SANTIDAD Y MARTIRIO AL ALBA DEL TERCER MILENIO
Una beatificación casi por sorpresa - Santidad
y martirio en el Año Santo - El martirologio del siglo XX - Santidad
y martirio en la Familia Salesiana - Un martirologio de la Familia Salesiana.
Don José Kowalski: Un camino “salesiano” de crecimiento
- Caridad pastoral hasta la entrega de la vida - Inconfundible toque
mariano - Testimonio excepcional.
Un grupo juvenil salesiano - Prisión y martirio - Conclusión.
Roma, 29 de junio de 1999
Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Una beatificación casi por sorpresa.
Os escribo a mi regreso de Polonia. El 13 de junio pasado, en Varsovia,
he podido asistir a la Beatificación de 108 mártires,
entre los cuales nuestro hermano don José Kowalski y cinco jóvenes
de nuestro Oratorio-Centro Juvenil de Poznan: una gracia y un motivo
de alegría casi por sorpresa para nuestra Familia.
Efectivamente, el inicio del proceso se remonta apenas a hace siete
años y se ha podido llegar a la Beatificación en este
año que precede al gran Jubileo. Los nombres de los candidatos
no figuraban en la lista de nuestras Causas de beatificación
y ellos no eran conocidos sino en su patria.
El íter de la causa tiene una historia curiosa y un recorrido
providencial. El 14 de junio de 1987 era beatificado en Varsovia Mons.
Miguel Kozal, obispo de Wladislavia, matado en Dachau en 1943. Esta
beatificación despertó el entusiasmo por los no pocos
mártires del mismo periodo y exterminados, in odium fidei, en
los mismos campos de concentración. Y puesto que la diócesis
que había sufrido más perdidas (un sacerdote de cada dos)
era precisamente la del nuevo Beato Miguel Kozal, la Conferencia Episcopal
de Polonia encargaba al Obispo de Wloclawek-Wladislavia la tarea de
instruir el proceso de todos los mártires polacos caídos
en los campos de exterminio de Dachau y de Oswiecim. Estábamos
en 1991.
Había personas de categorías diversas entre aquellos mártires:
obispos, sacerdotes diocesanos, religiosos, seglares, con un total de
unos ciento noventa, pertenecientes a diecisiete diócesis. En
una primera fase de los trabajos procesales quedaron excluidos unos
sesenta, por defecto de documentación suficiente; y posteriormente
otros veinte.
El grupo de los candidatos a la beatificación ha quedado formado
por ciento ocho: tres Obispos, cincuenta y dos sacerdotes diocesanos,
veintiséis sacerdotes religiosos, tres clérigos, siete
religiosos hermanos, ocho religiosas y nueve seglares. A la cabeza del
grupo, el título oficial presenta cuatro nombres representativos
de las cuatro categorías (obispos, sacerdotes, religiosos y seglares):
Antonio Julián Nowowiejski, Arzobispo; Enrique Kaczorowski, sacerdote;
Aniceto Koplinski, religioso; María Ana Biernacka, seglar; y
ciento cuatro compañeros.
Entre los religiosos muchos son los Institutos representados, masculinos
y femeninos: Dominicos, Franciscanos OFM, Franciscanos Conventuales,
Capuchinos, Carmelitas OCD, Marianistas, Clarisas, Miquelitas, Oblatos,
Concepcionistas, Orionistas, Pallottinos, Hermanos del Corazón
de Jesús, Siervas de la Inmaculada, Escolásticas de Notre
Dame, Ursulinas, Hermanas de la Redención, Verbitas y nosotros
Salesianos. Es fácil de imaginar cuán grande ha sido la
participación en la beatificación, precisamente por este
amplio panorama de diócesis y Congregaciones.
El rápido íter de la Causa - el 26 de marzo pasado fue
leído el Decreto sobre el martirio - no ha dejado demasiado tiempo
para los preparativos, pero la noticia se dio tempestivamente en el
número precedente de estas Actas del Consejo General y en el
Boletín Salesiano
Ahora se están multiplicando iniciativas para dar a conocer a
nuestros nuevos beatos, con el fin de sacar motivos para nuestra espiritualidad
y estímulos para nuestra misión.
En este movimiento también yo quiero tomar parte. Siguiendo el
propósito de dirigiros algunas cartas de comunicación
familiar, querría delinear la figura espiritual de los beatos
y captar el significado de su glorificación en la historia de
nuestra Congregación.
Santidad y martirio en el Año Santo
La referencia a la santidad está contenida en la denominación
misma del Jubileo, llamado precisamente Año “Santo”.
Éste es la celebración de la santidad de Dios, como Señor
misericordioso de la historia humana, que Él convierte en historia
sagrada, de salvación, con su presencia y revelación.
Por consiguiente, el Jubileo comporta una mirada atenta a la santidad
de la Iglesia. “El agradecimiento de los cristianos, dice el Papa,
se extenderá finalmente a los frutos de santidad madurados en
la vida de tantos hombres y mujeres que en cada generación y
en cada época histórica han sabido acoger sin reservas
el don de la Redención”.
A la luz de esta invitación el Santo Padre añade un dato,
comentado hasta en la prensa, y que es una explicación: “En
estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones.
Ellas manifiestan la vitalidad de las iglesias locales mucho más
numerosas hoy que en los primeros siglos y en el primer milenio”
La luz de Cristo Resucitado se refleja hoy con intensidad sobre numerosos
testimonios distribuidos en los más variados contextos y en las
condiciones más diversas. Son un punto de referencia para la
búsqueda de sentido de la existencia humana y para el discipulado
de Cristo.
La Iglesia, además, considera la santidad como la carta convincente
para la nueva evangelización del mundo que se asoma al año
2000. Ésta es una indicación, que no se debe dar por descontada,
para pensar en nuestra renovación, en nuestro testimonio, en
nuestro futuro. “El mayor homenaje que todas las iglesias tributaran
a Cristo en el umbral del Tercer Milenio, será la demostración
de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza
y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido
a Cristo en las distintas formas de vocación cristiana”.
En este contexto de acción de gracias y de testimonio de santidad
se subraya, con fuerza insólita, el recuerdo de los mártires.
Es un punto que caracteriza este Jubileo y tiene su importancia el comprender
el por qué. Se pone a la consideración entre los grandes
signos de la fase preparatoria y de la celebrativa, junto a la oración
de acción de gracias, a la oración y penitencia, a la
petición de perdón por las responsabilidades en los males
de este siglo, a la promoción de la unidad de los cristianos,
a la celebración de los sínodos continentales.
En la Bula de convocación del Jubileo se coloca en otra serie
de exigencias que comprende la purificación de la memoria y la
petición de perdón, la caridad hacia los pobres y los
marginados y la cultura de la solidaridad.
La memoria de los mártires no es, pues, un papel reservado a
especialistas de la historia o sólo una celebración insertada
en la Liturgia, sino casi una dimensión de la pertenencia a la
Iglesia.
De hecho, en la experiencia de fe y en la historia de la Iglesia el
martirio aparece como el signo de las horas fecundas. Así fue
la hora del nacimiento y de la primera difusión del cristianismo.
Una hora igualmente fecunda hace presagiar el siglo XX en el cual la
comunidad cristiana “ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires”.
El martirio es la participación de forma viva y real en el sacrificio
de Cristo, como una Eucaristía. Expresa en términos extremos
una dimensión connatural y necesaria de la vida cristiana que
todos debemos comprender, aceptar y asumir: el ofrecimiento de la vida.
Por eso, la existencia cristiana está permanentemente abierta
a la eventualidad del martirio, pero se presenta como una gracia que
viene a nuestro encuentro, más que como una meta que desear,
conquistar o proponernos. Representa, además, el choque profético
más frontal entre el Espíritu, la gracia, las intenciones
y el estilo de vida propuesto por Cristo y lo que es del mundo, entendido
como conjunto de potencias malignas.
El martirologio del siglo XX
Característica del siglo XX es en primer lugar la cantidad de
aquellos a quienes se les ha pedido el testimonio de la sangre. “Las
persecuciones de creyentes han supuesto una gran siembra de mártires
en varias partes del mundo”, afirma la TMA, y añade que
tal cantidad ha hecho que muchos quedasen en el anonimato “como
soldados desconocidos de la gran causa de Dios”.
Pero no es menos impresionante la variedad de los mártires, por
lo que respecta a su condición: entre ellos hay, en efecto, obispos
y sacerdotes, religiosos y seglares, hombres y mujeres, jóvenes
y ancianos, intelectuales y campesinos, profesionales y artistas.
Es sumamente expresiva de la hora jubilar que nos preparamos a vivir
la unión de las diversas confesiones cristianas en el único
testimonio de Dios y de la dignidad del hombre: católicos de
los diferentes ritos, ortodoxos, protestantes de diversas denominaciones.
“El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez
el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más
fuerte que los elementos de división”.
El testimonio de los mártires del siglo XX reviste, además,
un profundo significado antropológico, para el individuo y para
la civilización, a causa de las coordinadas del tiempo y las
circunstancias de su martirio: el contexto de las grandes guerras, los
sistemas totalitarios, las ideologías ateas con pretensiones
y promesas de liberación y desarrollo, los fundamentalismos religiosos,
los humanismos cerrados y temporales. “Desde el punto de vista
psicológico el martirio es la demostración más
elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso
a la muerte más violenta y que manifiesta su belleza incluso
en medio de las persecuciones más atroces”.
Recordando a los mártires, repasamos la historia atormentada
de este siglo, caracterizado por las grandes aspiraciones colectivas
que parecían justificar todo holocausto, por la lucha sin cuartel
por el dominio del mundo, por las desviaciones con pretensiones científicas.
“Es un testimonio que no hay que olvidar”. “La Iglesia
en todas las partes de la tierra deberá continuar anclada a su
testimonio y defender celosamente su memoria”. Efectivamente ellos
recuerdan el sentido absoluto de Cristo en la historia del hombre, “signo
del amor más grande que compendia cualquier otro valor”.
Como servicio a la memoria de los mártires se ha repetido insistentemente
la intención de escribir el martirologio del siglo XX haciendo
referencia al cuidado afectuoso con el que la Iglesia primitiva recogió
las actas y conservó la memoria de quienes habían dado
la vida por Cristo: “La Iglesia de los primeros siglos, aun encontrando
notables dificultades organizativas, se dedicó a fijar en martirologios
el testimonio de los mártires. Tales martirologios han sido constantemente
actualizados a través de los siglos y en el libro de los santos
y beatos de la Iglesia han entrado no sólo aquellos que vertieron
la sangre por Cristo, sino también maestros de la fe, misioneros,
confesores, obispos, presbíteros, vírgenes, cónyuges,
viudas, hijos”.
La convergencia sobre esta sensibilidad y la importancia
que el martirio tiene en la evangelización se ha notado particularmente
en los Sínodos.
He podido no sólo escuchar las palabras, sino percibir el tono
conmovido del recuerdo, la unción y la veneración con
que el Sínodo de América y sobre todo el de Asia nombraban
a los grandes testigos de la fe.
En el primero se recordaron los que dieron la vida en la primera evangelización
y los perecidos en conflictos sociales o bajo las dictaduras. El conjunto
de esto ha sido recogido en el siguiente paso del documento La Iglesia
en América: “Entre los santos, la historia de la evangelización
de América reconoce numerosos mártires, varones y mujeres,
tanto obispos como presbíteros, religiosos y laicos… Es
necesario que sus ejemplos de entrega sin limites a la causa del Evangelio
sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos
y difundidos entre los fieles del continente”.
Respecto del Sínodo de Asia, quiero transcribir lo que se refiere
a la China porque nos toca de cerca. Es conocido el deseo del Papa de
canonizar a todos los actuales Beatos mártires de China, que
son 120. Él expreso semejante auspicio en la homilía de
la Canonización del mártir Jean Gabriel Perboyre el 2
de junio de 1996: “Al recuerdo de Jean Gabriel Perboyre deseamos
unir el de todos aquellos que han dado testimonio del nombre de Jesucristo
en tierras de China a lo largo de los siglos pasados. Pienso particularmente
en los Beatos mártires cuya canonización común,
auspiciada por numerosos fieles, podría un día ser signo
de esperanza en la Iglesia presente en el seno de este pueblo al que
permanezco cercano con el corazón y la oración”.
Animados por estas palabras, los padres sinodales pidieron que se diese
ese paso. Atrajo mi atención y la de muchos otros la intervención
de Mons. Joseph Ti-Kang, Arzobispo de Taipeh (Taiwan), que reflejaba
el sentir de muchos.
Los obispos de China - dijo - han manifestado desde hace tiempo el vivo
deseo de que estos héroes de la fe cristiana, los mártires,
sean declarados Santos.
Ya en febrero de 1996, el Presidente de nuestra Conferencia Episcopal
había presentado una suplica en ese sentido a Su Santidad y Él
había manifestado su intención de proceder. Informada
de todo esto, la Congregación para las Causas de los Santos encargó
a los Postuladores de las Causas de los Grupos de los Beatos Mártires
Chinos redactar los “Dossieres” para probar la existencia
de una fama signorum en sustitución de la prueba de un milagro
físico, por la imposibilidad de llevar a cabo en China una investigación
canónica adecuada.
Sin embargo los Obispos chinos hemos declarado que estamos persuadidos
de que “la perseverancia de los cristianos chinos en la fe vivida
bajo la larga y brutal persecución durante casi medio siglo -
como también el crecimiento del número de los cristianos
- constituyen de por sí un gran milagro concedido por Dios a
través de la intercesión de los Beatos Mártires
Chinos”, a los cuales se dirigen los fieles en la oración.
Esta declaración oficial de nuestra Conferencia Episcopal acompaña
los “Dossieres” preparados por los Postuladores.
Nos atrevemos, pues, a pedir a Su Santidad que quiera proceder en un
próximo futuro a la solemne Canonización de los Beatos
Mártires Chinos.
Entre los mártires de todos los tiempos y de
todos los continentes, no pocos pertenecen a la Vida consagrada. También
para ellos se desea una actualización del martirologio. Sin duda,
un carisma se pone de manifiesto con particular claridad en el martirio
y da a éste un carácter original. “En este siglo,
como en otras épocas de la historia - afirma Vita consecrata
- hombres y mujeres consagrados han dado testimonio de Cristo el Señor
con la entrega de la propia vida. Son miles los que, obligados a vivir
en la clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos,
obstaculizados en las actividades misioneras, en la ayuda a los pobres,
en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven su
consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente
a dar su sangre, en perfecta conformación con Cristo crucificado.
La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de algunos de ellos
y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su
ejemplo, interceden por nuestra fidelidad, y nos esperan en la gloria.
Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia
la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración
y su imitación. Los Institutos de vida consagrada y las Sociedades
de vida apostólica han de contribuir a esta tarea recogiendo
los nombres y los testimonios de las personas consagradas, que pueden
ser inscritas en el Martirologio del siglo XX”.
Santidad y martirio en la Familia Salesiana
Los nuevos beatos polacos entran a formar parte de la ya numerosa constelación
de los santos y candidatos a los altares de la Familia Salesiana. Son
treinta y nueve las causas de beatificación y canonización
que nuestra Congregación lleva adelante. Y en ellas entran ciento
treinta y nueve hijos e hijas espirituales de Don Bosco. Si se añaden
otros que por diversos títulos forman parte de la Familia Salesiana,
aunque su causa esté llevada adelante por las respectivas diócesis
o por los Institutos religiosos (por ejemplo, Piergiorgio Frassati,
Alberto Marvelli, Giuseppe Guarino…) el número llega a
ciento cincuenta. A los tres actuales canonizados y a los doce Beatos,
hay que añadir otros doce de los que ya ha sido declarada la
heroicidad de sus virtudes, mientras de los demás se lleva adelante
con éxito el proceso de declaración de los testigos, la
redacción de la Positio o el examen de ésta por parte
de los competentes.
El panorama de nuestros santos es representativo de las diversas ramas
de la Familia Salesiana: ciento dieciséis, incluyendo los mártires,
son miembros de la Congregación Salesiana y diez las Hijas de
María Auxiliadora (incluidas las dos mártires españolas).
Los jóvenes, con los nuevos mártires polacos, alcanzan
el número de ocho y cubren la adolescencia y la juventud, entre
los 13 y los 24 años. Su santidad ha madurado en colegios y ambientes
escolásticos, pero también en el Oratorio y en los grupos
juveniles. Los Cooperadores están ampliamente representados por
cuatro mujeres de diversa condición: Margarita Occhiena, madre
campesina, Doña Dorotea de Chopitea, noble mujer bienhechora,
Alejandrina da Costa, pobre, enferma y mística, Matilde Salem,
también ella culta, de posición social acomodada. Debemos
añadir a Atilio Giordani, animador del Oratorio. Hay, además,
exalumnos, como Alberto Marvelli, Piergiorgio Frassati, Salvo d’Acquisto.
La geografía de la santidad salesiana también aparece
universal, si se toman en consideración tanto los lugares de
origen como los lugares donde los candidatos han desarrollado su misión
por largos años hasta la muerte: Europa se presenta con Italia,
España, Portugal, Francia, Bélgica, Polonia, Eslovaquia
y República Checa; América está representada por
Argentina, Chile, Perú, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Colombia;
Asia por Palestina, Siria, Japón. China e India.
No es menos admirable la diversidad de condiciones de vida y de trabajo.
Se cuentan Rectores Mayores (tres), Obispos (seis), fundadores de Institutos
de vida consagrada (siete), inspectores e inspectoras, grandes misioneros
y misioneras, coadjutores, educadores y educadoras, profesores de teología
de nivel universitario. Para algunos no basta indicar genéricamente
la condición, porque su biografía está marcada
por especiales manifestaciones de santidad: Don Elías Comini,
muerto en una matanza de guerra; Don Komorek, ya venerado en vida como
santo por la gente humilde; sor Eusebia Palomino, típica figura
de sencillez y sabiduría evangélica.
Las experiencias en las que la santidad se ha manifestado principalmente
son, pues: la animación de los hermanos y hermanas en la misión
y en la guía de las comunidades, la caridad hacia los más
pobres y enfermos (Zatti, Srugi, Variara), el sufrimiento personal soportado
con visible sentido de participación en la pasión de Cristo
(Beltrami, Czartoryski, Alejandrina da Costa), el trabajo misionero
y las expresiones originales de la caridad pastoral.
Debajo de tanta diversidad de origen, estados de vida, misión
y nivel de instrucción y procedencia geográfica hay una
única inspiración: la espiritualidad salesiana. En ella
los candidatos a los honores de los altares son como la punta de un
iceberg que se apoya en una amplia plataforma constituida por muchos
hermanos y hermanas, consagrados por la especial gracia de la consagración
que los hace morada de Dios, y santificados por el compromiso de hacer
visible y próxima a los jóvenes tal presencia al estilo
de Don Bosco. En el conjunto son un tratado completo de nuestra espiritualidad.
Ésta se puede proponer en forma doctrinal; pero también
se puede describir con ventaja a través de las biografías
que acercan mucho más sus rasgos a las circunstancias cotidianas
de la existencia.
Un martirologio de la Familia Salesiana
En nuestras filas de “santos” hay también nombres
para un martirologio: ciento tres son los mártires registrados.
Otros, perecidos en represalias de guerra o en situaciones de conflicto
social, permanecen en el anonimato. Los ciento tres corresponden a tres
grupos. El primero, en orden de tiempo por lo que se refiere al martirio
y la beatificación, comprende a los mártires de China:
Mons. Luis Versiglia y Don Calixto Caravario. El íter de su causa
está en curso como todos los mártires de China.
Vienen luego los mártires españoles: noventa y cinco en
total. Los de Valencia y Barcelona, con Don José Calasanz Marqués
a la cabeza, suman treinta y dos; los de Madrid, con Don Enrique Saiz
Aparicio al frente, son cuarenta y dos; y los de Sevilla, con Don Luis
Torrero, veintiuno.
En el grupo de los noventa y cinco encontramos: treinta y nueve sacerdotes,
veinticinco coadjutores, veintidós clérigos estudiantes,
dos Hijas de María Auxiliadora, tres cooperadores (entre los
cuales una mujer), dos postulantes, un obrero y un fámulo unidos
a la comunidad salesiana.
La causa de martirio del grupo de Valencia y Barcelona ha sido examinada
por la comisión de los teólogos consultores el 22 de febrero
de 1999 con resultado positivo. Se espera que su beatificación
pueda hacerse durante el Ano Santo, en la fecha prevista para la beatificación
de todos los mártires cuyo proceso de martirio esté concluido.
La mayor celeridad que ha tenido el proceso de este grupo se debe a
la iniciativa de la Archidiócesis y a la colaboración
de siete familias religiosas interesadas: Jesuitas, Franciscanos Menores,
Capuchinos, Dominicos, Dehonianos, Capuchinos de la Sagrada Familia
y nosotros Salesianos.
La tercera área geográfica donde los acontecimientos históricos
del siglo XX sometieron a la Iglesia y en ella a la Congregación
a la prueba del martirio es el Este Europeo: martirio públicamente
consumado y por ello conocido, pero en muchos casos desconocido y parcial:
cárcel, interrogatorios, sufrimientos, persecuciones civiles,
supresión clandestina. La pasión comenzó el año
1917 para algunas naciones y duró hasta la caída del muro
de Berlín (1989), con momentos de particular dificultad durante
la guerra y en la inmediata postguerra. Nuestras comunidades fueron
o suprimidas o limitadas en su vida, medios y acción. Muchos
de nuestros hermanos fueron llevados a campos de recolección,
vigilados e interrogados. De todos ellos queremos “guardar celosamente
su memoria”, como una riqueza de nuestra historia de fidelidad.
El martirologio salesiano, variado por los escenarios, las circunstancias,
las causas inmediatas del martirio y por los hermanos que forman parte
de él, se presta a múltiples reflexiones.
La visual “alegre” del salesiano, su profesión de
bondad y la voluntad de concordar, sus actividades promocionales hacen
casi lejana la idea del martirio. Y, sin embargo, el servicio pastoral
de la gente y la dedicación educativa a los jóvenes no
se pueden realizar sin la disposición que constituye internamente
el martirio, es decir, la oferta de la vida y la consiguiente asunción
de la cruz. Nuestra misión es, en efecto, entrega de nosotros
mismos al Padre por la salvación de los jóvenes según
las modalidades que Él mismo disponga. Lo mismo se puede decir
de la fidelidad a nuestra consagración, ya desde antiguo comparada
a un martirio incruento por su carácter de oferta total e incondicional.
Nosotros vivimos el espíritu del martirio en la caridad pastoral
cotidiana de la que Don Bosco afirmaba: "cuando suceda que un salesiano
sucumba y deje de vivir trabajando por las almas, decid entonces que
nuestra Congregación ha alcanzado un gran triunfo". Y es
interesante notar cómo en el contexto de esta oferta cotidiana
él recomendaba la disponibilidad ante la eventualidad de un martirio
cruento: “Si el Señor en su Providencia dispusiese que
alguno de nosotros sufriera el martirio, ¿tendríamos que
amedrentrarnos por esto?”.
Don José Kowalski
Los grupos de mártires del Este Europeo, que recordábamos,
encabezados por don José Kowalski, como si los representase a
todos, atrae hoy nuestra atención, a causa de su reciente beatificación.
José Kowalski había nacido en Siedliska, pequeño
pueblo rural en las cercanías de Rzeszow, el 13 de marzo de 1911,
hijo de Wojciech y Sofía Borowiec, en una familia profundamente
creyente y practicante. Fue bautizado el 19 de marzo, fiesta de San
José, en la iglesia parroquial de Lubenia, distante unos cuatro
kilómetros de su pueblo, que en aquel tiempo no tenía
una iglesia. Hoy, en un lugar donado por la familia Kowalski, se alza
una moderna iglesia donde ha sido colocada una lápida conmemorativa
con la foto de don José en uniforme del campo de concentración
y con su número de encarcelado: 17.350.
Acabada la escuela elemental, a los 11 años fue, según
los deseos de sus padres, al Colegio San Juan Bosco de Oswiecim donde
permaneció cinco años.
De estos años se recuerda que “se distinguía por
una piedad no común”, que era hábil, diligente y
servicial; era querido por todos y considerado entre los muchachos mejores.
Pertenecía a la Compañía de la Inmaculada, era
presidente del grupo misionero y animaba iniciativas religiosas y culturales
entre sus compañeros. Un testigo en el proceso dice que él
y otros jóvenes como él eran llamados “santitos”.
Nada extraño que madurase en él el deseo de seguir las
huellas de sus educadores y que éstos viesen como una gracia
las señales de una verdadera vocación.
Efectivamente pidió hacerse salesiano y en 1927 entró
en el noviciado de Czerwinsk. Siguieron los años del bachillerato
y de la filosofía en Cracovia (1928-1931), el trienio práctico
que coronó con la profesión perpetua (1934) y el curso
teológico normal con la ordenación sacerdotal en 1938.
Muy pronto fue llamado por el Inspector Don Adam Cieslar como su secretario
y en esta función seguirá los tres años siguientes
hasta el día de su arresto. Se le describe como un hermano que
se distinguía “por un sorprendente dominio de sí
mismo y por una excepcional estima de cada uno de los hermanos”.
Servicial, delicado, siempre sereno y sobre todo muy trabajador. En
la medida en que su deber se lo consentía, se dedicaba al estudio
de las lenguas (italiano, francés, alemán), leía
con interés la vida del Fundador y preparaba escrupulosamente
sus homilías.
Los deberes de secretario inspectorial no le impidieron el ministerio
pastoral. Se le encontraba siempre disponible para predicaciones, conferencias,
especialmente en ambientes juveniles, y para el servicio de las confesiones.
Dotado de gran sentido musical, disponiendo de buena voz, cuidaba en
la parroquia un coro juvenil para dar solemnidad a las celebraciones
litúrgicas.
Precisamente esta diligente actividad sacerdotal entre los jóvenes
será la que le puso en vista y motivó el arresto por parte
de los nazis el 23 de mayo de 1941, junto a otros once salesianos.
Encarcelado provisionalmente en Cracovia en la cárcel de Montelupi,
después de un mes fue trasladado junto a otros al campo de concentración
de Oswiecim. Aquí vio matar a cuatro salesianos. Entre ellos
a su director don José Swiere y su confesor don Ignacio Dobiaz.
Marcado con el número 17.350, transcurrió un ano de trabajos
forzados y de malos tratos en la llamada “compañía
de castigo”, donde pocos lograban sobrevivir.
Se decidió su traslado a Dachau, pero en el último momento
no se llevo a cabo en circunstancias bien descritas por los testigos
que han declarado en su proceso y citadas también en el proceso
de beatificación del Padre Maximiliano Kolbe. Él siguió
en la “compañía de castigo” en el campo de
Oswiecim.
Gracias a una nutrida documentación sobre él y gracias
también a algunos sucesos significativos, relacionados con las
modalidades de su muerte, este nuestro Beato se convierte en una figura
destacada entre sus compañeros de martirio.
Su recuerdo ha quedado fresco en Polonia en todos estos
años. En las Actas procesuales queda documentada una verdadera
fama sanctitatis. Hablan de ella ya los testigos directos del martirio.
“Considerando la vida del Siervo de Dios José Kowalski
- dice uno de estos testigos - y, sobre todo, su comportamiento en los
últimos momentos de su vida antes de la muerte, creo que él
es un verdadero mártir de la fe y que merece plenamente ser elevado
a la gloria de los altares”. Tal convicción ha movido a
nuestras comunidades polacas, inmediatamente después de su muerte,
a recoger la documentación sobre su vida y su actividad, precisamente
con la intención de introducir su Causa de beatificación.
Esto respondía a la convicción de la gente. Los fieles
de su pueblo natal Siedliska, considerándolo un verdadero mártir,
de acuerdo con el Obispo Tokarczuk, han levantado en el lugar de su
nacimiento, como ya se ha dicho, una iglesia dedicada a San José,
en la cual desde 1981 rezan por la Beatificación de su paisano.
Don Francisco Baran, párroco de Krolok Polski, en 1968, podía
afirmar en su declaración: “La muerte de Don José
mártir, según mi persuasión, ha sido para nuestra
parroquia de Lubenia una semilla providencial de muchas vocaciones para
la Iglesia. Bastará recordar que de esta parroquia han salido,
después de la última guerra, 27 celosos sacerdotes diocesanos
y religiosos”.
No han faltado interesantes publicaciones, especialmente en el lugar,
sobre esta figura, aunque limitadas ordinariamente a la lengua polaca.
En 1972 el Boletín Salesiano presentó una semblanza interesante,
que ensanchó el radio de su conocimiento. Recientemente ha sido
publicada una breve biografía, traducida en diversas lenguas.
También yo quiero dar mi aportación presentando algunos rasgos de su historia terrena concluida con el martirio, tal como los he recogido de una atenta lectura de los documentos a disposición. Entre éstos he podido consultar también el Proceso de San Maximiliano Kolbe, con el que nuestro hermano condividió parte de su prisión y tuvo contactos significativos. Su nombre aparece en algunos testimonios de aquel proceso, aunque sea sólo indirectamente.
Un camino “salesiano” de crecimiento
Se ha dicho con razón que el “martirio no se improvisa”.
No es obra del verdugo, sino una gracia del Espíritu. De hecho,
no son el suplicio y las torturas infligidas desde fuera las que hacen
al mártir, sino el acto interior de la oferta. Es, pues, un don
tan grande que no sucede por casualidad, supuesto que algo pueda suceder
nunca sin motivo en el reino de la gracia. El martirio es una vocación
y se prepara misteriosamente durante toda una vida.
Como la muerte es “única” para cada uno, así
también al martirio cada uno le da su toque de originalidad.
Además del acto de la oferta, hay el estilo particular con que
cada mártir afronta el momento supremo de la prueba.
Quien se introduce en la existencia terrena, aunque breve, de este nuestro
nuevo Beato, logra encontrar fácilmente los signos de una santidad
robusta, exteriormente reconocible como tal y de eminente hechura salesiana.
El ambiente educativo y las propuestas de formación cristiana
de su adolescencia, que hemos recordado antes, traen a la memoria todos
los elementos característicos del sistema preventivo: ambiente
juvenil, relación de confianza con los educadores, grupos de
compromiso, responsabilidades de los más maduros, devoción
a María Auxiliadora, frecuencia de los sacramentos.
Que en este ambiente José haya recorrido su camino personal de
santidad, “émulo de Domingo Savio”, lo revelan entre
otras cosas algunas páginas de sus “cuadernos reservados”.
“Antes morir que ofenderte con el pecado más leve”.
“Oh mi buen Jesús, dame voluntad perseverante, firme, fuerte,
para que yo pueda perseverar en mis santas resoluciones y pueda alcanzar
mi supremo ideal: la santidad que me he fijado. Yo puedo y debo ser
santo”.
Los mismos cuadernos documentan su adhesión personalísima
a Jesucristo que va madurando con los años, particularmente después
de la profesión: “Jesús, quiero ser fiel verdaderamente
y servirte fielmente (…). Me entrego totalmente a Ti (…).
Haz que yo no me aleje nunca de Ti y que hasta la muerte te sea fiel
y mantenga mi juramento: ‘antes morir que ofenderte con el pecado
más leve’ (…). Yo debo ser un salesiano santo, como
fue santo mi Padre Don Bosco”.
Desde joven estudiante de filosofía en 1930 había escrito,
con su sangre, en una página de su diario, después de
haber marcado una cruz: “Sufrir y ser despreciado por ti, Señor
(…). Con pleno conocimiento, con voluntad decidida y dispuesta
a todas las consecuencias, abrazo la dulce cruz de la llamada de Cristo
y quiero llevarla hasta el final, hasta la muerte”.
Caridad pastoral hasta la oferta de la vida
Este su amor de imitación de Cristo y esta su adhesión
a Don Bosco como Padre le llevaban a expresar el esfuerzo espiritual
con serena disponibilidad al compromiso apostólico. Hemos ya
recordado su implicación en la animación de los compañeros
y su entrega a las actividades oratorianas en el tiempo de su breve
sacerdocio. Según iba progresando, su cercanía a los jóvenes
crecía en bondad.
Resulta interesante el testimonio de un sacerdote, Don Francisco Baran,
de la diócesis de Przemysl: “Encontré, por primera
vez, a don José Kowalski en junio de 1938. Hoy no recuerdo ya
la fecha exacta de este feliz acontecimiento. Siendo yo alumno de segunda
elemental volvía de la escuela a casa. Después de la santa
Misa volvía también don José caminando a pie desde
la Iglesia parroquial, distante unos cuatro kilómetros de su
cada natal. Se entretuvo benévolamente un poco conmigo, me preguntó
mi nombre y apellido, luego me dio algunas estampas de su primera Misa,
me acarició dulcemente y me dijo que también yo sería
un día sacerdote. Ahora no recuerdo exactamente sus palabras”.
El campo de prisión fue para él el campo “pastoral”.
Unió el sufrimiento a una solícita atención a los
compañeros, sobre todo para confortar su esperanza y sostener
su fe. “Los jefes del SK (compañía de castigo) -
leemos entre los testimonios - sabiendo que Kowalski era sacerdote,
lo atormentaban a cada paso, lo golpeaban en cualquier ocasión,
le mandaban a los trabajos más pesados”.
A pesar de ello, él no dejó nunca de ofrecer a sus compañeros
el servicio sacerdotal posible: “Sin tener en cuenta una severa
prohibición, absolvía de los pecados a los moribundos.
Confortaba a los desesperanzados, sostenía espiritualmente a
los desgraciados que esperaban la sentencia de muerte, llevaba clandestinamente
la comunión, lograba incluso organizar la Santa Misa en los barracones,
animaba la oración y ayudaba a los necesitados”. “En
aquel campo de muerte en el que, según la expresión de
los jefes, no había Dios, lograba llevar a Dios a los compañeros
de prisión”.
Su actitud interior y exterior durante todo este calvario se manifiesta
en una carta a sus padres: “No os preocupéis por mí,
estoy en las manos de Dios (…). Quiero aseguraros que siento en
cada momento su ayuda. No obstante la presente situación, soy
feliz y estoy totalmente tranquilo; estoy persuadido de que donde quiera
me encuentre y me suceda lo que me suceda, todo proviene de la paterna
Providencia de Dios que de modo justísimo dirige la suerte de
las naciones y de todos los hombres”.
Dos hechos hablan elocuentemente de su heroico celo
pastoral. El primero es la organización de la oración
diaria en el campo. Veamos una sugestiva descripción tomada de
un testimonio: “Por la mañana, apenas salidos de las casetas,
nos recogíamos, siendo todavía de noche (a las 4,30 horas),
formando un pequeño grupo de 5-8 personas, junto a uno de los
bloques, en un lugar menos visible (el descubrimiento de una reunión
semejante habría podido costarnos la vida), para recitar las
oraciones que repetíamos después de él. El grupito
fue aumentando poco a poco, a pesar de que esto era muy peligroso”.
Mucho más trágicas fueron las vicisitudes de su último
día de vida consignadas a la historia por testigos oculares que,
salidos vivos de aquel infierno, pudieron declarar bajo juramento durante
el Proceso.
Era el 3 de julio de 1942. Cada gesto y cada palabra de aquellas 24
últimas horas revisten un significado particularmente importante.
Y es justo revivir, en los mínimos detalles, el momento culminante
de la pasión de este nuestro hermano.
“Acabado el trabajo - narra uno de los testigos - los compañeros
llevaron al bloque al sacerdote Kowalski, maltratado por los jefes.
A su vuelta yo pasé junto a él los últimos momentos.
Nos dábamos cuenta de que después del asesinato de los
compañeros de nuestra celda (de los cinco, tres habían
sido ya ajusticiados) ahora nos tocaba a nosotros. En aquella situación
el sacerdote Kowalski se recogió en oración. A un cierto
punto se dirigió a mí diciendo: “Arrodíllate
y reza conmigo por todos estos que nos matan”. Rezábamos
los dos, pasada la revisión, muy de noche en la litera.
Después de unos momentos vino a nosotros Mitas y llamó
a Don Kowalski. El sacerdote Kowalski bajó de la litera con ánimo
tranquilo, puesto que se había preparado a esta llamada y a la
muerte que le seguiría. Me dio su porción de pan que había
recibido para la cena diciendo: ‘Cómetelo tú, yo
ya no tendré necesidad’. Después de estas palabras
se fue conscientemente a la muerte”.
Pero antes del epílogo, que habría sucedido al amanecer
del 4 de julio, durante el día 3 se había puesto en escena
una acción sagrada en la que se revela toda la heroica dignidad
de un verdadero testigo de la fe. La encontramos referida por testigos
oculares con riqueza de detalles. Escuchemos:
“Me quedó impreso en la memoria un día, unido al
recuerdo de don Kowalski, que fue el último de mi permanencia
en la SK. Eran los primeros días de julio de 1942. El día
era muy caluroso. Los jefes estaban furibundos en su ansia de matar.
De la crueldad se hacían alegres espectáculos. En este
día no descansaron ni siquiera en el intervalo para la comida,
continuando sus sádicas diversiones de la mañana. Ya anegaban
a los unos en la cercana alcantarilla de estiércol, ya precipitaban
a otros desde el alto terraplén al fondo de un inmenso canal
que estaban excavando, lleno de fango arcilloso. Aquellos de los maltratados
que gimiendo no habían aún expirado eran empujados a un
tonel sin fondo, tonel que servía de refugio a los perros, que
se custodiaban junto a las SS. Los forzaban a imitar a los perros ladrando
y luego, derramada por el suelo la sopa, obligaban a aquellos moribundos
a lamerla en el suelo. Uno de los esbirros (el jefe), alemán,
grita riendo con voz bronca: ‘Y ¿donde está el sacerdote
católico? Que dé su bendición para el viaje a la
eternidad’. Mientras tanto, otros verdugos arrojaban a don Kowalski
(por él preguntaba precisamente el jefe) desde lo alto al fango
para divertirse. Luego, apenas semejante a un hombre, lo conducen al
tonel. Desnudo, sacado fuera del estanque de fango, con los restos de
harapos de los calzones encima, chorreando completamente su cabeza a
los pies de aquel bruto, asquerosa mezcla de fango y estiércol,
empujado a palos, llegó al tonel donde yacían moribundos
unos y muertos otros. Los verdugos, golpeando a don Kowalski, escarneciéndolo
como sacerdote, le ordenaron subir al tonel e impartir a los moribundos
‘según el rito católico la última bendición
para el viaje al paraíso’.
Don Kowalski se arrodilló sobre el tonel y signándose
comenzó con voz alta, casi inspirada, a recitar lentamente el
Padrenuestro, el Avemaría, el Sub tuum praesidium y la Salve
Regina. Las palabras eternas de verdad recogidas en las divinas estrofas
de la oración dominical impresionaron vivamente a los prisioneros
que de día en día, de hora en hora, esperaban aquí
una muerte espantosa, semejante a la de aquellos que ahora en una perrera
dejaban este valle de lágrimas, desfigurados hasta el punto de
perder las semblanzas de hombres. Acurrucados en la hierba, no atreviéndose
a levantar la cabeza para no exponerse a las miradas de los verdugos,
gustábamos las penetrantes palabras de don Kowalski como alimento
material de una paz deseada. En aquella tierra empapada de la sangre
de los prisioneros, penetraban ahora las lágrimas que brotaban
de nuestros ojos, mientras asistíamos al sublime misterio celebrado
por don Kowalski sobre el fondo de aquella escena macabra. Encogido
junto a mí sobre la hierba, un joven estudiante de Jaslo (Tadeo
Kokosz) me susurró al oído: ‘Una oración
semejante no la ha escuchado aún el mundo… tal vez ni siquiera
en las catacumbas se rezaba así’”.
De una atenta reconstrucción de los hechos resulta que él fue matado en la noche entre el 3 y el 4 de julio de 1942. Fue ahogado en la cloaca del campo. Lo atestigua bajo juramento su compañero Esteban Boratynski que vio su cadáver completamente sucio abandonado delante del bloque de la llamada "compañía de castigo".
Inconfundible toque mariano
Es conocida la devoción del pueblo polaco a la Virgen
Santísima, que tiene su expresión y su centro en el santuario
de Czestokowa. Se siembra en el alma de todo bautizado. Aflora poderosa
en los momentos cruciales de la historia de la Iglesia y del país
como fuente de inspiración y energía, de sabiduría
y esperanza.
Este rasgo, común a muchas regiones cristianas, constituye un
interesante punto de encuentro entre la fe popular y la espiritualidad
salesiana, cualificada precisamente como espiritualidad mariana.
Encontramos en los apuntes del Beato José sentimientos intensos
de devoción a María cuando era todavía alumno de
Oswiecim: “Oh Madre mía, yo debo ser santo porque éste
es mi destino. No quiero decir nunca que he progresado bastante; no,
no diré nunca basta. Haz, Madre mía, que la idea de la
santidad que brilla ante los ojos de mi alma no se oscurezca nunca,
sino que crezca, se refuerce y brille como el sol”.
Su vía crucis está lleno de estaciones marianas. El 23
de mayo de 1941, vigilia de María Auxiliadora, se cumple el previsible
y siempre repentino arresto. Él mismo recuerda el consuelo que
recibía cuando veía la torre de la Iglesia de María
Auxiliadora, cerca del campo, que los Salesianos habían heredado
de los Dominicos y transformaron en santuario mariano.
Pero este rasgo emerge sobre todo en el momento del supremo sacrificio.
El rosario le acompañaba en los días de la prisión.
Lo recitaba individualmente y con los compañeros. A él
va unido su destino a la “compañía de castigo”
y el último episodio heroico de su existencia. Leemos en las
actas del martirio: “Entre los 60 sacerdotes y religiosos preparados
para ser llevados a Dachau estaba don José Kowalski. Estábamos
de pie, desnudos, en el baño del campo.
Viene el oficial Plalitzsch - uno de los mayores criminales del campo
de Oswiecim, dicen las actas - encargado de hacer los informes. Da la
orden. ‘!Firmes!’.
El comandante pasa entre los prisioneros. Nota que Don Kowalski tiene
algo en el puño.
‘¿Qué tienes en la mano?’, pregunta. Don Kowalski
calla. El comandante golpea fuertemente en la mano; el rosario cae al
suelo.
‘Písalo’, grita enfadado el oficial.
Don Kowalski no lo hace. El comandante irritado por la actitud firme
de don Kowalski, le separó de nuestro grupo. Este hecho nos impresiono
profundamente. Comprendíamos que a causa del rosario le esperaban
severos castigos”.
Testimonio excepcional
Su Santidad Juan Pablo II ha conocido personalmente a nuestro
Beato, porque él vivía, durante la persecución
nazi, en nuestra parroquia de San Estanislao de Kostka en Cracovia.
Siendo Cardenal, en esta misma iglesia en un discurso del 30 de enero
de 1972, dijo así refiriéndose a los Salesianos asesinados:
“Conmemoro aquellos tiempos también por motivos personales.
Estoy persuadido de que a mi vocación sacerdotal, precisamente
en aquellos tiempos y precisamente en esta parroquia, a la que pertenecía
de joven, han contribuido también las oraciones y los sacrificios
de mis hermanos, de mis hermanas y de estos pastores de entonces, los
cuales pagaron con la sangre del martirio por la vida cristiana de todo
parroquiano, especialmente de los jóvenes”.
No nos maravillamos por eso si en una carta de Don Rokita del 29 de
noviembre de 1971, leemos: “El Arzobispo de Cracovia, el Card.
Carlos Wojtyla, que conocía bien personalmente a Don Kowalski,
insiste mucho para que se acelere esta causa”. Hoy él ha
visto cumplido su deseo, declarándolo Beato.
Este humilde y agradecido testimonio del Papa, que acabo de citar, referido
al plural - “estos pastores” -, nos hace ensanchar la mirada
hasta abarcar a todos los hermanos y miembros de la Familia Salesiana
que están detrás de la figura del Beato José Kowalski.
Nos alegra verlo no sólo en su singularidad, sino también
como representante de todos los que como él, por los mismos motivos,
en la misma tierra, en el mismo período histórico dieron
su vida.
Pensamos, ante todo, en los hermanos arrestados junto a él en
Cracovia. De ellos algunos murieron en el campo de exterminio de Oswiecim
entre 1941 y 1942. Entre ellos, también el director y el confesor
de don Kowalski, como ya se ha dicho.
Si luego nos referimos a todos los matados en Polonia durante el ultimo
período bélico, la lista asciende a ochenta y ocho. De
ellos don Tirone publicó un jugoso librito en 1954, en el que
se presenta el retrato biográfico de cada uno: Medaglioni di
ottantotto confratelli polacchi periti in tempi di guerra. Se trata
de cincuenta y cinco sacerdotes, veintiséis coadjutores y siete
clérigos.
Pero un círculo aun más vasto, que comprende todas las
tierras del Este, nos lleva a la cifra de 183: de Polonia a la República
Checa, de Eslovaquia a Eslovenia, de Croacia a Hungría, de Alemania
a Lituania y Ucrania.
A todos estos hermanos iba mi pensamiento durante la Beatificación
de don José Kowalski, todos personificados en él y - como
él - testigos fúlgidos de la dimensión martirial
de la Congregación.
Los recordamos con veneración y con profundo reconocimiento interior,
convencidos de la fecundidad espiritual que han merecido para nuestra
familia religiosa con su martirio. Si pensamos en el desarrollo vocacional
que ha distinguido los años tan difíciles de la posguerra
y si pensamos en la rápida expansión de nuestra presencia
hoy en aquellas áreas geográficas, no podemos dejar de
relacionar el misterio del crecimiento con el misterio de la sangre
derramada.
Un grupo “juvenil” salesiano
En el grupo de mártires beatificados figuran cinco jóvenes
de Poznan. Son: Eduardo Klinik (23 años), Francisco Kesy (22
años), Jarogniew Wojciechowski (20 años), Czeslaw Jozwiak
(22 años) y Eduardo Kazmierski (23 años).
Presentan rasgos comunes: los cinco eran oratorianos, todos ellos conscientemente
comprometidos en el proprio crecimiento humano y cristiano, todos ellos
implicados en la animación de los compañeros, unidos entre
sí por intereses y proyectos personales y sociales, perseguidos
casi juntos y encarcelados en diversas sedes pero en un brevísimo
período de tiempo. Tuvieron un recorrido carcelario juntos y
sufrieron el martirio el mismo día y del mismo modo. La amistad
oratoriana permaneció viva hasta el último momento.
La simultánea presencia de estos jóvenes y Don Kowalski
en una única beatificación es significativa: jóvenes
evangelizados por nosotros, implicados en el apostolado, nos siguen
hasta el martirio y suben al honor de los altares junto a sus educadores.
Reunidos en la prisión y en la muerte, cada uno de ellos tiene
una biografía singular que se entrelaza con la de los demás
por su pertenencia a un ambiente salesiano.
Eduardo Klinik era el segundo de tres hijos. Su padre
era mecánico. Acabó el gimnasio (bachillerato) en nuestra
casa de Oswiecim y sucesivamente en Poznan superó el examen de
madurez. Durante la ocupación, trabajó en una empresa
de construcción. Su hermana, Sor María, profesa de las
hermanas Ursulinas de Jesús Agonizante, declara: “Cuando
Eduardo fue al Oratorio, su vida religiosa se profundizó mucho.
Comenzó a participar en la Misa como monaguillo. En esta vida
oratoriana metió también a su hermano menor. Era bastante
sereno, tímido; se fue haciendo más vivaracho desde el
momento de su entrada en el Oratorio. Era un estudiante sistemático,
responsable”.
En el grupo de los cinco se distinguía porque estaba muy comprometido
en todos los campos de actividad y daba la impresión de ser el
más serio y profundo. Bajo la guía de los maestros salesianos,
su vida espiritual se hacía cada vez más sólida,
poniendo como centro el culto eucarístico, una vivísima
devoción mariana y el entusiasmo por los ideales de San Juan
Bosco.
Francisco Kesy, en cambio, había nacido en Berlín,
donde sus padres se encontraban por motivos de trabajo. Su padre era
carpintero, pero una vez trasladado a Poznan trabajaba en una central
eléctrica de la ciudad.
Francisco tenía la intención de entrar en el noviciado
salesiano. Durante la ocupación, no pudiendo continuar los estudios,
se colocó en un establecimiento industrial. El tiempo libre lo
pasaba en el Oratorio, donde, en estrechísima amistad de ideales
con los otros cuatro, animaba las asociaciones y actividades juveniles.
Era el tercero de cinco hijos de una familia pobre.
De él se recuerda que era sensible y frágil y con frecuencia
caía enfermo; pero, al mismo tiempo, alegre, tranquilo, simpático,
amaba los animales, y estaba siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Por la mañana iba a la iglesia y casi todos los días recibía
la comunión; por la noche rezaba el rosario.
Jarogniew Wojciechowski provenía de Poznan. Su padre dirigía
un comercio de cosméticos. La vida de familia estuvo marcada
mucho tiempo por situaciones traumáticas a causa del alcoholismo
del padre, que acabó por abandonar la familia. Jarogniew se vio
obligado a cambiar de escuela y permaneció bajo el cuidado de
su hermana mayor. En tal situación encontró apoyo en el
Oratorio salesiano, en cuyas actividades participaba con entusiasmo.
Los testimonios acerca de él recuerdan que era monaguillo en
los Salesianos, tomaba parte de los paseos y las colonias, tocaba cantos
religiosos al piano, participaba en la vida religiosa de la familia,
todos los días recibía la comunión y, como los
otros compañeros del grupo, se distinguía por la fraternidad,
el buen humor y el compromiso en las actividades, en los deberes y en
el testimonio.
Se distinguía entre los otros porque aparecía mas bien
meditativo, tendía a profundizar la visión de las cosas,
trataba de comprender los acontecimientos, pero sin caer en la melancolía;
era un dirigente en el mejor sentido de esta palabra
Czeslaw Jozwiak estaba unido al Oratorio salesiano de
Poznan desde su niñez. Tenía diez años cuando pisó
el Oratorio por primera vez. Su padre trabajaba como funcionario de
la policía judiciaria. Estudiaba el bachillerato en "San
Juan Kanty" y al mismo tiempo desempeñaba el papel de animador
de un círculo juvenil en el Oratorio. Al estallar la guerra,
también él se puso a trabajar en una tienda de cosméticos
por la imposibilidad de continuar los estudios.
De él se dice que era colérico por naturaleza, espontáneo
y lleno de energía, pero dueño de sí mismo, constante,
dispuesto al sacrificio y coherente. Guiado por el director don Agustín
Piechura, se le veía aspirar conscientemente a la perfección
cristiana y progresar en ella. Gozaba de indiscutible autoridad entre
los más jóvenes.
Así se expresaba un compañero suyo de cárcel: “Era
de buen carácter y de buen corazón, tenía el alma
como de cristal…; cuando se abrió conmigo comprendí
que su corazón estaba libre de toda mancha de pecado y de toda
malicia…; me confió su pensamiento que le preocupaba, esto
es, de no mancharse con ninguna impureza”.
Por último, Eduardo Kazmierski, nacido en Poznan,
provenía de una familia pobre. Su padre era zapatero. Apenas
acabó la escuela elemental, se vio obligado a trabajar en un
comercio y luego en una empresa mecánica. Pronto entró
en el Oratorio salesiano y en este ambiente pudo desarrollar sus dotes
musicales insólitas.
Se dice de él: la auténtica religiosidad que recibió
en su familia le llevó muy pronto, bajo la guía de los
Salesianos, a la madurez cristiana. Pasaba el tiempo libre después
del trabajo en el ambiente del Oratorio y crecía en la devoción
eucarística y mariana. A los 15 años participó
en la peregrinación a Czestokowa haciendo a pie una distancia
de más de 500 km. Fue presidente del círculo San Juan
Bosco y se entusiasmó por los ideales salesianos.
Vivaracho, constante en las decisiones, coherente, le gustaba cantar
en la iglesia, en el coro o como solista. A los quince años escribió
algunas composiciones musicales. Le caracterizaban la sobriedad, la
prudencia, la benevolencia. En la cárcel demostró un gran
amor hacia los compañeros. Ayudaba de buen grado a los más
ancianos y se mantuvo totalmente libre de cualquier sentimiento de odio
hacia sus perseguidores.
Individualmente y como grupo, estos jóvenes muestran
la fuerza plasmadora de la experiencia oratoriana, cuando ésta
puede contar con un ambiente, una comunidad juvenil corresponsable,
una propuesta personalizada, uno o más hermanos capaces de acompañar
a los jóvenes en un camino de fe y de gracia. Los cinco jóvenes
provenían de familias cristianas. Sobre este fundamento, luego
la vida y el programa del Oratorio estimularon la generosidad para con
el Señor, la madurez humana, la oración y el compromiso
apostólico.
El grupo, como lugar de crecimiento y de compromiso, ha sido determinante.
Siempre se les denomina como el grupo de los “cinco”. Conmueve
leer sobre cada uno: “Formaba parte de los dirigentes del Oratorio,
estando estrechamente unido por vínculos de amistad y por sus
aspiraciones a altos ideales cristianos con los otros cuatro”.
La experiencia oratoriana produjo entre ellos una solidaridad juvenil
basada en los ideales y los proyectos, que se manifestó en el
compartir sincero, en el apoyo recíproco para afrontar las pruebas,
en la espontaneidad y en la alegría.
La amistad los llevó a continuar los encuentros cuando las fuerzas
de ocupación requisaron el Oratorio, dejando a los Salesianos
sólo dos habitaciones y transformando el edificio entero y la
iglesia en almacenes militares.
En una de las habitaciones y con un piano que los hermanos del Sagrado
Corazón pusieron a disposición prosiguieron las actividades
corales y los encuentros amistosos. Más tarde, privados también
de esta posibilidad, los lugares de reunión fueron los pequeños
jardines de la ciudad, los prados junto al río y los bosques
cercanos. Nada de extraño que la policía los identificase
o los confundiese con los que se habían constituido en asociaciones
clandestinas. La amistad fue para ellos apoyo recíproco durante
el paso a través de las diversas cárceles hasta la muerte.
Prisión y martirio
Los cinco fueron apresados en septiembre de 1940. Eduardo Kazmierski
directamente en el lugar de su trabajo, sin posibilidad de despedirse
de los propios seres queridos. Era domingo. El lunes 23, por la tarde,
después del toque de queda, cuando apenas había vuelto
a casa, tocó la vez a Francisco. En sus casas y en el corazón
de la noche fueron arrestados también los otros tres, en presencia
de sus familiares.
Se reencontraron en la Fortaleza VII de Poznan. Llevados antes a la
cárcel de Neukoln, junto a Berlín y luego a la de Zwickau
en Sajonia, sufrieron interrogatorios, torturas y luego fueron destinados
a trabajos forzados.
El recorrido por los diversos lugares de prisión se ha podido
seguir gracias a los preciosos papelitos que ellos lograron escribir.
Contienen frases breves, pero suficientes para abrirnos una claraboya
sobre sus vicisitudes de la prisión y revelar a nuestros ojos
que se trata de gigantes del espíritu. “Dios solo sabe
cuánto sufrimos. La oración es nuestra única ayuda
en el abismo de las noches y los días”. Y en otro: “Dios
nos ha dado la cruz; nos está dando también la fuerza
para llevarla”.
El 1 de agosto de 1942 se pronunció la sentencia: condena a muerte
por traición al estado. Ellos escucharon de pie. Siguió
un largo silencio interrumpido solamente por la exclamación de
uno de ellos: “Hágase tu voluntad”.
La motivación política oficial no debe llevarnos a engaño.
Los testimonios y luego la Positio se detienen en documentar el hecho
material del martirio, es decir, que la muerte les fue infligida por
los perseguidores. El camino carcelario estuvo marcado por torturas
e interrogatorios, por trabajos pesados forzados, por hambre hasta la
inanición, por tratos inhumanos, por la compañía
con delincuentes comunes que añadían nuevos sufrimientos
a los que comportaba la condena.
Pero los mismos documentos ponen en claro la mentalidad y la intención
antirreligiosa de los perseguidores que buscaban la destrucción
humana de los prisioneros. Ciertamente estos jóvenes pensaban
legítimamente, como cualquier ciudadano, en el renacimiento de
su país en la cultura, los valores y la convivencia en la justicia.
Pero no se encontró en ellos ninguna acción delictiva.
Fueron perseguidos y condenados sin defensa por su pertenencia a los
movimientos católicos, de los que se sospechaba que podrían
surgir resistencias. Entre los testimonios aparecen valoraciones como
éstas: “El motivo de la condena a muerte no era absolutamente
el que ha sido publicado por la autoridad…”. “Los
nazis lo sabían y, aunque no lo decían directamente, llevaban
adelante una persecución por motivos de fe, estaban nerviosos
por los signos de cristianismo, las oraciones en voz alta, los cantos
religiosos…”. “De la fe ellos sacaban fuerzas para
permanecer fieles a Dios y a la patria”.
Hay que añadir, finalmente, lo que les fue infligido en directa
e inmediata relación con sus manifestaciones de adhesión
a la fe y de piedad, como irritación despótica de los
que los custodiaban y como resultado de un régimen anticristiano
y ateo. Eran perseguidos “a causa de su comportamiento religioso
y patriótico”. “Después de haber ocupado Poznan,
los nazis impusieron la prohibición de celebrar la Santa Misa
en la iglesia y de recoger a los jóvenes en el Oratorio”.
Abundante es también la documentación sobre el martirio
formal por parte de las víctimas; es decir, su consciencia de
que ofrecían la vida como confesión de la fe, la aceptación
filial de la voluntad de Dios, la ausencia de todo rencor o resentimiento
hacia aquellos que se la infligían, más aún el
amor cristiano hacia ellos.
Y así se pone también de manifiesto la fama martyrii,
es decir, el convencimiento de los que los habían conocido y
habían seguido sus vicisitudes, del carácter martirial
de su muerte, manifestado en acudir a ellos como intercesores para alcanzar
gracias. Entre éstos se encuentran compañeros de su juventud,
pero también testigos directos de la cárcel. Una voz que
vale por todas dice: “Todos los que conocían a nuestros
cinco jóvenes los ven como mártires por amor de Dios y
de la patria”. “Personalmente estoy convencido de que su
sufrimiento en la cárcel y sobre todo la muerte, afrontada por
él mismo como prueba de la fe, reúne las condiciones para
reconocerlo como mártir. Los encuentros anuales (…) frecuentados
por los exalumnos del Oratorio nos dicen que los “cinco”
son modelos no sólo del amor de la patria, sino de la fe”.
Después de tres semanas fueron llevados al patio de la cárcel
de Dresde, donde estaba preparada una guillotina, y decapitados. Era
el 24 de agosto y en nuestras comunidades se celebraba la conmemoración
mensual de María Auxiliadora.
Antes de morir tuvieron la posibilidad de escribir a sus padres. Leyendo
sus últimos escritos uno se queda mudo como ante la estatura
de los grandes. Constituyen documentos preciosos de vida espiritual,
que podrán ser difundidos a su tiempo. Valga como ejemplo el
de Jozwiak Czeslaw: “Me toca dejar este mundo. Os digo, queridos
míos, que me voy al más allá, con más alegría
que la que experimentaría si me liberaran. Sé que la Virgen
Auxiliadora de los cristianos, que durante toda la vida he honrado,
me alcanzará el perdón de Jesús…
El sacerdote me bendecirá durante la ejecución. Tenemos
esta gran alegría de estar juntos antes de la muerte. Los cinco
estamos en una celda. Son las 19.45. A las 20.30 me voy de este mundo.
Os ruego que no lloréis, que no desesperéis, que no os
preocupéis. Dios lo ha querido así…”.
Como para don Kowalski, así también para estos cinco jóvenes,
hay una nota conmovedora unida al rosario. Cuando fueron arrestados,
se vieron privados de todo lo que llevaban encima. El rosario que tenían
consigo fue tirado a la papelera. Y de allí mismo, aprovechando
un momento de distracción de sus carceleros, valientemente recogieron
aquel rosario que les habría de servir de preciosa compañía
en los períodos más difíciles.
A nuestros tres jóvenes: Santo Domingo Savio, la Beata Laura
Vicuña y el Venerable Ceferino Namuncurá, se añaden
hoy estos cinco jóvenes mártires, como para completar
la tipología hagiográfica con el precioso cuño
que todavía faltaba: el martirio. A nosotros nos toca captar
todo el significado de una tal primicia en el área juvenil. En
ellos queremos ver el modelo de tantos jóvenes que sufren a causa
de su fe cristiana en no pocas partes del mundo. Los señalamos
como intercesores además de como ideales de los valores más
arduos.
Conclusión
La tarde del 13 de junio, después de la solemne celebración
en la plaza José Pisuski, nos hemos reunido con los jóvenes
llegados para la beatificación de las diversas partes de Polonia,
Eslovaquia y Rusia. Los acompañaban salesianos y animadores,
entre los cuales los novicios, los hermanos jóvenes en formación
y las postulantes de las FMA.
Fue una manifestación propiamente “oratoriana”, realizada
en nuestra basílica del Sagrado Corazón de Varsovia. La
alegría de estar juntos bajo la guía inspiradora de Don
Bosco se evidenciaba en cada rostro y se sentía en el ambiente.
Los signos del camino “oratoriano” de crecimiento encontraron
una expresión viva y completa: compañía, música,
oración, proyectos, grupos.
En tal mosaico la imagen de don José Kowalski y de los cinco
jóvenes, delineada a través de una lectura tranquila y
expresiva, parecía colocada en su ambiente natural. En el Oratorio,
en efecto, había nacido y crecido su santidad, puesta de manifiesto
en el martirio. El sistema preventivo hace santo al educador, propone
la santidad y ayuda a los jóvenes a hacerse santos: su lugar
de nacimiento y de renacimiento es el Oratorio.
En una hora como ésta, en la cual dirigimos a los jóvenes
una nueva mirada de esperanza, el Señor y María nos ayuden
a descubrir sus posibilidades y a vivir el espíritu del Oratorio.
Os saludo y os bendigo.
Juan E. Vecchi
Rector Mayor