Venerable: 1 - 12 - 1978;
Beatificado el 25 de abril de 2004
Celebración litúrgica el 2 de agosto.
Augusto Czartoryski nació en París, en el exilio, el 2 de agosto de
gada a la historia y a los intereses dinásticos de Polonia, había emi-
grado a Francia, y desde el Palacio Lambert, a orillas del Sena, dirigía
una amplia actividad entre los connacionales y las cancillerías euro-
peas, con el fin de restaurar la unidad de la patria, repartida, desde
1795, entre las grandes potencias. El príncipe Adam Czartoryski, luchador y hombre político, había cedido las riendas de la casa, además de los movimientos patrióticos, al príncipe Ladislao, unido en matrimonio con la princesa Amparo, hija de la reina de España María Cristina y del duque de Riánsares. Son estos los padres de Augusto. Él, primogénito de la familia, era considerado por el padre como el punto de referencia de todos aquellos que, después del tercer reparto de Polonia, soñaban con su renacimiento. Pero los planes de Dios eran distintos.
A los seis años muere la madre, enferma de tuberculosis, enfer- medad que transmitirá al hijo. Cuando el mal manifestó los primeros síntomas, comenzó para Augusto un largo y forzado peregrinaje en busca de la salud, que nunca recuperará: Italia, Suiza, Egipto, Espa-
ña fueron las principales estaciones de su recorrido. Pero no era la salud el principal objetivo de su búsqueda: coexistía también en su
ánimo juvenil otra búsqueda más preciosa, la de su vocación. No había tardado mucho en darse cuenta de que no estaba hecho para la vida cortesana. A los veinte años, escribiendo al padre, le decía entre otras cosas, aludiendo a las fiestas mundanas en las que se veía obligado a participar: «Le confieso que estoy cansado de todo esto. Son diversiones inútiles que me angustian. Me resulta molesto verme obligado a hacer nuevos conocimientos en tantos banquetes».
José Kalinowski, su preceptor, influyó mucho sobre el joven príncipe. Este tenía a sus espaldas diez años de trabajos forzados en Siberia, se hará carmelita descalzo y será canonizado por Juan Pablo II en 1991. Fue preceptor de Czartoryski solo durante tres años (1874-
1877), pero dejó su marca. Él es quien nos dice que quienes orien- taron al príncipe en su búsqueda vocacional fueron, sobre todo, las figuras de san Luis Gonzaga y de su compatriota Estanislao Kostka. Le entusiasmaba el lema de este último: Ad maiora natus sum. «La vida de san Luis del padre Cepari, que me enviaron de Italia —es- cribe posteriormente Kalinowski— tuvo una eficacia resolutiva en el progreso espiritual de Augusto y le abrió la vía para una más fácil unión con Dios».
El acontecimiento decisivo fue el encuentro con Don Bosco. Tenía Augusto 25 años cuando lo conoció. Tuvo lugar en París, pre- cisamente en el palacio Lambert, donde el fundador de los Salesianos celebró Misa en el Oratorio de la familia. Le ayudaban a Misa el príncipe Ladislao y Augusto. «Hace mucho tiempo que deseaba co-
nocerle», dijo Don Bosco a Augusto. Desde aquel día, Augusto vio en el santo educador al padre de su alma y al árbitro de su destino. Don Bosco se había convertido en el punto de referencia para el discernimiento vocacional del joven. Sin embargo, el sacerdote turi- nés mantuvo siempre una actitud de cautela sobre la aceptación del príncipe en la Congregación. Tendría que ser el Papa en persona, León XIII, quien resolviera toda duda. Comprobada la voluntad de Augusto, el Papa concluyó: «Decid a Don Bosco que es voluntad del Papa que os reciba entre los Salesianos». «Pues bien, querido prínci- pe —respondió inmediatamente Don Bosco— yo le acepto. Desde este instante, Vd. forma parte de nuestra Sociedad y deseo que per- tenezca a ella hasta la muerte».
A finales de junio de 1887, después de haber renunciado a todos sus derechos en favor de sus hermanos, el joven Augusto fue envia- do a San Benigno Canavese para un breve período de aspirantado, antes de comenzar el noviciado en ese mismo año, bajo la dirección del maestro don Julio Barberis. Augusto tuvo que cambiar radical- mente todas sus costumbres: el horario, la comida, la vida común... Tiene que luchar también contra los intentos de la familia que no se resigna a esta elección. El padre va a visitarlo y trata de disuadirlo. Pero Augusto no se deja vencer. El 24 de noviembre de 1887 toma la sotana en la basílica de María Auxiliadora, de manos de Don Bos- co. «Ánimo, querido príncipe —le susurra el santo al oído—, hoy hemos conseguido una magnífica victoria. Y puedo también decirle, con gran alegría, que llegará un día en que Vd. será sacerdote y por voluntad de Dios, hará mucho bien a su patria». Don Bosco muere dos meses después y sobre su tumba en Valsalice, el príncipe Czar- toryski se hace Salesiano emitiendo sus votos religiosos.
Por aquellos años en Valsalice, realizaba sus estudios, para alcan- zar la misma meta, don Andrés Beltrami, que se unió en una profun- da amistad con Augusto: juntos estudiaban las lenguas extranjeras y se ayudaban a subir hacia la cumbre de la santidad. Cuando la en- fermedad de Augusto se agravó, los superiores pidieron a Andrés que le acompañase y le ayudase. Pasaron juntos las vacaciones de verano en los institutos Salesianos de Lanzo, Penango d’Asti, Alassio. Augusto era para Andrés su ángel custodio, maestro y ejemplo he- roico de santidad. Andrés Beltrami, hoy Venerable, dirá de él: «He cuidado a un santo».
La enfermedad hace que don Augusto sea enviado a la costa lí- gure y comienza a estudiar teología. El desarrollo de la enfermedad hace que la familia renueve más intensamente los intentos, recurrien- do incluso a la presión de los médicos. Al cardenal Parocchi, a quien se le ruega que emplee su influencia para arrancarlo de la vida sale- siana, Augusto escribe: «Con plena libertad he querido emitir los votos, y lo hice con gran satisfacción de mi corazón. Dese aquel día gozo, viviendo en la Congregación, de una gran paz de espíritu, y doy gracias al Señor por haberme hecho conocer la Sociedad Sale- siana y haberme llamado a vivir en ella».
Preparado para el sufrimiento, el 2 de abril de 1892 es ordenado sacerdote en San Remo por monseñor Tomás Reggio, obispo de Ventimiglia. El príncipe Ladislao y la tía Iza no asistieron a la orde- nación. La vida sacerdotal de don Augusto duró apenas un año, transcurrido en Alassio, en una habitación que daba al patio de los muchachos. Murió en Alassio la tarde del sábado 8 de abril de 1893, octava de Pascua, sentado en el sillón que había usado Don Bosco.
«¡Qué hermosa Pascua!», había dicho el lunes al hermano Salesiano que lo asistía, sin imaginar que el último día de la octava la habría de celebrar en el paraíso.
Tenía treinta y cinco años de edad y cinco de vida salesiana. En su recordatorio de la Primera Misa había escrito: «Para mí, un día en tus atrios, vale más que mil en mi casa. Dichoso quien vive en tu casa, alabándote siempre» (Salmo 83). Sus restos fueron trasladados a Polonia y sepultados en el panteón familiar, en la cripta parroquial de Sieniawa, donde un día Augusto había hecho su Primera Comu- nión. Posteriormente han sido trasladados a la iglesia salesiana de Przemysl@ , donde permanecen hasta el día de hoy.
Augusto Czartoryski, joven príncipe, ha seguido un método eficaz de discernimiento de los designios divinos. Presentaba a Dios en la oración todas las preguntas y dudas y después, en espíritu de obe- diencia, seguía los consejos de sus guías espirituales. Así ha com- prendido su vocación de llevar una vida pobre para servir a los más pequeños. El mismo método le permitió, durante todo el curso de su vida, conseguir metas tales, que nos permiten hoy decir que ha realizado los designios de la Providencia Divina de modo heroico.