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Misa para la 143ª espedición misionera XXVI DOMINGO

Misa para la 143ª espedición misionera          

 

XXVI Domingo

 «Quien no está contra nosotros, está con nosotros»
(Nm 11,25-29; Gc 5,1-6; Mc 9,38-43.45.47-48)

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

Nos hemos reunido en su Nombre para celebrar su memorial, sacramento de nuestra salvación, y para escuchar su Palabra, que es luz y fuerza para el camino de nuestra vida. Es en este contexto eucarístico donde realizamos una vez más el nuevo envío misionero salesiano.
Como en el 1875, cuando Don Bosco envió los primeros salesianos a América, también hoy el Rector Mayor, como Sucesor de Don Bosco, envía a 45 Salesianos, 15 Hijas de María Auxiliadora y 11 voluntarios laicos de Italia. Agradecemos a Dios que sigue suscitando en la Iglesia a hombres y mujeres, chicos y chicas, consagrados y laicos, como vosotros, que acogen la palabra del mandato del Señor Jesús antes de su Ascensión: "vendrá sobre vosotros el Espíritu Santo… y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines del mundo" (He 1,8). Agradecemos a cada uno de ellos, porque con su respuesta generosa a la vocación misionera hacen posible la "Missio ad Gentes", que es parte constitutiva de la naturaleza de la Iglesia, llamada a compartir "las alegrías y las esperanzas, las angustias y los sufrimientos del mundo."
La Palabra de Dios que hemos escuchado y el Sacrificio de la Cruz que celebramos, expresión suprema del amor de quien se ha entregado totalmente, ilumina este acontecimiento.
El ser misionero/a es, en efecto, un regalo del Espíritu que llama continuamente a todos los cristianos a ser discípulos, testigos y apóstoles del Señor Crucificado y Resucitado y a ir a todas partes, hasta los confines más remotos del mundo, para anunciar la salvación que Dios nos ha ofrecido en su querido Hijo y a traducirla en el compromiso de hacer más humana la vida de todos mediante la entrega de la propia vida en el campo de la educación, de la promoción humana, del compromiso social. Anuncio y testimonio son las dos formas de alargar la acción reveladora de Cristo que ha venido a "anunciar  la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19).
Los misioneros salesianos, precisamente porque son "signos y portadores del amor de Dios", verifican lo que escribió el autor de la Primera Carta de Juan: "A Dios nadie lo ha visto. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a su perfección en nosotros" (4:12). He aquí la medida del amor, que lleva a la plenitud al amado y al amante. La Eucaristía, queridos hermanos y hermanas, tiene que ser por tanto el espacio y el momento más importante de vuestra vida, de vuestro día, porque ella os robustecerá en vuestra misión de prolongar la revelación de Dios hecha por Jesús, primer misionero del Padre.

Ciertamente, hoy ser misionero y la forma de entenderlo ha cambiado mucho; ante todo porque ya todo el mundo se ha convertido en tierra de misión - sea Europa, o América, África, Asia u Oceanía -, y también porque hoy es diferente el contexto de los nuevos escenarios en que se vive la vida humana y se desarrolla la misión de la Iglesia.
El contexto económico, hoy dominado por la prueba de una crisis sin precedentes, es causa de migraciones, de tensiones y formas de violencia, de una renovada y más marcada diferencia entre ricos y pobres. El cuadro político mundial está puesto a prueba con la presencia de nuevos actores, como el mundo islámico y la fuerza emergente de los grandes estados de Asia. La investigación científica y tecnológica, ciertamente benéfica por muchos aspectos, parece no conocer límites ni referencias morales. Se nutre a veces de pretensiones ilegítimas, olvidándose de dialogar sobre los valores importantes, que están en la base de la ética humana. Más bien se presenta casi como una especie de nueva religión. Tenemos además el desafío del mundo de la comunicación social. Ésta, por una parte, ofrece mayor acceso a las informaciones, mayor posibilidad de conocimiento, de cambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad para promover una cultura cada vez más a dimensión mundial y, por otra, promueve una profunda atención sólo a las necesidades individuales, ayuda al debilitamiento y a la pérdida del valor objetivo de experiencias intensamente humanas, se reducen la ética y la política a instrumentos de espectáculo, riesgos todos que favorecen la cultura de lo efímero, de lo inmediato, de la apariencia, sin memoria ni futuro[1].
No deseo, queridos hermanos y hermanas, daros una imagen negativa del mundo de hoy. Tenemos que considerar que todos estos desafíos también son oportunidades y así las ha querido afrontar la Iglesia. Ella en efecto trata de contestar, con una "nueva evangelización", caracterizada por el esfuerzo de dar una respuesta positiva a las grandes necesidades del hombre. Quiere transmitir de verdad una buena nueva que llene de luz, de sentido y de esperanza su vida. De aquí la necesidad de ser grandes, alegres y convencidos creyentes capaces de transmitir la fe, seguros de que sólo en Cristo el hombre puede alcanzar la plenitud de la vida, la fecundidad duradera, y la felicidad a la que aspira.
Por eso la comunicación vital y oral de la fe no se puede imponer nunca, sino que se realiza en un gran clima de libertad y de propuesta, que abre el espacio al diálogo interreligioso entre los hombres y mujeres de todas las creencias, al ecumenismo entre los cristianos de los muchas confesiones, a la inculturización allá a dónde somos enviados a trabajar.
En este sentido, la Palabra de Dios que hoy ha sido proclamada nos invita a tener un ánimo grande y acogedor, que abarca a todos los que tienen un amor a la verdad, aunque sean militantes fuera del rebaño de Cristo: "Quien no está contra nosotros, está con nosotros."
La fe en efecto, si no es bien entienda, amenaza con convertirse en un elemento de "discriminación" entre los hombres y de crear contraposiciones entre ellos. En cambio Jesús enseña a superar las empalizadas y a acoger todas las "semillas de verdad, de belleza y de bondad" esparcidas en el mundo: ¡cada "verdad", aunque sea sólo parcial, siempre es un principio de fe o una predisposición a la fe! Sobre todo quién anuncia el Evangelio tiene que saber descubrir los puntos de contacto con los otros para injertarles, diría casi naturalmente, el mensaje de la salvación. Sólo así la fe no se convertirá en  "polémica" y marginadora, sino sólo y esencialmente colaboradora y "caritativa", y por tanto siempre abierta al diálogo intercultural e interreligioso.
Ya la primera lectura se mueve en el fondo de estas reflexiones. Por invitación del propio Dios, Moisés eligió a setenta hombres, entre los "ancianos" de Israel, para que lo ayudaran en la dirección del pueblo. Con tal objetivo, sin embargo, ellos necesitaron del "espíritu" que Dios le concedió abundantemente a Moisés. En el día establecido ellos se reunieron alrededor de la "tienda de la alianza" y recibieron el "espíritu" de profecía.
En este antecedente conecta el episodio narrado por la primera lectura: dos "ancianos", Eldad y Medad, que no fueron elegidos para formar parte de los setenta y por tanto no fueron a la tienda de la alianza, también fueron ellos de repente invadidos por el Espíritu y comenzaron a profetizar en el campamento". De aquí el estupor de la gente: tanto que un "joven", demasiado celoso, Josué, hijo de Nun, corrió enseguida a referir el asunto a Moisés. "Pero Moisés le contestó: "¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá que todo el Pueblo de Dios profetizara porque el Señor le ha dado su espíritu! ".

Es maravillosa la respuesta de Moisés al excesivo celo manifestado por el joven Josué: ¡no hay que atrapar el "Espíritu", casi creyendo poderlo dominar y hacerlo sólo caminar sobre ciertas vías, que a lo mejor parecen más seguras!
El intento de "atrapar" el "espíritu" encierra en sí un doble pecado: el primero contra Dios, del cual se querría llegar a tener una especie de control, Él que es sumamente el ¡"libre"! El segundo contra los hermanos, porque querríamos medir la capacidad de respuesta a las iniciativas de Dios según los cánones fijados por nosotros, casi como si fuéramos los "dominadores" y no, sobre todo, los "siervos" de los demás. ¿Acaso no sería una riqueza común si todos en Israel, y en la Iglesia, fueran "profetas", justo como esperaba Moisés?.
No se puede negar que más de una vez, en la larga historia de la Iglesia, se haya intentado ahogar el "Espíritu", cuando se acogieron esquemas prefabricados de pensamiento, o se puso en crisis por cierto modo de entender y de administrar la "institución", que no tiene ciertamente el "monopolio" de la verdad y menos aún de la santidad.
El Concilio Vaticano II ha redescubierto la fundamental vocación "profética" de "todo" el pueblo cristiano sobre la base de la única fe y el único bautismo: "El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio  de alabanza, que es el fruto de los labios que confiesan su nombre" (LG n.12).
La primera parte del Evangelio de hoy nos presenta una escena que tiene no poco parecido con el episodio del libro de los Números  que hemos recordado: sólo que, en vez de profecía, se trata aquí de actos de "exorcismo", hechos "en el nombre" de Jesús por alguien que no era su discípulo. 
 
También aquí hay un joven, un tanto celoso, que denuncia enseguida a Jesús algo que le parecía inadmisible: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros". Aquel joven fue Juan.
Se resaltan las afirmaciones discriminantes del joven apóstol: ¡Se lo hemos prohibido porque no es de los nuestros", casi como que Jesús fuera un objeto a poseer con celos y no  sobre todo un "regalo" a compartir con el mayor número posible de personas!
Es interesante, por tanto, la respuesta relajante del Maestro: "No se lo prohibáis, porque no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y a continuación pueda hablar mal de mí. Quien no está contra nosotros, está con nosotros."
A primera vista parece que la respuesta de Jesús sea oportunística, parece que tienda a crear un halo de simpatía: en efecto, no puede haber nadie "que haga un milagro en mi nombre y a continuación pueda hablar mal de mí". En realidad, ello contempla algo más lejano: quiere educar a los apóstoles a no considerarse "poseedores" de la verdad sino "investigadores" junto a los otros. De este modo se hacen automáticamente "abiertos" a todos los que tienen algo en común con nosotros: al menos en el hecho de ser hombres y, si son creyentes en Cristo, también en muchos aspectos de verdad de fe.
Con la sobrecogedora afirmación "Quién no está contra nosotros, está con nosotros", Jesús ha anticipado las bases del "diálogo" interreligioso entre los hombres y del "ecumenismo" entre los cristianos, que la Iglesia ha recobrado con llena lucidez en estos últimos tiempos.
Sólo aparentemente esto contrasta con otra conocida frase de Jesús: "Quien no está conmigo está contra mí, y quién no recoge conmigo desparrama". En realidad aquí Jesús se coloca como el absoluto para todos: quien lo conoce por lo que es, no puede no estar con Él; ¡de otro modo se dispersaría y se perdería! Pero esto no quita qua haya "parte" de verdad, de belleza y de bondad también en otro lugar, que son ya una señal de su presencia en el mundo: precisamente ésta puede ser el camino que lleva lentamente a él. Es por esto que no hay que borrar absolutamente ninguna tenue pista en el desierto: para Jesús esto es suficiente para llegar misteriosamente al corazón de los hombres.
Eso vale obviamente no sólo para la Iglesia en cuanto tal, sino para cada uno de los cristianos, y especialmente para vosotros, queridos misioneros: el "Espíritu" de Cristo actúa mucho más allá de los confines de la Iglesia, y hasta de la misma fe. Justo porque Cristo es la "Verdad" total, él se encuentra dondequiera hay un fragmento de verdad: de modo que diría  que Jesús es más grande que su mismo Evangelio, anunciado y predicado.   
¡No hace falta ser celosos, como Juan o como Josué; el que otros tengan el "Espíritu" del Dios, o que invoquen o respeten su "nombre", es sólo para gozarnos de ello y agradecérselo al Padre celeste!
¡El cristianismo no es un etiqueta sino una regla de vida, que se encuentra a veces también misteriosamente en quién no es cristiano! Ante todo, este  tener que encomendarse a la benevolencia ajena exige sentido de humildad y discreción: así, ya de entrada, el apóstol de Cristo reconoce  no tener poder alguno sobre los demás, sino sólo un "servicio" que ofrecer.
He aquí, queridos misioneros, los criterios y las actitudes a cultivar para que vuestra misión sea fecunda. El Espíritu, que habéis recibido en bautismo, os conduzca y os asista siempre. María Auxiliadora en cuya casa nos encontramos para esta celebración os sea madre y maestra. Don Bosco os sea modelo y manantial de inspiración con su predilección por los "pobres" y los jóvenes. De nuestra parte os acompañamos siempre con el cariño y la oración. Vais por el mundo y anunciáis la buena nueva: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
 
Pascual Chávez V.
Turín – 30 de septiembre,’12