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CAPITULO I
PIAMONTE EN 1841 -CARLOS ALBERTO Y SUS ASPIRACIONES -CONJURACION DE LAS SECTAS
ACABA el primer volumen de estas Memorias Biográficas de Don Bosco en 1841.
Vivía el Piamonte días de calma y seguridad. A su rey Carlos Alberto toca la gloria de haber sido, durante dieciocho años, el padre de
su pueblo, más que el príncipe, por su amor a la ley de Dios y su veneración por la Iglesia.
Gracias a él, logró el Piamonte ser un pueblo respetado por las potencias europeas, floreció el comercio, prosperaron las finanzas, reinó
la justicia y el nombre sardo llegó con honor a las más remotas tierras... Una política libre de toda influencia extranjera, un estado de
independencia absoluta... 1 El pequeño reino de Cerdeña poseía un ejército y una flota formidables. El nombre de su Rey era famoso por
la intrepidez demostrada en España, en 1823, en la defensa de Fernando VII contra la revolución triunfante y en el asalto ((2)) al fuerte
del Trocadero 2. Fue un rey digno de su alto puesto. Cuando en 1835, De Broglie y Lord Palmerston, ministros de Francia e Inglaterra,
le advirtieron que no podían soportar el concurso eficaz de su autoridad y sus consejos, de sus armas y dinero, en favor de don Miguel en
Portugal y de don Carlos en España, él les respondió que quería ser Rey de su casa. Las relaciones internacionales, dirigidas con mano
segura, sostenían su alta reputación frente a las grandes potencias.
Era, al mismo tiempo, ejemplo vivo de religiosidad para sus súbditos.
1 Solaro de la Margherita. Memorandum storico politico. Turín 1851, p.
551, 571.
2 Trocadero. Fuerte de la bahía de Cádiz, tomado por los franceses en 1823, en memoria de cuyo hecho dieron su nombre a la colina
de Passy, en París. (N. del T.)
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Frecuentaba los sacramentos, leía y citaba constantemente la Sagrada Escritura, de la que sacaba provechosas enseñanzas, y asistía
normalmente a novenas y otras prácticas públicas de piedad.
Pero Carlos Alberto mantenía siempre vivas las fantasías de gloria vislumbradas en sus sueños juveniles. Quería suceder a Austria en
el dominio de la Alta Italia para convertirse sinceramente en escudo y espada del Papado. Estaba resuelto a vencer o morir por ello.
Personajes de gran autoridad, unidos a los aduladores, atizaban de continuo su pasión; llenaban sus oídos con palabras de profunda
veneración por la Iglesia, de gran celo por la causa de Dios, y las envolvían con lamentos ante el amenazador peligro para la Santa Sede,
de la presencia de los austriacos en Italia. Los hipócritas, que anhelaban convertir a la Iglesia en esclava del Estado, si les fuere posible,
clamaban contra las leyes de José II, y declaraban que la liberación de los obispos y clero lombardos de la opresión en que vivían,
equivalía a la liberación de los cristianos de Siria de la tiranía de los turcos.
Este lenguaje, sostenido por gente astuta durante largos años, privó del todo a ((3)) Carlos Alberto de la luz que necesitaba para
discernir la verdad 1.
Manifestaba sus simpatías por el conde Hilarión Petitti Promis, conde Federico Sclopis, conde Gallina y Roberto de Azeglio,
carbonarios y conjurados del 1821 los dos últimos y todos ellos defensores de las nuevas ideas liberales y consejeros de las libertades
políticas. Ellos le aconsejaban y él se imaginaba que podía valerse del concurso de las sectas como de un instrumento que luego podría él
mismo destruir, una vez alcanzada la meta. En efecto, invitados por los liberales del Piamonte, llegaban a Turín secretamente los jefes de
las sociedades secretas de toda la península, convencidos por experiencia de que no conseguirían nada con revoluciones violentas. Eran
introducidos de noche en palacio, a través de las guardarropas y armerías, y sostenían audiencias clandestinas con Carlos Alberto. Y
como estas sectas estaban entonces dispersas y carecían de unidad de criterio, no tenían disciplina, ni esperanza de éxito, ni un plan
determinado; se trataba de organizar fuerzas y encauzarlas hacia aquella finalidad, aparentemente común a todas las sectas: Nacionalidad
libre e independiente. Salían de Turín misteriosos y secretos mensajes hacia todas las regiones italianas y hasta Bruselas y París. Y
fundaba, entre tanto, el conde Camilo Cavour el Club della Societá del
1 Solaro de la Margherita, Memorandum.
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Vhist para propagar la nueva idea nacional. A él acudiría la nobleza, atraída por la denominación inofensiva de aquellas reuniones y podría ser iniciada con prudencia en las pretendidas aspiraciones. El Rey quería una Italia libre para hacer florecer en ella la religión y la justicia y, en verdad, de haberlo conseguido, hubiera convertido a los liberales o hubiera extinguido el liberalismo que acariciaba como
un medio para sus aspiraciones. ((4)) íIngenua esperanza! Un demonio no se convierte ni se extingue: entra en casa como aliado, pero
lleva consigo la traición y la muerte.
Estas maniobras no trascendían al público. Pero hacia años que las sectas realizaban astutamente un trabajo más destructor para minar los tronos y la Iglesia Católica, en todas las regiones de Italia y especialmente en el Reino Pontificio. Los jefes supremos de la masonería ya habían redactado en 1819 y 1820 una Instrucción permanente, que revelaba las intenciones más secretas de la secta, que era código y guía de los más altos iniciados, elegidos para guiar y capitanear el movimiento masónico y sectario, especialmente en Italia. La Instrucción estaba concebida en estos términos:
«Después de habernos constituido en cuerpo de acción y de haber empezado de nuevo (tras las revueltas políticas de 1814 y 1815) a
reinar el orden, tanto en la logia 1 más antigua, como en la más próxima en el centro, hay ahora una idea, la misma que siempre
preocupó a los hombres que aspiran a la regeneración universal. Es el pensamiento de la liberación de Italia, a la que debe seguir, en su
día, la del mundo entero, la república fraterna y la armonía de la humanidad. Este pensamiento aún no ha sido comprendido por nuestros
hermanos de Francia. Creen ellos que la Italia revolucionaria sólo puede conspirar en la sombra, coser a puñaladas a esbirros y traidores
y soportar, entre tanto, el yugo de los hechos consumados del otro lado de los montes en favor de Italia, pero sin Italia. Este error ya nos
ha sido fatal muchas veces. No hay que combatirlo con palabras, que es lo mismo que prorrogarlo más y más: hay que acabar con él con
los hechos. Y así, entre los cuidados que tienen el privilegio de excitar los espíritus más vigorosos de nuestras logias, hay uno que no
debemos olvidar nunca.
((5)) »El Papado ejerció siempre una acción decisiva sobre la suerte de Italia. Con el brazo, con la voz, con la pluma, con el corazón de
sus innumerables obispos, frailes, monjas y fieles de todas las latitudes,
1 Logia: («véndita» en el original). Véndita, en el lenguaje de los Carbonarios, era el lugar de reunión y el complejo de los afiliados en
un lugar. (N. del T.)
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el Papado encuentra en todas partes gente pronta al sacrificio, al martirio, al entusiasmo; tiene amigos por doquiera que mueren por él y
lo dejan todo por su amor. Es una leva sin fin, cuya fuerza sólo algunos Papas han comprendido y aún ellos la han usado con reserva.
Hoy no se trata de ganar para nuestro servicio esa fuerza momentáneamente debilitada: nuestro punto de mira es el de Voltaire y la
revolución francesa: esto es, el aniquilamiento total del cristianismo y hasta de la idea cristiana. Si ésta quedare en pie sobre las ruinas de
Roma, vendría más tarde su restauración y su perpetuidad. Mas, para alcanzar con seguridad este propósito y no engañarnos a nosotros
mismos, prolongando indefinidamente y comprometiendo el feliz éxito de nuestra causa, no hay que hacer caso de esos franceses
fanfarrones, ni de esos oscuros alemanes y melancólicos ingleses, que creen se puede destruir el catolicismo con una canción deshonesta,
con un sofisma o con un vulgar sarcasmo que llega de contrabando como los algodones ingleses. El catolicismo tiene una fuerza vital
que resiste más que todo eso. Ya se ha enfrentado con enemigos más implacables y terribles; y ha tenido muchas veces el maligno placer
de rociar con su agua bendita a los más exaltados. Dejemos, pues, a nuestros hermanos de esos países desahogarse con sus
destemplanzas de celo anticatólico: dejémosles burlarse de nuestras Vírgenes y de nuestra aparente devoción. Con este pasaporte
podremos conspirar desahogadamente, y alcanzar poco a poco nuestro designio.
((6)) »Hace más de mil setecientos años que el Papado es algo inherente a la historia de Italia. Italia no puede respirar, no puede
moverse sin consentimiento del Supremo Pastor. Contando con él, dispone de los cien brazos del gigante Briareo; sin él está condenada a
una deplorable impotencia, divisiones, odios y hostilidades desde la cabecera de los Alpes hasta la última estribación de los Apeninos.
Nosotros no podemos conformarnos con ese estado de cosas: hay que buscar remedio a tal situación. Y el remedio está bien claro. El
Papa, sea quien fuere, jamás vendrá a alistarse en las sociedades secretas: toca a las Sociedades secretas dar el primer paso hacia la
Iglesia y hacia el Papa, con el fin de vencer a ambos.
»El trabajo a que nos disponemos no es obra de un día, de un mes o de un año. Puede durar mucho tiempo, hasta un siglo: pero en
nuestras filas muere el soldado y sigue la guerra. No es que pretendamos ganar al Papa a nuestra causa, ni hacer de él un neófito de
nuestros principios o un propagandista de nuestras ideas. Sería un sueño ridículo. Y ante cualquier sesgo que tomen los acontecimientos,
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si llegase a acontecer que un Cardenal o un Prelado llegase a formar parte de nuestros sectores con plena voluntad, y no por insidia, no
sería ésta una razón para desear su elevación a la Silla Apostólica. Esta elevación sería nuestra ruina, pues, habiendo llegado a la
apostasía por pura ambición, luego la exigencia del poder lo empujaría necesariamente a sacrificarnos. Lo que nosotros debemos buscar
y esperar, al igual que los judíos esperan al Mesías, es un Papa según nuestra necesidad... Sólo así caminaremos al asalto de la Iglesia
con más seguridad que con los opúsculos de nuestros hermanos de Francia y con el mismo oro de Inglaterra. Y queréis saber por qué?
Porque ((7)) con esto, no necesitamos el vinagre de Aníbal, ni la pólvora del cañón, ni siquiera nuestros brazos para demoler la roca
sobre la cual Dios ha fabricado su Iglesia. Así tendremos el dedo meñique del Sucesor de Pedro enrolado en la trama. Y este dedo
meñique valdría para esta cruzada más que todos los Urbano segundo y todos los San Bernardo de la cristiandad. Por nuestra parte, no
dudamos lo más mínimo en llegar a este resultado supremo de nuestros esfuerzos. Pero, cuándo? cómo? Aún no se sabe. Sin embargo,
así como nada debe apartarnos del plan trazado, sino que, al contrario, todo debe concurrir a él; lo mismo que si el éxito debiera coronar
mañana mismo la obra apenas esbozada, queremos dar a través de esta Instrucción, que deberá permanecer oculta a los simples iniciados,
algunos consejos a los jefes de la Suprema Logia, consejos que ellos deberán inculcar a los hermanos en forma de Enseñanza o de
Memorándum. Es de suma importancia y, por otra parte, algo absolutamente impuesto por la más elemental discreción, que nadie llegue
a saber que estos consejos son órdenes de la Suprema Logia. El Clero entra muy directamente en nuestro designio, y no podemos, en los
tiempos que corren, jugar con él como hacemos con esos reyezuelos o principitos que se quitan de en medio con un soplo.
»Poco hay que hacer con los Cardenales viejos y con los Prelados de carácter firme. Hay que dejar a estos incorregibles de la escuela
de Consalvi y buscar más bien, en nuestros almacenes de popularidad e impopularidad, las armas que usarán o ridiculizarán el poder en
sus manos. Una palabra bien calculada de calumnia, esparcida hábilmente en ciertas buenas familias cristianas, pasa enseguida al café y
del café a la plaza; una sola palabra puede, en ocasiones, matar a un hombre. Si un Prelado llega de Roma a provincias para ejercer un
cargo público hay que informarse enseguida de ((8)) su carácter, de sus precedentes, de sus cualidades, de sus defectos; especialmente
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de sus defectos. Que es nuestro enemigo?... Echadle enseguida todas las redes que podáis. Dadle una reputación que infunda temor a los
niños y a las mujeres, presentándole cruel y feroz: contad alguna anécdota espantosa que se grave fácilmente en la mente del pueblo.
Cuando luego se enteren los periódicos por nosotros mismos de estos hechos y los destaquen y coloreen como acostumbran, por el honor
que se debe a la verdad (sic), vosotros indicad, o mejor, haced que algún respetable imbécil indique el número del diario, donde se
refieren los hechos de los personajes en cuestión. Lo mismo que en Inglaterra y en Francia, habrá en Italia plumas que sepan inventar
mentiras útiles para la buena causa. Con un periódico en la mano, en el que aparezca el nombre de su Monseñor Delegado o de su
Excelentísimo Señor Juez, el pueblo no necesitará más pruebas. El pueblo italiano está en la infancia del liberalismo. Cree ahora en los
liberales como creerá más tarde en cualquier otra cosa.
»Así, pues, aplastad al enemigo sea quien fuere, cuando está en el poder, a fuerza de maledicencias y calumnias, pero aplastadlo sobre
todo antes de nacer. Por eso, hay que preocuparse de la juventud: hay que conquistar a los jóvenes: hay que colocarlos, sin que se den
cuenta, bajo la bandera de las sociedades secretas. Pero hay que obrar con la máxima cautela. Dos cosas se necesitan absolutamente para
avanzar a pasos contados, sí, pero seguros, en este peligroso camino. Debéis presentaros con aspecto de palomas; pero, al mismo tiempo,
debéis ser astutos como serpientes. Vuestros padres, vuestros hijos, vuestras mismas esposas jamás deberán saber el secreto que guardáis
en vuestro pecho. Y, si os parece bien, para mejor engañar los ojos de los que os observan, id a confesaros ((9)) con frecuencia; estáis
autorizados para guardar con el confesor el más absoluto silencio sobre esta materia. Pues bien sabéis que la más mínima revelación, el
más ligero indicio que se os escape en el Tribunal de la Penitencia o en cualquier otro lugar, puede acarrearnos grandes calamidades; y
que el revelador voluntario o involuntario suscribe, con esto sólo, su sentencia de muerte. (Puñal o veneno).
»Ahora bien, para fabricar un Papa según nuestro deseo, ante todo hay que fabricar una generación digna del reino que nos auguramos.
Hay que dejar de lado a los viejos y a los hombres maduros. Ir, en cambio, derechamente a la juventud y, si es posible, a la infancia. No
habléis nunca con los jóvenes de cosas deshonestas o impías. Máxima debetur puero reverentia, (el niño se merece el máximo respeto).
No olvidéis jamás estas palabras del poeta: ellas os servirán de salvaguardia contra la licencia, de la que hay que abstenerse
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en interés de nuestra causa. Para hacer florecer y fructificar nuestra causa en las familias, para obtener derecho de asilo y hospitalidad en
el hogar doméstico, debéis presentaros con todas las apariencias de hombre formal y de buenas costumbres. Arraigada vuestra buena
fama en los colegios, en los centros de enseñanza media, en las universidades y en los seminarios; ganada la confianza de profesores y
alumnos, conquistad a vuestra conversación especialmente a los que ingresan en la milicia eclesiástica. Habladles del antiguo esplendor
de la Roma papal. Existe en el corazón de todo italiano nostalgia de la Roma republicana. Combinad hábilmente estos dos recuerdos:
excitad, calentad estas ideas tan inflamables con la del orgullo patriótico. Empezad ofreciéndoles, siempre en secreto, libros inocentes,
poesías caldeadas de espíritu nacional: poco a poco llevaréis la mente de vuestros discípulos al grado pretendido de fermentación. ((10))
Cuando este trabajo de cada día haya infiltrado como la luz nuestras ideas en todos los aspectos del Estado Eclesiástico, entonces os
daréis cuenta de la sabiduría de este consejo, cuya iniciativa empezamos ahora.
»Los acontecimientos, que creemos se precipitan demasiado, exigirán dentro de unos meses la intervención armada de Austria. Hay
locos que se divierten lanzando a los demás en medio del peligro; con todo, estos locos arrastran consigo en un momento dado hasta a
los cuerdos. La revolución, que se prepara en Italia (movimientos del 1820 y 1821), no producirá más que desgracias y destierros. Nada
está maduro: ni los hombres, ni las cosas; y nada lo estará por largo tiempo todavía. Pero con estas futuras desgracias podréis hacer
vibrar fácilmente una nueva cuerda en el corazón del clero joven. Será la cuerda del odio contra el extranjero. Poned en ridículo y cread
odiosidad al alemán ya antes de su prevista intervención. Unid a la idea de la supremacía papal el recuerdo de las guerras del Sacerdocio
y del Imperio. Resucitad las pasiones adormecidas de G