Eucaristía con el Capítulo General
Lunes de la Tercera Semana de Cuaresma – 24 Marzo 2014
Queridísimos Hermanos,
Las dos lecturas de hoy nos ayudan a comprender cuál debe ser nuestra actitud ante Dios. Para recibir los dones de Dios tenemos que reconocer que no tenemos derecho alguno sobre él y que debemos aceptar dócilmente su manera de hacer. “Ningún profeta es aceptado en su patria”, dice Jesús. ¿Por qué no lo aceptan? Porque falta la expectativa, es decir, la disponibilidad a la iniciativa divina. En su país el profeta es conocido: es un hombre como los demás. De él se piensa, naturalmente, que no puede ser un instrumento de Dios. De él no se puede esperar nada de extraordinario. I si de verdad es capaz de hacer cosas extraordinarias, que las haga ver allí, en su tierra: sus compatriotas tienen más derecho que los otros.
Esta actitud es la que impide recibir los dones de Dios, ya que la iniciativa divina es gratuita, es soberanamente libre en la manera de dar respuesta a las esperanzas humanas.
En la historia de Naamán, a la que se refiere Jesús en sus palabras, Dios se revela de hecho a un extranjero, pero antes conduce también a este extranjero a abandonar su modo de ver, de entender las cosas.
Naamán, un pagano, no pensaba tener derechos sobre el Dios de Israel, pero tenía ya un cierto poder de osadía sobre cómo podría realizarse su encuentro con el hombre de Dios.
Hay que decir que efectivamente no ha sido acogido de manera afectuosa. El profeta no se incomoda: cuando Naamán llega a la puerta de casa manda a alguien a decirle que vaya a lavarse siete veces en el Jordán.
¡No es que sea una espléndida acogida, tratándose de un leproso venido de un país lejano! Y también Naamán se enfada, como se enfadan los compatriotas de Jesús. Él se hubiera imaginado todo lo contrario: que el profeta habría salido, se habría detenido para invocar el nombre del Señor su Dios, que habría puesto la mano sobre la llaga y lo habría curado.
Resumiendo, una ceremonia algo grandiosa, algún gesto solemne, tal vez mágico, para alcanzar así una curación extraordinaria. Y en cambio, ¡a lavarse! ¿Acaso no hay ríos en Damasco?
Un rey de Israel había dicho: «¿Acaso soy yo Dios para dar muerte o vida?». Y en verdad ha debido morir el hombre viejo de Naamán para que renaciera una persona nueva; Naamán, pues, ha debido abandonar toda certeza precedente, someterse a la iniciativa divina, aceptando dócilmente la manera de hacer simplicísima de Dios. «Y su carne se volvió como la carne de un adolescente».
Dios realiza cosas grandes con medios sencillos.
La curación de Naamán nos hace pensar en el Bautismo, que es una acción bien sencilla. ¿Cómo puede ser que, derramando un poco de agua sobre la cabeza de un niño o de un adulto, éste llegue a ser una criatura espiritualmente nueva, un hijo de Dios? ¡Dios no puede actuar así! En cambio, es precisamente así como Dios actúa: utiliza medios sencillos para hacernos partícipes de sus dones.
También la Eucaristía es una realidad muy sencilla. Nosotros la hemos hecho algo más complicada para poner de manifiesto su valor, pero comer juntos un poco de pan es una cosa de lo más sencillo que existe. Pero ese pan es el cuerpo del Señor.
También en nuestra vida, los gestos más ordinarios de cada día pueden convertirse en instrumentos de la gracia de Dios, y esto es así si los hacemos por amor a Él.
Pidamos al Señor la total docilidad que nos identifica día tras día con su manera de actuar, con sencillez y confianza.
Hoy, nuestra oración se enriquece gracias a otro elemento de reflexión. Se trata precisamente del día en que estamos llamados a iniciar un camino de discernimiento para elegir al décimo Sucesor de Don Bosco.
Creo que el punto de partida más intenso y significativo sea justamente el de partir desde una actitud del corazón que nos sitúe en una estrecha relación con el Señor.
Nuestra primera actitud es pues la de la acción de gracias.
La experiencia del Capítulo General, a través de la relación del Rector Mayor y de las intervenciones de los diversos Consejeros Generales, las Buenas Noches de los Inspectores de diferentes continentes, a través de los contactos informales con tantos hermanos, nos hace ser más conscientes de la grandeza de Don Bosco, de lo maravilloso y actual que es nuestro carisma salesiano, de la belleza de nuestra vocación de ser discípulos de Jesús y apóstoles de los Jóvenes.
A la vez que nos damos cuenta de toda esta riqueza, sentimos que del corazón surge una oración de acción de gracias al Señor y crece en nosotros la conciencia de un tesoro que debemos custodiar.
La segunda actitud es ponernos a la escucha.
Ante todo, a la escucha de la Palabra proclamada y de la Palabra que el Espíritu Santo susurra en nuestros corazones en el silencio y a través de la reflexión. A la escucha de las necesidades de los Jóvenes y de la Iglesia. A la escucha de las necesidades de la Congregación misma. Todo ello a fin de elegir como Rector Mayor a la persona que mejor pueda responder a estas necesidades. Un hermano que represente con gran fuerza espiritual, con competencia para gobernar y con auténtica paternidad, la presencia de Don Bosco entre nosotros.
La tercera actitud es la libertad interior.
Una libertad tal que encuentre su punto de referencia en una conciencia libre, obediente a Dios y a su voluntad, sin la influencia de cálculos humanos, personales o externos. Una libertad que nos proteja de movimientos de “lobbies” o de acuerdos que nada tienen que ver con el Evangelio. De esta elección de libertad interior, de la profunda honradez de todos nosotros, saldrá la mejor elección, la elección según el corazón de Dios.
Todo esto se combina con la exigencia de una vida religiosa claramente radicada en la fe en Cristo. Nuestro creer en Él de manera decidida y convencida genera comportamientos nuevos, señalados por la radicalidad evangélica y verdaderamente fecundos desde el punto de vista espiritual, apostólico y vocacional.
Termino dando gracias con todos vosotros al Señor por estos doce años de servicio de nuestro Rector Mayor don Pascual Chávez Villanueva. Ciertamente ha interpretado bien entre nosotros la presencia de Don Bosco. Ha amado y servido a los jóvenes, a los hermanos, a los religiosos, a la Iglesia. Nos ha guiado en el volver a Don Bosco y ahora, con alegría y confianza confía el testimonio a su Sucesor. Roguemos por Él y por Aquel que el Señor quiera darnos como nuevo Padre de la Familia Salesiana.
A María Auxiliadora, a la que hoy festejamos en este 24 del mes y recordamos de manera particular, le pedimos que acompañe nuestro camino de discernimiento de este día y de la semana. Ella que se encuentra a la raíz de nuestra Congregación, nos guarde en el camino de fidelidad a Dios y a nuestro carisma. Amen.