Santidad Salesiana

Luis Orione

 
ARCHIVO:

 

 

Beatificado en 1980
Canonizado en 2004
Celebración litúrgica el 16 de mayo

Luis Orione nació en Pontecurone (provincia de Alessandria y dió- cesis de Tortona) el 23 de junio de 1872. El padre era adoquinador; la madre, mujer de profunda fe y de gran sentido educativo. Aunque dándose cuenta de su vocación sacerdotal, durante tres años ayudó a su padre como obrero adoquinador. A los 13 años, el 14 de sep- tiembre de 1885, ingresó en el convento franciscano de Voghera (Pavía), pero una pulmonía le puso en peligro de muerte y, en junio de 1886, tuvo que volver a la familia. De octubre de 1886 a agosto de 1889 fue alumno del Oratorio de Valdocco en Turín. San Juan Bosco se dio cuenta de sus cualidades y le añadió a sus predilectos asegurándole: «Nosotros seremos siempre amigos». En Turín conoció también las obras de caridad de san José Benito Cottolengo, cercano al colegio Salesiano.

El 16 de octubre de 1889 inició el curso de Filosofía en el semi- nario de Tortona. Ya de joven clérigo fue sensible a los problemas sociales y eclesiales que agitaban aquel tiempo revuelto. Trabajó por la solidaridad con el prójimo en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente. A los veinte años es- cribió: ¡Hay una necesidad suprema y un supremo remedio para curar las llagas de esta pobre patria, tan bella y tan desgraciada! Adueñarse del corazón y del cariño del pueblo e instruir a la juven- tud: infundir en todos la gran idea de la redención católica con el Papa y por el Papa. ¡Almas! ¡Almas!». Movido por esta visión apostó- lica, abrió en Tortona, el 3 de julio de 1892, el primer Oratorio para la educación cristiana de los muchachos. Al año siguiente, el 15 de octubre de 1893, abrió un colegio en el barrio de San Bernardino, para muchachos pobres. El 13 de abril de 1895 fue ordenado sacer- dote y, en la misma celebración, el obispo impuso la sotana a seis alumnos de su colegio. Luis Orione, clérigo de 21 años, fue desarro- llando cada vez más, el apostolado entre los jóvenes, abriendo nue- vas casas en Mornico Losana (Pavía), en Noto (Sicilia) en San Remo, en Roma.

Al joven clérigo fundador se fueron añadiendo clérigos y sacer- dotes que formaron el primer núcleo de la Pequeña Obra de la Di- vina Providencia. En 1899, inició la rama de los Eremitas de la Divi- na Providencia, inspirados en el lema benedictino «ora et labora», sobre todo en las colonias agrícolas que, en aquella época, respon- dían a la elevación social y cristiana del mundo rural. El obispo de Tortona, monseñor Igino Bandi, con decreto del 21 de marzo de 1903 reconoció canónicamente la Congregación religiosa masculina de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, los Hijos de la Divina Pro- videncia (sacerdotes, hermanos coadjutores y eremitas), y sancionó su carisma expresándolo apostólicamente en «colaborar para llevar a los pequeños, a los pobres y al pueblo, a la Iglesia y al Papa me- diante las obras de caridad», profesando con un cuarto voto de es- pecial «fidelidad al Papa». Confortado con el consejo personal de

León XIII, don Orione puso, en las primeras Constituciones de 1904, entre los fines de la nueva Congregación, el de trabajar para «conse- guir la unión de las Iglesias separadas». Animado por un gran amor a la Iglesia y a sus pastores y por la pasión por conquistar almas, se interesó activamente por los problemas emergentes de la época, como la libertad y la unidad de la Iglesia, la cuestión romana, el modernismo, el socialismo y la descristianización de las masas obreras.

Después del terremoto de diciembre de 1908, que dejó entre las ruinas 90.000 muertos, don Orione acudió a Reggio Calabria y a Mesina para socorrer especialmente a los huérfanos, y fue el promo- tor de la reconstrucción civil y religiosa.

Por expresa voluntad de Pío X fue nombrado vicario general de la diócesis de Mesina. Al dejar Sicilia, después de tres años, pudo dedicarse nuevamente a la formación y el desarrollo de la Congrega- ción. En diciembre de 1903 envió la primera expedición de misione- ros a Brasil. Renovó los heroísmos de los terremotos tras el cataclismo del 13 de enero de 1915 que convulsionó la Marsica con casi 30.000 víctimas. Eran los años de la Primera Guerra Mundial. Don Orione recorrió varias veces Italia para sostener las diversas actividades cari- tativas, para ayudar espiritual y materialmente a personas de toda clase, para suscitar y cultivar vocaciones sacerdotales y religiosas.

A los veinte años de la fundación de los Hijos de la Divina Pro- videncia, «como árbol único con muchas ramas», el 29 de junio de

1915 fundó la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la caridad, animadas por el mismo carisma y dedicadas a que los más necesitados experimentasen la Providencia de Dios y la mater- nidad de la Iglesia, mediante la caridad con los pobres, los enfermos y toda clase de servicios en los institutos de educación, en los asilos de infancia y en las diversas obras pastorales. En 1927 dio comienzo también a una rama contemplativa, las Hermanas Adoratrices Sacra- mentinas invidentes, a las que se unieron después las Contemplati- vas de Jesús Crucificado. Involucró también a los laicos en los sen- deros de la caridad y del compromiso civil impulsando las asociaciones de las Damas de la Divina Providencia, de los Exalum- nos y de los Amigos. Posteriormente, dando cumplimiento a ilumi- nadas intuiciones, en la Pequeña Obra de la Divina Providencia, se constituirán también el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.

Después de la Primera Guerra Mundial (1814-1918) se multipli- caron las escuelas, los colegios, las colonias agrícolas, las obras ca- ritativas y asistenciales. En particular, don Orione levantó en las periferias de las grandes ciudades los Pequeños Cottolengos: en Génova y Milán; en Buenos Aires; en San Pablo en Brasil; en Santia- go de Chile. Estas instituciones destinadas a acoger a los hermanos más sufrientes y necesitados, eran consideradas por él como «nuevos púlpitos» desde los que hablar de Cristo y de la Iglesia, «faros de fe y de civilización». El celo misionero de don Orione, que ya se había puesto de manifiesto en el envío a Brasil, en 1913, de sus primeros religiosos, se extendió después a Argentina y Uruguay (1921), a Palestina (1921), a Polonia (1923), a Rodi (1925, a los Estados Unidos de América (1934), a Inglaterra (1935) y a Albania (1936). Él mismo, en 1921-1922 y en 1934-1937, realizó dos viajes misioneros a Amé- rica Latina, a Argentina, Brasil y Uruguay, llegando hasta Chile.

Gozó de la estima personal de Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII y de las autoridades de la Santa Sede, que le confiaron numerosos y delicados encargos para resolver problemas y restañar heridas, tan- to dentro de la Iglesia como en las relaciones con el mundo civil.

Se prodigó con prudencia y caridad en las cuestiones del moder- nismo, en la promoción de la Conciliación entre la Iglesia y el Esta- do en Italia, en la acogida y rehabilitación de los sacerdotes «lapsi». Fue predicador, confesor y organizador incansable de peregrinacio- nes populares de fe. Gran devoto de la Virgen, promovió su devo- ción por todos los medios. Con el trabajo manual de sus clérigos levantó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona (1931) y el de la Virgen de Caravaggio en Fumo (1938).

En el invierno de 1940, padeciendo ya una angina pectoris y después de dos ataques al corazón agravados por crisis respiratorias, don Orione se dejó convencer por los Hermanos y los médicos para buscar alivio en una casa de la Pequeña Obra en San Remo, a pesar de que, como decía, «no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir sino entre los pobres que son Jesucristo». Después de solo tres días, rodeado del afecto y de los cuidados de los Hermanos, moría don Orione el 12 de marzo de 1940, murmurando: «¡Jesús! ¡Jesús! ¡Ya voy!». Sus restos, disputados por la devoción de tantos devotos, re- cibieron solemnes honores en San Remo, Génova y Milán, terminan- do su itinerario en Tortona, donde fueron sepultados en la cripta del santuario de la Virgen de la Guardia. Su cuerpo, hallado intacto en su primer reconocimiento en 1965, fue colocado en un puesto de honor en el mismo santuario.

Encarnó el carisma de la caridad con los pobres, viendo en ellos el rostro de Jesús y sirviéndoles en la más santa alegría. Siempre en movimiento llevaba una vida penitente y pobrísima. Estaba conven- cido de que el mayor bien consistía en vivir en la presencia de Dios y confiar en su Divina Providencia. Este era el estribillo de don Orione: «¡Más fe, más fe, hermanos, hay que tener más fe!... Nuestra fe es poderosa en toda batalla, es el consuelo más grande y divino de la vida humana, es la más grande inspiradora de todo valor, de todo santo heroísmo, de toda arte hermosa que nunca muere, de toda verdadera grandeza moral, religiosa y civil».

 

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