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Viernes de la tercera semana de cuaresma. 28 de marzo 2014 - Superiore: Visitatoria Angola

Eucaristía con el Capítulo General

Viernes de la tercera semana de cuaresma. 28 de marzo 2014

Queridos hermanos:
Escuchando la primera lectura de hoy podemos repetir: Señor no hay entre los dioses ninguno que se pueda comparar contigo. En realidad, eres el único y tan grande, que perdonas nuestros pecados e inventaste, para ser nuestra fuerza y alimento, el maravilloso milagro de la Eucaristía.
Llamemos a las puertas de su corazón para obtener la misericordia y el perdón de nuestro Dios.

En la primera lectura el profeta Oseas nos hace una ardorosa invitación a la conversión. El camino de la vuelta a Dios comienza con el reconocimiento de las propias culpas y, a través de las presentes desventuras, Israel descubre en Dios la fuente de todo bien. El profeta nos presenta la culpa del pueblo de Dios, no tanto como una violación de las sagradas traiciones del pasado, sino más bien, como un negarse a encontrar a Dios en los acontecimientos cotidianos, negarse a ver a Dios en la historia. Así la conversión adquiere un significado particular: no se trata de abluciones rituales, o de formalidades externas, sino de entrar en nuestro interior y hacer callar al propio orgullo y descubrir los designios de Dios, que se manifiestan en los acontecimientos de la vida ordinaria.  Esta visión de Dios como fuente que vivifica todo, le permitirá al hombre conseguir una correcta aplicación de los bienes y recursos humanos. Así, la conversión es la actitud fundamental del creyente solidario con el mundo. Es obligado decir que la conversión de Israel no es muy desinteresada. Vuelve al Señor porque sólo El le garantiza la felicidad y la abundancia. Es una mentalidad que puede desembocar en la moral de la retribución y del mérito. Es posible así pensar en la recompensa prometida a las buenas obras.  Afirmar que una acción es recompensada significa simplemente que el presente tiene siempre una dimensión histórica, nada es indiferente, todo forma parte de un devenir guiado por la iniciativa y providencia de Dios.

-Evangelio-
No parece mal intencionada la pregunta del escriba. No era fácil determinar cuál era el mandamiento más importante entre el marasmo de preceptos y prohibiciones que los doctores de la ley habían creado y que ellos mismo clasificaban en graves y leves. Con su respuesta Jesús reconduce la ley a su función original: propiciar el encuentro de Dios con los hombres, de estos entre sí y con Dios y siempre en el amor. El comentario del escriba contiene una interesante coloración litúrgica: culto y vida no son dos realidades independientes y ambas se resuelven en el amor. No sólo la vida puede adquirir valor de liturgia, sino que la liturgia engloba la vida e se convierte en “liturgia de la vida”.

Yo creo que fue muy fácil para Jesús responder la pregunta del escriba. Estaba muy claro en la ley de Moisés.  Por otra parte la idolatría e la injusticia eran los pecados constantemente puestos en evidencia por los profetas. La incoherencia entre la ley y la práctica era el pecado del pueblo de Israel. Y yo creo que sigue siendo el pecado del cristiano y del religioso también en nuestro tiempo.
¿Cuánto tiempo hace que escuchamos eso de dar la primacía a Dios en la vida religiosa? ¿Que la santidad de los miembros es el primer objetivo puesto por Don Bosco para la Sociedad de San Francisco de Sales? ¿Cuántas veces hemos constatado la esterilidad de las actividades que no nacen de la unión con Dios? Con todo, una y otra vez tenemos que confesarnos, personal e institucionalmente de un activismo que nos estresa e vacía espiritualmente.
¿Qué nos está faltando? Don Viganó decía: “pasar del papel a la vida”. Don Vecchi: nos falta mentalidad de proyecto. Sabemos que la santidad es un don de Dios, pero también sabemos que se precisa voluntad decidida y esfuerzo perseverante. Si no programamos con seriedad nuestro trabajo espiritual nunca alcanzaremos las metas deseadas. El Aguinaldo de este año es una invitación a “apropiarnos de la experiencia espiritual de Don Bosco”. En los ejercicios se nos invitaba a hacer de la santidad tanto nuestro programa personal de vida, como programa para la animación y el gobierno. Sin duda este es el verdadero modo de preparar el Bicentenario del nacimiento de Don Bosco.

Por otro lado, llevamos, al menos doce años, hablando de la comunidad como profecía de comunión. La relación del Rector Mayor y las nueve páginas del saludo del Cardenal Braz, manifiestan que la “fraternidad” – el amor al prójimo- sigue siendo un desafío para la vida consagrada y uno de los aspectos a tener en cuenta si queremos vivir con radicalidad el Evangelio y el propio carisma.
Sabemos que la vida consagrada debe ser profecía de fraternidad y nos quejamos cuando nuestras comunidades no son como nosotros exigimos. Este es un tema que nos preocupa e inquieta. Cada vez es más claro que la vida comunitaria es muchos más que compartir el mismo techo o la misma mesa o la misma regla de vida. No somos voluntarios de una organización internacional, ni huéspedes más o menos satisfechos en nuestras casas. Tenemos hambre de comunidades que sean como esos espacios verdes donde se respira el aire de Dios y de humanidad, lugares de encuentro y de amistad, de acogida y de apoyo, de crecimiento, de serenidad y de fiesta. Se deja sentir la necesidad de personas con las que compartir nuestra fe, nuestra razón de ser y de trabajar, lo que pensamos y experimentamos, nuestros problemas y esperanzas. Está claro lo que pedimos a las comunidades; pero ¿Qué estamos dispuestos a dar cada uno de nosotros a la propia comunidad? Kenedy decía a los americanos: “no piensen tanto en lo que América puede hacer por vosotros, pensad en lo que vosotros podéis hacer por América”. Porque la comunidad es el resultado de lo que cada uno invierta en ella.

 Queridos hermanos, decidámonos a invertir lo mejor de nosotros mismos en la propia comunidad: respeto, aceptación, interés y valoración de cada hermano, especialmente del más débil; información, diálogo y comunicación; delicadeza, servicio y disponibilidad; misericordia y perdón sin los que nunca una relación humana es duradera. Así podremos superar los roles establecidos por el trabajo y manifestar y gozar de la riqueza de la vida religiosa, salesiana y comunitaria. “Lo que no es comunitario, aunque sea santo, no es salesiano” Don Viganó.

Continuamos nuestra eucaristía. En el momento en el que cada uno de nosotros siente la necesidad de dar gracias a Dios por su amor gratuito, debe sentir la necesidad de unirse a todos los hombres a los que acepta como hermanos en Cristo. La acción de gracias implica la participación fraterna en el mismo pan y exige, también necesariamente, el impulso misionero como expresión suprema del amor a Dios y a todos los hombres.

D. Filiberto Rodriguez
                                                                       Superiore: Visitatoria Angola