Am 6,1a.4-7; Sal 145; 1 Tm 6,11-16; Lc 16,19-31
Queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús:
Nos hemos reunido como Pueblo de Dios y como Familia Salesiana en Valdocco, para celebrar el amor inagotable de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Esta salvación y este encuentro con la Verdad se llevan a cabo en cada eucaristía, donde Cristo se hace sacramentalmente presente con la potencia de su vida nueva, y se prolonga durante la historia hasta los confines de mundo a través de la misión evangelizadora que lleva acabo la Iglesia y, en ella, la Familia de Don Bosco.
Precisamente nosotros estamos aquí para reafirmar nuestra voluntad de colaborar en el cumplimiento del designio maravilloso de Dios. En efecto, hoy realizaremos la nueva expedición misionera salesiana, la 144ª, que demuestra nuestro ser y hacer Iglesia, nuestro compromiso a favor de los jóvenes del mundo, especialmente los más pobres, la dimensión misionera de la vocación salesiana.
Nos reunimos aquí, en la Basílica de María Auxiliadora, sede habitual del envío de los misioneros salesianos. A María confiamos a cada uno y a cada una de nuestros hermanos y hermanas misioneros y nuestras misiones en el mundo.
La palabra de Dios que acabamos de escuchar podría resumirse en el versículo de la proclamación con la que Jesús hace su propia presentación en Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha enviado... a anunciar a los pobres un alegre mensaje» (Lc 4,18b).
Efectivamente, aunque el texto de Amós y la página evangélica de Lucas presentan con extrema claridad el peligro de la riqueza, de ser ricos, sin embargo, el acento de la palabra de Dios se pone sobre la evangelización de los pobres.
Ellos son los primeros destinatarios del Evangelio. Además para nosotros se trata de una invitación a amar la pobreza, como la vivió Mamá Margarita y lo enseñó a Juan; a vivir como pobres y a entregar la vida en favor de los más pobres y marginados.
Según Lucas, la pobreza representa un gran peligro para la salvación del hombre. En primer lugar porque produce miopía espiritual, que no nos deja percibir y buscar los bienes definitivos, los valores que realmente cuentan, los que subsisten tras la muerte; en segundo lugar porque produce el endurecimiento del corazón, que nos hace insensibles ante las necesidades de los más pobres, de los hambrientos, de los sedientos, de los enfermos, de los explotados, de los inmigrantes, de los excluidos y marginados; en tercer lugar porque nos vuelve idólatras, servidores no de Dios, sino del dinero.
En el actual contexto neoliberal en que vivimos, hoy la parábola del rico que se viste de púrpura y lino, que banqueteaba todos los días sin preocuparse de la condición del pobre Lázaro, lleno de llagas, deseoso de quitarse el hambre con las migajas que caían de la mesa del rico, ha llegado a dimensiones macrocósmicas, porque hay poblaciones enteras de la humanidad que apenas logran sobrevivir, cuando hay grupos de privilegiados que viven en un lujo y vanidad como los descritos por el profeta Amós: “Acostados en lechos de marfil y rellenados sobre divanes, comen los corderos del redil y los terneros del establo. Canturrean al son del arpa... beben el vino en grandes copas y se ungen con los ungüentos más refinados, pero no se preocupan de la ruina de los demás”.
Esta situación se ha hecho aún más grave por la crisis económica y financiera sin precedentes que, desde hace años estamos pasando. Ésta ha aumentado el número de pobres en el mundo, ha causado la pérdida de calidad de vida de millones de personas, ha retardado el desarrollo de los países provocando desmedido sufrimiento a causa del paro laboral, especialmente juvenil, y tanta desesperación.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco ha denunciado un modelo cultural y económico que privilegia el beneficio individual sobre el común, que excluye y de hecho reduce a materia de desecho a los ancianos y a los jóvenes. A los primeros los excluye por medio de una ‘eutanasia cultural’, privándoles de poder decir una palabra y de comunicar una sabiduría vital, además de marginarlos. A los segundos, por la falta de puestos de trabajo y, por ende, de perspectivas de futuro.
El Papa quiere una Iglesia pobre para los pobres, como Jesús mismo entendía su misión y vivía su ministerio público. Quiere además una Iglesia misionera, que sale a la periferia geográfica, cultural y existencial. Promueve, en fin, una cultura del compromiso, de la solidaridad que ayude a superar la de la indiferencia y el individualismo. Esto significa, queridos hermanos y hermanas, que para salir de la crisis actual debemos invertir en una evangelización que sepa interceptar las necesidades de la humanidad, especialmente de los más pobres, y en una gran acción educativa para promover la formación de una nueva mentalidad y de nuevos estilos de vida, ya que la cuestión social se está convirtiendo cada vez más radicalmente en una cuestión antropológica y ética. Precisamente por esto, nuestra Congregación, y nuestra Familia Salesiana, fundada por un santo social, y comprometida con su misión en todos los continentes, debe encontrar en estos estímulos del Papa Francisco un mensaje y un nuevo impulso para su testimonio y su dedicación al crecimiento integral de los jóvenes.
Para cambiar el mundo hace falta un pensamiento nuevo, fruto de la evangelización. Hay una gran necesidad de un modelo nuevo de hombre, de sociedad, de orden mundial. El modo común de pensar ha puesto la mirada en general en el tener, el bienestar material consumista, el éxito terreno, la absolutización de lo efímero. Verdaderas resoluciones éticas y culturales pueden ser llevadas a cabo por personas que viven cultivando una razón iluminada por el amor, desde aquella percepción del mundo y de nosotros mismos que sólo el corazón puede percibir.
Si la palabra de Dios actual es hiriente, lo mismo sucede con la actual realidad social que ella denuncia. El agravarse de la violencia en todas partes, sea en forma de guerra, de bandas, de delincuencia, de oleada imparable de emigración, de algún modo tienen origen en la situación de injusticia y de empobrecimiento que atenaza a millones y millones de personas.
Con la parábola de hoy, Jesús nos revela la necesidad de la conversión y de la fe, antes de que la muerte fije irremisiblemente el destino humano. Hay maneras de vivir egoístas o solidarias que marcan nuestro destino en el momento de morir. Jesús nos invita a no vivir despreocupadamente, encerrados en nosotros mismos, sino atentos a las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres, y a actuar como el buen samaritano que se acercó, se hizo prójimo de aquel hombre que había sido asaltado por los ladrones que le apalearon y se fueron dejándolo medio muerto al borde del camino,
“vendó sus heridas, lo cargó sobre su jumento, lo llevó a una posada y se cuidó de él” (Lc 10, 34).
Este mundo, esta sociedad, necesitan una cultura de la sobriedad y de la solidaridad capaz de hacer posible el sueño de Dios. Como afirma Jesús en página del evangelio; para llegar a esto bastan Moisés y los profetas. Para convertir la mente y transformar las estructuras sociales es suficiente el Evangelio, la Palabra de Dios dirigida al hombre para su salvación.
He aquí, queridos misioneros, la bella tarea que se os confía: colaborar en la humanización del mundo mediante el dinamismo del Evangelio, capaz de convertir la mente y el corazón de las persona, y de transformar el tejido social. Cambiar el mundo está al alcance de la mano. Basta cambiar el mundo que está cerca de nosotros, atendiendo a la gente hambrienta, explotada, enferma.
Vosotros hoy sois enviados desde este lugar donde Don Bosco inició el desarrollo de su obra. Hoy sois llamados a continuar su sueño, que es el sueño de Dios. Sois misioneros de los jóvenes, tomad en serio a los pobres, llevadles el alegre mensaje de la salvación, hacedles experimentar la cercanía de Dios y la dulzura de su amor.
María Inmaculada Auxiliadora sea vuestra madre y maestra. Ella os haga “humildes y robustos, guíe vuestra vida y haga fecundo vuestro trabajo misionero. Amén.
don Pascual Chávez Villanueva, SDB
Valdocco, 29.09.’13