Queridos hermanos:
Celebramos hoy la fiesta de San Francisco de Sales, el doctor humanista, gran director espiritual y generoso pastor en quien Don Bosco se inspiró, tanto como para elegirlo como Patrón de la Congregación Salesiana, proponiéndolo como modelo de celo pastoral, de amabilísima bondad, de humanismo optimista y de una santa y febril iniciativa.
La liturgia es un himno de alabanza a Dios que en San Francisco de Sales nos ha hecho ver y gustar la “dulzura de Su amor de Padre”, haciendo más simple “a todos el camino de la santificación”. San Francisco se caracterizó en efecto por su “corazón muy manso”, modelado “según el corazón” del Padre y “colmado del Espíritu de dulzura”. Fue y continúa siendo un maestro seguro de vida espiritual, rico de la sabiduría que viene de lo alto, entregado a todos en todo, en la caridad pastoral, comprometido con la “restauración de la unidad de los creyentes en el vínculo de la caridad y de la paz”. Su celebración es una invitación a trabajar “en cada circunstancia de la vida” a la enseña de esta caridad benigna, paciente y activa que impregne del espíritu cristiano las diferentes estructuras eclesiales, sociales, políticas, económicas y culturales y hacerlas más humanas.
Las lecturas que hemos escuchado nos ayudan a penetrar en el camino espiritual recorrido por el excelso santo francés, que durante sus estudios de abogado en la Universidad de Padua sufrió una grave crisis, que puede ser considerada como “la Noche Oscura del Espíritu”, empleando esta categoría de San Juan de la Cruz. Francisco se sintió arrastrado a la desesperación porque pensaba que se habría condenado para siempre en el infierno. Orando ante una imagen de la Virgen reencontró la serenidad del corazón y del espíritu e hizo un voto perpetuo de castidad. Por ello, volviendo a Francia rechazó el proyecto de su padre que lo quería como senador, tampoco aceptó la propuesta de matrimonio que su padre había preparado, en cambio, le hizo saber su deseo de llegar a ser sacerdote.
Ordenado sacerdote en la diócesis de Ginebra, en un ambiente calvinista, Francisco se entregó con gran entusiasmo a la misión de recuperar herejes a la fe. Combatió la herejía, enseñó el catecismo a los jóvenes y a los adultos, reconstruyó iglesias y escribió una serie de opúsculos. Poco a poco Dios bendijo su trabajo y creció el número de personas que venían a escuchar sus homilías y se convertían, sea por su extraordinaria bondad y simplicidad, que por la lucidez de sus argumentos. Trabajando infatigablemente como buen pastor, Francisco logró llevar a la conversión a más de 70,000 calvinistas. Ciertamente, viendo su gran éxito, algunos ministros protestantes se irritaron y buscaron un sicario que lo asesinase, pero sin conseguirlo.
Nombrado obispo de Granier, con solo 32 años, ejerció durante 20 años un ejemplar ministerio de buen pastor, totalmente abnegado y completamente dedicado su grey. Visitando las parroquias de la diócesis, predicaba en todas partes, confesaba, reformaba las comunidades religiosas, daba el catecismo, organizaba sínodos para su clero, y hablaba en modo tal que todos le entendían.
A través de sus múltiples actividades educó al pueblo cristiano y les mostró que la santidad era alcanzable en cualquier estado de vida y que esto daba lugar a diversas espiritualidades. Consideraba una herejía la afirmación que hubiese un estado de vida incompatible con la piedad (vida de unión con Dios). Es así como introdujo en la “vida devota” (vida de unión con Dios) a aquellos que querían servir a Cristo, abriéndolos a los secretos del amor de Dios, centrando la atención a la vida espiritual también en el campo de la acción de los laicos, y haciendo placentera y deseable la devoción (adhesión afectuosa hacia Dios).
Sorprende el hecho que en medio de esta infatigable actividad, el obispo de Ginebra encontrase tiempo para llevar una voluminosa correspondencia o para escribir obras verdaderamente maestras para la guía espiritual: Introducción al a Vida Devota; Tratado del amor de Dios; Conferencias Espirituales. El primero fue dirigido especialmente a los laicos y sigue siendo de gran validez y actualidad.
A nivel salesiano, además de estos elementos fuertemente estimados por Don Bosco, la figura de San Francisco de Sales se nos presenta como un modelo por su gentileza, bondad y mansedumbre con relación a cualquier persona. No por nada es llamado el más gentil de los santos, el doctor de la caridad, el más humano y amoroso de los santos. Leyendo su biografía y conociendo cuanto hubo de sufrir por parte de aquellos a quienes fastidiaba su bondad, incluso siendo objeto de difamaciones y calumnias; sabemos que su mansedumbre no era natural sino fruto del Espíritu a través de la educación de aquellos valores y de aquellas virtudes indicadas por San Pablo en la carta a los Gálatas (5, 22). Según sus biógrafos, por naturaleza Francisco era irritable y fogoso. Y fue después de varios años de intenso y paciente esfuerzo que llegó a ser gentil, tierno, manso, santo.
También el humanismo de Don Bosco se inspira en aquel de San Francisco de Sales, y se traduce en el amor y estima de la naturaleza y por la aceptación de los valores humanos y de la bondad del hombre, en el amor por el arte y la expresión de la belleza, en el amor y estima de los buenos modales, en el amor y estima por el afecto humano.
El artículo 17 de las Constituciones ha recogido esta ejemplaridad del Obispo de Ginebra: “Inspirándose en el humanismo de san Francisco de Sales, (el salesiano) cree en los recursos naturales y sobrenaturales del hombre , sin ignorar su debilidad. Coge los valores del mundo y rechaza lamentarse del tiempo presente: se queda con todo lo bueno, especialmente si agrada a los jóvenes. Porque anuncia la Buena Nueva, está siempre alegre. Difunde esta alegría y sabe educar a la alegría de la vida cristiana y al sentido de la felicidad: “Sirvamos al Señor en santa alegría”.
En este primer año del trienio de preparación al bicentenario del nacimiento de Don Bosco, en el que vamos a conocerlo más profundamente e imitarlo más fielmente, pidamos al Señor la gracia de redescubrir y de hacer nuestras las grandes virtudes de San Francisco de Sales, las que llevaron a nuestro padre a escogerlo como su y nuestro modelo.
Pascual Chávez V.
Roma – 24 Enero ‘12