P. Carlos Nanni, sdb
Los jóvenes “sustancia” de la vida de don Bosco
Don Bosco ha tenido un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. “No dio(un)paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron las almas” (Const. 21) Su vida fue pensada y vivida en el “da mihi animas... de los jóvenes”. Esto lo llevo a tener un fuerte afecto por los jóvenes: “Me basta que seáis jóvenes, para amaros” (Introd. al ). Las Constituciones de los salesianos en el art. 20 nos recuerdan:
“Guiado por María, que fue su maestra, Don Bosco vivió, en el trato con los jóvenes del primer oratorio, una experiencia espiritual y educativa que llamó Sistema Preventivo. Para él era un amor que se dona gratuitamente, inspirándose en la caridad de Dios, que precede a toda criatura con su providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida.
La educación misterio teologal
Revisar la experiencia educativa de don Bosco nos ayuda a tomar el sentido profundo de la educación: el «misterio de la educación».
La relación educativa – punto central de la educación – como todas las relaciones interpersonales, de grupo, comunitarias, profundiza su realidad en el misterio de la vida, en el misterio de las personas, de su interioridad para tantos versos “inefables”, de la libertad y de las dinámicas interpersonales profundas (La persona es un foco de libertad, y por esto permanece oscura como el centro de la llama: E. Mounier) .
Pero la experiencia educativo-pastoral de don Bosco, leída a la luz del misterio de la encarnación, permite ver de manera más profunda la relación educativa. DE hecho lleva a verla y a vivirla no sólo teniendo a los jóvenes, al estudiante o estudiantes como socio, como persona, como imagen o semejanza de Dios, como modelo de los “pequeños del Reino” de los que habla el Evangelio, sino que invita a ver más profundamente la relación educativa y a intentar vivirla como modalidad unitaria de vivir y crecer juntos, docentes y alumnos, en cuanto todos somos “hijos del Hijo”: es decir como relación de hermandad cristiana hecha posible por Jesucristo (incluso en la diferenciación personal, de status, roles y funciones) y como realización, en el tiempo, del misterio de la vida y de las relaciones trinitarias: Cristo en nosotros y con nosotros, por el Espíritu, en comunión con Dios Padre (cfr. Gal 4, 4-7; Rom 8.14-17; 1Jn 3, 1-5;Jn 1,12) .
Más específicamente puede permitir sentir y considerar la relación educativa y las diversas formas de comunidad educativa como comunión de vida y expresión del misterio de la Iglesia, en cuanto docentes y estudiantes, con diversos títulos son “miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (como dice en muchos de sus escritos san Pablo) o son incluso en el interior de su ser “sacramento de salvación del y para el mundo”.
[Cfr. El icono del partido educativo = juego de equipo, juntos, educandos y educadores “en el juego” del crecimiento propio, de otros, común, cada uno con roles y funciones propias y diversas (no tanto la “centralidad del joven”, que arriesga objetivarlo, impidiéndole ser activo y protagonista del propio crecimiento)]. La educación de inspiración cristiana no disminuye la consistencia y validez del proyecto de “vida buena” (buenos cristianos y honrados ciudadanos” de don Bosco), puesto como fin de la acción educativa común, pero que la integra y eleva a la plenitud de modelo de humanidad, que se ha presentado en la historia de Cristo, verbo encarnado y resucitado (cfr. Ef.4,13 y el n. 22 de la GS); y recompone la vida histórica en la historia de salvación, que encuentra sus inicios en el proyecto creador de Dios y que, en la actualidad de lo ya existente, gracias a Jesús, energía y esperanza del mundo, se extiende hacia el Reino de Dios, en el que se cumple el anhelo humano de una liberación plena y la comunión con Dios. El compromiso educativo se convierte en un modo específico a nivel de la formación personal: que se quiere para todos integral y pleno.
El sistema preventivo “vía áurea” para vivir el misterio de la filiación
Si se pone en este orden de ideas, el sistema preventivo de don Bosco se convierte en mucho más que una idea (=prevenir no reprimir cfr. Giuseppe Lombardo Radice) y un método ( = razón, religión y amorevolezza).
Lo es. Pero para nosotros sus hijos es mucho más.
Es – dicen las Constituciones en el n. 20 ya citado – « Don Bosco nos lo transmite como modo de vivir y trabajar, para comunicar el Evangelio y salvar a los jóvenes con ellos y por medio de ellos. Este sistema informa nuestras relaciones con Dios, el trato personal con los demás y la vida de comunidad en la práctica de una caridad que sabe hacerse amar».
Si lo vivimos en el “misterio de la filiación” entonces también será posible para nosotros ser como don Bosco “contemplativos en la acción”, “viviendo como El que “vivía como si viese lo invisible” (cfr. Const. Sal. Art12 e 21).
Si es verdad que «el cristiano del futuro o serà místico o no será cristiano» (K. Rahner, Nuevos ensayos, Roma 1968, p. 24), entonces está claro que para nosotros salesianos y salesianas no hay escapatoria: si queremos ser cristianos en este siglo nuestro, para nosotros no hay otra que la “vía mística”: aquella de la educación, vivida en el misterio de la filiación y de la vida trinitaria calada en el tiempo y en la historia, en el actuar del hombre (= el joven) y la salvación del mundo: nosotros hoy, como don Bosco en su tiempo. Esta es la “gracia de la unidad” personal y comunitaria salesiana.
Un modo renovado de pensar, vivir y formarse en el “espíritu salesiano”
La ética cristiana es una ética de filiación, del sentirse y del actuar como hijos “adoptivos”: no una ética del deber por el deber, de lo “políticamente correcto” o de un pactar continuo, sino del vivir y actuar como “hijos del Hijo”, en el amor y en la misericordia.
La filiación cristiana permite entender mejor, vivir con sentido de satisfacción, y formarse “en la alegría”, en aquellas que son las fortalezas del espíritu salesiano, es decir en aquellos planteamientos y modalidades virtuosas que definen la sustancia personal del ser y actuar salesiano.
También en este caso me refiero sintéticamente a las Constituciones Salesianas (cap.II titulado “El espíritu Salesiano” n. 10-21). Después de precisar que el Cristo del Evangelio es la fuente de nuestro espíritu, se prospecta que son al mismo tiempo condiciones “virtuosas” y expresiones comportamentales:
Pero por encima de todo está aquello que se afirma en el art. 39 de las Const.:
«La práctica del sistema preventivo requiere en nosotros una actitud de fondo: la simpatía y la voluntad de entrar en contacto con los jóvenes. “Aquí con vosotros me encuentro bien; mi vida es precisamente estar con vosotros"». Esta hace de estructura de base a las “competencias virtuosas” de quien está arriba y de estrategia primordial de la actuación educativa salesiana.
Conclusión
Un viejo salesiano, don Pietro Gianola, decía que es necesario «querer bien, querer el bien, quererlo bien, haciéndolo bien!»
Pero también esto es porque el objetivo último y el fin es:
«¿Queréis hacer una cosa buena? Educad a la juventud.
¿Queréis hacer una cosa santa? Educad a la juventud.
¿Queréis hacer una cosa santísima? Educad a la juventud.
¿Queréis hacer una cosa divina? Educad a la juventud.
Anzi questa tra le cose divine è divinissima!» (Don Bosco, MB, XIII, 629).
Y el fin último es: « yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia » (Jn 10, 10).
Intervención en las Jornadas de Espiritualidad 2014
Marco Pappalardo
Sam: « Igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y constantes peligros, esas de las que no quieres saber el final, ¿Por qué cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final todo es pasajero, como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día y cuando el sol brilla, brilla más radiante aun. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tiene mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo, ahora lo entiendo, los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran pero no lo hacen, siguen adelante, porque todos luchan por algo.
Frodo: «¿Nosotros por qué lucamos Sam?».
Sam: «Hay cosas buenas en este mundo, señor Frodo: ¡es justo combatir por ellas!»
(De la película “El Señor de los Anillos – Las dos torres”)
Yo creo que : “Hay cosas buenas en este mundo” y por eso ¡intento combatir todos los días “la buena batalla”! Yo creo y os lo cuento que a través de algunas pinceladas de vida: jóvenes que me han ayudado a crecer (y aún me ayudan) como hombre y como Salesiano Cooperador, jóvenes por los que vale la pena apostarse toda una vida. Si la espiritualidad es un modo de vivir el Evangelio y el Evangelio es la buena noticia del encuentro con Jesús, para mí su rostro está en el rostro de tantos jóvenes que, como se diría en “El Principito”, me han “domesticado”. Pienso en Stefania que a sus 20 años ha muerto de leucemia, pero que algunos días antes ha querido saludar a todas las personas cercanas. En la cama de su habitación, consumida por su enfermedad física, no ha dejado nunca de sonreír, me ha recomendado no ser demasiado severo con mis alumnos, me ha hecho las preguntas más difíciles que nunca haya tenido que contestar: «Profe, ¿en el Paraíso también sufriré?». Pienso en Giada que, haciendo voluntariado conmigo una tarde – como cada lunes – con los inmigrantes y los sin techo, recibe 5 euros de un pobre anciano contento al que había dado un poco de alivio, casi como si fuese su nieta. Desde entonces aquel billete está enmarcado y colgado en su habitación para recordarle aquello por lo que es importante vivir. Pienso en Gianmaria, al que me encontraba cada día en la escuela fumando a escondidas en los baños y al cual habré roto una cincuentena de cigarrillos, desde entonces no deja de telefonearme en todas las fiestas para felicitarme. Pienso en Milena que, después de un día duro en la escuela con una clase, me alcanza en el pasillo, me da una palmada en la espalda y me dice con una gran sonrisa: « ¡Esté tranquilo, profe!». Pienso en Gianni que, una mañana en el campamento de verano del oratorio, viéndome preocupado porque el día era lluvioso, me dice: «Marco, ¿por qué te preocupas? Lo importante es que el sol lo tenemos dentro». Pienso en Mohamed, al que conocí una tarde en un pórtico, llegado poco después de un desembarco: viéndole en condiciones lamentables le ofrecemos un poco más de caldo, pero tras tomar el primero, no acepta el segundo diciéndonos: «No, gracias, ¡porque Dios también está mañana!». Pienso en Gaetano que vivía en un barrio difícil de la ciudad y participaba en nuestras actividades oratorianas: acabada la jornada de juegos, iba al encuentro de su madre que de hecho se mantenía a distancia. El hijo tenía la fama de díscolo y se contaba de lo peor de é. Acercándome, oigo que alguien me dice: « ¿Qué ha cambiado hoy en este delincuente?». Respondí con serenidad y sonriendo: «Señora, ¡enhorabuena! Su hijo ha estado estupendo. Estamos verdaderamente orgullos de él». La madre no creía lo que oía, y empezó a llorar y abrazó a Gaetano. Preguntó él porque lloraba y ella le respondió: «Lloro porque es la primera vez en doce años que alguien me dice que mi hijo ha sido bueno y que está contento de él». Pienso en tanto ex-alumnos que se asombran y no saben cómo agradecer cuando les llamo por teléfono para felicitarles el cumpleaños. Pienso en Rosario, llamado Saro, al que todos los animadores reñían en el oratorio, pero al que nadie por meses y meses le había preguntado cómo se llamaba. Pienso en las horas nocturnas pasadas en los chats y redes sociales para hablar con Chiara que no se siente querida por nadie y que vomita aquello que come. Pienso en Giuseppe, un joven ex-alumno, huérfano de padre, que a día de hoy se ha graduado y ha publicado una pequeña colección de poesías realizando un pequeño sueño.
Así que cada vida es una historia grande, de aquellas que merecen la pena de verdad y para poder vivirlas es necesario luchar por algo, por Alguien. En este mundo, a pesar de todo, ¡siempre hay algo bueno por lo que merece la pena comprometerse! Don Bosco eligió de trabajar en lo bueno que había en los chavales, empezando por los últimos y encontrando en ellos el rostro del Resucitado, que es un rostro que manifiesta bondad y alegría. Y nosotros, ¿podemos quedarnos a mirar y admirar cuánto hacen otros? Cierto que en algunas situaciones debemos pensar en las Instituciones, pero ¿no es verdad que la primera “institución” es el mismo hombre y que no serán las Instituciones las que irán al Paraíso en algún lugar por ahí arriba? En los lugares donde no estamos presentes nosotros, habrá otros listos a robar el corazón y la serenidad a los jóvenes, ofreciendo lo podrido a buen precio y bien disfrazado. En cada una de las “Tierras de la Educación” estamos llamados a estar con una mirada de “resucitados”, con la alegría de quien ha encontrado a Jesucristo, porque – si estamos tristes – ¡quiere decir que hemos encontrado a otro! ¿Cómo podría ser Jesús un hombre triste? ¿Quién habría seguido a un joven “de morros”, quién habría pasado tiempo con él? ¿Y yo? ¿Soy de aquellos que cuando me preguntan “cómo estás” respondo “podría ir mejor” o de aquellos que responden “¡Bien! ¡Doy gracias al Señor por ello!”? Estoy seguro que el bien es más contagioso que el mal; creo que hay un bosque entero que crece puede hacer más ruido que un árbol que cae; sueño que quién nace redondo puede morir cuadrado más allá de todas las leyes de la geometría; y me comprometo para que de cada sueño pueda nacer un proyecto de vida. Permitidme, en fin, ¡hablar del Paraíso porque nuestra verdadera misión es el cielo a partir de esta Tierra! ¡Yo también! No iremos al Paraíso porque Papa Francisco testimonie y viva la pobreza y la atención a los últimos, no nos bastará decir a San Pedro: «Somos amigos de Papa Francisco». Funcionará un poco como en algunas discotecas o locales donde ¡se entra sólo si vas acompañado, donde las mujeres entran gratis! Entraremos en el Paraíso sólo si vamos acompañados de los jóvenes a los que hemos amado y salvado, serán ellos nuestro pase, serán ellos nuestra entrada. El deseo para este nuevo año y para toda la vida es el de caminar con los pies en el suelo, la mirada en el cielo, y las mangas arremangadas para el trabajo; la misión es la de ser felices, pero ¡no serlo nunca solos!
Una Espiritualidad que se enraíza en la misión
Sor Piera Ruffinatto
El tema que se me ha confiado para esta breve intervención a primera vista causa curiosidad. Lo parece, de hecho, al invertir la lógica con la que solemos pensar la relación contemplación/acción; consagración/misión.
En efecto, nuestra percepción de la realidad, condicionada de una lógica lineal y temporal no nos facilita su comprensión, siendo esta dominada por la complejidad y la contemporaneidad. La mejor aproximación, por el contrario, parece ser aquel sistemático que interpreta la realidad observando las relaciones entre los elementos que la componen y las transformaciones que suceden en el momento en que un elemento dado influencia a otro y viceversa.
Filtrar la espiritualidad y la misión de don Bosco con este nuevo paradigma de conocimiento puede ayudarnos a captar nuevos lazos que ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en búsqueda de un principio unificante para su vida, a menudo dispersa y fragmentada.
También, es útil clarificar el campo de una pre comprensión ligada a los términos espiritualidad y misión en el que se asume que uno sea la antítesis del otro. En realidad, cuando hablamos de espiritualidad según una visión cristiana, queremos referirnos a un estilo de vida, a un modo de pensar nuestra relación con Dios, con los otros y con el mundo. Espiritualidad es el modo de comprender la propia vida dentro de un horizonte de sentido que nos supera y nos trasciende. Es un “ser” (=espiritualidad) que no se contrapone al “actuar” (=misión), sino que al contrario lo contiene y lo justifica. Esto, me parece, que puede ser el horizonte en el que la espiritualidad educativa de don Bosco encuentra su mejor lugar.
En el espacio de esta breve intervención no se me permite tratar la temática salvo a grandes rasgos, simples pinceladas para esbozar un dibujo cuyos confines son difícilmente indentificables por los expertos. Los estudiosos del santo, de hecho, hacen notar que la investigación en la espiritualidad de don Bosco es una operación de todo menos simple. Él puede ser comparado con un mar profundo, fácil de navegar en superficie, pero cuyas profundidades permanecen ocultas a quien se aproxima externamente, dejándose deslumbrar por lo imponente de sus obras y no esforzándose por penetrar en la sólida y profunda espiritualidad que justifica su origen y estilo.
En efecto, es sólo partiendo de la relación de don Bosco con Dios como se le puede comprender porque pertenece a aquella rara categoría de hombres y mujeres cuyo modo de actuar en la Iglesia y en el mundo depende totalmente de sus raíces en lo eterno, de la comunión con Dios que da estabilidad y consistencia a su vida.
Dios, afirma Pietro Stella, es el Sol meridiano que ilumina la vida de don Bosco, domina su mente, justifica su acción, Cualquiera que sea su estado de ánimo, él siente y contempla a Dios Creador y Señor, principio y razón de todo. Él es el primero en ser presentado a los jóvenes en el librito Il Giovane Provveduto, y a los adultos en La llave del Paraiso.[1]
El Dios de don Bosco es antes de nada y sobre todo Padre, rico en misericordia preveniente y providente que nunca abandona a sus hijos. Don Bosco está como dominado por la certeza de ser amado y guiado por la acción divina, por esto se siente instrumento del Señor para una misión que no es suya, sino que viene de lo alto.
Es aquí donde se encuentra la unión entre espiritualidad y misión, casi una fusión en cuanto la misión – ser instrumento de Dios para la salvación de la juventud – es para él fuente de gozo y azoramiento, como lo fue para los profetas bíblicos los cuales no podían sustraerse a la voluntad divina, no sólo por temor reverencial, sino también porque estaban persuadidos de la bondad de Dios para todos sus hijos.[2]
La misión, es tan intensa, que se convierte en el principio de unificación de la vida porque recoge las energías afectavias, intelectuales y volitivas, y junto a las fuerzas físicas las orienta al ideal, es decir al cumplimiento del proyecto revelado. Es esto el significado estratégico del sueño vocacional de los nueve años, repetido por don Bosco en los principales puntos de inflexión de su vida y que sella su final cuando, en la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, el “comprende” el sentido profundo de todos los hecho ocurridos en su vida de pastor educador de los jóvenes.
Don Miguel Rua, que conocía los movimientos más profundos del corazón de don Bosco contempló de forma transparente su belleza, sintetiza tal experiencia con estas palabras: «Don Bosco no dio un paso, no pronunció una palabra, no se puso manos a la obra con una empresa que no tuviese en el punto de mira la salvación de los jóvenes. Dejó que otros acumulasen tesoros, que otros buscasen placeres y corriesen detrás de los honores. Don Bosco realmente no tenía en el corazón nada más que las almas, dicho con hechos, y no sólo con las palabras: da mihi animas».[3]
El da mihi animas es por tanto el aliento en la vida de don Bosco, el canto firme de su oración continua. Eso revela su estilo de relación con Dios, relación filial y familiary por la que es posible y un deber no sólo hablar de Dios, sino con Dios de aquello que está en lo más profundo de su corazón y a lo que Él está íntimamente ligado siendo el Creador: la humanidad. Y de la humanidad, en particular, de la porción especial que es la juventud.
Dentro de la religiosidad donbosquiana, impregnada de fe y confianza en el Dios rico de misericordia, la búsqueda de las almas expresa el deseo de tener a los jóvenes no tanto por darlas a Dios, porque Él en realidad ya los posee, sino sobre todo para hacerles conscientes de su identidad profunda de hijos de Dios, desvelando a cada uno el inmenso amor de la predilección con que Dios les ama. Más que entregarlos a Dios, hacer que estos se entreguen a Él en la reciprocidad del amor.
Se explica así el hecho que, como otras afirmado por don Bosco, sin religión la misión salesiana no se puede realizar según el querer de Dios. Antes de ser una iniciativa humana, de hecho, la educación es una obra de la gracia de Dios que, a través de los sacramentos, regenera al joven, conforme a su entera verdad, como persona llamada a vivir en este mundo, pero a la espera de la vida futura. La expresión “salvar almas” se comprende sólo con este horizonte espiritual, donde la acción salvífica es siempre y sólo de Dios y cada acción humana está al servicio de tal proyecto.
La elección de “no tener otra cosa en el corazón que las almas” lleva a don Bosco a “decir con los hechos” y no sólo de palabra, da mihi animas, esto es encarnar su fe en la vida, la espiritualidad en la misión. Pensamientos, palabras, gestos, obras, todo está orientado a la salvación de los jóvenes realizando una acción unificadora y armonizadora entre las dimensiones de su ser y expresando así el aspecto místico de la misión de la cual deriva, sin solución de continuidad, también el aspecto ascético: dejar a los otros que acumulen tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores.
Enraizado en la plenitud de ser de Dios, don Bosco sobrepasa las apariencias del tener, del poder, del saber y del aparentar que tanto han fascinado a aquellos que se dejan dominar por el hombre “viejo”, para poner luz en su ser profundo habitado por Dios. Él ha aprendido de Cafasso, su guía y maestro, que un hombre apostólico, antes de hablar de Dios o hacer cosas por Dios, vive por Dios. El suyo, es un ser por Él, una entrega total de sí en las manos de Aquel del cual se fía sin condiciones.
La confianza en Dios y su confianza en Él es la lógica espiritual que permea en las Memorias del Oratorio, uno de los documentos autobiográficos más preciosos de don Bosco, a través del cual él quiere instruir a sus hijos sobre el modo de relacionarse con Dios de aquellos que se consagran al bien de los jóvenes en una misión que es un auténtico ministerio espiritual.
Para don Bosco, el verdadero salesiano cultiva este profundo ligamen con Dios en la oración y lo expresa externamente con la bondad, cubriendo todas sus acciones con el único grande objetivo: la gloria de Dios y la salvación de las almas. Es en virtud de esta tarea que todo el resto se redimensiona, y se convierte como en “basura” con el fin de ganar a los jóvenes para Cristo.
Aquellos que mejor han comprendido a don Bosco son aquellos que han sabido penetrar el misterio de esta unidad vocacional fundamento de la espiritualidad salesiana. Don Felipe Rinaldi, por ejemplo, siente como don Bosco ha «identificado a la perfección su actividad externa, incansable, absorbente, vastísima, llena responsabilidad, con una vida interior que tenía origen en el principio del sentido de la presencia de Dios que, un poco cada vez, se actualiza, se hace presente y vivo mostrando una perfecta unión con Dios. Realizado de tal manera en sí a la mayor perfección posible que es la contemplación operativo, éxtasis de la acción, en la cual se ha extenuado hasta el fin último, con serenidad estática, en la salvación de las almas».[4]
El éxtasis en la acción – feliz expresión retomada por Egidio Viganò – expresa esta unidad alcanzada entre vida espiritual y apostólica que es la santidad y que se convierte en el fin, el contenido y el método del Sistema Preventivo. Don Bosco desvelaba Dios a los jóvenes porque Él estaba en Dios y aquellos que se le acercaban sentían los beneficios causados por su persona toda recogida en Dios y al mismo tiempo a su realidad con una atención rica en bondad y amor.
El “estar con Dios” de aquellos que viven el éxtasis de la acción, de hecho, no es una fuga de la realidad y de sus problemas. Al contrario, es vivir habitualmente en Dios y rencontrarse en El la misma realidad a un nivel más alto y más profundo para abarcarla y transformarla.
Es esto, desde mi punto de vista, uno de los significados de la expresión con el que la liturgia celebra la santidad de don Bosco, pastor del corazón “grande como las arenas del mar”. Su corazón, habitualmente fijo en Dios, era continuamente lanzado hacia los jóvenes como una casa acogedora en la que encontraban el abrazo de un padre, la mirada de un amigo, la palabra de un hermano.
Este corazón, podemos decir, era el verdadero taller del Sistema Preventivo, el secreto del ’e-ducere salesiano, en el sentido que el contacto con su bondad y santidad encendía en el corazón de los jóvenes el anhelo de ser mejores, mientras con su amor pedagógico los despertaba a la conciencia de su dignidad de hijos de Dios creados para la comunión y el amor, y ponía las premisas para madurar la personalidad capaz de comprometerse en el mundo con responsabilidad y solidaridad.
Se podría continuar largamente esta reflexión porque el corazón de don Bosco es verdaderamente un océano insondable de riqueza inagotable. Nos acompaña la certeza que, él, Padre y Fundador de nuestra Familia continúa viviendo por nosotros y con nosotros el da mihi animas porque en esta oración hecha vida está la garantía de la autenticidad evangélica del carisma salesiano en la Iglesia, fuente inagotable de identidad y fecundidad para el salesiano y la salesiana de hoy.
El da mihi animas es una llamada a vivir auténticamente nuestra vida unificándola en torno al ideal de la salvación de los jóvenes. No es simplemente dar cualquier cosa de nosotros, una parte de nuestro tiempo, nuestros saberes y talentos empleándolos en una profesión educativa. No es tanto “dar nuestras cosas”, si no ofrecernos a Dios para que Él nos use como quiere y, que por medio de María, nos conduzca en el campo de su misión.
El da mihi animas vivido en hechos, encarnado en la vida, nos pone al abrigo del riesgo de convertirnos en burócratas de la educación, dominadores del funcionalismo y de la eficiencia, y conferir a la misión salesiana la eficacia transformadora de las relaciones auténticas porque, hoy como ayer, ilumina aquel que arde.
El da mihi animas es también un principio de conversión continua, el resorte secreto que nos empuja a dejar a otros la acumulación de tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores, a abandonar el compromiso y la mediocridad, para ser cada día más libres de vivir la misión salesiana con sobriedad y templanza.
El da mihi animas, convirtiéndose en principio unificador de vida, nos preserva de la dispersión y confiere solidez y profundidad a nuestra espiritualidad ayudándonos a canalizar nuestras fuerzas hacia el ideal. La salvación de los jóvenes se convierte en el objetivo de nuestra vida, la fuente de la cual fluye un actuar tranquilo, impregnado de paz serena, como aquella resplandecía gozosa sobre el rostro de don Bosco. El da mihi animas mientras nos ayuda a rencontrar el sentido de nuestra acción, nos muestra también el cómo. Es un actuar que sobrepasa al ser. Estar presentes para sí mismos, para que concentrados en un Dios que nos habita; presente en los otros – en especial en los jóvenes – con atención de respeto y amor, de escucha profunda y de sincera benevolencia; presentes en la historia porque en ella se contempla el cumplimiento del actual providente de Dios.
En un mundo dominado por comunicaciones tan veloces como superficiales, expropiado de la capacidad de atención al momento presente, siempre atentos como estamos al futuro próximo o remoto marcado por la agenda, el da mihi animas nos ayuda a habitar el momento que huye dando prioridad a aquello que lo merece. Si los jóvenes encuentran en nosotros personas así, buscarán menos refugiarse en mundos virtuales para experimentar el calor que les falta en sus casas vacía, porque habrán rencontrado finalmente una casa, un nuevo Valdoco habitado por padres y madres, amigos, hermanos y hermanas que moran donde están, les buscan en sus “periferias existenciales”, viven sus cruces, llevan el Evangelio de la salvación, de la bondad y de la alegría.
Es esto, lo que la Iglesia, en la persona del Santo Padre Francesco, nos pide a todos los cristianos a los consagrados. Es esto lo que anhela don Bosco, nuestro Padre y Fundador, al acercarnos al bicentenario de su nacimiento: que él, pueda renacer en el corazón de sus hijos e hijas, y en su vida dada a Dios por la salvación de los jóvenes, alumbre para incendiar el mundo.
[2] Cf ivi 24-26.
[3] Lettera di don Michele Rua ai Salesiani, 24 agosto 1894, citata in Costituzioni SDB art. 21.
[4] Rinaldi Filippo, Conferenze e scritti, Leumann (Torino), Elledici 1990, 144.