“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”
Mons. Savio HON Tai-Fai, SDB
La palabra “perfecto”, en griego “teleios”, tiene el significado de ir hasta el fondo. Aquí se trata del amor. La perfección del amor significa dejarse llenar hasta el fondo de la presencia de Dios. Dejarse amar es un don que, al fin de cuentas, comporta aquella “radicalidad evangélica” a la que nuestros hermanos y, sobre todo, los capitulares, están llamados a practicar y a profundizar.
Teniendo esto en cuenta, quisiera ofreceros algún punto de reflexión sobre la figura de S. Francisco Javier, un gran misionero que vino de Occidente a Oriente. En él tenemos un gran ejemplo de cómo se puede ser amado por Dios hasta lo más profundo. Como misionero, pasó toda su vida predicando el Evangelio primero en la India, después en Japón y, finalmente, deseoso de ir a China, llegó a la isla de Sancian, donde murió y estuvo durante un tiempo sepultado.
En el año 2006, con ocasión del quinto centenario de su nacimiento, junto con un grupo de peregrinos, fui a venerar su sepulcro. Sin esperarlo, se nos concedió poder celebrar la misa sobre la que había sido su tumba. Fueron momentos de gran emoción. Desde la colina donde él murió se adivinaba en lontananza la provincia de Cantón, separada por aquel mar desde el cual Francisco había estado tanto tiempo esperando una nave que lo transportara a China.
En aquel lugar sagrado, surgieron en mí tantos pensamientos que quisiera compartir con vosotros condensándolos en una sigla de SOS, es decir, esperar, osar, santificar (SOS).
ESPERAR
La esperanza nace de una lectura inteligente de las circunstancias por las que el Señor nos indica su voluntad y lleva a cumplimiento su proyecto sobre cada uno de nosotros. También Javier tuvo que recorrer este camino espiritual. De hecho, su destino en la India no estaba previsto: le llamaron a sustituir a un hermano jesuita que cayó enfermo de improviso. La petición de partir se la hizo el mismo San Ignacio y se ha hecho famosa la frase de Javier al manifestar su adhesión a la orden del superior:"Pues, sus, hème aquí". (Bene, eccomi qui).
El 15 de marzo de 1540 parte como embajador del rey Juan III de Portugal, legado pontificio del Papa Pablo III y como superior de la expedición misionera. El saludo que dirigió a su Padre San Ignacio dejaba entender de qué manera la consagración de Javier a la misión iba a comprometer toda su vida hasta el final.
En una carta a San Ignacio escribió: “En este mundo, creo que ya no nos volveremos a encontrar, como no sea por carta; pero en el otro nos veremos cara a cara, con una profunda efusión de amistad”. La certeza del futuro, robustecida por la amistad con Ignacio, penetró la vida entera de Javier y fue para él fuente de gran esperanza.
La esperanza lo transformó en un verdadero misionero. Tuvo que recorrer las etapas de una evolución spiritual y cultural que le condujo a diferentes cambios de metodología misionera. Entre los Paraveri, la casta de los pescadores de la India, aplicó el método de la caridad asistencial con los pobres; en Japón desplegó el papel de embajador y de legado pontificio para estrechar los lazos entre los jefes y las élites del país. Aquí aprendió también el salto cultural. Los japoneses le habían preguntado: "¿Cómo puede ser verdadera la religión de los europeos, si la China no sabe nada de ella?"
Aun cuando él no había logrado entrar en China, la simiente echada dio mucho fruto, la esperanza no le defraudó. En 1552, año de la muerte del santo, nació Matteo Ricci, el cual treinta años más tarde llegó a China y fue reconocido como el “maestro de Occidente, Xitai” que enseña no solamente la ciencia, sino también el Evangelio.
Osar
Osar quiere decir tener el coraje de afrontar alguna cosa por sí temeraria, arriesgada, difícil, o por la razón que sea, atrevida. Ir a misión es siempre una aventura. La diferencia inmensa entre Oriente y Occidente en todos los aspectos era insuperable. San Francesco, aun sabiendo esto, partió a la misión en el nombre de Dios. En el corazón de su actividad apostólica abrigaba una confianza ardorosa en Dios. Fue esa audacia evangélica la que lo empujó pasar su tiempo con los leprosos, a visitar a los encarcelados, a prodigarse en la construcción de escuelas donde los jóvenes pudieran educarse y formarse. Fue capaz de mantener a la vez la predicación del evangelio y la caridad por los pobres, la salvación de las almas y la atención a las personas y a sus condiciones de vida. Su tenacidad de “osar” se convirtió en una virtud misionera, que Don Bosco llamaría “trabajo y templanza”.
En lo que se refiere a la misión en China, que era considerada tierra prohibida a los extranjeros, no todos sus hermanos estaban de acuerdo con esta locura de soñar con China. Era casi una audacia excesiva, pero el santo se confiaba a Dios, escribiendo: «Espero en Dios, que el resultado de nuestro viaje será el crecimiento de nuestra fe, sea cual sea la persecución del diablo y de sus secuaces. Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá abatirnos?».
La misión comporta siempre el coraje de osar para llegar más allá de los límites conocidos, con tal de anunciar a Jesucristo con audacia y con dulzura. Escribía Javier en 1545: «Dios Nuestro Señor quiso ponernos a prueba con estos peligros y así hacernos comprender lo que realmente valemos…esperando solo en el Creador de todas las cosas, cuya mano tiene el poder de hacernos fuertes, cuando afrontamos los peligros por su Amor. Y aquellos que en medio de los peligros los aceptan solo por su amor, tienen la seguridad (…) de que en el momento en que esta persona tiene que dar por terminada su vida, es mucho mayor el consuelo que el temor de la muerte».
Santificar
La perfección exigida por el Padre Celestial es la santidad cristiana. ¡Sed perfectos, y sed santos! Son palabras de Dios. Es una santidad que nace de un verdadero intercambio maravilloso, commercium admirabile, que se da entre Dios y la humanidad: Dios se ha hecho hombre como nosotros para hacernos como él, santo y perfecto. Cristo ha venido a santificarnos. He aquí pues el principio que sostiene la razón profunda de nuestra santidad que da origen a todo tipo de sinergias entre fe y cultura. Lo que realmente cuenta es la gracia, no las obras. En la evangelización, hagamos de manera que se vean no tanto nuestras buenas obras cuanto la gracia de Dios que obra en cada uno de nosotros como signos y portadores de su amor por los jóvenes.
La obra de Javier y su esfuerzo de adaptación a las culturas con las que se encontraba, consisten precisamente en manifestar la misericordia de Dios y su gracia en nuestra historia. La visión misionera del santo ha inundado también el ideal y la actividad de Propaganda Fide. Esta Congregación Misionera fue fundada en 1622 por el Papa Gregorio XV, y Francisco fue canonizado santo en el mismo año por el mismo Papa.
Una prueba de ello, de valuoso ejemplo, es la enseñanza proyectada casi cien años después de la muerte del santo en la Instrucción a los Vicarios Apostólicos emanada por nuestra Congregación en 1659. Es importante hoy recordar al menos dos pasajes esenciales de la misma:
Que los misioneros “estén formados según las normas de la caridad evangélica, adaptándose al carácter y a las costumbres de los otros, que no sean un peso para los compañeros con los que tendrán que vivir, ni malvistos o despreciados por los extranjeros, sino que como el apóstol San Pablo, sean todo para todos”.
“No tratéis de convencer con palabras a la gente para que cambien sus propios ritos, costumbres y maneras de vestir (….) ¿Qué más absurdo que querer trasplantar a China, países como Francia, España, Italia o cualquier otro región de Europa? No les llevéis estas naciones, sino la fe, que no rechaza o hiere los ritos o las costumbres de su gente”.
Al alba del 3 de diciembre de 1552 San Francesco moría en paz, “con el nombre de Jesús en los labios”. Aquella paz era el reflejo de una santa interioridad que está en consonancia con el dicho de Confucio: “No me quejo del Cielo, ni repruebo a los hombres. Aprendo las cosas de la tierra para conseguir la voluntad del Cielo. Esto es todo lo que soy y hago. Lo sabe el Cielo”.不怨天,不尤人。 下學而上達。知我者其天乎
Queridos hermanos, ¡sed perfectos y santos! No nos dejemos arrebatar el entusiasmo por la misión. ¡Seguid esperando, osando y santificándoos! Os invito a dejaros invadir por la alegría del Evangelio, y alimentar un amor tan grande capaz de iluminar vuestra vocación y missio ad gentes. Os exhorto a recordar, como si fuera una peregrinación interior, el “primer amor” con el cual el señor Jesús ha encendido vuestro corazón, no por nostalgia, sino por perseverancia en la alegría. Y para ello, es preciso estar con Él para despertar la voluntad y la alegría de compartir la vida, la obediencia de fe, las bienaventuranzas de los pobres y la radicalidad evangélica.
Cristo os envía, la Iglesia os espera, la Virgen os acompaña, la juventud os abraza.
Que así sea.