Beatificado 20-11-38
Canonizado en 24-6-51
Celebración litúrgica el 13 de mayo
El itinerario histórico-biográfico de María Dominica Mazzarello es relativamente breve (44 años) y pude articularse en cuatro etapas de una particular maduración en la vida cristiana y consagrada.
La primera etapa comprende 13 años, desde el nacimiento, en Mornese, en el Alto Monferrato, el 9 de mayo de 1837, hasta la pri- mera comunión (1850); hija de José y Magdalena Calcagno, María fue la primogénita de diez hermanos. El grupo familiar, rico en rela- ciones personales, muy ligado a la tierra, diverso por edades, ocupaciones y responsabilidades, así como la cercanía con los demás habitantes de la familia de los Mazzarello, incidieron positivamente en la personalidad de María, desarrollando en ella la actitud al diá- logo y a la comunicación.
Estos años, en efecto, trascurren en un ambiente familiar caracte- rizado por una sólida vida cristiana y trabajo campesino incansable y en ese destacado sentido práctico y profundidad de juicio que mani- festará pronto, incluso como superiora, inteligente, de voluntad y dotada de rica afectividad. María Dominica se abre a la fe acompaña- da por los padres y por el sabio director espiritual, don Domingo Pestarino. Es una sencilla campesina, pero sabe descubrir el secreto del Creador en la belleza de la naturaleza, sabe vencer la fatiga del trabajo cotidiano en el campo, cantando con alegría al Dios que hace fecunda la semilla arrojada en el surco y la hace madurar, en los sarmientos, plenos de racimos para alegrar el corazón del hombre. Es una joven robusta en su físico, pero más fuerte aún en el espíritu. Vive plenamente su propia juventud y sabe convertirla en don cons- tante y sereno para todos: en la familia, en el ambiente en que vive, con las amigas, con las jóvenes mamás que se acercan a ella para orientarse y aconsejarse. En 1849 la familia se traslada a una colina a las afueras de Mornese, llamada Valponasca, una finca aislada y con amplios horizontes. José Mazzarello, padre de María, alquila esta casa con el terreno circundante y comienzan a vivir allí todos juntos. La casa es amplia, capaz de acoger a la familia que aumenta y nece- sita espacio. Aquí, en la Valponasca, hay un lugar significativo: la ventana de la habitación de María, testigo silencioso de muchos en- cuentros, de largas horas de oración. Todas las tardes María invita a la familia a rezar el Rosario en este lugar, desde el que se pueden contemplar a lo lejos la parroquia y el pueblo. María es una muchacha como muchas otras: llena de energía, viva e inteligente. Recorre los senderos entre las viñas para ir a Mornese al catecismo y para asistir a la primera misa en la parroquia. María Dominica siente una atracción particular por la presencia eucarística de Jesús y no repara en sacrifi- cios para unirse a Él. Cristo es el fin y la fuente de su existencia. Durante la jornada trabaja con su padre en la viña, con energía insu- perable, y en las acciones repetitivas y pacientes pone todo el amor de que es capaz. La viña requiere cuidados atentos y continuos, un ejercicio que día tras día va forjando su personalidad.
En la segunda etapa (1850-1860) se observa una particular inte- riorización de la fe a partir del encuentro eucarístico que le lleva a donar su propia juventud al Señor con el voto de virginidad y a participar intensamente en la vida parroquial, especialmente a través de la Unión de las Hijas de María Inmaculada, abriéndose al aposto- lado con las muchachas del pueblo.
A los 23 años la epidemia del tifus hace estragos entre la gente. Don Pestarino, su director espiritual, le dice: «Vete a asistir a tus parientes enfermos». Hay peligro de coger la enfermedad, pero la generosidad le impulsa a hacerse voluntaria en el bien. La enferme- dad la ataca de forma violenta y grave: ¡la deja postrada, sin ganas casi de vivir! Parece que se desvanecen todos los sueños del futuro. Pero su fuerte fe se abre a la voz de Dios que ella acoge con inteli- gente perspicacia, descubriendo una nueva vía para hacer el bien. La experiencia de la enfermedad y de la fragilidad física, que le ha- bían llevado al borde de la muerte, produce en ella una fuerte reso- nancia espiritual y hace que se abandone más profundamente en Dios. Se dedica a la educación de las niñas del pueblo en un taller de costura, un oratorio festivo y una casa-familia para las niñas sin ella, para enseñar a las muchachas a trabajar, a orar y a amar a Dios. De la azada a la aguja. Será modista para ayudar a las muchachas a aprender un oficio y poder así acercárselas y hacerlas buenas cris- tianas. Un día le sucede algo extraño. Está pasando por un sendero en la colina de Borgo Alto, cuando «le parece ver al frente una gran casa con toda la apariencia exterior de un colegio con numerosas jovencitas. Se detuvo a contemplarlo lleno de estupor y se dijo a sí misma: ¿Cómo puede ser esto que estoy viendo? Aquí nunca ha habido un edificio. ¿Qué sucede? Y oía una voz que le decía: A ti te las confío». Es solo un momento. Todo desaparece. Gracias a la in- tensa participación en los sacramentos y bajo la iluminada guía de don Pestarino, va haciendo grandes progresos en la vida espiritual.
En la tercera etapa (1860-1872) se la ve cada vez más abierta al designio de Dios sobre ella, que halla en el encuentro con san Juan Bosco (1864) la respuesta más plena a las propias intenciones apos- tólicas. Con ocasión de la llegada de Don Bosco a Mornese (8 de octubre de 1864) se la oyó decir: «Don Bosco es un santo y yo lo siento». Juntos inician el 5 de agosto de 1872 una nueva familia religiosa en la Iglesia para bien de las jóvenes, de la que Don Bosco esfundador y María Dominica cofundadora: el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Aquel día, en la antigua capilla del colegio, María Dominica y las 11 primeras Hijas de María Auxiliadora hacen la pri- mera profesión en presencia del obispo de Acqui, monseñor Sciandra, y de Don Bosco. Cuatro jóvenes iniciarán el noviciado. Como Don Bosco, sor María Mazzarello halla en María Auxiliadora la Maestra y la Madre para ser signo del amor de Dios entre las jóvenes. Todavía hoy se conservan como recuerdo de los primeros tiempos: el pozo en el patio, signo del espíritu de los orígenes, donde la pobreza era vivida con la sonrisa, la laboriosidad se convertía en responsabilidad y las relaciones eran sencillas y abiertas, y la habitación que María Dominica Mazzarello ocupó durante siete años, de 1872 a 1879.
En la cuarta etapa, la última de su vida (1872-1881), sor María Dominica Mazzarello ejerce su maternidad espiritual mediante la formación de las hermanas, los numerosos viajes emprendidos para visitar las nuevas fundaciones, el incremento y la expansión misio- nera del Instituto, la palabra escrita y la entrega cotidiana de la vida, consumada en el ejercicio de «caridad paciente y benigna». Como superiora se muestra hábil formadora y maestra de vida espiritual: tiene el carisma de la alegría serena y tranquilizadora, irradiando alegría e implicando a otras jóvenes en el compromiso de dedicarse a la educación de las mujeres y de las jóvenes. El Instituto va desa- rrollándose rápidamente. El 4 de febrero de 1879 madre Mazzarello se traslada a Niza Monferrato. Tener que alejarse de Mornese es un gran desasimiento, pero es para bien del Instituto, porque, dada la rápida expansión de la obra, es necesaria una mayor facilidad en la comunicación y en las relaciones. En esta casa María Dominica Mazzarello vivió los últimos años de su vida, caracterizados por una actividad incansable: cartas, viajes, encuentros, preparación de las hermanas misioneras, nuevas fundaciones; tareas todas que no le dan tregua. María Mazzarello muere en Niza Monferrato el 14 de mayo de 1881 dejando a sus hijas una sólida tradición educativa, impregnada toda ella de valores evangélicos: la búsqueda de Dios conocido a través de una catequesis iluminada y un amor ardiente, la responsabilidad en el trabajo, la sencillez y la humildad, la auste- ridad de vida y la gloriosa donación de sí. Dios le concedió el don del discernimiento y la hizo mujer sencilla y sabia.
El testimonio de María Dominica Mazzarello recuerda que la san- tidad es posible y cotidiana, que la podemos vivir y hacer resplande- cer a nuestro alrededor caminando en el surco de la fe. No nacemos santos, nos hacemos respondiendo a la gracia de Dios, escuchando a las personas que Él pone a nuestro lado y hablando a Dios con la oración. Es una mujer de gran fe que supo reconocer la presencia de Jesús en la Eucaristía y en el rostro de los pobres, de las educandas, de las hermanas, exhortando a amar a todos no solo con las palabras, sino con el ejemplo y las obras. En la comunidad animada por sor María Dominica Mazzarello, el clima de acogida y de franca humani- dad de relaciones se armonizaba con una fe sencilla y profunda en la presencia de Dios, dando todo esto un tono inconfundible al am- biente. Don Bosco, en una carta escrita desde Mornese, alude con agudeza de expresiones a esta atmósfera espiritual: «Aquí se siente mucho frío, aunque haya mucho calor de amor de Dios».