Familia Salesiana

GFS 2014: Relaciones




«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»
Segundo Domingo del tiempo ordinario (Ciclo A)

Homilía para la clausura de las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana
Is 49:4.5-6; 1Cor 1:1-3; Jn 1:29-34

Queridísimos hermanos y hermanas,

Concluyamos esta edición de las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana alabando y dando gracias al Señor que nos ha congregado, nos ha permitido escuchar su voz y nos envía a nuestras casas, comunidades y obras con la misión de señalar, como hizo el Bautista, a los jóvenes la presencia de Cristo entre nosotros. Jesús es el único que puede colmar de alegría, de sentido, de compromiso la vida de ellos porque Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

En estos días hemos reflexionado a cerca del elemento fundamental de la vida humana, y con más razón de la vida cristiana, a saber la vocación a la santidad a través del amor. Este es también el fundamento de la vocación y de la misión salesiana: la espiritualidad, que tiene como centro la Caridad, que Don Bosco ha definido como una caridad educativo pastoral, porque tiene como finalidad llevar a los jóvenes a la plenitud de vida en Cristo. Se trata de una forma de vida marcada en la vida teologal, o mejor, en la vida de Dios en nosotros através de la fe, la esperanza y la caridad, hasta reproducir en nosotros fielmente la imagen de su Hijo, como ha sabido hacer Don Bosco en Valdocco.

Pero también vimos que la santidad que, es la vocación común, debe ser vivida al interno de la Familia Salesiana, según la diversidad del proprio estado de vida. El hermoso mosaico de la santidad salesiana es la prueba más espléndida de que Don Bosco ha sido un gran místico de la acción, un sabio guía espiritual, y que en su escuela se han convertido en santos él mismo,  su mamá, y sus colaboradores más cercanos, y sus primeros sucesores, y sus muchachos, Madre Mazzarello, y detrás de sus huellas muchísimos otros han hecho de la espiritualidad salesiana una vía segura de santitad.

La palabra de Dios, que hemos escuchado, reitera que la vida es vocación y que todas las personas tienen una misión que cumplir: el Siervo de Yahvé tiene precisamente la vocación de ser siervo de Dios y su misión es la de ser “luz de los pueblos” y llevar la salvación a todos. Pablo se sintió llamado a ser “apóstol de Cristo”, con la misión específica de anunciar a Cristo Crucificado. Juan Bautista nació para ser el precursor de Cristo y ha recivido desde el seno materno la espléndida misión de preparar su venida, de reconoscerlo presente en medio del pueblo y señalarlo a sus discípulos como “el Cordero de Dios”, lleno del Espíritu Santo, el Hijo de Dios reconoscido por el Padre, y testimoniarlo con su palabra, su vida y su muerte.

También nosotros, queridos hermanos y hermanas, tenemos, como miembros de la Familia Salesiana, una vocación: ser servos de Dios, apóstoles de Cristo, sus precursores con la hermosa misión de identificarlo para presentarlo al mundo. No es otra la misión salesiana si no la de ser creyentes que hacen sentir el aliento del Espíritu Santo allí donde hay semillas de vida, de bien, de verdad, de belleza; que hacen descubrir las huellas de Dios y de su Amor providente en la creación, en la historia; que hacen ver a los jóvenes la presencia de Cristo en su Iglesia, en los pobres, en los necesitados y en los marginados, y lo señalan como Aquel que buscan sus corazones, precisamente porque es capaz de satisfacer sus deseos más profundos, de no desilusionar sus esperanzas, y animarlos a ser sus discípulos misioneros, como pide el Papa Francisco.

Sin el testimonio de Juan, Jesús hubiese pasado inadvertido para la multitud. Y esto que sucedió entonces, sucede también hoy, donde parece que se pierden las huellas de Dios en el mundo, donde se experimenta el “silencio de Dios” y se nos engaña con poder vivir prescindiendo de su proximidad solidaria, de su presencia amorosa, de su empeño salvador. El Bautista tuvo la gracia de vivir esperando a Cristo, de prepararse para recibirlo, con la mente siempre alerta y el corazón vigilante, y después de reconocerlo entre la muchedumbre que venía a su encuentro. El Bautista tuvo el coraje de ser el primero en identificar a Jesús como el vencedor del pecado y tuvo la audacia de no silenciar cuanto sabía. Y así, avalado por el Bautista, Jesús pudo empezar a manifestarse entre los hombres.

Sin embargo el evangelio no quiere recordarnos solo el mérito de Juan de descubrir e identificar a Jesús como el Cordero de Dios, sino más bien reclamar nuestra atención sobre la necesidad del testimonio cristiano a fin de que Jesús pueda ser reconocido y seguido por nuestra generación, necesitada ella también de redención. De poco hubiera servido el hecho de que Dios se hubiera encarnado como hijo de Maria si Jesús no hubiera sido aceptado como Hijo de Dios.

No debemos olvidar cuanto está escrito en el prólogo del evangelio de Juan: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. Esto sucede cuando pensamos que no necesitamos de Cristo y queremos sustituirlo con el progreso de la ciencia, de la técnica, de la economía y sobretodo con “la cultura del bienestar que, como ha dicho con gran sinceridad el Papa Francisco, nos lleva a pensar en nosotros mismo, nos hace insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia”.[1]

Pues bien, si Jesús no hubiera contado con la disponibilidad de Juan Bautista, no habría sido presentado como el Cordero, el hombre lleno del Espíritu, el Hijo de Dios. Afirmando la misión de Jesús, Juan aceptó disminuir la suya: señalando a Jesús como el Cordero que quita el pecado, envió hacia Él a todos los que venían a verlo.

Hoy como ayer, o mejor hoy más que ayer, Jesús necesita personas que lo den a conocer. Se necesitan personas que hagan ver la presencia de Dios en el mundo.

He aquí nuestra misión salesiana, queridos hermanos y hermanas: ser personas que den testimonio de Jesús a los jóvenes, especialmente a los más pobres desde el punto de vista social y económico, necesitados desde el punto de vista afectivo y emocional, en situación de riesgo desde el punto de vista de la pérdida de sentido de la vida, de esperanza y de futuro. No debemos olvidar que la tentativa de echar a Dios fuera de nuestra existencia, no convierte la tierra en un paraíso. ¡Al revés! Hace más arduo nuestro trabajo, más frágil nuestra vida, la vida de los jóvenes más difícil y menos paradisíaca toda nuestra tierra.

Es interesante ésta decisión pedagógica de Dios de hacerse preceder por precursores. Una elección que llega a frutos abundantes cuando las personas elegidas desenrollan hasta el final su misión, se identifican con el querer de Dios. Esto es lo que hizo don Bosco que como creyente caminó por la historia “como si viera al Invisible” y encauzó toda sus energías al servicio de una única causa: la salvación de los jóvenes, y para realizar esta misión dio lugar a todo tipo de iniciativas y obras, entre otras la fundación de la Familia Salesiana, no teniendo otras miras que las almas: “Da mihi animas”.

Estoy seguro de que las vocaciones para todos nuestros institutos se multiplicarían, serían más firmes y darían más fruto si los jóvenes -muchachos y muchachas- que frecuentan nuestras obras o que cuidamos en las diferentes actividades de todo tipo hallaran en nosotros un Juan Bautista que les señalara a Jesús, que les hiciera conocer su identidad profunda y los guiara en su seguimiento.

¡Qué hermosa misión nos confía el Señor! Realicémosla con gozo, con convicción y con generosidad. Cristo es un derecho de todos. Señalemos su presencia entre nosotros y llevemos a los jóvenes al encuentro personal con Él.

Roma, Salesianum – 19 de enero de 2014

Don Pascual Chávez V., sdb
Rector Mayor

[1] Mensaje del Papa Francesco en su viaje a Lampedusa. Campo de deportes "Arena". Lunes, 8 de julio de 2013.

La caridad Pastoral
Centro y síntesis de la espiritualidad salesiana

Don Pascual Chávez Villanueva,
Rector Mayor

Hemos visto antes qué «clase» de persona espiritual era Don Bosco: profundamente hombre y totalmente abierto a Dios; en armonía entre esas dos dimensiones, vivió un proyecto de vida asumido con decisión: el servicio a los jóvenes. Lo destaca Don Rua: «No dio un paso, no pronunció una palabra, no abordó ninguna empresa que no tuviese como mira la salvación de la juventud».[14] Si se examina su proyecto para los jóvenes, se ve que tiene un «corazón», un elemento que le da sentido, originalidad: «Realmente no le interesó más que las almas».[15]
Hay por tanto una explicación ulterior y concreta de la unidad de su vida: con su entrega a los jóvenes, Don Bosco quería comunicar su experiencia de Dios. Su caridad no era solo generosidad o filantropía, sino caridad pastoral. A ella se la llama «centro y síntesis» del espíritu salesiano.[16]
Centro y síntesis es una afirmación acertada y comprometida. Es más fácil enumerar varios rasgos, aun fundamentales de nuestra espiritualidad, sin obligarnos a establecer entre ellos una relación o una jerarquía, que seleccionar uno de ellos como principal. En este caso hay que entrar en el alma de Don Bosco o del Salesiano y descubrir lo que explica su estilo.
Para entender qué encierra la caridad pastoral demos tres pasos: reflexionemos antes sobre la caridad, después sobre la especificación pastoral, y por último sobre la caracterización salesiana de la caridad pastoral.

  1. Caridad

Una expresión de san Francisco de Sales dice: «La persona es la perfección del universo; el amor es la perfección de la persona; la caridad es la perfección del amor».[17] Se trata de una visión universal que pone en escala ascendente cuatro modos de existir: el ser, el ser persona, el amor como forma superior a toda otra forma de la persona, la caridad como expresión máxima del amor.
El amor representa el punto máximo de llegada de la maduración de cualquier persona, cristiana o no. La tarea educativa se propone llevar a la persona a ser capaz de entregarse, a un amor de benevolencia.
Los psicólogos, y no solo Jesucristo, dicen que la personalidad completa y feliz es capaz de generosidad y desinterés y llega a vivir un amor que no es solo concupiscencia, es decir para la propia satisfacción de ser amado. Diversas formas de neurosis o de perturbación de la personalidad derivan de estar centrado sobre sí y las correspondientes terapias tienden todas a abrir y descentrar hacia los demás.
La caridad es además la propuesta principal en toda espiritualidad: es no solo el primero y principal mandamiento; y por tanto el programa principal para el camino espiritual, sino también la fuente de energía para progresar. Hay sobre ella una abundante reflexión sobre todo en san Pablo (2 Cor 12,13-14) y san Juan (1 Jn 4,7-21). Tomamos solo algunos núcleos.
Encenderse la caridad en nosotros es un misterio y una gracia; no procede de la iniciativa humana sino que es participación en la vida divina y efecto de la presencia del Espíritu. No podríamos amar a Dios si Él no nos hubiese amado primero, haciéndonoslo sentir y dándonos el gusto y la inteligencia para corresponder. No podríamos tampoco amar al prójimo y ver en él la imagen de Dios, si no tuviésemos la experiencia personal del amor de Dios.
«El amor que Dios tiene por nosotros se ha derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Por otra parte tampoco el amor humano tiene explicación racional, y por eso se dice que es ciego. Nadie logra determinar con exactitud por qué una persona se enamora de otra.
Por su naturaleza de ser participación en la vida divina y la comunión misteriosa con Dios, la caridad crea en nosotros la capacidad de descubrir y percibir a Dios: la religión sin la caridad aleja de Dios. El amor auténtico, aun solo humano, lleva a los que están alejados hacia la fe y el ambiente religioso. La parábola del buen samaritano centra exactamente la relación religión-caridad con ventaja para esta última.
Juan resumirá esto en su primera carta al escribir: «Queridos míos, amémonos unos a otros porque el amor viene de Dios: quienquiera que ama es engendrado por Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8). En san Juan el verbo conocer significa tener experiencia, más que tener nociones exactas: quien ama experimenta a Dios.
Dado que la caridad es el don que nos permite conocer a Dios por experiencia, nos capacita también para gozar de Él en la visión definitiva: «Ahora vemos como en un espejo, de modo confuso; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, pero entonces conoceré perfectamente» (1 Cor 13,12).
Por eso no es solo una virtud especial, sino la forma y la substancia de todas las virtudes y de lo que constituye y construye la persona: «Aunque hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles… y tuviese el don de la profecía… y si repartiese todas mis riquezas a los pobres… y si poseyese la plenitud de la fe hasta transportar montañas… pero no tuviese caridad no me sirve de nada» (1 Cor 13,1-3).
Por eso la caridad y sus frutos son realidades que perduran, resisten al tiempo: «La caridad no tendrá nunca fin. Las profecías desaparecerán, el don de las lenguas cesará, la ciencia se desvanecerá. Cuando venga lo que es perfecto, lo que es perfecto desaparecerá» (1 Cor 13,8-10). Esto se aplica no solo a la vida, sino a nuestra historia. Lo que se edifica sobre el amor queda y construye nuestra persona, nuestra comunidad, nuestra sociedad; mientras que lo que se difunde y se construye sobre el odio y sobre el egoísmo se destruye.
Por eso la caridad es lo más grande y la raíz de todos los carismas, a través de los que se construye y trabaja la Iglesia. Precisamente después de haber explicado la finalidad y el empleo de los diferentes carismas, san Pablo introduce el discurso de la caridad con estas palabras: «Aspirad a los carismas más grandes y yo os mostraré el camino mejor» (1 Cor 12,31).
Es el carisma principal, aun cuando se expresa en gestos cotidianos y no tiene nada de extraordinario o vistoso: «… es paciente, es benigna la caridad; no es envidiosa, no presume, no se hincha, no falta al respeto, no busca su interés, no se aíra, no tiene en cuenta el mal recibidos, no goza con la injusticia, sino que complace en la verdad. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-6).
Para Don Bosco y Madre Mazzarello, como para todos los santos¸ la caridad es central. Es la insistencia principal de su vida. Conviene saberlo y decirlo. De vez en cuando, en efecto, algún miembro de la Familia Salesiana lo experimenta, descubre la importancia de la caridad en un movimiento eclesial, después de haber vivido muchos años en la espiritualidad de nuestro carisma salesiano. Parece que antes no oyó hablar de ello con eficacia y no pudo vivirlo con intensidad.
En el sueño de los diamantes —que es una parábola del espíritu salesiano— la caridad está puesta delante y precisamente sobre el corazón del personaje: «Tres de aquellos diamantes estaban sobre el pecho… en el que se encontraba sobre el corazón estaba escrito: caridad».[18] En este sueño lo que está puesto delante es la parte fundamental de nuestro espíritu.
Además, la caridad está recomendada por nuestros fundadores de muchas formas: como base de la vida de comunidad, principio pedagógico, fuente de la piedad, condición del equilibrio y de la felicidad personal, práctica de virtudes específicas, como la amistad, la buena educación, la renuncia a los propios intereses.
Aprender a amar es la finalidad de la vida consagrada que no es más que «un camino que parte del amor y conduce al amor».[19] El conjunto de prácticas y disciplinas, de normas y enseñanzas espirituales querría obtener una sola cosa: hacernos capaces de acoger a los demás y ponernos a su servicio con generosidad.

  1. Caridad pastoral

La caridad tiene muchas manifestaciones: el amor materno, el amor conyugal, la beneficencia, la compasión, la misericordia, el amor a los enemigos, el perdón. En la historia de la santidad esas manifestaciones cubren todos los ámbitos de la vida humana. Nosotros, los Salesianos (SDB) y las Hijas de María Auxiliadora (FMA), como en general todos los grupos de la Familia Salesiana, hablamos de una caridad pastoral.
Esta expresión aparece muchas veces en sus Constituciones, documentos y conferencias. Qué significa caridad pastoral lo dice bien el Concilio cuando, refiriéndose a los que se preocupan de educar en la fe, dice: «Se les da la gracia sacramental, para que con la oración, el sacrificio y la predicación… ejerzan un perfecto ministerio de caridad pastoral: no teman, pues, dar la vida por sus ovejas y, haciéndose modelo del rebaño, promuevan a la Iglesia también con el ejemplo hacia una santidad más grande».[20]
La palabra pastoral indica una forma específica de caridad, evoca en seguida a la mente la figura de Jesús Buen Pastor.[21] Pero no solo las formas de su acción: bondad, búsqueda del que se ha perdido, diálogo, perdón; sino también y sobre todo la sustancia de su ministerio: revelar a Dios a cada hombre y a cada mujer. Es más que evidente la diferencia con otras formas de caridad que prestan atención preferente a determinadas necesidades de las personas: salud, alimento, trabajo.
El elemento típico de la caridad pastoral es el anuncio del Evangelio, la educación en la fe, la formación de la comunidad cristiana, la elevación evangélica del ambiente. Pide, pues, disponibilidad plena y entrega por la salvación del hombre, como viene propuesta por Jesús: de todos los hombres, de todo hombre, aun de uno solo. Don Bosco, y tras él nuestra Familia Salesiana, expresan esta caridad con una frase: “Da mihi animas, cetera tolle”.
Los grandes institutos y las grandes corrientes de espiritualidad han condensado el corazón de su propio carisma en una breve frase. «A mayor gloria de Dios» dicen los jesuitas; «Paz y bien» es el saludo de los franciscanos; «Ora y trabaja» es el programa de los benedictinos; «Contemplar y entregar a los demás las cosas contempladas» es la norma de los dominicos. Los testigos de la primera hora y la reflexión posterior de la Congregación han llevado a la convicción de que la expresión que resume la espiritualidad salesiana es exactamente el “Da mihi animas, cetera tolle”.
Es verdad que la expresión brota con frecuencia en los labios de Don Bosco y ha influido en su fisonomía espiritual. Es la máxima que impresionó a Domingo Savio en el despacho de Don Bosco —todavía joven sacerdote de 34 años— y le movió a un comentario que se ha hecho famoso: «He entendido; aquí no hay negocio de dinero sino negocio de almas, he entendido; espero que mi alma formará también parte de este comercio».[22] Para este muchacho estaba, pues, claro que Don Bosco no le ofrecía solo instrucción y casa, sino sobre todo una oportunidad de crecimiento espiritual.
La expresión está tomada en la Liturgia: «Despierta también en nosotros la misma caridad apostólica que nos impulse a buscar almas que te sirvan a ti, único y sumo bien».[23] Era justo que fuese así, dado que Don Bosco había tenido presente esta intención en la fundación de sus instituciones: «El fin de esta Sociedad, si se considera en sus miembros, no es otro que una invitación a unirse impulsados por el dicho de san Agustín: “Divinorum divinissimum est in lucrum animarum operare”».[24]

  1. Caridad pastoral salesiana

En la historia salesiana leemos: «La noche del 26 de enero de 1854, nos reunimos en la habitación de Don Bosco y se nos propuso hacer con la ayuda del Señor y de san Francisco de Sales una prueba de ejercicio práctico de caridad… Desde entonces se ha dado el nombre de Salesianos a los que se propusieron o se propondrán este ejercicio».[25]
Después de Don Bosco, todos los Rectores Mayores, como testigos fidedignos, han reafirmado la misma convicción. Es interesante el hecho de que todos se apresuraron a corroborarlo con una convergencia que no deja lugar a la duda.
Don Miguel Rua pudo afirmar en los procesos para la beatificación y canonización de Don Bosco: «Dejó que otros acumulasen bienes… y corriesen detrás de los honores; a Don Bosco realmente no le importaron más que las almas: dijo con hechos no solo con las palabras: “Da mihi animas, cetera tolle”».
Don Pablo Albera, que tuvo un prolongado contacto con Don Bosco, afirma: «la idea que estimuló toda su vida fue la de trabajar por las almas hasta la total inmolación de sí mismo… Salvar las almas… fue, puede decirse, la única razón de su existencia».[26]
Más incisivamente, también porque pone el acento en las motivaciones profundas de la actuación de Don Bosco, don Felipe Rinaldi ve en el lema “Da mihi animas”, «el secreto de su amor, la fuerza, el ardor de su caridad».
Sobre la responsabilidad actual, después de la reflexión de la vida salesiana a la luz del Concilio, se expresa así el Rector Mayor Don Egidio Viganò: «Mi convicción es que no hay ninguna expresión sintética que califique mejor el espíritu salesiano que esta elección del mismo Don Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”. Indica una ardiente unión con Dios que nos hace penetrar en el misterio de su vida trinitaria manifestada históricamente en las misiones del Hijo y del Espíritu como Amor infinito ad hominum salutem intentus».[27]
¿De dónde viene y qué significado preciso puede tener hoy esta expresión o lema? Digo hoy, cuando la palabra alma no expresa y no sugiere lo que evocaba en épocas anteriores.
Este lema de Don Bosco se encuentra en el Génesis (14,21). Cuatro reyes aliados luchan contra otros cinco, entre los que está el de Sodoma. Durante el saqueo de la ciudad cae prisionero también Lot, sobrino de Abraham, con su familia. Se le comunica a Abraham. Parte con su tribu, después de haber armado a sus hombres. Derrota a los saqueadores, recupera el botín y rescata a las personas. Entonces el rey de Sodoma, agradecido, le dice: «Dame a las personas, el resto, para ti». La presencia de Melquisedec, sacerdote cuyo origen se desconoce, da un sentido religioso especial y mesiánico al pasaje, sobre todo por la bendición que pronuncia sobre Abraham. Se trata por tanto de una situación todo menos “espiritual”. En la petición del rey hay, sin embargo, una neta distinción entre las “personas” y ”lo demás”, las cosas.
Don Bosco da a la expresión una interpretación personal dentro de la visión religioso-cultural de su siglo. Alma indica la dimensión espiritual del hombre, centro de su libertad y razón de su dignidad, espacio de su apertura a Dios. La expresión del Gen 14,21 asume en él características propias, desde el momento en que del texto bíblico hace una lectura acomodaticia, alegórica, jaculatoria, eucológica: almas son los hombres de su tiempo, son los muchachos concretos con los que debe bregar; cetera tolle significa el desprendimiento de las cosas y criaturas, un desprendimiento que en él no es traducible en el sentido de aniquilamiento de sí, de aniquilamiento en Dios, como por ejemplo en los teólogos contemplativos o místicos; en él el desprendimiento es un estado de ánimo necesario para la más absoluta libertad y disponibilidad a las exigencias del mismo apostolado.
El cruce de los dos significados, el bíblico y el que le da Don Bosco, cercano a nuestra cultura marca opciones muy concretas.
En primer lugar la caridad pastoral toma en consideración a la persona y se interesa por toda la persona; primero y sobre todo interesa la persona para desarrollar sus recursos. Dar «cosas» viene después; prestar un servicio está en función del crecimiento de la conciencia y del sentido de la propia dignidad.
Además la caridad que mira sobre todo a la persona está guiada por una visión de la misma. La persona no vive solo de pan; tiene necesidades inmediatas, pero también infinitas aspiraciones. Desea bienes materiales, pero también valores espirituales. Según la expresión de san Agustín «está hecha para Dios, sedienta de él». Por eso la salvación que busca la caridad pastoral y ofrece es la plena y definitiva. Todo lo demás se subordina a ella: la beneficencia, a la educación; esta, a la iniciación religiosa; la iniciación religiosa, a la vida de gracia y a la comunión con Dios.
En otras palabras se puede decir que en nuestra educación o promoción damos el primado a la dimensión religiosa. No por proselitismo, sino porque estamos convencidos de que constituye la fuente más profunda del crecimiento de la persona. En un tiempo de secularismo, esta orientación no es fácil de realizar.
La máxima «da mihi animas» contiene también una indicación de método: en la formación o regeneración de la persona hay que reforzar y reavivar sus energías espirituales, su conciencia moral, su apertura a Dios, el pensamiento de su destino eterno. La pedagogía de Don Bosco es una pedagogía del alma, de lo sobrenatural. Cuando se llega a tocar este punto empieza el verdadero trabajo de educación. Lo demás es propedéutico o preparatorio.
Don Bosco lo afirma con claridad en la biografía de Miguel Magone. Este pasa de la calle al Oratorio. Se siente contento y es, humanamente hablando, un buen muchacho: es espontáneo y sincero, juega, estudia, se hace con amigos. Le falta una cosa: entender la vida de gracia, la relación con Dios y emprenderla. Es religiosamente ignorante o distraído. Tiene una crisis de llanto cuando se compara con los compañeros y nota que le falta eso. Entonces Don Bosco habla con él. Desde aquel momento comienza el camino educativo descrito en la biografía: desde la conciencia y la apropiación de su dimensión personal religioso-cristiana.
Hay, pues, una ascesis para el que está movido por la caridad pastoral: “Cetera tolle”, «Deja todo lo demás». Se debe renunciar a muchas cosas para salvar la realidad principal; se pueden confiar a otros y hasta dejar aparte muchas actividades con tal de tener tiempo y disponibilidad para abrir a los jóvenes a Dios. Y esto no solo en la vida personal sino también en los programas y en las obras apostólicas.
«Quien recorre la vida de Don Bosco, siguiendo sus esquemas mentales y explorando las características de su pensamiento, encuentra una matriz: la salvación está en la Iglesia católica, única depositaria de los medios salvíficos. Él siente como las voces de la juventud descarriada, pobre y abandonada, suscitan en él la urgencia educativa de promover la inserción de esos jóvenes en el mundo y en la Iglesia mediante métodos de dulzura y caridad; pero con una tensión que tiene su origen en el deseo de la salvación eterna del joven».[28]

  1. Síntesis del recorrido hecho

Como síntesis recogemos las ideas fundamentales de nuestra reflexión.
• La nuestra es una espiritualidad apostólica: se expresa y crece en el trabajo pastoral.
• El apostolado se convierte en una auténtica experiencia espiritual, y no en consumo de energías, tensión y agotamiento, si tiene como alma la caridad; ésta da facilidad, confianza, alegría en el trabajo pastoral.
• La caridad realiza la unidad en nuestra vida personal; compone las tensiones que surgen entre acción y oración, entre vida comunitaria y tarea apostólica, entre educación y evangelización, entre profesionalidad y apostolado.
• Todo el trabajo de nuestra vida spiritual consiste en reavivar la caridad pastoral, purificarla, intensificarla: «ama et fac quod vis».

[1] Nigg Walter, Don Bosco. Un santo per il nostro tempo, Turín, LDC, 1980, 75.103.
[2] Cfr. Bosco Giovanni, Piano di regolamento per l’Oratorio maschile di San Francesco di Sales in Torino nella regione Valdocco. Introduzione, en P. Braido (ed.), Don Bosco Educatore. Scritti e Testimonianze. Roma, LAS 1997, 111.
[3] Ibi, 108-109.
[4] Ruffino Domenico, Cronache dell’Oratorio di San Francesco di Sales, núm. 2, 1861, 8-9.42.
[5] Barberis Giovanni, Cronichetta, cuad. 4, 52.
[6] Bosco Giovanni, Costituzioni  della società di San Francesco di Sales [1858]–1875. Textos críticos, Francesco Motto (ed.), Roma LAS 1982, 70-71.
[7] Ibi, 82.
[8] Epistolario, ed. Motto, vol. I, 406.
[9] Epistolario, ed. Ceria, vol. III, 544.
[10] Epistolario, ed. Motto, II, 386.
[11] Motto Francesco, Ricordi e riflessi di una educazione ricevuta, en «Ricerche Storiche Salesiane», 11 (1987) 365.
[12] Motto Francesco, Verso una storia di Don Bosco più documentata e più sicura, en «Ricerche Storiche Salesiane» 41 (2002) 250-251.
[13] BS 8 (1884) núm. 6, 89-90.
[14]    Const. SDB 21
[15]    Ibi.
[16]    Const.  SDB 10; Const. FMA 80.
[17]    Cfr. San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, vol II, libro X, cap. 1
[18] MBe XV, 166 y ss. (todo el famoso «Sueño»).
[19] Const. SDB, 196.
[20] LG 41
[21] Cfr. Jn 10
[22] Bosco Juan, Vida del jovencito Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, en Vidas de jóvenes. Las biografías de Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco, con introducción y notas históricas de Aldo Giraudo. Madrid 2012, Editorial CCS, cap. VIII, 71.
[23] Cfr. Oración de la Liturgia en la solemnidad de san Juan Bosco.
[24] MBe VII, 527.
[25] MBe V, 21.
[26] Brocardo Pietro, Don Bosco profundamente hombre, profundamente santo, Madrid, Editorial CCS, 32013, 126..
[27] Ibi, 85.
[28] Stella Pietro, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica, vol. II, Zurich, PAS Verlag, Zurich, 13.
[29] CG24, Salesianos y  seglares: compartir el espíritu y la misión de Don Bosco, Madrid, Editorial CCS 1996, núms. 89-100.
[30] Const. SDB 20.
[31] Bosco, San Giovanni. Insegnamenti di vita spirituale. Un’antologia. Coordinado por Aldo Giraudo, LAS – Roma 2013.

 

 

Consideraciones en torno a la sensibilidad espiritual de don Bosco y claves de interpretación para acercar sus enseñanzas

P. Aldo Giraudo sdb

Don Bosco es un escritor muy prolífico. Aunque no es considerado un "autor espiritual", en el sentido específico del término. Entre la gran cantidad y variedad de sus obras y de sus escritos no encontramos textos análogos a los testimonios autobiográficos de Santa Teresa de Ávila, de San Juan de la Cruz o de Teresa de Lisieux. Tampoco él ha compuesto tratados o manuales de vida espiritual similares a los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, al “Combate Espiritual” de Lorenzo Scupoli, o la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales o al Ejercicio de perfección y virtud cristianas de Alonso Rodríguez o las obritas ascéticas de San Alfonso María de Ligorio. Pero también de muy cierto que don Bosco, educador cristiano de la juventud, fundador de familias de consagrados y consagradas, fue un hombre de una profunda vida interior y una verdadera guía espiritual. Lo reconocen aquellos por él formados. Lo demuestra el vasto vivaz florecimiento de santidad salesiana en el tiempo.
En verdad él nos ha dejado un testimonio abundante de sus enseñanzas espirituales esparcidas en numerosos escritos y documentada en las memorias recogidas por sus discípulos. Por este motivo puede ser considerado un "maestro de vida espiritual" en el sentido específico de la palabra: por la fecundísima acción de formador de santos, como director espiritual de comunidades e individuos, como fundador de congregaciones,  como iniciador de un movimiento histórico que tiene rasgos inconfundibles, que se configuran como una fecunda escuela e santidad cristiana[1].
Por tanto, me parece oportuno ofrece algunas consideraciones y seis claves de interpretación que pueda. Ayudar a comprender la espiritualidad de don Bosco, y en particular, a leer fructíferamente la antología de textos disponibles para este tercer año de preparación al Bicentenario del nacimiento de nuestro Padre.
Consideraciones sobre la especificidad espiritual de don Bosco
1. En el ámbito de la historia de la espiritualidad, si comparamos los rasgos que definen su magisterio y su praxis con aquellos de otras escuelas espirituales, descubrimos indudables sintonías con las enseñanzas de San Francisco de Sales, encontramos también sustanciales elementos asimilados a través de la escuela de San José Cafasso, de la moral y ascética de San Alfonso María Ligorio, de la espiritualidad clásica, de la literatura jesuítica. En su apostolado, y especialmente en la luminosa y familiar caridad hacia los jóvenes, se entrevén muchos puntos del contacto con San Felipe Neri y otros santos educadores de la Reforma Católica.
Aún así don Bosco permanece inconfundible. Es verdad que, a través de la introducción a la vida devota y a los Tratados Espirituales, Francisco de Sales le transmite, reelaborada, la sustancia de la espiritualidad italiana del Humanismo devoto, que enfatiza la belleza de la piedad, que surge del gozo espiritual; mantiene el equilibrio entre voluntad humana y gracia; ama simplificar las prácticas para ponerlas al alcance de las personas más comunes. La escuela espiritual italiana entre 1500 y 1600 tiene también un planteamiento combativo, que deriva de la conciencia de la presencia en el corazón del hombre de una "doble ley", por lo que anima a la "lucha espiritual", al ejercicio de la mortificación de los sentidos, de la oración y de la práctica sacramental, pero con una perspectiva de crecimiento virtuoso y gozoso (no en el sentido medieval del contemptus mundi). Como Francisco de Sales, don Bosco mira con optimismo esta lucha con la certeza de la victoria, por su fe en el poder de la gracia santificadora, por la eficacia de la sangre de Cristo que fecunda el esfuerzo humano y hace posibles caminos de santidad a todos, también a los pequeños, a los jóvenes, a los últimos.
Es este uno de sus rasgos espirituales característicos: a la vida virtuosa y a la santidad son llamados también los jóvenes, los adolescentes. En consideración a la estructura psicológica de estos, él tiene en cuenta las pequeñas cosas, confiere mayor importancia a la mortificación interior que a aquellas corporal; insiste en la alegría del corazón y en la afectividad en la piedad; insiste en la unificación de una vida de oración y de acción; educa en el espíritu de adaptación y conciliación, sin renunciar nunca a la totalidad de su don a Dios. Sobretodo abre horizontes de sentido, terrenos y metafísicos, fascinantes y estimulantes.
2. En don Bosco el "darse a Dios", sugerido con insistencia a los jóvenes, no coincide simplemente con la tradicional llamada a la conversión de los predicadores de su tiempo ("Aquel que retrasa su conversión corre el gran peligro que le falte el tiempo, la gracia o la voluntad" y se arriesga a la condenación eterna: lo había escuchado de joven en Buttigliera). A pesar de las preferencias de su tiempo, en él la exhortación adquiere un tono luminoso: es invitación a abrirse con generosidad a la primacía del amor divino, a ofrecer la propia vida a Dios sin condiciones y con un arrebato amoroso, superando cualquier apego y repliegue, cruzando el umbral de los pequeños horizontes e intereses. Se trata sustancialmente de ayudar a cada a uno a apropiarse, de manera plena y definitiva, de los promesas bautismales, de actualizarlas, es decir, a realizar el bautismo en la propia condición del joven o del adolescente como estilo de vida, en una secuela enamorada, incondicional y entusiasta de Cristo; a poner alegre y operativamente a Dios en el centro de lo vivido, de los pensamientos, de los afectos y de los intereses; y dejarse transfigurar por su Espíritu.
Nuestro santo Fundador Bosco está convencido que de este paso fundamental promueve un potente dinamismo interior: el único capaz de despertar las energías más profundas de cada uno, de madurar personas plenas y serenas, de producir en lo cotidiano frutos espirituales fecundos, de poner en marcha caminos de purificación y de construcción virtuosa, de abrir a la santidad operativa; es decir a una vivencia cristiana integral y alegre que se expresa en el ejercicio práctico habitual de la fe y la caridad, en la Unión con Dios, en la fidelidad indiscutible de los compromisos adquiridos y a los deberes del propio estado, en unas vivencias ferviente, gozosos en relaciones humanas fecundas y en una tensión ardiente al cumplimiento perfecto en Dios de la "bendita esperanza".

3. Como podemos constatar en la vida de don Bosco, en su humanidad y en la experiencia de aquellos que a él fueron confinados, la consecuencia de esta elección es la progresiva maduración de la personalidad simpática y robusta, con connotaciones de libertad de espíritu, de fidelidad, de la observancia obediente y alegre, de la fortaleza de ánimo en los momentos de adversidad, de la acción operativa proactiva, de la capacidad de ver a lo lejos, de mirar más allá; permeados de bondad y amabilidad afectuosa; propensa al servicio oblativo al prójimo.
Todo esto es también fruto de un acompañamiento, de una educación en la conciencia y la acogida de uno mismo (sin escrúpulos ni congojas), de la formación a la superación e di mismo a través de un compromiso constante - combativo y dulce a la vez-, de oblatividad  y servicio al prójimo, de equilibrada mortificación de los sentidos, de purificación del corazón y de ejercicio de la virtud. Es el resultado de una mistagogía espiritual capaz de introducir a la oración, de cuidar la interioridad afectuosa con Dios, de formar un planteamiento progresivo de gozosa obediencia a la voluntad divina que se traduzca también en un humilde testimonio evangélico, en intensidad apostólica, en compromiso vocacional al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Por tanto, desde este punto de vista, en don Bosco tenemos más una ascética que una mística, a pesar de que el dinamismo central viene dado por el amor de Dios puesta en práctica; aún si el tipo de piedad, de devoción, que él promueve está caracterizado por una perfecta unificación de la acción y la contemplación. Y no podía ser de otra manera dado su caracter contemplativo en la acción y de apóstol de la contemporaneidad, dado su propósito de querer ser sal y luz, levadura evangélica en la ciudad terrena con la perspectiva puesta en la ciudad celeste.
4. Quien lea esta antología, se dará cuenta rápidamente se algunas insistencias, de temas recurrentes. Son rasgos inconfundibles de don Bosco, como el "servite Domino in laetitia”; como la insistencia sobre la centralidad de la obediencia como vía de perfecta conformación a Cristo en la donación de uno mismo; como el acento puesto en la "bella virtud", la virtud de la castidad, pivote de la maduración humana y cristiana, vía para alcanzar un equilibrio general de los afectos y una intimidad amorosa y veraz con Dios, amado sobre todas las cosas; como la valorización pedagógica de los sacramentos; como la promoción de una forma de devoción mariana inseparable de la orientación interior decidida hacia la perfección virtuosa en la correspondencia activa en el trabajo de la gracia, en el celo por la gloria de Dios, en el espíritu de la oración, en el ejercicio de la virtud cotidiana, en el fervor eucarístico y apostólico: una devoción mariana capaz de encender en el corazón de los jóvenes el anhelo de la más alta perfección, como escribía don Caviglia.
Aquí se coloca también la insistencia sobre la frecuencia sacramental y sobre la tarea del confesor-educador, del amigo del alma que - ganada la confianza y la confidencia del joven - enseña el arte del examen de conciencia, forma en la contrición perfecta, estimula el propósito eficaz, guía sobre los senderos de la purificación y de los ejercicios virtuosos, introduce en el gusto por la oración y en la práctica de la presencia de Dios, enseña las vías para una comunión fecunda con el Cristo eucarístico. Confesión y comunión frecuente están íntimamente ligadas a la pedagogía espiritual de don Bosco. Con la confesión asidua y guiar se promueve la vida "en gracia de Dios" y se alimenta la tensión virtuosa que permite acercarse en un modo siempre más "digno" a la comunión frecuente; al mismo tiempo se crean las condiciones para que a través de la comunión eucarística Dios pueda tomar "posesión" del corazón de manera definitiva, para que la gracia encuentre las condiciones interiores ideales que permitan de obrar eficazmente, transformar y santificar.
Estos rasgos impregnan todo el magisterio espiritual de don Bosco. También la espiritualidad del religioso y de la religiosa salesiana está embebida de ella. La decidida entrega de uno mismo a Dios propuesta a los jóvenes asume, en la consagración religiosa, un movimiento más radical, total, que acentúa el primado absoluto de Dios y las exigencias operativas de una secuela incondicional expresada con la profesión de los votos, de una voluntad de conformarse al Cristo ofrecido e inmolado. La sustancia es la misma.
Algunas claves de interpretación para entrar en la visión espiritual de don Bosco
El lector de hoy, acercándose a los textos de don Bosco, se da cuenta que él escribe para jóvenes, para adultos, para religiosos y religiosas de su tiempo. Es cierto que su discurso continúa siendo estimulante para nosotros, pero la distancia cultural y espiritual se percibe. La lectura reta nuestra capacidad de interpretación, estimula nuestra colaboración activa, hacia una llamada a nuestra conciencia histórica, cultural, teológica... Así que, para reducir la complejidad, me parece conveniente indicar seis claves interpretativas útiles para entrar en la visión y sensibilidad espiritual de don Bosco y ayudar al lector de hoy a reformular los aspectos identitarios de la espiritualidad en otros horizontes culturales y en perspectivas teológicas diferentes.
1. Primera clave interpretativa: don Bosco, (lo vemos en sus escritos y en sus elecciones operativas), tiene una concepción religiosa de la historia. Desde su forma de ver, la historia humana y el corazón de cada persona son el lugar de la acción salvadora de Dios, en una dialéctica perenne entre el tiempo, entre la gracia y la debilidad, entre pecado y redención. El Dios de la Biblia, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no es un Dios lejano que observa los eventos desde lo alto; es cercano, activo, implicado en las "asuntos” humanos; su Espíritu llena la tierra y la vivifica, la trabaja, la hace fructificar. Además de don Bosco está convencido que la sangre de nuestro Señor Jesucristo por la salvación de la humanidad, no se ha derramado en vano. La gracia y el amor de Dios por el hombre, son más fuertes que cualquier forma de mal, de cualquier resistencia y oposición. Y el hombre - por frágil y pecador - no es abandonado a sí mismo. El Creador, en Jesús Salvador y Redentor, se extiende hacia nosotros, no tanto para salvarnos, sino para santificarnos, para transfigurarnos, para unirnos a él en el amor. Por esto don Bosco tiene una confianza incondicional en Dios y en el poder de su gracia: en aquel Dios que se da totalmente, que ofrece a su Hijo unigénito hasta al sacrificio de la cruz para que nadie se pierda, para que todos puedan vivir como hijos suyos. Así que, no duda nunca. Escribe a un párroco descorazonado en 1878: [Usted me dice:] "¿No son suficientemente buenos?" [y yo respondo:] Omnia possum in eo qui me confortat. [...] ¿Los tiempos son difíciles? Fueron siempre así, pero Dios nunca falló al ayudarnos: Christus heri et hodie"[2].
2. Segunda clave interpretativa. De esta visión teológica y de esta fe incuestionable en Dios, deriva la confianza de nuestro Santo en los recursos interiores del hombre, su visión optimista de la acción educativa y pastoral, y surge su luminosa pedagogía espiritual. Aún el joven más débil, más refractario, más mísero, más distraído e inquieto, mantiene intactos, en la visión de don Bosco, las líneas del rostro y el corazón de aquel Dios que lo ha creado a su imagen y semejanza. Cada joven siente dentro de sí, en el profundo, la nostalgia del Padre nuestro que está en los cielos es la necesidad de responder a sus llamadas. En cuanto criatura de un Dios que es caridad, que es amor, cada joven es ontológicamente (por naturaleza) abierto al amor. Tiene una inmensa necesidad de ser amado y de amar, es sensible al amor gratuito, oblativo, a la amistad desinteresada, a la amabilidad, a la atención personal y al trato individual, a la relación humana positiva. Sobre este dinamismo interior don Bosco se confía como pastor y como educador. Partiendo de esta certeza se interroga, se fa tareas, experimenta, no se arredra nunca, no desespera, va al encuentro, dialoga, propone, da confianza, anima, tiene paciencia, persiste, combate: en definitiva, educa, forma, instruye, acompaña, asiste.
3. Tercera clave interpretativa. Don Bosco también está convencido de ser llamado y enviado por Dios para la salvación de los jóvenes. Está seguro de haber recibido una vocación para una misión especial en la Iglesia y en el mundo. Una vocación que - como más veces afirma hablando con sus hijos y miembros de la Familia Salesiana - es también nuestra. Él se siente instrumento, humilde, pero es necesario y eficaz por la gracia divina. Por esto se hace amigo, hermano, padre para hacer percibir al joven el rostro amigo, paterno y materno de Dios. Esta conciencia, esta fe en la misión recibida le da coraje y esperanza, porque sabe que no le faltará la ayuda del Señor: la llamada y la misión incluyen el carisma, la gracia necesaria para la eficacia. Además, esta conciencia le infunde un fuerte sentido de responsabilidad. Como ha aprendido de don Cafasso, el pastor, y todos aquellos que han recibido una vocación educativa y evangélica, deberán dar estricta cuenta a Dios de las ovejas que les han sido confiadas. Son estos motivos los que inducen a don Bosco a estar disponible incondicionalmente disponible en las manos de Dios y comprometerse todo él en la misión. Quiere llegar a todos. Cada uno tiene una responsabilidad de comunicar el fuego de la fe y del amor que tiene dentro de sí.
A todos quiere ganar para Dios, convencido de que este es el modo de colaborar eficazmente en la transformación de la humanidad, del fermento cristiano en la historia y de beneficiar con la “salvación” de la sociedad, más allá de las personas individuales.
4. Cuarta clave interpretativa. Formado en un concepto muy testimonial de la acción educativa y pastoral, don Bosco sabe por experiencia y enseña que se puede comunicar a los otros sólo aquello que de posee. La persona del pastor y del educador, su fe, caridad, esperanza, su espíritu de oración, de rectitud, su ejemplaridad moral y la santidad de su vida son atractivos irresistibles, canales comunicativos irresistibles de una propuesta formativa eficaz. Así hace él y lo enseña a sus colaboradores, adultos o jóvenes, desde los primeros pasos del Oratorio.
5. Quinta clave interpretativa. Naturalmente, todo esto no significa que no se deba tener un método, una estrategia pastoral, un "sistema" educativo. De hecho, si con los jóvenes don Bosco insiste en que es necesario "darse a Dios con tiempo", sin esperar a la edad adulta o a la vejez, con los educadores y los pastores afirma que es fundamental conquistar con el corazón y con la confianza de los jóvenes poniendo en práctica todos los recursos del sistema preventivo. Enseña también que no hay que tener miedo de proponer desde el inicio, pero siempre de manera significativa, fascinante, un claro itinerario de vida cristiana, una sustanciosa espiritualidad juvenil. Cierto, que es necesaria cierta gradualidad, es necesaria una pedagogía de la vida espiritual. Se requiere crear las condiciones favorables; plasmar ambientes educativos bellos y estimulante, serenos, ricos en propuestas y de presencias humanas simpáticas y vivas, adaptadas a que la propuesta sea significativa. Es necesaria cuidar a los individuos y a los pequeños detalles, la organización de los momentos importantes, la puesta a punto de experiencias significativas, de recorridos estructurados, de pasajes. Es importante la planificación, la organización, la reglamentación, la calendarización y la revisión periódica y atenta. Es indispensable sobre todo centrar la atención propia en los jóvenes, dedicarse a las relaciones personales y al cuidado del individuo, a la formación del grupo más allá de la gran comunidad juvenil, garantizar una asistencia eficaz y un acompañamiento personalizado. Aquí comprendemos su interés en formar comunidades educativas y pastorales bien estructuradas, su insistencia en el compromiso personal de los educadores y su "celo" ardiente e "laborioso".
6. Sexta clave interpretativa. Debemos tener presente también otro aspecto, muy importante en el tiempo de don Bosco, que hoy surge de manera crítica, sobre todo en Occidente: la confianza y la apertura al futuro, la tendencia a la superación, a la trascendencia y a la orientación escatológica. Eran rasgos típicos de don Bosco, de su modo de vivir la fe y proyectar la acción educativa y pastoral, pero eran también características del ambiente cultural y de la visión de sus jóvenes. Por este motivo se basaba en las “magnifiche sorti e progressive” – como indica críticamente el poeta Giacomo Leopardi en La ginestra (1836) –, se había convencido de la posibilidad y capacidad del hombre de progresar siempre, de perfeccionarse, de tender a alcanzar posiciones sociales y condiciones de vida, económicas, morales, espirituales y civiles, mejores; se tenía una fe indiscutible en el progreso. También don Bosco participaba de esta sensibilidad, pero desde una perspectiva exquisitamente evangélica. Él estaba convencido que cada joven, sobre todo aquel más pobre, es educado a mirar más allá, a esperar, a desear la redención moral y espiritual, a tender a la superación, a la mejora de sí mismo; cada joven es animado a abrirse, a afrontar el cansancio, la lucha, alimentando fuertemente la esperanza; cada uno es educado para ponerse en busqueda, para salir de sí mismo, para emigrar del pequeño mundo personal, para superar horizontes limitados, proyectándose hacia “un más allá”, hacia algo “mejor”, un “mañana”, un “afuera”, un paraíso, temporal y eterno. Pero especialmente propone abrirse a la alteridad del Trascendente, del Dios-Amor, que sólo puede permitirse de realizar nuestros anhelos  más profundos y alcanzar la “salvación”. Este factor don Bosco lo sabía orientar muy bien, ya sea en la perspectiva religiosa de la santidad, en la tensión hacia la perfección cristiana, sea en aquella secular de la ciudadanía responsable y competente.
Espero que, con el ayudo de estas coordenadas y estas claves principales de interpretación, la lectura de los textos de don Bosco, sobre sus enseñanzas de vida espiritual, puedan resultar muy estimulates para la Familia Salesiana.


[1] Sulle dipendenze e sull’originalità degli insegnamenti spirituali di don Bosco cf Pietro Stella, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica. Vol. II. Mentalità religiosa e spiritualità, Roma, LAS 1981. Tra le più significative sintesi della spiritualità di don Bosco, oltre a quella di P. Stella, ricordiamo: Francis Desramaut, Don Bosco et la vie spirituelle, Paris, Beauchesne 1967 (tradotto in spagnolo, inglese, italiano e altre lingue); Joseph Aubry, “La scuola salesiana di don Bosco”, in Ermanno Ancilli, Le grandi scuole della spiritualità cristiana, Roma, Pontificio Istituto di Spiritualità del Teresianum; Milano, O.R. 1984, pp. 669-698; Pietro Scotti, La dottrina spirituale di don Bosco, Torino, SEI 1939; Alberto Caviglia, “Savio Domenico e Don Bosco. Studio”, in Opere e scritti editi e inediti di Don Bosco. Vol. IV, Torino, SEI 1943, pp. 5-590; Id., Il “Magone Michele” una classica esperienza educativa. Studio, in Opere e scritti editi e inediti... Vol. V, Torino, SEI 1965, pp. 131-200; Id., Un documento inesplorato. La Vita di Besucco Francesco scritta da Don Bosco e il suo contenuto spirituale, in Opere e scritti editi e inediti... Vol. VI, Torino, SEI 1965, pp. 105-262.

[2] San Giovanni Bosco, Insegnamenti di vita spirituale. Un’antologia, Roma, LAS 2013, p. 137.

 

“ENCUENTRO CON JESÚS DE NAZARET”

P. José Luis Plascencia sdb

1.- Introducción

            Todos nosotros somos cristianos, y por lo tanto, nuestra fe y el sentido de nuestra vida se centran en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho Hombre; herederos de una tradición que se ha ido enriqueciendo a lo largo de 2000 años. Quisiera invitarles a comenzar colocándonos en la situación de los contemporáneos de Jesús, como si fuéramos un miembro más del pueblo de Israel, ante este “Judío marginal”[1], llamado Jesús de Nazaret, un predicador itinerante por los caminos polvorientos de la Galilea del primer siglo de nuestra era. Lo haremos, por supuesto, siguiendo la línea del Nuevo Testamento, aun sabiendo que no tenemos una “crónica” de la vida de Jesús, y que los Evangelios son testimonios de fe que, sin embargo, se basan en la realidad histórica del Señor.

2.-¿…Quién es este hombre?”

Jesús de Nazaret se presenta como una figura fascinante, que atrae a las multitudes, que se entusiasman tanto al escucharle, que se olvidan en ocasiones hasta de comer. Su voz, hermosa y fuerte (en ocasiones le escuchaban hasta miles de personas), transmite un mensaje que, ante todo, impresiona por la autoridad con la que lo expresa: se trata de un lenguaje “distinto del de los escribas y fariseos”(Mc 1, 27); hasta los ignorantes soldados reconocen: “nadie ha hablado jamás como este hombre” (Jn 7, 46): una autoridad que no es imposición o intransigencia, sino que más bien infunde seguridad y confianza en quien lo escucha, desde la seguridad propia con la que se expresa, aun cuando sus palabras contrasten con la mentalidad convencional de su tiempo.

            Junto con esta autoridad, resulta fascinante la concretez con la que se expresa: no es complicado ni abstracto, sino que habla sencillamente, de manera que todos pueden comprender, incluso los pequeños e ignorantes; privilegiando un recurso que permite recordar mejor lo escuchado: los ejemplos de la vida ordinaria –tanto de la vida de los hombres como de las mujeres, de los adultos como de los niños-: sobre todo utilizando las parábolas, uno de los elementos mejor “atestiguados” en la cristología prepascual.

            Esta forma de hablar, sin embargo, no elimina el esfuerzo de la propia reflexión: al contrario invita a ella y la hace necesaria: de manera que muchos, aun oyendo, no comprenden (cfr. Mc 4, 12 et par.); es necesario implicar la mente (evitando la superficialidad) y el corazón, sede de los sentimientos y por lo tanto, núcleo de la conversión. De otra manera, su palabra será como una semilla que cae en el camino y que, siendo pisada por los viandantes o tragada por los pajarillos, no produce ningún fruto (cfr. Mc 4, 4); o incluso, siendo malentendida, provocará su rechazo, aun de quienes lo seguían (cfr. Jn 6).

            Este rechazo, sin embargo, no es provocado simplemente por la incomprensión, sino porque su enseñanza no coincide con lo que los judíos estaban acostumbrados a escuchar, y sus jefes, a proclamar. Es inseparable de la autoridad con la que Jesús habla su actitud de libertad, una libertad fascinante, sin duda, pero también desconcertante, que no se ve maniatada por los convencionalismos familiares, sociales e incluso religiosos de la tradición judía. A este respecto, basta recordar el sermón de la montaña (cfr. Mt 5-7), con las contraposiciones que Jesús establece entre su mensaje y “lo que se dijo a los antiguos”: ¡se trata, nada menos, de textos de la Torah, la Ley de Dios!

            Esta actitud de Jesús se manifiesta, más todavía, en su forma de vivir: anda con todo tipo de personas; en ocasiones lo encontramos comiendo en casa de fariseos y doctores de la ley (al menos en dos ocasiones: Lc 7, 36-50, y 11, 37-54). Sin embargo, lo que causa más escándalo es su predilección por “frecuentar malas compañías”[2], al grado que se acuñó una expresión ofensiva para designar esta actuación: “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19): ¡que el evangelista pone en boca de Jesús! De nuevo: quizá estamos demasiado acostumbrados a ver a Jesús “dogmáticamente”, después de 2000 años… Ante esta actitud del “galileo marginal”, ¿cómo habríamos reaccionado nosotros? ¿Habríamos creído en él? Sin duda, es fácil criticar a sus enemigos desde nuestra perspectiva; más difícil, sin duda, es ponernos en su lugar…

            Es innegable, por otra parte, que la autoridad de su lenguaje y lo novedoso de su “praxis”, tan nueva y para algunos tan escandalosa, se ven avalados –y en cierta manera, contrastados- por las acciones que realiza de parte de Dios: concretamente, los milagros (que el evangelista Juan llama, desde otra perspectiva teológica, “signos”). A este respecto, es muy importante el encuentro de Jesús con los discípulos de Juan Bautista, quien, desde la cárcel, donde se encuentra en continuo peligro de muerte (como de hecho ocurrirá, cfr. Mc 6, 17-29 et par.), le manda preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mt 11, 3). Jesús responde haciéndoles ver sus acciones: san Lucas dice que “en aquel momento (Jesús) curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos” (Lc 7, 21), pero sobre todo subrayando el signo por excelencia de su mesianismo: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva” (Lc 7, 22); y concluye relacionando estos “signos” con su predicación y sus acciones desconcertantes: “¡Dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (v. 23). Esta relación entre sus obras y su más profunda identidad culmina en el evangelio de Juan, precisamente porque Jesús indica la raíz última de esta manera de hablar y de actuar: su carácter filial. “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y reconoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 37-38). Todo esto viene sintetizado en las Constituciones Salesianas en una frase breve, pero de una gran densidad: “su predilección (de Jesús) en predicar, sanar y salvar, movido por la urgencia del Reino que viene” (C 11).

            Ante estas obras extraordinarias de Jesús (milagros/signos), la reacción inmediata es, nuevamente: “¿Quién es este hombre que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 41).

            Ahondado en el mensaje enviado a Juan por medio de sus discípulos, el significado que Jesús mismo da a estos signos/milagros conduce al núcleo de su misión: “los pobres son evangelizados”. Jesús tiene plena conciencia de una misión: manifestar, hacer visible, “tangible”, el amor y la misericordia de un Dios que es Abbá: Padre; más aún, “Papá”. Dicho amor y misericordia se hacen realidad en una doble actitud (que conviene distinguir, pero sin separarla en absoluto): en primer lugar, su solidaridad con los más despreciados del pueblo porque considerados como alejados de Dios. Su sola presencia en medio de ellos ya era un “signo” del amor del Padre, y también, inevitablemente, un motivo de escándalo; pero lo más desconcertante era que dicha solidaridad tenía como finalidad hacer realidad en su vida el Don de Dios por excelencia, lo que sólo de Él podía venir: la gracia, en la forma concreta del perdón gratuito. No era sólo el andar con los pecadores y comer con ellos lo que escandalizaba, sino sobre todo lo que esto implicaba, que incluso los hace exclamar: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?” (Mc 2, 7). En todas estas acciones, Jesús prácticamente se está colocando en el lugar de Dios, y suscita, como siempre, la pregunta: ¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?” (Lc 7, 49).

            Por otra parte, al encontrarnos con Jesús de Nazaret, nunca lo vemos solo; siempre está acompañado de sus amigos, los “discípulos”, de quienes dice Marcos: “Llamó a los que él quiso, y vinieron junto a él. Instituyó doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios” (Mc 3, 13-14). Este seguimiento de Jesús en el discipulado no es sólo fuente y ejemplo para la espiritualidad cristiana, sino que tiene una “valencia teológica” que es necesario explotar.

            Hace algunos años, el Rector Mayor escribió en el Boletín Salesiano: “Ricordando la frase di Marco, il discepolato implica, essenzialmente, due aspetti: la convivenza con Gesù, la crescente familiarità ed amicizia con lui, e la partecipazione alla sua missione: l’annuncio del Regno di Dio, accompagnato dal ‘segni’ che lo autenticano”[3]. E continua:

“Si tratta di un tema relativamente nuovo, dato che tradicionalmente si considerava la sequela di Gesù in chiave soprattutto morale e spirituale, oggi invece ha ricuperato tutta la sua valenza biblica e teologica, tanto che lo si considera uno degli elementi fondamentali che permettono approfondire il Mistero di Gesù, il Figlio di Dio, durante la sua vita mortale.
A prima vista sembrerebbe che Gesù si comporti come un rabbi, un maestro come tutti gli altri. Eppure le differenze sono molto grandi. Nessuno, per esempio, può chiedere a Gesù che lo accolga tra i suoi discepoli: ‘Non siete voi che mi avete scelto, sono io che ho scelto voi’ (Gv 15, 16). Inoltre, seguire Gesù significa lasciare tutto: i propri beni, la propria professione, anche la familia: l’esigenza di Gesù è superiore a quella di Elia quando chiama alla missione profetica il suo successore, Eliseo (Lc 9, 59-62 e Mt 8, 21-22 a confronto con 1 Re 19, 19-21). Non tocca solo momenti di insegnamento, ma abbraccia tutta la vita, condividendo con Gesù la precarietà della sua vita itinerante, le difficoltà e i pericoli, compresa la minaccia di persecuzione e di morte.
Tutto questo può esigerlo solamente Qualcuno che è più di un semplice uomo; solo Dio può esigere di andare oltre i vincoli umani più sacri: ‘Chi ama suo padre o sua madre più di me, non è degno di me; chi ama suo figlio o sua figlia più di me, non è degno di me. Chi non prende la sua croce e viene dietro di me non è degno di me’ (Mt 10, 37-38)”[4].

            De nuevo, aparece aquí la pregunta: “¿Quién es éste, que pretende cambiar mi vida entera? Más aún: es Jesús mismo quien les hace esta pregunta, en un momento decisivo de su ministerio: los tres evangelios sinópticos presentan este “parteaguas” en la vida del Señor, a partir del cual comienza a anunciarles su pasión y muerte violenta. “Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’ Ellos le dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que alguno de los profetas’. Y él les preguntó: ‘Y vosotros, quién decís que soy yo?’ Pedro le contesta: ‘Tú eres el Cristo’” (Mc 8, 27-30; cfr. con detalles distintos, Mt 16, 13-20; Lc 9, 18-21). Las respuestas precedentes, dentro de su inexactitud, apuntan a una figura típica del Antiguo Testamento: la del profeta, que se caracteriza no como quien anuncia el futuro o como quien denuncia las situaciones de injusticia y de pecado, sino en primer lugar como quien habla y actúa en nombre de Dios[5].

            La pregunta sobre la identidad de Jesús aparece, como hemos visto, ante todas las dimensiones del ministerio de Jesús: su palabra, sus acciones, sus milagros, su solidaridad con los pecadores, su pretensión de perdonar las ofensas hechas a Dios: el pecado.

Pero también aparece, de una forma extraordinaria, en los hombres y mujeres con quienes Jesús se encuentra personalmente. Conviene que profundicemos este tema, central en la vida de Jesús… y en nuestra vida, pues constituyen un paradigma de nuestro encuentro personal con el Señor.

Jesús se encuentra con todo tipo de personas, y para todos es una persona “muy especial”; comenzando por los niños, que se le acercan para que los acaricie y los bendiga (cfr. Mt 19, 13-15 et par.), provocando la extrañeza de los discípulos y el enfado del Señor. A quienes se le acercan esperando recibir la curación de sus enfermedades, les concede mucho más: se sienten amados personalmente por Dios, recibiendo no sólo la salud física, sino la salvación (cfr. Lc 17, 11-19: los diez leprosos; san Agustín comenta: todos recibieron la curación, sólo uno –un extranjero- la salvación…). En uno de sus primeros milagros, al presentarle a un paralítico, Jesús, con ternura, le dice: “Ánimo, hijo, ten confianza, tus pecados quedan perdonados” (Mt 9, 2; Mc 2, 5); a una mujer enferma ya de muchos años –y sin duda, mayor que él-, cuya fe produce una “reacción psicosomática” en Jesús, le dice igualmente: “Ánimo, hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5, 25-34; Mt 9, 22).

Podríamos continuar hablando de su compasión por el pueblo, a quien siente abandonado, “como ovejas sin pastor” (cfr. Mt 15, 32), que llega en ocasiones incluso al llanto: ante Jerusalén, pensando en su destrucción: (cfr. Lc 19, 41ss.), o ante la muerte de su amigo Lázaro y el dolor de sus hermanas Marta y María (cfr. Jn 11, 35); ante la cerrazón de los jefes del pueblo, siente una mezcla de ira y dolor (cfr. Mc 3, 5), y frente a la exigencia de signos por parte de los fariseos, Jesús responde “dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser” (Mc 8, 12). La ternura con la que se dirige a la viuda de Naim, quien además acaba de sufrir la muerte de su hijo, es conmovedora: “Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: ‘No llores’. Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban, se pararon, y él le dijo: ‘Joven, a ti te digo: levántate’. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre” (Lc 7, 13-15).

La carta a los hebreos dirá, en forma impresionante: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hebr 4, 15).

El evangelista san Juan es quien presenta con mayor profundidad estos encuentros de Jesús: ya desde el principio, con el despreciativo Natanael, tiene palabras de aprecio (y quizá un poco de ironía), y este breve encuentro determina un cambio radical en quien se sentía un “auténtico israelita” (cfr. Jn 1, 47ss.). Más adelante, el diálogo con Nicodemo provocará un “nuevo nacimiento” de parte del fariseo, miembro del sanedrín: desde su visita nocturna (probablemente por miedo a sus colegas), hasta la actitud de valentía ante la muerte de Jesús (cfr. Jn 19, 39). La curación de un ciego de nacimiento nos presenta un extraordinario itinerario de fe, que comienza en el don milagroso de la vista física hasta la contemplación del Señor con los ojos de la fe: “’Creo, Señor’. Y postrándose, lo adoró” (Jn 9, 38).

Sobre todo en el encuentro con las personas que sienten que su vida se ha arruinado, no sólo por el desprecio de los demás, sino fundamentalmente por su alejamiento de Dios por el pecado, Jesús muestra su más profunda compasión, y al mismo tiempo, su más íntima “pretensión”: ofrecerles el amor y el perdón mismo de Dios, siendo, en la práctica, su “representante”. Con la samaritana, que tenía todos las posibles contraindicaciones, según la mentalidad judía, para que Jesús le dirigiera la palabra, el Señor se muestra con una conmovedora bondad y misericordia, sin ignorar su pasado: sino más bien invitándola a cambiar su vida; tanto, que, olvidándose de su cántaro, “corrió a la ciudad” (Jn 4, 28), y así se convierte en la primera “evangelizadora”: “Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él (Jesús) por las palabras de la mujer” (Jn 4, 39).

En el evangelio de Lucas, encontramos otro conmovedor episodio: Jesús, huésped en la casa de un fariseo, recibe el homenaje de amor y gratitud de una pecadora pública, suscitando así el escándalo del “justo” fariseo Simón. Es importante hacer resaltar, contra interpretaciones superficiales o incluso equivocadas, que la raíz de la conversión de esta mujer se encuentra en la fe. Este detalle me parece extraordinario: es la única vez, fuera de los relatos de milagros, en que Jesús dice a una persona: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz” (Lc 7, 50): el encuentro con Jesús ha provocado en esta anónima pecadora la experiencia de fe de sentirse amada y perdonada por Dios, y por ello corresponde con un “amor más grande” (v. 47): indicando, con ello, lo que ya aparecía en la curación del paralítico: que el perdón de los pecados de parte de Dios es una obra aún más maravillosa que la curación milagrosa de una enfermedad física. ¡Lástima que el fariseo se atrinchere en el cumplimiento de la ley, cerrándose así a la gratuidad del amor de Dios, no sintiéndose “deudor”, y por tanto, sin necesidad del perdón divino!

Esto nos recuerda, indudablemente, lo que Joseph Ratzinger llama “quizá la más bella”[6] de las parábolas de Jesús: la parábola de los dos hermanos y el padre bondadoso (cfr. Lc 15, 11-32). El mismo san Lucas nos relata el encuentro de Jesús con el jefe de publicanos de Jericó, Zaqueo: el sentirse llamado por su nombre por parte de Jesús lo hace sentirse amado, en forma totalmente gratuita, por Dios mismo; y esto provoca un cambio tan radical en él, que le podemos aplicar las palabras mismas de Pablo: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo” (Flp 3, 7). La escena culmina con las palabras de Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).

No podemos dejar de mencionar el que quizá es el encuentro más hermoso y “escandaloso” de Jesús, aquel de quien dice, con una frase lapidaria, san Agustín: “Se encontraron, frente a frente, la gran miseria y la gran misericordia”: el encuentro con la mujer adúltera, en Jn 8. Es importante hacer notar que, una vez que Jesús ha “limpiado el terreno”, no minimiza el pecado de esta mujer, ni en sí mismo, ni en relación con los demás; no dice, por ejemplo, “¿ya ves? Los demás son más pecadores que tú”; al contrario: sólo entonces es cuando ella toma conciencia de su situación única y personal, ante el inmenso e inmerecido amor de Dios manifestado en Jesús, a quien llama: “Señor”: quien de un momento a otro le ha abierto un camino nuevo y lleno de esperanza, después de que se había visto a las puertas de una muerte ignominiosa: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8, 3-11).

            Finalmente, el mismo evangelista nos presenta el encuentro final de Jesús resucitado con Pedro: Jesús no quiere echar en cara al apóstol su vergonzosa traición: lo que le interesa es ofrecerle su amor, y renovar, una vez más, su fidelidad: “Señor, Tú lo sabes todo: Tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).

            Podemos concluir esta parte de nuestra reflexión subrayando: por todas partes, su manera de hablar “con autoridad” y el contenido de su mensaje, centrado en el Reino de un Dios que es “Abbá”, Padre; sus acciones milagrosas, la mayor de las cuales es el perdón de los pecados; sus encuentros personales suscitan la pregunta: “¿Quién es éste?”, pregunta que se orienta siempre… hacia Dios. Jesús aparece como el “lugar” donde Dios manifiesta su amor, su perdón y su salvación. No estamos lejos de la frase que el evangelista Juan pone en boca de Jesús, en la última Cena: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Una convicción reflejada, de forma extraordinaria, en la 1ª Juan: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de la vida –pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1, 1-3).

3.- “…hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él…” (1 Jn 4, 16)

            No podemos quedarnos aquí, indudablemente; ni respecto de la historia de Jesús, ni en cuanto a la identidad de nuestra fe cristiana. Es indudable que su muerte violenta en la cruz, como blasfemo y malhechor, desautorizado por los jefes del pueblo y aparentemente por el mismo Dios, provocó una crisis radical en quienes creían en él, comenzando por los mismos discípulos: “”Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel…” (Lc 24, 21).

            A este respecto, el Rector Mayor escribe:

Per comprendere meglio cosa significa la Risurrezione di Gesù è necessario –paradossalmente- prenderne sul serio la morte (…) Non mi riferisco solo al fatto, totalmente reale, della passione e morte del Signore, ma anche a quel che implicava per la mentalità giudaica.
Per il popolo di Israele, Dio si manifesta attraverso gli avvenimenti della sua storia e della storia universale. Nel caso concreto di Gesù, la sua morte in croce significava, per un giudeo, che Dio non stava dalla sua parte: che non ne avallava la pretesa messianica e meno ancora la pretesa filiazione divina. Finché non si riflette su questo fatto, non si prende sul serio, dal punto di vista teologico, la morte di Gesù in croce. Di conseguenza, i discepoli di Gesù non si aspettavano più nulla dopo la sua morte: chi parla di ‘allucinazione’ o semplicemente dice che essi ‘videro quel che speravano di vedere’, oltre ad ignorare la concretezza delle persone del popolo, minimizza o persino ignora questo tratto fondamentale dell’israelita.[7]

            En su carta sobre la “Cristología salesiana”, D. Pascual menciona una homilía muy hermosa de Gerhard von Rad, que comenta el encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado.[8] A propósito de la expresión: “Estaba María llorando fuera, junto al sepulcro…”, el gran biblista alemán escribe:

María, queridos hermanos, tenía motivo para estar triste; sí, puede decirse que en todo el mundo no hay otro motivo más que éste, para estar tan desesperadamente triste: ha perdido al Señor, a Cristo. Ella había escuchado su llamada, había vivido con él, se había tranquilizado en su presencia, para que luego todo acabase en una gran catástrofe. Se ha roto su esperanza y su consuelo, el sentido de su existencia, como nos gusta decir ahora. No había sido más que un juego, una hermosa ilusión (…) Ninguna otra desilusión que pueda experimentar el hombre en su vida puede compararse con el abatimiento y el horrible desengaño de los discípulos de Jesús tras la muerte de éste[9].

            Sólo tomando en serio la muerte del Señor, podemos fundamentar nuestra fe cristiana en su resurrección, acción trinitaria por excelencia: Dios resucitó a Jesús por la fuerza de su Espíritu. No podemos, evidentemente, detenernos a profundizar este Misterio central de nuestra fe, del cual dice san Pablo: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados” (1 Cor 15, 17).

            Más bien, en relación con nuestro tema, nos interesa subrayar que la resurrección de Jesús constituye la clave de lectura definitiva para comprender cada vez con mayor plenitud, bajo la guía del Espíritu Santo, toda la vida y acción de Jesús durante su vida pública (“prepascual”).[10]

A la luz de su resurrección, se va delineando, cada vez con mayor claridad, la respuesta a la pregunta: “¿Quién es éste?”. Y así, surgen dos grandes líneas, que se van de alguna manera identificando:

- en Jesús “habitaba” en plenitud, ya desde su vida terrena, el Espíritu de Dios. Así lo anuncia Pedro, en la casa del centurión Cornelio: “Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10, 37-38).

- Al mismo tiempo, y no sólo como continuación de la anterior manera de entender el misterio de Jesús, va tomando forma la convicción de que Jesús es el enviado del Padre: una convicción de la primitiva comunidad que se manifestará ya madura en el evangelio de Juan, pero que aparece muy tempranamente (contra lo que algunas corrientes exegéticas y teológicas sostienen). Acerca del texto neotestamentario más impresionante, el himno que san Pablo presenta en la carta a los filipenses (Flp 2, 5-11), Martin Hengel (citado muchas veces por Joseph Ratzinger en su obra sobre Jesús de Nazaret) escribe:

In occasione della festività della Pasqua dell’anno 30 un giudeo di Galilea viene crocifisso a Gerusalemme sotto l’accusa di avere avanzato pretese messianiche. All’incirca 25 anni dopo, Paolo, un tempo fariseo, in una lettera indirizzata ai membri della comunità messianica da lui fondata nella colonia romana di Filippi cita un inno avente per oggetto questo Crocifisso (…) La discrepanza tra la morte infamante di un delinquente politico giudeo e quella professione di fede, che presenta questo giustiziato con i tratti e la natura di un Dio preexistente che si fa uomo e si umilia fino alla morte d’un servo, questa che, a quel che mi resulta, ha costituito anche per il mondo antico una discrepanza priva di riscontri analogici, getta la sua luce sull’enigma della genesi della cristologia nella chiesa primitiva (…) Onde si ha la tentazione di affermare che nel giro di neanche due decenni il fenomeno cristologico è andato incontro ad un processo le cui proporzioni sono maggiori di quelle più tardi raggiunte durante i successivi sette secoli, fino al compimento del dogma della Chiesa antica.[11]

 

            El proceso al que aludía Hengel, que conducirá a las grandes declaraciones dogmáticas de los Concilios de los primeros siglos de la Iglesia, es demasiado complejo como para querer sintetizarlo en unas cuantas palabras. Lo que podemos decir es que la pregunta sobre el misterio del Dios verdadero y sobre la identidad más profunda de Jesús van totalmente unidas: más aún, son interdependientes, desde el momento en que, como dice san Juan en su primera carta, “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). No se trata de una “definición filosófica” abstracta sobre Dios, sino que, como dice Eberhard Jüngel[12], es la síntesis más perfecta del “acontecimiento Cristo”. Por una parte, crece cada vez más la convicción de que “Jesús no puede no ser Dios” si tomamos en serio que nos ha revelado, en forma definitiva, el rostro del Dios verdadero, el Amor de un Dios que es “Abbá”, “Papá”; pero, precisamente por eso, no se puede pasar por alto que el secreto más profundo de su existencia es precisamente la de ser Hijo (por lo tanto, “distinto” de Dios): “Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (Jn 14, 28). Por otra parte, el “protagonista” de la Iglesia primitiva es el Espíritu Santo, que Jesús resucitado ha enviado de parte del Padre; y como decían los grandes Padres de la Iglesia griega, “¿cómo podría santificarnos/divinizarnos el Espíritu Santo, si él mismo no es Dios?” Por supuesto, tampoco el Espíritu Santo es el Padre. Esta aparente aporía fue fuente de muchas especulaciones heréticas, hasta llegar a la definición dogmática en los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381).

            La verdad central de nuestra fe, el Misterio de un Dios Trino y Uno, que es Amor en la perfecta unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo, tiene su raíz más profunda en el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho Hombre. Termino esta sección con un bellísimo texto de un gran teólogo católico belga, el dominicano Edward Schillebeeckx:

Il Dio vivente non è dunque che l’Infinito, l’Incomprensibile? Non potremo mai indicarlo a dito in questo mondo e dire: Dio è là?
Quando i bambini fanno corona al presepio ed esclamano con gioia: ‘guarda l’asinello’, ‘e la stella’, ‘oh, i re magi coi loro doni’, ‘e i camelli’, ‘e Gesù Bambino”…, il credente china la testa: ‘…Dio è là’. Lui, il Dio vivente, sa che la sua presenza infinita, che tutto comprende e che da tutto traspare, è profondamente oscura per l’uomo, il quale desidera per questo trovarlo in qualche luogo al proprio livello, mostrarlo a dito, poter suggerire in qualche modo a quelli che lo cercano: ‘fuoco!’, ‘acqua!’, come fanno i bambini quando giocano, a seconda che uno si avvicina o si allontana dall’oggetto cercato. Dio conosce il cuore umano. L’infinito si è fatto finito nel Cristo Gesù. Adesso Dio è in mezzo a noi sotto una forma finita, sotto una forma che noi possiamo veramente incontrare: nella casa del publicano Zaccheo, presso il pozzo di Giacobbe o sulla cima di quel monte; ieri, egli è venuto qui, oggi è partito per Gerusalemme. Egli è nel tempio o nell’orto, a sud della città. Egli è là… sulla croce. Noi non possiamo concepire pienamente la presenza incommensurabile di Dio che quando essa si ‘temporalizza’ secondo i nostri limiti, quando viene a stabilirsi accanto a noi, prendendo un volto e parlandoci, quando viene a vivere al nostro fianco così che si possa avvertire come un uomo, ma come un uomo che non si era mai visto.
In verità, tutto ciò non elimina il mistero di Dio. Neanche il Cristo ci ha mostrato Dio talmente in se stesso, da sopprimerne il mistero. Certo, egli ci ha mostrato Dio, ma ha soprattutto mostrato quel che è un uomo totalmente consacrato a Dio, al Padre invisibile[13].

4.- “…si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros” (1 Jn 4, 12)

 Recapitulando el itinerario de nuestra reflexión, hemos tratado de recorrer el camino de la Iglesia, desde el primer encuentro con Jesús de Nazaret, el predicador itinerante de Galilea, poniéndonos en el lugar de sus contemporáneos. Es necesario ahora regresar a nuestra realidad actual, espero que enriquecidos con este viaje en el espacio y en el tiempo, para preguntarnos: ¿cómo podemos ser discípulos y testimonios del ‘Dios de Jesucristo’, hoy? Y más específicamente: ¿cómo podemos serlo, en cuanto Familia Salesiana?

            La Iglesia hoy nos invita a vivir un camino de “nueva evangelización”. Muchas veces, equivocadamente, se entiende esta “novedad” como rechazo del pasado, cuando en realidad se trata de renovar, esto es, volver a nuestras raíces, para retomar el compromiso de ser testigos y apóstoles: enviados a dar testimonio, con nuestra vida y con nuestra palabra, del amor de Dios manifestado en Jesús. Me parece –como una opinión muy personal- que los tiempos en que vivimos, ciertamente muy distintos respecto a cualquier época del pasado, paradójicamente nos presentan el mismo reto de la primitiva comunidad: presentar a un Dios “creíble”, desde la radical humanidad del Señor. A este respecto, nos orienta una frase genial de san Agustín: Per hominem Christum tendis ad Deum Christum[14].: “Por medio del Hombre Cristo, tiendes al Cristo Dios”. Me parece que coincide con el programa del Santo Padre Francisco, como orientación de su pontificado. Considero que, aun entre nosotros, los cristianos, sobre todo respecto de los jóvenes, podemos aplicarles lo que Steiner dice sobre Dostoievski, comentando la frase agustiniana: “A diferencia de Tolstói, Dostoievski estaba ardientemente persuadido de la divinidad de Cristo, pero esta divinidad movía a su alma y atraía a su inteligencia con extremada fuerza a través de su aspecto humano”[15]. No se trata de “rebajar” la exigencia cristiana, conformándonos con la aceptación (muchas veces más sentimental que racional) de un Jesús, “Hombre perfecto”; sino más bien de indicar el posible punto de partida, sobre todo para quienes están lejos de la Iglesia y aun de Dios, quizá porque rechazan –con cierta razón- una imagen no adecuada del Dios de Jesucristo: soy el primero en indicar que ser cristiano es creer en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado.

            Si se replicara que parece demasiado “secular” este punto de partida, habría que recordar la palabra misma del Señor: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35): no alude a ningún aspecto “religioso” o dogmático, sino a la praxis concreta de los cristianos.

            La realidad humana e histórica de Jesús, en cuanto Hijo de Dios hecho Hombre, implica también su ubicación en el espacio y en el tiempo. Desde la ascensión, su presencia real y viva entre nosotros es objeto de fe (incluso su presencia eucarística): ya no lo vemos, oímos, tocamos, como lo hicieron sus contemporáneos en Palestina. ¿Cómo continúa, entonces, el plan de salvación de Dios en nuestro mundo? ¿De nuevo Dios se convierte sencillamente en el Dios inaccesible, el “Abismo insondable” del que hablaban los gnósticos?

            En dos ocasiones, san Juan utiliza una frase terrible: “A Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1, 18; 1 Jn 4, 12). Sin embargo, en ambos casos la fuerza de esta expresión está en función de acentuar la contraposición que le sigue. La primera vez dice: “…el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha manifestado” (Jn 1, 18). En cambio, la segunda vez añade: “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor llega en nosotros a la perfección” (1 Jn 4, 12). ¡Qué maravilla constatar que la misma misión de Jesús es la misión de la Iglesia, de todos los que nos llamamos cristianos; y, en la Iglesia, con un método específico y unos destinatarios preferenciales, es la misión de la Familia Salesiana, que nos ha dejado, como la herencia más preciosa, san Juan Bosco.

            En cierto sentido, también deberíamos poder decir, con Jesús y como Él: “Quien nos ve a nosotros, como comunidad que vive en el amor y que promueve la fraternidad en la construcción del Reino, ve a Dios”. Éste es el sentido más profundo de lo que el Rector Mayor nos ha dado en este año, 2014, como Aguinaldo: “la gloria de Dios y la salvación de las almas”.

            La “gloria de Dios” no tiene nada que ver con un triunfalismo trasnochado, y menos aún con un orgulloso “narcisismo” divino. Partiendo de la etimología de la palabra, tanto en hebreo como en griego (kabod-doxa), indica el anhelo de que Dios se haga sentir en nuestro mundo, se manifieste en forma visible, audible, palpable. Ya lo ha hecho, de una vez para siempre, en Jesucristo; y nos invita a continuar esta fascinante misión. Quizá más de alguna vez hemos escuchado, de labios de alguna persona: “yo no puedo creer en Dios, pues nunca lo he visto, ni me he encontrado con Él”; en vez de reprenderlo, o darle una clase de teología sobre la invisibilidad e inaccesibilidad de Dios, ¿no deberíamos pensar que, en el fondo, nos está echando en cara a los cristianos no estar cumpliendo la misión que Jesús nos ha encomendado?

            San Ireneo lo ha dicho, de una manera insuperable: “la gloria de Dios es el hombre viviente”. Traducido salesianamente, sonaría así: “La gloria de Dios es que nuestros jóvenes, especialmente los más pobres y abandonados, tengan vida, y la tengan en abundancia (=la salvación de las almas)”.

5.- Conclusión

La contemplación de Jesús, en su radical humanidad, en la que manifiesta al máximo el Amor de Dios al compartir en todo nuestra existencia, no puede no culminar contemplando a Aquélla que ha hecho posible, por obra del Espíritu Santo, la Encarnación: la Santísima Virgen María. Si san Juan ha podido decir: “Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos tocado…”: de una manera única puede decirlo la que le ha dado carne de su carne y sangre de su sangre.

            Hay un texto conmovedor, aunque muy poco conocido, que describe esta cercanía incomparable de María con Jesús: ¡nada menos que de Jean-Paul Sartre, en una obra de teatro compuesta en un campo de concentración en Trier, en 1940, de la cual dice René Laurentin: “Sartre, ateo deliberado, me ha hecho ver mejor que nadie, si exceptúo los Evangelios, el misterio de la Navidad”[16].

Quello che bisognerebbe dipingere, del suo volto, è una meraviglia ansiosa che appare solo una volta in una figura umana, perché il Cristo è suo figlio, carne della sua carne e frutto del suo ventre. Ella lo ha portato per nove mesi, gli donerà il seno e il suo latte diventerà il sangue di Dio. Ma, per il momento, la tentazione è tanto forte da farle dimenticare che egli è Dio: lo serra tra le sue braccia, lo chiama: ‘Piccolo mio!’. Ma, in altri momenti, essa resta interdetta e pensa: ‘È Dio!’. (…) Ma io penso che vi sono altri momenti, rapidi, sfuggenti, nei quali lei sente insieme che Cristo è suo figlio, il suo piccolo, e che egli è anche Dio. Ella lo guarda e pensa: ‘Questo Dio è il mio bambino, questa carne divina è la mia carne, è fatta di me stessa, ha i miei occhi, e questa forma della sua bocca è la forma della mia bocca. Mi rassomiglia’. Nessuna donna ha ricevuto il suo Dio tutto per sé, in questo modo: un Dio tanto piccolo che si può prendere tra le braccia e coprire di baci, un Dio caldo che sorride e respira, un Dio che si può toccare e ride. Ed è in uno di questi attimi che io ritrarrei Maria, se fossi pittore. E cercherei di rendere l’aria di coraggio tenero e timido con cui protendeva il dito per toccare la dolce pelle di quel piccolo Bambino-Dio, di cui sentiva sui ginocchi il piede tiepido, e che le sorrideva[17].

            Sin embargo, no podemos quedarnos aquí: aquí comienza un camino de fe tan profundo, tan radical y –no podemos negarlo- tan doloroso, como ningún otro creyente ha vivido. Esta cercanía, única, de María con Jesús no sustituye su fe, sino al contrario: la exige, cada vez más incondicional, en la medida en que la realidad parece ir resquebrajando las expectativas –humanas, maternas, judías- de María, hasta llegar al momento culminante: la cruz. El Rector Mayor escribe: “Nel momento cruciale della vita di Gesù (…) troviamo Maria ai piedi della croce: si tratta di tre versetti d’una densità sorprendente (Gv 19, 25-27). (…) Oso riferire alla Madre del Signore l’espressione del vangelo di Giovanni (Gv 3, 16) riguardo a Dio Padre: “Maria ha tanto amato il mondo, da dargli il proprio Figlio”[18].

            La Santísima Virgen María Inmaculada Auxiliadora es nuestro Modelo en la realización de la Misión Salesiana: llevar a Jesús a tantos muchachos y muchachas, a tantas hermanas y hermanos nuestros, en todas partes del mundo, que nos suplican: Queremos ver a Jesús! (Jn

Maria è, così, il Modello nella realizzazione della nostra missione: portare Gesù a tante ragazze e ragazzi, a tanti fratelli e sorelle nel nostro mondo, che ci gridano: Vogliamo vedere Gesù! (Gv 12, 21).

           


[1] Cfr. el título de la magna obra de J. P. MEIER, “Un Judío Marginal” (A marginal Jew).

[2] Cfr. WALTER KASPER, citando a ADOLF HOLL, Jesus in schlechter Gesellschaft, en: Jesús, el Cristo, Salamanca, Ed. Sígueme, 2002, 11ª Ed., p. 144.

[3] Tutti gli articoli del Bolletino Salesiano (pubblicati nelle diverse lingue) sono stati raccolti e pubblicati insieme nel volume: PASCUAL CHÁVEZ V., Vogliamo vedere Gesù, Torino, ELLEDICI, 2011. Il testo citato è a p. 22.

[4] Ibidem, p. 22-23.

[5] Conviene recordar que los profetas no sólo realizan su misión verbalmente, sino también con acciones simbólicas: sobre todo en Jeremías y en Ezequiel.

[6] JOSEPH RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Madrid, La Esfera de los Libros, 2007, p. 243.

[7] D. PASCUAL CHÁVEZ, Vogliamo vedere Gesù, p. 51.

[8] D. PASCUAL CHÁVEZ, Contemplare Cristo con lo sguardo di Don Bosco, Roma, ACG 384 (2004), p. 27. El texto de Von Rad aquí citado no se encuentra en la Carta.

[9] GERHARD VON RAD, Sermones, Salamanca, Ed. Sígueme, 1972, p. 23-24.

[10] Cfr. WOLFHART PANNENBERG, Esquisse d’une Christologie, Paris, Les Éditions du Cerf, 1971, p. 74-76: “Si Jesús ha resucitado, esto sólo puede significar para un judío que Dios mismo ha aprobado la actitud prepascual de Jesús (…) Si Jesús, resucitado de entre los muertos, ha subido hasta Dios, y así ha inaugurado el fin del mundo, Dios se ha revelado definitivamente en Jesús”.

[11] MARTIN HENGEL, Il Figlio di Dio, Brescia, Paideia, 1984, pp. 17-18.

[12] EBERHARD JÜNGEL, Dio Mistero del Mondo, Brescia, Queriniana, 2004, 3ª Ed., p. 410ss.

[13] EDWARD SCHILLEBEECKX, Dio e l’Uomo, Roma, Ed. Paoline, 1967, pp. 21-23.

[14] Citado en: GEORGE STEINER, Tolstói o Dostoievski, Madrid, Ed. Siruela, 2002, p. 296.

[15] Ibidem, p. 296-297.

[16] Citado en la Presentación, hecha por JOSÉ ANGEL AGEJAS, de: JEAN-PAUL SARTRE, Barioná, el Hijo del Trueno, Madrid, Vozdepapel, 2006, p. 15.

[17] La cita (en italiano) está tomada de: ANTONIO MARIA SICLARI, Ci ha chiamati amici, Milano, Jaca Book, 2001, p. 45

[18] D. PASCUAL CHÁVEZ, ‘Ecco la tua Madre!’ (Gv 19, 27). Maria Immacolata Ausiliatrice, Madre e Maestra di Don Bosco, en: ACG 414 (2012), p. 32 (cfr., más ampliamente, 22-33).

Una espiritualidad salesiana con denominación de origen laica

Roberto Lorenzini

Premisa

Me gustaría reflexionar con vosotros sobre el don que Don Bosco nos ha hecho tanto a los laicos no consagrados de la Familia Salesiana que se han implicado con él, acogiendo como referencia de vida su espiritualidad: desde los Salesianos Cooperadores, a los devotos de María Auxiliadora, a las Exalumnas y Exalumnos, a los amigos de Don Bosco y a todos aquellos que, bajo diversos títulos, forman parte del vasto Movimiento Salesiano.

Me gusta pensar en estos laicos como los buenos cristianos y honrados ciudadanos según el modelo de persona que soñado por Don Bosco.

En esta exposición hare referencia a la presentación del Aguinaldo 2014 del Rector Mayor, al dossier de Pastoral Juvenil de junio de 2013 que profundiza algunos aspectos (en particular las aportaciones de Bissoli, Séïde, Garcia ed Errico), del fascículo “Educadores de santos” de Don Giuseppe Casti, Delegado mundial de los Salesianos Cooperadores, del texto “Suoi testimoni” del Salesiano Cooperador Nino Sammartano, y del pequeño volumen “Testimoni dell’alleanza”, de Don Joseph Aubry con Vittoria y Roberto Lorenzini.

Vinculados a la dinámica interior de Don Bosco

Responder al amor de un Dios que ama inmensamente es el camino para una santidad posible para todos. Dejarse penetrar por este amor hasta el punto que no podamos quedárnoslo sólo para nosotros y tener que compartirlo con todos, es la dinámica de la caridad pastoral que nos impulsa a ser levadura evangélica en los ambientes de nuestra vida empezando por nuestra familia y llegando a los jóvenes y al prójimo más desgraciado en quien vemos la imagen de Jesús mismo (cfr Aguinaldo n. 2).

En la presentación del Aguinaldo 2014 el Rector Mayor comienza afirmando que “La espiritualidad salesiana no es diferente a la espiritualidad cristiana”. ¿Por qué? Porque tiene la misma raíz que es la caridad, es decir, la vida misma de Dios a quien Don Bosco ha dibujado a través del rostro de Jesús, buen Pastor.

Es cierto que impresiona constatar como para Don Bosco fue tan natural vivir lo sobrenatural.  Contemplando la presencia de Dios entre las redes de su vida cotidiana, el transformaba la unidad con su Señor, en dinámica de vida, toda ella empleada en sus jóvenes, los pobres, los últimos. Una acción imbuida de oración, una oración imbuida de acción.

¿Qué significa para nosotros, laicos, vivir esta dinámica interior? Es Don Bosco mismo el que nos da una pista sobre la respuesta: “Mediante el trabajo podéis ser meritorios para la Sociedad... y hacer del bien de vuestra alma, especialmente si ofrecéis a Dios vuestras ocupaciones cotidianas”(OE XXIX 68-69). En otras palabras nos invita a acoger esta presencia de Dios en las ocupaciones ordinarias y en las tareas de nuestra jornada, haciendo de Cristo el criterio de nuestra acción.1

Ramas unidas a una única vid

De la espiritualidad laical habla magníficamente la “Christifideles laici” (1988), pero la reflexión partiendo de Don Bosco nos ayuda a conjugarla en modo tal que podamos fecundar salesianamente cada ambiente de la vida: juvenil, familiar, eclesial, social... (cfr Aguinaldo n. 3). Es una espiritualidad, que trazando una relación de corazón a corazón con Dios, nos compromete a dar plenitud de vida por su gloria, en la convicción primera que “la gloria de Dios es el hombre vivo” (cfr Aguinaldo n. 4).
Para nosotros laicos, la unión con Dios Padre constituye la condición de nuestra implicación apostólica: ramas unidas a una única vid. El dinamismo del Espíritu nos conduce hacia una orientación unitaria, aquella del ágape, asumiendo el diseño de salvación del Padre como proyecto que unifica nuestra vida.2

La oración común, la meditación de la Palabra, la vida sacramental se convierten en fuente de fuerza que alimenta el deseo de colaborar en la edificación del Reino de Dios, transformando la vida en oración y la oración en vida porque, como afirma Martha Séïde, “todo puede convertirse en oración para quien tiene una vida de oración cuidada, habitual e intensa” (NPG n. 6-2013 p. 47).

Vivir en la presencia de Dios es una fortaleza de la espiritualidad de Don Bosco.3 Así el encuentro con el Resucitado nos transforma de tal manera que no podemos seguir creyendo que el mal sea más fuerte que el bien y esto nos da la fuerza para implicarnos y luchar, haciendo de la esperanza la virtud del laico por excelencia, porque sabemos que el Espíritu del Resucitado nos precede siempre y está siempre presente y actuando en la historia.4

Llamados a la Santidad

Llenos de esta conciencia y esta carga interior, ¿a qué están llamados los laicos que tienen como referencia a Don Bosco?

Encarnar el amor que Dios “ha vertido en nuestros corazones” (Rm 5,5) significa acoger esa caridad de Cristo que nos abruma y nos impulsa a ser levadura evangélica en nuestro ambiente de vida, dándonos a los demás generosa y desinteresadamente. En otras palabras esto equivale a dirigirse de forma decidida hacia la santidad.5

En esta ardua tarea no escondemos nuestros límites, nuestras fragilidades, las dificultades, los fracasos, pero es el mismo Jesús, el Resucitado, que nos anima:  “Yo estoy con vosotros todos los días“ (Mt 28,20) o, como decía a Pablo, “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9),tanto como para hacerle exclamar: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,10). También las dificultades tienen sentido si como Pablo asegura, en Cristo “la tribulación produce paciencia, la paciencia, prueba y la prueba, esperanza” (Rm 5,3-4).

Para cada uno de nosotros cada instante de la vida puede representar un punto de encuentro con Dios. Es la mística de la vida ordinaria vivida de manera extraordinaria siguiendo los pasos de Dios que se hace presente a nuestro lado. “Es necesario que - según Martha Séïde - educarse y educar en la atención para hacer de cada instante de la vida un momento de eternidad: amor por Dios y por la humanidad” (NPG n. 6-2013 p. 49). Estamos llamados a hacernos discípulos de María que vive con especial compenetración, tanto la contemplación como el servicio. Quien vive esta “gracia de unidad”, típica de la espiritualidad salesiana, está comenzando un camino seguro hacia la santidad.
Por otra parte, la tentación de pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar se vence con la adhesión a las palabras de Jesús: “Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Confiándonos en esta unión con Jesús, como rey, sacerdote y profeta por el don del Bautismo, ofrezcámosle todas nuestras fatigas y nuestro compromiso.6 Es indudable que esto nos llama a tomar distancia respecto de la mentalidad de esta mundo, y es aquí donde se encuentra nuestra áscesis.7

Una espiritualidad que quiere incidir en lo social

Una espiritualidad entendida así nos llama a conjugar la fe en Dios y la fidelidad al hombre para convertirnos en esperanza para el mundo…8 Nos compromete a la realización del bien común incidiendo en lo social y lo político...porque todo aquello que es humano es lugar de experiencia y de encuentro con el Señor de la vida.9

Esta espiritualidad sobre las huellas de Don Bosco, hace que el “buen cristiano” se materialice en sus responsabilidades de “honrado ciudadano” adicto a buscar nuevas vías y modos para trasplantar la genialidad de don Bosco en la vida pública, en el mundo de la cultura, de la política, de la vida social.10 Es el laico adicto a la salvación de su alma a través de su responsabilidad de ciudadano11 convencido, como informaba un Boletín Salesiano en del 1883, que “trabajar en la educación de la juventud más abandonada es dar gloria a Dios y cooperar al bienestar de la sociedad civil” (cfr BS a.VII, 1883, n.7. p. 104).

A nosotros laicos nos han sido dirigidas muchas llamadas que miran hacia este compromiso social: el Rector Mayor en el Congreso mundial de los Cooperadores del 2012 nos pedía de “salir de las sacristías” y recientemente le hacía eco el Papa Francisco nos solicitaba “salir de los cenáculos”.
Aquello que Don Bosco entendía con “ser de gran ayuda a la sociedad civil” es, en definitiva, para nosotros el objetivo de trabajar en la construcción de un mundo verdaderamente humano, en el sentido del humanismo cristiano y salesiano de San Francisco de Sales, para una plena realización de las personas.

Como cristianos y ciudadanos comprometidos con el mundo

Si la espiritualidad de Don Bosco nos anima como preciosa herencia, esto no significa que el honrado ciudadano del Tercer Mileno tenga las connotaciones de aquel del final del Siglo XIX, cuando su rol se reducía como máximo a obedecer las leyes, no dar problemas a la justicia y...sustancialmente a pensar en “sus cosas”.13

Hoy, gracias al camino de la Iglesia en el campo de la Doctrina Social, desde la “Rerum Novarum” de León XIII de 1891 a la “Caritas in veritate” de Benedicto XVI del 2009, camino enriquecido por el Concilio Vaticano II, la construcción de un orden social justo se ha convertido en un deber para cada cristiano, basado en el primado de la conciencia, corroborado por el estudio, la oración, dedicación, colaboración, fatiga, constancia...y a veces aceptación de la derrota.14

Es la Lumen Gentium la que nos confía a los laicos la tarea prioritaria de animar cristianamente la realidad temporal: “Buscar el Reino de Dios tratando con las cosas temporales y ordenándoles según Dios” (LG 31).15 Don Bosco no parece nada alejado de esta visión del laico cuando nos insta a “trabajar por el Reino haciendo el bien en la sociedad civil”! (Reg. Coop. DB 1876). Es la perspectiva del bien social, del bien común. Es, por así decir, la traducción en una óptica social, y no sólo pastoral, de la espiritualidad del “da mihi animas”. Es la tarea, para nosotros laicos de cuño salesiano, mediante el compromiso social y civil, institucional y de voluntariado, de buscar al hombre, el bien humano: de cada hombre y de todos los hombres, en la gran variedad de sus necesidades: materiales, afectivas, culturales y espirituales. Porque como el hombre, como nos enseña Juan Pablo II, es “camino de la Iglesia”; el hombre, cada hombre y todo hombre, es “un bien común: bien común de la familia y de la humanidad, de los grupos individuales y de las múltiples estructuras sociales” (Juan Pablo II, Carta a las familias, 11).

En el laico los valores cristianos, laicales y salesianos se funden armoniosamente y son vivido en medio del mundo para “difundir la energía de la caridad” (MB XVIII 161).16 De esta afirmación se extrae claramente que el compromiso de los laicos cristianos en los ambientes seculares es una eficaz al tiempo que preciosa forma de evangelización.17

Los campos de acción del laico orientado salesianamente

¿Cuáles son, entonces, los campos de acción, al menos los más “sensibles”, del laico orientado salesianamente? Doy por descontado que la dimensión educativa es el denominador común de su presencia en todos los ámbitos sociales con la capacidad donbosquiana de la capacidad de “amar y hacerse amar”.

No me centro por tanto en el sector educativo, centralísimo y privilegiado, típico de los oratorios, de las escuelas, pero sí en un ámbito que merece nuestra reflexión como laicos: la familia.

Dos esposos son llamadas a testimoniar la belleza del amor fiel, que da frutos, dado y recibido como expresión de una donación total.18 Y es bonito ver en el amor de dos esposos la expresión del ágape de Dios Padre. ¿Y por qué esto? Porque Dios es comunión de Personas. A menudo en el Antiguo Testamento se presenta la alianza entre Dios y su pueblo como un pacto de amor nupcial que, al tiempo que expresaba, diría plásticamente, el enamoramiento de Dios por la humanidad, decía alguna cosa importante sobre la relación matrimonial; y eso es que esta no consiste en un simple contrata sino en una alianza por la cual se pone en juego la vida, a la cual se permanece fiel cueste lo que cueste, porque así es el amor de Dios Padre por los hombre.

El mismo Jesús se vale de la experiencia del amor conyugal para expresar cuanto ama la Iglesia. En el matrimonio él es el garante del amor y los esposos son testimonios de esta alianza porque su amor está inserto a título pleno en su obra redentora.

Los laicos casados en el Señor sienten fuerte su compromiso de acogida de esta presencia del Señor Jesús, primer invitado a su boda, responsable de su felicidad. Y la primera presencia del Señor es reconocida en el propio cónyuge para el que si siente la responsabilidad de crecer en la fe. Así el amor recíproco se convierte en signo y portador del amor de Cristo, que de este modo nos abre una vía directa hacia la santidad. (cfr J. Aubry, Testimoni dell’alleanza, pp. 81-91).

Este amor que construye la iglesia doméstica se abre a dar fruto, al don de la vida, a la acogida de los hijos. Y en relación con los hijos Don Bosco tiene algo muy importante que decirnos en relación a su educación. ¿Hemos pensado alguna vez a los resultados positivos que puede tener el sistema educativo salesiano en una familia luchando con dos hijos sobre todo en edad evolutiva? La respuesta viene dada por descontado: ¡el Sistema Preventivo hace una aportación fenomenal y funciona de verdad!

Don Bosco mismo quería que lo vivido en sus casas fuese siempre permeado del “espíritu de familia”. Recordemos la espléndida, y en algunas líneas inquietante, “Carta de Roma” del 1884 que insiste en la paternidad del educador,  la confianza y familiaridad con el educando, al clima de alegría, de fiesta, de oración de compromiso y responsabilidad: todos elementos que convienen no sólo al oratorio sino también a la familia entendida como comunidad educativa.

Este espíritu de familia, por el contrario, hoy está a menudo en riesgo, también en la familia. Y nosotros laicos salesianos estamos llamados a encarnarlos en las relaciones familiares con la espiritualidad del “no basta amar”.

Me viene a la mente la experiencia y la inmensa documentación que el movimiento de los Hogares Don Bosco pone a disposición como un don en España, y no sólo en España, sobre la vida de la pareja, la educación de los hijos y el compromiso eclesial y social de la familia.

Pienso que también la página web “www.ilgrandeeducatore.com” (¡quién es el gran educador sino Don Bosco!), en la que un grupito de laicos, con otros amigos de la Familia Salesiana, propone a los padres, también a través de una revista, como ser “educadores de vida”, poniendo a su disposición los estímulos educativos de Don Bosco y la vasta bibliografía salesiana hasta las más recientes publicaciones. Es una mina enorme que desvela cuan rica es la pedagogía salesiana para los laicos que quiere educar en familia, y no sólo con el estilo de Don Bosco.

Tengamos presente también las grandes insidias que atacan hoy a la familia. Por esto el compromiso del laico formado en clave salesiana se orienta a hacer verdad en la visión del amor y de la sexualidad humana, (pensemos en la pureza que Don Bosco pedía a sus educadores y sus chavales), hacer verdad el matrimonio entre un hombre y una mujer según una visión que conjuga el amor con donación, fidelidad, estabilidad, apertura a la vida. Sin olvidar tampoco el compromiso en defender los derechos de los menores a partir del reconocimiento de una dignidad humana del embrión y el derecho a nacer porque es ya una persona desde la concepción: es UNO De NOSOTROS! “One of us!” como proclama la campaña europea, hecha no sólo por creyentes, por el derecho de cada embrión a nacer. Pero pensemos también en el desarrollo científico de la biotecnología genética y cuanta necesidad tiene de una verdad bioética para evitar el riesgo que todo se vuelva contra el hombre.19

Y desde la familia nuestro compromiso como “honrados ciudadanos porque buenos cristianos” se extiende hasta la sociedad. Es este precisamente el campo propio de los laicos.

La famosa “carta a Diogneto”, sobre los valores del evangelio de Juan 17 (15-17), nos recuerda que los cristianos están en el mundo pero no son del mundo. Ellos desarrollan la misma función del alma en el cuerpo: son luz, sal, levadura... fermento. Esta doble atención ayuda al laico a evitar dos planteamientos igual distorsionados: un espiritualismo desencarnado y un secularismo aplastado por en la dimensión terrenal.20

¿Y cómo se orientará el laico que se mira a Don Bosco en su actuación social y política en esta época de profundas tensiones, de globalización y de crisis económico-financiera?

Hay un criterio para orientarse en la actual crisis mundial que se puede reconducir a una profunda crisis antropológica sobre todo en las culturas mal llamadas avanzadas. San Agustín, en un momento histórico dramático como fue la época del ocaso del imperio romano, invitaba a incluir en cada ámbito del compromiso civil la veritas, a los profundes, más allá de la vanitas, de lo efímero, de la apariencia, de lo superficial. Es el primado de la conciencia en la acción social.21

Seguir hoy el criterio de la verdad en el ámbito de la política y de las instituciones significa para nosotros laicos estar animados por una fuerte tensión ética respetuosa de la participación de todos en los procesos de decisión y dirigida a su servicio. Hay que distinguir, como observaba agudamente Simone Weil, “a aquellos que viven de la política de aquellos que viven por la política”. He ahí la importancia de abrir cursos y escuelas de formación en el compromiso socio-político según la Doctrina Social de la Iglesia, sobre todo para los jóvenes que se quieren comprometen de manera seria en el servicio administrativo, político, partidista.

Hacer la verdad en el ámbito de la economía significa orientarse hacia una economía social, integrada, de comunión...atenta no sólo a la maximización de la utilidad, sino también a la participación de todos en los bienes, a la implicación de los más débiles, a la promoción de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, de las minorías.22 Una economía que mire a la reinversión con fines sociales, al respeto de la naturaleza, a la responsabilidad hacia las generaciones futuras.

Nosotros laicos, mirando a Don Bosco preparador de jóvenes para el trabajo, la profesión, la definición de contratos dignos para sus jóvenes, consideramos el trabajo, desde nuestra profesión, como parte integrante de la dignidad de la persona, como realización de uno mismo, como servicio a la comunidad, como relación entre personas, como unión al sacrificio de Cristo: como un bien primario a salvaguardar a cualquier coste.

En el plano de la cultura y de los recursos espirituales, en triunfo de la veritas nos conduce a considerar central la educación de los jóvenes, la escuela...pero también la promoción del patrimonio cultural, artístico y religioso.

Nuestra vigilancia y compromiso por la verdad se centra en particular sobre los medios de comunicación social, desde aquellos más tradicionales a aquellos de última generación, para desenmascarar los modelos negativos que dan forma a la mentalidad de los jóvenes y de la gente. El riesgo de manipulación es muy elevado: ¡no sólo hay que tener los mecanismos de escucha altos! Hay que difundir los valores de manera inteligente.23

La misma custodia de la creación como don exigente de traspasar a las futuras generaciones debe unirse a una atención constante en la promoción de esa “ecología humana” que es búsqueda del logro del bienestar físico y espiritual de toda la humanidad, con especial atención a los países emergentes y en vías de desarrollo.24

Asumir como criterio una ética de la verdad quiere decir en definitiva dar una prioridad indiscutible hacia los más débiles, individuos o grupos, pueblos o países enteros, para una acción atenta a globalizar la solidaridad, el compartir, la gratuidad. Contra cualquier estructura de pecado y de muerte.25

Nos consuela el hecho de ser muchos en la Familia Salesiana los que trabajamos en red por esta ética de la verdad.

Conclusión

Si de verdad el laico quiere ser el signo del Reino de Dios entre las personas, encuentra su vocación en la donación de sí mismo, en el servicio para hacer crecer aquel bien común que conduce al Bien Absoluto, a Dios.26

Pienso que si hoy Don Bosco estuviese entre nosotros nos animaría a intentar nuevas vías de evangelización también a través de esa dedicación social y política considerada por Pablo VI la más alta formad e caridad.

Así mientras trabajamos por conseguir para todos los hombres los bienes “penúltimos” como la justicia, la paz, la libertad, el bienestar, la solidaridad... tenemos la conciencia de trabajar en la acogida de los bienes “últimos” prometidos por el Señor: los bienes del Reino.27

Me gusta concluir proponiéndome a mí y a vosotros un ejemplo concreto de lo que he trazado: la figura del salesiano cooperador Attilio Giordani de Milán, declarado hace poco Venerable.

Attilio ha usado cualquier táctica para implicar a los jóvenes y llevarlos a Dios. “Nuestra fe debe ser vida” repetía; por eso, prima di acercarse a su trabajo en Pirelli, no renunciaba a la misa de las 6.30. Buen humor y precisión en el trabajo, presencia y alegría en el patio, amor y optimismo en la familia: son algunos de los rasgos distintivos de un hombre que escribe a su futura mujer, Noemí: “El Señor nos ayude a no ser buenos a las buenas, sino a vivir en el mundo sin ser del mundo, a andar a contra corriente...”.

Cuando sus tres hijos fueron voluntarios en Brasil con la Operación Mato Grosso, partió también él con su mujer para compartir la misión de catequista y animador. El 18 de diciembre de 1972 en una reunión estaba hablando del dar la vida por los otros: “Me basta que escojáis en la vida, que no seáis pasivo ante las situaciones”, de imprevisto se ve venir a menos y tiene apenas el tiempo de decirle al hijo: "Pier Giorgio, ahora continúa tu". Esta llamada la sentimos hoy dirigida a nosotros, laicos de la Familia Salesiana, que en Attilio admiramos a un laico secular salesiano completo: marido, padre, fenomenal “actuador” del método preventivo, misionero: huella simple y potente de un cristiano que se confía y confía todo al amor de Cristo.

Mi profunda convicción es que un cielo nuevo y una tierra nueva pertenecerán a quien, como Attilio, se ha empeñado en construirlos aquí y ahora “para la gloria de Dios y la salvación de las almas”.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Pascual Chavez, Presentación del Aguinaldo 2014. ANS.
  2. Cesare Bissoli, Jesús Manuel García, Martha Séïde, Guido Errico,

in Notas de pastoral juvenil, 06 Estate 2013. LDC.

  1. Giuseppe Casti, Educadores de Santos, Pro manoscripto, 2013.
  2. Nino Sammartano, Suoi Testimoni, La Medusa Editrice, 2004.
  3. Joseph Aubry, Vittoria e Roberto Lorenzini, Testimoni dell’Alleanza 2, 1983, Edizioni Cooperatori

NOTAS
Las notas son solamente de confrontación (cfr) y no de citación literal.
Por una cuestión práctica indico solo el autor haciendo referencia a la bibliografía indicada más arriba.

  1. Martha Séïde p. 44
  2. Manuel Garcia p. 40
  3. Guido Errico p. 53
  4. Nino Sammartano p. 93
  5. Cesare Bissoli p. 10
  6. Nino Sammartano p. 27
  7. Nino sammaritano p. 84
  8. Manuel Garcia p. 35
  9. Martha Séïde p. 48
  10. Giuseppe Casti p. 21
  11. Giuseppe Casti p. 23
  12. Giuseppe Casti p. 54
  13. Giuseppe Casti p. 59
  14. Giuseppe Casti p. 54
  15. Nino Sammartano p. 33
  16. Giuseppe Casti p. 76
  17. Nino Sammartano p. 34
  18. Nino Sammartano p. 55
  19. Nino Sammartano p. 57
  20. Nino Sammartano p. 88
  21. Giuseppe Casti p. 54
  22. Giuseppe Casti p. 57
  23. Giuseppe Casti p. 58-59
  24. Nino Sammartano p. 77
  25. Giuseppe Casti p. 58
  26. Giuseppe Casti p. 74-75
  27. Nino Sammartano p. 94