Al igual que la vida de Don Bosco, también la de don Guanella fue trazada por un sueño, a los 9 años, el día de su Primera Comunión: una Señora (como describía a la Virgen en su relato) le hizo ver todo lo que habría tenido que hacer en favor de los pobres. Desde la niñez, su vida fue una larga carrera para hacerse presente donde había una petición de ayuda y una ayuda que ofrecer. Luis Guanella nació en Franciscio, perteneciente al ayuntamiento de Campodolci- no, diócesis de Como, el 19 de diciembre de 1842. Al día siguiente se le administró el sacramento del Bautismo. Los padres, Lorenzo y María Bianchi, fueron cristianos ejemplares, dedicados a la familia, a trabajar el campo y al pastoreo. En la familia había costumbre no solo de rezar el santo Rosario, sino también de leer la vida de los santos, experiencia que caracterizó la actividad apostólica de su existencia.
El padre, Lorenzo, alcalde de Campodolcino durante 24 años, primero bajo la dominación austríaca y, más tarde, después de la unificación de Italia (1859), era severo y autoritario, al contrario que la madre, que era dulce y paciente; de los 13 hijos, casi todos llega- ron a la edad adulta. A los doce años, Luis consiguió un puesto gratuito en el colegio Gallio de Como y prosiguió después sus estu- dios en los seminarios diocesanos (1854-1866). Su formación cultural y espiritual fue la común entonces en los seminarios Lombardo- Vénetos, durante largo período bajo control de los gobernantes aus- tríacos. El curso teológico era pobre en contenido cultural, pero atento a los aspectos pastorales y prácticos: teología moral, ritos, predicación, además de la formación personal de piedad, santidad y fidelidad. La vida cristiana y sacerdotal se alimentaba de la devo- ción común en el pueblo cristiano. Esta programación concreta situó al joven seminarista muy cercano al pueblo y en contacto con la vida que el pueblo llevaba. Cuando volvía al pueblo en las vacacio- nes otoñales, se sumergía en la pobreza de los valles alpinos; se interesaba por los niños, los ancianos y los enfermos del pueblo, socorriéndoles en sus necesidades. En los tiempos libres se apasio- naba por la cuestión social, recogía y estudiaba hierbas medicinales, se enfervorizaba leyendo la historia de la Iglesia.
En el seminario teológico mantuvo familiaridad con el obispo de Foggia, Bernardino Frascolla, recluido en la cárcel de Como y pos- teriormente en arresto domiciliario en el seminario (1864-1866), y se dio cuenta de la hostilidad que dominaba en la relaciones del Estado unitario con la Iglesia. Este obispo ordenó a don Guanella sacerdo- te el 26 de mayo de 1866. Don Guanella, en aquella ocasión dijo:
«Quiero ser una espada de fuego en el santo ministerio». El novel sacerdote inició con entusiasmo la vida pastoral en Valchiavenna (en Prosto en 1886 y en Savogno en los años 1867-1875). Desde los comienzos en Savogno manifestó los propios intereses pastorales: la instrucción de los muchachos y de los adultos, la elevación religiosa, moral y social de los parroquianos, la defensa del pueblo de los asaltos del liberalismo y la atención privilegiada a los más pobres. Tampoco desdeñaba las intervenciones beligerantes, cuando era injustamente frenado o contradicho por las autoridades civiles en su ministerio, de modo que pronto fue señalado como sujeto peligroso (ley de los sospechosos), especialmente después de la publicación de un librito suyo polémico. Mientras tanto, en Savogno profundi- zaba en el conocimiento de Don Bosco y de la obra del Cottolengo, llegando a invitar a Don Bosco a abrir un colegio en el valle.
Deseoso de una experiencia religiosa más radical, en 1875 fue con Don Bosco a Turín, emitiendo la profesión temporal en la Con- gregación Salesiana.
En los dos primeros años vividos como Salesiano, fue director del Oratorio de San Luis en Borgo San Salvario en Turín, y en noviembre de 1876 fue el encargado de abrir un nuevo Oratorio en Trinità de Mondovì. En 1847 se le confiaron las vocaciones adultas, que Don Bosco había denominado «Obra de los Hijos de María». La admiración por Don Bosco tenía unas profundas raíces, incluso en sus tempe- ramentos, pues ambos eran muy semejantes entre sí: emprendedores, apóstoles de la caridad, decididos, padres respetados y con un gran amor a la Eucaristía, a la Virgen y al Papa. La espiritualidad y la pe- dagogía salesiana fueron una pieza fundamental para la formación y la misión del futuro fundador. En la escuela de Don Bosco apren- dió el trato amable y firme con los jóvenes y la voluntad educativa de prevenir más que curar; y el deseo de salvar a los hermanos con el impulso de una gran caridad apostólica.
El obispo de Como lo reclamó a su diócesis y don Guanella vol- vió, con el sueño de fundar una institución que recogiese a mucha- chos necesitados. Abrió una escuela que pronto tuvo que cerrar por la hostilidad de las autoridades civiles. «La hora de la misericordia» como llamaba don Guanella al momento propicio del favor divino, sonó en noviembre de 1881, cuando llegó como párroco a Pianello Lario, donde encontró un grupo de muchachas dedicadas a asistir a los necesitados. Ese grupo de mujeres jóvenes se convertirá en el origen de la nueva Congregación: las Hijas de Santa María de la Providencia. El celo y la caridad apostólica de don Luis incrementa- ron la obra benéfica hasta permitir expandir la actividad en el cora- zón mismo de la ciudad de Como. Ellas iniciaron la actividad de la «Casa de la Divina Providencia», que será después la casa madre de las dos Congregaciones, la femenina y la masculina. Al mismo tiem- po que los pobres, aumentaron también los brazos para asistirles y amarles. A la Congregación de hermanas, don Guanella reunió tam- bién a un grupo de sacerdotes que llamó «Siervos de la Caridad». «No podemos pararnos mientras haya pobres que socorrer», repetía fre- cuentemente en sus peregrinajes por las llagas de la pobreza. Por esto las dos congregaciones religiosas iban difundiéndose en diver- sas regiones italianas y, en la vecina Confederación helvética, en el cantón de los Grigioni y en el cantón Ticino.
En 1904 Luis Guanella realizó el sueño de llegar a la Ciudad San- ta, Roma, para estar junto al Papa y demostrar su fidelidad a la Igle- sia gracias a un testimonio luminoso de caridad y ardor apostólico. El papa Pío X, que había comprendido la grandeza de ánimo de don Guanella, lo estimó y le confió el deseo de construir una iglesia dedicada al Tránsito de San José. Y así, junto a la parroquia, surgió también la Pía Unión del Tránsito de San José, una asociación de oración por los moribundos.
San Pío X quiso ser el primero de los inscritos. El celo misionero lo llevó hasta Norteamérica entre los emigrantes italianos. En diciem- bre de 1912, a la edad de sesenta años, don Guanella se embarcó y llegó a Estados Unidos. La última intervención extraordinaria en la vida de don Guanella tuvo lugar en enero de 1915, cuando quiso permanecer en Roma para poder ayudar a los damnificados por el terremoto de los Abruzos. A su lado trabajó con celo el venerable Aurelio Bacciarini, primer párroco de San José, su sucesor en el go- bierno de la Congregación de los Siervos de la Caridad y llamado después al ministerio episcopal en la diócesis de Lugano en Suiza. Los achaques de la vejez, el ingreso de Italia en la Primera Guerra Mundial y el enrolamiento de algunos hermanos en el frente minaron su salud. En sus escritos, don Guanella había dejado este mensaje:
«La muerte es como una madre que abraza al hijo […], es el ángel que nos conduce a la patria». Esa madre, resplandeciente como un ángel, pasó a las 14.15 horas del domingo 24 de octubre de 1915. Y fue un domingo sin ocaso.
Don Guanella y Don Bosco, ambos sacerdotes y grandes amigos, vivieron en una época caracterizada por profundas transformaciones y desequilibrios sociales; actuaron como apóstoles de la caridad y pasaron toda su vida consumiéndose por la salvación de cada hom- bre y de todos los hombres y por la construcción de una sociedad mejor. La profunda unión entre los dos y la devoción de don Gua- nella por Don Bosco, se han hecho célebres por una oración que don Guanella escribió en la revista mensual de su obra, L a Divina Providencia, en agosto de 1908: «El alma grande de Juan Bosco, que eminentemente protege a sus hijos, los Salesianos, ya tan numerosos que no pueden contarse, vuelva benigna su mirada sobre los Insti- tutos de la Divina Providencia, y extienda su benévola protección sobre todos los miembros de estas obras y señaladamente sobre su devoto admirador y alumno. Sacerdote Luis Guanella».
Con ocasión de su canonización, el papa Benedicto XVI recordó cómo «gracias a la profunda y continua unión con Cristo, en la con- templación de su amor, don Guanella, guiado por la Providencia Divina, ha sido compañero y maestro, consuelo y alivio de los más pobres y de los más débiles. El amor de Dios animaba en él el deseo de hacer el bien a las personas que le habían sido confiadas, en el concreto vivir cotidiano […]. Ponía una atención premurosa en el camino de cada uno, respetando los tiempos de crecimiento y cultivando en el corazón la esperanza que todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, gustando la dicha de ser amado por Él —Padre de todos—, puede sacar y dar a los demás lo mejor de sí mismo […]. Queremos hoy alabar y dar gracias al Señor, por haber- nos dado en san Luis Guanella un profeta y un apóstol de la caridad […]. Toda su aventura humana y espiritual la podemos sintetizar en las últimas palabras que pronunció en su lecho de muerte: “I n cari - tate Christi ”. El amor de Cristo ilumina la vida de todo hombre, re- velando cómo en la entrega de sí al otro no se pierde nada, sino que se alcanza plenamente nuestra verdadera felicidad».