hubiesen conocido, me invitaron a pasar y me acogieron bondadosamente.
Yo pregunte entonces:
-Decidme, por favor: "Estamos en Turín, en Londres, en Madrid o en París? "Dónde estamos? "Y vosotros, quiénes sois? "Con quién
tengo el gusto de hablar?
Pero todos aquellos señores contestaban de una manera vaga hablando siempre de las misiones.
Inmediatamente después se acercó a mí un joven de unos dieciséis años, de amable expresión y de sobrehumana belleza, cuyo cuerpo
despedía una luz más radiante que la del sol. Su vestido estaba tejido con celestial hermosura y en la cabeza llevaba un gorro a manera de
corona recamado de visísimas piedras preciosas. Mirándome con ojos de bondad, mostró por mí un interés especial. Su sonrisa expresaba
un afecto atrayente en extremo. Me llamó por mi nombre, me tomó de la mano y comenzó a hablarme de la Congregación Salesiana.
Yo me sentía encantado sólo con escuchar su voz. A cierto punto lo interrumpí diciéndole:
-"Con quién tengo el honor de hablar? Haced el favor de decirme vuestro nombre.
Y el joven:
-íNo temáis! Hablad con toda confianza, que estáis con un amigo.
-Pero "y vuestro nombre?
-Os lo diría si hiciese al caso, pero no hace falta, porque me debéis conocer.
Y mientras decía esto, sonreía.
Me fijé mejor en aquella fisonomía rodeada de luz. íCuán hermosa era! Entonces reconocí en él al hijo del Conde Luis Fleury Colle, de
Tolón, insigne bienhechor de nuestra casa y especialmente de las Misiones de América. Este jovencito había muerto poco tiempo antes.
-"Oh, tú?, exclamé llamándole por su nombre. íLuis! "Y todos éstos quiénes son?
-Son amigos de vuestros Salesianos y yo como amigo vuestro y de los Salesianos, en nombre de Dios, querría daros un poco de trabajo.
-Veamos de qué se trata. "Qué trabajo es ése?
-Sentaos aquí, en esta mesa, y después tirad de esta cuerda.
En medio de aquella gran sala había una mesa sobre la que estaba enrollada una cuerda y vi que la cuerda estaba marcada como el metro
con rayas y números. Más tarde me di cuenta también de que aquella sala estaba colocada en América del Sur, precisamente sobre la línea
del Ecuador y que los números grabados en la cuerda correspondían a los grados geográficos de latitud.
((387)) Yo tomé, pues, un extremo de la cuerda, lo examiné y vi que al principio tenía señalado el número cero.
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Yo reía.
Y aquel joven angelical, me dijo:
-No es tiempo de reír. íObservad! "Qué es lo que hay escrito sobre la cuerda?
-El número cero.
-Tirad un poco.
Tiré un poco de la cuerda y apareció el número 1.
-Tirad aún un poco mas y haced un gran rollo con la cuerda.
Así lo hice y aparecieron los números 2, 3, 4, hasta el 20.
-"Basta ya?, pregunté.
-No; más, más. Seguid tirando hasta que encontréis un nudo, replicóme el jovencito.
Continué tirando hasta el 47, donde encontré un grueso nudo. Desde aquí la cuerda seguía pero dividida en numerosas cuerdecillas que
se dirigían hacia Oriente, Occidente y Mediodía.
-"Basta ya?, pregunté.
-"Qué número es?, preguntó a su vez el jovencito.
-El número 47.
-"Cuanto hacen 47 más 3?
-íCincuenta!
-"Más 5?
-íCincuenta y cinco!
-No lo olvidéis: íCincuenta y cinco!
Después me dijo:
-Seguid tirando.
-Ya he llegado al final, le dije.
-Entonces volved hacia atrás y tirad de la cuerda por la otra parte.
Tiré de la cuerda por la parte opuesta hasta llegar al número 10.
Aquel joven dijo entonces:
-íTirad más!
-Ya no se puede más. No hay más.
-íCómo! "Que no hay más? íObservad bien! "Qué hay?
-Hay agua, respondí.
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En efecto: en aquel momento se operó un fenómeno extraordinario, que sería imposible describir. Yo me encontraba en aquella
habitación y, al tirar de aquella cuerda, ante mi vista se ofrecía la perspectiva de un país inmenso que yo dominaba como a vista de pájaro
y que se extendía cada vez mas, según se iba alargando la cuerda.
Desde el primer cero hasta el número 55, era una extensión de tierra inmensa que después de un estrecho mar, al fondo se dividía en cien
islas, de las que una era mucho mayor que las otras. A estas islas parece que aludían las cuerdecillas desparramadas que partían del gran
nudo. Cada cuerdecita iba a dar a una isla. Algunas de
éstas estaban habitadas por indígenas bastante numerosos; otras estériles, desnudas, rocosas, deshabitadas; otras completamente cubiertas
de hielo y nieve. A occidente numerosos grupos de islas, habitadas por muchos salvajes.
((388)) (Parece ser que el nudo colocado sobre el número o grado 47 representase el lugar de partida, el centro salesiano, la misión
principal donde los misioneros, después de concentrados, salieron hacia las islas Malvinas, Tierra del Fuego y otras islas de aquellas
regiones de América).
Por la tarde opuesta, esto es, del 0 al 10 continuaba la misma tierra terminando en aquella agua que ya había visto últimamente. Me
pareció que aquella agua era el Mar de las Antillas que contemplaba entonces de manera tan sorprendente que no me sería posible
expresar con palabras tal visión.
Cuando yo dije: -Hay agua, aquel jovencito me respondió:
-Ahora sume 55 más 10. "Cuánto hacen?
Y yo:
-Suman 65.
-Ahora ponedlo todo junto y formaréis una sola cuerda.
-"Y después?
-"Hacia esta parte qué es lo que hay?
-Y me señalaba un punto en el panorama.
-Hacia el Occidente veo altísimas montañas y al Oriente el mar.
(He de hacer notar que yo lo veía todo en conjunto, como en miniatura, lo mismo que después, como diré, vi en su grandiosa realidad
y
en toda su extensión, y los grados señalados en la cuerda y que correspondían con exactitud a los grados geográficos de latitud, fueron los
que me permitieron retener en la memoria durante varios años los puntos sucesivos que visité, al hacer el viaje en la segunda parte del
sueño).
Mi joven amigo prosiguió:
-Pues bien, estas montañas son como una orilla, como un confín. Desde aquí hasta allá se extiende la mies ofrecida a los salesianos. Son
millares y millones de habitantes que esperan vuestro auxilio, que aguardan la fe.
Dichas montañas eran las cordilleras de los Andes de América del Sur y aquel mar el Océano Atlántico.
-Y "cómo hacer?, repliqué yo; "cómo conseguir conducir tantos pueblos al redil de Jesucristo:
-"Cómo hacer? íMirad!
Y he aquí que llega don Angel Lago 1 que traía una canasta de higos pequeños y verdes, el cual me dijo:
-íTome, don Bosco!
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-"Qué me traes?, pregunté yo mientras me fijaba en el contenido del canasto.
-Me han dicho que se los traiga a usted.
-Pero, estos higos no son comestibles; no están maduros.
Entonces, mi joven amigo tomó aquel canasto, que era muy ancho, pero que tenía muy poco fondo, y me lo presentó diciendo:
-íHe aquí el regalo que os hago!
-"Y qué debo hacer con estos higos?
((389)) -Estos higos no están maduros, pero pertenecen a la gran higuera de la vida. Debéis buscar la manera de hacerlos madurar.
1 Don Angel Lago, secretario particular de don Miguel Rúa, muerto en olor de santidad en 1914.
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-"Y cómo? Si fuesen más grandes... se podrían hacer madurar con paja, como se suele hacer con los demás frutos; pero tan pequeños...
tan verdes... Es imposible.
-Muy al contrario; habéis de saber que para hacer madurar estos higos es necesario que todos ellos se unan de nuevo a la planta.
-íEso es increíble! "Cómo hacer?
-íMirad!
Y tomando uno de aquellos frutos lo introdujo en un vaso lleno de sangre, después en otro vaso de agua y dijo:
-Con el sudor y con la sangre los salvajes quedarán de nuevo unidos a la planta y serán gratos al dueño de la vida.
Yo pensaba:
-Pero para conseguir esto se necesita mucho tiempo.
Y seguidamente dije en alta voz:
-No sé qué decir.
Pero aquel joven para mí tan querido, leyendo mis pensamientos, prosiguió:
-Esto se conseguirá antes de que se cumpla la segunda generación.
-"Y cuál será la segunda generación?
-La presente no se cuenta. Habrá una y después otra.
Yo hablaba confusamente, aturullado y como balbuceando al escuchar los magníficos destinos reservados a nuestra Congregación y
pregunté:
-Pero, cada una de estas generaciones, "cuántos años comprende?
-íSesenta años!
-"Y después?
-"Queréis ver lo que sucederá después? íVenid!
Y sin saber cómo, me encontré en una estación de ferrocarril. En ella había reunida mucha gente. Subimos al tren.
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Yo pregunté dónde estábamos. Aquel joven me respondió:
-íNotadlo bien! íMirad! Vamos de viaje a lo largo de la Cordillera.
Tenéis el camino abierto también hacia Oriente hasta el mar. Es otro regalo del Señor.
-"Y a Boston, donde nos aguardan, cuándo iremos?
-Cada cosa a su tiempo.
Y así diciendo sacó un mapa donde se destacaba en grande la diócesis de Cartagena (Colombia). (Este era el punto de partida).
Mientras yo examinaba aquel mapa, la máquina silbó y el tren se puso en movimiento. Durante el viaje, mi amigo hablaba mucho, pero
yo no lo podía oír por el ruido que hacía el tren. Con todo, aprendí cosas hermosísimas y nuevas sobre astronomía, náutica, meteorología,
sobre la fauna y la flora, sobre la topografía de aquellas regiones, que él me explicaba con maravillosa precisión. Salpicaba entretanto sus
palabras con una digna y, al mismo tiempo, tierna familiaridad, demostrando el afecto que me profesaba. Desde un principio, me había
tomado de la mano y así me tuvo afectuosamente sujeto hasta el fin del sueño. Yo ((390)) llevaba a veces la otra mano que me quedaba
libre sobre la suya, pero ésta parecía escapar de la mía como si se evaporase y solamente su izquierda estrechaba mi derecha. El jovencito
sonreía ante mi inútil tentativa.
Yo al mismo tiempo miraba a través de las ventanillas del vagón y veía desfilar ante mí diversas y estupendas regiones. Bosques,
montañas, llanuras, ríos larguísimos y majestuosos que jamás pensé existiesen en regiones tan distantes de sus fuentes. Por un espacio de
más de mil millas costeamos el borde de una floresta virgen, hoy día aún sin explorar. Mi mirada adquiría una visibilidad asombrosa. No
encontraba
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obstáculos para llegar hasta el límite de aquellas regiones. No sé explicar cómo se verificaba en mi vista tan extraordinario fenómeno. Yo
estaba como quien desde lo alto de una colina, al ver extendida a sus pies una gran región, se coloca delante de los ojos, a pequeña
distancia, una estrecha tira de papel y no ve nada o muy poco; mas si se quita aquel papel o lo levanta o lo baja un poco, la vista puede
extenderse hasta el extremo horizonte. Así me sucedió a mí durante aquella intuición adquisitiva; pero con esta diferencia: a medida que
yo me fijaba en un punto y este punto pasaba delante de mí, era así como si se fuesen levantando sucesivamente diversos telones, tras los
cuales, yo contemplaba distancias incalculables. No sólo veía las Cordilleras cuando estaban lejos, sino también las cadenas de montañas,
aisladas en aquellas llanuras inconmensurables, a las cuales veía en sus más pequeños detalles. (Las de Nueva Granada, de Venezuela, de
las tres Guayanas; las de Brasil y de Bolivia hasta los últimos confines).
Pude, pues, comprobar la exactitud de aquellas frases oídas al principio del sueño en la gran sala situada bajo el grado cero. Veía las
entrañas de las montañas y los profundos senos de las llanuras. Tenía ante mi vista las riquezas incomparables de aquellos países, riquezas
que un día serían descubiertas. Vi innumerables minas de metales preciosos, galerías interminables de carbón mineral, depósitos de
petróleo tan abundantes como hasta ahora no se han encontrado en otros lugares. Pero esto no era todo. Entre el grado 15 y el 20 había una
sinuosidad tan larga y tan estrecha que partía de un punto donde se formaba un lago. Entonces una voz dijo repetidas veces:
-Cuando se comiencen a explotar las minas escondidas en aquellos montes, aparecerá aquí la tierra prometida que mana leche y miel.
Será una riqueza inconcebible.
Pero tampoco esto era todo. Lo que mayormente me sorprendió fue el ver que en varios lugares en los que las Cordilleras, replegándose
sobre sí mismas, formaban valles, de los cuales los actuales geógrafos ni siquiera sospechan la existencia, imaginándose que en aquellas
partes las faldas de las montañas están como cortadas a pico. En estos valles y en estas sinuosidades que tal vez se extendían millares y
millares de kilómetros, habitan densas poblaciones que aún no han entrado en contacto con los europeos, pueblos que son aún
completamente desconocidos.
((391)) El tren continuaba, entretanto, a toda marcha y después de girar hacia un lado y hacia otro, se detuvo. Allí bajó una gran parte de
los viajeros que, pasando bajo las Cordilleras, se dirigió a Occidente. (Don Bosco se refería a Bolivia. La estación era tal vez La Paz,
donde una galería, al abrir el paso hacia el litoral del Pacífico, puede poner en comunicación el Brasil con Lima por medio de otro
ferrocarril).
El tren se puso nuevamente en movimiento, siguiendo siempre hacia adelante. Como en la primera parte del viaje, atravesamos florestas
penetramos en algunos túneles, pasamos sobre gigantescos viaductos, nos internamos entre las gargantas de las montañas, costeamos lagos
y lagunas, sobre enormes puentes cruzamos ríos anchísimos, recorrimos inmensas llanuras y praderas. Bordeamos el Uruguay. Creí que
era un río poco caudaloso, pero es anchísimo. En un punto vi al río Paraná que se acerca al Uruguay como si viniese a ofrecerle el tributo
de sus aguas; mas, después de discurrir durante un buen trecho paralelamente, se alejan haciendo un ancho recodo. Ambos ríos eran
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caudalosos.
(Según estos pocos datos parece que esta futura línea de ferrocarriles, saliendo de La Paz, llegaría a Santa Cruz, pasando por la única
abertura que existe en los montes llamados Cruz de la Sierra, que es atravesada por el río Guapay; bordearía el río Parapiti en la provincia
de Chiquitos, en Bolivia; tocaría el extremo norte de la
República del Paraguay; entraría después en la provincia de San Pablo, en el Brasil, llegando a Río de Janeiro. De una estación intermedia
en la provincia de San Pablo, partiría tal vez la línea ferroviaria que pasando entre los ríos Paraná y Uruguay, uniría la capital del Brasil
con las Repúblicas del Uruguay y Argentina).
El tren continuaba en marcha, y girando hacia una parte y hacia la otra, después de un largo espacio de tiempo, se detuvo por segunda
vez.
Aquí descendió también del convoy mucha gente que pasando bajo las Cordilleras se dirigió hacia Occidente.
(Don Bosco indicó en la República Argentina la provincia de Mendoza.
Por tanto, la estación era tal vez la de Mendoza y el túnel el que ponía en comunicación con Santiago, capital de la República de Chile).
El tren reemprendió la marcha a través de las Pampas y de la Patagonia. Los campos cultivados y las casas esparcidas por una parte y
otra, indicaban que la civilización tomaba posesión de aquellos desiertos,
Al comenzar a recorrer la Patagonia, pasamos junto a una ramificación del Río Colorado o del Chubut (o tal vez del Río Negro). No
podía comprobar si su corriente iba hacia el Atlántico o hacia las Cordilleras. Quería resolver este problema pero no lo lograba, no siendo
posible el orientarme.
Finalmente llegamos al Estrecho de Magallanes. Yo miraba. Bajamos. Ante mí, veía Punta Arenas. El suelo, por espacio de varias
millas, estaba todo recubierto de yacimientos de carbón, de tablas, de travesaños ((392)) de madera, de inmensos montones de metal, parte
en bruto, parte trabajado. Largas filas de vagonetas de mercancías ocupaban las vías.
Mi amigo me señaló todas estas cosas. Entonces le pregunté:
-"Y qué quiere decir todo esto?
El me respondió:
-Lo que ahora es sólo un proyecto, un día será realidad.
-Estos salvajes en el futuro serán tan dóciles que ellos mismos acudirán a instruirse, rindiendo su tributo a la religión, a la civilización y
al comercio. Lo que en otras partes es motivo de admiración, aquí lo será hasta el punto de superar a cuanto causa estupor entre otros
pueblos.
-Ya he visto bastante, repliqué; ahora llévame a ver a mis Salesianos de la Patagonia.
Volvimos a la estación y subimos al tren para el regreso. Después de haber recorrido un gran trecho de camino, la máquina se detuvo
junto a un pueblo bastante grande.
(Situado tal vez en el grado 47, donde al principio del sueño había visto aquel grueso nudo de la cuerda).
En la estación no había nadie esperándome. Bajé del tren y me encontré inmediatamente con los Salesianos. Había allí muchas casas y
gran número de habitantes; varias iglesias, escuelas, varios colegios para jovencitos, internados para adultos, artesanos y agricultores y un
dispensario de religiosas que se dedicaban a labores diversas. Nuestros misioneros se encargaban al mismo tiempo de los jovencitos y de
los adultos.
Yo me mezclé entre ellos. Eran muchos, pero yo no los conocía y entre ellos no vi a ninguno de mis primeros hijos. Todos me
contemplaban maravillados, como si fuese una persona desconocida y yo les decía:
-"No me conocéis? "No conocéis a don Bosco?
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-íOh, don Bosco! Nosotros le conocemos de fama, pero le hemos visto solamente en las fotografías. íEn persona no le conocemos!
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-"Y don Fagnano, don Costamagna, don Lassagna, don Milanesio, dónde están?
-Nosotros no los hemos conocido. Son los que vinieron aquí en tiempos pasados: los primeros Salesianos que llegaron de Europa a estos
países. Pero íhan pasado ya tantos años después de su muerte!
Al oír esta respuesta pensé maravillado:
-Pero "esto es un sueño o una realidad?
Y golpeaba las manos una contra la otra, me tocaba los brazos y me movía oyendo el palmoteo, y me sentía a mí mismo y me persuadía
de que no estaba dormido.
Esta visión fue cosa de un instante. Después de contemplar el progreso maravilloso de la Iglesia Católica, de la Congregación y de la
civilización en aquellas regiones, yo daba gracias a la Providencia por haberse dignado servirse de mí como instrumento de su gloria y de
la salvación de las almas.
El jovencito Colle, entretanto, me dio a entender que era hora de volver atrás; por tanto, después de saludar a mis Salesianos, volvimos a
la estación, donde el tren estaba preparado para la partida. Subimos, silbó la máquina y nos dirigimos hacia el Norte.
((393)) Me causó gran maravilla una novedad que pude contemplar. El territorio de la Patagonia en su parte más próxima al Estrecho de
Magallanes, entre las Cordilleras y el Océano Atlántico, era menos ancho de lo que ordinariamente creen los geógrafos.
El tren avanzaba velozmente y me pareció que recorría las provincias hoy ya civilizadas de la República Argentina.
En nuestra marcha penetramos en una floresta virgen, muy ancha, larguísima, interminable. A cierto punto la máquina se detuvo y ante
mi vista apareció un doloroso espectáculo. Una turba inmensa de salvajes se había concentrado en un espacio despejado de la floresta. Sus
rostros eran deformes y repugnantes; estaban vestidos al parecer con pieles de animales, cosidas las unas a las otras. Rodeaban a un
hombre amarrado que estaba sentado sobre una piedra. El prisionero era muy grueso, porque los salvajes le habían alimentado bien. Aquel
pobrecillo había sido capturado y parecía pertenecer a una nación extranjera por la regularidad de sus facciones. Los salvajes lo habían
sometido a un interrogatorio y él les contestaba narrándoles sus diversas aventuras, fruto de sus viajes. De pronto, un salvaje se levantó y
blandiendo un grueso hierro que no era una espada, pero mucho más afilado, se lanzó sobre el prisionero y de un solo golpe le cortó la
cabeza. Todos los viajeros del ferrocarril estábamos asomados a las puertas y ventanillas observando la escena y mudos de espanto. El
mismo Colle miraba y callaba. La víctima lanzó un grito desgarrador al ser herida. Sobre el cadáver, que yacía en un lago de sangre, se
lanzaron aquellos caníbales y haciéndolo pedazos colocaron aquellas carnes aún calientes y palpitantes sobre un fuego encendido a
propósito y, después de asarlas un poco, comenzaron a comérselas medio crudas. Al grito de aquel desgraciado, la máquina se puso en
movimiento y poco a poco adquirió su velocidad vertiginosa.
Durante larguísimas horas avanzamos a lo largo de las orillas de un río interminable. Y el tren unas veces discurría por la orilla derecha
y a veces por la izquierda. Yo me fijé mucho por la ventanilla en los puentes sobre los cuales hacíamos estos cambios. Entretanto, sobre
aquellas orillas aparecían de cuando en cuando numerosas tribus de salvajes. Siempre que veíamos aquellas turbas, el jovencito Colle
repetía:
-íHe ahí la mies de los Salesianos! íHe ahí la mies de los Salesianos!
Entramos después en una región llena de animales feroces y de reptiles venenosos,
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de formas extrañas y horribles. Hormigueaban por las faldas de los montes, por los senos de las colinas, por los salientes de aquellos
montes y de aquellas colinas cubiertas de sombra, por las orillas de los lagos, por las márgenes de los ríos, por las llanuras, por los
declives, por las playas. Unos parecían perros con alas y eran extraordinariamente gordos, de abultado abdomen (símbolo de la gula, de la
lujuria, de la soberbia). Otros eran sapos grandísimos que se alimentaban de ranas. Se veían ciertos escondrijos llenos de animales de
formas diversas de los que nosotros conocemos. Estas tres especies de alimañas ((394)) estaban mezcladas y gruñían sordamente como si
quisieran morderse. Se veían también tigres, hienas, leones, pero diferentes de las especies comunes de Asia y Africa. Mi compañero me
dirigió entonces la palabra diciéndome mientras me señalaba aquellas fieras:
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-Los Salesianos las amansarán.
El tren, entretanto, se acercaba al lugar de donde habíamos salido, del cual estábamos ya poco distantes. El joven Colle sacó entonces un
mapa topográfico de una belleza extraordinaria y me dijo:
-"Queréis ver el viaje que habéis hecho? "Las regiones que hemos recorrido?
-Con mucho gusto, le respondí.
El entonces extendió aquel mapa en el cual estaba dibujada con maravillosa exactitud toda la América del Sur. Aún más, allí estaba
representado todo lo que fue, todo lo que es, todo lo que será aquella región, sin confusión alguna, sino con una claridad tal que de un solo
golpe de vista se veía todo.
-Yo lo comprendí inmediatamente, pero como los detalles eran tantos, la clara visión de aquellas cosas me duró apenas una hora, y en la
actualidad en mi mente reina una gran confusión.
Mientras contemplaba aquel mapa a la espera de que el jovencito añadiera alguna explicación, emocionado por la sorpresa de lo que
tenía ante mis ojos, me pareció que Quirino 1 tocase el Ave María del alba, pero me desperté y me di cuenta que eran las campanas de la
parroquia de San Benigno. El sueño había durado toda la noche.
Don Bosco puso término a su relato con estas palabras:
-Con la dulzura de San Francisco de Sales, los Salesianos atraerán hacia Cristo los pueblos de América. Será empresa dificilísima el
moralizar a los salvajes; pero sus hijos obedecerán con toda facilidad las consignas de los misioneros y se fundarán colonias y la
civilización suplantará a la barbarie y así muchos salvajes entrarán en el redil de Cristo.
Como confirmación de estas extraordinarias visiones, apenas habían pasado unos días, cuando el Obispo de San José de Costa Rica,
monseñor Bernardo Augusto Thiel, y algunos señores de la Misión, escribían una carta a don Bosco pidiéndole algunos Misioneros
salesianos. Ahora bien, esta ciudad se encuentra precisamente bajo el grado 10, mencionado en el sueño.
El Santo mismo, escribiendo al Conde Colle el 11 de febrero de 1884, ((395)) dirá: "El viaje realizado con nuestro querido Luis se va
1 El santo coadjutor, matemático, políglota y campanero.
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cumpliendo cada vez más. En este momento se ha convertido en el punto central de nuestras empresas. Mucho se habla, se escribe, se
publica para explicar y poner en práctica nuestros planes".
Siempre en relación con el sueño de la Patagonia, Lemoyne recogió de labios de don Bosco estas palabras:
-Cuando se lleguen a conocer las inmensas riquezas que encierra la Patagonia, este territorio tendrá un desarrollo comercial
extraordinario. En las entrañas de los montes se ocultan minas preciosas; en la cadena de los Andes, entre los grados 10 y 20, hay minas
de plomo, de oro y de materiales más preciosos aun que el oro.
Para que se tenga una idea del valor de este sueño, añadiremos algunos datos de mayor relieve. El siervo de Dios nos ofrece una serie de
noticias positivas de las que él no podía tener conocimiento ni por los geógrafos ni por los viajeros, pues aquellas latitudes estaban aún po
explorar, siendo aún desconocidas al turismo y a las expediciones científicas. A estos elementos hay que añadir datos de naturaleza
profética, referentes a un porvenir más o menos lejano. Pasando por encima de estos últimos, nos limitaremos a cuatro particularidades de
primer género, apoyados en las preciosas informaciones que nos han sido suministradas por De Agostini, el salesiano explorador de las
tierras australes 1.
Ante todo, consideremos la descripción que don Bosco hace de las Cordilleras. Todos creían que este accidente geográfico era como una
muralla divisoria, esto es, una cadena homogénea que se extendía de Norte a Sur por más de 30 grados de latitud, formando un cordón
único en elevación y dirección. En cambio, las exploraciones y los estudios realizados durante algunos decenios han demostrado que los
Andes, como observa justamente don Bosco, se encuentran seccionados por numerosas y profundas depresiones en forma de sinuosidades
valles y pasajes lacustres y subdivididos en grupos o nudos de cadenas que se ((396)) presentan en direcciones opuestas, ofreciendo
grandes diferencias en sus caracteres geológicos y orográficos. Nos encontramos, pues, en los antípodas de la representación primitiva de
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una cadena integrada por una unidad geográfica. En la descripción de don Bosco, que representa la configuración vertical de los Andes y
los accidentes que modifican su estructura orográfica, hallamos en verdad una impresionante exactitud. Ni el más autorizado estudioso de
estos temas geográficos habría podido publicar en aquel tiempo una
1 Así que tenga terminada dentro de no mucho tiempo la segunda parte de sus exploraciones, De Agostini, dando cuenta de ellas en un
próximo tomo, someterá a minucioso examen las cosas que el santo afirma en su sueño.
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afirmación tan precisa y detallada como él: una visión tan clara y exacta de aquellos lugares es debida, sin duda, a un poder que sobrepasa
los límites humanos.
Que, en efecto, entonces se ignorase la existencia de tantas sinuosidades y de tantos extensísimos valles lo proclaman los mapas de
aquella época: es el argumento más convincente. A los canales patagónicos, por ejemplo, se habían hecho numerosas expediciones
hidrográficas, debidas a los célebres expedicionarios de los buques ingleses "Adventure" y "Reagle", al mando de Parker King y de Fitz
Roy, entre el 1826 y el 1836, hasta llegar a las de los chilenos Simpson, Valverde, Roguera y Serrano en los años comprendidos entre el
1874 y 1889; pues bien, a excepción de un pequeño trecho seguido por los vapores de gran tonelaje, que desde Puerto Montt se dirigían al
Estrecho de Magallanes a través de una intrincada red de islas y canales, casi toda la costa externa del Occidente de la Cordillera
Patagónica estaba envuelta en el más profundo misterio.
Un hecho elocuente lo confirma. El canal Baker, el más grande y más extenso de los fiordos patagónicos, cuyas ramificaciones
continentales formadas por profundas depresiones, valles y cuencas lacustres, cortan la Cordillera patagónica entre los grados 46 y el 52
de latitud Sur, no llegó a conocimiento del mundo, sino hasta el 1898, después de los viajes de exploración realizados por el célebre
explorador y geógrafo Juan Steffen, cuando se organizaron respectivamente en Chile y Argentina viajes científicos para determinar los
límites de las Cordillera de los Andes.
En segundo lugar, don Bosco describe ferrocarriles fantásticos donde ((397)) entonces reinaban el desierto y la soledad. Hoy las redes
ferroviarias en las repúblicas del Centro y de Sud-América han alcanzado un desarrollo prodigioso y atraviesan ya por muchos puntos de
Cordillera de los Andes. Algunas líneas fueron construidas a lo largo de la Cadena Andina y no está muy lejano el día, en el que,
convirtiéndose en realidad el sueño de nuestro Santo, estas líneas lleguen a unir el Norte de América con el Estrecho de Magallanes,
atravesando toda la Patagonia.
En tercer lugar, don Bosco asegura que yacimientos de carbón mineral, de petróleo, de plomo y de metales aun más preciosos están
escondidos en las entrañas de aquellas montañas, colocados allí por la mano del Creador Omnipotente en beneficio de los hombres.
"Quién ignora que, de año en año, se están descubriendo continuamente nuevos depósitos de minerales en toda la zona de la cordillera y a
lo largo de la costa atlántica?
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Particular importancia tuvo el descubrimiento de petróleo en Comodoro Rivadavia, en el Chubut, el 13 de noviembre de 1907, cuando la
Dirección general de Minas procedía a una perforación del terreno en busca de agua potable. Existen actualmente en Comodoro
novecientos pozos petrolíferos. Otras fuentes de petróleo fueron descubiertas en años sucesivos junto a los contrafuertes subandinos de
Salta, Jujuy y a lo largo del Neuquén, para citar solamente los de Argentina. Exploraciones y sondeos se siguen realizando de un extremo
a otro de la Patagonia, apareciendo indicios ciertos de la presencia de este mineral. Potentes industrias petrolíferas han sido montadas
también en Bolivia, Brasil, Colombia y Venezuela. Importantes yacimientos de carbón mineral se han encontrado bajo la cordillera cerca
de Epuyen en el Chubut y en Punta Arenas.
El plomo constituye hoy en Argentina la producción metálica más sobresaliente, obteniéndose unas diez mil toneladas anuales.
Finalmente, don Bosco dijo, refiriéndose al Archipiélago fueguino:
"Algunas de estas islas estaban habitadas por indígenas bastante numerosos; otras, de aspecto estéril, desnudas, rocosas, se hallaban
deshabitadas; ((398)) otras estaban cubiertas por completo de hielo y de nieve. Al Occidente, algunos grupos de islas se hallaron habitadas
por numerosos salvajes".
Quien ha leído el libro de A. M. De Agostini 1, "Mis recientes viajes por la Tierra de Fuego", admira la realidad específica contenida en
esta descripción. Son estos los tres aspectos del paisaje fueguino: la zona de la llanura y esteparia habitada por los Onas; después, la zona
de la cordillera insular cubierta de nieves perpetuas y de témpanos inmensos; los numerosos grupos de islas del Occidente, estériles,
desnudas, rocosas, donde viven los indios Alacalufes y Vagan. Aun aquí se ve uno obligado a reconocer que tal precisión no era
humanamente posible más que a una persona que hubiese contemplado con los propios ojos, aquel paisaje tan característico y de tan difíci
acceso.
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Creemos que este breve resumen sea suficiente para hacer comprender la importancia de este sueño; ulteriores desarrollos de las
Misiones Salesianas y de las obras civilizadoras harán cada vez más evidente la realidad de su contenido.
1 ALBERTO M. DE AGOSTINI. I miei viaggi nella Terra del Fuoco. Soc. Ed. Internazionale.
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((399))
CAPITULO XIV
EN ALGUNAS CASAS DE ITALIA. VICISITUDES
DE LA CASA DE FAENZA. OFRECIMIENTO EN BOSTON
EL día 28 de diciembre de 1883 se propuso en una sesión del Capítulo Superior, presidida por don Bosco, publicar en el Boletín una nota
de las peticiones hechas desde diversas partes del mundo para abrir nuevas casas; sólo de enero a aquella fecha su número llegaba a ciento
cincuenta. La nota no apareció; pero, en la carta anual de 1884, y teniendo también en cuenta peticiones anteriores, don Bosco escribió
que había recibido más de doscientas proposiciones para abrir nuevas casas, no sólo en Italia, en Francia y en diversas partes de Europa,
sino también en la India, en China, en Japón y en las más apartadas islas de Oceanía. Ya hemos hablado en capítulos anteriores del
extranjero; diremos ahora aquí algunas cosas de Italia, que no encontraron allí lugar oportuno.
Durante el año 1883, no se abrió ninguna nueva casa en Italia: pero había muchas obras en curso. Se restauraba la fábrica de papel de
Mathi, destruida por la explosión de la caldera 1; se construía un nuevo edificio en este mismo pueblo; se completaba la nueva tipografía y
algunos talleres, al lado derecho de la ((400)) iglesia de María Auxiliadora en el Oratorio; se empezaba la construcción del hospicio de
San Juan Evangelista en Turín; se amplificaban el de Florencia y las escuelas de La Spezia; se continuaba el templo del Sagrado Corazón
y se empezaba el hospicio anejo en Roma. Todo ello era una prueba evidente de vitalidad; pero, como no se emprendía nada sin antes
dirigirse a don Bosco, que era cerebro y motor de todo, resulta fácil imaginar el cúmulo de preocupaciones que caían sobre él por este
lado, especialmente para proporcionar los medios.
Las casas existentes en Italia eran veintidós; dieciséis de ellas eran normales, es decir, con el número reglamentario de socios, y las otras
seis sucursales no pasaban de cinco.
1 Véase vol. XV, pág. 556.
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SICILIA
Durante el mes de octubre, don Juan Cagliero visitó a los Salesianos y a las Hijas de María Auxiliadora de las casas de Sicilia y predicó
los Ejercicios Espirituales a los primeros en Randazzo y a las hermanas en Bronte y en Máscali. Allí tramitó también la fundación de dos
nuevas residencias para las Hijas de María Auxiliadora, una en Trecastagni, de la diócesis de Catania, y otra en Cesaró, de la de Patti.
Con respecto a los Salesianos, escribía el visitador a don Miguel Rúa 1: " Vae soli (ay del solo), dice el Espíritu Santo, y yo digo lo
mismo del Colegio de Randazzo, que necesita absolutamente de un compañero en esta tierra volcánica; y convendrá no pensar en otra
parte, sino en ésta, para que los hermanos tengan pronto un inspector local, a quien poder dirigirse". Don Bosco era también del mismo
parecer.