ALCALÁ. 164 • MADRID
La personalidad de Don Bosco llamó tanto la atención, que aún en vida se le compusieron biografías que circularon copiosamente, sobresaliendo las de los escritores franceses Du Boye y Espinet'. El P. Lemoyne, célebre escritor y concienzudo historiógrafo, casi desde su entrada en la Congregación se dedicó a recoger y ordenar los hechos y dichos del amado Padre. Logró así un material copioso y preciosísima, que él ordenó debidamente y luego se redactó en dieciocho de los diecinueve gruesos volúmenes de que constan Zas "Memorie Biografiche". Él publicó, en edición eztracomercial, los nueve primeros; el X fue obra del P. Angel Amadei y los restantes del P. Eugenio Cerio..
Apenas muerto el Santo, sintióse la necesidad de una buena biografía, auténtica y completa, y el mismo Lemoyne la escribió, revisada y ratificada por Don Rúa y los demás miembros del Capítulo. Superior y algunos salesianos y seglares, todos alumnos directos del Santo. Salió en dos tomos bastante voluminosos.
Agotados en breve y pasado a mejor vida el autor, el Padre Amadei, sucesor suyo en el manejo de los archivos, tomó a su cargo la -nueva edición, que salió en 1910, ligeramente retocada y ampliada con el aprovechamiento de nuevas fuentes, entre las cuales sobresalen, como es natural, los Procesos Canónicos. También ésta se agotó muy pronto, a pesar de que constaba de varios millares.
Entretanto, los gustos literarios y el arte de la biografía habían cambiado, y numerosos y cultos lectores deseaban una "Vida" de corte completamente moderno, que les diera cabal idea del personaje, sintetizando todo lo posible; y esto lo hizo -magistralmente el Padre Eugenio Cenia en su espléndido volumen "Don Bosco e la sita opera", publicado por la 8. E. I. de Turín, con motivo de la Canonización de Don Bosco en el año 1934. En esta obra cada capítulo es un panorama determinado, y todos juntos —cincuenta y cuatro en total— muestran el camino recorrido por el Santo, animado por el motor de la Fe y operante por la Caridad.
El Padre Juan Castaño, Director de la S. E. I. española, nos ha presionado dulcemente para que escribiéramos una Vida que responda a las muchas demandas que se nos hacen. Mucho hemos vacilado. Y una vez decididos a escribirla, quedábamos perplejos sobre si traducir por completo la de Cerio. Personas de gran peso nos han quitado perplejidades. Muchísimos lectores gustan de ese frescor primitivo, pero elegante y señorial, de Lemoyne, testigo presencial de buena parte de los sucesos relatados, y, de los no presenciados por él, explorador inmediato. Hemos, pues, tomado como base y fondo de este trabajo la Biografía de Lemoyne-Aniadei, y utilizado en grande escala el precioso valumen de Caria, tomando numerosas páginas casi a da letra. No creemos sea el nuestro un hibridismo. Esperamos, al contrario, sea un organismo de unidad armoniosa que presente a Don Bosco en su integridad.
Réstanos decir que nos beneficiamos ampliamente de la traducción que ele Lemoyne-Amadei hizo el doctor Modesto VúZaescusa, Cooperador Salesiano, y que agradecemos al Padre Antonio Mateo el trabajo de minuciosa revisión que se ha impuesto de nuestro original, y al Padre Teodoro Nieto el no pequeño de confeccionar los indices ideológico y onomástico.
Existen otras buenas Vidas en español, escritas hace años, como la del Padre Ortt2zar, titulada "Amenos y preciosos documentos", la del Padre Eladio Egaña y la de don Manuel Greña. Como compendios, son notables los del Padre Beobide, del Padre Juan Romero y del Padre Alcántara.
En francés es notable la del Padre Auffray, que le valió el premio de la Academia Francesa, y recientemente la del académico Laverende.
La de Lemoyne tendrá siempre el encanto de lo inmediato y la riqueza anecdótica, como contemporáneo que fue del Santo y que por añadidura vivió largos años a su lado en intimidad completa.
Fuentes principales de esta Biografía:
ARCHIVO DE LA SOCIEDAD SALESIANA: millares de carpetas ordenadas según el Sistema Decimal por el R. P. Tomás Bordas Flaquer, salesiano español.
MEMORIAS DEL ORATORIO: autógrafo de Don Bosco, compulsado, anotado y publicado por el P. Eugenio Cenia, historiador de la Congregación Salesiana.
MEMORIE BIOORAFICHE DI SAN GIOVANNI Bosco: diecinueve tomos redactados por los Padres Lemoyne, Amadei y Caria bajo la. inmediata vigilancia de los Superiores Mayores.
PROCESOS APOSTÓLICOS de Beatificación y Canonización.
RODOLFO FIERRO TORRES, S. D. B. Madrid, 8 de diciembre de 1955.
En los momentos de las más grandes turbulencias, cuando la sociedad corre serios peligros y se siente como sacudida en sus cimientos, la Providencia suscita hombres que son instrumentos de su misericordia, sostenes y defensores de su Iglesia y organizadores de la restauración social. Tal fue San Juan Bosco.
Nació el 16 de agosto de 1815 y el mismo día fue regenerada en el Santo Bautismo. Fueron sus padres Francisco y Margarita Oechiena, modestos campesinos, pero ejemplarísimos cristianos. La humilde casita en que vio la luz, se levanta entre otras semejantes sobre una pequeña altura llamada Becchi, a mitad de camino del pueblo de Castelnuovo al de Capriglio, en la diócesis de Asti, en el Piamonte. El padre, viudo ya en juvenil edad con un hijo de nombre Antonio, casó en segundas nupcias con Margarita, de la que tuvo, antes que a Juan, otro hijo llamado José. Pero Dios, después de haber bendecido así la nueva unión, visitó a aquella familia con una gran desgracia: el 11 de mayo de 1817 moría Francisco, dejando sumida en el dolor y en la pobreza a la joven consorte, la cual, a la vez que a la prole infantil, debía sostener también a la anciana suegra y a los mozos de la finquita.
De aquella luctuosa fecha dejó escrito el Santo lo siguiente:
"No había cumplido yo atan dos años cuando murió mi padre, por lo que no recuerdo su fisonomía. N. sé qué fue de mí en aquel doloroso acontecimiento; sólo puedo decir —y es el primer hecho de mi vida de que guardo memoria— que mi madre me dijo:
—¡Ya no tienes padre!
Todos salieron de la habitación del difunto; pero yo no consentí en dejarla. Mi madre, tomando un recipiente que contenía algunos huevos con salvado, repetía con acento dolorido:
— Ven, Juan, ven conmigo.
— Si no viene papá, tampoco iré yo —respondí.
—¡Pobre hijo mío! —exclamó mi madre—, ven conmigo! ¡Ya no tienes padre!
Dicho esto rompió en amargo llanto, me tomó de la mano y me sacó afuera, mientras yo lloraba de verla llorar a ella, puesto que, en aquella edad, yo no podía ciertamente comprender cuán grande infortunio es la pérdida del padre. Pero siempre recordé aquellas palabras: ";Ya no tienes padre!" También tengo presentes los cuidados _ que hubo que prodigar a mi hermano Antonio, que enloquecía de dolor. No conservo más recuerdos desde aquel día hasta los cuatro años. De ahí en adelante, muchos."
Así el futuro Apóstol de la juventud, el que debía ser padre de tantos huérfanos, perdía el suyo en la más tierna edad; pero velaba por él con cuidado y sabiduría admirables su madre, llamada con sobrada razón por cuantos la conocieron "modelo y reina de madres cristianas".
Fácil es imaginar cuánto debió de sufrir la buena Margarita; tanto más cuanto, desde 1816, la escasez había reducido a miserable estado el Piamonte. No por eso perdió el ánimo; sino que con incansable trabajo, constante economía, cuidado de las cosas más pequeñas y también con providenciales auxilios, logró atravesar aquella dolorosa crisis. Mejorada la situación económica, se le propuso un segundo y convenientísimo matrimonio, que no quiso aceptar. Desde la muerte de Francisco, sus hijos llenaban su constante pensamiento, y su cristiana educación constituía la exclusiva aspiración
de su alma. Las verdades que en las instrucciones parroquiales había aprendido fueron su constante ley, interpretada con maternal amor cristiano y cada vez más amable, merced al ejemplo persuasivo de sus virtudes.
El pequeño Juan reproducía en su persona las virtudes de la madre. Su primera formación fue en gran parte debida a la vigilante dirección de la madre, la cual con santas industrias y admirable previsión fue modificando y enderezando hacia Dios las inclinaciones y dones naturales de que se hallaba enriquecido.
Manifestaba él gran despejo de inteligencia, apego a sus propios juicios, tenacidad en sus propósitos; pero su buena madre le acostumbró a la perfecta obediencia, no halagando su amor propio, sino persuadiéndole a doblegarse a las inevitables humillaciones inherentes a su estado.
Su corazón, que un día había de atesorar inmensas riquezas de afecto por todos los hombres, estaba lleno de exuberante sensibilidad, que, de ser inconvenientemente secundada, hubiera resultado peligrosa. Margarita jamás rebajó su dignidad de madre a exageradas caricias, ni a compartir o tolerar nada que entrañase la menor sombra de defecto; pero evitando igualmente los modos ásperos o violentos, para no exasperar al niño o enfriar en él el afecto filial.
Poseía aquel sentimiento de seguridad en la acción, de que necesita quien está destinado a dirigir, pero que fácilmente puede degenerar en soberbia. No vaciló Margarita en reprimir desde el principio aun los pequeños caprichos de su hijo, cuando todavía no era capaz de responsabilidad moral. Pero al verle descollar entre sus compañeros para practicar el bien, dedicóse a observar en silencio sus pasos, sin contrariar sus pequeñas empresas, dejándolo en libertad de obrar a su arbitrio y proporcionándole los medios necesarios para ello, aun a costa de ciertas privaciones. De este modo, insinuándose dulce y suavemente en el ánimo del niño, acostumbrólo a hacer siempre la voluntad materna.
Margarita conocía todo el poder de la educación cristiara; de aquí que, desde muy pronto y con gran amor enseñó a sus hijos las oraciones y el Catecismo; así lo hizo con Juan, que, aun siendo el más pequeño de los hermanos, al verse asociado con ellos para el rezo de las oraciones de la mañana y de la noche, no sólo se hizo el más fervoroso en cumplir este deber, sino que era el primero en recordarlo cuando llegaba la hora. Todos los domingos y todas las fiestas de precepto acompañábalo con sus hermanos a oir la Santa Misa al cercano pueblo de Murialdo, donde el capellán predicaba y enseñaba un poco de Catecismo, enseñanza que Margarita no dejaba de continuar por su cuenta todas las noches y que tanto se complacía su hijito en repetir a su mamá, a su abuela, a sus hermanos y a sus compañeros. Llegada la edad del discernimiento, la piadosa madre lo preparó con gran diligencia a la primera confesión.
Mujer de gran fe, tenía a Dias constantemente en el corazón y en los labios; de ingenio despejado y fácil palabra, sabía en toda ocasión servirse de su santo nombre para modelar el corazón de sus hijos. Dios te ve; he aquí las palabras con que les recordaba que en ellos tenía siempre puestos sus ojos Dios, ante el cual un día debían comparecer en juicio. También con los espectáculos de la naturaleza reavivaba Margarita en ellos la fe en la existencia y providencia 1,1 Creador.
Su hijo nos conserva en sus Memorias algunos rasgos de las lecciones que Margarita les daba ante la contemplación de la naturaleza. Sin haber estudiado Pedagogía ni Psicología, sabía interesar a los niños y fijar su tornadiza imaginación, despertando a tiempo oportuno su atención y sus sentí - mientos.
Las estrellas. Es una noche serena. EL cielo azul está tachonado de innumerables estrellas, lucecitas titilantes allá en las alturas. ¡Allá en las alturas! Y Margarita levanta ojos
y manos hacia allá. Es su actitud cuando habla de Dios y de los ángeles; y cuando les recuerda el alma de su padre. "Miradlas; ¡qué bellas son y qué numerosas! Dios las ha creado y puesto allá para su gloria y nuestra satisfacción."
Los niños "sienten" lo que es belleza y en sus almitas se abren las ideas de lo infinito y de la grandeza y bondad de Dios, que las ha creado y las conserva...
Silencio. En el alto silencio de la noche, bajo el parpadear de las estrellas, la bendición de Dios desciende sobre esos niños silenciosos y pensativos... Hay que aprender a oir la voz de Dios.
Un prado florido. Es otra maravilla de la creación. Los niños han ido con ella a recoger flores para la Virgen. ¡Cuántas hay! ¡Y qué bonitas! Las violetas primerizas, que en esa tierra monferrina tienen un apelativo tan expresivo como gracioso : mañaneras. Y las prímulas, y las margaritas, y los lirios, y el heno mismo... ¡Qué suavidad, qué perfume!... Dios lo ha hecho todo para nuestro bien... Pero también para que nos enseñen. Las flores son símbolos de las virtudes que han de adornar nuestras almas... Y los niños, guiados, van haciendo un ramillete de flores para el altar de la Virgen.
La salida y la puesta del Sol. Esos amaneceres y esas puestas de Sol, tramontos maravillosos, son también objeto de lecciones por parte de la santa madre: "Ved qué bueno es Dios!... ¿Y no lo amaremos nosotros ?"
Un día se oscurece el Sol. Sopla fuerte el vendaval. Ruge lejano el trueno. La tormenta se va acercando. Estalla el rayo. Los chiquillos se aprietan a las faldas de la madre. "También es Dios, les dice, que se hace oir por medio del trueno y las centellas. Pera no tengáis miedo, niños. Dios es nuestro Padre. ¡Que tiemblen los malos, los que no lo aman, los que le ofenden!... Nosotros, no. ¡ Si nos ama tanto! Vamos a rezarle para que la tormenta pase y no le haga daño a nadie. Padre nuestro, que estás en los Cielos... Hágase tu voluntad acá en la tierra como se hace en el Cielo, como la hacen los ángeles..."
Y así, insensible, pero eficacísimamente, se afirma en esos niños la fe y la esperanza, y el amor de Dios y del prójimo.
Es muy probable que el recuerdo de su infancia haya influido en el grande Educador, para formular como el más eficaz método de educación el Sistema "preventivo". Que la verdad llegue antes que el error; que venza temprano a la ignorancia. Que el santo temor y amor a Dios prevenga loe vicios. Que los hábitos buenos arraiguen en el corazón antes que se despierten las pasiones y los escándalos del mundo los amenacen...
Además de la educación religiosa, empleaba Margarita otro medio para educar a sus hijos: el trabajo. No consentía que permaneciesen ociosos; desde muy temprano los adiestró en el desempeño de cualquiera ocupación. Apenas cumplidos los cuatro años, ocupábase ya el pequeño Juan en deshilar varitas de cáñamo, que en determinada cantidad le entregaba su madre; y sólo cuando esta tarea quedaba cumplida, podía entregarse a sus inocentes pasatiempos. Entre sus juegos, el preferido era el de la gal-la; en aquella edad ya sabía redondear pedazos de madera para hacer bolas y bastones para esta diversión (1). Pero más de una vez la bola, manejada por mano inexperta o imprudente, lo hería en la cabeza o en la cara, causándole el consiguiente dolor. Entonces corría en busca de su madre que, al verle ensangrentado y lloroso, le decía:
—¿Es posible? Cada día has de hacer alguna de las tuyas. ¿Por qué te juntas con esos compañeros? ¿No ves que son malos?
(I) Era una especie de base-ball elemental y es sencillísimo: uno arroja al compañero una bola con una paleta de madera y éste se la devuelve con un bastoncillo, que es un "bate" elemental.
—Precisamente por eso me junto con ellos; si van en mi compañía están más quietos, son más buenos y no dicen palabrotas.
—Sí, pero con todo eso vienes a casa con la cabeza rota.
— Ha sido una desgracia.
— Está bien; no vayas más en su compañía. —¿- Me has entendido?
— Si es para darle gusto, no iré más con ellos; pero piense usted que si voy con ellos, hacen lo que yo quiero y ya no riñen ni hablan mal.
Inmóvil esperaba la última palabra de su madre, y ésta, después de reflexionar un poco, y casi como temiendo impedir un bien, le permitía juntarse con sus camaradas.
Sorprende tal reflexión en una boca todavía balbuciente. Pero es indudable que ya en aquel tiempo Juan Bosco sentía algo de la misión que debía realizar entre los jóvenes : "Reunirlos para enseñarles el Catecismo fue la idea que fulguró en mi mente —dice en sus Memorias— desde que tenía cinco años. Esto constituía mi más vivo deseo; pareciame que era lo único que debía hacer en la tierra."
Junto con el orden y la belleza del alma de sus hijos y la dócil y constante alegría con que gustaba ver acompañadas sus acciones, la diligente madre exigía orden y limpieza en sus infantiles personas. No sólo procuraba que sus hijos fueran aseados, sino que se complacía en arreglarles con cierta elegancia sus vestidos. Los domingos, especialmente, les ponía un traje más hermosa, peinaba sus cabellos, los cuales, ya de suya graciosamente rizados, dejaba crecer un paco, ciñéndolos con una cintita, a modo de corona. En todos los contornos de Becchi eran conocidos "los hijos de Margarita".
—¿Sabéis —les decía— por qué os pongo estos lindos trajes? Porque como es domingo, justo es que mostremos, aun en lo exterior, el gozo que todo cristiano debe experimentar en este día; y porque deseo que la pulcritud del vestido os recuerde la belleza de vuestra alma. ¿De qué arviría llevar bonitos trajes, si el alma estuviera manchada por el pecado? Procurad, pues, merecer las alabanzas de Dios, no las de los hombres, que no sirven para otra cosa, sino para volvernos más ambiciosos y soberbios. Dios no puede soportar a los ambiciosos y soberbios, y los castiga— Dicen que parecéis angelitos, y angelitos debéis ser siempre, especialmente ahora que vamos a la iglesia; debéis estar de rodillas, sin volver la vista atrás, sin charlar, y rezando con las manos juntas. Jesús Sacramentado estará contento de veras tan devotos ante su tabernáculo y os bendecirá.
Aunque tenía el alma henchida de dulzura para con sus hijos, Margarita no era débil; antes bien, sabían éstos que, de obstinarse en alguna falta, no vacilaría en recurrir al castigo. Pero jamás dio a ninguno de ellos ni un repelón siquiera, sino que se valía de particulares industrias que, empleadas con prudencia, daban admirable resultado en corazones acostumbrados a la obediencia,
Contaba Juan apenas cuatro años cuando un día de verano entró en casa con su hermano José, ambos devorados por la sed. Fue la madre a sacar agua y dio primero de beber a José. Observó Juan aquella especie de preferencia, y cuando la madre le ofreció el agua, un poco puntilloso, hizo ademán de no quererla. Margarita, sin decir palabra, se llevó el agua. El pequeñín quedóse un momento en silencio; luego exclamó con timidez:
—.,Mamá!
—¿Qué ocurre?
—¿Y a mí no me da agua?
— ¡ Creía que no tenías sed!
— ; Mamá, perdón!
— ;Ah, muy bien!
Y fue a buscar el agua, que luego le ofreció sonriendo.
En otra ocasión se dejó llevar de un arranque de viva
cidad, propia de sus pocos años y de su natural fogoso. Mar
garita lo llamó.
El niño acudió y ella le dijo:
—Juan, ¿ves aquella vara?
Y le mostró una que había apoyada en un rincón de la
habitación.
—Si que la veo —respondió él retrocediendo temeroso.
—Tómala y tráemela.
—¿Qué quiere usted hacer con ella?
—Tráemela y verás (11.
Juan fue por el palo y se lo entregó, diciendo:
—;Ah, quiere usted estrenarlo en mis costillas!
—¿Cómo no, si me haces tales trastadas?
—Mamá, no lo haré más.
Y sonreía al ver la sonrisa inalterable de su madre.
¿Quién podría encarecer el bien que hace a un niño la sonrisa de su madre? Infunde gozo y amor, excita al cumplimiento de los propios deberes y es uno de los má suaves recuerdos en la edad madura.
Aunque Margarita amaba tanto a sus hijos, no se lo demostraba de un modo empalagoso; por el contrario, ponía especial cuidado en acostumbrarlos a una vida sobria, fatigosa y dura. Aun en el sueño los habituaba a alguna mortificación. Frecuentemente por la noche los ocupaba hasta hora un tanto avanzada en pequeños quehaceres; después por la mañana los despertaba antes de salir el Sol y quería que se levantasen sin tardanza.
(II Como signo de autoridad, habla en todas las casas una vara apoyada en un rincón. Cuando un nulo cometía una falta digna de Castigo, el padre o la madre la empleaban, haciéndosela llevar por el culpable.
De cuando en cuando, durante la noche, interrumpía su sueño para ayudar a algún enfermo de las casas vecinas.
De este modo, se acostumbró Juan a sobrellevar bien las vigilias. Pero si creía su madre que no había descansado bastante por la noche, le decía que fuese a dormir en las horas calurosas del día. Juan obedecía; sentábase en un banco junto a la mesa, apoyando en ella la cabeza y brazos; pero no podía conciliar el sueño.
—Duerme, Juan, duerme —insistía Margarita.
—Pero, mamá —contestaba el hijo—, ¿no ve que duermo? Y cerraba un momento los ojos.
La madre gozaba con esto.
--Mira, hijo—le decía—, nuestra vida es tan breve, que tenemos muy poco tiempo para hacer el bien. Todas las horas que consumimos en un sueño no necesario, es tiempo perdido para el Paraíso. Todos los minutos que podamos sustraer a un reposo inútil, son una prolongación de la vida, porque el sueño es imagen de la muerte. En esos minutos, ;cuántas obras buenas podemos hacer!, cuántos méritos adquirir!
Juanito heredó de su madre un natural franco, abierto y animoso.
En cierta ocasión, durante la vendimia, encontrándose por corta temporada en la casa materna de Capriglio, oyó hablar de extraños ruidos que se oían en e] granero, ya cortos, ya prolongados, pero siempre alarmantes. Decían todos que sólo los espíritus eran capaces de molestar de tal manera a la gente. Juan no se resolvía a creerlo, y sostenía que aquello se debía a alguna causa natural, por ejemplo, al viento, a alguna garduña o a algo por el estilo. Mientras tanto se hizo de noche, se encendieron luces y de 'pronto sonó un golpe, como de canasta llena de bolas que cayese a tierra, después un ruido sordo y lento, que iba de lino a otro lado de la habitación. Todos callaron. Hubo un espanto general.
—¿Qué será? —se preguntaron con la mirada.
—¡.Aléjate!— dijo Margarita a su hijo—. Ven, salgamos de aquí.
Espere! —responde Juan—; quiero ver qué es eso.
El rumor continuaba a intervalos. Entonces enciende un farol y exclama:
—Vamos a verlo.
Y esto diciendo, sube por la escalera de madera que conduce al granero. Todos, con luces y palos, le siguen temblando y hablando en voz baja. Juan empuja la puerta del granero; entra, y alzando el farol, mira en torno suyo. No hay nadie, todo está en silencio. Los presentes, unos se asoman a la puerta; uno o dos se atreven a entrar; pero todos lanzan un grito y algunos se dan a, la fuga... ¡Una criba, que había en un rincón, se movía sola y avanzaba! A los gritos de espanto, la criba se detiene; cesan los gritos y después de algunos instantes, empieza a caminar de nuevo y se detiene a los pies de Juan, que ya. había dado unos pasos hacia adelante. Impertérrito, entrega el farol a quien estaba más cerca de él; asustado éste, lo deja caer y todo queda a oscuras. Hace entonces que traigan otra luz, la pone sobre una silla vieja, e inclinándose, extiende la mano para asir la criba.
Déjala, déjala! —le gritan.
Pero él no escucha a nadie y la levanta, Hubo una explosión de risa general; debajo de la criba habla... ¡una hermosa gallina!
Pero acabemos de trazar las líneas principales de esta admirable escuela materna.
En aquellos tiempos era común encontrar en las casas de los aldeanos la Historia Sagrada y las vidas de los Santos. En Capriglio no faltaba algún buen anciano que acostumbrara leer algunas páginas el domingo por la noche a la familia reunida. En estas lecturas, había aprendido Margacita muchos ejemplos, sobre todo del premio que el Señor da a los hijas obedientes y del castigo que inflige a los que no obedecen; y frecuentemente se los narraba a sus pequeñuelos para excitar su curiosidad y mantener despierta su atención. De una manera especial describía muy al vivo la niñez del Divino Salvador, siempre obediente a su Santísima Madre. Con esta práctica dominaba de tal manera la voluntad de sus hijos, que una palabra suya era prontamente y con amor indecible obedecida. Si necesitaba de algún servicio, como ir por leña, yerba o paja, bastábale hacer una señal a uno, para que también corriese el otro. Habla conseguido igualmente dos cosas que a muchos padres y a muchas madres les parecerían muy difíciles: que no se reuniesen, sin su permiso, con personas desconocidas y que no saliesen de casa sin licencia.
Pero su vigilancia no era fastidiosa, sospechosa, recriminadora, sino, como la quiere el Señor, natural, continua, prudente, amorosa. No se alteraba por Iaa ruidosas diversiones de sus hijos, y hasta a veces tomaba parte en ellas, y aun proponía otras nuevas; respondía pacientemente a sus infantiles y repetidas preguntas; ofalos con gusto y les hacía hablar para conocer sus pensamientos y afectos.
Contaba Juan ocho años. Un día, mientras su madre se hallaba en un pueblo cercano para ciertos asuntos, tuvo la idea de alcanzar un objeto colocado en alto. Como no llegara a él, subió a una silla y tropezó con un vaso lleno de aceite. El vaso cayó y se rompió. Confuso el pequeñuelo, trató de remediar el hecho del mejor modo posible barriendo el aceite derramado; pero convencido de que no podía ocultar a su madre lo ocurrido, intentó aminorar, al menos, el disgusto. Cortó una vara larga del cercado, la limpió muy bien, amuescando aquí y allá a propósito la verde corteza, la adornó con dibujos; después, cuando llegó la hora en que sabía que la madre debla estar de vuelta, corrió a su encuentro al fondo del valle, y apenas la tuvo cerca, preguntóle:
—¿Qué tal, mamá? Está muy cansada? ¿Le ha ido bien?
— Sí, querido Juan. ¿Y tú estás contento?, ¿has sido bueno?
— ¡Ah, mamá, mire usted!
Y le enseñó la vara.
—¡Ya me habrás hecho una de las tuyas! —Sí; esta vez merezco de veras un castigo.
— ¿Qué ha sucedido?
—¡Desgraciadamente, he roto el vaso del aceite!
Y después de haberle referido lo ocurrido, añadió:
— Como sé que merezco castigo, le he traído la vara para que la estrene usted en mis costillas, sin que se moleste en ir por ella.
Y le alargó la vara, enteramente adornada, mirando a su madre con aire picaresco, tímido, complaciente.
Margarita observó atentamente a su hijo y la vara, y por fin, riéndose de aquella astucia infantil, le dijo:
—Mucho me desagrada lo ocurrido; pero como tu modo de obrar me prueba tu inocencia, te perdono. Pero acuérdate siempre de este consejo: "Antes de hacer una cosa, piensa bien en sus consecuencias." ¿No sabes que quien de niño es un aturdido, de hombre continúa siendo irreflexivo, se proporciona muchos disgustos y quizá ofende a Dios? ¡Sé, pues, juicioso!
Lecciones como éstas solía repetirlas cada vez que había necesidad, y con tal eficacia de palabra, que hacía a sus hijos más cautos para lo por venir.
Si tan fácil le era obtener de sus hijos la obediencia, se debía esto, no solamente a sus palabras, sino también, y sobre todo, a sus ejemplos. En efecto, no sólo ayudaba a su anciana y enfermiza suegra, sino que la veneraba como a reina de la casa, obedeciéndola y consultándola en todo.
A propósito de la abuela, he aquí un gracioso episodio:
Notó cierto día la anciana que habían desaparecido algunas frutas guardadas por ella, y sospechó del más pequeño de sus nietos, es decir, de Juan; llamóle, pues. Confiado el niño, acudió alegre, y la abuela, con semblante serio, le dijo:
— Tráeme la vara que está en aquel rincón.
El niño, sabiendo de lo que se trataba, díjole:
—La obedezco, abuelita, pero sepa usted que yo no he tomado la fruta.
—Bueno; dime quién ha cometido la falta y te ahorrarás la paliza.
— Se lo diré, pero a condición de que perdone al culpable.
— Tráeme aquí a ese pícaro; si me pide perdón y me trae
la vara y se reconoce digno de castigo, lo perdonaré. '
El pequeñuelo corrió en busca del hermanastro, que entonces contaba cerca de quince años, a quien no guardaba rencor ninguno, a pesar de que él le miraba mal, y le refirió Io sucedido.
Antonio, que trabajaba en el campo, encontró un poco ridículo el deseo de la abuela. ¡ Ser castigado como un "peque" parecíale una humillación un poco chocante! Se encogió de hombros, como queriendo decir: "¡Boberías!" Pero Juanito insistió:
--Ven, Antonio, no lleves la contraria a la abuela, porque es muy celosa de su autoridad y le darías un gran disgusto. También mamá lo tomaría a mal. Es cierto que eres mayor; pero que no digan que no respetas a la abuela.
El hermano cedió.
Y tomando la vara, se la presentó a la abuela refunfuñando: "¡No lo haré más!", con cara que no expresaba cier tamente el verdadero arrepentimiento.
La abuela no quedó satisfecha; lo asió por un brazo con dulzura y le dijo:
—; Hijo mío, la gula mata más que la espada, y con sus consecuencias, lleva al infierno más que ningún otro pecado!
Era también aquella casita escuela de celo y de caridad. Margarita había declarado guerra implacable al pecado y
procuraba impedir la ofensa a Dios, aun entre aquellos que no eran sus parientes. Por eso, siempre alerta contra el escándalo, se cuidaba especialmente de las niñas, y ereeriase que sobre esto había formado un generoso propósito. En verano, a causa de lo sofocante del calor, parecía lícita, especialmente en casa, cierta libertad en el vestir. Pues bien, cuando entraba Margarita en casa ajena, las niñas, si no estaban convenientemente vestidas, corrían, al oir su voz, a esconderse o a ponerse en condiciones más decentes, y sólo se presentaban cuando se creían seguras de merecr una alabanza de la buena mujer.
Cierta persona que habitaba cerca de Becchi, habla acogido en su casa a un forastero que no gozaba de buena fama. El escándalo era manifiesto, contristaba a todos, y Margarita se encargó de acabar con él. Una tarde, ya anochecido, dirigióse a aquella casa; Juan la siguió y se escondió detrás de un árbol. Margarita golpeó a la puerta, llamó afuera a la mujer y le reprochó su modo de proceder.
—¡ Si no sé cómo hacer! —respondió la vecina.
— Si no lo sabe usted, lo sé yo.
Y acercándose a la puerta y levantando I. voz, de modo que fuese oída de quien estaba dentro, gritó :
— ¡Fuera, fuera de aquí, servidor del diablo! ¡Fuera de aquí, fuera, fuera!
Algunos que habían visto a Margarita dirigirse a aquella casa, adivinando su intención, formaron corro a cierta distancia. Al oir los murmullos de los vecinos y la voz de Margarita, aquel bribón hubiera deseado estar a mil leguas de distancia; y cuando encontró una salida para huir, lo hizo velozmente y no volvió más por allí.
Tan ardiente como el celo, era la caridad de Margarita. Su máxima constante era: "Hacer siempre bien al que se pueda y no dañar a nadie, aunque fuere con una palabra poco reverente o desabrida?' De aquí que su. alma estaba siempre tranquila y nunca guardó resentimiento a nadie. Jamás tuvo que perdonar, porque jamás se sintió ofendida. Ello no obstante, tenía un natural muy sensible; pero hasta tal punto su sensibilidad se había convertido en caridad, que, con razón, podía llamarse la madre de cuantos se encontraban en alguna necesidad. Jamás rehusó nada de cuanto le pedían, como si poseyese riquezas inagotables. A los enfermos que necesitaban vino, se lo daba generosamente, rehusando toda recompensa. De un modo semejante prestaba aceite, pan y harina a quienquiera que fuese y sin manifestar nunca desagrado.
Como su casa estaba en medio del bosque, con frecuencia después de la cena, o a hora avanzada de la noche, llamaban a la puerta pobres o viajeros extraviados; en ocasiones, jóvenes prófugos del ejército de Napoleón que andaban vagando por el campo, o los mismos gendarmes; para todos tenía un poco de cena, y, como mejor podía, les preparaba manera de dormir.
Pero donde más brillaba su caridad era junto al lecho de los enfermos. Margarita se presentaba como el ángel consolador de todos los moribundos del pueblo. A su lado se hallaba siempre Juan, dispuesto a cualquier servicio, y especialmente a correr adonde su madre lo mandase, para llamar a cualquier vecino o pariente o en busca de cualquier medicina. La santa mujer visitaba a los enfermos, los socorría, los asistía, les servía, pasaba junto a ellos noches enteras, los preparaba a recibir los Santos Sacramentos, y, al acercarse la agonía, no los abandonaba hasta que habían expirado. Como la parroquia estaba lejos y era difícil que el sacerdote llegase siempre a tiempo para rezar las oraciones de los agonizantes, ella misma encomendaba las almas al Señor y sugería a los moribundos sentimientos tan cristianos, tan oportunos y con términos tan propios, que sus palabras conmovían a los presentes.
Educados en la escuela de tales ejemplos, los hijos también crecían caritativos, morigerados, celosos, dóciles, reflexivos, veraces y sobre todo piadosos y trabajadores. Juan, especialmente, que meditaba dentro de su corazón todas las palabras de su madre e imprimía en su mente el recuerdo de todas sus acciones, se apropiaba, casi sin advertirlo, este sistema del buen ejemplo, de amabilidad, de sacrificio y de continua vigilancia en la educación.
Como ni aun los genios ni los santos se pueden sustraer a las influencias del medio-ambiente en que nacen, viven y actúan, bueno será que recordemos muy brevemente al discreto lector el que le tocó a nuestro biografiado, genio y santo.
Ante todo, nace y vive en Italia, la patria de santos, de sabios y de artistas, la de una geografía variadísima y rica, que en poco más de 300.000 kilómetros cuadrados compendia casi todas las características de Europa: cordilleras de montañas donde se yerguen los picos más altos y más hermosos, donde se aposentan las nieves perpetuas y hacen su nido las águilas; cadenas y anfiteatros de colinas ondulantes donde crecen las plantas más hermosas y más útiles, y que se prestan a la edificación de poblados alegres y bien defendidos; lagos de una belleza única; llanuras y sabanas extensas y fértiles, porque las atraviesan corrientes de agua en profusión; y hasta volcanes celebérrimos, que si de cuando en cuando hacen pasar muy malos ratos, confieren a la tierra una belleza extraordinaria y dan ocasión de ejercer virtudes de altísimo valor. A consecuencia de su topografía, Italia tiene variedad de climas. Sin que lleguen a los extremos ni del frío ni del calor, tiene todas las gamas de las temperaturas de la zona templada: si en el Norte hay frío y nieblas en invierno, el Sur goza temperaturas de ensueño. Tres mares tiene Italia, precisamente los mares de la civilización: el Mediterráneo, el Jónico y el Adriático, y sus costas son tal vez las más hermosas del mundo.
Italia no tiene (es decir, hasta ahora no se han encontrado) grandes yacimientos de carbón ni de petróleo; pero en eambio tiene torrentes y cascadas que le brindan electricidad y riegos; tiene aguas termales para curar todas las enfermedades; tiene los mármoles más preciosos y más laborables del mundo. En la extensión de su suelo se dan todos los frutos esenciales para la alimentación humana: cereales de toda clase, verduras, árboles frutales de gran variedad, viñedos y olivares, y no le faltan bosques de madera de construcción; sus "pintas" o pinares han merecido los estudios de Humbold y laa estrofas de Byron.
Y por añadidura tiene lo que ninguna otra nación del universo tiene: Italia tiene en su regazo al Papa, al Vicario de Nuestro Señor Jesucristo.
En virtud de todo esto, los habitantes de Italia tienen una marcada propensión al arte, a la poesía, a las matemáticas, que son Belleza también.
Por su posición entre Francia, Suiza, Austria, África y los mares, ha sufrido frecuentes invasiones, y hasta para liquidar contiendas de otros pueblos entre sí, como sucedió con la Francia de Francisco I y la España de Carlos I, ha tenido que prestar su suelo. Desde remotísimos tiempos Italia ha tenido relaciones con las más variadas civilizaciones. Por eso su historia es extremadamente rica e interesante. Tiene algo, y mucho, de universalidad. Quizá por eso sus emigrantes son los que más fácilmente se adaptan.
Don Bosco era ciudadano italiano. La idiosincrasia general italiana tenía que pesar en su personalidad. En los tiempos de su infancia y juventud, Italia, si era una unidad geográfica, no era una unidad política: estaba dividida en reinos, ducados, señoríos, marquesados, condados. Cada región tenía sus dialectos propios. Pero todos comprendían y hablaban también el toscano, que, como el castellano en España, servía de aglutinante de toda la nación, con el nombre de "italiano".
Nacido y criado en Piamonte, Don Bosco era "italianopiamontés". Vale la pena dedicar unas líneas a presentarle al lector esta importante región, siquiera sea someramente. Los primeros salesianos y salesianas, los que llevaron la Congregación al mundo entero, fueron piamonteses; su carácter piamontés influyó poderosamente en su actuación, y, por tanto, en el ambiente que crearon a su vez.
Es el Piamonte "un país de llanuras y montañas", como canta uno de sus poetas: llanuras que yacen precisamente al pie de esos montes. "Piamonte", en italiano quiere decir cabalmente "al pie de los montes". La región tiene seiscientos kilómetros lineales de montes, que, formando un bello e interesante semicírculo, la enmarcan y protegen: "diadema y muralla" la llaman sus geógrafos, con razón. Entre los picos de esa diadema y los baluartes de esa muralla destacan los glaciares y las cumbres de esos gigantes llamados "Monte Rosa", "Cervino", "Monte Blanco", "Monviso", "Gran Paraíso", que le dan a toda la región un retrofondo único por su majestad y esplendor. Entre sus ventisqueros se abren los famosos puertos del "Grande" y del "Pequeño San Bernardo", por donde pasaron, con alarde de estrategia, los ejércitos de Aníbal y Napoleón.
Torrentes mugidores se deslizan o precipitan por los flancos de aquellos montes, dando origen a hermosos ríos y formando un verdadero rosario de encantadores lagos a cual más hermosos, sobresaliendo el "Lago de Orta" y el "Lago Mayor". La vegetación es rica; los panoramas imponentes o graciosos. Prevalece una grandiosidad serena, que imprime a los habitantes un carácter de ponderación y equilibrio.
Entre los ríos descuella "el P6", el mitológico "Erídano", que descendiendo del Monviso, atraviesa todo el Piamonte en busca del mar Adriático, constituyendo el gran valle de su nombre, y acrecentando su caudal con las aguas de importantes afluentes, que, como él, nacen de los deshielos de loe glaciares y subdividen y fertilizan toda la extensión piamontesa, siendo los principales el "Tánaro", el "Dora Riparia" y el "Dora Báltea", el "Stura" y el "Tesino".
Como desprendidos de las altas montañas, y a conveniente distancia de ellas, se destaca una serie de colinas, de lomas y de oteros llamada "Monferrato", maravilla de belleza y no ingrata a los trabajos del hombre. A pesar de cierta escasez de agua, esas colinas y lomas se visten de viñedos que producen riquísimos caldos, de manzanos, perales, melocotones e higueras, de morales y castaños, y en las llanadas entre una y otra, trigo, maíz, patatas y verduras suculentas. Tampoco faltan los pastos; por lo cual abundan los rebaños de toda clase de reses. Todas esas colinas, lomas y oteros están salpicados de poblaciones más o menos grandes, y todas tienen su castillo, donde vivían antiguamente los señores. Son poblaciones más o menos grandes, todas densas, eso sí, y a más de su castillo tienen sus iglesias y sus ermitas. Los habitantes del Montferrato son gentes sanas, católicas, trabajadoras, serias, equilibradas y muy unidas entre sí. Aman el canto y en general la música, y son bastante apegadas a sus tradiciones. Don Bosco es monferrino, y monferrinos casi todos los salesianos•y salesianas de la primera hora.
Otra serie de colinas, no ya formadas en anfiteatro, sino desplegadas a lo largo de la corriente del Po, escoltan al río por buen trecho, formándole muralla y facilitando la constitución de pueblos, villas industriales y quintas de recreo.
Más adelante el valle se ensancha, se convierte en una llanura inmensa, donde se explanan con holgura el Canavesado y la región bielesa, ricas en ganados y en cereales, y viene luego la región de los grandes arrozales, que dan el preciado grano a toda Italia y aun para la exportación. En esos arrozales crecen las famosas ranas que constituyen un alimento delicado muy propio para convalecientes.
Sin duda alguna todo esto influye en la índole y carácter del pueblo piamontés, caracterizado por e] equilibrio, la eutrapelia, la cordura. La Religión hondamente sentida y fielmente practicada le da un sentido providencial de la vida ; por lo cual no se afana demasiado en las pruebas dolorosas o satisfactorias que se suelen alternar en ella; cuando las cosas no van como quisieran, exclaman: ';Paciencia!", y siguen trabajando tranquilamente, sin dejar de buscar otros medios, pero con calma. Aun en los negocios y empresas ponen siempre un granito de "humor", que se traduce en un gesto, en una palabra aguda, en un chiste oportuno. En el piamontés es connatural el "buen sentido", que les deja ver las cosas como ellas son, y les confiere la envidiable cualidad de saber adaptarse inteligentemente a las situaciones y sacarles el partido posible, sin perderse en recriminaciones y lamentos inútiles. Mucho de esto veremos en la vida de nuestro biografiado.
Sin ser tan brillante como la de Roma o de las señorías del Centro y del Sur de Italia, no carece de interés la historia del Piamonte. Por su posición, situación y topografía han tenido lugar en su territorio grandes encuentros y choques de pueblos, grandes pasos de norte a sur y de sur a norte. Allí lucharon Constantino y Majencio, el Conde de Enguien y los Imperiales, Napoleón y los austríacos. Por allí había pasado también Aníbal.
Para ganarmis prestigio entre mes conterráneos, Juanito Bosco aprendió los mas cariado/ ejercicios de los volatineros y saltimbanquis, haciéndeos servir como atractivo o premio para aun catequizados.
Cuando Don Bosco nació, el Piamonte era ya una monarquía. Sus reyes, nacidos de la Casa de Saboya, eran acatados y amados. Había pasado ya la racha napoleónica, si bien quedaban todavía resacas molestas, y la monarquía se había afirmado de nuevo.
La Casa de Saboya llevaba diez buenos siglos laborando paciente y sagazmente por afirmarse y extender sus dominios. En un principio fueron modestos condes de Maurienne, dependientes del duque de Borgoña, y por éste, vasallos del Imperio llamado Romano. Por servicios prestados al Imperio, aumentaron sus dominios y pasaron los Alpes, descendiendo al lado de Italia y estableciéndose en Aosta. Un matrimonio afortunado los hizo dueños de "Turín", y a despecho de otros intereses encontrados y de la forma republicana, que entonces dominaba en la mayor parte de las regiones italianas, se establecieron allí firmemente. La capital, sin embargo, era "Chambery", en el centro de la Saboya, y desde allí extendían poco a poco sus dominios al país de Vaud, al de Ges, y hasta al condado de Niza Marítima.
Por nuevos servicios prestados al Imperio, el Emperador Segismundo, para recompensar la fidelidad, la hombría y la prudencia del Conde Amadeo VIII, lo elevó a la categoría de duque: "Duque de Saboya", y calidad de príncipe.
En la lucha entre Carlos V y Francisco I, el Duque Carlos III quiso mantener una neutralidad difícil y ejercitar esa "versatilidad reflexionada" que distinguía a la Casa; pero perdió jirones muy importantes de su territorio. Afortunadamente a Carlos sucedió un príncipe inteligentísimo, buen diplomático y gran guerrero, Manuel Filiberto, que restauró la dinastía, de la cual la Historia lo llama segundo padre. Se inclinó de parte de Carlos V, jugó papel importante en la batalla de San Quintín y en recompensa, el Emperador le devolvió todos sus dominios.
Su "versatilidad reflexionada" le hizo comprender que el trono tendría más seguridad en Italia que en Francia, y trasladó decididamente la capital de Chambery a Turín, llevando al mismo tiempo consigo, paladión y gaje, el inapreciable tesoro que es "el Santo Sudario", que envolvió el Cuerpo Sacratisimo de Jesús los tres días que estuvo en el sepulcro. Dicha reliquia había pasado a la Casa como herencia o como dote, con todas las garantías de autenticidad.
Así, la dinastía saboyana se hacía más y más italiana, y poco a poco se disponía a cristalizar corno un núcleo vital, a su alrededor, todas las diversas demarcaciones que constelaban, como un mosaico, la península italiana.
Al final de la Guerra de Sucesión española, el tratado de Utrecht acordó la Sicilia a los Duques de Saboya, que ellos, sagazmente, cambiaron por la Cerdeña, menos hermosa ciertamente, pero para ellos más segura y más cercana a sus dominios. Tomaron así la categoría de reyes.
Su gobierno fue siempre paternal. Identificados con su pueblo, la sencillez era un distintivo de la corte; por lo cual eran amados y respetados. Como su pueblo, fueron siempre religiosos, teniendo en la dinastía algunos santos canonizados o beatificados, como Humberto III, Bonifacio de Saboya, Arzobispo de Cantorbery, Margarita de Saboya, Luisa de Saboya y Amadeo IX.
La Revolución Francesa no pasó sin consecuencias por el Piamonte. Como casi toda Europa, fue sacudido con los violentos huracanes de las ideas y hacia el final invadido también por las armas napoleónicas. Veinte años estuvo bajo el poder extranjero. Pero en 1815, por el Tratado de París, recobró su libertad y se le anexó el ducado de Génova. Tuvo, pues, en sus manos el mayor y mejor puerto de la Península y tal vez del Mediterráneo. Los caminos del mar suelen ser de fortuna.
Durante la vida de Don Bosco la Casa de Saboya alcanzó su destino histórico: entre todas las dinastías de Italia fue la que encarnó y realizó, por medios no siempre laudables, las aspiraciones a la unidad nacional, que le aseguraba también el respeto y la independencia. En las diversas alternativas por las cuales natural y necesariamente habla de pasar, no siempre se hizo todo de acuerdo con las leyes severas de la Moral; y en las circunstancias graves y peligrosas alguna vez intervino Don Bosco, por misión divina, como consejero, como amonestador y como embajador oficioso.
Al abrigo de la pequeña colina de Becciai verdea un reducido prado sombreado par variados árboles. Allí, primero Antonio, luego José y después Juan Bosco apacentaban sus vaquitas. Juan Filipello, contemporáneo de este último, cuando iba con él al prado, frecuentemente le decía:
—Tú, Juan, saldrás bien de todo.
Juan respondía con sencillez:
—Asi lo espero.
Era el año de 1823, octavo de la edad de Juan. La buena de la madre, entreviendo que la Providencia no lo destinaba a la vida del campo, deseaba enviarlo a la escuela pública de Castelnuovo. Pero su pueblo distaba de Castelnuovo cerca de cinco kilómetros, y, además, había que hacer algún gasto. Entonces consultó el caso con Antonio, que a la sazón contaba veinte años.
El primogénito de Francisco Bosco era por su índole muy diferente de los otros dos. Robusto, trabajador, pero rudo de maneras y enemigo de los estudios, como si se tratase de vituperable ociosidad, se opuso resueltamente a tan justo deseo. Margarita, amante más que nadie de conservar la paz en la familia, no insistió por entonces; pero llegado el invierno, consiguió acordar con Antonio que durante esta estación, asistiera Juan a la escuela pública de Capriglio para aprender los elementos de lectura, escritura y cuentas.
Era maestro de escuela de Capriglio don José Lacqua, sacerdote de mucha piedad. Margarita lo visitó y le rogó que admitiera a Juan a sus lecciones, porque le era más cómodo enviar al hijo ,a Capriglio que a Castelnuovo; pero el sacerdote no accedió, "porque no estaba obligado a recibir en su escuela a niños de otros puebles". Desilusionada, la pobre madre no sabía qué partido tomar, cuando un buen aldeano se ofreció a ser el primer maestro de Juan en la lectura. Fue aceptado el caritativo ofrecimiento. Juan aprendió a leer y a contar bastante bien en el invierno de 1823-24. Y la "legalidad" de Don Lacqua. no dejó de imprimir un rasguño en su alma.
Paro el Señor dispuso los acontecimientos de manera que Margarita quedase consolada. En 1824 murió en Capriglio la sirvienta de don Lacqua, y ocupó su puesto Mariana Occhiena, hermana de Margarita, la cual, como amaba mucho a sus sobrinos, rogó al capellán que diese clase a Juanito; aquél, por consideración a la nueva sirvienta, a quien apreciaba mucho por su religiosidad y fidelidad, consintió en ello. Las lecciones comenzaron después de Todos los Santos y duraron hasta la Anunciación; de aquí que Juan, en tan tierna edad y en la estación cruda del año, tenía que recorrer casi todas las mañanas y todas las tardes, con lluvia, nieve, fango y frío, cerca de cuatro kilómetros.
Don Lacqua, curado de su "legalidad" excesiva, le cobró mucho afecto, le guardaba muchas atenciones y se ocupaba gustoso en su instrucción, y más aún en su educación cristiana. Sorprendido de su especial aptitud para la piedad y el estudio, le daba en privado muchas explicaciones sobre las verdades que ya de su madre había aprendido, sobre los medios necesarios para conservar la gracia de Dios, sobre el modo de recibir con fruto el Sacramento de la Penitencia y acerca de la necesidad de la mortificación cristiana. De este modo, la Divina Providencia hacía dar a Juan un gran paso en la la vida de la perfección.
Sus condiscípulos más jóvenes le consideraban poco al
principio; pero Juan no se resintió nunca de las pullas que le dirigían; por lo contrario, prefirió soportarlas pacientemente. También se cree que, desde entonces, se aficionó a algunas penitencias practicadas secretamente, y, según referencias de don Lacqua, se complacía en imitar la vida de los santos.
Frecuentó regularmente la escuela de Capriglio sólo en el invierno de 1824-25; ello no obstante, adelantó mucho en la lectura y la escritura. Desde entonces mostró verdadera pasión por la lectura. Durante la comida siempre tenía un libro en la mano, prueba de su afán por instruirse. Su libro predilecto era el Catecismo, que siempre llevaba consigo, hasta que empezó sus estudios regulares.
Al llegar el mes de noviembre, cuando por causa de las primeras nieves debían cesar todas las labores del campo, Juan habló de volver a la escuela; pero Antonio se opuso y Margarita creyó conveniente no imponer su autoridad. Pero como no faltaban motivos ni necesidades para mandar al niño a Capriglio, ya para visitar a. la tía, ya para hacer encargos al abuelo materno, Juan pudo también en el invierno de 1825-26 entrevistarse con don Lacqua y continuó ejercitándose en la escritura y recibiendo algún libro para la lectura; pero no tardó mucho en llegar el momento en que debió' interrumpir sus relaciones con aquel buen sacerdote. ¡Duro y constante martirio para quien tan ardiente deseo tenía de aprender!
Entretanto iban desarrollándose los gérmenes de las virtudes sembradas en su corazón por la madre y el maestro. Cuatro o cinco muchachos que llevaban sus vacas a pacer en el campo contiguo al prado de Juan; no se cuidaban de custodiarlas y se entregaban a sus juegos. Despechados porque el hijo de Margarita no quiso jugar con ellos, sino que prefirió seguir leyendo, cierta vez, después de haberle invitado repetidamente, le amenazaron y golpearon con crueldad; Juan, aunque más fuerte que ellos, no se defendió. Cuando acabaron aquéllos de maltratarle lea dijo:
—¡Pegadme más, pero no me invitéis a jugar, porque quiero estudiar y hacerme sacerdote! Mientras jugáis, yo cuidaré de vuestro ganado.
Quedaron aquéllos tan impresionados de tanta paciencia y caridad, que desde aquel día se hicieron sus amigos, y cuando cesaba de rezar o leer, también ellos interrumpían sus juegos y acudían a él, que con sencillez embelesadora les narraba algún hermoso hecho, los instruía en cosas de religión o los acompañaba a ver sus altares, en los cuales siempre figuraba una imagen de María Santísima, y los invitaba a santiguarse, a rezar oraciones y a cantar algún himno.
En aquel tiempo corrió Juan un gravísimo peligro. Quiso atrapar un nido en un árbol de mucha altura y, rota la rama. cayó sin sentido de tan mala manera al suelo, que tuvo que guardar cama cerca de tres meses.
Algún tiempo después ocurrió un hecho que, al par que deja ver su mucha sensibilidad de corazón, revela también su firme propósito de consagrar a Dios todos sus afectos sin excepción alguna. Habiendo cazado un mirlo, lo encerró en una jaula, lo crió y lo adiestró en el canto. Aquel pájaro era su delicia; tanto lo estimaba, que casi no pensaba en otra cosa. Cierto día, al volver de la escuela, corrió a ver su mirlo Pero, ;oh dolor!, vio la jaula rociada de sangre y al pájaro querido en el suelo medio comido por el gato. Sintióse tan apesadumbrado a vista de aquel cuadro, que rompió en llanto, y llorando pasó varios días sin que nadie lograse consolarle. Finalmente, amonestado por Margarita y después de haber reflexionado sobre la causa de su llanto, sobre la frivolidad del objeto en que había puesto su afecto y sobre la vanidad de las cosas terrenas, tomó una resolución superior a su edad: se propuso no apegar el corazón a cosas terrenales.
Hablase ya afirmado en estos santos propósitos y su tierna alma, iluminada por la gracia celestial, saboreaba sus dulzuras, cuando una voz misteriosa le descorrió un tanto el velo de lo por venir. La fuente de donde tomamos el hecho, es la misma que nos ha proporcionado gran parte de las noticias ya expuestas. Es un manuscrito, conservado celosamente oculto por él mientras vivió, y titulado "Memorias del Oratorio, desde 1825 hasta 1855. Exclusivamente para los Socios Salesianos. Para la Congregación Salesiana" (1). Lo redactó él mismo por orden expresa del Papa Pío IX, como más adelante se verá, y es un monumento de admirable humildad, donde, con toda sencillez, describe todo lo que cree que prueba la intervención divina. en su misión y en sus obras.
Es costumbre de Dios, en su gran misericordia, revelar en sueños la vocación de aquellos hombres a quienes destina para cosas grandes. Así lo hizo con Juan Bosco, guiándolo con su mano omnipotente en cada jornada de la vida y en cada empresa. He aquí de qué modo, él mismo, narra en las citadas Memorias el primer sueño:
"No habla cumplido aún los nueve anos, cuando tuve un Stlefi0 que me quedó profundamente Impreso para toda la vida. Me pareció que estaba cerca de mi casa, en un patio bastante espacioso, donde se hallaban reunidos una gran multitud de ratos recreándose. Unos retan, otros Jugaban, no pocos blasfemaban. Al Mr aquellas blasfemias, lancéete al punto en medio de ellos empleando pulíos y palabras para hacerlos callar. Ellos se volvieron contra mi.
(1) Hoy está espléndidamente editado y comentado por Cerla Convenientemente traducido por el P. Emilio Bustillo, nosotros le hemos incluido en Biografía y escritos de San Juan Bosco, tomo 135 de la BAC.
En aquel momento apareció un hombre venerable, de edad viril, noblemente vestido. Cubría toda su persona un manto blanco; y su cara era tan luminosa, que yo no podía contemplarla. Me llamó por mi nombre, y me ordenó ponerme a La cabeza de aquellos niños, añadiendo estas palabras:
—No con golpea ni amenazas, sino con mansedumbre y caridad, hale de ganarte es amistad. Dispónte, pasea, inmediatamente a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
Confuso y espantado, contesté que yo era un pobre e ignorante niño, incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos.
En aquel momento los muchachos cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y se reunieron en torno del que hablaba. Casi sin saber yo lo que decía, exclamé:
—¿Quién sois vos que me ordenáis cosas imposibles?
—Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y con la adquisición de le. ciencia. —¿Dónde? ¿Con qué medios podré adquirir la ciencia?
—Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina puedes hacerte sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.
—Pero, ¿quién sois vos que habléis de esta manera?
— Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
—Mi madre me dice que no ene junte sin su permiso con quien no conozca; por eso, decidme vuestro nombre.
—Yo soy el Hijo de Aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al dia.
En aquel momento vi junto a él una Señora de majestuoso aspecto, vestida con un manto que por todas partes resplandecía, como si cada uno de sus puntee fuese una estrellita brillantisirna. Observando que mi confusión aumentaba con mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a Ella, y tomándome bondadosamente por la mano, me dijo:
— ¡Mira!
Al mirar advertí que aquellos niños habían desaparecido todos y en su lugar vi una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros varios animales.
—He ahi tu campo; he ahí donde debes trabajar —continuó diciendo la Señora—. Hazte humilde, fuerte, robusto; y lo que vea que ocurre con esos anfmaks, defieras hacerlo con mis hijos.
Volví entonces la mirada, y he aquí que, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantas mansos corderos, que, todos, saltando, acudían en torno de Ella, balando corno para festejar a aquel Hombre y a aquella Señora.
En aquel punto, siempre en el sueño, me puse a llorar y rogué a
aquella Señora que hablase de modo que yo pudiera entenderla, porque no sabia qué podía significar todo aquello. Entonces me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome:
—Todo lo entenderás a sic tiempo.
Dicho esta, me despertó un rumor y todo desapareció. Quedé aturdido. Me parcela tener las manos doloridas por los golpes que habla dado, y me dolía la cara por las bofetadas recibidas de aquellos pilluelos; después aquel Personaje y aquella Señora, así corno las cosas dichas y pidas, ocuparon de tal modo mi mente que por aquella noche no me fue posible conciliar el sueño.
Llegada la mañana, referí al punto aquel sueño, primeramente a mis hermanos, que lo tomaron a risa; después a mi madre y a mi abuela. Cada uno lo interpretó a su manera. Mi hermano José decía: "Te serás pastor de cabras, ovejas u otros animales." Mi madre: "¡Quién sabe si sorda sacerdote'," Antonio, con seco acento: "Quizás seas capitán de bandoleros." Pero la abuela, que sabia bastante Teología, aunque era analfabeta, dio una sentencia definitiva, diciendo: "No hay que hacer caso de los sueños." Yo era del parecer de mi abuela; pero nunca me fue posible apartar aquel sueño de la mente. Las cosas que a continuación expondré explicarán Mejor el caso. Siempre callé todo esto, y mis parientes no hicieron caso. Pero cuando en 1858 fui a Roma para tratar con el Pape. de la Congregación Selesiane, hizo que le refiriera detalladamente todas las cosas que tuviesen aunque sólo fuese la apariencia de sobrenatural. Entonces por primera ves referi el sueño que tuve de los nueve a los diez años, El Papa me ordenó que lo escribiese literalmente, detallado, y lo ofreciera como estimulo a los hijos de la Congregación que pensaba fundar, y que eta el objeto de aquel viaje a Roma."
Este sueño fue, pues, una verdadera misión, una obligación estrecha que Dios le imponía. Tocábale a él corresponder. Y correspondió como veremos en el decurso de nuestro relato. Desde este momento Don Bosco fue "el Santo de los Sueños".
Al soñar Juan con aquella multitud de niños, junto a la casa paterna, con el anuncio de la misión a la cual era llamado, recibió la orden de consagrarse a ella al instante; pero, ¿qué podía hacer el pobre pastorcillo? Dios no da solamente las inspiraciones, Bino que juntamente sugiere y proporciona los medios para actuarlas; así lo hizo con el humilde lugareñito de Becchi, por modo sencillo al par que maravilloso. Debía "hacerse humilde, fuerte y robusto y adquirir la ciencia necesaria".
Acompañando a su madre a los mercados, trabó Juan conocimiento con buen número de jovencitos de los cercanos pueblos; otros estrecharon amistad con él cuando comenzó a frecuentar la parroquia para el Catecismo cuaresmal. Las alabanzas del párroco, que frecuentemente repetía a los muchachos: "¡Muy poco sabéis del Catecismo; Bosco no sólo lo sabe, sino que lo canta!", fueron causa de que muchos, y no solamente niños, fijaran la atención en él y admiraran al buen niño de Becchi. Al verse rodeado del casi reverente afecto de muchos de sus paisanos, con la mejor maña que pudo, se dispuso a entretenerlos e instruirlos, contándoles diversos hechos, de los que sabía con arte obtener una oportuna lección moral. Mamá Margarita era para él en esto maestra insuperable.
De aquí que durante el invierno se lo disputaban todos para esas largas veladas en los establos del pueblo. En primavera, especialmente por la tarde de los días festivos, tenían lugar numerosas reuniones de niños y adultos, las cuales, con placer y provecho para todos, se prolongaban horas y horas bajo la dirección del hijo de Margarita.
¿Cómo pudo suceder esto?
En los mercados y ferias había observado Juan que la muchedumbre pendía extática de algún prestidigitador o charlatán. Comprendió que adiestrarse en juegos de habilidad para entretener a los compañeros y a las personas del vecindario sería el medio entonces más fácil para cautivar la atención ajena y lograr hacer oir a muchos la buena palabra con más comodidad.
Así, pues, acompañado de su madre o de personas de confianza, daba vueltas por los mercados, con el exclusivo fin de encontrarse con charlatanes y saltimbanquis, conocer sus mañas y aprender su destreza. Ya en casa, se ingeniaba para repetir los juegos que había visto, y no cejaba en su empeño hasta ejecutarlos cumplidamente. Fácil es imaginar las sacudidas, los golpes, las caídas, las volteretas que resultaban de estos ejercicios; mas, por fortuna, nunca tuvieron consecuencias graves, ni le hicieron perder el ánimo. Con esta constancia —¿quién lo creería?— se hizo hábil en toda clase de juegos. Igualmente aprendió muchos de aquellos juegos de manos, maravillosos para quien no conoce el secreto. Y aun llegó a ser muy diestro en el arte de extraer muelas... ¿No se ve ya aquí al Pedagogo que busca y pone al servicio de la Educación los más variados y más oportunos recursos?
Una vez bien ejercitado, comenzó a dar espectáculos de destreza. En Becchi había un prado con diversas plantas, y entre ellas un peral. A éste ataba Juan una cuerda que anudaba a otro árbol, a conveniente distancia; después preparaba una silla y extendía una alfombra en el suelo para saltar sobre ella. Cuando todo estaba preparado en medio del círculo formado por los asistentes y todos esperaban ansiosos las novedades, él a veces invitaba a todos a rezar la tercera parte del Rosario y otras entonaba un cántico sagrado; después subía a la silla y decía:
— ;Ahora oíd el sermón que ha predicado esta mañana el capellán de Murialdo!
La inesperada proposición no era del agrado de todos; pero Juan, de pie sobre la silla, como un monarca en su trono, con talnnte resuelto para hacerse obedecer aun de los adultos, gritaba a los impacientes:
— ¡Ah!, ¿ésas tenemos? Ya os podéis marchar de aquí; pero recordad que, si volvéis cuando haga los juegos, os echaré a todos y no pondréis más los pies en mi prado.
La amenaza lograba su objeto. Entonces comenzaba la predicación, o mejor dicho, repetía lo que recordaba de la explicación del Evangelio oída en la iglesia aquella mañana. Els más, durante el tiempo que faltó de Murialdo el capellán, Juanito refería hechos y ejemplos que había oído o leído en algún libro. De cuando en cuando exclamaban los oyentes: "¡Qué bien habla!, ¡cuánto sabe!" Terminado el sermoncito, rezaba Juan una corta oración y empezaba los juegos.
El pastorcillo se transformaba en titiritero de profesión. Hacer la golondrina, dar el salto mortal, caminar sobre las manos con las piernas en alto, ajustarse la mochila, comerse las monedas para sacárselas de la punta de la nariz a éste o al otro; multiplicar las bolitas y los huevos; convertir el agua en vino, matar un pollo y hacerlo resucitar y cantar mejor que antes, eran ordinarios entretenimientos. Caminaba por la maroma como por una senda; saltaba sobre ella, bailaba y se colgaba de ella, ya por un pie, ya por los dos, o con las dos manos o con una sola.
A veces, mientras todos esperaban con la boca abierta otra nueva sorpresa, Juan, interrumpiendo los juegos, hacía cantar las Letanías o rezar el Rosario, si antes no se había rezado. Había algo de prodigioso en su desenvoltura.
—iAhora —exclamaba— se verán muchas otras cosas muy bonitas; pero antes debemos todos juntos rezar una oración!
Esto lo decía aprovechando con arte un oportuno intermedio, porque de haberlo propuesto al fm de la sesión, todos se hubieran marchado. Este honesto entretenimiento duraba algunas horas, basta que, al hacerse de noche y acabado el pasatiempo, se rezaba otra breve oración y cada cual marchaba a su casa. No quería en modo alguno admitir en estas reuniones al que hubiera blasfemado o hablado de cosas deshonestas, o se hubiera resistido a tomar parte en el rezo.
Mas para ir a las ferias y mercados y procurarse lo que aquellos pasatiempos requerían, había que hacer gastos; y entonces, ¿quién le procuraba el dinero? Pues el mismo Juan. Los pocos cuartos que la madre o los parientes le daban, las propinillas y los regalos, todo lo guardaba para este fin. Como además era muy experto en cazar pájaros con trampa, jaula, liga y lazo, y muy práctico en atrapar nidos, cuando reunía una buena partida de pájaros, sabía venderlos muy bien. Fabricaba sombreros de paja, que llevaba después a los mercados; construía jaulas de caña a modo de trampa, especialmente para los pájaros, que vendía con los reclamos adiestrados. Aun los hongos, las yerbas tintóreas y otros productos del campo eran para él fuente de ingresos. Se había hecho tan hábil en hilar la estopa, el algodón, el lino y la seda, que daba lecciones a cuantos acudían a él con este objeto; sabía también hacer calceta, habilidad que más tarde utilizó para remendar las que rompían los primeros jovencitos que recogió. La caza de las culebras le proporcionó también no despreciable lucro.
Mamá Margarita, con su buen sentido, y mucho más con aquella natural intuición de un alma que vive del amor de Dios, facilitaba en su Juan el desenvolvimiento de la vocacion extraordinaria a que era llamado para tiempos que ya iban madurándose. Todo lo observaba ella, pero callaba y meditaba. Un rapazuelo, un campesinito, que a los diez años se impone a los niños, aun a los mayores que él, que habla con desenvoltura en público, que se ingenia en interesar a la gente para obligarla a rezar y a oir un sermón, es un hecho que no se ve con frecuencia, si ya no es enteramente nuevo en las vidas de los Santos.
Juan había cumplido los diez años y ardientemente deseaba recibir la Sagrada Comunión; pero en aquel tiempo a ningún niño se le daba si no tenía doce o catorce años. El párroco don Sismundo, aunque era excelente y celoso pastor, embebido en las máximas algo rígidas del tiempo, no se apartaba de la conducta general de los otros párrocos; pero al escuchar lo que todos decían de Juan, y por el modo como éste se portó en el examen, se decidió a salirse de la regla y le autorizó a hacer la Sagrada Comunión el día fijado para la Pascua de .los niños. Cuando recibió la deseada noticia, la piadosisima Margarita quiso preparar ella misma con toda diligencia y cuidado a su querido Juan para el gran acto. Por tres veces lo llevó consigo a confesarse, y durante la Cuaresma, en repetidas ocasiones, le dijo:
—Juan, hijo mío, Dios quiere hacerte una gran merced; pero procura prepararte bien, confesarte devotamente y no callar nada en la confesión. Confiésalo todo, arrepiéntete de todo y promete a Dios que serás más bueno en lo por venir.
"Lo prometí todo —dice el Santo en sus Memorias—. Si después he sido fiel, Dios lo sabe."
La mañana de la Primera Comunión no le dejó hablar con nadie, lo acompañó a la iglesia y a la sagrada Mesa, e hizo con él la preparación y la acción de gracias, que todos juntos hacían en voz alta y alternando. Tampoco quiso que aquel día se ocupase en trabajo alguno material, sino en leer, rezar y meditar. Entre las muchas advertencias que le hizo, son memorables éstas, que la piadosa madre le repitió varias veces:
—¡Querido hija, hoy es para ti un gran día! Estoy persuadida de que Dios ha tomado posesión de tu corazón. Ahora le has de prometer que harás cuanto puedas para conservarte bueno hasta el fin de tu vida. En adelante comulga con frecuencia, pero guárdate bien de cometer sacrilegio. Confiésalo todo; sé siempre obediente; asiste con buena voluntad al Catecismo y a los sermones; pero, por amor de Dios, huye como de la peste de los que tienen conversaciones malas.
Don Bosco dejó escrito:
"Guardé y procuré practicar los consejos de mi piadosa madre; y creo que, desde aquel día, se operó en mi vida sensible mejoramiento, de un modo especial en la obediencia y sumisión a los otros, contra lo cual sentía antes gran repugnancia, pues siempre trataba de oponer mis reparos a quien me daba órdenes o buenos consejos."
Realizado aquel gran acto, continuó Juan con mayor celo su obra de apostolado. El año anterior inauguró, como se ha visto, aquella especie de Oratorio Festivo, haciendo cuanto permitían su edad y su instrucción; así continuó durante varios años, siendo tanto más fructuosas sus palabras cuanto mayor era su caudal de conocimientos religiosos.
Pero no sólo can el embeleso de sus narraciones, juegos y maneras atractivas se ganaba los corazones de muchos jóvenes, sino que ya entonces, en su mirada, en su semblante, debía de transparentarse la pureza de su alma, como siempre se transparentó hasta el fin de su vida. Un simple encuentro o un momento de compañía con él procuraba un gozo, una paz, un placer, un deseo de hacerse mejor, que no podía proceder de una afección puramente humana. Lo experimen
taron miles de niños, lo atestiguaron millares de sus cooperadores, los cuales, una vez conocido, no acertaban a separarse de él, ni podían olvidar tan sorprendente fascinación.
Contaba Juan once o doce años cuando, con ocasión de una fiesta, se dio un baile público en la plaza de Murialdo. Era la hora de las funciones religiosas de la tarde; deseoso de acabar con aquel escándalo, se dirigió a la plaza y acercándose a la muchedumbre, en parte compuesta de conocidos suyos, comenzó a persuadir a unos y a otros de que debían desistir del juego e ir a la iglesia, a las Vísperas. Pero viendo que no se le hacía caso, empezó a cantar un himno religioso popular, con voz tan bella y tan armoniosa que, a poco, todos se le unieron. A los pocos instantes encaminóse a la iglesia; siguiéronle los demás embelesados y entraron también en el templo.
A la puesta del Sol volvió al sitio del baile, que se había reanudado con frenesí; y como ya oscurecía, empezó a repetir a las personas que parecían más razonables:
—Es tiempo de marcharse; el baile se vuelve peligroso.
Nadie le hacía caso. Entonces volvió a cantar como antes, y al dulce y mágico sonido de su voz, cesaron las danzas y quedó desocupado el lugar del baile, porque todos acudieron en tropel a escucharle. Cuando hubo acabado, le ofrecieron varios regalos para que repitiese la canción; así lo hizo, aunque sin aceptar los regalos. Los organizadores del baile que, de no continuar éste, veían acabárseles la ganancia, se le acercaron y, ofreciéndole dinero, le dijeron:
—;Ea! O tomas este dinero y te largas, o vas a recibir una ración de golpes que no la olvidarás en toda tu vida.
Manid Margarita" °actúen« de Bosco, la madre de Don. Bosco. :Yació en Caprialio (Castelnuovo d'Asid) el 1 de abril de 1785 y murió en Turin-Oratorio el 25 de noviembre de 1856. Vivió cm el Oratorio diez años, compartiendo con as laja penalidades. apostolado y triunfos. Fue la primera cooperadora salesiana, la madre de los huerjanitos; la que inventó las "Buenas noches"
—;Eh!, ¡eh! ¿Qué modo de hablar es ése? ¿Por ventura estoy en vuestra casa para obedeceros? ¿No soy libre de hacer lo que me parezca y me agrade? Tengo aquí parientes
* a quien están esperando en sus casas y si vengo a llamarlos,
¿os molesto? Las familias siempre temen alguna desgracia; ¿no es justo sacarlas de la ansiedad? En esta hora especialmente, vosotros, que sois buenas personas, debéis comprender que no es imposible que sucedan desórdenes, de que después tendréis remordimiento. Deseo que nuestro pueblo goce de buena reputación entre los demás; ¿os falto con ello al respeto?...
astas y otras razones en boca de un niño hicieron de manera que, aun los más apasionados, viendo que ya eran pocos, se retiraran.
Por entonces desafió Juan por primera vez a juegos de destreza a un charlatán que perturbaba las funciones religiosas. La apuesta era que, si el charlatán resultaba vencido, no volvería nunca más durante las funciones sagradas. Aceptó el hombre, seguro de la victoria; pero ésta fue para el pastordillo; de modo que el jugador, en cumplimiento de su palabra, recogió sus trastos y se marchó al punto. Juan se volvió a la multitud y gritó:
—;Nosotros a la iglesia!
Pasadas varias semanas de la Primera Comunión de Juan, en Buttigliera de Asti, a tres cuartos de hora de Becchi, se predicaba una solemne Misión por el Jubileo que el Papa León XII había extendido a todo el orbe católico. La fama de los predicadores atrajo a gentes de todas partes; también fue allá. Juan con otros de su pueblo.
Una de aquellas tardes precisamente, volvía él a casa con muchos de Murialdo, y entre ellos el nuevo capellán, don José Calosso, venerable y piadoso eclesiástico. El aspecto del niño, pequeño de estatura, de cabellos ensortijados que, con la cabeza descubierta y en completo silencio, caminaba en medio de la comitiva, atrajo la atención del sacerdote; lo llamó, pues, y le dijo:
—Hijo mío, ¿de qué pueblo eres?
—De Becchi.
—¿También has ido a la Misión?
—Sí, señor; he ido a escuchar los sermones de los misioneros.
—Pero, ¿has podido entender algo? Tu madre quizás te hubiera hablado de estas cosas en forma más adecuada, ¿no es verdad?
—Verdad es que mi madre me hace a menudo buenos sermones; pero voy de muy buena gana a escuchar también los de los misioneros, y me parece que los entiendo.
—; Habrás entendido mucho!, ¿verdad?
—¿Todo!
—¡Bien! Si sabes decirme cuatro palabras de los sermo
nes de hoy, te doy cuatro cuartos... ¡Mira, aquí están! —¿Quiere que le hable del primero o del segundo sermón? —Como quieras, con tal que me digas algo. ¿Recuerdas
de qué se habló en el primer sermón?
—Se habló de la necesidad de entregarse a Dios cuanto antes y de no diferir la conversión.
—¿Qué se dijo en el sermón? —añadió el venerable anciano algo maravillado.
—¿Quiere usted que le repita la primera, la segunda o la tercera parte?
—La que tú quieras.
— Las recuerdo bastante bien y, si usted quiere, se las repetiré todas.
Y sin más preámbulos, expuso el exordio y después los tres puntos: esto es, el que aplaza su conversión corre el peligro de que le falte el tiempo, o la gracia, o la voluntad.
B11 buen sacerdote lo dejó continuar cerca de media hora, y al acabar el niño, le preguntó todavía:
—¿Qué recuerdas del segundo sermón?
— ¿Quiere que se lo repita todo?
— Me contento con dos palabras.
Juan le recitó una buena parte hablando durante diez minutos. El capellán, maravillado más y más y con los ojos humedecidos por la conmoción, preguntóle:
—¿Cómo te llamas? ¿Quiénes son tus padres? ¿Has ido ya a la escuela ?
—Me llamo Juan Bosco; mi padre murió cuando todavía era yo muy niño; nv madre es viuda con cinco bocas que mantener; he aprendido a leer y un poco a escribir.
—¿Has estudiado el Donato? (la Gramática).
—No sé qué es eso.
—¿Te gustaría estudiar?
—¿Mucho, mucho!
—¿Por qué desearías estudiar?
—Para hacerme sacerdote.
—¿Para qué querrías hacerte sacerdote?
— Para atraer a la Religión e instruir en ella a muchos compañeros míos, que no son malos, pero se vuelven tales porque nadie se cuida de ellos.
Un lenguaje como éste tan ingenuo y elevado hizo aún mayor impresión en el piadoso eclesiástico, que no separó la vista un momento del niño, mientras éste hablaba.
Cuando llegaron al punto del camino donde era necesario separarse, le invitó para el día siguiente ayudarle la Santa Misa. Compareció Juan. Acabada la Misa le hizo recitar el sermón del misionero y después le dijo:
—Ten buen ánimo; yo pensaré en ti y en tus estudios. Di a tu madre que venga a casa el domingo por la tarde a verme un momento y lo arreglaremos todo.
¡Imagínese el lector la alegría que produjo esta noticia a la buena Margarita! El siguiente domingo fue con Juan a visitar a Don Calosso, y quedó convenido que él daría clase a Juan cada mañanita, y el día lo emplearía en los trabajos del campo para contentar a Antonio. Pero Antonio, apenas supo la determinación de la madre, se disgustó mucho y sólo se sosegó cuando le aseguraron que la clase daría comienzo pasado el verano, cuando las labores del campo no exigen grandes cuidados.
Mas llegó el otoño y Margarita no se decidía a enviar a Juan a Murialdo, hasta que, a las reiteradas instancias del capellán, Juan se puso en sus manos. Cuando se vio tan bien tratado por aquel digno sacerdote y mejor comprendido, se le aficionó tanto, que ya no tuvo para él ningún secreto. Comunicábale, pues, todos sus pensamientos, palabras y acciones; lo cual agradó mucho al buen sacerdote, porque así podía dirigirlo con toda seguridad. "Desde aquella época —escribe el Santo— comencé a gustar la vida espiritual, ya
que antes obraba más bien materialmente y como una máquina, que todo lo hace sin saber la razón que la mueve."
A mediados de octubre emprendió Juan el estudio de la Gramática italiana y por Navidad el del "Donato", es decir, los principios de la Gramática latina. Tan rápidos progresos hacía, que el maestro le decía bromeando:
—Si sigues así, no tardarás mucho tiempo en saber todo cuanto se puede aprender en esta materia.
Pero cuando llegó la primavera Antonio se quejó amargamente, alegando que no comprendía cómo le tocaba a él matarse trabajando, mientras Juan perdía el tiempo "haciendo el señorito". Ello fue causa de vivas discusiones con la madre, la cual, para mantener la paz en la familia, decidió que Juan iris. a la escuela por la mañana temprano y el resto del día lo ocuparía en las labores del campo.
Pero, ¿cómo se las arreglaría él para estudiar las lecciones y escribir sus trabajos literarios? Quien tiene voluntad encuentra también los medios para llegar al fin. Juan estudiaba mientras iba y volvía de la escuela; estudiaba durante el almuerzo, en la comida, en la cena; y aun de noche también estudiaba un poco.
No obstante tanto trabajo y tan buena voluntad, no satisfecho Antonio todavía, insistentemente clamaba contra los estudios, dando lugar a una escena desagradable, referida así por el mismo Santo:
"Cierto día dijo Antonio en tono imperativo a mi madre y después a mi hermano José:
—jYa estoy harto; voy a acabar de una vez con esta Gramática. Yo me he hecho alto y grueso y nunca he visto estos libros!...
Dominado yo en aquellos momentos por la aflicción y el enojo, contesté lo que no hubiera debido contestar:
—Hablas mal —le dije—; ¿no sabes que nuestro borrico está infla gordo que ta y nunca fue a la escuela? ¿Quieres compararte con él
Estas palabras enfurecieron a Antonio y gracias a que las piernas me servían bastante bien, pude escapar de un chubasco de mojicones y bofetadas."
Acercábase entretanto el segundo domingo de octubre de 1517, y en "Murialdo --escribe Don Bosco-- se festejaba la Maternidad de la Virgen Santísima, que era la fiesta principal de aquellos lugares. Todos andaban ocupados en les cosas de casa o de la Iglesia, pero tampoco faltaban otros que tomaban parte en juegos y diversiones varias. A. uno solo vi alejado de todos aquellos espectáculos; era un clérigo (1) pequeño de estatura, de ojos chispeantes, afable aspecto y angelical semblante. Estaba apoyado en la puerta de la iglesia. Sentíme como encantado al observarle, y aunque yo no tenía más de doce años, movido del deseo de hablarle, me acerqué a él y le dije:
—Señor cura, ¿quiere ver algo de nuestra tiesta? Yo le llevaré con mucho gusto adonde quiera.
Me hizo una expresiva señal para que me acercara y me preguntó por ml edad y mis estudios; si ya habla recibido la Sagrada Comunión, si me confesaba. con frecuencia, si asistía al Catecismo y otras cosas parecidas. Quedé como encantado ante aquella edificante manera de hablar; respondí gustoso a sus preguntas y después, como para darle gracias por su amabilidad, le Invité de nuevo a ver algún espectáculo o novedad de la fiesta.
—Amiguito —me respondió—, los espectáculos de los sacerdotes son lea funciones de iglesia; cuanto más devotamente se celebran, más agradables son nuestros espectáculos. Nuestras novedades son las prácticas de la Religión, que siempre son interesantes, y por eso merece que se asista a ellas con asiduidad; sólo espero que abran la. iglesia para entrar.
Me animé para continuar la conversación, y añadí:
—Es verdad lo que me dice, pero hay tiempo para todo, para Ir a la iglesia y para recrearse.
Se echó a reir y acabó con estas memorables palabras, que eran como el programa de todos los actos de su vida:
—El que abraza el estado eclesiástico se entrega al Señor; y de todo cuanto existe en el mundo, nada debe estimar más que aquello que sirva para mayor gloria de Dios y provecho de las almas.
(1) Aquí y en el resto de la obra empleamos la palabra "clérigo" en su significado primitivo ele persona dedicada al culto divino, que ha vestido sotana, aunque no haya recibido las Sagradas órdenes. tan Italia se aplica —y muy bien— exclusivamente para designar a quien ha vestido sotana y carece todavía de Ordenes Mayores.
Entonces, enteramente maravillado, quise saber el nombre de aquel joven, cuyas palabras y aspecto tanto reflejaban el espíritu del Señor. Supe que era el clérigo José Cafasso, estudiante del primer curso de Teología. de quien varias veces habla oído hablar como de un espejo de virtudes."
Juan volvió a casa tan contento, como si hubiese ganado una gran fortuna.
—Le he visto, le he hablado.
quién?
—A José Cafasso. ¡En verdad que es un santo!
—Pues procura imitarlo. ¡El corazón me dice que un día podrá ayudarte mucho!
Cuando Margarita hubo oído el diálogo de su hijo con Cafasso, como era mujer capaz de comprender la nobleza y acierto de aquellas palabras, añadió:
—Oye, Juan. Un clérigo que manifiesta tales sentimientos será un santo sacerdote. Será el padre de los pobres, conducirá a muchos por el camino del bien, confirmará a muchos en la virtud y ganará muchas almas para el Cielo.
San José Cafasso fue para Don Bosco no sólo modelo de vida clerical y sacerdotal, sino director de espíritu e insigne bienhechor (1).
Vino el invierno y cesaron las labores del campo; Juan reanudó sus estudios con Don Calosso; pero Antonio no cesaba de hacerle la guerra; no lo llamaba por su nombre, sino con los motes mordaces de "estudiantillo", "señorito", "doctorcillo". Juan sufría y lloraba; pero lo soportaba todo con
(1) San José Catease, maestro y modelo del Clero subalpino. nació en Castelnuovo de Asti. en 1811, y murió en Turín, en 1880; en 1925 fue elevado al honor de los altares por el Papa Pie XI.
paciencia. ¿No le había dicho la misteriosa voz del sueño: "Hazte humilde, fuerte y robusto"?
Efectivamente, nuevas humillaciones le esperaban, las cuales, si de una parte sirvieron para fundamentarlo más en la humildad, de otra coadyuvaron a un sano y fuerte desarrollo de sus delicados miembros.
No contaba todavía trece años, cuando, en febrero de 1828, con un pequeño envoltorio bajo el brazo, que contenía algo de ropa y algún libro de Religión, que le había dado don Calosso, dirigióse a Moriondo en busca de trabajo para procurarse el sustento con el sudor de su frente, privándose del consuelo de estar al lado de aquella madre a quien tanto amaba y de la cual era amada entrañablemente.
Allí suplicó que le dieran trabajo, pero inútilmente; lo compadecieron cuando refirió las vicisitudes que Ie obligaban a buscarse un amo, pero no lo aceptaron.
Le quedaba una esperanza: proseguir hasta la alquería de los Moglia, en Moncucco. Llegó allí al oscurecer. Fue hasta la era, en donde se encontraba toda la familia dispuesta a preparar unos mimbres para la viña. El dueño, apenas lo vio, preguntóle:
—¿A quién buscas, muchacho?
—A Luis Moglia.
— Yo soy; ¿qué quieres?
— Mi madre me ha dicho que venga a ponerme a su servicio.
— ; Pobre chico! No puedo colocarte; estamos en invierno y quien tiene muchachos los despide; y nosotros no acostumbramos aceptarlos hasta después de la Anunciación. Ten paciencia y vuelve a tu casa.
Juan insistió llorando, hasta que el ama, Dorotea conmovida por aquellas lágrimas, consiguió de su marido que lo tomase siquiera por pocos días.
Entonces una cuñada de Dorotea llamada Teresa, jovencita de quince años, a quien no le gustaba cuidarse del ganado, propuso que se lo confiaran a él. Se accedió, y así Juan se dedicó a los trabajos propios de Ios labriegos. Los amos, al ver su obediencia puntual, su exactitud y perseverancia en el trabajo, su modestia y espíritu de oración, conocieron bien pronto el tesoro que habían adquirido, por lo cual determinaron que, además de la manutención, le darían anualmente quince liras para vestirse, remuneración que, en aquel tiempo y para un servicio campestre, era generosa.
A los ojos de todos mostrábase admirable. Por la mañana y por la noche, arrodillado junto a su camastro o en un rincón del establo, pasaba largo tiempo rezando. La señora Dorotea que, sin ser vista, había observado más de una vez en aquel tiempo su compostura, edificada de su exquisita piedad, le encargó también que dirigiera todas las noches las oraciones de la familia ante una imagen de María Santísima, religiosamente conservada en aquella casa.
De igual manera, antes y después de las comidas, jamás descuidaba hacer la señal de la cruz y rezar brevemente; y así, con su ejemplo, introdujo tan piadosa práctica en aquella buena familia.
Todos los sábados pedía permiso para ir a la mañana siguiente a Moncucco a la primera Misa, que muy temprano se decia; y allí confesaba y comulgaba. El ama echó una vez detrás de él, curiosa de saber por qué iba a aquella Misa tan temprano, y conocida la causa, le dio amplia licencia. Juan nunca dejó de aprovecharla, no obstante las dificultades del camino, agravadas por lo intempestivo de la hora.
Tanto amor a la Sagrada Eucaristía, en tiempos como aquellos en que apenas se comulgaba semanalmente, era fruto de su espíritu de oración. Varias veces, en efecto, dentro y fuera de casa, le sorprendieron absorto orando.
Estando tan lleno del espíritu de Dios, fácil es conjeturar con qué cuidado evitaría, no solamente lo que podía empañar el candor de su alma, sino también cuanto parecía menos conveniente para mi jovencito. Como le invitasen a cuidarse de una niña de cinco años, respondió con suave manera:
—Dadme muchachos, y cuidaré de ellos, aunque sean diez, pero de niñas, no puedo encargarme.
Con los Moglia continuó el mismo tenor de vida que había comenzado en Becchi. Con maneras amables y con sus juegos supo atraerse a todos los niños, que muy pronto fueron sus íntimos amigos. Durante el invierno, cuando no se podía trabajar en el campo, en los días lluviosos y todos los domingos y fiestas, solfa reunirlos por la tarde. Subían al pajar, se colocaban en semicírculo y Juan, sentado sobre un montón más alto de heno, les enseñaba el Catecismo y les repetía lo que había oído predicar en la iglesia parroquial; refería algún buen ejemplo, les enseñaba a rezar el Rosario, las Letanías de la Virgen o el canto de algún himno sagrado; en una palabra, les comunicaba cuanto sabía. Le preguntó el ama por qué escogía aquel lugar para sus conferencias y respondió:
—Ahí nada nos estorba, ni tampoco los estorbamos a ustedes.
En Moncucco consiguió que le permitieran disponer del local de la escuela, y allí en los días festivos, y bajo su dirección, aunque pobre zagalillo campesino, se reunían los jovencitos del pueblo, los cuales, después de la misa mayor, permanecían en la iglesia y hacían solemnemente el "Vía crucis". El párroco, reverendo Cottino, se conmovía hasta verter lágrimas, al ver florecer tanta piedad en la porción predilecta de sus ovejas, y también porque aun los adultos acudían atraídos por la novedad de aquellos piadosos actos y por los frutos que producían tan buenos ejemplos. De este
modo pasaba Juan en Moncucco todos los días festivos, y sólo por la noche, rodeado de los muchachos de los contornos de su alquería, volvía a casa cantando alegremente.
Mas no se crea que fue aquél un tiempo de diversión para el Santo; por el contrario, fue aquélla la época en que se ejercitó en las más sólidas virtudes, fundadas en la santa humildad.
Desde entonces, apenas abría los ojos comenzaba al punto "alguna cosa"; y esta "cosa" no la dejaba hasta el momento de ir a dormir.
Pero si él calló, a su tiempo hablaron los esposos Moglia, sus hijos y el párroco de Moncucco, Don Francisco Martina, sucesor de Don Cottino, a los cuales debemos estas noticias. Jamás advirtieron en él la menor falta pueril, ni chiquillada alguna tan frecuentes en su edad; ni un empujón a sus compañeros, ni una palabra o mirada burlona, ni apoderarse de un fruto, ni una mirada o gesto que pareciese irrespetuoso; su porte era el de un hombre maduro y juicioso.
—Era diferente de los otros niños —decían los Moglia—, y a nosotros nos edificaba.
Con su ejemplo y con sus juiciosas palabras consiguió del anciano José que se acostumbrara a rezar siempre el "Ángelus" a mediodía.
—Seguro estoy —exclamaba aquel buen hombre, asombrado de ver tanto juicio en un niño—, seguro estoy de que ya no podría sentarme a la mesa sin haber rezado primeramente el "Ángelus".
Y desde entonces jamás olvidó esta oración.
Juan Moglia, hermano de Luis, llevó un día al muchacho a plantar cuatro nuevas hileras de vides. Juan las ataba con mimbres, cerca del suelo; cansado de aquel fatigoso trabajo, dijo que se sentía mal de las rodillas y de la espalda.
—Sigue adelante —le respondió el amo—. Si no quieres
doblar el espinazo cuando seas viejo, debes soportar esta molestia ahora que eres joven.
Juan continuó trabajando, y pasado un rato, exclamó:
— Pues bien, estas vides que estoy atando ahora darán la uva más hermosa, el mejor vino, en mayor cantidad y durarán más que las otras.
Y así ocurrió; aquella hilada produjo cada año doble fruto que las otras, las cuales, pasando el tiempo, murieron y fueron renovadas varias veces, mientras que las ligadas por Juan prosperaron con admiración de muchos desde 1828 a 1890.
Entretanto ardía en él la sed inextinguible del estudio. Estudiaba siempre y en todas partes, aun empuñando el arado. Preguntóle el amo un día por qué amaba tanto sus libros.
— ¡Porque debo ser sacerdote! —respondió Juan.
—¡ Tú, sacerdote! —le decían los de casa al oírle esta afirmación mil veces repetida—. ¿No sabes que para estudiar se necesitan nueve o diez mil liras? ¿De dónde las sacarás? ¡ Vaya! —añadían poniéndole cariñosamente las manos en los hombros y sacudiéndole—, si no llegas a ser Don Bosc, serás Don Bocc (1).
— ; Veremos!, ¡veremos! —replicaba Juan.
Con todo, aunque juzgaban impracticable su aspiración, no lo contrariaron lo más mínimo. Luis le dijo un día:
— Estudia cuanto quieras, con tal que estés contento.
Y en otra ocasión, mientras araba, More también el hermano de Luis:
—Oye lo que te digo: cuando no me hagas falta precisa para guiar los bueyes, podrás retirarte y estudiar a la sombra.
A pesar de ello, Juan no podía ni quería abusar de tanta bondad. Por otra parte, ¿cómo aprovechar en los estudios sin un guía? Verdad es que recibió lecciones del sacerdote
(1) Palabra piamontesa que significa "tonto".
Moglia, tío del señor Luis, hermano de José y maestro del pueblo, y después del párroco de Moncucco; pero duraron poco.
Entretanto llegó el mes de diciembre de 1829. Uno de los últimos días de aquel mes, cuando sacaba Juan el ganado del establo, vio a su tío Miguel, uno de los hermanos de su madre, el cual iba al mercado de Chieri y le preguntó:
—¿Estás contento, Juan?
—No puedo estarlo, porque siento siempre el deseo de estudiar, veo que los años pasan y no adelanto nada.
—;Pobre Juan! No te pongas triste; déjame a mí, que yo pensaré en eso; lleva el rebaño a tu amo, vuelve al lado de tu madre y dile que dentro de poco pasaré por allí a hablarle.
—; Pero mi madre me reñirá si ve que vuelvo a casa!
—Haz lo que te digo, y tranquilízate; yo lo arreglaré todo; confía en tu tío. Ahora voy al mercado; a la vuelta pasaré a hablar con tu madre, y verás como tu deseo queda satisfecho. Si hace falta algo para enviarte a la escuela, lo pondré yo. ¿Estás contento?
Juan obedeció. Los amos se maravillaron al verlo conducir las vacas tan pronto a casa; pero al escucharlo, aceptaron sus excusas, y aunque de mala gana, le dejaron marchar, deseando que, conforme a su deseo, consiguiese hacerse sacerdote.
En el largo trayecto de la casa Moglia a Becchá debió de pensar que al fin se le abría el camino que había de conducirle al cumplimiento de su vocación, en la que, por otra parte, había adelantado mucho, porque Dios lo iba adiestrando en la palestra de los Oratorios Festivos, haciéndole, además, recorrer los diversos estados del agricultor: hortelano, pastor, viñador, labrador, pues debía con el tiempo invadir su corazón un interés especialísimo por las colonias
costa hablarle. No corrió, sino que voló Juan al lado de su bienhechor, a quien halló desgraciadamente en el lecho, privado de palabra.
El buen sacerdote, herido de un ataque apoplético, reconoció a su discípulo y le dirigió una conmovedora mirada, que le llenó el alma de dolor; hizo algunos esfuerzos señalándole alguna cosa; quería hablar, pero no podía articular una sílaba, hasta que, sacando una llave de debajo de la almohada, se la entregó indicándole que no la diese a nadie, y que cuanto había en la caja cerrada con llave era para él. Juan aceptó la llave que guardaba, sin él saberlo, el dinero del capellán, y prodigó a su querido enfermo los más afectuosos cuidados de un hijo amante. Pero después de dos días de agonía, el buen capellán, a los setenta y cinco años, entregaba su alma al Creador. Era el 21 de noviembre de 1829.
Con él se eclipsó toda esperanza para Juan. Algunos que habían asistido a Don Calosso moribundo, le decían:
—La llave que te ha dado es la del cofre. El dinero que en él hay es tuyo; tómalo.
Otros indicaban que en conciencia no podía tomarlo, porque no habia mediado acta notarial. El joven se encontraba perplejo; después de pensarlo, dijo:
no quiero ir al infierno por causa del dinero! ;No lo quiero!
Pero otros insistían, fundándose en que, el empeño que puso el moribundo para llamarlo, sus palabras cuando estaba en buena salud, la llave entregada con aquel gesto expresivo indicaban claramente su voluntad; por tanto, aquel dinero era suyo. Mas él no se convenció, sino que cuando llegó lleno de ansiedad el sobrino en compañía de otros parientes, Juan le entregó la llave diciendo:
—He aquí la llave del cofre. Su tío me la entregó indicándome que no se la diese a nadie. Algunos me han dicho que puedo tomar lo que hay dentro del arca; pero yo prefiero ser pobre y no dar motivo a cuestiones; su tío no me dijo expresamente que aquello era para mí.
El sobrino tomó la llave, abrió la caja y encontró en ella seis mil liras. Después de haberlas contado, se volvió a Juan y le dijo:
—Respeto la voluntad de mi tío; este dinero ea tuyo; te doy facultad plena; toma todo lo que quieras.
El tono con que se lo diría y más que todo la cara que ponían los otros parientes no convenció a Juan. Se quedó mi rato pensativo. Había conocida de modo bastante claro la voluntad del difunto; tenía licencia del heredero.
—;Sueno —dijo—, no lo quiero! Estimo más el Paraíso que todas las riquezas y dineros del mundo.
—; Si no quieres nada —dijo e] heredero—, te agradezco tan generosa acción!
Juan no tomó nada. Ni ellos le ofrecieron nada. En sus Memorias relata él lo ocurrido con estas sencillas palabras: "Vinieron los herederos de Don Calosso y les entregué la llave y todo lo demás."
La muerte del buen capellán de Murialdo fue para Juan un desastre; le lanzaba de nuevo al mar de la incertidumbre. Le causó también un dolor inmenso, pues le amaba como a un padre.
Pera la Bondad Divina no dejó de aconsejarle en aquella ocasión. Así, escribe él:
"En aquel tiempo tuve otro sueno, en el que se me vituperaba duramente, porque habla puesto mi confianza en los hombres y no en la bondad del Padre Celestial."
La memoria de Don Calosso quedó grabada siempre en u corazón. De él dejó escrito, con aquella gratitud que fue una de sus más caras virtudes:
"Siempre he rogado a Mos por este insigne bienhechor mlo, y mientras viva, no dejaré de rezar por al."
Aquella muerte obligó a Juan a continuar sus estudios ea..-n las escuelas públicas de Castelnuovo, donde, juntamente ion las clases elementales, se daba un curso de lengua latina. n ellas ingresó por la Navidad de 1830.
Al principio volvía a casa al mediodía, recorriendo, entre r y venir, cerca de veinte kilómetros al día, con notable pérdaida de tiempo. Después cambió de sistema. Salía de Becchi mor la mañana y volvía solamente por la noche. Y aun así, cuánto tenía que padecer por la intemperie! Tanto más Cuanto, por economía, si había fango, se quitaba los zapatos 0,r los llevaba en la mano hasta Castelnuovo, adonde llegaba estado lastimoso, con los pies doloridos y a veces ensanggrentados.
Su madre comprendió al punto la necesidad de proporocionarle un alojamiento en Castelnuovo, porque el invierno mera cada vez más crudo. La pensión se podía pagar con cepreales, vino y otros productos, según se concertase. Por otra :parte, Juan era muy querido de todos sus paisanos, los cuales, temerosos de que por falta de medíos no pudiese continuar los estudios, alguna vez hicieron entre ellos una colecta y rogaron a Margarita que, pues ella hacía frecuentes limosnas, la aceptase.
Margarita, pues, puso a su hijo a pensión en casa de Juan Roberto, que era sastre y muy aficionado al canto gregoriano y a la música vocaL Ella misma lo acompañó y, al despedirse, le dio este precioso consejo: "¡Sé devoto de la Virgen!"
Muy contento se puso Juan con la determinación de Bu madre, porque encontraba más comodidad que en Beechi para las prácticas de piedad.
Las escuelas públicas tenían en aquel tiempo un carácter eminentemente católico, según las disposiciones promulgadas por el rey Carlo Feliee en 23 de julio de 1822. ¡Con la práctica de la piedad se adquiere la sabiduría!
La clase de lengua latina reunía a todos los jóvenes pertenecientes a las otras que se daban en las escuelas bajo la dirección de un docto y hábil profesor, Don Manuel Virano, de Castelnuovo de Asti, el mismo que había bendecido el hábito clerical de José Celular'.
Fueron tales los progresos de Juan, que cautivaron la atención del maestro. Señalóse un día por tema de composición el episodio de Eleazar, que prefirió morir a comer carne prohibida, y Juan lo desarrolló de modo tal, que nadie podía creer que fuese trabajo suyo. Examinaron su composición todos los maestros y todos quedaron asombrados.
Margarita iba a verlo casi todas las semanas, le llevaba el pan que necesitaba para siete días y gozaba lo que es fácil suponer al ver a su hijo predilecto y al oir que se mantenía fiel a sus recomendaciones. Con placer incomparable escuchaba las alabanzas que se prodigaban a Juan por su virtud, su piedad y su exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares. El propio párroco, Don Dassano, lo nombró ayudante en una clase durante el catecismo cuaresmal.
Pero a la virtud no le faltan asechanzas. Algunos compañeros querían que los acompañase a "hacer novillos" y le sugirieron la idea de robarle dinero a su patrón o a su madre. Juan rechazó la pérfida insinuación con palabras tan juiciosas, que ninguno de ellos se atrevió a repetirle tan indignas propuestas, antes bien, conocida su conducta por el profesor y Ios padres de los compañeros, especialmente de los acomodados, le procuró su estimación y amigos decididos y obedientes.
Al principio, cuando vieron a un joven del campo, pobremente vestido, y ya crecido, entregarse tan tarde al estudio, se burlaban, pero él con su inalterable sonrisa se había hecho dueño de la situación, de tal modo que todos gozaban mucho en su compañía.
El, en verdad, sabia encontrar siempre nuevas industrias para ganarse amiguitos. Cuando marchaba a su casa, a descansar algunos días, acostumbraba llevar de allá alguna fruta que compartía con ellos, tomando ocasión de ello para hablarles de cosas de piedad y recomendarles efusivamente la devoción a la Virgen. Tenía para él un especial atractivo la iglesia del Castillo, situada en el punto más elevado de la colina, y allí subía solo o acompañado de los amigos para ofrecer a la Virgen bendita el tributo de su filial devoción. Quizás allá arriba la celestial Madre le prodigó algún señalado favor, porque nunca olvidó aquel templo ni los dichosos momentos en él pasados.
Ello no obstante, en medio de aquella felicidad tenía una espina clavada en el corazón: la de no poder comunicarse con los sacerdotes del lugar. Se creía en aquellos tiempos que la reserva y la gravedad era lo que más convenía a los eclesiásticos; pero esto inspiraba más temor que amor, y de ello se dolía Juan, deplorándolo a solas y con otros; desahogaba especialmente con su madre aquellos sentimientos. Margarita, que conocía el corazón de su hijo y era capaz de abrigar los mismos pensamientos, creyó que debía salvar la autoridad de los sacerdotes.
---; Así es, hijo mío! Pero son hombres llenos de ciencia, de pensamientos serios y no pueden acomodarse a tratar con muchachos como tú.
—Bien; pero, ¿qué les costaría decirme una buena palabra, detenerse un minuto conmigo?
—¿Qué querrías que te dijesen?
—Algo en bien de mi alma.
—¿No ves que andan tan ocupados en el confesonario, en
el púlpito y en las otras atenciones de la parroquia? —¿Acaso nosotros, los chicos, no somos ovejas suyas? —Sí, verdad es, pero no pueden perder el tiempo.
—¿Por ventura perdía el tiempo Jesús cuando se entretenía con loe niños, cuando reñía a los Apóstoles que querían alejarlos y decía que los dejasen llegar hasta Él. porque de ellos es el reino de los Cielos?
—¿Qué quieres que te diga? Te doy la razón; pero no podemos hacer nada.
—Pues yo, si llego a ser sacerdote, consagraré toda mi vida a los niños; jamás me verán seriote y seré el primero en hablar con ellos.
Los estudios de Juan marchaban bien, cuando otro incidente vino a trastornarlos. Don Virano, su profesor, fue nombrado párroco de Mondani° de Asti, y en Castelnuovo le reemplazó Don Moglia, caritativo y piadoso sacerdote, pero incapaz de dominar a aquellos jóvenes tan vivaces, de tan diversas edades, y de instrucción y desarrollo mental tan diferentes. Por añadidura, aunque en el fondo quería bien a Juan, se le había metido en la cabeza que, por ser Juan de Becchi, no podía ser sino un asno. Su misma avanzada edad de dieciséis años constituía para él un motivo de ineptitud.
Juan formaba parte de los que hacían el primer curso del colegio. Dioles el maestro un día la llamada composición "de los puestos", la cual servía para asignar los puestos en la clase. Juan pidió, como gracia, que le permitiesen hacer el trabajo señalado para los del tercer curso. Don Moglia soltó la carcajada y le dijo:
—¿Qué pretendes tú... tú, de Becchi? ¿Qué son capaces de hacer los de Becchi? Déjate, déjate de estudiar latín... no entenderás palabra.
Juan, sin dar muestras de sentirse ofendido, insistió tanto, que obtuvo lo que deseaba. A los alumnos de la tercera clase del colegio se les dictó un pasaje latino para traducirlo al italiano. Después de cerca de una hora, Juan presentó su página al profesor, que la tomó, y, sin mirarla, la puso sobre la mesa sonriendo compasivamente. Pero el alumno se mantenía en pie delante del maestro, y le dijo.:
—Le ruega que lea mi página y me corrija las faltas.
Don Magna no pensaba mirarla; pero movido por la viva curiosidad de los alumnos, tomó la página y le dio una ojeada; la traducción era exacta.
—¡Evidentemente la ha copiado —dijo--. Es imposible que sea suya!
El alumno vecino de Juan, testigo de que éste había trabajado sin preguntar nada a otros ni recurrir a los libros, se levantó para defenderlo. Pero no hubo medio de persuadir al profesor, que, lleno de prejuicios, no se cuidaba en absoluto de buscar la verdad. Sin embargo de ello, aquel jovencito, que había visto a Juan hacer el trabajo, refirió a los compañeros al detalle cómo sucedió la cosa; por lo cual no sólo admiraron el talento, sino la humildad con que había soportado aquel trato tan arbitrario.
* *
Con Juan Roberto, maestro de capilla de la parroquia, el jovencito Bosco, dotado de buena voz, dedicóse con decisión, desde principios de año, al arte musical. No sólo aprendió el canto gregoriano, sino que a poco formó parte del coro y pudo ejecutar piezas a solo con feliz éxito. Al mismo tiempo se ejercitó en el violín e hizo ensayos en un viejo clavicordio para poder más tarde acompañar en el órgano. El bueno de Roberto estaba entusiasmado con su discípulo, y cooperaba, sin saberlo, a los designios de Dios. Su casa fue la única escuela en la cual el Santo pudo aprender con suficiente regularidad la música y el canto, que más tarde con tanta
predilección habría de cultivarse en sus futuras instituciones.
Pero el estudio y el canto no bastaban para agotar la actividad de Juan, el cual, deseoso de ocupar útilmente el tiempo, dedicóse a aprender también el oficio de sastre; de modo que, en tono de broma, solía decir después a sus amigos del Oratorio: "¡Me parecía haber llegado a ser buen oficial de sastre!" Y añadía que después de haber comenzado por diversión el oficio, lo utilizó aquel año por necesidad; porque la división de los bienes de la familia y las exigencias de Antonio no permitían a su madre proveerle de lo necesario para pagar la pensión. El patrón, por su parte, al ver el éxito de Juan, le hizo proposiciones bastante ventajosas para que se quedase definitivamente con él; pero Juan, deseoso de adelantar en los estudios, se ocupaba en muchas cosas únicamente para no estar ocioso y para multiplicar los medios que le facilitaran la consecución de sus fines.
A fines de aquel año ejercitóse también en el oficio de herrero, frecuentando el taller de un tal Evasio Savio, excelente cristiano, y llegó a poseer suficientemente este oficio.
¿Quién infundió en el corazón de un campesino una disposición tan feliz para estos trabajos? ¿Quién le puso providencialmente en circunstancias tales que, el ocuparse en ellos, le fuera alguna vez de verdadera necesidad? Aquél, sin duda alguna que, habiéndolo destinado para fundador de Oratorios Festivos y colonias agrícolas, quería que fundase también Escuelas Profesionales. Por eso fue acumulando en Juan tales virtudes que el jovencito del pueblo, el huérfano campesino y el artesano encontraran en él un hombre que conoció íntimamente las necesidades de ellos, sus aspiraciones, BUS costumbres y supiese, por tanto, hacerse todo para todos.
Pero el Santo quizás un día se vería obligado a pensar también en el mantenimiento de tantos jóvenes, sin contar con renta alguna, fiado únicamente en la Divina Providencia; por eso quiso Dios que nuestro Juan fuese por sí mismo a solicitar en su nombre la caridad a costa de cualquier sacrificio y humillación. Por eso le dotó de un espíritu emprendedor, activísimo, generoso, rico en expedientes para conseguir el objeto, sereno para vencer las dificultades, constante y prudente en la elección de los medios oportunos, afectuoso para ganarse los corazones, impertérrito para no tener respetos humanos.
Un gracioso episodio de aquel tiempo nos muestra hasta qué punto era industrioso para procurarse lo necesario.
En el pueblo de Notafia celebrábase una gran fiesta. En medio de la plaza habían colocado un árbol de cucaña, del que colgaba un anillo con varios premios. Una multitud asistía al espectáculo. Los jóvenes del pueblo intentaban la subida: pero después de haber trepado el uno hasta un tercio, el otro hasta la mitad, resbalaban y caían por tierra. Los gritos del público, que animaba a los audaces, y los silbidos a los débiles que no sabían sostenerse hasta el fin en aquel palo, liso y untado, resonaban por los aires. Juan observó que todos los competidores comenzaban con rapidez y ansia, sin tomar aliento, y por esto mismo, en llegando a cierto punto, no podian proseguir y eran arrastrados hasta el suelo por su propio peso. Por tanto, quiso él intentarlo de otro modo. Se presentó resuelto, pero tranquilo, en medio del claro que había dejado la muchedumbre; empezó a trepar lentamente, cruzando a ratos las piernas en forma de poder sentarse sobre los talones y descansar. El público, que en un principio no comprendia el porqué de aquella maniobra, reia a más no poder, esperando que de un momento a otro resbalase y viniese a tierra. Pero como cada vez subía más, se hizo un silencio general, y cuando Juan estuvo cerca de la punta del árbol, que cimbraba por ser muy delgado, frenéticos aplausos estallaron de todas partes en honor del vencedor, que extendiendo la mano tomó una bolsa con veinte liras, un salchichón y un pañuelo; y dejando los premios de menor
importancia para que pudiese continuar el juego, bajó rápidamente y se confundió entre la multitud. No fue ésta la única vez que consiguió alcanzar semejantes triunfos, tan útiles para él en su condición de estudiante pobre.
Acabado aquel año escolar con poca satisfacción en. lo referente a los estudios, siempre resignado y siempre incierto sobre lo por venir, volvió junta a su madre. En el entretanto había ocurrido una novedad importante. Margarita y su hijo José, de dieciocho años entonces, habían tomado en aparcería la finca llamada el "Sussambrino", sobre una colina, casi a mitad de camino entre Becchí y Castelnuovo. José se instaló en la casa de labor y Margarita ora residía en ella, ora en Becchi, según la necesidad.
Juan se quedó con su hermano José, que le quería mucho, y pudo con toda libertad entregarse a sus estudios. Poseía entonces ama pequeña biblioteca, formada con los bellos volúmenes que le habían regalado o prestado el maestro Don Lacqua, el párroco de Moncucco y Don Calosso; entre ellos había las obras ascéticas de San Alfonso Maria de Ligorio y algún Catecismo razonado, que él aprendía de memoria. Mas para no ser gravoso a su hermano, le ayudaba en las labores del campo, remendando vestidos o reparando instrumentos agrícolas. Una grata noticia vino a interrumpir alegremente la quietud de aquellas vacaciones. Un Breve Pontificio, de fecha 12 de agosto, confiaba a Monseñor Luis Fransoni, obispo de Fossano, la administración de la Archidiócesis de Turín. Era el padre, el sostén, el confidente que el Señor destinaba a su siervo para que tuviese protección eficaz en los principios de sus maravillosas obras.
. Un nuevo "sueño" se enlaza con este hecho. Retirábase
Juan frecuentemente a una viña de su compañero de clase José Turco, porque era el lugar más lejano de la carretera
y, por ello, más tranquilo; allí, sobre una eminencia, donde podía ver sin ser visto a cualquiera que entrase en su viña
y en la de Turco, vigilaba las uvas con el libro en la mano. El padre de José Turco, que con frecuencia se encontraba con él, le decía, poniéndole la mano derecha sobre la cabeza :
— ; Ánimo, Juanito; sé bueno y estudia, que la Virgen te ayudará!
—He , depositado en Ella toda mi confianza —respondía Juan—, pero siempre estoy incierto; quisiera continuar el estudio del latín y hacerme sacerdote; pero mi madre no tiene medios para ayudarme.
— No tengas miedo, querido Juan; ya verás cómo el Señor te allana el camino.
—Así lo espero —acababa por decir el pobre joven.
Y despidiéndose, dirigíase al acostumbrado trabajo con la cabeza inclinada y repitiendo pensativo:
— Pero... pero...
Mas he aquí que, pasados unos días, el señor Turco y José viéronle correr lleno de alegría a través de la viña y pre
sentarse a ellos muy contento. Preguntáronle la causa de
tanto alborozo y contestó que por la noche había tenido un sueño. Una gran Señora, que conducía un numerosísimo reba
ño, se acercó a él, y, llamándolo por su nombre, le dijo: —Mira, Juanito, todo este rebaño lo confío a tus cuidados. Y él respondió:
—¿Cómo podré custodiar tantas ovejas y tantos corderitos? ¿Dónde encontraré pastos para alimentarlos? La Señora le contestó:
— No temas; yo estaré contigo. Y desapareció.
Esta narración, que Don Lemoyne oyó de labios del propio señor Turco y de la señora Lucía, se corresponde entera
mente con una frase de las memorias de Juan, donde se leen estas sencillas palabras: "A los dieciséis años tuve otro sueño." Estamos seguros de que entonces supo muchas cosas más de las que dijo para dar expansión a su corazón. Era
perseverante confianza. En efecto, la asisten-/al premio° de la de su perseverante
Celestial debía manifestarse más sensible
aquel mismo año.
Margarita, pesarosa de que su hijo hubiera perdido tanto tiempo, decidió mandarlo a Chieri e inscribirlo en la escuela pública para el curso inmediato. Como los escasos recursos de la familia no permitían prepararle el equipo, se ofreció él mismo a hacer una colecta por el pueblo. Solicitar la caridad para sí, costaba a Juan violencia indecible; pero venció su repugnancia y se sometió a la humillación. No había olvidado la intimación del sueño: "Hazte humilde." Recogió pan, queso y un poco de grano. Además, una buena mujer lo recomendó al párroco de Castelnuevo, que le procuró un poco de dinero. Mientras tanto su madre buscó alguna buena familia en la cual colocar como pupilo a su hijo; y, probablemente por indicación del párroco, escogió la casa de su compatriota Lucía Matta, viuda con un solo hijo, estudiante, a quien precisamente ella iba a cuidar en Chieri. Se convino en pagar por la pensión veintiuna liras al mes; pero como en realidad la pobrecilla no podía pagar toda esa cantidad, se acordó que Juan, en compensación del resto, haría el servicio de criado.
Éste, en el entretanto, se presentó al párroco, no sólo para manifestarle su gratitud, de la que tenía lleno su sensibilísimo corazón, sino también para cumplir con el reglamento escolar, que prescribía la necesidad de presentar un certificado del párroco para ser aceptado en las escuelas nacionales.
Cumplidos estos preparativos, al día siguiente de Difuntos del año 1831, entregaba Margarita a su hijo cerca de medio hectolitro de trigo y doce litros de mijo, para que comenzase a pagar la pensión.
—;Es todo cuanto puedo darte —le dijo—; para lo que falta, confiemos en la Providencia!
Un paisano suyo, Juan Bechis, deseoso de dar al querido amigo una prueba de su afecto, como no tenía otra cosa que ofrecerle, cargó en su carro el baúl del pobre equipo, la modesta porción de trigo y mijo mencionada y se lo llevó gratuitamente a Chieri.
Al día siguiente puso Margarita sobre las espaldas de su hijo un saquito de harina y otro de maíz para que los vendiera en el mercado de Castelnuovo y estuviera así algún dinero para comprar papel, libros y plumas, y partió con él, mientras su hermano José le deseaba buena suerte. Esta vez la senda estaba definitivamente abierta.
En Castelnuovo ,se encontraron con el joven Juan Filippello, al cual Margarita rogó que acompañase a su hijo hasta Chieri, en donde no tardarían en encontrarse, porque ella tenía que despachar unos asuntos en Castelnuovo. Filippello accedió, y mediante una módica cantidad, se puso en viaje can Juan.
Casi a mitad de camino, llegados a Ariñano, sentáronse un poco. Allí el Siervo de Dios refirió a su compañero los estudios hechos y las cosas buenas que había aprendido asistiendo a los sermones, a las instrucciones y al Catecismo; le indicó qué obras de caridad debía practicar y le refirió hechos edificantes con sabias reflexiones. Filippello, al llegar a cierto punto, lo interrumpió diciendo:
—Vas ahora casi a empezar los estudios en el colegio, ¿y ya sabes tantas cosas? ¡Pronto serás párroco!
El Siervo de Dios, mirándolo fijamente, le contestó:
—¿Párroco? ¿Sabes tú lo que significa ser párroco? ¿Sabes cuáles son las obligaciones de mi párroco? Cuando se levanta de comer o de cenar, debe pensar: "Yo he comido, pero... ¿podrán saciarse todas mis ovejitas?" Lo que tenga, satisfecho lo necesario, debe darlo a los pobres. ¡Cuántas otras responsabilidades! ¡Ah, querido Filippello, yo no seré párroco! Voy a estudiar porque quiero consagrar mi vida a los niños.
Después continuaron el_ viaje hasta Chieri. Filippello que
dó como absorto considerando el espíritu de caridad que animaba a su compañero.
Su madre no tardó en reunírsele. Al presentarlo a la señora Matta, depositando ante ella aquellos pocos cereales, duele;
—Éste es mi hijo, y ésta, la pensión. Yo aporto mi parte, mi hijo aportará la suya; espero que no quedará descontenta de él.
conmovida, pero llena de gozo, aquella incomparable mujer regresó a su casita.
No había terminado aún la prueba a que el Señor quería someter a su siervo. Debía conocer de cerca todas las diversas situaciones y necesidades en que suelen encontrarse los jóvenes, para saber compadecerlos y socorrerlos a su tiempo con amor. Largo y espinoso será, por consiguiente, el camino que aún le queda por recorrer.
La primera persona que Juan conoció en Chieri fue al sacerdote Don Eustaquio Valirnbertr, del cual recibió muchos y buenos consejos acerca de la manera de alejarse de los peligras. Se le admitió en el cuarto curso, que era la preparatoria para el Instituto; pero transcurridos dos meses, ingresó en e! quinto, esto es, en la primera del Instituto. Transcurridos otros dos meses, y previo examen extraordinario, pasó al sexto. El nuevo profesor, cuando vio que a la mitad del año se Ie presentaba en el aula un alumno, grandullón como era Juan, bromeando, dijo en plena clase:
* o eres un topo a un gran talento. ¿Qué te parece?
Juan, dominada su primera y temerosa impresión, respondió:
— Un término medio; soy un joven que tiene buena voluntad para cumplir su deber y adelantar cuanto pueda en Los estudios,
Agradó la respuesta al profesor, lo animó y se ofreció a ayudarle en las dificultades que se le presentaran.
Cuenta el Santo:
"Hacía cerca de dos meses que me encontraba en esta clase, cuando ocurrió un pequeño incidente que hizo hablar do mi. Explicaba un :.la el profesor la vida de Agesilao, escrita por Cornelio Nepote. Aquel día no tenía yo el libro, porque lo habla olvidado en casa (pero había estudiado por la tarde), y para ocultar esta falta al maestro, tenla delante de mi el Donato. Como no sabia a qué atender, mientras escuchaba al maestro, volvía las hojas, ora a la derecha, ora a la izquierda. Lo advirtieron los compañeros; uno empezó a reir, y los demás siguieron, de modo que a poco la clase era un desorden.
—j Qué es eso? —preguntó el profesor—. ¿Qué pasa? Díganmelo al instante.
Como todas las miradas se dirigiasi hacia mí, el profesor me ordenó que construyera el pasaje y repitiera su misma explicación Me levanté entonces y teniendo todavía entre las manos el Donato, dije de memo-ele el texto y la construcción con todos los comentarios que había hecho el maestro poco antes. Cuando hube acabado, mis compañeros instintivamente dejaron escapar exclamaciones de admiración y aplaudieron. No hay que decir lo furioso que se puso el profesor, porque aquélla era la primera vez que, según él, no podía conservar la disciplina en la clase. Me dio un pescozón, que yo esquivé; después, con la mano puesta sobre mi Donato, exigió que los mas próximos le dijeran la causa del desorden. Los compañeros, mientras yo me disponía a exponer humildemente la cosa al maestro, dijeron:
—Bosco tenia siempre el Donato delante, y ha leido y explicado el texto como si entre las manos hubiese tenido el libro de Comen°.
El profesar tornó entonces el Donato, me hizo repetir otros dos períodos y al instante, pasando de la cólera al estupor y a la admiración, me dijo:
—Por tu feliz memoria te perdono el olvido que has tenido; procura servirte de ella. solamente para el bien."
Pera además del talento y la memoria, parece ser que de cuando en cuando se manifestaba en Juan otra virtud secreta y extraordinaria que le ayudaba en tales casos. Así lo creían algunos de sus condiscípulos, las cuales nos refirieron los hechos siguientes:
Una vez que se hacia la composición en clase, la entregó tan pronta, que el maestro no podía creer que un joven hubiese podido superar tantas dificultades gramaticales en tan poco tiempo; por eso abrió y leyó atentamente aquel pliego. Maravillado de encontrarlo sin falta alguna, pidió el borra
dor. Juan se lo entregó. Nuevo estupor. El maestro había preparado aquel tema sólo la noche precedente, y como le
pareciera demasiado largo, apenas había dictado la mitad; ¡Pero en el cuaderno de Juan lo veía todo entero, sin una
sílaba más, ni una sílaba menos! ¿Qué habla ocurrido? No
era posible que Juan, en tan poco tiempo, lo hubiese copiado, ni se podía pensar que hubiese penetrado en la habitación
del maestro, muy distante de la casa en que se hospedaba el discípulo. ¿Qué explicación tenía aquello? El Siervo de Dios lo confesó: "¡He soñado!" Es decir, había sonaño el tema todo entero antes de ir a clase.
Otra noche soñó que su hermano Antonio lo habla encontrado en la calle y le había dicho:
—Me siento con fiebre; no puedo tenerme en pie, tengo que descansar.
Por la mañana refirió el sueño a sus compañeros, los cuales súbitamente exclamaron:
—Ciertamente; es como dices.
Y así era, en efecto; se lo fue a decir aquella misma tarde su hermano José.
Por éste y otros actos semejantes, sus compañeros lo llamaron "el soñador".
Nosotros no juzgamos estos hechos, ni tratamos de dar su explicación; pero toda la vida de Don Bosco es un tejido
de acontecimientos tan maravillosos, que no es posible dejar de reconocer en ellos la asistencia directa de Dios. El Santo mismo, al hablar de estos sueños, dijo varias veces:
—Llamadlos sueños, llamadlos parábolas, dadles cualquier otro nombre que os plazca; seguro estoy de que, al referirlos, siempre serán provechosos.
Varias veces afirmó él mismo su origen sobrenatural.
El Siervo de Dios no intimó al principio en Chieri con ninguno de sus condiscípulos.
-En las cuatro primeras clases —escribe— tuve que aprender a mi costa el modo de tratar con los compañeros. Loa habla dividido mentalmente en tres categorías: buenos, indiferentes y malos. El trato con éstos debla evitarlo absolutamente y siempre, apenas conocidos; a los indiferentes había de tratarlos con cortesía y sólo en caso de necesidad; con los buenas podía contraer amistad, pero intimidad sola• mente con los mejores, si me convencía de que eran verdaderamente tales. asta fue mi llame resolución."
Entretanto la buena Lucía, al ver su extraordinaria diligencia para cumplir todos los humildes deberes del servicio doméstico, convencida de que era juicioso y piadoso y de que estaba dotado de tan bellas cualidades, resolvió confiarle su único hijo, de carácter bastante vivo, muy aficionado a divertirse y muy poco amante del estudio, y le rogó que le reparara las lecciones, aunque pertenecía a una clase superior a la suya. El Siervo de Dios lo trató como a un hermano, y con tal acierto que, pasados seis meses, el loquillo se había hecho tan bueno y diligente que llegó a ocupar puestos de honor en la clase. La patrona, en recompensa, condonó a Juan toda la pensión mensual, quedando sólo a su cargo los gastos de libros y vestidos.
De esta manera se había convertido en preceptor de jóvenes estudiantes. La Divina Providencia disponía que se ejercitase en este otro ramo de su futuro apostolado durante todo el curso de sus estudios; lo cual hizo con amor y fruto, sin descuidar su perfeccionamiento en aquellas otras cosas que Dios le había hecho practicar anteriormente. Su actividad no tenia descanso; además, aprendió el arte de carpintero.
También en Chieri, como en Murialdo y Castelnuovo, sus condiscípulos se encontraban a gusto en su compañía. Por eso fundó con ellos la "SOCIEDAD DE LA ALEGRÍA", nombre muy adecuado a aquellas reuniones, porque todos estaban obligados a buscar libros y hablar de cosas y diversiones que contribuyesen a proporcionar la alegría. Por el contrario, estaba prohibido todo cuanto causase melancolía, y especialmente lo que fuese contra la ley de Dios. En efecto, las bases de esta unión eran los siguientes artículos:
1.e Todo miembro de la "Sociedad de la Alegría" debe evitar cualquier palabra o acción que desdiga de un buen cristiano.
2.e Exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y religiosos.
"Todas las fiestas —escribe en sus Memorias—, después de la reunión en el colegio, íbamos a la iglesia de San Antonio, donde los Padres Jesuitas enseñaban admirablemente el Catecismo, matizándolo de ejemplos muy bien escogidos, como para no olvidarlos en la vida. Durante la semana, la "Sociedad de la Alegria" se reunía en casa de alguno de loa socios para hablar de religión. A estas reuniones asistían libremente los que querían. Nos entreteníamos un poco en amena recreación, en piadosas conferencias, en lecturas religiosas, en rezos, dándonos buenos consejos e indicándonos aquellos defectos personales que cada cual hubiese observado, o de los cuales hubiese oído hablar
los otros. Además de estos amistosos entretenimientos, íbamos a escuchar los sermones y con frecuencia a confesamos y a recibir la Sagrada Comunión."
Se debe hacer notar aquí que la Religión ocupaba entonces un puesto de honor en los cursos de la Segunda Enseñanza. Así, pues, los jóvenes de entonces estaban defendidos de graves peligros morales. El rey Carlos Alberto había nombrado en 1831. una comisión con encargo de velar para que no se introdujesen en el Estado publicaciones irreligiosas, inmorales y subversivas; y sus órdenes se cumplían celosamente. No hay por qué encarecer cuánto vigilaban los maestros las lecturas de los alumnos.
"Esta religiosa y severa disciplina —afirma Don Bosco— prodo,i,.. maravillosos efectos."
Escribe también:
"Mi mas afortunado cuidado fue la elección de un confesor estable 'n la persona del teólogo Molerla, canónigo de la colegiata de Chieri.
Siempre me recibió con gran bondad, cuantas veces acudí a él, Además, me animaba a confesarme y a comulgar con mayor frecuencia. creo que le debo el no haberme dejado arrastrar por los compañeros a ciertos desórdenes, que los jovencitos inexpertos tienen harto que lamentar en los grandes colegios."
No contento con dar buen ejemplo, movido por su gran celo en favor de sus compañeros, el Siervo de Dios se industriaba para llevar a la iglesia aun a los que no pertenecían a la 'Sociedad de la Alegría", valiéndose de juegos variados y de los paseos, con preferencia fuera de la ciudad, a alguna parroquia o santuario.
Vivo fue siempre en él el recuerdo del gran consejo que le dio su madre cuando lo condujo a la escuela de Castelnuovo: "¡Sé devoto de la Virgen!" Juan prefería en Chieri la iglesia de "Santa María della Scala", llamada vulgarmente la Catedral. También allí, en el mes de mayo, deseoso de ofrecer a la Virgen un hermoso ramo de flores, reunía a los más díscolos y los inducía a confesarse.
Terminado el año escolar de 1831-32 volvió a Castelnuovo, en donde implantó entre sus amigos la "Sociedad de la Alegría".
Ya en su casa sintió Juan la necesidad de completar los estudios. Con tal objeto recurrió al teólogo José Vacearino, párroco de Buttigliera de Asti. Pero como éste se hallaba muy ocupado, Juan viose obligado a estudiar solo. Con todo, cierto día el párroco Don Desalmo, que conocía el deseo del Joven de que alguno le repasase el latín, como lo encontrase durante la comida con un libro de autor latino en la mano, lo interrogó sobre sus estudios, le hizo leer en alta voz un trozo de aquel autor y quedó admirado de la corrección de su pronunciación y del modo excelente y atinado con que el joven estudiante recorría aquella página. Así, pues, subió a ver a Margarita y le dijo:
—Lléveme a su Juan a la parroquia y arreglaremos un asunto.
Al día siguiente se apresuró Margarita a responder a la
invitación del párroco,, el cual, para examinar a Juan, le indicó varias páginas de un libro suyo para que las estudiara de memoria, encargándole que volviese al cabo de unos días para recitarlas. Juan se retiró, ,y después de algunas horas compareció en la sala del párroco. Sorprendido Don Dassano, le preguntó por qué motivo volvía tan pronto, y cuando oyó que había aprendido la lección, al principio no quiso creerlo y trató de despedirlo; pero Juan insistió respetuosamente, obtuvo permiso y recitó con facilidad aquellas páginas sin tropiezo alguno. Don Dassano, lleno de asombro ante aquella maravilla, mirándole fijamente, le dijo:
Pues bien, te daré clase; y tú, si no tienes inconveniente, me limpiarás y cuidarás el caballo.
El vicario, que estaba presente, añadió:
—La clase se la daré yo; hay que esperar mucho bueno de este joven.
Así, pues, puntualmente todas las mañanas salía Juan de su casa, asistía a la lección de aquel buen sacerdote, bastante instruido en literatura latina e italiana, y cumplía la obligación contraída de tener en orden la cuadra. Tampoco aquí estuvo un momento ocioso. En los días en que el párroco no necesitaba el caballo, Juan lo sacaba a paseo; cuando se encontraba en campo libre lo ponía al galope y corriendo a su lado, saltaba a la grupa, cabalgaba y con maravillosa agilidad conseguía ponerse de pie en los lomos del caballo mientras éste continuaba su carrera. Era su único recreo. El reato del tiempo Io dedicaba al estudio, a festivas reuniones en "Sussambrino" o en Becchi y a las prácticas de piedad.
Cuando llegó noviembre volvió a Chieri a casa de doña Lucía Matta, la cual, al confiarle de nuevo a su hijo, lo dispensó del pago de la pensión y de procurarse la comida. Así, seguro de sí mismo, ingresó en la clase de Gramática, o tercera del Instituto. Esto era para él un triunfo.
Su profesor fue el Padre Domingo Giusiana, de la Orden de Predicadores, al cual Juan tenía grande afecto, y de él también era singularmente amado. El buen discípulo lo me-
recia. "¡Ya en aquel tiempo era un santo!", exclamaba con entusiasmo y con ternura un compañero suyo.
Como era conocida su piedad, su buena conducta y su extraordinario aprovechamiento en los estudios, muchas familias lo solicitaban para que repasara las asignaturas a
sus hijos, aun de clases superiores. Muchos le invitaban a tomar parte en pasatiempos familiares, que aceptaba cuando no eran con perjuicio de su virtud o de sus estudios.
Cumplía entonces los dieciocho años y aún no había recibido el Sacramento de la Confirmación. En aquellos tiempos
la administración del Santo Crisma era poco frecuente en los pueblos. Fue confirmado en Buttigliera de Asti, el 4 de agosto de 1833, por Monseñor Juan Antonio Gianotti, Arzobispo de Sássari.
A fines de aquel año escolar las escuelas de Chieri recibieron la visita del "Magistrado de Reforma", o Inspector,
en la persona del abogado y profesor Don José Gazzano, hom
bre de mucho mérito, enviado para presidir la Comisión examinadora y comprobar el estado de los estudios. Era el terror
de los estudiantes, porque era tremendamente justo e inexo
rable. Dictó el tema para los exámenes escritos, y recogidas las composiciones, marchó de improviso a Turín. Desde allí
envió las calificaciones, que distaron mucho de ser buenas.
Sin embargo los condiscípulos de Juan, en número de cuarenta y cinco, pudieron pasar a la clase superior de Huma
nidades. El corrió gran peligro de continuar en la clase
en que estaba, por haber dado a otros copia de su trabajo; pero el Reverendo Padre Giusiana le procuró un nuevo tema,
que le valió ser promovido por unanimidad de votos a la clase superior. Evidentemente, hablase granjeado las simpatías de Don Gazzano, que fue con él muy benévolo al concederle nuevo examen. También le renovaron la dispensa de los derechos escolares.
Según la costumbre, fue a pasar las vacaciones con su familia. En los días festivos reunía en Becchi a los muchachos del pueblo para instruirlos en el Catecismo, y también
para enseñarles a leer y escribir, pidiendo como única retra bución que una vez al mes fuesen a recibir los Santos Sacra. mentos. (estos fueron los asomos de las escuelas dominicales y nocturnas para los pobres hijos del pueblo, agregadas por él a los Oratorias Festivos.) En los días laborables cuidaba de sus propios estudios, descansando de la fatiga mental con trabajos de carpintero, herrero, sastre y zapatero.
Aquellas vacaciones señaláronse por un solemne acontecimiento. El piadosísimo clérico José Cafasso celebró el 22 de septiembre su Primera Misa en Castelnuovo, en medio del júbilo y fiestas de sus paisanos. Juan debió de llorar de santa envidia cuando lo vio subir al altar. Pero si antes anhelaba con tanto deseo hacerse sacerdote, ahora, según él refiere, experimentaba cierto temor reverencial ante la idea de la sublimidad de tal estado, de su propia miseria y de los graves deberes que habría de contraer con Dios. En Chieri había frecuentado el convento de los Franciscanos, y uno de aquellos Padres, al conocer sus raras cualidades, le sugirió la idea de hacerse religioso para evitar mejor los peligros del mundo. Su madre Margarita siempre Ie dejó en libertad de elegir estado. Si alguna vez el hijo le preguntaba lo que pensaba y deseaba de él, invariablemente le daba esta contestación:
—¡No desea otra cosa de ti, sino tu salvación eterna!
Pero él juzgó que todavía no era llegado el tiempo de manifestale sus proyectos; en cambio, se loa comunicó a su párroco al pedirle los documentos necesarios para su admisión.
Entretanto llegó el tiempo de volver a Chieri, y como la señora Matta había levantado la casa de aquella ciudad, porque su hijo había terminado los estudios, era preciso buscar una nueva pensión para Juan. Margarita aprovechó la oportunidad de que su primo José Planta iba a abrir un café en
Chieri, y le rogó que admitiera a su hijo en su caza. Planta propuso a Juan que desempeñara el oficio de mazo de café, a lo cual condescendió éste para estar más cerca de la habitación de su profesor Don Banaucli. Un estrecho hueco encima de un pequeño horno construido para cocer dulces de repostería, al cual se subía por una escalerilla, fue el lugar que le destinaron para dormir; por poco que se estirase en el camastro, los pies le sellan, no sólo del incómodo jergón, sino de la misma abertura del vano.
"Aquella pensión —observa Don Bosco— era por cierto bastante peligrosa por causa de los parroquianos; pero como vivía can buenos cristianos y continuaba tratando con ejemplares compañeros, pude ir adelante sin daño moral alguno."
Encargado alguna vez de anotar los tantos a los jugadores de billar, iba Juan a la sala leyenda un libro, y así impedía con su digno porte y su decorosa conversación las expresiones libres de los jugadores. Aprendió entonces a hacer con tal maestría licores y confites, que Pianta le hizo ventajosas ofertas para que se dedicase a aquel oficio. Se adiestró un poco también en la cocina, procurándose así poco a poco todos los conocimientos necesarios para la administración de un albergue de caridad.
Para, aliviar a. su madre y para asegurarse el porvenir deseó hacerse religioso.
El párroco de Castelnuovo juzgó prudente en aquel entonces comunicar a Margarita la resolución tomada por su hijo de hacerse franciscano y le recomendó que lo disuadiese. La buena Margarita agradeció al párroco esta confidencia; pero en cuanto al consejo que le dio, no dejó traslucir su opinión, Inmediatamente fue a Chieri, se presentó a Juan y con su acostumbrada sonrisa le dijo:
—El párroco, movido por su bondad, ha estado a verme y me ha confiado que quieres hacerte religioso. ¿Es verdad?
—Sí, madre mía. Creo que no tendrá usted nada que oponer.
—Lo que yo quiero es que medites el paso que vas a dar; después, sigue tu vocación sin consideración a nadie. Lo primero es la salvación de tu alma. El párroco querría que yo te disuadiese de esta decisión, por la necesidad que tendría de ti más adelante. Pero yo te repito que, en estas cosas, no me meto, porque Dios es primero que todo. No te preocupes de mí. Yo no deseo nada de ti; nada espero de ti. Tenlo bien presente: he nacido en la pobreza, en la pobreza he vivido y en la pobreza quiero morir. Formalmente te lo digo; si te decidieres a ser sacerdote secular y, por desgracia, te hicieres rico, no iré a hacerte ni siquiera una visita. Tenla bien presente.
Don Bosco, a los setenta y pico de años, tenía aún ante sus ojos el imperioso ademán que tomó su madre cuando le dirigió aquellas memorables palabras; y al repetir aquellas enérgicas expresiones, verdaderamente cristianas, se sentía conmovido hasta derramar lágrimas. He ahí el germen de aquel "Da mihi ánimas, coétera talle", que fue el programa que dio a sus discípulos y cooperadores.
Graves fueron las angustias que le turbaron ante la incertidumbre de poder continuar sus estudios y llegar al sacerdocio. Par otra parte, la absoluta carencia de recursos nunca le ocasionó tantos sacrificios como en el estudio de las Humanidades. Era creencia común entre los compañeros que no se alimentaba suficientemente; con frecuencia José Blanchard le daba pan y fruta. Tales estrecheces, con todo, no aminoraron lo más mínimo la actividad y el celo del Siervo de Dios para ayudar a sus compañeros. Entre ellos se encontraban algunos jóvenes hebreos, a los cuales todos los sábados les escribía el trabajo señalado por el maestro, para impedir que procediesen contra su conciencia y se expusiesen a observaciones y críticas poco caritativas de sus compa
ñeros. Tanta caridad en aquellos tiempos en que los judíos eran apenas tolerados en la sociedad, le ganó de tal manera su corazón, que tuvo el inefable consuelo de conseguir para uno de ellos, llamado Jonás, la gracia de la conversión y del santo Bautismo.
Con amables maneras y oportunas razones logró que Jonás cobrase afecto a nuestra Religión y desease hacerse cristiano. Un día la madre de Jonás, cuando le arreglaba la cama, encontró el catecismo que le había dado Juan y que aquél inadvertidamente había dejado entre el colchón y el jergón. La mujer adivinó la procedencia y se irritó contra Juan, a quien dio no pocos disgustos. El pobre Jonás se vio obligado a huir de su casa; pero Juan lo recomendó a un sacerdote, que lo atendió paternalmente, hasta que, bien instruido e impaciente por hacerse cristiano, fue bautizado con gran solemnidad, y sirvió de buen ejemplo a todos los de Chieri y de estímulo a otros hebreos, de los cuales algunos abrazaron más tarde el Cristianismo.
En aquel mismo año contrajo Juan un compromiso que tiene algo de heroico: dar clase al sacristán mayor de la Catedral, Carlos Palazzolo, quien, no obstante su corto ingenio y su falta de medios y embargado por las ocupaciones de su oficio, deseaba ardientemente hacerse sacerdote, y con la ayuda de Juan lo logró. ¿Quién no ve en esto un preludio de su futura Obra de los Hijos de María Auxiliadora para promover las vocaciones de los jóvenes adultos al estado eclesiástico?
Por medio del sacristán, trabó conocimiento con el campanero de la Catedral, Domingo Pogliano, quien, al enterarse
de que la casa de Planta no era el lugar más adecuado para estudiar con recogimiento, lo invitó para que aprovechase la tranquilidad de su habitación.
Juan, mientras tanto, continuaba extendiendo sus cuidados a los jovencitos del pueblo. En los días festivos iba a buscarlos por calles y plazas y los conducía con santas industrias al Catecismo.
"Durante las tardes de primavera --atestigua Don Santiago En, co—, sus compañeros, en número de veinte y más, iban a reunirse junto a un puente fuera de la ciudad de Chieri y allí lo esperaba.. unos apoyados, otros montados sobre el parapeto. Su llegada producía en todos verdadero gozo; se apretaban a su alrededor y él comenzaba a contarles cosas siempre nuevas, variadas y edificantes, y con tanto agrado, que una hora parecía un minuto. Cuando por alguna ocupacidn no acudia a la cita, todos quedaban descontentos y suspiraban por verle en la tarde siguiente."
Juan, en efecto, era el alma de todas las diversiones. Conocía toda clase de juegos, y como tenía mucha memoria, retenía una gran parte de los clásicos, especialmente poetas, como Dante, Petraca, Tasso, Parini, Monti y otros muchos, de modo que le resultaba facilísimo tratar de improviso cualquier tema. "A fuerza de hacer versos y rimas —refiere él mismo—, había adquirido un hábito tal de rimar las palabras que, cuando después comencé a predicar, todos notaban la abundancia de vocablos rimados que salían de mi boca, hasta el punto que me costó gran trabajo remediar aquel defecto."
Pero siempre perseveraba en él el deseo de hacerse religioso. Al aproximarse la fiesta de Pascua fue llamado para presentarse en el convento de Santa Maria de Ios Ángeles, de Turín, y hacer el examen de admisión. Fue aceptado a mediados de abril. Todo estaba preparado para entrar en el convento de la Paz en Chieri, cuando pocos días antes de la fecha señalada, tuvo un sueño muy extraño que parecía disuadirlo de la determinación tomada; mas esto no le hizo retroceder. Persuadido de que Dios dispondría los acontecimientos de modo que lo condujesen por el camino por donde El quería llevarlo, fue a Castelnuovo para pedir la bendición de su madre, decidido a vestir el hábito franciscano. Margarita no tuvo nada que oponer; como mujer fuerte, lo
despidió sin conmoverse. A pesar de todo, en Castelnuovo le aconsejó el herrero Evasio Savio, amigo y adMirador suyo, que consultase antes a Don José Cafasso, y éste le disuadió de ingresar en la Orden Franciscana o en cualquier otra.
—Continúe tranquilamente sus estudios —le dijo el hombre de Dios—; entre en el Seminario y secunde lo que Dios le está preparando.
¿Conocía entonces San José Cafasso la misión que se destinaba a Juan? De todos modos era un gran psicólogo y director de almas.
Margarita, cuando supo la última determinación de su hijo, se mostró igualmente contenta.
Con tal que se haga la voluntad de Dios! —decía ella.
Parece que esta divina voluntad confirmó e. Juan en sus designios, aquel mismo año, con otro sueño. Leemos en sus Memorias: "El sueño de Murialdo se repitió cuando tenía diecinueve años de edad, y otras veces después." También en esta ocasión un misterioso personaje, vestido de blanco y radiante de luz esplendidísima, le ordenó que guiase una turba innumerable de jovencitos.
En aquel año de 1834 su habilidad en la gimnasia y deportes fue causa de un hecho singular. Un saltimbanqui, en los días de fiesta, con sus juegos apartaba a mucha gente de las funciones religiosas. Invitado a desistir de sus juegos, al menos durante los actos religiosos que se celebraban en San Antonio, el descreído se echó a reir, y orgulloso de su habilidad, se jactaba de superar en destreza a todos los jóvenes del colegio, a los que desafió, seguro de vencerlos. Los estudiantes se ofendieron de semejante provocación, y Juan, por compañerismo, dijo que aceptaba el reto de aquel charlatán en cualquier ejercicio gimnástico. El saltimbanqui tomó al vuelo el desafío, burlándose de su retador. El lugar elegido fue el paseo de la Porta Torinese. La apuesta era de veinte liras. Juan no las tenía; pero los socios de la "Sociedad de la Alegría" las aprontaron. Todos los escolares y gran muchedumbre de gente acudieron a presenciar el espectáculo. Grandes carteles anunciaban: "Desafío entre un estudiante y un saltimbanqui de profesión."
La primera prueba era de velocidad.
Se eligieron los jueces. Juan se despojó de la chaqueta para estar más suelto en los movimientos, hizo la señal de la cruz y se encomendó a la Virgen como acostumbraba en todas las circunstancias de su vida, grandes y pequeñas. Empieza la carrera; su rival le aventaja en algunos pasos; pero él recupera al punto el terreno y Io deja tan atrás,
vencido.
—Te desafio a saltar, y tendré el gusto de verte caer y
bañarte en una acequia —dijo a Juan el saltimbanqui--; pero ahora apuesto cuarenta liras, o más, si quieres.
Los estudiantes que habían aprontado la primera cantidad aceptaron el desafío. El charlatán escogió el sitio junto al parapeto de un pequeño puente sobre am canal. Los competidores, rodeados por numerosa turba, se dirigieron al sitio indicado. El canal era ancho y estaba lleno de agua. Saltó primeramente el saltimbanqui y llegó con los pies tan cerca del parapeto, que no le fue posible avanzar y se vio obligado, para no caer en el canal, a abrazarse a un árbol de la orilla. Estaban todos en suspenso y atentos para ver qué baría Juan, porque parecía imposible saltar más allá del limite alcanzado por el titiritero. Pero su maña le ayudó. Dio el mismo salto, pero con la diferencia de que tocó con las manos el parapeto, se apoyó sobre él fuertemente y saltó del otro lado. Los aplausos fueron generales.
—Quiero hacer todavía otra apuesta: escoge cualquier juego de habilidad —gritó el charlatán despechado.
Juan aceptó y escogió el juego de la varilla mágica, con la apuesta de ochenta liras. Toma una varilla, coloca en una extremidad un sombrero, después apoya la otra punta en la palma de la mano; luego, sin tocarla con la otra, la hace saltar sobre el extremo del dedo meñique, del anular, del medio, del índice y del pulgar; seguidamente, sobre los nudillos de la mano, sobre el codo, sobre el hombro, sobre la barba, sobre los labios, sobre la nariz, sobre la frente; a continuación, rehaciendo a la inversa el mismo camino, volvió la varita a la palma de la mano.
—No temo perder —dijo el charlatán a su contrario—; éste es mi juego predilecto.
Tomó la misma varita, la. hizo caminar con maravillosa destreza hasta los labios, pero como tenía la nariz un poco larga, tropezó la varita y perdió el equilibrio, por lo que le
fue necesario asirla con la otra mano para que no cayese en tierra.
El pobre hombre, al ver que su patrimonio se esfumaba, montó en cólera y dijo:
—Prefiero cualquier otra humillación, pero no el ser vencido por un estudiante. Todavía tengo cien francos; los apuesta. Son para aquel que de los dos llegue con los pies más cerca de la copa de aquel árbol.
Y señaló un olmo, altísimo, junto al paseo.
Los estudiantes aceptaron también esta vez, y como no querían arruinarlo, casi deseaban que venciese. El saltim
banqui se abrazó al tronco del olmo, subió el primero y listo como una ardilla llegó de rama en rama a tal altura que, de subir un poco más, aquélla se habría doblado y roto. 'Todos los espectadores decían que no era posible subir más arriba.
—;Esta vez has perdido! —dijeron algunos a Juan.
Pero éste intentó la prueba. Subió hasta donde era posible sin encorvar las ramas; después, agarrándose con fuer
za y haciendo una vigorosa flexión de brazos levantó el cuerpo y puso los pies un metro más arriba que su competidor, sobrepasando la copa misma del árbol.
Un historiador ve en esta prueba un símbolo de la personalidad de Don Bosco.
¿Quién puede expresar las aclamaciones de la muchedumbre, el gozo de sus compañeros, la satisfaeción del ven
cedor, la rabia del saltimbanqui? Suerte para él fue que, en medio de su desolación, los estudiantes procuraron consolarlo. Movidos a compasión, le restituyeron todo el dinero, a condición de que pagase una comida en la posada del Muletto. Él aceptó agradecido. En número de veintidós, tantos eran los partidarios de Juan, fueron a disfrutar, en medio de la mayor cordialidad, de un modesto banquete que costó (no por cabeza, sino en conjunto) cuarenta y cinco liras y todavía permitió al charlatán reembolsarse ciento noventa y cinco.
Mientras fue seglar continuó sirviéndose Juan de estas
habilidades para introducirse en los círculos de sus condiscípulos y conocidos, sobre todo cuando temía que en ellos se sostuviesen murmuraciones o conversaciones poco de
centes.
El lector, al ver a Juan tan diestro en los juegos, tan decidido en este desafio y tan audaz en medio de la multitud, tal vez creerá que habitualmente se conduciría como un desaprensivo. No era así. Sólo se adaptaba a las circunstancias. A sacerdotes ejemplares, condiscípulos suyos, hemos oído decir que, de joven, tenía el mismo continente que a los setenta años: afable, cariñoso, un tanta grave, reservado en el trato y en los gestos, parco en las palabras.
Hacia fines del año de Humanidades 1833-34, llegaba a Chieri, desde Turín, el profesar Lanteri, para asistir a los exámenes de fin de curso. Cuando llegó el día de la prueba, se vio que Juan estaba muy bien preparado. Interrogado en griego, respondió a maravilla. Luego el profesor Lanteri tomó un volumen de Cicerón y le preguntó:
— ¿Qué le parece que expliquemos de Cicerón?
—Lo que guste.
El profesor Lanteri abre el libro y le pregunta una página de las "Paradojas".
— ¿Quiere traducir?
— Como guste; y si me lo permite, estoy dispuesto a recitarlas de memoria.
— ¿ES posible?
Y sin más preámbulos, comenzó Juan a recitar el título en griego, y prosiguió.
— ;Basta! —exclamó estupefacto el profesor Lanteri—. Déme la mano; quiero que seamos amigos de verdad.
Y se puso a hablar con él de cosas ajenas a la escuela. Vuelto a casa, mientras, según lo acostumbrado, ayudaba a su hermano José en la finca del "Sussambrino", continuó
sus estudios predilectos y sus reuniones con los jóvenes amigos. El nuevo párroco, Don Cinzano, le cobró tanta estima, que llamándolo un día, le dijo:
—Todavía no tengo casa en Castelnuovo y he de ausentarme con frecuencia. Si quieres venir a la casa parroquial para custodiarla, como portero, te doy alojamiento en ella. Así tendrás completa comodidad para estudiar. Pide permiso a tu madre y ven cuanto antes.
Juan aceptó con el mayor gozo. Este encuentro providencial cortó un nuevo orden de ideas que iba formándose en su mente, o por lo menos las cambió de rumbo. En aquellos días acariciaba la idea de consagrarse a las misiones extranjeras, tanto más cuanto entonces en el Piamonte, apenas comenzada, se difundía mucho la "Obra de la Propagación de la Fe". De no intervenir el teólogo Cinzano y otros bienhechores, se habría hecho misionero. No eran veleidades; Dios misericordioso servíase de las contrariedades humanas para hacerle concebir un vivísimo deseo, que no le abandonará hasta ejecutarlo. Juan, no sólo estaba destinado a ser religioso y misionero, sino fundador de institutos religiosos y de vastas misiones extranjeras en lejanos paises.
Desde entonces, el teólogo Cinzano y Juan contrajeron estrechísima relación como de padre a hijo (1). Después de tantos años de contradicciones, la Providencia daba una tregua a las pruebas.
Volvió Juan a Chieri para el curso de Retórica —nuestra quinta clase de Bachillerato— y el Vicario de Castelnuovo lo colocó a pensión en casa de un tal Cumino, sastre, por ocho liras mensuales, que él mismo se agenciaba con ayuda de algunas personas benéficas, y en especial de los señores Pescarmona y Sartoris. Al principio estaba mal alojado; después Don Cafasso le obtuvo mejor alojamiento y otras ventajas.
(1) El titulo de "teólogo" equivalía al de "Doctor en Sagrada Teología",
En los comienzos de aquel año se hablaba de la llegada Se un estudiante santo. Todos lo esperaban con ansia, y Juan más que nadie. Vino, en efecto, un joven de quince años, que bien pronto se atrajo la admiración general por su compostura,, su afabilidad y su modestia y por su extremada fidelidad en el deber. Nuestro Santo refiere lo siguiente:
"Es costumbre de los estudiantes pasar el tiempo antes de entrar en clase en bromas, juegos y saltos peligrosos. Los más disipados y menos amantes del estudio son los más aficionados, y de ordinaria se hacen célebres en estos pasatiempos. A ellos invitaban al modesta jovencito; pero éste se excusaba siempre diciendo que no era práctico, que carecía de destreza. A pesar de ello, cierto compañero de los más insolentes se le acercó un dio mientras, sin cuidarse del alboroto que los otros hachan, estaba ocupado el jovencito en leer o estudiar. Lo asió por un brazo y con palabras y molestas sacudidas, empeñóse en que tornara parte en aquellos inmoderados saltos que se daban en la escuela.
—Nc, amigo mío, no sé —respondió el otro dulcemente y del todo humillado—, no sé; nunca he jugado así; no soy experto, me expongo a hacer un mal papel.
—quiero que vengas, sin réplicas; y si no, te haré venir a fuerza de puntapiés y bofetadas.
—Puedes golpearme como quieras, pero yo no sé, no puedo, no quiere...
Aquel perverso y desvergonzado condiscípulo. cuando vio que no cedía, le apretó el brazo, lo empujó y después le dio dos bofetadas que resonaron en toda la escuela. Aquello me dejó asombrado; sentí que la sangre hervía en mis venas y temí que el ofendido contestase al Impertinente de la misma manera, tanto más cuanto le superaba en fuerza y en edad. Pero el ultrajado era de un espíritu muy diferente. ¡Cuál leo fue mi maravilla cuando el bueno del joven, con la cara amoratada y casi lívida, mirando compasivamente al mal compañero que le habla golpeado, le dijo únicamente:
—Si basta esto para satisfacerte, vete en paz; yo estoy contento y te perdono.
Aquel acto heroico me trajo a la memoria lo que había oído de la venida de un santo joven, y cuando pregunté por su pueblo y su nombre, supe que era precisamente el joven Luis Comedio, sobrino del párroco Don Cinzano... Estudiaba él Humanidades; por tanto pertene
cía a un curso inferior al mío; pero estábamos en el mismo colegio y tendamos el mismo profesor. Desde entonces lo tuve siempre por intimo amigo, y puedo decir que empecé a aprender de él a Vivir como cristiano. Puse toda mi confianza en él, y él en mí."
Se hizo su defensor contra los agresores, y un día, indignado por los ultrajes al santo amigo, agarró a uno de ellos por los hombros y se sirvió de él como de bastón para golpear a los demás. ¿Quién, pudiendo, no hubiera hecho lo mismo al encontrarse en un caso semejante, aun teniendo poco corazón? Pero "lecciones muy distintas —continúa— me daba Comollo".
"Amigo mío —me dijo apenas pudo hablarme a solas—, tu fuerza me espanta; pero créeme, Dios no te la ha dado para acabar con tua compañeros. El quiere que nos amemos, que nos perdonemos, que hagamos bien a los que nos hacen mal."
El, en efecto, de indole dulcísima, no riñó nunca con ninguno de sus compañeros, sino que a las injurias y a las burlas respondía siempre con paciencia y afabilidad. Me admiré de la caridad de mi compañero, y poniéndome enteramente en sus manos, me dejé guiar por donde y como quería... Recuerdo que un día, charlando con él, pasé por delante de una iglesia sin descubrirme. Al momento me dijo en tono delicado:
—Querido Juan, tanta atención pones en las conversaciones con los hombres, que hasta olvidas la casa del Señor.
Ocurrió otra vez que, bromeando, me servía aturdidamente de unas palabras de la Sagrada Escritura que había oído de un sacerdote. Cornollo me reprendió con viveza, diciéndome que no debían hacerse chistes con las palabras del Señor.
.. Hablaba con arrobamiento del inmenso amor de Jesús al darse a nosotros como alimento en la Sagrada Comunión. Cuando hablaba de la Santísima Virgen se le veia estremecerse de ternura, y después de haber narrado u oído referir
alguna gracia concedida al cuerpo, al acabar se le enrojecía la cara Y a veces, rompiendo en lágrimas, exclamaba:
---Si María favorece tanto este miserable cuerpo, ¿cuántos favores no concederá a las almas? ¡Ab. si todos los hombres fuesen verdaderamente devotos de María, qué felicidad habría en este mundo!"
Juan, mientras tanto, continuaba mostrando sus habilidades de prestidigitador. Se habia hecho en esto tan notable, que alguien llegó a creer que era un mago o se hacía ayudar por el demonio.
A esto contribuía el mismo dueño de la casa, Tomás Cumino, hombre de más que regular corpulencia y más bien gordo que flaco. Era éste un fervoroso cristiana, que, ello no obstante, gustaba mucho de la broma, y Juan, explotando su índole, es decir, su mucha y alegre curiosidad, le hacía siempre alguna de las suyas. El día de su Santo preparó Cumino con gran esmero un pollo con gelatina para sus pensionistas; pero colocado el plato en la mesa y descubierto, saltó un gallo, que echó a cantar revoloteando, con maravilla de todos.
Otra vez hizo hervir en una olla unos macarrones, y en el momento de volcarla en la sopera, se vio caer un "alud" de salvado muy enjuto. Con mucha frecuencia, después de haber llenado la botella de vino, al verterla, salía agua, y queriendo beber agua, se encontraba e] vaso lleno de vino. De un modo semejante, las confituras se convertían en rebanadas de pan, el dinero del bolsillo en pedazos de hojalata mohosa, el sombrero en cofia y las nueces y avellanas en pequeños fragmentos de escombros. A menudo le desaparecían los anteojos, y después los encontraba en la faltriquera, que antes había registrado hasta volverla del revés. Un objeto cuidadosamente guardado, como una cartera, a una señal de Juan se le aparecía delante, mientras otro, que tenía en la mano,
en un abrir y cerrar de ojos se perdía. El buen hombre estaba aturdido. Cierto día ocurrió que, hecha la apuesta de presentar una llave que se sabía con seguridad que estaba en otra parte, la encontraron en el fondo de la sopera, apenas la desocuparon dé la sopa que contenía,
A. vista de semejantes bromas, que eran casi diarias, el bueno de Tomás sacó esta conclusión: "Los hombres no pueden hacer estas cosas; Dios no pierde el tiempo en ellas; ¡luego son obra del demonio!" Y estaba casi decidido a despedir a Juan de su casa. Pidió, pues, consejo a un sacerdote, convecino suyo, e] cual, a su vez, se decidió a referir la cosa al delegado de las escuelas, el canóniga Burzio, arcipreste y cura de la Catedral. El campanero, Domingo Pogliano, en cuya casa estudiaba Juan, fue encargado de avisar al joven para que se presentase al señor cura, a fin de ser examinado. Aunque Pogliano, que conocía a fondo a Juan, intentó tranquilizar al sacerdote, no lo consiguió.
El canónigo Burato era un respetabilisimo sacerdote, bastante instruido, piadoso y prudente. Condujeron a Juan a su presencia, mientras aquél rezaba el Breviario, y cuando acababa de dar algunas monedas a un pobrecito. El bueno del canónigo, mirándolo sonriente, le indicó que esperase un poco; después le invitó a seguirle hasta su despacho. Le interrogó sobre la Fe, es decir, sobre el Catecismo. Juan respondió a maravilla; pero corno preveía a dónde iba a parar aquel interrogatorio, apenas podía contener la risa. El arcipreste le preguntó cómo empleaba el día, y la respuesta fue por todo extremo satisfactoria. Franca fue también la expresión del joven, razonables las explicaciones y en sus maneras sin sombra de engallo. Pero el examinador no estaba todavía satisfecho; con palabras corteses, aunque con aspecto severo, le habló de las sospechas de magia que se le atribuían y le preguntó quién le había enseñado aquel arte.
Sin descomponerse le pidió Juan cinco minutos de tiempo para responderle y... le preguntó qué hora era. El canónigo se ilevó la mana al bolsillo y no encontró su reloj.
—Si no tiene reloj, déme una moneda de cinco sueldos. El canónigo registró sus bolsillos y, no encontrando el portamonedas, exclamó:
.13ribón! Tú eres servidor del demonio o el demonio te sirve a ti! ¡Me has robado el reloj y el portamonedas! ;No puedo callar; tengo que denunciarte!
Ante esta arremetida, Juan permaneció tranquilo y sonriente, en forma tal, que el canónigo se aquietó alga y repuso :
—Tratemos el asunto pacíficamente; explícame estos misterios. ¿Cómo es que mi reloj y mi portamonedas han salido de mi bolsillo sin advertirlo yo? ¿A dónde han ido a parar esos objetos?
—Señor arcipreste —respondió respetuosamente Juan—; se lo explicaré todo en pocas palabras. Todo ea destreza de manos, previa inteligencia o cosa preparada.
—¿Qué inteligencia ni qué cosa preparada podía haber con mi reloj ni con mi portamonedas?
—Lo entenderá al punto. Cuando llegué a su casa, usted estaba dando limosna a un pobre y dejó el portamonedas sobre un reclinatorio. Al entrar en otra habitación puso el reloj en esta mesita. Yo tomé y escondí el uno y el otro, y usted creía tener consigo ambos objetos, y ahora se encuentran debajo de esa pantalla.
Y así diciendo, la levantó y aparecieron las cosas que creía se había llevado el demonio.
Rió no poco el digno eclesiástico e hizo que Juan ejecutara algunos juegos de prestidigitación. Cuando pudo entender cómo aparecían y desaparecían los objetos, se regocijó mucho, hizo a Juan un pequeño obsequio y acabó por decirle:
—; Cuán cierto es que ignorantia est mater admirationis! Juan continuó, pues, con sus juegos, haciéndose famoso
especialmente en enviar los objetos a lugares lejanos y hacerlos venir de ellos en medio de la concurrencia; a causa de esta destreza los amigos, al sobrenombre de "soñador", le añadieron el de "mago".
"Al yerme pasar los días en tanta disipación —advierte aqui él—, alguien podrá pensar que yo descuidaba los estudios. No oculto que podía haber estudiado más; pero puedo asegurar que la atención que ponla en clase me bastaba para aprender cuanto me era necesario; tanto más cuanto entonces no habla para mi distinción entre leer y estudiar, pues paella fácilmente repetir la materia de un libro que hubiese leído u oído leer. Además, como mi madre me habla habituado .a dormir poco, podía emplear dos tercios de la. noche, si ami la quería, en los libros, a la luz de una lamparilla, y ocupar casi todo el día en cosas de mi libre elección, como dar a otros clases particulares o repaso de lecciones; lo cual, si bien lo hacia por caridad o amistad, algunas veces me valía una retribución adecuada..
Había entonces en Chieri un librero judlo, llamado Ellas, con quien trabé conocimiento suscribiéndome a la lectura de los clásicos italianos; por un sueldo cada volumen, me lo facilitaba para leerlo y devolvérselo, una vez que me habla servido de él. De estos volúmenes de la biblioteca popular ene lela uno cada día. El curso del cuarto dio del Instituto lo empleé en la lectura de Ios autores italianos. El curso de Retórica lo ocupé en los clásicos latinos, empezando por Cornelio Nepote, y siguiendo con Cicerón, Salustio, Quinto Curcio, Tito Livio, Cornelio, Tácito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros. Leía aquellos libros por entretenimiento y los saboreaba creyendo haberlos entendido perfectamente. Sólo más tarde adverti que me equivocaba; porque cuando fui sacerdote y hube de explicar a otros aquellas celebridades clásicas, conoci que apenas con gran estudio y mucha preparación conseguía penetrar su justo sentido y su belleza, Pero los deberes escolares, las ocupaciones del repaso a otros, la mucha lectura requerían el día y una buena parte de la noche. Ocurría varias veces que, llegaba la hora de levantarme y todavía me encontraba con las décadas de Tito Lívia, entre las manos, cuya lectura había comenzado la noche anterior. Estas cosas me arruinaron de tal modo la salud, que durante varias años de mi vida parcela siempre estar cerca de la tumba. Por consiguiente, aconsejaré siempre a los jóvenes que hagan salo lo que puedan, y no más. La noche se ha hecho para el descanso. Exceptuado el Cazo de necesidad, después de la cena nadie debe ocuparse en cosas
,,,crittfiea.s. Un hombre robusto resistirá algún tiempo, pero no dejará de perjudicar siempre su salud."
La tenacidad de su memoria era en Juan un don extraordinario de Dios, que no dejó enmohecer, pues estudiaba no sólo las pasajes salientes de las obras, sino del todo enteras. Así leyó los más célebres comentadores, clásicos latinos e italianos y todas las gramáticas que le vinieron a las manos.
Contrajo en Cbieri estrecha amistad con el joven Ángel Strambio, de Pinerolo, su compañero de clase en los años anteriores. Cuando vinieron las vacaciones de Pascua de 1835 los padres del amigo, que conocían la delicadeza y bondad de Juan, lo invitaron a pasar algunos días en su casa, y aceptó de buen grado. Él mismo nos dejó la descripción de este viaje; y es el único escrito que de sus tiempos de estudiante de Bachillerato nos ha quedado.
Por él sabemos que hizo entonces varias excursiones. Fue a Barge a casa de su profesor don Banaudi, que lo recibió llorando de consuelo, y no sabia separarse de él. Con su amigo llegó hasta Fenestrelle, valiéndose de un cochecito que les facilitó el célebre comediógrafo Alberto Nota. A la vuelta Ies sorprendió un viento tan furioso, que corrieron peligro de ser precipitados por la pendiente del monte; pero la Providencia velaba por ellos y se refugiaron en una cueva en donde permanecieron hasta que cesó el viento.
Aníbal Strambio, que fue cónsul en Marsella, conservó siempre un tierno afecto por Don Bosco. En 1881, cuando se publicaron los decretos de expulsión de los religiosos, cooperó eficazmente a la salvación de las casas salesianas de Francia.
Al término de aquel último año de Instituto tuvo que soportar Juan nuevas angustias por causa de su vocación. Aterrado par los peligros que se encuentran en el mundo, volvía de nuevo a sentirse incierto sobre la elección entre el Se
minarlo o el Claustro. Después de muchas reflexiones decidióse nuevamente a entrar en la benemérita Orden de los Franciscanos, convencido de que así no impediría la marcha de los destinos que Dios le hubiera fijado. Pero habiendo tornado consejo de Don Comollo, tío de su amigo Luis, se le dijo que suspendiera tal determinación. También Don Catees° y su párroco, Don Cinzano, a quien había manifestado sus nuevas dudas, fueron de parecer que ingresase en el Seminario y esperase hasta edad más madura para hacerse religioso.
El Siervo de Dios obedeció y hubo de convencerse de lo mucho que vale, en el asunto de la vocación, tomar consejo de personas doctas y piadosas.
Después de un brillante resultado en el examen para vestir el hábito clerical, se despidió de los superiores del colegio y marchó para pasar las acostumbradas vacaciones. El doctor teólogo Bosco y otros distinguidos personajes decían que fue cosa maravillosa ver cómo Juan supo ganarse, no sólo el corazón de sus compañeros, sino el del Prefecto de Estudios, del Director Espiritual y de todos sus profesores; estos últimos le conservaran profundo afecto, en forma tal, que siempre lo tuvieron por confidente y amigo.
Pero al acercar-se el tiempo de recibir el hábito clerical, faltándole medios materiales, tropezó con graves dificultades para entrar en el Seminario; tanto más cuanto aquel ingreso le era necesario para eximirse del servicio militar, pues ya había cumplido los veinte años. San José Cafassa, de acuerdo con Don Cinzano, decidió recurrir a la generosidad del canónigo Luis Guala, director y fundador del "Colegio Eclesiástico de San Francisco de Asís", en Turín, quien tenía gran influencia con el Arzobispo Fransoni. Así, el teólogo Cinzano llamó a Juan una mañana y sin decirle el porqué, lo condujo a Rivalta, donde el teólogo Guala veraneaba en una vasta finca de su propiedad. Riquísimo señor, era también muy caritativo, pues socorría a todos cuantos necesitaban ayuda. El teólogo Cinzano hizo que examinara a Juan.
y tanto dijo en su favor, que consiguió su ingreso gratuito por aquel año en el Seminario.
Faltaba. todavía proporcionarle el traje talar, que la pobre margarita no podía comprarle. Don Cinzano habló a algunos feligreses que aceptaron al punto contribuir a tan buena obra. El señor Sartoris le procuró la sotana, el caballero Pescarmona el sombrero, Don Cinzano mismo le dio su manteo, otro le compró el alzacuello y el bonete, otro, las medias; una señora recogió lo necesario para proveerle, según parece, de un par de zapatos. He aquí el medio que la Divina Providencia usará también en adelante para venir en ayuda de nuestro Juan; se servirá de la cooperación de muchas personas generosas para sostener a su fiel Siervo en las obras en que haya de poner su bienhechora mano. Nosotros mismos, dice el Padre Lemoyne, hemos oído decir al Santo repetidas veces: "Yo tuve siempre necesidad de todos."
Persuadido de que la salvación o la perdición eterna dependen ordinariamente de la elección de estado, Juan Bosco se preparó con gran recogimiento para vestir el hábito eclesiástico, encomendándose a las oraciones de los amigos y haciendo él mismo una fervorosa novena. La memorable ceremonia se celebró el 25 de octubre de 1835, en la iglesia parroquial de Castelnuovo, antes de la Misa Mayor, ante un nutrido concurso de jóvenes que acudieron de las comarcas y pueblos circunvecinos. Edificante es la narración que de este acto dejó el mismo Santo:
"Cuando el párroco ordenó que me despojase del traje de seglar con estas palabras: "Eruat te nóminas véterem. hórninem °ton óelibus mas.", dije dentro de mi corazón: "¡Oh cuánta cosa vieja tengo que quitarme! ¡Dios mío, destruid en mí todos mis malos hábitos!" Cuando al darme el alzacuello añadió: "tridttat te ~tinas novum M'afuera, qui secandum Deum creatus est in justicia cf sanctitate veritatis", me sentí muy conmovido y alladi para mi. 'Si, Dios mío, haced que en este momento vista yo un hombre nuevo, es decir, que desde este momento comience una nueva vida, toda según vuestra divina voluntad, y que la justicia y la santidad sean el objeto constante de mis pensamientos, palabras y obras. AE1 sea. ¡Oh Maria, sed mi salvación!"
Terminada la función de iglesia, el párroco quiso llevarlo a la fiesta de San Rafael Arcángel, que se celebraba en Bardella, caserío de Castelnuovo. Clérigo nuevo y deseoso de recogimiento, estimó que la cosa era poco oportuna y en este
sentido contestó al párroco. Pero éste insistió, aduciendo que lo necesitaba para las funciones de la iglesia. Entonces Juan, para no desagradarle, se resignó; pero pasó el día bastante triste.
párroco lo advirtió —dice él—, y al volver a casa me preguntó por qué en un dla, corno aquél, de pública alegría, me habla mostrado tan reservado y pensativo. Le respondí con toda sinceridad que la función celebrada por la mañana discordaba en género, número y caso de la de la tarde, y añadí:
--El ver también a aquellos de quien menos lo esperaba hacer de bufones en medio de los convidados, medio borrachos, casi rae inspiró horror rni vocación. Si supiese que habría de ser un sacerdote como aquéllos, preferirla quitarme la sotana y vivir como pobre seglar, pero buen cristiano, o retirarme del mundo y hacerme cartujo o trapense.
—El mundo es así —me respondió el párroco—, y hay que tomarlo corno es, Hay que conocer el mal y evitarlo. Nadie es valiente guerrero sin conocer el manejo de las armas. Así debemos hacer nosotros los que tenemos que librar un continuo combate contra el enemigo de las almas.
Callé entonces; pero dije dentro de mi corazón: "No iré inda a festines públicos, a no ser obligado por funciones religiosas."
Después de aquel die, era necesario que me preocupase de mt mismo. Debla reformar radicalmente la vida que hasta entonces habla llevado. Loa años precedentes los habla pasado, si no como un malvado, por lo menos en disipación y vanaglorias, ocupado en juegos, saltos, diversiones y otras cosas semejantes, que momentáneamente alegraban, pero que no saciaban. el corazón. Para trazarme una norma de vida que siempre debería recordar, escribí las siguientes resoluciones:
1. En lo por venir no volveré a tomar parte en los espectáculos públicos de ferias y mercados; ni iré a ver bailes ni teatros; y en cuanto me sea posible, no participaré de las comidas que se suelen dar en tales ocasiones.
Z. Yo haré nunca juegos de cubiletea, de prestidigitación, de saltimbanqui, de destreza, de cuerda, no tocaré mds e/ violin ni iré más de cazo. Todas estas cosas das juzgo contrarias a la gravedad del espirita& eClesictstico.
& Amaré y practicaré el retiro, la templanza en el comer y beber; no dedicaré al descanso abro las horas estrictamente necesarias para la salud.
4. AM como en lo pasado he servida al mundo con lecturas profanas, en lo por venir procuraré servir a Dios dándome a da lectura de cosas religiosas.
5. Combatiré con todas mis tuercas cualquier cosa, cualquier lectura, pensamiento, palabras y obras contrarias a fa virtud de la can-«dad. Por el contrario, practicaré todas aquellas, aunque sean /any pequeñas, que puedan contribuir a conservar esta virtud.
6. Ademas de las prácticas ordinarias de piedad, no omitiré ni lin día tener un poco de lectura espiritual.
't. Todos loa días referiré algún ejemplo o alguna máxima ventajosa para iris abrías de los (lemas. Ast lo haré con los otros campa, fieros, con los amigos, con los familiares, y cuando no pueda con otros, lo haré con mi madre.
Sotos fueron mía propósitos cuando vestí el hábito clerical, y a fin de que me quedaran más impresas en la mente, me arrodillé ante una imagen de la Santisima Virgen, las leí y después de haber orado, hice formal promesa a ml celestial Bienhechora de observarlas a costa de cualquier sacrificio."
El día 30 de octubre de aquel año de 1835, Juan debía encontrarse en el Seminario. Antes de la partida, su madre le dirigió estas memorables palabras:
"Juan, has vestido el hábito sacerdotal; esto me produce todo el consuelo que una madre puede experimentar viendo la fortuna de su hijo. Pero recuerda bien que no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna vez llegares a dudar de tu vocación, ;ah, por amor de Dios!, no deshonres ese hábito. Quítatelo al punto. Prefiero tener por hijo a un pobre campesino que a un sacerdote descuidado en sus deberes. Cuando viniste al mundo te consagré a la Santisima Virgen; cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta nuestra Madre; ahora te recomiendo que seas toco suyo; ama a tus compañeros devotos de Maria; y cuando seas sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a Maria."
Al terminar estas palabras la madre estaba conmovida, lloraba.
"Madre, le respondí, le agradezco todo cuanto ha dicho y hecho por mí; esas palabras no las ha dicho en vano, haré de ellas un tesoro para toda mi vida."
Por la mañana temprano marchó a Chieri y por la tarde del mismo día entró en el Seminario. Después de saludar
o, los superiores y arreglarse la cama, se puso a pasear con Bu amigo Garigliano —que también había vestido el hábito ' eclesiástico-- por los dormitorios y los corredores y, finalmente, por el patio. Al ver allí un reloj de sol, leyó estas palabras: "Afflictis, ientae; céleres gaudéntibus hose." —He aquí —dijo al amigo— nuestro programa: estemos siempre alegres y pasará pronto el tiempo.
Escuchemos sus primeras impresiones:
"El din siguiente empecé un triduo de ejercicios espirituales y procuré hacerlos bien en cuanto me fue posible. Cuando los terminé ful a ver al profesor de Filosofía, que entonces era el teólogo Ternavasio de Bra, y le pedí una norma de vida para ser un buen clérigo y ganarme la benevolencia de mis superiores.
—Una sola cosa basta —respondió el digno sacerdote—: el exacto cumplimiento de los deberes.
Tomé por base este consejo y me entregué con toda mi alma a la observancia del reglamento del Seminario. Para mi no habla distinción cuando la campana tocaba al estudio, o a le, iglesia, o bien al refectorio, al recreo o al descanso. Zata exactitud me ganó la atención de mis compañeros y la estima de los superiores, hasta el punto de que seis años de Seminario fueron para ml una estancia agradabilísima, tanto más cuanto los estudios se cultivaban bien allí.
Además de esto, hacia que amara aquel lugar el nombre de Don Cafasso. El buen olor de sus, virtudes duraba todavía en aquel sagrado
- recinto. La caridad con los demás, la sumisión a los superiores, la
, paciencia en soportar los defectos de los otros, la cautela para no ofender nunca a nadie, el agrado en condescender, aconsejar y favorecer a los compañeros, su indiferencia en lo tocante a la comida, el anemia
' darse 21. las vicisitudes de las estaciones, la prontitud para enseñar el Catecismo a los niños, su porte edificante en toda ocasión, su solicitud para el estudio y cosas de piedad, fueron las dotes que adornaron la vida clerical de Cafasso; dotes que, practicadas en grado heroico, hicieron familiar entre sus compañeros y amigos el dicho de que el clérigo Cafasso no estuvo inficionado por el pecado original.
Mucho amaba yo a mis superiores y ellos me trataron siempre con
I.
• mucha bondad; pero rni corazón no estaba satisfecho, porque eran de difícil acceso para los seminaristas. Acoshumbrábase visitar al Rector y a los otros superiores cuando se llegaba de vacaciones y se marchaba a ellas. Nadie iba a hablar con ellos, a no ser para recibir alguna reprimenda. tino de los superiores asistía por turno cada se mana al comedor y a los paseos; de ahí no pasaban nuestras real
procesa relaciones. Ésta fue la (mica pena que experimenté en el Seminario. ¡Cuántas veces hubiera querido hablarles y pedirles consejo e resolución en mis dudas y no pude: Esto acrecentaba en ml el deseo de ser pronto sacerdote para hablar con los jóvenes, ayudarlos, pe. derlos conocer bien, vigilarlos siempre, ponerlos en la imposibilidad de hacer el mal y contentarlos en todo lo que pudiera convenirles.
En cuanto a mis campaneros me atuve a las instrucciones de mi amada madre, es decir, asociarse con los devotos de Maria, amantes del estudio y de la, piedad...
Las prácticas piadosas se hacían bastante bien_ 'Todas las mañanas Misa, meditación, la tercera parte del Rosario. Durante la comida., lectura edificante. La Confesión era obligatoria cada quince dial, pero el que lo deseaba podia hacerla todas los sábados. Se comulgaba únicamente los domingos o en alguna otra especial solemnidad. Alguna vez se hacia entre semana, pero para ello era necesario cometer una especie de desobediencia: se escogía con este fin la hora. del desayuno, se iba a escondidas a la contigua iglesia de San Felipe, que tenia comunicación interior con el Seminario, y después, a reunirse can los compañeros en el momento de ir al estudio o a la clase. Esta infracción del reglamento estaba prohibida; pero las superiores prestaban tácito consentimiento para ello, porque lo sabias, y a veces lo velan, y no decían nada en contrario. Por este medio conseguí frecuentar la Sagrada Comunión, que con razón puedo llamar el alimento más eficaz de mi vocación. Esta deficiencia quedó subsanada cuando, por disposición del Arzobispo Gastaldi, se arreglaron las cosas de manera que todas las mañanas podían las seminaristas acercarse a la Sagrada Comunión con tal que estuvieran bien preparados."
Juan consideró como estricta obligación suya el no perder un minuto de tiempo.
"Durante los recreos largos —continúa en sus Memorias - nos reuníamos con frecuencia en el refectorio para formar el que llamábamos circula escolástico. Cada uno hacía allí sus preguntas sobre cosas que no sabía o había entendido mal en los tratados o en la clase. Esto me agradaba mucho, y me era muy útil para el estudio, la piedad y la salud. Por mi edad y más que todo por la berievalencia de mis campaneros, era yo el presidente de este circulo y juez inapelable. Corno en nuestras familiares conversaciones se planteaban ciertas cuestiones y puntos científicos, a. los que alguna vez ninguno de nosotros sabia dar exacta respuesta, nos dividíamos las dificultades. Cada cual, después de un plazo prefijado. debía preparar la solución de cuanto se le había encomendado."
Mas, para su gran deseo de aprender, no bastaba esto. Por la mañana era siempre el primero en levantarse. Limpia la persona y arreglado el lecho, retirábase junto al hueco de una ventana, donde se ocupaba durante un cuarto de hora en leer algún libro, hasta que la, campana llamaba a la capilla.
Consagraba cualquier espacio de tiempo libre a la lectura de buenas y sólidas obras. En el primer año de Filosofía se leyó las obras de Cesari, Bartoli y algunas otras. Semejante diligencia la observó siempre, de modo que en los seis años enteros que estuvo en el Seminario acumuló en su inteligencia y en su memoria tesoros de erudición y cultura.
La templanza en el uso de alimentos y bebidas era en él sorprendente, inspirada por dos grandes virtudes: el amor a la mortificación y el amor al estudio. Deseaba que, veinte minutos después de haber comido, la digestión no le impidiese volver a sus ocupaciones. Si alguna vez su madre u otra persona le llevaba de regalo algún comestible, no le parecía bien comerlo él solo, y con el debido permiso lo compartía con otros.
Su aspecto siempre alegre, sus agradables maneras, su condescendencia en prestar servicios a cualquiera que los necesitase, le ganaron muy pronto el afecto de los demás seminaristas, los cuales, en las dudas, en las tristezas y en las dificultades escolares, buscaban en él al consejero, al amigo y al repetidor de las lecciones no bien entendidas. Del mismo modo, prestaba generosamente los libros que le pedían, libros que tantas privaciones le habían costado. No pocas veces preparaba loa sermones a algunos que, invitados por los párrocos a predicarlas en sus iglesias en tiempo de vacaciones, no tenían comodidad para escribirlos o carecían de habilidad para componerlos.
El agrado que proporcionaba su compañía era efecto de la tranquilidad inalterable de su alma. Durante el recreo entretenía a sus condiscípulos con bromas y pasatiempos irreprensibles. De cuando en cuando y cediendo a los insistentes deseos de los otros, hacía algunos juegos de prestidigitación,
porque Don Cafasso na aprobó el propósito que había hecho el día que vistió el hábito eclesiástico de abstenerse de ellos en absoluto. En ciertos días era permitido el juega de naipes con módico interés; Juan tomó parte en él algún tiempo; pero después renunció, porque le distraía durante el estudio y la oración y también porque, como ganaba casi siempre, le daba mucha pena la aflicción de sus compañeros por haber perdido.
En medio del ejercicio de las más sólidas virtudes y de los serios estudios de la Filosofía, sentía Juan crecer en su corazón un deseo ardentísimo de hacer bien a los niños, a los que continuaba reuniendo en torno suyo para enseñarles el Catecismo y las oraciones, cuando los superiores con este fin lo enviaban a la Catedral. La Divina Bondad, que tenia puestos en él sus amorosos ojos, le dio a conocer de un modo particularísimo la misión que le reservaba entre los jóvenes. Durante un sueño se vio ya sacerdote con roquete y estola y, vestido así, trabajando de sastre en una tienda; pero no cosiendo prendas nuevas, sino remendando las usadas y juntando gran número de piezas de lienzo. No pudo entender entonces qué significaba aquello. Habló con alguien del sueño; pero con claridad no lo hizo hasta que fue sacerdote, y sólo con su consejero Don Cafasso.
Conservó este sueño indeleblemente en su memoria y lo interpretó viendo en él que no estaba llamado solamente a recoger jóvenes buenos y custodiarlos y perfeccionarlos, sino también a los extraviados y expuestos a los peligros del mundo, los cuales, merced a sus cuidados, se harían buenos cristianos y cooperarían a la reforma de la sociedad.
Mientras tanto, loa amigos del Instituto de Chieri no lo olvidaban. Los jueves, la portería del Seminario se llenaba de jóvenes estudiantes que le traían, para que los viese, sus cuadernos y composiciones. Sus mismos antiguos condisci
pules, que habían ingresado luego en colegios lejanos o hablan vuelto a sus familias, sostenían correspondencia epistolar con el Siervo de Dios. ¡Qué verdad es que la amistad no se extingue con la distancia, si se alimenta de la caridad!
"Fui siempre muy afortunado en el Seminario —declara— y siempre gocé del afecto de mis compañeros y de mis superiores. En el encamen semestral se acostumbraba dar un premio de sesenta liras ¿su cada curso al que obtenía más puntos en la conducta moral y en el estudio. Dios me bendijo verdaderamente, pues durante mis seis arios de Seminario siempre me adjudicaron este premio."
Aprobado el primer curso de Filosofía, encaminóse al punto a la alquería de lloglla para visitar a aquella querida familia, cuyo pan había comido durante dos años, y a la que deseaba dar así una agradable sorpresa. Aquellos excelentes propietarios, que estaban trillando, cuando vieron venir por en medio de los campos a un sacerdote, suspenden el trabajo y miran maravillados. Juan se adelanta. ¡Qué sorpresa y qué placer cuando lo reconocen! Después de los primeros cumplidos, dijo a sus antiguos amos, que por la conmoción tenían los ojos bañados en lágrimas:
—Ya lo ven, me hago sacerdote.
Aquellos hospitalarios campesinos consiguieron retenerlo algunos días en su casa y lo agasajaron muchísimo.
Poco tiempo durante aquellas vacaciones permaneció en casa de su madre. Propuesto por Don Cafasso a los Jesuitas de Turín coma maestra de griego para sus colegiales durante el verano en Montaldo, se dedicó a ello, y tuvo además ocasión de perfeccionarse en el conocimiento de aquella lengua con la ayuda de Don Bini, buen helenista.
En Montaldo dio clase por espacio de tres meses y desempeñó también el cargo de asistente en un dormitorio. Por este medio pudo conocer a varios jóvenes de familias arista
crátieas y distinguidas, que conservaron de él excelente recuerdo y de cuya cooperación supo valerse más tarde. Pude también comprender, debido a su piedad y celo por la salvación de las almas, los defectos y peligros de esta clase de jóvenes, entre los cuales por primera vez se encontraba, y la dificultad de conseguir sobre ellos el pleno ascendiente que es necesario para educarlos bien; de aquí sacó la convicción, cada vez más confirmada, de que no estaba normalmente llamado a educar niños de esa alta clase social.
Ocupado en este oficio, y algo delicado de salud, no pudo repasar ni estudiar nada de Io que debía examinarse en noviembre; mas a pesar de ello, vuelto al Seminario, en los pocos días que precedieron a los exámenes,, aprendió por si solo el tratado de Metafísica, de que debía examinarse, aunque no se lo habían explicado, y salió airoso de esta prueba. Obtenida así la dispensa de la mitad de la pensión que se acostumbraba conceder a los jóvenes más estudiosos y pobres, dio comienzo con mayar aliento al segundo curso de Filosofía.
En las vacaciones del otoño de 1836 vistió también el hábito eclesiástico el angélico joven Luis Comal°, quien, a la reapertura de las clases, entró igualmente en el Seminario de Chieri, en donde los dos compañeros reanudaron los lazos de su antigua y fraternal amistad.
A principios de año escribió Camello en una ,tarjeta, que tenía siempre delante, una sentencia como programa de su conducta: "Hace mucho quien hace poco, pero hace lo que debe hacer; mai hace nada quien hace mucho, pero no hace lo que debe hacer." Era obedientísimo. Odiaba el espíritu de critica y censura. Amante de Jesús Sacramentado, aprovechaba todas las ocasiones que podía para comulgar y lo hacía con tanto fervor, que interrumpía su coloquio con íntimos gemidos y con lágrimas. Varias veces le advirtió Juan que moderase aquella externa conmoción; pero él le respondía que no podía contenerse,
Juan respetaba la ardiente devoción de su ejemplar ami
go; pero personalmente era enemigo de toda apariencia de singularidad que pudiese despertar admiración en los otros. Su piedad no era menos ardiente, pero tenía diverso aspecto. Después de comulgar, volvía a su puesto y allí, con la cabeza ligeramente inclinada, los ojos cerrados y las manos juntas delante del pecho, permanecía inmóvil todo el tiempo de la acción de gracias; pero aparecía en su semblante tan viva la expresión de la fe, que causaba embeleso en cuantos lo contemplaban.
También en sus Memorias alude a su amigo en términos que revelan, sin quererla, la belleza de su propio corazón y el humilde sentimiento de sí mismo:
.Mi recreo —son sus palabras— lo interrumpía no pecas veces Coman°. Me asía por la sotana y diciéndome que le acompañara, rae llevaba a la capilla a hacer una visita al Santisimo Sacramento por los moribundos, a rezar el Rosario o el oficio de la Virgen en sufragio de las Ánimas del Purgatorio.
Este admirable compañero. fue mi fortuna. En tiempo oportuno sabia avisarme, corregirme, consolarme con tanto agrado y caridad que, en cierto modo, sentía contento en darle motive para gustar el placer de ser corregido. Lo trataba familiarmente y por natural inclinación deseaba imitarlo; aunque me hallaba a mil leguas de distancia de él en la virtud, si mis disipados compañeras no me arruinaren y si pude progresar ea mi vocación, verdaderamente se lo debo a él. En una sola cosa no intenté ni aun de lejos imitarlo: en la mortificación. Ver a un joven de diecinueve anua ayunar rigurosamente la Cuaresma entera y en los demás días ordenados por la Iglesia, ayunar todos los sábados en honor de la Santísima Virgen, renunciar frecuentemente al desayuno, reducir alguna vez la comida a pan y agua, soportar cualquier desprecio e injuria sin dar la, menor muestra de resentimiento, verlo exactishno en cumplir hasta el menor de sus deberes de piedad y de estudio, eran cosas que me dejaban confundido y me hacían reconocer en aquel compañero un ángel como amigo, un estimula para el bien y un modelo de virtud para les seminaristas,"
No obstante estas humildes expresiones, Juan era digno de igualarse con Luis y de gozar de su amistad. He aqui un testimonio de su carísimo compañero, y después confesor suyo, Don Juan Francisco Giacomelli, de Avigliana:
"Su campal:da era edificante. Varias veces me hizo ir con él a la iglesia para rezar las Visperas de la Virgen o alguna otra oración en honor de la. Santísima Madre de Dios. Se complacía en hablar d, cosas espirituales. Un día, en tiempo de recreo, me llevó a la clase y me explicó el himno del Nombre de Jesús, invitándome a rezar los cinco salinos en honor de este nombre adorable y haciéndome notar cómo de las diversas iniciales de cada salmo se podía justamente formar la palabra Jesús. Admirado quedé de esta devoción, nueva para mi. Otra vez se hablaba del Ave maris Stens, y explicaba las palabras tela- esse tuúl., me dijo: "Este versículo se refiere a Jesucristo, que nació de la Virgen Maria; pero al decir taus, de Jesús, recordamos a Maria que nosotros somos suyos, Habiendo venido Jesús para salvar al mundo, al tomar carne humana en su purísimo seno, todo el pueblo cristiano se considera como hermano de Jesús e hijo de Maria Santisirna. Desde el primer din de la Encarnación comenzarnos nosotros a ser hijos de la Virgen Marie., Por eso le decimos: marre te esse Matreras. Muestra que eres nuestra Madre, nuestra ayuda, nuestra protectora."
¿No parece que entonces ya había tomado forma en su mente todo lo que después se vio que hizo por Maria Auxiliadora,...
Llamaban a Juan "Bosco di Castelnuovo" para distinguirlo de otro clérigo del mismo apellido, que fue después Director de las "Hermanas de San José",. en TUT1.11. Ocurrió entre ambos un incidente en el que nadie puso atención, pero que yo recuerdo bien. Los dos bromeaban y preguntábanse qué sobrenombre debían ponerse para distinguirse cuando se los llamase. Uno dijo: "Yo soy Bosco néspola (madera de níspero)." Y con esto indicaba ser un leño duro, nudoso y poco flexible. Y nuestro Don Bosco respondió: "Pues yo me llamo Bosco di, sales (madera de sauce)", es decir, madera suave y flexible. Se diría que desde entonces apuntaba a la futura Congregación que había de tener por patrono a San Francisco de Sales y por eso quiso imitar la dulzura de este Santo. De natural muy sensible, aun para las cosas más pequeñas, ya se comprende que sin mucha virtud no habria podido dominar los arrebatos de la cólera. Ninguno de nuestros compañeros, y éramos muchos, era tan inclinado como él a este defecto. Velase claramente la grande y continua violencia que se hacia para contenerse...
Sus compañeros lo amaban y lo tenían por carísimo condiscípulo, y si alguna vez alguno se mostraba émulo Indiscreto y dominante. Juan se hada respetar por su habilidad y lo tenía a raya con su actitud. Si en alguna ocasión se promovía algún desorden entre los corapailercis, aunque fuese ligero, o cualquier disputa por diversidad de opiniones, él intervenía y ponía paz entre ellos."
En torno del clérigo Bosco se formó como una santa liga para la observancia de las reglas del seminario y para el cumplimiento exacto de los deberes de piedad y de estudio. Los principales socios eran Guillermo Garigliano, Juan Giacomelli y Luis Comollo. "Estos tres compañeros fueron para mí un tesoro —dejó escrito Don Boso—. El círculo escolar formado el año anterior estaba cada día más floreciente, y aumentó este año con algunos socios nuevos. Se discutían las dificultades filosóficas que no se habían entendido bien en clase, haciendo uso del latín, como había propuesta Cornollo. Esto era de gran provecho para todos, porque se llegó a manejar esta lengua en las materias escolásticas con mucha soltura y con una facilidad maravillosa." Juan aprendió a fondo la Lógica, la Metafísica, la Aritmética y la Física, según se verá en el transcurso de estas páginas.
En el segundo año de Filosofía estuvo a punto de no obtener por concurso la dispensa de dos meses de pensión. Tenía un competidor de muchísimo talento. Ambos resultaron ser los mejores entre los demás concursantes y obtuvieron los mismos puntos tanto en el ejercicio oral- como en el escrito. Se les propuso dividir el premio. Juan consintió; pero el compañero, aunque muy rico, vacilaba en decidirse. El profesor los sometió a un segundo examen. El trabajo fue muy difícil, y Juan resultó vencedor.
'Habituado como estaba a la lectura de los clásicos en toda le segunda enseñanza —prosigue el Santo—, acostumbrado a las figura. enfáticas de la antología y de las fábulas de los paganos, no encontraba gusto en el estilo sencillo de los libros ascéticos. Llegué a convencerme de que la buena lengua y la elocuencia no se podían aprender en estos libros religiosos. Las mismas obras de los Santos Padres mi parecían producto de ingenios bastante limitados, exceptuados los prin. eipias religiosos, que exponían con fuerza y claridad. Esto era tambier. consecuencia de discursos nidos aun a personas eclesiásticas, notable
en la literatura clásica, pero paco respetuosas con estos grandes laminares de la Iglesia, porque no les conocían.
Al principio del segundo año de Filosofía fui un día a visitar al. Santísimo Sacramento, y como no tenia a mano el libro de oraciones, me puse a leer "De in-tiranas-e ~ah"; Id algunos capítulos refe. reates al Santísimo Sacramento. Al considerar atentamente la sublimidad de los pensamientos y el modo clara, y aI propio tiempo ordenado y elocuente, ton que se exponían aquellas grandes verdades, comencé a decir para rol: "El autor de este libro era un hombre docto." Continuando en otras ocasiones la lectura de esta áurea obrita, no tardé era convencerme de que un solo versículo de ella canteras, roas doctrina y fonda moral que los que había encontrado en los gruesos volúmenes de los clásicos antiguos. Debo a este libro el haber dejado de leer obras profanas.. Me dediqué, por tanto, a la lectura de Flavio Josefa: "Antigüedades judaicas" y "Guerra de Judea"; después Id "Discursos sobre la Religión", de Monseñor Marchetti; después a Fraissiaous, Palmes, Zucconi y a muchos otros escritores religiosos y también la "Historia Eclesiástica", de Fleury, que ignoraba no convenía leer. Con mayor fruto lel también "La. Historia Universal de la Iglesia", de Henrión, que dejó indeleble recuerdo en mi memoria.
Sin duda diréis que, ocupado en tantas lecturas, no podio. estudiar Ios libros de texto. No fue asi. La memoria continuaba favoreciéndome, y la lectura y explicación de los textos que se hacía en la clase me bastaba para cumplir mis deberes. Por tanta, todas las horas señaladas para e/ estudio las podía emplear en diversas lecturas. Todo esto lo sabían los superiores y me daban libertad para hacerlo,"
Parece disposición de la Providencia que nuestro clérigo ignorase por algún tiempo la belleza de los libros que tratan de religión, pues requieren mayor madurez de juicio que la que puede tener un estudiante de Retórica o del primer año de Filosofía. La afición a los clásicos y su estudio eran necesarios para adquirir la cultura indispensable a quien debía ser fundador de muchos Institutos de educación, en los cuales el humanismo será siempre indispensable. Monseñor Pechenino, que por tantos años fue su íntimo amigo, afirmaba que era cosa admirable ver cuán versado estaba Don Bosco en la literatura italiana y latina.
Nosotros añadiremos que esta afición a la lectura se acrecentó durante los años que aún permaneció en el Seminario,
y que mientras cursaba Teología estudiaba con mucho interés también a las Santos Padres y a los Doctores de la Iglesia, especialmente a San Agustín, a San Jerónimo y a Santo Tomás. En los cuatro años que permaneció todavía en el Seminario leyó y estudió toda la Biblia, valiéndose de los comentarios de Cornelio a Lápide y de Tirino; también trabó conocimiento con los Bolandistas. Estos libros y todos los que deseaba, se los prestaban en la biblioteca del Seminario, y cuando llegaban las vacaciones, los obtenía de los párrocos.
En sus Memorias menciona a otras autores, cuyas obras le fueron de gran provecho, verbigracia, Mons. Marchetti: "Razonamientos sobre la Religión"; Zucconi, S. .T.: "Lecciones sacras sobre la Divina Escritura"; Fieury: "Historia Eclesiástica", aunque tocado de galicanismo, muy claro y elocuente; a los dominicos Cavalca y Passavanti: "Espejo de la Cruz" y "Espejo de la verdadera penitencia" y vidas de los Santos; del jesuita Ségneri el "Cuaresmal", "El maná del alma" y "El cristiano instruido".
Y no le fue desconocido nuestro Balmes, porque lo nombra expresamente: "El Criterio" y "El Protestantismo", que estaban en boga entonces en Francia y en Italia.
Acabado el segundo año de Filosofía, enriquecido con nuevos conocimientos, amado de los compañeros y de muchos amigos de fuera, empezó Juan las vacaciones en compañía de sus familiares. Como de costumbre, empleó el tiempo en el estudio, en la lectura, en trabajos manuales y en enseñar el Catecismo a los pequeñuelos. De aquellas vacaciones dice en sus Memorias:
"Un hecho desagradable me sucedió en Croveglia, caserío de Butti, gliera. Celebrábase la tiesta de San Bartolome y otro tio mío (de nombre Mateo, que alcanzó la edad de 102 años) me invitó para ayudar en las funciones de la iglesia, cantar y también tocar el violín, que había sido mí instrumento predilecto, pero que yo no tocaba por voluntaria renuncia. Todo marchó bien en la iglesia. Luego la comida se sirvió en casa de mi the que era el mayordomo de la tiesta, y hasta entonces no hubo nada que vituperar, También se hallaba presente el párroco. Acabada la comida, los comensales me invitaren a tocar a modo de pasatiempo; pero rehusé hacerlo; los concurrentes Insistieron, porque "deseaban oir una pieza de mi experta mano". Respondí que me habla dejado en casa el violín.
—Eso pronto se remedia. —dije un convidado—; fulano tiene uno; yo iré a traerlo y tú tocarás.
Y en un abrir y cerrar de ojos fue y volvió con el violín. Intenté todavía excusarme, ¡Pobre de mil; no supe negarme y me puse a tocar durante un rato, cuando oi un cuchicheo y un modo de pisar que indicaban muchedumbre de gente. Me asomé a la ventana y vi una multitud de personas que en eI patio cercano bailaban alegremente. al son de mi vicIin. No es posible explicar con palabras la indignación que se apoderó de mi en aquel momento.
_ . ceenol —dije a los comensales—, yo que siempre protesté coste, estos espectáculos, ¿soy quien Tos promueve? Esto no sucederá nia,. Temen, lleven al punto este violín. a su dueño, denle gracias y digWile que ya no lo necesito
Me levanté, volví a casa, tomé mi violín, me puse de pie encima de él. lo hice mil pedazos y asl no quise que ene sirviera más, aunque después se presentaron ocasiones para tocarlo en la iglesia. Había hecho promesa formal de obrar así y la mantuve; más tarde enseñé e. tocarlo, pero sin usarlo yo,
El siguiente episodio ocurrió hallándome de caza. Durante el ve, rano, alguna que otra vez iba a buscar nidos; en el otofio cazaba con ligo., con trampa, con jaula y a. veces con escopeta. Una mañana me empeñé en seguir a una liebre, y corriendo en el campo, de viña en viña, atravesé valles y colinas durante varias horas. Finalmente se puso a tiro aquel pobre animal y con un disparo le rompí las tortillas; el pobre animalito cayó, y yo quedé sumamente contristado al verlo muerto. A la detonación acudieron mis compañeros, y mientras se regocijaban ante la víctima, yo eché una ojeada sobre ml mismo y me vi en mangas de camisa, sin sotana, con un sombrero de paja, con todo el aspecto de un contrabandista y en sitia distante de mi casa más de dos millas. Quedé mortificado en extremo; ene excusé con mis amigos por aquel escándalo que daba con oil atuendo, marché a casa y renuncié nueva y definitivamente a toda clase de cacería. Con la ayuda del Señor esta vez mantuve mi promesa. Dios me perdone aquel escándalo.
Estos hechos fueron para mi una buena lección; y desde entonces me entregué con mejor propósito al retiro y ene persuadí de veras que les que desean dedicarse sinceramente al servicio del Señor necesitan dejar del todo las diversiones mundanas. Verdad es que éstas, con frecuencia, no son pecaminosas; pero por las conversaciones que provocan, par la manera de vestir, hablar y obrar, siempre ofrecen migan riesgo en daño de la virtud, especialmente para la muy delicada de la castidad."
Tales son los juicios que humildemente nos dejó pon Bosco a propósito de sus vacaciones; pero muy de otro modo se expresan los testigos de ellas. El vicepárroco Don Ropolo atestiguaba que Don Bosco tomaba grandes precauciones para conservar el fervor y el espíritu del Seminario; que observaba fielmente todas las prácticas de devoción de la vida sacerdotal y que con prontitud se prestaba a servir en las funciones religiosas y no faltaba nunca para acampañar al Santo Viático llevando la "umbela", por distante que estuviese la casa del enfermo.
Al mismo tiempo que daba repaso a algunos estudiantes, pasaba también gran parte del tiempo con el teólogo Cinzano, el cual le estimaba mucho, y con quien habla contraída gran familiaridad. En la casa parroquial Juan estaba pronto para cualquier servicio, y todos los libros de la biblioteca de la parroquia estaban a su disposición.
Mas para el Siervo de Dios había un lugar especialmente predilecto: era el bosquecillo que coronaba la viña del señor Turco. A la sombra de aquellos árboles estudió el griego, el hebreo y el francés, lenguas de su predilección.
En sus estudios tenía por fin hacerse digno de su vocación y cada vez más apto para la instrucción y educación de la juventud. Un día. José Turco, con quien le ligaba estrecha amistad, se acercó a él mientras trabajaba en la viña, y le dijo:
—Ya eres clérigo, pronto serás sacerdote; ¿qué harás después?
Juan respondió:
—No tengo inclinación a ejercer de párroco ni tampoco de vicario; me agradaría reunir en torno mío jóvenes pobres y abandonados para educarlos e instruirlos conforme a las normas cristianas.
Encontráronse otro día y Juan le confió que había tenido "un sueño", del cual pudo deducir que con el andar de los años se establecería en cierto lugar, en donde llegaría a recoger gran número de jovencitos para instruirlos en el camino de la salvación. Parece que fue éste el sueño que refirió en 1858 a sus hijos del Oratorio. Quizás entonces vio el Oratorio con todos sus edificios dispuestos para recibirlo con sus pilluelos. Don Bolo, natural de Castagnole, párroco de Levone Canavese y compañero de Don Bosco en el Seminario
de Chieri, cuando fue por primera vez al Oratorio en 1890,
dijo:
—Lo que ahora estoy viendo aquí, no es nuevo para mí. Don Bosco en el Seminario me lo había descrito todo, como silo hubiese visto con sus propios ojos.
En este punto conviene echar una mirada retrospectiva para fijar algunas fechas. A los nueve años Don Bosco conoció la misión especial que le iba a ser confiada; a los dieciséis, oyó la promesa de los medios materiales indispensables para albergar y alimentar a innumerables jóvenes; a los diecinueve, una orden imperiosa le hizo entender que no era libre para rehusar la misión que se le confiaría; a los veintiuno, se le manifestó la clase de jóvenes de cuyo bien espiritual debería especialmente cuidarse; a los veintidós, se le indicó una gran ciudad, Turín, en la cual habría de comenzar sus faenas apostólicas y sus fundaciones. Pero no se detuvieron aqui las misteriosas indicaciones, sino que continuaron, como veremos, hasta que la obra de Dios se cumplió.
Antes de que acabasen aquellas vacaciones invitaron al clérigo Bosco para predicar el sermón del Rosario en el pueblo inmediato de Alfiano. Con permiso y asistencia de Don Cinzano aceptó la invitación, y por primera vez subió al púlpito, considerándose dichoso por consagrar las primicias de su predicación a aquella Augusta Señora, que varias ve-:es se le había manifestado como arnorosísima Madre.
Al principio del año escolar del 1837-38 entró en el primer curso de Teología. Profesor de la clase de la mañana era el teólogo Don Prialis, y de la tarde, el teólogo Arduino de Carignano, que fue después canónigo preboste y vicario foráneo de la colegiata de Giaveno.
El clérigo Bosco —afirman unánimemente sus compalle1 ras-- tenía particular afición al estudio de la Historia Ecle
siástica, que consideraba como necesario complemento de la Teología. El Círculo continuaba actuando con las disputas sobre los puntos más difíciles, en que se exigía la mayor precisión en los términos. Refiere Don Giacomelli que nuestro Juan estaba siempre tan atenta, que no dejaba pasar inadvertidas las menores inexactitudes.
Pero al mismo tiempo no descuidaba las Bellas Letras, El clérigo Santiago Bosco, como él mismo nos dijo, había formado una academia, que se componía de doce o catorce seminaristas, en la cual se trataba de lenguas, de autores clásicos y aun de urbanidad; las reuniones se celebraban en los días de vacaciones y en ciertos recreos; se leían composiciones históricas y literarias en verso y en prosa; acabada la lectura, los compañeros daban su opinión sobre el fondo y la forma del trabajo y la manera de exponerlo al lector, especialmente cuando se trataba de predicar; Juan era tan minucioso para corregir, que los compañeros le llamaban "el rabino de la Gramática"; pero lo que más se notaba en él era la reserva extrema que observaba en todo lo referente a la virtud de la pureza.
Aquel año fue también muy feliz respecto del estudio y del constante y múltiple ejercicio de todas las virtudes. Poco tiempo hacía que se encontraba en casa, de vacaciones, cuando recibió una tarjeta de Compilo en que le anunciaba una visita a fin de consultarle sobre un sermón que su tío le habla encargado en honor de la Asunción de María Santísima. Fue, en efecto, el amigo y pasaron juntos un día agradable. Pero después no pudo ir Juan a Cinzario para oir el sermón; lo hizo al siguiente día para felicitarle; y :quién le hubiera dicho que aquel mismo día debería hablar desde aquel púlpito al pueblo que el día anterior había oído a emolir)! Refiere el Santo:
nedebrábase la Sesta de San Roque, que suele llamarse "festín de la olla o de la cocina", parque loa parientes y Ice amigos suelen aprovecharse de ella para convidarse recíprocamente a cerner y disfrutar de alguna pública diversión. Ocurrió en aquella ocasión un episodio
q ue demostró basta dónde llegaba mi atrevimiento. A la hora de la ¿poi, el predicador de aquella solemnidad no se habla presentado. Se le esperó casi hasta la hora del sermón, y no llegó. Para sacar del
w aro al preboste de Cinzano, andaba yo de uno a. otro de los párrocos que allí se encontraban, rogando e insistiendo para que alguno dirigiese la palabra el numeroso auditorio reunido en la iglesia; mas nadie
q uiso aceptar.
—;Cchnol —exclamaba yo—, ¿van a dejar marcharse a tanta gente sin decirles dos palabras?
Molestados por mis repetidas invitaciones, 117..e respondieron acre
mente:
—;Cuidado que eres simple! Predicar un sermón sobre San Roque no es beberse un vaso de vino; en vez de importunar a otros, predi
calo tú.
Al oír aquellas palabras, todos aplaudieron. Mortificado y herido en mi amor propio, respondí:
—Na me atrevería a ofrecerme para tamaña empresa; pero ya que todos rehusan, acepto.
Se canté en la Iglesia un himno sagrado para darme tiempo a pensar; desolléis, consultando rol memoria, recordé la vida del Sardo, que ya habla leído; subí al púlpito y prediqué un sermón que, según me dijeron, fue el mejor de cuantos pronuncié antes y después."
José Turco que, invitado a ello, lo acompañó varias veces, lo encontró en esta ocasión en Cinzano, y dijo:
—El sermón parecía preparado con mucho estudio, por persona. acostumbrada al púlpito, nutrida de profundos conocimientos; tanto, que causó gran admiración a todos los párrocos que se encontraban presentes.
Algo semejante le ocurrió en otra solenuásima fiesta en Pecetto. A la hora de Vísperas no se había presentado el predicador, víctima de un mal repentino. Ninguno de los sacerdotes presentes se atrevía a substituirlo. El párroco dijo entonces al clérigo Bosco:
—¡Predique usted!
Juan pidió un Breviario, leyó las lecciones del día, subió al Púlpito y satisfizo tan plenamente al auditorio, que algunos de los oyentes, hablando al siguiente día con el párroco de Castelnuovo, ponderaron la belleza del sermón y la habilidad del predicador.
Mas él, ¿qué juicios nos ha dejado de sus sermones?... Mientras alababa hasta las estrellas el sermón de Camello, escribe de sí mismo lo siguiente :
"Después del primer año de Teología prediqué también en Capri_ glio sobre la Natividad de María. No sé qué fruto obtuve. Pero en todas partes me felicitaron muchos, mientras la vanagloria me sirvió de gula hasta que me desengañé del siguiente modo: Un día, después de la predicación sobre la Natividad de Marta, pregunté a uno, que parecía de los más inteligentes, sobre el sermón que tanto alababan, y me respondió:
—Muy bonito su sermón sobre las Almas del Purgatorio,
¡Y halda predicado sobre las glorías de Maria! En Allano quise conocer la opinión del párroco, persona de mucha piedad y doctrina, que se llamaba Den José Petate, y le rogué me manifestale su parecer respecto de mi sármon:
—Su discurso ha sido bastante bello, ordenado, expuesto con buen lenguaje, con pensamientos escriturales, y continuando así podrá tener éxito en la predicación,
—¿Y el pueblo lo habrá entendido?
—Poco; lo habremos entendido mi hermana- sacerdote, yo y muy
pocos más.
—Pero, ¿cómo no han entendido cosas tan fáciles?
—A usted le parecen fáciles; mas para el pueblo son demasiado elevadas. El tratar superficialmente o como de paso hechos de la Historia Sagrada y de la Historia Eclesiástica son cosas que el pueblo no entiende.
—¿Qué me aconseja que haga?
—No emplear el lenguaje y la urdimbre de los clásicos, hablar en dialecto donde se pueda, o también en lengua italiana, pero popa, larroente. En vez de razonamientos, abunde en los ejemplos, en las semejanzas, en los apólogos sencillos y prácticos y sus aplicaciones. Pero recuerde siempre que el pueblo entiende poco, y que las verdades de la fe nunca se le explican con suficiente claridad.
Este consejo paternal me sirvió de norma toda la vida. Para vergüenza mía, aún conservo aquellos sermones en los cuales no encuentro otra cosa que vanagloria y afectación. Dios misericordioso dispuso que recibiese aquella lección; lección fructuosa para la predicación, para la catequesis, para las instrucciones y para la redacción de mis escritos, ocupaciones a las cuales me dediqué desde entonces?'
Juan volvió poco después a Cinzano a casa de su querido arraigo. Éste, que disfrutaba de excelente salud, confió con alegre semblante a Juan su vivo presentimiento de que había de morir muy pronto; lo mismo dijo a su madre, mientras se disponía a volver al Seminario.
Al principio del nueve año escolar de 1838-39 ocupaba la cátedra de Teología el pfisimo sacerdote Juan Bautista Appendini de Villastellone, que durante tres años tuvo por discípulo a nuestra Santo. El clérigo Bosco fue nombrado sacristán de la capilla del Seminario; cargo de paca importancia, si se quiere, pero señal de benevolencia y confianza; y además, tenia asignados sesenta francos de paga, equivalente a la mitad de la pensión. El caritativo Don Cafasso proporcionaba lo restante.
Comollo, no obstante los presentimientos de su próximo fin. había reanudado decididamente los estudios. En el examen semestral obtuvo también el premia de sesenta liras; pero aunque demostraba la misma jovialidad y alegría en sus convérsaciones y en el recreo, Juan notaba un no sé qué de misterioso en su conducta. Veíalo, más de lo acostumbrado, atento en la oración y en todos los otros ejercicios de piedad, y acercarse con mayor frecuencia a la Sagrada Comunión. Alguna vez le oyó exclamar: "¡Oh, si pudiese, al salir de este mundo, oir del Señor un consolador : Ruge, .verve base et fide
;Ven, oh siervo bueno y fiel!" Su meditación ordinaria era sobre el infierno para concebir mayor odio al pecado.
Durante la Cuaresma (1839), se hicieron los acostumbrados ejercicios espirituales. Juan los hizo con sentimientos de la más viva devoción.
"En aquel ario —refiere él en sus Memorias— tuve la fortuna de conocer a uno de las más celosos ministros del santuario, que había
venido al Seminario para predicar los Ejercicios. Se presentó en la sacristía con aire alegre y bromeando; aunque sazonándolo todo so, pensamientos morales. Cuando observé su preparación para la Miss y su acción de gracias, el aspecto y el fervor en el modo de celebrarla., al punto me convencí de que se trataba de un digno ministro del Señor. Era el teólogo Juan Borel, de Turín. Cuando comenzó después a predicar y admiramos todos la popularidad, la viveza, la claridad y el fuego de caridad que aparecían en todas sus palabras, no cesabamos de repetir: "¡Es un santo:" En efecto, todos a. porfia acudíamos a confesarnos con él, a tratar con él de le. vocación, a pedirle algún recuerdo. Yo también quise hablarle de cosas del Fama, Finalmente le pregunté algún medio para conservar la vocación durante el curso y en especial en las vacaciones, y me dijo estas memorables palabras:
—Cc* el retiro y con Ta, frecuente comunión ce perfecciona y ocni, sarna /a vocación 3, so forma un verdadero ecZekiástico.
Los ejercicios espirituales del teólogo Borel hicieran época en el Seminario y varios años después aún se repetían las santas máximas que habla predicado en público o aconsejado en privado."
En la mañana del 25 de marzo, día de la Anunciación, al dirigirse Juan a la capilla, se encontró en el corredor a Luis, que lo estaba esperando para decirle que ¡todo había acabado para él! Mucho se sorprendió Juan, porque el día anterior habían paseado juntos mucho tiempo y lo había dejado en perfecta salud. El amigo añadió con voz conmovida :
—Me siento mal y lo que me aterra es que debo presentarme al gran juicio de Dios?
Juan le contestó que no se preocupase; que ésas eran cosas serias, pero lejanas todavía para él; que aun había mucho tiempo para prepararse. Dicho esto entraron en la iglesia-Luis oyó la Santa Misa; pero al fin, sorprendido por gran agotamiento de fuerzas, se le transportó a su habitación y se le puso en cama. En aquel momento, atestigua Don Giaeomelli, Juan dijo a sus compañeros que Comollo moriría de aquella enfermedad. En efecto, pareció que se reanimaba; todavía pasó dos días fuera de la cama, pero el Miércoles Santo por la tarde se acostó para no levantarse más.
El Venerable Don Miguel Reía, cuando comenzó a "trabajar a
medias" con Don Bosco. Nació en Turín el 9 de junio de 1817
Murió en la misma ciudad el 6 de abril de 1910.
Ei santo joven tenía un temor grandísimo al juicio de Dios- Más de quince veces repitió a Juan durante la enfer
medad:
—Debemos separarnos; se acerca el tiempo en que debo
Presentarme al tribunal de Dios.
La noche del Sábado Santo la pasó Juan junto al lado del lecho de su amigo. Hacia las nueve el enfermo tuvo un acceso que duró tres horas; después desapareció de él aquel aire de tristeza y de terror que días atrás mostraba por los juicios divinos y pareció completamente sereno y tranquilo. Juan le preguntó de qué provenía tal cambio.
A esta pregunta se mostró él un poco cohibido para responder; después, mirando a todas partes para asegurarse de que nadie le oiría, le refirió en voz baja que poco antes le había parecido encontrarse en un gran valle con un gran abismo en medio y con una turba de monstruos que intentaban empujarlo hacia aquella sima; que habiendo hecho la señal de la cruz, se habían apartado un poco, pero sin permitirle huir, cuando he aquí que llegaron muchos hombres armados para librarlo. Dirigióse después al pie de una montaña elevada, a la que sólo se podía subir por una escalera. Pero ésta tenía todos los escalones ocupados por grandes serpientes prontas para devorar a quienquiera que subiese por ella. Ya estaba él para sucumbir, cuando apareció la Virgen, que lo tomó por la mano diciendo: "Ven conmigo. ;Has trabajado en mi honor y me has invocado muchas veces; por tanto, es justo que recibas ahora la debida recompensa! Las comuniones hechas en mi honor te valen la liberación del peligro en que te ha puesto el enemigo de las almas." Y lo condujo hasta lo más alto de la escalera, a un jardín deliciosísimo, donde lo dejó con estas palabras: "Ahora estás en salvo. Mi escala es la que debe conducirte al Sumo Bien. ¡Ánimo, hijo mío, el tiempo es breve! Las flores, que son el bello ornamento de este jardín, las recogen los ángeles y con ellas tejen una corona de gloria para colocarte entre mis hijos en el reino de los Cielos."
Hace notar el Santo:
"Dígase lo que se quiera de dicha relación, el hecho fue que toca grande como habla sido antes su temor de comparecer ante Dios, fue después su deseo de que llegase aquel instante. Nada de tristeza ni melancolía en el semblante; antes bien, sonriente y jovial, quería cantar salones, himnos y piadosas alabanzas.
Espectáculo verdaderamente edificante y maravilloso fue su última comunión. Terminada la confesión y hecha la preparación para recibir el Santo Viático, cuando el Director, que era el ministro, seguido de los seminaristas, entraba en la enfermería, al comparecer ante el enfermo, éste, profundamente conmovido, cambia de color, muda de aspecto y lleno de santo traneporte, exclama:
—¡Oh hermosa vista, gozoso espectáculo!... ¡Mira cómo brilla el sol que Lo ilumina! ¡Cuántas hermosas estrellas forman su corona! ¡Cuántas le adoran postrados en tierra y no se atreven a levantar su frente inclinada! ¡Ah, deja que yo vaya a. postrarme con ellos y adore también aquel sol nunca visto!
Mientras decía tales cosas, quería incorporarse y con enérgicos eafuerzos trataba de acercarse al Sa.ntisimo Sacramento. Yo procuraba retenerlo en la cama; lágrimas de ternura y asombro brotaban de mis ojos y no sabía qué decir ni qué responderle. Pero él se esforzaba más y más por llegar hasta el Santo Viático y no se aquietó hasta que lo hubo recibido. Después de la comunión estuvo algún tiempo inmóvil, absorto enteramente en los más afectuosos sentimientos de amor a Jesús; después se renovaron sus transportes de gozo, a! renunciando durante un buen rato fervorosas jaculatorias. banalmente, en voz baja, me llamó y rue rogó que no le hablara sino de cosas espirituales, porque decía que eran demasiado preciosos loe alomas momentos que le quedaban de vida y debía emplearlos todos en glorificar a Dios; por eso no responderla si le preguntaban cosas distintas de armellas.
Como el enfermo parecía bastante postrado de fuerzas y con propensión al sueño, se le dejó descansar. Loa seminaristas celebraban las sagradas funciones de la Catedral. Después de un breve descanso :se despertó y, encontrándose solo conmigo, me dijo:
—Ya ha llegado, querido amigo, el instante en que debemos separarnos por algún tiempo. Pensábamos confortarnos en las vicisitudes de la vida, ayudarnos, aconsejarnos en todo aquello que hubiera podido facilitar nuestra eterna salvación. No estaba escrito así en los
santos y siempre adorables designios de Dios. Tú me has ayudado siempre
en las cosas espirituales, científicas y aun temporales, y ahora te lo agradezco. Dios te lo pague. Pero antes de separarnos, escucha algunos recuerdos de tu amigo. No se satisface la amistad sólo con hacer lo quo el amigo pide mientras, vive, siso también cumpliendo o que Tcoterocanaente se Mes prometido ejecutar después de la muerto. por eso el pacte !Me liemos hecho, con promesa obligatoria, de rogar el uno por el otro para podernos salvar, no quiero que se limite sólo a la muerte del uno o del otro, sino a la de loe dos; de modo que hasta que tus días acaben aquí abajo, prométeme que rezarás por mí.
Aunque al oir tales palabras me sentía inclinado a llorar, contuve las lagrimas y prometí, del modo que lo pidió, cuanto quena...
Por la tarde del dia. de Pascua, pareció tan postrado, que no podía pronunciar ni articular palabra alguna. En semejante estado, sin proferir una queja per lo atroz de sus dolores, pasó la noche y casi entero el día siguiente. A las siete de la noche del 1 de abril, como las cosas empeoraban, estimó oportuno el director espiritual administrarle la Extremaunción; y el enfermo, que poco antes parecía agonizante, se rehizo y contestó a todas las preces.. Al ver que el pulso se debilitaba cada vez 1111113, comprendí que se le acercaba el momento de abandonar el mundo, par lo cual le fui sugiriendo los pensamientos que en aquel trance Be me ocurrían. Y él, atenta a. lo que se le decía, con el semblante y los labios sonrientes, conservando su inalterable tranquilidad, fijos los ojos en el crucifijo, que estrechaba entre sus manos y contra el pecho, se esforzaba en repetir lee palabras que oía. Cerca de diez minutos antes de expirar, ene llamó por mi nombre y me dijo:
—Si'quieres algo para la eternidad... yo... adiós, me voy.. Jesús, .Tusé y María, en vuestras manos pongo el alma rola.
Pistas fueron sus últimas palabras. Después, no pudiendo pronunciar las jaculatorias que se le sugerían, por la rigidez de los labios y porque se le trababa la lengua, con ligeros movimientos de labios daba a entender que continuaba invocando al Señor y a su Santisima Madre.
Estaban presentes también los diáconos Don Sasal y Don Eiorito que le leían el "Proficlecere", terminado el cual y en el momento en que ae pronunciaban los saínes nombres de Jesús y María, siempre sereno y sonriente, con la sonrisa del que se sorprende a la vista de una maravillosa y alegre visión, sin movimiento alguno, fue su hermosa alma dulcemente separándose de su cuerpo, volando, enano piadosa. mente se espera, a reposar en la paz del Señor. Su feliz tránsito ocurrió a las Aquella noche el clérigo Vercellino, de Borgaro, en el momento en que Colmillo expiraba, Jo vio presentarse en el dormitorio diciendo: "¡Acabo de morir!"
Cuando se hizo de día y se esparció la voz de la muerte de Comalia, una gran consternación invadió el Seminario. Todos, sin embargo, para común consuelo, decían:
—¡A estas horas Compilo ya está en el Paraíso rogando por nosotros!
Y se afanaban a porfía por obtener algún objeto que le hubiese pertenecido y conservarlo en memoria de tan amado y venerado compañero. El rector del Seminario, movido taza-bien por las singulares circunstancias que acompañaron la muerte de Comalia, no pudiendo consentir que su cadáver fuese conducido al cementerio común, apenas fue de día marchó a Turín y obtuvo de las autoridades civiles y eclesiásticas autorización para que fuese sepultado en la iglesia de San Felipe, aneja al Seminario. Los funerales fueron soIemnísimos.
Apenas lo enterraron, se apareció por segunda vez, siendo testimonio de ello un dormitorio entero de seminaristas, y entre ellos nuestro Santo, por quien propiamente venia para cumplir un pacto: se habían prometido que quien primero muriera, vendría, permitiéndolo Dios, a dar noticias al otro. A la una de la madrugada Camello, en forma de una lucecilla, avanzaba en medio de un gran estruendo como de tempestad, y llamó a su amigo tres veces, diciendo:
—; Bosco! ¡Bosco! ¡BOSCO! ;Estoy salvo!
El terror de los seminaristas fue espantoso. Por muchos años se conservó en el Seminario la memoria de esta impresionante escena.
Él lo relata detalladamente en sus Memorias y termina así la narración del prodigioso suceso:
...q,,frj mucho y fue tal ml espanto, que en aquellas instantes hubiera
referido morir. Fue la primera vez que recuerdo haber tenido miedo. preferido
me originó una enfermedad que me llevó el borde de la tumba
y me dejó tan malparado de salud, que no pude recobrarla sino des-"pués de muchos años. Desaconsejaré siempre pactos de este género. Dios es omnipotente. Dios es misericordioso. Dios en su infinita misericordia generalmente no escucha eses pactos; pero permite a veces que se cumplan, como en el caso expuesto. La humanidad, flaca, sufre inmensamente al contacto con lo sobrenatural."
La amistad de Comalia ejerció su influencia, como era natural, en Don Bosco, y él lo reconoce, según se ha visto. Agradecido como era, quiso perpetuar la memoria de su virtuoso amigo, y uno de los primeros libros que salieron de su pluma fue precisamente la biografía del amigo.
El dolor por la pérdida del amigo y el espanto que le produjo su aparición perjudicaron notablemente la salud de Juan, ya debilitada por las largas vigilias. Al fin de junio, todavía delicado de salud, volvió a Castelnuovo. Como la familia Moglia deseaba que su hijo Jorge se hiciese sacerdote, Juan fue a su casa, se hizo cargo del joven y Io condujo consigo al "Stussambrino", donde lo tuvo durante todas las vacaciones, tratándolo como a un hermano, hasta el pinito de cederle el propio jergón, y dándole clase por tres meses todos los días. Se unieron a Jorge otros jovencitos de Castelnuovo para repasar la lengua latina. Con las cinco liras que recibía de la familia de dos de ellos se procuró el vestido.
El aire natal no favoreció gran cosa su salud; sin embargo de ello, al comienzo del año escolar de 1839-40 reanudó sus estudios, su oficio de sacristán en el Seminario y su vida ejemplar, estudiosa y jovial.
Pero su salud desmejoraba más y más. Ya hacía un año que padecía. Se vio obligado a guardar cama. Todos los alimentos le repugnaban, le atormentaba un insomnio pertinaz y los médicos lo desahuciaron. Llevaba un mes en el lecho. La madre, que no sabía nada de la desesperada situación de su hijo, fue un día a verlo llevándole una botella de vino generoso y un pan de mijo. Apenas introducida en la enfermería, conoció la gravedad del caso. Cuando se retiraba. quiso llevarse aquel pan, porque era muy pesado para el estómago;
pero Juan le rogó tanto que se lo dejara, que ella, aunque no sin resistirse, accedió. Cuando se vio solo, le entraron vivos deseos de comérselo y beberse el vino. Tomó un pedazo, que masticó poco a poco, y le pareció sabrosísimo. Entonces cortó una rebanada, después una segunda y así se lo comió todo. acompañándolo con aquel vino confortante. Después de esto se durmió con un sueño tan profundo que le duró dos días y una noche. Los superiores del Seminario creyeron que aquel sueño era el presagio de su muerte; pero, al despertarse, estaba curado. De esta enfermedad le quedaron algunas reliquias, que sólo desaparecieron después de diversas vicisitudes.
Aquel año tuvo que ir a casa varias veces, a causa de su mal estado de salud; pero el 25 de marzo de 1840. domingo de "Lactare", pudo recibir la tonsura con las cuatro órdenes Menores en la iglesia del Arzobispado de Turín.
Entonces fue cuando, visitando en casa de los Moglia a la señora Dorotea, que estaba llena de aprensión por su poca salud, le predijo que llegaría a los noventa años. En efecto, la enferma curó y puso toda su confianza en esta promesa; de modo que algunas veces que se sintió enferma y de modo grave, no quiso tomar los remedios prescritos por los médicos, porque decía:
—;Don Bosco me ha asegurado que viviré hasta los noventa años!
Sobrevivió a Don Bosco mismo, y todas los días se encomendaba a él, segurísima de que la oiría en el Cielo, hasta que, teniendo sobre el pecho el retrato del hombre de Dios, tan amado de ella, expiró a la edad de noventa y un años.
A fines de aquel año escolar faltó poco para que Juan dejase de existir. Dice él mismo:
"Todavia me encontraba en el Seminario de Cbieri. Era el último día, y durante él los clérigos debían marchar a sus casas. Llovía. y yo estaba asomado a la ventana observando el cielo amenazador. Cuando he aquí qua con un fragor terrible, cae un rayo sobre el marco de la ventana en que estaba yo apoyado. Loe ladrillos arrancados por el rayo
fueron lanzados contra mi estómago y cal desvanecido en tierra en medio de la habitación. Las compañeros que acudieron me creyeron muerto; me acostaron, me rociaron la cara; recobré el sentido, sonreí y salté de la cama."
Se le ocurrió entonces intentar una cosa que en aquel tiempo muy raras veces se conseguía: hacer un curso en las vacaciones. Obtenida la aprobación del teólogo Cinzano, se presentó solo al arzobispo Fransoni, pidiéndole autorización para estudiar loe tratados del cuarto año en aquellas vacaciones, y así concluir el quinquenio en el curso siguiente de 1840-41. Aducía como razón su avanzada edad de veinticuatro años cumplidos. Aquel santo prelado le concedió el favor solicitado. De este modo, Juan, bajo la guía del teólogo Cinzano, hizo una preparación tal, que el Vicario encargado de examinarlo quedó asombrado. Éste, al ver que Juan respondía admirablemente a sus múltiples preguntas y objeciones, aunque ya conocía cuánto valía, llamó a los otros jóvenes clérigos para que fueran testigos de aquel portento, y continuó en su presencia el maravilloso examen.
Mientras tanto Juan proseguía dando clase de latín. Entre los que procedentes de aquellas cercanías recibieron sus lecciones, se encontraba el joven Juan Bautista Bertagma, que fue después el notabilísimo teólogo y maestro de Moral en el colegio de San Francisco de Asís y obispo auxiliar de Turín.
No descuidaba la predicación. El 26 de julio predicó el sermón de Santa Ana en Aramengo. Nosotros conservamos el precioso manuscrito en los archivos. El 24 de agosto, casi de improviso, tuvo que predicar por San Bartolomé en Castelnuovo mismo.
Acercándose septiembre, recibió aviso de prepararse para recibir el sagrado orden del Subdiaconado. He aquí cómo él mismo habla en sus Memorias de este decisivo acontecimiento de su vida:
* I‘le bastando mi parte de herencia paterna para formarme el pa-domino eclesiástico requerido, rol hermano José me cedió lo poco que poseía. En las Ordenaciones de las cuatro Témporas de otoño fui admitido al Subdiaconado. Ahora que conozco las virtudes que se requieren para aquel importantísimo paso, estoy convencido de que no estaba bastante preparado; pero como no tenia quien se cuidase directamente de mi vocación, tomé consejo de Don Cafa.sso, el cual me dijo que siguiese adelante y confiase en su palabra. En los diez días de ejercicios espirituales que practiqué en la Casa de la Misión de Turin Idee la confesión general, a fin de que el confesor pudiese tener una idea clara de mi conciencia y darme los oportunos consejos. Deseaba terminar mis estudios, pero temblaba ante la idea de ligarme por toda la vida; por eso no quise tomar una resolución definitiva, sino después de obtener eI pleno consentimiento del confesor. Desde entonces puso el mayor empeño en practicar el consejo del teólogo Horel: "Con el retiro y la frecuente comunión se conserva y se perfecciona
la vocación."
El primer domingo de octubre el nuevo subdiácono dirigióae a predicar sobre el Rosario en Avigliana, patria de su amigo Giacomelli. Antes de ponerse en viaje fue a saludar a Don Cinzano, que lo despidió con una frase escritura] que se le hizo familiar cuando, al oirlo predicar, vio su aptitud para el sagrado ministerio y su actividad incansable: in omnem terrena erivit sones eorum et in fines orbis terrat verba eorum.
Vuelto al Seminario fue incluido entre los estudiantes del quinto y último año del curso teológico, y hasta por su con. dueta ejemplar y provecho en los estudios, fue nombrad( "prefecto", esto es, director de otros clérigos y responsable de la conducta de éstos. En los exámenes acostumbrados a principio del año obtuvo como siempre un "óptima".
Una pequeña humillación, sin embargo, le preparaba e Señor antes de dejar el Seminario. En el segundo examer que hizo el 1.7 de febrero de 1841 consiguió solamente "feri óPtime". Lo examinaba el teólogo doctor Don Lorenzo Gas
taldi, que le interrogó sobre un punto que no tenía presente; sin descomponerse, improvisó y urdió un canon del Concilio de Trento con las frases que se Ie ocurrieron.
—¿Lo dice así el Concilio? —preguntó el señor Gastaldi maravillado de tanta audacia.
El subdiácono se echó a reir, haciendo reir también al examinador.
Por Sitientes de 1841, esto es, el sábado anterior al Domingo de Pasión, fue promovido al Diaconado; el 15 de mayo se examinó para la última ordenación, obteniendo un "plus quam óptimo". Era costumbre antigua en el Seminario de Chieri que los superiores, al fin de cada año escolar, se reuniesen en consejo para examinar la conducta de todos los seminaristas y someterla a un detenido escrutinio, del cual se tomaba nota y se archivaba. En los registros de la Curia de Turín, donde se conserva la relación de los clérigos del año de 1841, en la sección de "Observaciones", al lado del nombre de Juan Bosco, se lee esta nota: Celoso y de e.rito seguro.
Hombre de sensibilidad fina y profunda, el día que definitivamente dejó el Seminario fue para él un día de tristeza. "Los superiores me amaban —escribe— y me dieron constantes pruebas de benevolencia. Tenia mucho afecto a mis compañeros. Se puede decir que yo vivía para ellos y ellos vivían para mí. Por esto me fue dolorosísima aquella separación de cm lugar en donde había vivido seis años y recibido educación, ciencia, espíritu eclesiástico y todas cuantas demos- 1 traciones de bondad y afecto pueden desearse."
El 26 de mayo, fiesta de San Felipe Neri, fue a Turín para comenzar los ejercicios espirituales en la Caaa de los Señores de la Misión. "Los hizo de manera edificante —afirraa Don Giacomelli—; sentase íntimamente penetrado de las palabras del Señor que oía en los sermones y especial
mente de aquellas expresiones que indicaban la gran dignidad que dentro de poco iba a recibir: ",4 Quién subirá al monte del señor o quién estará en su santuario? ¿Quién podrá llamarse digno de ser ministro de Dios y tratar sus sacrosantos y tremendos misterios?" Y el clérigo Bosco, hablando con sus confidentes, se mostraba penetrado de la respuesta del Salmista a la mencionada interrogación: "El que tiene puras las manos y limpio el corazón y no ha recibido en vano tu alma, haciéndola servir a Dios y no a las pasiones... Éste tendrá la bendición del Señor y la misericordia de Dios su Salvador" (1).
En su precioso cuaderno-diario hemos tenido la fortuna de leer los propósitos que hizo al disponerse para la ordenación sacerdotal.
"Conclusiones de los Ejercicios que he hecho para prepararme a celebrar mi primera Santa Misa. El sacerdote no va solo al Cielo ni va solo al infierno. Si obra bien, irá al Cielo con las almas que haya saltado; si obra mal, si da escándalo, irá a ta pordicidn con las almas condenadas por su escándalo. Por tanto, pondré todo mi empello en observar las siguientes resoluciones:
1. No pasear nunca, a no ser por necesidad grave, visitas a enfermos, etc.
2. Ocupar rigurosamente bien el tiempo.
3. Padecer, hacer, humillarse en todo y siempre, cuando se trata de catear almas.
4. La caridad y lo, dulzura de han Francisco de Sales me han de guiar e14 todas das cosas.
5. Siempre inc mostraré contento del alimento que ?rae presenten, a no ser que sea nocivo para la salud
6. Beberé vino aguado y sólo como remedio; es decir, solamente cuando y cuanto lo ezija la salud.
7. El trabajo es un arma poderosa contra los enemigos del alma; Po?' eso no daré al cuerpo más de cinco horas de miedo cada noche. Durante el dio, especialmente después de la comida, no tomaré descanso alguno, salvo caso de enfermedad.
8. Cada ella dedicaré algún tiempo a la meditación y a la lectura espiritual. Durante el día haré alguna breve visita o ca menos haré 21,4 poco de oración al Santísimo Sacramento. Emplearé siquiera un cuarto] de hora en la acción de gracias después de la Santa Misa.
9. No tendré nunca conversaciones con mujeres, juera del caso de oiríaw en confesión o de alguna otra necesidad ~ova."
En sus Memorias encontrarnos estas otras noticias: '
"El día de mi ordenación era la vigilia de la Santísima Trinidad, 5 de junio, y la hizo el Arzobispo, Monseñor Luis Fransoni, en el palacio episcopal_ Mi primera Misa la celebré en la iglesia de San Francisco de Asís, en la cual era superior de la comunidad Don José Cafasso, mi insigne director y bienhechor. Me esperaban con ansia en mi pueblo, en donde hacia muchos años que no se había celebrado una Primera Misa; pero preferí celebrarla en Turín, sin ruido, en el altar del Ángel Custodio que se encuentra en esta Iglesia, en la parte del Evangelio. En aquel día, la Iglesia Universal celebraba la fiesta de la Santísima Trinidad; la archidiócesis de Turín, la del Milagro del Santi. almo Sacramento; la iglesia de San Francisco, la fiesta de Nuestra Sedera de las Gracias, allí honrada desde tiempo antiquísimo. Puedo llamar aquel día el más hermoso de mi vicia. En el Memento de aquella memorable Misa procuré hacer devota mención de todos mis profesores, bienhechores espirituales y temporales y singularmente del llorado Don Caloaso, a quien siempre he recordado como grande e insigne bienhechor. Es piadosa creencia que el Señor concede infaliblemente la gracia que el nuevo sacerdote le pide celebrando la Primera Misa; yo pedí ardientemente "la eficacia de la palabra, para poder hacer bien a las almas. Me parece que el Señor escuchó mi humilde plegaria."
Don Bosco, por humildad, dice "me parece", pero verán los lectores cómo obtuvo con maravillosa abundancia la gracia solicitada. Con mucha frecuencia, una simple palabra suya obraba portentos, mudando instantáneamente las voluntades y suscitando extraordinarias vocaciones religiosas.
Mas, ¿cómo podía ser de otro modo, si, además del intrínseco infinito valor del incruento Sacrificio, y con la ayuda de la gracia necesaria para la sublime misión que le fue ordenada por el mismo Divino Redentor, había celebrado la Primera Misa con aquel ardor de fe, de esperanza y de cari
dad que sólo se alberga en los corazones más estrechamente
idos a. Dios? Prueba esplendorosa de ello es el amor de serafín con que continuó celebrándola hasta el fin de su vida. La 'edificante impresión que en ella se recibía era tal, que nunca más se borraba. Adondequiera que fuese, aun fuera de Italia, el saber la hora y el lugar donde Don Bosco celebraba era bastante para reunir gente en torno de su altar, y cuando acababa la Misa: "i Es un Santo, es un Santo!" —repetían en voz baja.
El lunes, después de la Trinidad, fue a celebrar la segunda Misa en la Consolata "para agradecer, como él escribe, a la Santísima Virgen los innumerables favores que le había alcanzado de su Divino Hijo Jesús".
"El martes —continúa— me dirigí a Chieri y celebré Misa en la iglesia de Santo Domingo, donde todavía estaba ml antiguo profesor, Don Ciusiana, que con paternal afecto me esperaba. Con él permanecí todo aquel dia, que puedo llamar de Paraíso.
El miércoles ofrecí el Santo Sacrificio en la Catedral de aquella ciudad.
El jueves, solemnidad del "Corpus Christia cumplí con mis paisanos y fui a Castelnuovo, donde canté Misa y presidí la procesión de aquella fiesta. El párroco quiso invitar a comer a mis parientes, al clero y a los principales de la población. Todos tomaron parte en aquella fiesta, porque yo era muy querido de mis conciudadanos y todos gozaban haciéndome todo el bien que podían. Por la tarde fui a mi casa. Pero cuando estuve cerca de ella y vi el lugar donde habla tenido el sueño de mis nueve años, no pude contener las lágrimas y dije: "¡Qué maravillosos son los designios de la Divina Providencia! Verdaderamente Dios ha sacado de la tierra a un pobre nifio para colocarlo con loa principales de su pueblo."
Mi madre en aquel día, estando solos, me dijo estas memorables palabras:
—Eres sacerdote; dices Misa; desde ahora ya estás más cerca de Jesucristo. Recuerda, sin embargo, que comenzar a decir Misa quiere decir empezar a padecer. No lo advertirás inmediatamente; pero poco a Poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura de que
todos los días rezaras por mi, esté viva o muerta; esto me ba-sta, En adelante, piensa solamente en la salud de las almas y no te preocupes de mi."
¡Santa y generosa madre, que había hecho milagros, como refería el teólogo Cinzano, de sacrificios, de privaciones, de paciencia, de humillaciones, para ayudar a su hijo a hacerse sacerdote! ¡De cuántas maneras la recompensó el Señor por haberle celosamente custodiado el sagrado depó_ sito que le había entregado en la persona de su Juan! Pero el premio de mayor estima para ella será ver agigantarse en el corazón de su hijo las virtudes, cuya semilla sembró ella ; leer en su mirada la paz exuberante de la conciencia; admirarlo constantemente dispuesto a promover la gloria de Dios; tocar con la mano la visible y continua protección de la Divina Providencia en sus empresas; contemplarlo siempre ansioso de destruir el pecado y salvar las almas; verlo de continuo lleno de aquel gozo que procede de la idea de la presencia de Dios, al cual alude e] Real Profeta cuando dice: "Cantaré al Señor mientras viva; cantaré himnos a mi. Dios mientras exista. Séale acepto mi poema; en cuanto a mí, mi gozo estará en el Señor. Desaparezcan de la tierra los pecadores y no existan ya mits los impíos. Bendice, aima mía, al Señor" (1).
(1) Salmo CHI, 03-35.
Lion Carlos Okivarelio, ingeniero. Fue a primer "Consejero de la Congregación. inventó una fresadora que por s años se la consideró como un modelo en su género y
' aparatos eléctricos. Nació en Pino Torinese en 1899 y mu
rió ea Son Benigno Canavese ea 1913.
Rvdo. don Celestino Durando, doctor en Filosofía y Letras. Nació en Far4gliano en 1840 y -murió en Turín en 1907. Fue el primer Consejero Escolástico de la Congregación. Buen filósofo, compilen un Diccionario latino-italiano e italiano-latino.
¡Juan Bosco es sacerdote! El pastorcillo de "Becchi" ha llegado a la meta suspirada; sus votos se han cumplido; el ideal de su vida ha sido logrado; el objeto principal de su celo de sacerdote será la juventud pobre y desamparada. >ssta es su misión.
mismo nos indica el fin que se propuso con este apostolado: "Cuando me dediqué a esta parte del sagrado ministerio me propuse consagrar todas mis fatigas a la mayor gloria de Dios y en bien de las almas; pensé en formar buenos ciudadanos en esta tierra, para que un día fuesen dignos habitantes del Cielo." Un fin tan noble no podía menos de atraerle la admiración de los hombres y las bendiciones de Dios.
Los primeros meses ele sacerdocio los pasó en Castelnuovo, ayudando como coadjutor a su párroco.
"Pera mi delicia —escribe— era enseñar el Catecismo a los niños, entretenerme con ellos, hablar can ellos. Con frecuencia venían de Murialdc a visitarme; cuando iba a mi casa me rodeaban todos. Los de la región comenzaron a hacerse compañeros y amigos mies. Cuando Salía de la casa parroquia' me acompañaba una bandada de niflos; dondequiera que fuese, me rodeaban y hacían fiesta inda amiguitos."
Propagador incansable de la divina palabra, le invitaron a fines de octubre a hacer el panegírico de San Benigno, en Lavria.no.
"Acepté de buen grado —escribe él—, pues aquél era el puebla natal de mi amigo y colega Don Juan Grassino, después párroco de Scalenghe. Deseaba honrar aquella solemnidad y por eso preparé y escribl mi sermón en lenguaje popular, pero elegante; lo estudié bien, persuadido de que gustaría, Pero Dios quiso dar una terrible Incoas', a mi vanagloria."
Tuvo que servirse de un caballo para llegar a tiempo; pero el animal, espantado por una bandada de pájaros, lo tiró por tierra sobre un montón de piedras machacadas. Acu
dió en su auxilio un buen hombre desde una colina cercana y lo llevó a su casa.
Después de reponerse un poco Don Bosco, le preguntó quién era.
—Está usted en la colina de Bersano, en casa de Juan Calosso, apodado "Escarcha", su humilde servidor. Yo tan. bien he viajado y he necesitado de los demás. ¡Oh, cuántas cosas me han ocurrido yendo a las ferias y a Ios mercados!... Escuche una: Hace varios años, en otoño, fui a Asti con mi borriquillo a hacer provisiones para el invierno. A la vuelta, cuando llegué al valle de 2vturialda, mi pobre animal, bastante cargado, cayó en un barrizal y se quedó atascado en medio del camino. Fueron inútiles mis esfuerzos para levantarlo. Era medianoche, el tiempo estaba muy oscuro y lluvioso. Como no sabía qué hacer, me puse a gritar pidiendo auxilio. Después de algunos minutos me respondieron del caserío cercano. Vinieron un clérigo, su hermana, con otros
dos hombres llevando teas encendidas, Me ayudaron a descargar el borriquillo, lo sacaron del fango y me llevaron a
mi y las provisiones a su casa. Yo estaba medio muerto y mi carga completamente enlodada. Me limpiaron y me confortaron con una buena cena, y después me proporcionaron una cama, muy blanda por cierto. Por la mañana, antes de mar
char, quise darles una retribución, como era natural, pero el clérigo la rehusó diciendo:
—;Puede ocurrir que mañana nosotros tengamos necesidad de usted!
„Al dr aquellas palabras --continúa Don Boom— me sentí cono-gide basta, basta el punto de que el otro notó mis lágrimas.
li¡d ¿Se siente mal? —me preguntó.
eapondl—, me agrada tanto esta narración que me con
taueve.
_isi yo supiese qué podía hacer por aquella buena familia! ¡Qué buena gente!
llamaba? llamada "Bosehetti". Pero, ¿por qué
se Mi-tlamestórm muestra e arn
tanls Bosco, vulgarmente
conmovido? ¿Conoce usted a aquella familia? ¿Vive? ¿Bata bien aquel clérigo?
—Aquel clérigo, amigo mío, es este sacerdote, al cual usted ha recompensado mil veces por cuanto hizo por usted. Es el mismo que ha baldo usted a su casa y ha colocado en esta cama...
Cualquiera puede figurarse el asombro y la complacencia de aquel buen cristiano, como también nal asombro y complacencia porque Dice, en la desgracia, me habla puesto en manos de tal amigo. Su mujer, su hermana, otros parientes y amigos se alegraron muchísimo al saber que les hablan traído a casa a aquél de quien tantas veces hablan oído hablan No hubo atención y obsequio que no me prodigaran. Llegó a poco el médico, vio que no habla rotura y asi, en pocos días, en el mismo caballo, que ya se habla encontrado, pude ponerme en camino de mi pueblo. Juan Calcase me acompañó hasta rasa y mientras vivió conservarnos siempre afectuosos recuerdos de amistad.
Después de este aviso —concluye humildemente—, tomé la firme resolución de preparar en adelante mis sermonee sólo a la mayor gloria de Dios y ro para ser tenido por docto y letrado.
No fue ésta la única aventura de aquellas vacaciones. A mediados de octubre dirigióse en compañía de un buen jovencito a visitar a su antiguo maestro Don Lacqua, que entonces se encontraba en Panano. Pero caminando, ya bien entrada la noche, se extraviaron en un extensa bosque, al mismo tiempo que se desencadenaba un furioso temporal. ¿Qué hacer? Se detuvieron un poco en un punto en donde creyeron que podrían cobijarse; pero al ver que el mal tiempo arreciaba, después de rezar una oración a María Santísima, dijo al compañero:
—Sigamos esta dirección; a alguna parte saldremos!
Así lo hicieron y en breve distinguieron una luz. Aceleraron el paso y no tardaron en ver a varias personas que trabajaban en un horno; pero aquella gente, apenas los vie. ron, dejándolo todo, huyeron a su casa y se encerraron espantados. A fuerza de muchos ruegos de Don Bosco abrieron la puerta, pero sólo para atisbar; había allí hombres armados que, bruscamente, le preguntaron quiénes eran y a dónde iban. Tranquilizados por Don Bosco, y al preguntarles por qué habían mostrado tanto miedo, dijeron que por los contornos vagaban asesinos que la noche anterior habían coma tido un homicidio; que los gendarmes estaban dando una batida por el campo en busca de los delincuentes y hasta entonces no los habían encontrado.
Les rogó Don Bosco que los acompañaran a Ponzano: pero ellos le dijeron que estaba muy lejos. Les pidió por caridad que les prestasen algún vestido, porque no había un solo hilo del suyo que no gotease, y se excusaron diciendo que eran pobres; pero los acompañaron a casa del dueño del cercano castillo, un tal señor Moioglio.
Este, que era un viejecito chapado a la antigua, todo corazón y caridad, hospedó a Don Bosco y al joven en su casa, dispensándoles la más amable acogida. Al día siguiente siguió Don Bosco hacia Ponzano, donde volvió a ver, con el gozo que se supone, al anciano maestro y a la señora Mariana, que continuaba prestando servicio al venerable sacerdote.
Al final de las vacaciones ofrecieron tres empleos a Don Bosco. El primero, de preceptor en una familia de señores genoveses con el sueldo de mil liras anuales (1). Pero la buena Margarita, pensando que detrás de las cortinas de seda no reina siempre la inocencia de costumbres, respondió:
(1) Mil liras era entonces una suma muy respetable.
hijo en casa de señores?... ¿Qué haría él con mil liras, qué haría yo, qué haría su hermano, si Juan perdiese
después su alma?
Le propusieron también el oficio de capellán en el caserío de Murialdo, con aumento de la retribución que se acostumbraba dar hasta entonces; porque a quella buena gente había declarado que estaba dispuesta a duplicarle el estipendio, con tal de tenerlo como maestro de sus hijos.
Finalmente le ofrecieron el cargo de vicario en Castelnuovo, donde era muy amado de sus paisanos, especialmente de Don Cinzano.
Como se trataba de resolver un asunto de mucha importancia, el siervo de Dios marchó a Turín para pedir consejo a Don Cafasso, a fin de conocer mejor la voluntad del Señor. El santo sacerdote escuchó las propuestas, la insistencia de parientes y amigos, su buena voluntad de consagrarse por entero a la labor evangélica, y sin vacilar un instante le dijo:
—Usted tiene necesidad de estudiar más a fondo la Moral y la predicación; renuncie por ahora a toda clase de propuestas u ofrecimientos y véngase al Colegio Eclesiástico.
El Colegio Eclesiástico de que hablaba Don Cafasso fue fundado en 1820 por un dignísimo sacerdote, el teólogo Luis Guala, de quien ya hemos hecho mención, y se hallaba instalado en la iglesia de San Francisco de Asís. Inmenso fue el bien que Don Luis Guala procuró a las diócesis del Piamonte, y en especial a la de Turín, con tal fundación.
En 1841 el brazo derecho del teólogo Guata era precisamente Don Cafasso, suplente suyo en las conferencias morales y después su sucesor. Hombre de virtud a toda prueba, de prodigiosa serenidad, de sensatez y prudencia admirables, de eximia piedad, a un mismo tiempo acendrada y humilde, cooperó eficazmente a formar un clero docto y ejemplar. Una mina valiosa se ocultaba también en el teólogo Don Félix Golzio, entonces simple alumno del Colegio Ecleelástico; su vida retirada no le valió gran renombre, pero con su trabajo incesante, su humildad y el tesoro de su
profunda ciencia ayudaba mucho a Don Guala y a Don Ca. fasso, que Io estimaban y amaban en gran manera.
Don Bosco, pues, fue invitado a ingresar en la escuela de estos ejemplares sacerdotes e insignes maestros; mas acertado no podía ser el ofrecimiento. El Siervo de Dios re_ nunció al punto a todo empleo lucrativo, y aun a la santa satisfacción que le inclinaba a ocuparse muy pronto en la educación de los jovencitos de su pueblo, y se decidió a entrar en el Colegio Eclesiástico. En efecto, el 3 de noviembre de 1841, después de celebrar la Misa en Castelnuovo, se ponía en marcha para Turín.
El Colegio Eclesiástico no era un reclusorio ni en él se hacía vida de ermitaño; estaba abierto a todos los horizontes del ministerio sacerdotal.
Con su ingreso en él, aquel misterioso ardor que lo impulsaba a cuidarse de la juventud se encendió en él aún más a la vista de la miseria y del abandono en que se encontraban tantos jóvenes de la capital del Piamonte. El tiempo libre de los estudios eclesiásticos dedicábalo a estudiar el ambiente social. Con ese su profundo sentido psicológico y social se dio pronto cuenta de las graves necesidades y de los enormes problemas que se estaban gestando en una sociedad que marchaba a marchas forzadas hacia la industrialización e intuyó que para remediarlos habría que dedicar preferente atención a la educación del obrero y de las clases populares.
Cuando pasaba cerca de tiendas y fábricas, veía con bastante frecuencia sonrisas equivocas y oía inconvenientes canciones, imprecaciones y aullidos, y entre las voces de los adultos, las de aquellos infelices jovencitos. A cada paso tropezaba con niños apenas cubiertos de harapos, a quienes sus padres, por negligencia, por haraganería o por vicio, abandonaban por las calles, acostumbrándolos a la mendicidad y al ocio para ahorrarse el gasto de suministrarles el pan. Más frecuentemente aún se encontraba con grupos de muchachos ociosos, burlones y provocativos, que llevaban grabada en la frente la marca de la depravación.
Además, el teólogo Guala solía todas las semanas enviar ¡los presos, especialmente a los del "Correccional", tabaco, ,ten y aun dinero, y para este caritativo oficio se valía de los jóvenes sacerdotes que iban allí a enseñar el Catecismo. kgregado Don Cafasso hacía varios años a la Compañía de la Misericordia, era uno de los ocho cofrades elegidos para visitar las cárceles y atender a los pobres presos en sus necesidades espirituales y temporales; puede decirse que las cárceles eran su centro y los presos, sus hijos. Deseoso de que el nuevo discípulo y paisano se le uniese en el vasto campo de sus fatigas, lo condujo a las cárceles.
¡Qué sentimiento de espanto y compasión juntamente experimentó Don Bosco! Le horrorizó la vista de aquella turba de jóvenes de doce a dieciocho años, sanos, robustos, de inteligencia despierta, que vivían desocupados, faltos del pan espiritual y temporal, expiando con una triste reclusión, y aún más, con los remordimientos y la desesperanza, las culpas de una precoz depravación. Comprendió claramente que toda eso se hubiera podido "prevenir" con una educación a tiempo. ¡Y cuáles —escribe él— no fueron mi sorpresa y mi asombro, cuando supe que muchos de ellos salían con el firme propósito de hacer mejor vida, y otra vez eran conducidos al lugar del castigo, del cual pocos días antes habían salido!" Comprendió también la necesidad de una asistencia posterior. "En aquellas ocasiones me convencí de que algunos volvían a la prisión porque quedaban abandonados a sí mismos. ¿Quién sabe —decía para mi—, si estos muchachos tuviesen fuera un amigo que se cuidase de ellos, los asistiese e instruyese en la religión los días festivos, ¿no se lograría alejarlos de la ruina, o al menos, disminuir el número de los que vuelven a la cárcel? Comuniqué este pensamiento a Don Cafasso y con su consejo y sus luces me Puse a estudiar el modo de efectuarlo, poniéndolo todo en
manos de Dios, sin el cual son vanos todos los esfuerzos de los hombres."
Al mismo tiempo, el generoso teólogo Guala, sirviéndose también de los sacerdotes alumnos, socorría periódicamente a numerosas personas y familias que vivían en grande necesidad. También fue encargado de este oficio el joven sacerdote de Castelnuovo. Así tuvo también ante sus ojos otro cuadro de humanas miserias, que lo confirmó aún más en el propósito de dedicarse a la salvación de los muchachos desamparados.
Pero el Señor quería revelar a su Siervo otro espectáculo todavía más triste. En los primeros meses de su estancia en Turín Don Bosco se encontró un día con San José Cottolengo, el cual, mirándolo fijamente y haciéndole algunas preguntas, le dijo:
—Tiene usted cara de buena persona; venga a trabajar a la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que el trabajo no faltará.
Don Bosco le besó la mano, se lo prometió y pocos días después fue a Valdocca. La piadosa Obra de Cottolengo era ya colosal en aquellos tiempos.
Al entrar en aquella morada del dolor y de la caridad cristiana, leyó en la puerta las palabras que explicaban el secreto de tantos milagros: Caritas Christi urget nos!; y arrodillándose ante la imagen de María Santísima, colocada en la antecámara de corredores, profundamente conmovido, derramó lágrimas al leer bajo el arco: Infirmus eram et sitatia me. Rogó, pues, que le presentaran al Santo Fundador. El canónigo Cottolengo lo acogió con cariño y le hizo visitar los grandes locales de la casa; por todas partes se respiraba fervor y caridad. También allí se entristeció Don Bosco a la vista de tantos jóvenes que precozmente marchaban a la tumba empujados por hábitos viciosos. Allí comprendió que también mucho de eso podía "prevenirse".
Después de aquella detenida visita, Cottolengo, tocando y
LA CIUDAD DE TURIN EN EL 1860
SE RALLAN SEÑALADOS LOS LUGARES DONDE ESTUVO EML ORATORIO ANTES DE LLEGAR A Si: META pLAEAD° E
r.
1 - La iglesia de San Francisco de Asís', donde el dio 8 de diciembre de 1841 empezó Don Bosco la obra de los Oratorios con el muchachito Bartolomé Garelli.
8 - El "Refugio" de la Marquesa Barolo, a donde fue trasladada el Oratorio en octubre de 1844.
5 - San Pedro "in Vinculis", donde el Oratorio se reunió una sola vez, el domingo, 55 de mago de 1845.
4-Los "Molassi" o Molinos Dora, donde colina reunirse los muchachos del Oratorio en el otoño de 1845.
5 - La casa Morella, donde estuvo el Oratorio desde el mes de diciembre de 1845 hasta el final de febrero del 1846.
5 - Pi prado Filippi, última etapa del Oratorio en marzo de 1846.
7-El Oratorio en el cobertizo Pinardi
(12 de abril de 1846), primer lugar esta
ble de le Casa Madre de los Salesianos. E" .] .s 7 u pueden ver los pabellones levantados per Don Hosco dende 1851 el I557: °)A i izquierda la capils Ce S. Francisco de Sales. b) A le derecha el pabellSa destinado a ...a., has, la habltauna cc Den Boa.. e) E, la parte inferior. las .1aa para el.. diurnas.
apretando entre sus dedos las mangas de la sotana del joven sacerdote, le dijo:
—Pero usted usa un paño demasiado sutil y ligero. Procúrese uno que sea bien fuerte y consistente, para que los muchachos se le puedan agarrar sin rompérselo... ¡Vendrá un tiempo en que le tirará de él mucha gente!
Tanto amor y tanta compasión por la juventud no tardaron mucho en revelarse; los mismos jóvenes lo advirtieron y pronto empezaron a estrecharse espontáneamente en torno de él. "El señor Don Cafasso —indica el mismo Don Bosco—hacia ya varios años que, en el verano, todos los domingos enseñaba el Catecismo a los muchachos albañiles en una salita aneja a la sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís. La multitud de ocupaciones de este sacerdote le obligaron a interrumpir un ejercicio para él tan grato. Yo lo reanudé a fines de 1841."
Habla decidido dar comienzo a una obra en favor de los pobres y abandonados, para lo cual esperaba sólo el momento fijado por el Señor, enteramente resuelto a secundar generosamente su santa voluntad. En efecto, consultándolo con Dios en persistente y fervorosa oración, se presentó al señor Arzobispo, a fin de entenderse con él para asegurarse mejor de la voluntad divina y obviar las dificultades que más tarde pudieran presentarse. Monseñor Fransoni, oído el proyecto de los "Oratorios Festivos", le dio al punto amplia aprobación y su bendición pastoral.
De vuelta en el Colegio, hallábase todavía preocupado por saber cuándo y cómo daría principio a la obra, cuando un hecho inesperado le abrió el camino de ella. La narración auténtica de Don Bosco es la siguiente:
"El ella solemne de la Inmaculada Concepción de Marfa (8 de di• siembre de 1841), a la hora señalada, estaba ya para revestirme cor 1'3 sagrados ornamentos y celebrar la Santa Misa. El sacristán Jos/
Comotti, al ver a un muchacho en un rincón, lo invitó para anidarme a celebrar el Santo Sacrificio.
— No sé —respondió aquél mortificado.
— Ven —replicó el otro—; has de ayudar a Misa.
— No sé —insistió el muchacho—; nunca lo he hecho.
—Eres un animal —dijo el sacristán enfurecido—; si no sabes ayudar a Misa, ¿a qué vienes a la sacristía?
Y sal diciendo toma el mango del sacudidor y la emprende a aplaca sobre los hombros y la cabeza, de aquel pobrecillo, quien echó a corren
— ¿Qué hace usted —dije en alta voz—; ¿por qué le pega de esa manera a ese joven? ¿Qué ha hecho?
— ¿Por qué viene a la sacristía, si no sabe ayudar a Misa? —Usted ha procedido mal.
—Pero a usted, ¿qué le importa?
—Mucho ene importa; es amigo mío; llámelo al instante, tengo que hablar con él.
—/Tud-erl... ¡heder! (1) (¡Rapaz!... ¡rapaz!) —dijo llamándolo. Corrió tras él, asegurándole que no lo maltratarla, y me lo trajo. El chico se aproximó temblando y lloroso por los golpes recibidos. —¿Has oído ya Misa? —le pregunté con toda la afabilidad que me
fue posible.
—No —respondió.
—Ven, pues, a oírla; después te hablaré de un asunto que te gustará.
Me lo prometió. Tenla yo vivos deseos de mitigar la aflicción de aquel pobrecillo, para que no le quedara mala impresión de los encargados de la sacristía.
Celebrada la Santa Misa y hecha la debida acción de gracias, con. duje a mí candidato con semblante alegre a un pequeño coro inmediato, y asegurándole que no debla temer más bastonazos, me puse a Interrogarle:
—¿Cómo te llamas, amigo mío?
—Bartolomé Garelli.
—¿De dónde eres?
— De Asti.
— ¿Vive tu padre? —No, mi padre ha muerto.
— ¿,Y tu madre? —También ha muerto. —¿Cuántos altos tienes?
(1) "Tuder" es palabra pianionteaa de burla y desprecio.
--Dieciséis.
__¿ Sabes rezar?
--No sé nada.
¿Sabes 5.
¿Sabrá .lser y escribir?
silbar?
El muchacho sonrió. El hielo estaba roto, el corazón se
abría, el camino quedaba desobstruído para las preguntas que
más interesaban.
— ¿Has hecho ya la Primera Comunión?
* -Toda-vis. no.
—¿Te has confesado ya?
—Si, pero cuando era pequeño.
—¿Vas ahora al Catecismo?
— No me atrevo.
- -¿Por qué?
—Porque mis compañeros, más pequeños que yo. saben el Cate
cano, y ve, que soy ya mayor, no sé nada; por eso tengo vergüenza
de ir a aquellas clases.
—Si yo te enseñase aparte el Catecismo, ¿vendrías a aprenderlo?
Con mucho gusto.
--¿Te gustaría en este cuartito?
—Sí, vendré de buena gana, con tal que no me den golpes.
—Puedes estar tranquilo; nadie te maltratará; tú serás amigo mio,
-.liaras que tratar sólo conmigo y con nadie más. ¿Cuándo quieres
te empecemos nuestro Catecismos?
—Cuando usted quiera.
—¿Esta tarde?
—SL
—¿Quieres ahora mismo?
—Si, con mucho gusto.
El Santo se puso de rodillas y, antes de empezar su lección, rezó con su nuevo amigo una "Avemaría", para que la Virgen le concediese la gracia de salvar aquella alma. Después se levantó e hizo la señal de la cruz para empezar, invitándole a hacer lo mismo; pero su alumno no la hacía, porque ignoraba el modo y las palabras; por eso aquella primera vez se limitó a enseñarle la manera de santiguarse y a hablar
le de Dios Creador y del fin para el cual nos ha creado. Después de media hora y de haberle asegurado que en lo sucesivo le enseñaría a ayudar a Misa, le regaló una medalla de María Santísima, le hizo prometer que volvería el siguiente domingo y lo despidió con mucha amabilidad. Había surgido en el mundo una nueva obra de excepcional importancia.
Este es el origen de los Oratorios Festivos de Don Bosco. En varias de sus Memorias, como en la relación enviada s: Roma en 1864 para la aprobación de su Sociedad, escribia que "la Obra de los Oratorios empezó en 1841 con un simple Catecismo festivo en la iglesia de San Francisco de Asís". Y a esa Avemaría, rezada con tanto fervor, atribuía el éxito obtenido.
El domingo siguiente, 12 de diciembre de 1841, se ofreció un grato espectáculo. Seis muchachos bastante mal pergeña. dos, conducidos por Bartolomé Garelli, junto con otros dos recomendados por Don Cafasso, estaban atentísimos a las palabras del nuevo Apóstol de la juventud, que les enseñaba el camino del Cielo. El lugar de las primeras reuniones fue un cuartito contiguo a la sacristía, en medio del cual crecía una vid que, atravesando la bóveda por un agujero, se ramificaba y fructificaba sobre el techo. "En torno de esta vid —atestiguaba Don Giacomelli— recogió y catequizó Don Bosco el primer grupo de sus amiguitos."
De semana en semana crecía el número de los catequizan-dos, a los cuales el Santo recomendaba que llevaran cuantos compañeros pudiesen.
Durante aquel invierno limitó su atención a algunos de los más grandecitos, forasteros en Turín y más necesitados de instrucción religiosa, casi todos muchachos albañiles de la parte de Biella y de Milán. Pero a fin de asegurar mejor entre ellos la disciplina y la moralidad, desde los primeros meses invitó y se atrajo a algunos de mejor condición, de
buena conducta y algo instruidos, y hasta de la nobleza, los cuales, adiestrados por él, comenzaron a ayudarle a man
tener el orden entre los compañeros, a leer y a cantar himnos
eagrados, cosas todas que hacían más provechosa y agradable la festiva reunión. Don Bosco se hallaba convencido
de que, sin canto y música, lectura de libros amenos y honestes y otros alicientes, aquellas reuniones habrían sido un Así, pues, el día de la Purificación de 1842 chilaebriPíao Sin vida,
yauna.Ida v'einte voces que hacían resonar aquellos cuartitos con cantos a la augusta Madre de Dios, entonando por
vez primera el himno que comienza: "Lodate Maria, o lingue
fedeli." El día de la Anunciación los jóvenes pasaban ya de treinta. Se hizo un poco de fiesta en honor de la Madre Celes
tial, comulgando todos, y por la tarde, como no cabían en los cuartitos, se trasladaron al cercano Oratorio de San Buenaventura, donde pocas semanas después eran cincuenta.
Las reuniones celebrábanse de esta manera: Cada fiesta por la mañana confesaban y comulgaban; por la tarde se hacía un poco de lectura espiritual, se cantaba un himno, se explicaba el Catecismo y se terminaba con un ejemplo, referido a modo de sermón, y al final se sorteaban y se distribuían algunos regalillos.
Cada mes señalábase anticipadamente un domingo en el que todos se acercaban a los Santos Sacramentos. Tan grata función, que recibió el nombre de "Ejercicio mensual de la Buena Muerte", la anunciaba Don Bosco con pocas, pero cordiales palabras. Para las confesiones se prestaban gustosos el propio teólogo Don Guala y Don Cafasso, los cuales, muy gozosos entre aquella asamblea de niños, suministraban con largueza hojitas,
medallas y aun comestibles y vestidos; y si ocurría que Don Bosco tenía que ausentarse, lo suplían con otro sacerdote del Colegio, mientras ellos mismos enseñaban el Catecismo.
Pero el apóstol de aquellos pobres jóvenes era siempre Don Bosco. lba a buscarlos por todas partes; visitábalos en las tiendas y fábricas; procuraba trabajo a los desocupados;
así le cobraban tanto afecto, que el encontrarlo por la calle era para ellos motivo de afectuosa entusiasmo y de gran alegría.
Un día encontró cerca del Palacio de la Ciudad a uno de sus jovencitos que volvía de compras y llevaba, entre otras cosas, un vaso lleno de vinagre y una botella de aceite. El pequeñuelo, apenas lo vio, se puso a saltar de alegría y a gritar:
—i Viva Don Bosco!
Este, sonriendo, le dijo:
—¿Eres capaz de hacer lo que hago yo?
Y se puso a batir palmas. El niño, fuera de si por el contenta, se puso la botella debajo del brazo y gritando "¡Viva Don Sesean intentó aplaudir con entusiasmo, y dejó caer la botella y el vaso por tierra. Al ruido de los vidrios rotos se quedó consternado; después rompió a llorar diciendo que su madre le pegaría.
—Es un mal que pronto se remedia —le dijo Don Bosco—; ven conmigo.
Todavia llorando, lo condujo a una tienda y después de referir el caso a la dueña, le pidió que suministrase al niño lo que había perdido. La mujer, llena de admiración por la bondad del joven sacerdote, 110 quiso que le pagase la compra hecha.
El mismo afecto le profesaban los varios muchachos que había adiestrado en el oficio de catequistas. Si eran estudiantes, les daba en compensación un poco de clase; explicabales los pasajes más difíciles de las autores latinas, les corregía los trabajos de modo que se aprovechasen de las observaciones: otros, como hacían también varios jóvenes operarios en las horas de descanso, corrían a entretenerse con él durante la semana, y algunos, a veces, llevaban también a sus familias.
Así, la acción benéfica del Siervo de Dios se extendía cada ves más fuera del Colegio.
gs de notar que desde el principio se formó un grupo de catequistas, algunos de los cuales pertenecían a familias distinguidas. Su Oratorio era una gran familia en que se aproximaban categorías sociales bastante distanciadas.
dlAffig
No menos fructífero era su apostolado en las cárceles. "A medida —escribe— que les hacía a los presos sentir la dignidad del hombre, que es racional y debe procurarse el pan de la vida con trabajos honrados, no con latrocinios; apenas hacía resonar en su mente los principios morales religiosos, experimentaban en su corazón un placer, cuya explicación no sabían darse, pero que los decidía a hacerse mejores. En efecto, no pocos cambiaron de conducta en la cárcel misma; y otros, después de salir, vivieron de modo que no volvieron más allí."
La gracia que había pedido al Señor —al celebrar su Primera Misa— de que su palabra fuese eficaz en cualquier lugar y circunstancia, le fue abundantemente concedida. Por indicación de Don Cinzano, y para probarlo, fue casi de improviso encargado por Don Cafasso de predicar una novena en el Hospicio de Caridad; y lo hizo con gran asombro de las que sabían que aquellos sermones eran necesariamente improvisados.
Mientras se ejercitaba con tanto celo en estas obras de caridad, con el mismo cariño frecuentaba /as clases de] Colegio Eclesiástico.
Deseoso de lograr una acertada dirección de las aireas en el tribunal de la penitencia y de atraer a todos al amor de
jesucristo, se aplicó infatigablemente al estudio de la. Moral ráctica, en lo cual se distinguía también entre todos los com-eseros. Tenía mucho interés en escuchar las lecciones del leologo Guala y de Don Cafasso, considerando como tesoro sea enseñanzas, con aquella agudeza de entendimiento con la cual le veremos idear y ejecutar tantos y tan grandiosos proyectos. Bien puede decirse que el espíritu, la ciencia y la práctica de Don Cafasso se transfundieron en él admirable-. mente; la misma caridad en acoger a los penitentes, la, misma precisión ión en las preguntas, la misma brevedad en las confesiones, de modo que en pocos minutos desenredaba conciencias intrinca,disimas; la misma concisión en aquellas pocas palabras de excitación al dolor, que atravesaban el alma y en ella quedaban impresas; la misma prudencia en proponer los remedios. Los que tuvieron la fortuna de confesarse siquiera una vez con él, admiraron ciertamente la unción y eficacia de sus consejos.
En la segunda semana de junio, por insinuación de Don Cafasso, fue a hacer los Ejercicios Espirituales al Santuario de San Ignacio de Lanzo Torinese; después el mismo Don Cafasso, viéndolo debilitado de fuerzas, lo envió a respirar el aire nativo, encargándose él y Don Guala del cuidado de los muchachos.
Los pocos días que pasó en Castelnuovo loe, ocupó en catequizar a los niños de "Beechr, Murialdo y Castelnuovo y en preparar el material para la publicación de una "Historia Sagrada", de una "Historia Eclesiástica" y de otros libritos dedicados al pueblo y a la juventud.
A fines de noviembre promulgó un Jubileo extraordinario el Papa Gregorio XVI para obtener la tranquilidad del reino de Espejea, y Don Bosco fue invitado por Monseñor Fransoni a Presentarse al teólogo Guala y a Don Cafasso para el examen de confesión, a fin de poder predicar y confesar en
Cinzano, en la segunda semana de diciembre. Obedeció, y i„,e le declaró idóneo, cosa que sólo solía hacerse a fines del segundo año de estudios en el Colegio; con él se hizo, pues, una excepción. extraordinaria,
De vuelta en Turín se encontró en condiciones de cuidarse con mejor éxito de sus queridos jovencitos, porque podía oírlos en confesión. A este propósito, al terminar aquel aso escribió en un librito los siguientes propósitos:
"Breviario y Con' esión.—Procuraré rezar devotamente el Brets, rio, y rezarlo con preferericia en la iglesia, a fin de que sirva come, de visita al Santísimo Sacramento,
Me acercare ad Sacramento de la Penitencia cada ocho días y pro- curaré practicar las resoluciones que cada vez tome en. la Gonfee¿iin.
Cuando se me llame para oir las confesiones de Tos tildes, Si corre prisa, interrumpiré el Santo Oficio y haré también más brete la preparación y acción de gracias de la Misa, a fin de prestarme para ejercer este sagrado ministerio."
Así lo hizo siempre hasta el fin de su vida.
Al mismo tiempo estudiaba nuevos medios para hacer más atractivas las reuniones dominicales. Había aprendido a tocar aceptablemente el órgano y el piano. Su voz se prestaba a interpretar cualquiera, de las partes cantables. AI acercarse la testa de Navidad pensó en preparar una, cancioncita al Divino Parvulito. Escribió y compuso letra y música sobre el alféizar de la ventana de un pequeño coro de la iglesia de San Francisco. La música, si no seguía todas las reglas del contrapunto, era tan afectuosa, que provocaba lea lágri, mas de ternura. Se dispuso a enseñarla al pinito a sus jovencitos, los cuales carecían de toda instrucción e ignoraban las notas musicales; pero su perseverancia superó todos los obstáculos. Como no disponía en casa de local adecuado para semejantes ejercicios, se veía obligado a salir fuera. La gente miraba sorprendida a aquel sacerdote que en medio de seis u ocho niños andaba de acá para allá por la calle Doragroasa y plaza de Milán, repitiendo en voz baja aquel himno,
que ejecuta por primera vez en Santo Domingo, y después
en "Canse,
lata" dirigiendo él mismo el pequeño coro y la,
tocando el órgano. Los turineses, no acostumbrados a oir las gentinas voces de los niños, se entusiasmaron; porque en ar
aquellos tiempos sólo los maestros con sus voces robustas, y no siempre simpáticas, cantaban en las funciones de iglesia.
Triunfante en la primera prueba, escribió otra composición para cantarla durante la Comunión, y así poco a poco en otras varias ocasiones.
Etri esta santa porfía de catequista y de músico, pronto tuvo por colaborador a Luis Nasi, de noble familia turinesa, futuro canónigo, y entonces clérigo. Poeta y artista no vulgar, compuso versos y música para niños, y durante varios años fue su acompañante al órgano y su maestro de capilla.
Estos cantos aumentaban poderosamente la alegría y entusiasmo de los jovencitos y la admiración del pueblo. Un día condujo a sus pilluelos a la Virgen del Pilone. En tres barcas navegaran por el Po y, cuando estuvieron en medio del río, entonaron un cántico. Las gentes del pueblo, que oían desde las orillas, primeramente se detuvieron a escucharlos; después, encantados de la armonía, comenzaron a seguir par las orillas el curso de las barcas. Mientras tanto algunos cornetas militares que se encontraban allí de paso, tocaron sus instrumentos acompañando aquel facilísimo motivo, con hermoso efecto. Los habitantes de la "Madonna del Pilone" salían de sus casas, y cuando las barcas atracaron, cerca de mil personas estaban en las calles esperando a les jóvenes cantores. Fue éste uno de los primeros triunfos de los cantor-citas de Don Bosco., preludio de los otros miles que en la sucesivo habían de obtener en todas partes. Puede decirse que entonces, sobre las ondas fugitivas y comunicantes del río, comenzó el apostolado musical salesiano, que, como tradición, es obligación sacrosanta.
Con las santas industrias descritas, en 1813 el pequeño Oratorio Festivo iba prosperando maravillosamente, aunque
Don Bosco se hallaba un poco angustiado por la estrechez del espacio que le hablan concedido. Llevaba también a sus je. vencitos, que eran ya unos ochenta, a dar amenos paseos fuera de la ciudad, en donde podían divertirse a su gusto bajo su vigilancia; pero no siempre le era posible ni cómodo; por lo cual el teólogo Guala le permitió reunirlos alguaaa veces en la sacristía, agregándole como ayudante algunos clérigos del Colegio.
Grandes eran los consuelos que le procuraba este apostolado. "En poco tiempo —afirma él mismo— me encontré rodeado de jovencitos, todos dóciles a mis admoniciones, todos ocupados en sus trabajos, y cuya conducta, tanto en los días laborables como en los festivos, me atrevía a garantizar sin reserva alguna."
;Qué fascinación no ejercía ya entonces sobre los jóvenes el Siervo de Dios! Su confesonario se veía rodeado siempre de veinte, treinta, cuarenta y aun cincuenta niños, que devotamente esperaban su turno para confiar al joven sacerdote los secretos de sus almas.
Mas no estaba todavía satisfecho su corazón; cada día sentía más la necesidad de una iglesia a propósito para sus muchachos, de espaciosos recintos para los recreos, con pórticos o cobertizos para resguardarlos de la intemperie y de algún local para clase. Dábale pena también el modo con que algún superior subalterno los trataba, porque parecía no gustarle mucho aquellas novedades.
Pero el teólogo Guala le alentaba a perseverar, sin cuidarse de las críticas, y aun le dio una prueba de su protección. En aquel tiempo, el juvenil pelotón estaba en gran parte formado de marmolistas, estucadores, empedradores y sobre todo de albañiles; por eso quiso el teólogo que se hiciese una hermosa fiesta en honor de Santa Ana, que en el Piamonte es venerada como patrona de dichos oficios; y en aquel día,
después de las funciones religiosas de la mañana, los invitó a todos a almorzar con él, conduciéndolos (eran casi ciento) a o-ran sala llamada de las Conferencias, donde con no poca lsorpresa de ellos, les sirvieron pan, café, leche, dulces y con
fituras.
Elt teólogo Guala sentía gran admiración por Don Bosco
y al verlo, no obstante su delicada salud, realizar tantos prodigios de celo, exclamaba con frecuencia:
.Si éste se salva de la muerte, hará alguna que sea so
nada!
Al final del segundo curso de Moral práctica, el Siervo de
Dios hizo su examen definitivo y recibió la licencia para confesar, con fecha de 10 de jimio de 1843; por ello Don Cafasso lo invitó a pasar algunos días en la finca que el Colegio poseía en Rivalta.
Invitáronle también a volver a San Ignacio, famosa casa de Ejercicios, situada en un sitio amenísimo de la montaña, que llegó a ser un hermoso campo de sus trabajos apostólicos, porque hasta 1875 todos los años iba allá premurosamente para oir las confesiones durante los Ejercicios de los seglares, y hasta llevaba tandas de sus jovencitos.
De vuelta de San Ignacio, pasó e] verano en Turín, acudiendo al confesonario y cuidando de sus queridos jovencitos; después, unas semanas antes de la Virgen del Rosario, fue a Castelnuovo. También ésta, como ya veremos, debía convertirse en una grata excursión periódica de casi toda su vida.
Entretanto el teólogo Quia le concedió un año más de estancia en el Colegio, favor reservado a los más señalados en la piedad y en el estudio. En aquel año ingresó también en el
Colegio Don Juan Giacomelli, que en la clase se sentaba al lado de Don Bosco, y pudo observar que siempre estaba atentísimo a las lecciones, no obstante las varias ocupaciones a las cuales le impulsaban la obediencia y su caridad.
Aquel año, aunque, en primer lugar, atendía siempre a la instrucción religiosa de los jóvenes, Don Bosco comenzó a
predicar en algunas iglesias de Turín triduos, novenas y Ejercicios Espirituales, y a ejercer el sagrado ministerio en el tribunal de la penitencia en San Francisco de Asís, era. pleando en él todas las mañanas algunas horas. Se dedicó con tanto celo a este ministerio, que le parecía el más grato, el más amado, el más conforme a su corazón.
Sólo que al oir ciertas culpas, y alguna vez con sólo acercársele alguna persona inficionada de aquellos pecados, sea. tíase acometido de tales náuseas, que se veía obligado a contener el vómito con un licor amargo que le era preciso llevar consigo. Siempre tuvo, desde su primera edad, un odio profundo contra todo lo que pudiera, aun en grado mínimo, empañar la virtud que hace a los hombres semejantes a los ángeles; muchas veces lo oímos nosotros de su propia boca; y el Cardenal Cagliero declara que el Santo, a la edad de sesenta y ocho años, no comprendía cómo fuesen posibles ciertas ofensas a Dios.
Sus trabajos no se limitaban a la iglesia de San Francisco de Asís. Don Cafasso lo enviaba a confesar y predicar en las cárceles, en el Albergue de la Virtud, en los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en el Colegio Gubernativo de San Francisco de Paula, en el Instituto de los Fieles Compañeros, en el Retira de Las Hijas del Rosario y en el Instituto del Buen Pastor. Continuó ejerciendo este apostolado años y años, hasta más allá de 1860, dejando en todas partes indeleble recuerdo de su prudencia y celo.
Lo enviaba también de cuando en cuando a varios hospitales de la ciudad, ocupación que cumplió, en los límites que le permitían sus crecientes deberes, hasta 1870. Tampoco olvidaba la Pequeña Casa de la Divina Providencia y la invitación que le habla hecho el Santo Fundador.
No se alejó de aquellas enfermerías, donde también hallaron afectuosos cuidados, jóvenes de su Oratorio, hasta 1874.
atea del 1860 iba tres o cuatro veces al día, con frecuencia
eoa mdeenlat e;,ruEbni "rubicundez", zc"u,ancon
tinuó do
se propagó la epidemia
e.sistiendo a aquellos desgraciados, y contrajo dicha yóml uchasvecespeesteqP°tdalMán,
enf enfermedad, de la que le quedaron huellas toda la vida, y con no pequeño tormento, como Don Rúa observó y le oyó contar. Don Antonio Sala, que lavó el cadáver de Don Bosco, lo vio invitado
en un estado que daba compasión, como si la herpes se hubiera extendido por toda su piel, especialmente en las espaldas. Un cilicio de los más horribles no habría desgarrado más el cutis.
Pero plugo también al Señor derramar desde entonces especiales gracias sobre los trabajos de su Siervo.
En 1844 se encontraba recogida en el Hospital de San
Juan una pobre mujer, tísica en el último grado, y más enferma aún moralmente, porque se resistía enfurecida al rector del hospital, a los capellanes, a las monjas y a cuantos trataban de hacerla confesarse. Don Cafasso, rechazado de mala manera también, rogó que fuese allá Don Bosco. Éste obedeció, consiguió acercarse a la pobrecita y se puso a hablar con ella de cosas indiferentes, hasta que, finalmente, le hizo esta declaración:
—En nombre de Dios le digo que El, en su misericordia,
le concede todavía unas pocas horas de vida para que piense usted en su alma. Ahora son las cuatro de la tarde; todavía tiene tiempo para confesarse, comulgar, recibir la Extremaunción y la Bendición papal.. No abrigue ilusión alguna.
;Mañana estará usted en la eternidad!
Al oir estas palabras, la infeliz sintió llenársele el alma de santo terror; volvió a mejor consejo, se confesó y murió aquella misma noche.
El 31 de agosto de 1844 una rica señora, esposa del emba
jador de Portugal en Turín, debía ir a Chieri y pensó arreglar primero las cosas de su alma. Como no encontrase a su
confesor ordinario, se dirigió a Don Bosco, que estaba rezando. Este la confesó y le dio por penitencia, según contó ella misma, hacer una pequeña limosna en determinadas circunstancias durante aquel mismo día.
—Padre, no puedo hacerla —respondió la señora.
—¿Cómo? ¿No puede hacerla y posee tantas riquezas ?
La señora quedóse admirada al ver que aquel sacerdote conocía su posición social, estando segura, como lo estaba, de que nunca había habido ocasión de conocerse, y le respondió:
—Padre, no puedo cumplir esa penitencia, porque hoy debo salir de Turín.
—Pues bien, cumpla esta otra: pida con tres "Ángele Dei" a su Ángel Custodio que la asista y la preserve de todo mal, y que no se espante de lo que hoy le va a suceder.
La señora, impresionada aún más por estas palabras, aceptó la indicación con muy buena voluntad y, al volver a
casa, rezó aquella oración junto Con su servidumbre, con
fiando a su Ángel Custodio el éxito feliz del viaje. Subió al carruaje con su hija y una camarera; ya llevaban recorrido
un buen trayecto, cuando de improviso se espantan los caballos y se lanzan a carrera tendida, arrojando del pescante al cochero y volcando el coche. La señora chocó con las manos y la cabeza en tierra, mientras los caballos continuaron su desaforada carrera, y todo esto en un instante. La señora, no esperando otro auxilio más que el del Ángel Custodio, grita con todas sus fuerzas: "Angela Dei, qui costos es mei", etc. De repente se calman los caballos y se detienen; el cochero, incólume, se les acerca, acude gente a levantar a los caídos; pero la madre y la hija inmediatamente se le
vantan por sí mismas, sin haber recibido el menor mal y sin sombra de espanto.
Excusado es decir qué concepto se formaría la noble señora de aquel joven sacerdote, que tan oportunamente le había aconsejado que se encomendara al Ángel Custodio. De vuelta en Turín fue a San Francisco de Asía, y como supo quién era Don Bosco, le dio gracias por aquel saludable aviso; desde entonces fue admiradora suya, y, después, ferviente cooperadora salesiana.
Un domingo, al distribuir a los jóvenes reunidos en la sacristía de San Francisco de Asís una hojita donde estaba impresa una oración al Ángel Custodio, el Santo dijo estas palabras:
—Tened devoción a vuestro buen Ángel. Si os encontráis en algún grave peligro de alma o de cuerpo, invocadlo, que yo os aseguro que os librará de él u os ayudará a superarlo.
Ocurrió que un muchacho albañil, que había escuchado la exhortación, ,cuando pocos días después trabajaba en la construcción de una casa, a causa de haberse desligado repentinamente un tablón, cayó con ímpetu del cuarto piso a la calle, con todos los que encima se .encontraban. Pero el buen joven, en el acto de caer, se acordó de las palabras de Don Bosco, y gritó:
Ágel mío, ayúdame!
Aquella oración lo salvó. Otros dos cayeron con él: uno quedó muerto en el acto, el otro fue conducido al hospital, . enteramente destrozado, y al cabo de pocas horas, murió; en cambio, el joven, mientras la gente corría hacia él, porque lo creía muerto, se levantó perfectamente sano y salvo, sin haber recibido ni siquiera un rasguño. Al volver el domingo siguiente a San Francisco, refirió el caso a sus com• pañeros, los cuales escucharon maravillados lo que le había ocurrido.
Durante el año de 1844, el teólogo Guala, a causa de una enfermedad en las piernas, tuvo que confiar a Don Cataaso todo el peso de la enseñanza y el cuidado del orden y chaca plina del Colegio Eclesiástica.
Don Bosco ayudaba a Don Cafasso en las cosas que le encargaba y alguna vez predicaba en la iglesia de San P. cisco. Don Cafasso, que veía algo extraordinario en su actividad tan bien regulada, sentía por su joven amigo una estima y veneración que nunca decrecieron. Don Bosco cuando entró en el Colegio le confió, como a director espiritual Raye que era, todos sus secretos, incluso el sueño en que le pareció hacer de sastre y remendar trajes. Don Cafaseo, mirándolo fijamente, preguntóle:
—¿Sabe usted hacer de sastre?
—Si; y sé hacer pantalones, chaquetas, capas y trajes talares para clérigos.
— ;Lo veremos!
Y cuantas veces lo encontraba le decía :
— ¿Qué tal, señor sastre?
Él, que entendía el sentido de estas palabras, respondía: —Estoy esperando su decisión.
Mientras tanto estudiaba con empeño, dedicándose también a las lenguas extranjeras, movido del deseo de ser misionero, deseo que jamás lo dejaba. Don Cafasso, que de todo se enteraba, le dejó estudiar la lengua francesa y los elementos de la española; pero cuando vio que comenzaba a tomar la gramática inglesa, díjole aI punto:
--¡Usted no debe ir a las Misiones!
— ¿Por qué? —preguntóle Don Bosco.
— Vaya usted, si puede; no es usted capaz de recorrer una milla, ni ir siquiera un minuto en coche cerrado, sin sentir graves molestias de estómago, como ya. lo ha experimentado, ¿y quiere pasar el mar? Se moriría usted en el camino.
Pero también le dominaba otra idea; se creía llamado al
s
tado religioso. Se lo declaró a Don Cafasso. El santo sacerdote lo escuchó silencioso; después, cuando hubo acabado de hablar, le respondió con un "¿No!" mondo y lirondo.
Don Bosco se admiró del tono enérgico de la voz, pero no se atrevió a preguntar el motivo, resignándose a dirigir fervorosas plegarias a la Virgen a fin de que le indicase el lugar y empleo en que debía ejercer el sagrado ministerio con fruto de las almas. Aunque se sentía muy inclinado a dedicarse a la juventud más abandonada por medio de los Oratorios Festivos, no quería fiarse de su propio juicio, temiendo que en sus sueños, aun viendo tan claro, pudiese ocultarse alguna ilusión.
Pero llegó el tiempo en que, según el reglamento, tenía que salir del Colegio para ejercer una parte conveniente y adecuada del sagrado ministerio. Varios párrocos deseaban tenerlo a su lado y lo habían solicitado como coadjutor; entre otros, Don José Comollo, párroco de Cinzano, que ya había obtenido el consentimiento del arzobispo Fransoni. Pero Dios dirigía los pasos de aquel que debía ser instrumento de salvación de tantos jóvenes. Don Bosco fue advertido de todo esto por el teólogo Guata, por consejo del cual pidió y obtuvo del Arzobispo que le dispensase de aquel honroso oficio; por donde se ve que también el teólogo Guala adivinaba la misión del Santo.
Como en San Ignacio se debla dar principio a los santos Ejercicios Espirituales para sacerdotes, Don Cafasso envió oil: a Don Bosco a orar y reflexionar sobre su vocación. A la vuelta Don Bosco, viendo que Don Cafassa no le decía nada, recurrió a una estratagema. Un día se le presentó y le dijo que tenía preparado el baúl de su pobre ajuar para entrar
en religión, por lo que iba a saludarlo y obtener licencia para marcharse. El buen sacerdote le dijo con dulce sonrisa:
—; Qué prisa! Pero, ¿quién pensará de aquí en adelante en sus muchachos? ¿No le gustaría hacer el bien trabajando por ellos?
— Sí, es verdad; pero si el Señor me llama al estado re. ligioso, Él ya proporcionará otro que se cuide de ellos.
Entonces Don Cafasso, muy serio, lo miró fijamente y con cierto aire de solemnidad, le dijo:
— Mi querido Don Bosco, rechace todas esas ideas; deshaga el baúl, si ya lo tiene arreglado, y continúe su obra ea pro de los jóvenes. ;Ésta ea la voluntad de Dios, y no otra!
A tan graves palabras del director de su alma, el Sante bajó la cabeza sonriendo, porque había logrado saber lo que deseaba.
Entretanto Don Cafasso, de acuerdo con otros amigos y admiradores de Don Bosco, obtenía del teólogo Borel, Director de la Pía Obra del Refugio, que lo propusiese a la fundadora, Marquesa de Barolo, como director espiritual en el anejo "Pequeño Hospital de Santa Filomena", que entonces se estaba ultimando (1). La Marquesa consintió, señalando desde entonces a Don Bosco el estipendio de 600 liras anuales, mientras el teólogo Borel le cedía para alojamiento una de sus habitaciones en el Refugio.
Mientras se llevaba a término aquella obra, Don Cafasso llamó a Don Bosco, y como si quisiese remachar el consejo que algunos meses antes le habla dado, le dijo:
— Ya ha concluido usted sus estudios; y por tanto es
(1) Julieta Colbert de Barolo, descendiente directa del gran ministro y economista francés, pudo escapar de la guillotina revolucionaria refugiándose primero en Suiza, luego en Alemania y finalmente en Piamonte. Aqui casó con el Barón Palletti de Barolo, prolfietari° de Ios famosos vifiedos que producen el rico vino de ese nombre, ?roan; enviudó, y para llenar el vacío de su corazón, se dedicó a la piedad Y a obras sociales de beneficencia y caridad.
r
etade ir a trabajar en campo abierto en bien de las « las necesidades son muchas y la mies abundante. ¿A qué se siente usted más inclinado?
—A lo que usted se digne indicarme.
_Hay tres empleos: de coadjutor en Buttigliera de Asti,
de auxiliar de Moral aquí en el Colegio y de director del "Pe
queño Hospital del Refugio". ¿Cuál escoge?
- —El que a usted le parezca más a propósito. —¿No se siente más inclinado a uno que a otro?
_mi inclinación es ocuparme en trabajar por la juventud. Pero haga de mi lo que quiera; yo reconoceré la voluntad de
Dios en su consejo.
—¿Qué ocupa su corazón en este momento? ¿Qué llena
su mente?
—En este momento me parece encontrarme en medio de
una multitud de niños que me piden ayuda.
—Vaya, pues, a pasar unas semanas de descanso —acabó
por decir Don Cafasso—. En estos días pensaré en usted, y a
la vuelta, le diré su destino.
Era a mediados de septiembre. Don Bosco fue a Canelli a predicar una Misión; después pasó a Castelnuovo, donde predicó la novena del Rosario. Transcurridas las ferias, volvió al Colegio, junto a su incomparable maestro y amigo. Este no le dijo nada, ni tampoco él creyó conveniente interrogarle;
pero después de algunos días, llamándolo aparte, le dijo con bondadoso acento:
—¿Por qué no me pregunta cuál va a ser su destino?
—Porque quiero reconocer la voluntad de Dios en su determinación; me importa mucho no poner en ello nada mío;
mándeme a donde le plazca y al punto iré.
—Pues bien, haga usted su hatillo y vaya al Refugio. Allí hará de Director del Pequeño Hospital de Santa Filomena; trabajará usted con el teólogo Borel en bien de las jovencitas dide aquel Instituto. Estando usted en el Refugio, Dios le
.cará claramente lo que deba hacer por los pobres niños Y Jóvenea
El Refugio es una de aquellas providenciales institucio. nes de las que puede enorgullecerse la ciudad de Turín, se encuentra en Valdoceo; fue la primera en orden de tiempo de las muchas instituciones de caridad fundadas por aquella celosa, activa y piadosísima señora, la noble Marquesa ele Bando. Es un refugio destinado a ]as muchachas desgracia_ das o extraviadas. Le son anejos el Monasterio de santa Magdalena, el asilo de las magdalenitas y el Pequeño Hospi. tal de Santa Filomena para las niñas contrahechas o en. fermas. He aqui un campo nuevo de acción señalado entonces a Don Rosco: para su futura misión le faltaba conocer las necesidades, los peligros, la psicología de la juventud feme. nina. En el local que le asignaron para su morada, obtuvo de la Marquesa permiso para reunir a su pelotón del Oratorio. La noche antes de anunciar a sus muchachos el traslado del Oratorio a Valdocco, Don Bosco tuvo otro nuevo sueño, como explicación del que le ocurrió a los nueve años de edad:
"Soñé que me hallaba en medio de una multitud de lobos, cabras, cabritos, corderos, oveja-s, carneros, perros y pájaros. Todas juntos hacían un ruido, un estruendo, o mejor, un estrépito capaz de atemorizar a los más valientes Yo quería huir, cuando una Señora muy bien vestida de pastorcita„ me hizo señal de seguir y acompañar aquel extraño tropel, que ella guiaba. huimos vagando por varios sitios; hicimos tres estaciones o paradas; en cada estación. muchas de aquellos animales se cambiaban en corderos, cuyo número aumentaba cada vez más. Después de haber caminado mucho, me encontré en un prado, en donde aquellos animales triscaban y comían juntos, sin que las un" intentasen dañar a los otros.
Abatido por el cansancio, quise sentarme junto a lin camino cercano, pero la pastoreilla me invitó a seguir la marcha. Después de un corto trayecto me encontré en un espacioso patio, rodeado de un pórtico, en cuyo extremo habla una iglesia. Allí observé que las cuatin quintas partes de aquellos animales se habían convertido en corrinr°1 Después su número se hizo grandísimo.
aquel momento llegaron varios pastorcillors, loe cuales iban y se cuidaban de los otros. Como los pastorcillos fueran nunjwsim,,s, se dividieron y se dirigieron a otros lugares para recoger otro_ animales extraños y guiarlos a otros rediles.
yo quería marcharme, porque me parada ya tiempo de celebrar la Misa, pero la pastorcilla me mandó esperar hasta el mediodia. Santa
vi un campo en donde hablan sembrado zahina, patatas, coles, lechugas y muchas otras hortalizas.
niré de nuevo y vi una. hermosísima y elevada iglesia. Una orques-r'5-n-Q1,1Mirc'has,L otra vez! —me dijo.
ta, una banda y un coro me invitaban a cantar la Misa. En el interior de aquella iglesia habla una faja blanca, en donde con caracteres enormes si, lela: Jrlic do osos meo, bula planta mea. Continuando el sueño, quise preguntar a la pastora dónde me encontraba, qué eigni
aquella caza, la iglesia y después la otra iglesia. lea--Cb"lile
omperl ea"nderaanar todas das estas cosas —me respondió-- cuando con tus ojos materiales veas realizado todo lo que ahora ves con los ojos de la menta
Pera pareciéndome que estaba despierto, dije:
—Veo claro y veo con los ojos de ml cara, aé dónde voy y lo que hago.
En aquel momento sonó la campana del "Ave Maria" en la iglesia de San Francisco de AsSel y me desperté.
Este sueño me ocupó casi tecla la noche; otras muchas circunstancias lo acompañaron, Entonces no comprendí bien su significado, porque desconfiando de mi misma, le prestaba escasa fe; pero más tarde entendi las cosas a medida que se iban efectuando. Lo cual, más tarde, junto con otro sueño, me sirvió de programa de conducta ea el Refugio."
El segundo domingo de octubre de 1864, consagrado a la Maternidad de María Santísima, el Santo anunció a su pelotón de alumnos el traslado del Oratorio al Refugio, su nueva morada. Así, pues, el tercer domingo, poco después del mediodía, una turba de muchachos de diferente edad y condición, corren a Valdocco en busca de Don Bosco y del nuevo Oratorio. Cuando apareció, le rodearon festejándole mucho.
A la pregunta que le hicieron sobre el local del Oratorio, el Siervo de Dios respondió que aún no estaba ultimado, pero que mientras tanto fuesen a su cuarto, que, era bastante espa cioso. Todos se lanzaron a la escalera, porfiando para ser los
primeros en llegar a la habitación indicada. Allí, unos sentaron en la cama, otros en la mesa, éstos en el suelo, aquéllos en el antepecho de la ventana. Aquel domingo las cosas marcharon bastante bien. Aunque no pudieron entro. garle al recreo con toda la animación que se habían tina, girado, quedaron satisfechos; con su bondad, sus afables maneras, sus chistosas ocurrencias y humoradas, él los com. placía enteramente. Se hizo una breve catequesis, se refirió algún ejemplo edificante, se cantó un himno en alabanza de la Virgen, como se había venido practicando hasta entonces en San Francisco de Asís.
Pero el domingo siguiente se embrolló un poco la reunión por causa de haberse agregado a los antiguos, algunos chicos de la vecindad, y no había manera de colocarlos a todos. Habitación, corredor y escalera, todo estaba rebosante de niños. Mientras Don Bosco enseñaba el Catecismo o explicaba el Evangelio en su cuarto, el teólogo Borel, que se había ofrecido a ayudarle en todo, enseñaba las mismas verdades a los que estaban sentados en las gradas de la escalera.
Así se pasaron seis días festivos. Pero llegó la mañana de Todos los Santos, y reunidos en aquel local y en los no muy vastos adyacentes, todos los muchachos querían confesarse. Por ese día se arreglaron las cosas como se pudo; pero se vio que era necesario habilitar un lugar más espacioso. Fue el Santo a visitar a Monseñor Fransoni; le expuso cuanto de acuerdo con él se había hecho, el bien obtenido y el mayor aún que se podía obtener en adelante. El Arzobispo le bendijo junto can su obra y prometió que escribiría a la Marquesa para que le facilitase un sitio más conveniente. De este modo consiguió el Siervo de Dios que le convirtieran en capilla dos habitaciones del Pequeño Hospital, que no debía inaugurarse hasta agosto del año siguiente.
este fue el sitio elegido por la Divina Providencia para la primera iglesia del Oratorio. La autoridad eclesiástica, por decreto de 6 de diciembre, concedió al Siervo de Dios facultad para bendecirla, celebrar la Santa Misa, dar la ben
dición con el Santísimo Sacramento y hacer además en ella triduos y, novenas. Un sencillo altar de madera, en forma de con los accesorios estrictamente necesarios, pero con
lea
ber náculo dorado y un pequeño trono, una capa pluvial, ast3c'asulla de varios colores, una estola vieja con otros indispensables ornamentos sagrados, y cuatro sotanas para los monaguillos, fue todo lo que constituía el pobre equipo sagrado disponible. La Marquesa Barolo dio setenta liras para comprar veinte candelabros, treinta para la alfombra y veinte para las sobrepellices.
La inauguración se efectuó en un día de siempre grata memoria, esto es, el 8 de diciembre, día consagrado a María Inmaculada, bajo cuyo materno manto Don Bosco había colocada su Oratorio y a sus hijos. 21 mismo bendijo la humilde capilla dedicándola a San Francisco de Sales; celebró la Misa y distribuyó a varios jóvenes la Sagrada Comunión. De esta manera se solemnizaba el tercer aniversario de la fundación del Oratorio.
CAPITULO XIV
Turín. El Oratorio Festivo. Contrariedades
Antes de proseguir, detengámonos un momento a recor- dar aquel Turín de 1842. Contaba 130.000 habitantes. Habíase ya despojado del cinturón de murallas que le habían deka. dido en los pasados siglos, pero que ya eran inútiles y le impedían el libre respirar. Dejaba, como recuerdo, una ciudadela fortificada, en una de cuyas celdas Javier de Majare, oficial de Marina, entretuvo sus cuarenta días de arresto escribiendo esa deliciosa obra maestra Viaje alrededor de mi cuarto.
El mencionada cinturón había sido sabiamente sustituido por una vía de circunvalación, amplísima, en donde se alineaban los bellos edificios con anchos y elegantes pórticos que subsisten todavía y que dieron el modelo de los magníficos "viales" que aún llaman la atención y fueron imitados en otras ciudades modernas, l'"a desde entonces Turín fue la ciudad de las calles anchas y rectas, con sus estupendas avenidas de plátanos, hipocastaños y tilos. Mirada desde el "Monte de los Capuchinos", alcor que la domina desde la margen opuesta del Po, da una impresión de armonía y de orden. Montesquieu, que la visitó en 1728, la llamó "la más( hermosa villa del inundo", y otro escritor, el Presidente Brok ses, que se detuvo en ella unos días, recibió tan buena impresión, que la definió simplemente "la más bonita ciudad de Italia y tal vez de Europa, por la alineación de sus calles, la regularidad de sus edificios y el encuadramiento de sus
la revés de tod"as las otras ciudades de Italia y de
sur pa aAleadeIa antigedad fue construida con calles rectas y sin encrucijadas. Por las excavaciones se ve que ya los romanoas' la trazaron así. La ciudad moderna, la de hoy, con
mil de habitantes y su poderosa industria, no tuvo
-rriá, que proseguir sus edificaciones sobre el mismo plano, con sólo ampliar la anchura de las calles. Todavía hoy es "la ciudad de los viales" —hoy más que antes, bellísimos—.
También los alrededores son magníficos: el ancho río, que allí mismo tiene confluencia con otros dos; la ondulante cadena de colinas que acompañan su curso, entre las cuales destaca Superga, donde los reyes, agradecidos, levantaron mía basílica a la Virgen y edificaron sus tumbas; sus praderas y sus caminos se prestan a paseos y excursiones, que los ciudadanos aprovechan, y que Don Bosco, educador, supo valorizar a maravilla.
Otro encanto de Turín son las plazas: "Plaza Castillo", centro y corazón de la ciudad, con el Palacio Real y el Palacio Madama y un buen conjunto de edificios; "Plaza Víctor Manuel", la plaza más vasta del mundo, .después de la de San Pedro en Roma, y que da sobre las márgenes del Po; "Plaza San Juan", frente a la catedral, la plaza más antigua de Italia; "Plaza Manuel Filiberto", con sus numerosas tiendas bajo los anchos pórticos; "Plaza de Porta Palazzo", amplísimo y curiosísimo mercado, parte bajo soportales, parte a cielo abierto, donde se busca y se encuentra de todo; donde herbolarios, fruteras y verduleras, pescadores y carniceros llenan la parte central, poblando aquello de pregones y a veces de canciones y también de riñas. Por estar muy cerca del Oratorio, Porta Palazzo es famosa en los anales oratorianos, de los primeros tiempos sobre todo.
También merecen nombrarse, porque en la historia de Don Bosco se hallan frecuentemente, las 'Tuertas" de la ciudad, de cuando las ciudades tenían puertas, y cuyos nombres se han respetado: "Porta Nueva", "Porta Palazzo", 'Porta Susa", "Porta del Po".
Muchas iglesias tiene Turín, entre las cuales emergen Catedral, del siglo XII, no muy bella, por cierto, pero qz; tiene como complemento la "Capilla, de la Santa Sindone (1L y el Santuario de "la Consolata" o Consolación, patrona
protectora de Turín y su provincia. y
En tiempos de Don Bosco Turín era todavía "la ciudad de los conventos y de los soldados".
Viajeros un tanto parciales decían que "no se oían sino campanas y tambores".
Como arte, arte propiamente tal, Turín, a la verdad, tiene poco. Eso sí, es la ciudad de la simetría, de la comodidad
En los tiempos en que Don Bosco empezó su grande obra, Turín empezaba su rápido y portentoso desarrollo, tendiendo
(1) o sea, la Sábana Santa, el mayor de los "linteis" con que "fajaron el Cuerpo de Jesús, según era costumbre sepultar entre los judíos". Lo envolvió todo entero, por delante y por detrás. Las huellas o señales del Sagrado Cuerpo quedaron de tal manera impresas, que as Lene el verdadero y auténtico retrato del Salvador, por el cual se ve que hasta en le físico, Jesús ha sido "el más hermoso y perfecto entre los hombres"... Su Cuerpo tiene todas las características que les griegos exigían para la perfecta belleza. De la autenticidad de la Santa Sindone hoy no cabe la menor duda. Se ha examinado y analizado por todos los medios y procedimientos científicas modernos: físicos, químicos, fotográficos, etc., con tal metieolosidad, que presentan un cumulo de argumentos que la hacen prácticamente decisiva. Se ven las llagas, tumefacciones, magullamientos de los azotes, de las espinas, de loe clavos, etc. Sobresale la sedal del derrame de sangre del corazón: mide quince centimetros de largo por aria de ancho, El rostro está cubierto de trazos aanguinolentos y tumefacciones, teniendo, sin embargo, un algo que hace do él "un poema do dulce mansedumbre y serenidad".
La Reliquia ha pasado por muchas vicisitudes, sin excluir los incendios. En 1452 pasó a ser propiedad de los Duques de Saboya, que la mantuvieron en la capilla de su palacio en Chambery. Y cuando les duques —luego reyes— pasaron la capital a Turín llevaron consigo al Sagrado Tesoro y edificaron para ella una espléndida capilla entre el Palacio Real y la Catedral, En 1937 se creó 071 la ciudad un centro de cultores Hacrae Sindonis. Hoy existe una abundante bibliografía es todas las lenguas sobre "la Santa Sindone" de Turín.
a la
;•dustrialización. Y esto, sin duda, acrecentando y mul-a
tiplioando las necesidades, le facilitó al Santo el cumplimiento de su misión.
* * •
La, Beneficencia oficial y privada satisfacía a las necesidades• a. los hospitales oficiales se unían los privados, entre les cuales comenzaba a sobresalir como un sol el del Cottoiengo, llamado así por el nombre de su Fundador, San José Benito Cottolengo, canónigo de la Catedral. Florecían también las Conferencias de San Vicente de Paúl, fundadas y alentadas por discípulos inmediatos de Ozanam. Don Bosco tuvo muchas relaciones con ellas, y fundó en su Oratorio las "Conferencias adheridas".
No tan bien estaban la instrucción y la educación como
no lo estaban en el resto del mundo. Las clases altas disponian de algunos buenos colegios y de una 'universidad. Las clases populares disponían de muy pocas facilidades, como en el resto del mundo. Las pocas escuelas estatales o comunales que había eran sólo para varones; su presupuesto era de 150.000 francos anuales. Comenzaban, eso sí, a fundarse asilos, unos públicos, otros privados. El rey Carlos Félix había llamado a Ios Hermanos de las Escuelas Cristianas y tenían en la dudad seis escuelas. El ardoroso celo de estos admirables educadores se veía secundado no sólo por la simpatía del rey, sino también por la de algunos privados influyentes, sobre todo los afiliados a la "Obra de la Mendicidad instruida".
Desde su advenimiento al trono, Carlos Alberto dio gran
de impulso a todos los ramos de la actividad social, entre los cuales, como es natural, ocupaba lugar preferente la educa-don e instrucción, Fundó el Museo Real, la Academia de Bellas Letras, la Academia Filarmónica o Conservatorio, la Academia de Pintura y Escultura y la Colección Real de Arman.
También acordó dar personalidad a la Obra del Cotto
lengo, que entre sus actividades tenía escuelas para slefteiez tes, tomó bajo su alto patronato eI Instituto de Sordomudo) y favoreció las obras de la Marquesa de Barolo. En todas c casi todas esas obras prestó servicios Don Bosco.
Pero en este maravilloso florecer de obras faltaba la rn urgente de todas, la que no todos velan, porque no a todos es dada sondear el porvenir, por próximo que sea; faltaba la que se dedicara principalmente a la "educación del pueble y a la formación del obrero". En Turín, como en todas par tes, y principalmente en las ciudades que comenzaban a iu. dustrializarse, los chicos estaban abandonados a sí mismos y, sueltos o en pandillas, víctimas del hambre y de la corrupción, vagaban por calles y plazas, infestando especialmente los barrios extremos, los suburbios, Entre esas bandas asga,- nizadas llevaba la preeminencia una llamada "la Cocea", que se había hecho célebre por sus fechorías; tenía su cuartel general en el barrio de Valdocco, región entonces medio desierta, donde ni la policía osaba aventurarse, especialmente desde el atardecer.
Éste fue el campo que la Virgen escogió para que su apóstol comenzara la misión que a los nueve años le había mostrado.
Antes de salir del Colegio, el Santo había pensado, de acuerdo con el teólogo Borel y Don Cafasso, poner la naciente abra bajo la protección de San Francisco de Sales. Varios motivos le movieron a esta elección. Primero, porque la Marquesa de Barolo, para secundar a Don Bosco, proyectaba fundar, junto al Pequeño Hospital, una Asociación de sacerdotes con aquel título. Ea segundo lugar, porque su ministerio en pro de la juventud requería tacto, caballerosidad, paciencia, mansedumbre, y ponerse bajo la especial protección de este sabio y amable Santo, que de estas virtudes fue modelo perfecto. Finalmente, porque en aquellos tiempos los protestantes comenzaban insidiosamente a penetrar en el
sismontc, sobre todo en Turín, y en el pueblo bajo; y Don ;es,e0 quería impetrar de este Santo luz y fuerzas para com„,.'" tir con éxito a aquellos enemigos de los cuales San Franclac, tan admirablemente había triunfado.
En la humilde capilla de San Francisco de Sales, la catequesis adquirió gran incremento. Antes y después de las funciones, bajo la vigilancia del Siervo de Dios y del teólogo
Borel, su brazo derecho, los jóvenes se entretenían en hones
tas diversiones a lo largo de la calle entre el Pequeño Hospital de Santa Filomena y el Hospital de Cottoiengo, hasta
la vía pública. Cierto que allí no había comodidad; pero Don Bosco había suministrado bolas, tejos, tableros y prometió que tendrían columpios, pasavolante, clases de gimnasia, de canto y de banda, y otros atractivos.
Precisamente en ese tiempo, esto es, a fines de 1844, él, con ayuda del teólogo Borel, inició en el Piamonte aquellas escuelas nocturnas y festivas que pronto se extendieron por otros lugares y hoy están difundidas por toda Italia (1).
Celebróse la fiesta de Navidad con numerosas comuniones. Solemne fue también la primera y última fiesta celebrada allí en honor de San Francisco de Sales, cuyo nombre y amables virtudes debían hacerse familiares a los jóvenes del Oratorio.
La actividad de Don Bosco en confesar era verdaderamente incesante. Al mismo tiempo que ayudaba al teólogo Borel a confesar a las asiladas en el Refugio, continuaba sus predicaciones en la ciudad y las confesiones en la iglesia del Colegio, adonde lo llamaba cada día la veneración que sentía por Don Odessa Este le correspondía con igual afecto, y le facilitó una habitación donde pudiese atender a sus estudios sin ser molestado, componer sus muchos opúsculos
(1). Es de Justicia decir que los Hermanos de las Escuelas Cris. lianas les dieron a las Escuelas Nocturnas una reglamentación per• feeta y un avance considerable ese mismo ato.
en defensa e incremento de la Religión, valiéndose de in biblioteca de San Francisco de Asís, bien provista de preciosos volúmenes.
Mientras estuvo en el Colegio publicó la biografía de aa santo amigo el clérigo Luis Comollo y un opúsculo sobre loa Dolores de María Santísima; luego dio a luz un tercero titulado El Devoto del Ángel Custodio y preparó para el pueblo y la juventud sus das compendios de Historia Eclesiástica, e Historia Sagrada, maravillosos por su sencillez y método,
Pero esto no bastaba. El año de 1845 habitaban en Turia familias alemanas y muchos soldados compatriotas de éstas militaban bajo las banderas del Piamonte. Era difícil encontrar quien pudiera confesar a aquellos extranjeros. ¿Qué hizo Don Bosco? Estudiar diligentemente el alemán. Después de diecisiete lecciones, pagadas a veinte liras (cantidad no despreciable para la mezquindad de su bolsa), confesaba ya en aquella lengua. Los buenos alemanes acudían gustosos; esta afluencia a su confesonario duró cerca de tres años, esto es, hasta que se suscitaron las enemistades entre el Piamonte y Austria, y los alemanes se retiraron a su país.
También los encarcelados ocupaban no escaso lugar en el corazón de Don Bosco. Grande debió de ser el número de las conversiones que operó entre ellos por espacio de más de veinte años, por más que él casi nunca habló de ellas. En esta santa industria servíase frecuentemente de algunos de Ice presos sinceramente convertidos que, dotados de ingenio, instruidos y de fácil conversación, sabían imponerse a las más pendencieros y predisponer a los otros a escuchar y Poner en práctica las palabras del sacerdote; sostenía con dice diálogos preparados con tiempo y aderezados con tanta agudeza y ejemplos y proverbios tan populares, ya ridículos, ya edificantes, que la verdad se abría paso en sus almas. Así, hombres que se habían olvidado de Dios por largos años, se acercaban a los Santos Sacramentos con las más edificantes
disposiciones. iones. También así adiestraba equipos a ejercer el ,upG9 talado en sus propios ambientes.
A las santas industrias para conquistar almas unía oraciones y sacrificios. Parece también que el Señor, a petición suya, le envió no pocas y dolorosas enfermedades, como doier de cabeza o de muelas, retribuyéndolo con la conversión ;monada de algún pecador obstinado. En efecto, más tarde confió a Dan Domingo Rufino que había pedido al Señor que le enviase la penitencia que debería haber impuesto a los presos, añadiendo: "Si no la hago yo, ¿qué penitencia podré ¡imponer a aquellos pobrecitos?"
Prudentemente pensando, previó que algún día deberla retirarse del Hospitalillo; por consiguiente, se puso a buscar un lugar más estable para su Oratorio. Una mañana salió del Refugio absorto en estos pensamientos y llegó a encontrarse frente a la iglesia del cementerio de San Pedro in Vinculia, adonde, durante la Cuaresma de 1845, envió una parte de sus jóvenes para la instrucción catequística, pues los locales del Refugio no bastaban. Allí se le ocurrió pedir al capellán, Don José Tesio, ex capuchino, que le permitiese reunir por algún tiempo a sus jóvenes en aquel lugar. Don Tesio tuvo mucho gusto en ello.
Por tanto, el domingo, 25 de mayo, celebradas las funciones de la mañana en el Hospitalillo, Don Bosco, después del mediodía, condujo a sus muchachos a San Pedro. Don Tesio estaba ausente. La criada, apenas oyó los cantos y las voces, y sobre todo aquella gritería, salió enfurecida y le apostrofó con la elocuencia de una mujer enconada por la ira. El Siervo de Dios se acercó para tranquilizarla; pero lo recibió con un chubasco de injurias e improperios, que sólo cesó cuando él, para poner término a aquella desagradable escena, ordenó que cesara el juego, y se dirigió a la iglesia rodeado de los jóvenes. Allí se enseñó un poco de Catecismo, se rezó el Rosario y después se disolvió la reunión.
Mientras Don Bosco se iba, la embravecida sirvienta no celaba de amenazarle. El Siervo de Dios, según nos atestiguó
un tal Melanotti, de Lanzo, joven sensato, que se hallaba presente, sin desconcertarse se volvió a él y su,spirarlo, le dijo en voz baja:
— ¡ Pobrecilla, nos prohibe poner los pies aquí, y la :seta próxima ya estará en la sepultura!
En aquellos momentos Don Tesio entraba en su case criada salió a su encuentra y le pintó a Don Bosco y a Bu jóvenes como profanadores de los lugares sagrados y crema de la canalla. El capellán, aunque conocía la irritabilidad de su sirvienta, quedó mal impresionado contra el Oratorio. Por eso, cuando vio a Don Bosco, que en el centro de la plaza se entretenía con los jóvenes rezagados, se le acercó y le intimó con voz alterada lo siguiente:.
— ¡Otra domingo no venga aquí a hacer semejante es. truendo y molestar a todo el mundo! Yo daré los pases necesarios para ello.
Don Bosco, atestigua el susodicho Melanotti, en el momento en que a capellán se alejaba, exclamó:
Ah, pobrecillo, no sabe tampoco si otro domingo estará vivo todavía!
Mientras tanto Don Tesio escribió al Municipio una carta llena de acrimonia, describiendo a los jóvenes del Oratorio con los más negros coloree. ¡Doloroso es decirlo, pero aquélla fue la última carta que escribió el pobre capellán! El lunes le puso el sello, llamó a la criada y le dijo:
—Procura que lleven esta carta al Ayuntamiento.
:Ratas fueron sus últimas palabras! Pocas horas después Don Tesio fue herido de un ataque apoplético y moría el 28 de mayo.
Apenas cerrada una tumba, hubo que abrir otra. Víctima de otro ataque igual, la criada lo seguía al sepulcro dos dilo después. Es más fácil imaginar que describir el espante que causaron estos dos accidentes en todos loe habitantes de los contarnos.
Don caeasso se apresuró a escribir el 29 de mayo a la condesa Bosco di Rufmo, consorte de uno de los concejales de la ciudad, para recomendarle a Don Bosco como suceor del difunto Don Tesio en San Pedro in Vínculis; pero la :arta de Don Testo había producido tal impresión en los concejales que, sin más averiguaciones, se había dada orden de captura contra Don Bosco, si volvía allí con sus jóvenes... La recomendación no tuvo, pues, efecto. El domingo siguiente, 1 de junio, apareció en la puerta de La iglesia un decreto municipal, que prohibía toda reunión en el vestíbulo o en el atrio. Gran parte de los jóvenes que no habían recibido aviso alguno preventivo, se dirigieron a San Pedro. Cuando encontraron que estaba todo cerrado y se vieron rechazados por los guardias apostados en las cercanías, corrieron espantados al Refugio, donde, acogidos benignamente por Don Hosco, asistieron a lee acostumbradas funciones.
A los siete meses de la instalación del Oratorio en el Hospitalillo era muy grande el número de los jóvenes que lo frecuentaban, y se esperaba que aumentase más aún. Pero de pronto, en el mes de julio, desaparece toda esperanza de permanecer allí por más tiempo. La Marquesa, si bien veía con buenos ojos toda obra de caridad, corno se acercaba el tiempo de abrir su Pequeño Hospital, quiso resueltamente que se alejase el Oratorio. Sueños extraordinarios volvieron a confortar a Don Bosco en su nueva angustia. He aquí la narración hecha por él mismo en sus "Memorias":
"Me pareció encontrarme en una llanura ocupada por una enorme santidad de jóvenes. Algunos reñían, otros blasfemaban. Aqui se robaba, allí se ofendía s. las buenas costumbres. Una lluvia de piedras alejarme de 'Cell
se vela por el aire, lanzadas por los que se hacían guerra. Eran jóvenes corrompidos y abandonados por sus padres. Estaba yo a punto de ..certredoert.esenjóevoefintre: yjontratota. trabaja.
eñora que rue dijo.
Ste introduje entre ellos; pera, ¿ qué hacer? No habla local para
recoger a ninguno; quería hacerles bien; me dirigí a algunas personas que se encontraban por allí observando lo que ocurría y que hubieran podido servirme de valioso sostén, pero nadie quiso escucharme, ni evy. darme. Me volví entonces a la Señora y Ella ene dijo:
—He aqui el local.
Y me mostró un prado.
—Pero aquí no hay más que un prado —dije yo.
Ella respondió:
—Mi Hijo y los Apóstoles no tenían un palmo de tierra donde re. posar la cabeza,
Comencé a trabajar en aquel prado, amonestando, predicando y confesando; pero veía que, en gran parte, resultaban inútiles teclea los esfuerzos, el no se encontraba un recinto con algún edificio rioel, recogerlos y albergar a algunos huérfanos o completamente abandonados por sus padres, rechazados y despreciados por sus ronciudadanos. Entonces la Señora me condujo un poco más allá, hacia el Septentrión, y me dijo;
—¿Observa!
Al mirar yo, vi una iglesia pequeña y baja, parte de un patio y gran número de chicos. Reanudé mis trabajos_ Pero corno esta iglesia llegó a ser pequeña, recurrí otra vez a Ella, y me hizo ver otra bastante más grande con una casa al Indo. Conduciéndome después un poco a lo largo de un terreno cultivado, casi delante de la fachada de la segunda iglesia, añadió;
alse este lugar donde tes gloriosos retdrtires de Turín, ~dor, Advenator y °otario, sufrieron el martirio; sobre esta tierra, que /se bailada y santificada con su sangre, quiero que Dios sea honrado de esa nodo especiagelme (1).
Y así diciendo, adelantó un pie, que colocó sobre el sitio donde ocurrió el martirio y me lo indicó con toda precisión. Quise poner una señal para reconocerlo cuando volviese allí, pero no encontré nada a mi alrededor, ni un palo, ni una piedra; sin embargo, lo grabé profundamente en mi memoria. Corresponde exactamente al ángulo interior da la capilla de los Santos Mártires (primeramente llamada do Santa Ana), al lado del Evangelio, en la iglesia de Maria Auxiliadora.
Entretanto, me vi rodeado de un número inmenso y siempre creciente de chicos; pero cuando me dirigía a la Señora, crecían también los medios y el Toca]. Vi después una grandísima iglesia, precisamente en el lugar en donde me indicó que habla ocurrido el martirio de los
(1) Estas tres iglesias son, evidentemente, la capillita Pinardi, la Iglesia de San Francisco de Sales y la basílica, de María Auxiliadora,
a de la región Tebea, con muchos edificios alrededor de ella
5"10 oso monumento en el centra.
y"acea,tres ocurrían estas cosas, vi, siempre soñando, que tenía por
que me ayudaban algo, pero después
se colaboradores a unos sacerdotes
ce-l ,, marchaban. Trataba con gran trabajo de atraérmelos, pero ellos
- se iban y me dejaban solo. Entonces me dirigí nuevaeece después
r a, la Señora, y Ella me dijo:
2.°- ¿Quieres saber lo que debes hacer para que no se te marchen máyr Toma esta cinta y átasela en la frente.
Tonel con reverencia la cintita blanca de su mano y vi que encima estaba escrita esta palabra: Obediencia.
- Quise al punto hacer cuanto me habia dicho aquella Señora: empecé a ligar coa la cinta la cabeza de algunos de mis voluntarios colaboradores y observe de repente un grande y admirable efecto, y que este erecta crecía siempre mientras yo continuaba en la misión que se me habla confiado, porque ellos no pensaban ya en marcharse a otra paree v se quedaban para ayudarme.
VI también muchas otras cosas, que ahora no es la ocasión de claros a conocer (parece que alude a grandes acontecimientos futuras); pero baste decir qüe, desde aquel tiempo, caminé siempre con segur
Dijo también que a nadie había relatado este streilo; pero que en 1856, habiendo invitado al canónigo Lorenzo Gastaldi a escribir la vida de los tres santos mártires tebeos y hacer investigaciones sobre el lugar de su martirio, el docto canónigo sacó la conclusión de que, consultando la antigua topografía de la ciudad, el Oratorio de San Francisco de Sales se levantaba junto a aquel lugar bendito o quizás lo encerraba entre sus muros.
Estos sueños confortaban mucho al Siervo de Dios. Con ocasión de una visita que hizo a Monseñor Fransani pidióle humildemente que le diese una recomendación para que el Municipio le cediera la iglesia de San Martín, cerca de los llamados "Mola,ssi" o "Molini Dora", junto a la plaza de Manuel Filiberto, por la parte de Levante.
El Arzobispo accedió de buen grado, y su carta, entregada en el Palacio de la Ciudad con un memorial del teólogo Borel, tuvo buen éxito.
El 13 de julio, Dominica novena después de Pentecostés, se reunieron los jóvenes por última vez a escuchar la santa Misa en la primera capilla de San Francisco de Sales; después oyeron la noticia de que era preciso abandonar aquel sitio. Hubo un instante de viva agitación, porque amaban aquel lugar como si fuese su casa; pero el Siervo de Dios, con agradables maneras, Ios animó y los invitó para que después del mediodía volviesen para ayudarle a trasladar a la nueva iglesia los objetos del culto divino y del recreo. La mayor parte fueron puntuales. Después de algunas palabras de aliento y de exhortación del teólogo Borel, echaron mano unos de los candeleros, otros de los cuadros, otros de los juegos y en larga fila, a guisa de emigración popular, fueron a establecer el cuartel general en los "Molinos". Esto sirvió para dar a conocer mejor el Oratorio y atraer a otros .Jré' yenes.
las muchachos entraron en la igleeirtiogsió la siguiente alocución:
jóvenes!, si no se trasplantan no dan C a-hermosas (1). Lo mismo podemos decir del Oratorio. 131:13;o1:17oSal:EGSCS., yi°10:111oboaj
hora se ha trasladado de uno a otro lugar; pero en la§ diver_,. :4 ia adonde ha sido trasplantado ha tomado grande incremento. 1,70" perdamos, es, pues, la confianza. No dudemos, ni siquiera un instante, „,d próspero porvenir de nuestro Oratorio. Pongamos toda nuestra solicitud en Manos del Señor, que El tendrá cuidado de nosotros; 21 , nos bendice, nos ayuda, nos provee; 21 también pensará en el lugar
el bien de nuestras
las gracias del Señor -carnmolnveni. conveniente para pnirom. toi.ver
pos,u.immaolyviodr.glliaguey
forman como una especie de cadena, de modo que las unas están ligadas con las otras. No rompamos esta cadena cometiendo pecados..." Aquella tarde las funciones de iglesia se completaron con
un diálogo escrito por Don Bosco y recitado por algunos jóvenes en el patio, en presencia de todos los demás, que reían con gusto los chistes que decía el que estaba encargado de la parte cómica. El argumento estaba basado en la nueva emigración y en las circunstancias que la acompañaron.
Así, pues, a partir de aquel día y durante dos meses,
viéronse acudir turbas de jóvenes hacia aquella parte de la Plaza Manuel Filiberto, donde se abre hoy todavía el arco que da acceso a los "Molinos". Era tal el concurso de fieles que acudía a la única Misa que celebraba allí un capellán, que no permitía la entrada a los jóvenes, tos cuales los días festivos se veían obligados a ir a cualquier otra iglesia para practicar allí sus devociones, pero con mayor molestia y poco provecho. A partir de aquel dia, los jóvenes tuvieron allí su misa. El lugar para el recreo era sumamente inadecuado, porque muchos debían ir a la vía pública a jugar y a la plaza fronteriza de la iglesia. Aun así, el número de los oratoria-nos, entre grandes y pequeños, llegaba ya a casi trescientos.
O) Este original exordio estaba inspirado en las circunstancias 1-Oca/es. Valdocee abundaba en huertas de hortalizas.
El primer encuentro del Santo con el jovencito Iniguoi Rúa se remonta a aquel tiempo. Rúa frecuentaba como aluna. no externo las Escuelas de los Hermanos de Lasalle. En. agosto de 1M5 oyó hablar por primera vez de Don Bosco, Un compañero le habló del Oratorio en el Refugio y le mon. tró una corbata que había ganado en una de aquellas pe_ queñas tómbolas con las cuales Don Bosco solía alegrar len recreos de sus hijos. ¿Qué sucedió? Los dos jóvenes acudieron presto al Refugio; pero Don Bosco había trasladado el Oratorio a los "Molassi", y allá se fueron corriendo. Don Bosco los recibió con tan amables maneras, que Miguel Rúa quedó embelesado. Pocas veces en los dos o tres años siguientes volvió a ver a Don Bosco allí; pero en las clases elementales de los Hermanos ocurría con frecuencia que el jovencito Miguel se encontraba con el Santo. Apenas lo divisaba, loco de alegría, corría a su encuentro, y cuando lo tenía cerca,- descubriéndose la cabeza y besándole la mano, con toda ingenuidad exclamaba:
--; Don Bosco, déme una estampa!
El Santo, como si no tuviese otra cosa que hacer. se de; tenía afablemente con el niño, le ponía el bonete en la cabeza y sonriendo amablemente, a la insistente petición le presentaba la palma de la mano izquierda, mientras que con la derecha hacía ademán de cortársela por la mitad, diciendo como en broma:
—;Toma, Miguelito, toma!
Y Miguelito, besándole de nuevo y con más efecto la mano, se despedía pensando: ";Qué me querrá decir!"
Pocos años después lo supo. Cuando vistió el hábito sacerdotal, preguntó la explicación a Don Bosco, el cual le dijo:
—;Don Bosco quería decirte que un día trabajarías eosmigo a medias!
Miguel Rúa, en efecto, llegó a ser el alter ego de Don
o au Vicario en los últimos años, y después de su muerte Ej,eac,
Primer Sucesor, "Dan Bosco segundo", como dieron tani
°„",.;,,r-jan llamarle, segundo eslabón de una dinastía electiva. II 10 de agosto de 1845, la Marquesa Barolo inaguró el pequeño Hospital de Santa Filomena, con Don Bosco de Capellán e Director.
pero bien pronto los "Molassi" tuvieron también sus contradictores. Los molineros, los mozos, los carreteros, como no querían tolerar los alborotos de los jóvenes, hicieron serias reclamaciones al Municipio, describiendo aquellas reuniones como revolucionarias y peligrosas para el orden público, y Miadiendo que los muchachos causaban desperfectos en la iglesia y en el empedrado del patio.
Los concejales de la ciudad, un poco disgustados, después de haber interrogado a Don Bosco a este propósito, enviaron un perito a aquel lugar, el cual comprobó que ni en la iglesia ni en las paredes, ni en el pavimiento había desperfecto alguno; sólo "un muchacho, con la punta de un clavito, había hecho una pequeña raya en la pared".
Mientras ocurrían estas cosas, la salud del pobre Don Bosco se había debilitado de tal modo, que inspiró temores a sus amigos. Escogió algunos jóvenes entre los mejores y les llevó consigo a respirar el aire puro de Becchi, confiando el Oratorio al teólogo Borel. En aquella circunstancia, Don Bosco, interrogado por Juan Filippello acerca de sus intenciones para lo por venir, le respondió:
—1Ca estaré solo ni con pocos compañeros, sino que tendré muchos otros sacerdotes como ya, que me obedecerán y se dedicarán a la educación de la juventud.
Filippello no se atrevió a seguir preguntando, pero desde entonces se le grabó en la mente la idea de que Don Bosco >el-usaba fundar una sociedad religiosa.
En Becchi dio el Siervo de Dios la última mano a su Bisiorki Eclesiástica, documento de su fe, de su celo por la sal
vación de las almas y de su amor al Pontificado, Mas Sil pan, samiento no se apartaba de Turín, adonde volvió pronta y en donde lo esperaban nuevas cruces.
El secretario de los "Molinos", haciéndose eco de las falsas voces que corrían contra el Oratorio, escribió una carta a los concejales, diciéndoles que era imposible que las fand„ has dedicadas a aquellos oficios pudiesen cumplir sus deberes y vivir tranquilas. Pronto los concejales despacharon una orden en forma cortés, dirigida al teólogo Borel, por virtud de la cual se debía el 1 de enero dejar libre aquel lugar y trasladar el Oratoria a otra parte.
Pero no todos los adversarios gozaron de su victoria. a secretario, autor de la famosa carta, no volvió a escribir nia,z, porque fue acometido de un temblor violento en la mano derecha, y a los tres años murió. Dispuso Dios que al hijo de aquél lo abandonasen en medio de una calle y se viese ohli. gado a pedir pan y asilo en el hogar que se abrió después en Valdocco.
Don Bosco, después de haber orado y pedido consejo a Don Calma° y al teólogo Borel, prosiguió la empresa
zando la iglesia de San Martín sólo para la instrucción religiosa en casos de intemperie y llevando sus jóvenes a practicar sus devociones ya a "Saesi", ya a la "Madona di Campagna", ya al 'Monte dei Capuccini" o a otro lugar.
La iglesia de San Martín fue evacuada definitivamente la Dominica cuarta de Adviento, 21 de diciembre. Después de haber rezado con sus jóvenes una oración, como saludo de despedida, levantó los ojos al cielo exclamando: Dóiniai est terca el plenitud° ejus! Y salió en busca de otro lugar.
La Navidad de aquel año fue triste; pero Don Bosco, ocultando sus penas interiores, se mostraba de buen humor, animando a los jóvenes a la perseverancia o alegrándolos COD la narración de las mil maravillas sobre el futuro Oratorio,
ce por aquel entonces sólo existía en su mente y en los
Illecretos del Señor.
En realidad, agradables fantasías en sueños le hacían ver un magnifica espectáculo, que a sus leales refirió más tarde. Le pareció estar en la orilla septentrional del "Rondó", y mirando sacia Valdocco, había visto cerca de la vía Cottolengo, en un campo sembrado de hortalizas, tres bellísimos jóvenes, resplandecientes de luz, que se mantenían firmes de pie en aquel sitio que, en un sueño precedente, se le habia indicado como teatro del glorioso martirio de los tres soldados de la Legión Tebea. Lo invitaron a bajar; después lo acompañaron ante una señora magníficamente vestida, de indecible hechizo, majestad y esplendor, junto a la cual vio un senado de ancianos con aspecto de príncipes. A Ella, como a reina, formábanle cortejo nobilísimo innumerables personajes adornados con gracia y riqueza deslumbradora, y alrededor se extendían otros grupos hasta donde podía alcanzar la vista.
La Señora, que había aparecido en el lugar en donde hoy se levanta el altar mayor del Santuario, invitó al Siervo de Dios a acercarse. Cuando lo tuvo al lado, Ie dijo que los tres jóvenes que lo habían conducido hasta Ella eran los mártires Solutor, Adventor y Octavio, como si quisiera indicarle así que ellos eran los patronos especiales de aquel lugar. Después, con una sonrisa embelesadora y afectuosas palabras, lo alentó a no abandonar a sus hijos, sino a proseguir con ardor la obra emprendida. Le agregó que encontraría gravísimos obstáculos, pero que los superaría con su GOIA.a.n7a en la Madre de Dios y en su Divino Hijo. En fin, le mostró una Casa a poca distancia, que existía realmente y que después "Pu que pertenecía a un tal señor Pinardi, y una pequeña iglesia en el lugar que exactamente ocupa ahora la iglesia 41 San Francisco de Sales, con el adjunto edificio. Alzando entonces la diestra y con la voz impregnada de inefable armonía, exclamó: HAEC EST nomus EISA, INDE GLORIA MEA. Al sonido de estas palabras Don Bosco se conmovió tanto, que
se desvaneció, mientras la figura de la Virgen, con toda la visión se esfumaba lentamente como una neblina.
A la mañana siguiente, todo alborozado por aquel sueño, se apresuró a visitar la casa que la Virgen le había indicado Pero, ;cuál no fue su sorpresa cuando, al llegar a aquel sitio' en vez de una casa con una iglesia, encontró una morada de gente de mala vida!
Como la estación era muy fría, no permitía los paseos por el campo; por lo que, aun a costa de cualquier sacrificio era preciso encontrar un lugar fijo, al menos para las reunio: nes de los días festivos. Pidiéndolo con varias instancias al sacerdote D. Antonio Juan Moretta, pudo alquilar tres habita. ciones en una casa poco distante del Refugio; de modo que, sin sospecharlo, los muchachos se acercaban a la meta de sus peregrinaciones, a la tierra prometida. Como carecían de capilla, continuaban oyendo Misa en cualquier iglesia, ordinariamente en la Consolación o en San Agustín. La tarde de la Epifanía y de alguna otra solemnidad, fueron allí también a recibir la bendición con el Santísimo Sacramento.
Las prácticas de piedad quedaron reducidas al Catecismo y al canto de sagradas alabanzas ante un improvisado altar-cito, en el cual el Siervo de Dios había colocado una Virgencita, adornada lo mejor posible. Las diversiones eran limitadas; pero la más pura alegría reinaba en todos los corazones, gracias a la amable y activa caridad de Don Bosca
En cambio su salud se desmejoraba. La Marquesa Bardo, que estaba en Roma, informada de ello por el teólogo Borel, recomendó mucho que se le tuvieran todas las atenciones convenientes y le envió un donativo de cien liras para el Oratorio; pero nadie se atrevió a proponerle que abandonase a los chicos. Por otra parte, el Oratorio entonces más que nunca necesitaba de su presencia.
Tres eran las habitaciones. En ellas, con la ayuda del teólogo Don Jacinto Carpano, joven sacerdote turinés.
de rica
familia y despejado talento, todo celo y caridad para 1°11 niños, abrió al punto tres clases; a un cuarto grupo de jóva`
n de conformidad con la profesión de cada uno, se le daba, en un' a hora libre del día, un poco de clase sobre las primeras nociones de Aritmética, Geografía y Dibujo.
Cuando llegó la fiesta de San Francisco de Sales, los chicos fueron a oir la Misa fuera; así que volvieron tuvieron la grata sorpresa de recibir muchos regalos, algunos de valor, debidos a la bondad de Don Rosco.
Éste, mientras con tanto amor se cuidaba de los pilluelos que había recogido en la. calle, visitaba también todas las semanas varias escuelas públicas de la ciudad, donde, dando Catecismo razonado, ejercía su misión educadora. Entre otras prefería la clase de Gramática del profesor Bonzanino y la de Retórica del profesor Mateo Pico:), cuyos alumnos pertenecían a las primeras familias de Turín.
Pero no todos eran capaces de apreciar tanto celo; antes bien, lo tachaban de vano y peligroso, aun personas serias. Ciertas malas lenguas llegaban a decir que Don Bosco era un revolucionario; otras, un loco, un hereje, y que sus innovaciones sonaban a libertarias. Unos cuantos eclesiásticos, muy celosos por cierto, no podían convencerse de que Don Bosco secundaba los impulsos de una misión celestial. En una conferencia de sus reuniones, el cura del Carmen, teólogo Carlos Dellaporta, se lamentó de que los jóvenes del Oratorio formaban una clase independiente de feligreses que acabarían por no conocer ya a su párroco. El teólogo Borel, presente con Dan Giacomelli en la reunión, salió en defensa de Dan Bosco, La mayoría aprobó sus manifestaciones, pero el cura del Carmen no se convenció, resistiéndose a admitir que otra autoridad distinta de la suya fuese reconocida dentro del territorio que canónicamente se le había confiado. Sus colegas opinaron lo mismo, no por miserable ambición o envidia, sino por puro deseo del bien. Resolvieron, pues, pedir explicaciones al mismo Siervo de Dios.
Dos respetables párrocos se le presentaron con este fin. Él les hizo observar que la mayor parte de sus muchachos eran forasteros, alejados de la vigilancia paterna, completamente ignorantes de la circunscripción parroquial; que en sil mayoría eran de quince, dieciocho y veinte años de edad, Y sin la menor noción de las cosas de la religión, por lo que,
iwieihnente alternarían en la enseñanza catequística con ni-nos de ocho a diez años, mucho más instruidos que ellos; que a ci no le era posible llevarlos a sus respectivas parroquia, para el Catecismo, a menos que cada párroco se en
cargase
de ir a buscarlos o de hacerlos ir.
Pero ami esto —continuó Don Bosco— resulta difícil en la práctica. No son pocos los que vienen al Oratorio atraídas por las diversiones y los paseos que entre nosotros se acostumbra dar; con estos medios se los atrae al Catecismo y a. otras prácticas de piedad_ Sin esto, quizás no irían a ninguna iglesia, de modo que no estarian ni con los párrocos ni con Don Bosco, con grave daño de sus almas. Para evitar ente peligro, sería muy útil que cada parroquia tuviese un lugar determinado donde se recogiera y entretuviera a los jóvenes con agradables diversiones.
La conclusión a que se llegó fue que, como los párrocos no podían sostener un Oratorio en sus respectivas parroquias, alentaron al sacerdote Juan Bosco a continuar su obra, hasta nueva determinación.
Superado apenas un obstáculo, aparecía otro. Don Morella, aunque a disgusto, se vio obligado a despedir a Dor Bosco por causa de las quejas y amenazas de los inquilinos. motivadas por los alborotos de los jóvenes. Pero lo hizo en forma correcta.
Era el 2 de marzo de 1846. Don Bosco pagó el saldo del alquiler con quince liras por todo aquel mes todavía; y come había previsto aquel despido, reunió desde el siguiente domingo a sus muchachos en un prado contiguo, alquilado a los hermanos Filippi: eran ya cuatrocientos.
Un domingo el Siervo de Dios los condujo a todos hasta la Basílica de Superga. Después de oída la Santa Misa en la Consolación, con un poco de música a la cabeza (es decir
Innioso viejo tambor, un trombón, un violín y una guitarra vieja) grupo marchó en aquella dirección.
Al comienzo de la cuesta había un caballo completamente enjaezado enviado para Don Bosco por el párroco Don Ansei meto y una tarjeta del teólogo Borel, que le había precedido-anunciando que la comida estaba dispuesta. El teólogo Guillermo Audisio, Presidente de la Academia Eclesiástica, había regalado una buena sopa y un plato de carne, y el párroco vino y fruta. Los jóvenes, fuera de sí por la alegría, celebraron con gratitud la caridad de los generosos sacerdotes; y Don Bosco, no contento con haber referido a sus jóvenes la historia de aquel majestuoso templo votivo, erigido par Vía tor Amadeo II en reconocimiento por la liberación de Turín del asedio del 1706, subió por la tarde al púlpito, después de Vísperas, y les predicó un corto sermón. Algunos, muchos años después, recordaban todavía que les habló de la eficaz intercesión de María ante su Divino Hijo, y de los medios para ser atendidos cuando recurrimos a Ella. Los muchachos del Oratorio ,quedaron entusiasmados y no menos la gente que asistía.
Después del sermón, subieron los músicos al coro, y acompañados al órgano por Don Bosco, cantaron en la Bendición motetes y Tantum ergo. En aquel tiempo no era costumbre en el Piamonte que los chicos cantaran en la iglesia; por eso aquella tarde, los miembros de la Academia y el pueblo que estuvieron presentes, al oir las bonitas voces de los niños del Oratorio, tuvieron una agradabilísima sorpresa.
Aquel paseo fue el preludio de esa larga serie de espléndidas excursiones organizadas por Don Bosco para sus jóvenes, que perfeccionadas más tarde por él mismo, iniciaron en el mundo la obra de los campamentos y colonias escolares.
Can estas caritativas industrias, el Oratorio fue prosperando, aun en el prado. Era un hermoso espectáculo contemplar las ruidosas diversiones de Los jóvenes ; más que todo embelesaba verlos a cierta hora de la tarde dejar un momento sus juegos al redoble de tambor ordenado por Don Bosco, el cual con mucha facilidad los dividía en grupos, según 13.11 edad y su instrucción, para explicarles, durante una medits hore el Catecismo. De pie sobre una elevación del terreno,las tra los mayores y vigilaba a los otros. Al Catecismoilla seguía el canto de un himno sagrado, después un breve y agradable sermoncito y, finalmente, el canto de la Letanía baaretana o de una canción. Después se reanudaban alegremente los juegos.
En medio de tantos, trabajos, el Siervo de Dios debía disimular su dolor por una nueva espina que al principio del mes había aumentado el número de las no pocas que ya le punzaban. La afectuosa obediencia de los jóvenes para con él dio nuevo motivo al ridículo rumor de que podía hacerse un hombre peligroso y de un momento a otro suscitar una revolución en la ciudad. Esta fantástica insinuación tenía como especioso fundamento el hecho de que un cierto número de aquellos jóvenes, que se habían hecho piadosos y de excelente conducta, en tiempo atrás habían estado en la cárcel.
Semejantes patrañas hallaron eco en las autoridades, especialmente en el Marqués Benzo de Cavour, padre de Gustavo y de Camilo, y Vicario de Turín, que es como decir jefe de la jurisdicción municipal. Como algún tiempo antes hubiese visto a Don Bosco en los llamados prados de la Ciudadela, entre un grupo de jóvenes, a los cuales intentaba de la mejor y más amable manera posible meter en la cabeza algunas ideas de Religión y de Moral, había dicho que Don Bosco era un loco o un hombre peligroso, que debía ser conducido al sSeabnoecluslesdto es, encerrado en las prisiones del palacio donde se reunía el Senado.
Con tales ideas en la cabeza, el Marqués le hizo llamar y discurriendo con él sobre este asunto, concluyó diciendo:
—Esto es un desorden y quiero y debo impedirlo. ¿No
que están prohibidas las reuniones, si no se tiene Para ellas el debido permiso?
—Mis reuniones no tienen fines políticos, señor marga, enseño el Catecismo a pobres muchachos y esto lo hago permiso del Arzobispo.
—¿Está enterado el Arzobispo de estas cosas?
—Bien enterado; nunca he dado un paso sin su enanca, timiento.
—Y si el Arzobispo le dijese que desistiera de esta rj. dícula empresa, ¿no opondría usted dificultad?
—Absolutamente ninguna; he comenzado y hasta ahora he continuado con la bendición de mi Superior eclesiástico, y a una simple señal suya lo dejarla todo...
Cuando llegó a casa encontró Don Bosco una carta en la que los hermanos Filippi ¡lo desahuciaban del prado, alq. lado, sin embargo, por todo el año! Parecía una conjuración premeditadamente urdida; pero bien examinado todo, eran pruebas que el Señor enviaba a su Siervo para hacer resaltar más su intervención en la obra que había puesto en sua manos.
El Vicario, aunque tuvo una entrevista con Monseñor Fransoni, del todo favorable a Don Bosco, se mantuvo firme en no permitir la continuación del Oratorio, sine con ciertas condiciones, que Don Bosco juzgó inaceptables. Quería liad. tar el número de los chicos, prohibir los paseos y la entrada en la ciudad formando cuerpo y excluir completamente a lea mayorcitos como políticamente peligrosos (¡ !).
La Jefatura de Policia, según órdenes recibidas, continuaba vigilando a Don Bosco. El sonreía al verse acompañado, como un soberano, por aquella escolta de honor, y solía decir que, por esta y otras aventuras, el tiempo más romántico del Oratorio fue el de las reuniones en el prado.
Durante el sueño continuaban sonriéndole luminosas visiones, que refirió desde los primeros tiempos a Don Rúa y a otros. Ora contemplaba una vasta casa con una iglesia del semejante a la actual dedicada a San Francisco de Sales,entrar tq°due°w.ur:,baulAeniumael fjoynptoe'nr eeusytao próuetidrtao:
jovenes, clérigos y sacerdotes; era, a este espectáculo, allí mismo, otro, en el que aparecía la pequeña casa pinardi, y en torno de ella, en los pórticos y en la iglesia, jovencitos y eclesiásticos en grandísimo número.
En realidad, el sueño del Colegio en la noche que antecedió al segundo domingo de octubre de 1844, se acercaba a su cumplimiento. Tres debían ser las paradas o estaciones del Oratorio antes de conseguir una morada estable: la primera en el "Refugia", la segunda en los "Melassi"; la casa de Moreda y el prado contiguo era la tercera. Elstaban ya para llegar a la meta.
Al esparcirse la voz de las graves dificultades que se opo. rijan a la obra de Don Bosco, varios amigos, en vez de alea. tarlo a perseverar, le aconsejaran que abandonase la empra ea; y aun llegaron a sospechar si estaría atacado de monomanía.
El mismo incomparable teólogo Borel, que, a pesar de todo, participaba de sus ideas, en presencia de Don Pao chiotti le dio el consejo de suspender por entonces el Orata rio. El Siervo de Dios le respondió que Dios le ayudaría y que ya veía una iglesia, una casa y un recinto para las cliver« siones.
AI oir tales palabras el teólogo Borel, como él mismo con• fesaba refiriendo este hecho a varios de sus hijos, se sintii profundamente apenado. Le pareció que aquélla era una prue ba bastante cierta de locura del incomparable amigo, y nc Pudiendo dominar la inmensa pena que experimentaba si corazón, se le acercó, le dio un beso y se alejó llorando. Tarn bién Don Pacchiotti lo miró compasivamente, repitiendo ",Pobre Don Bosco!". y se retiró también apenado.
Pero Don Bosco hablaba así porque estaba convencido de lo futuro. Había narrado a Don Cafasso cuando le pidie consejo, los sueños que había tenido; y el santo sacerdote k había respondido:
—; Siga adelante, tata conacientla, dando importancia a esos sueños, porque entiendo que ello redunda a mayor glorda de Dios y bien de las almas:
La convicción de que el amigo de tantos jóvenes fuese un loco, o estuviese para volverse loco, cada vez se divulgaba más en Turín. Los verdaderos amigos se mostraban apenados, los indiferentes o envidiosos se burlaban; y casi todos, aun los más amigos, se alejaban de él.
Finalmente, algunos respetables eclesiásticos, movidos de verdadera caridad, pensaron en un tratamiento psiquiátrico, recluyéndolo en la casa de salud. De acuerdo con el Director de ésta, se obtuvo un puesto para él. El teólogo Ponzati, cura de San Agustín, y el joven teólogo Vicente Nasi, muy afectos a Don Bosco, recibieron el encargo de cumplir este piadoso designio.
Alquilaron un coche y amaestraron al auriga. Se dirigieron al Hospitalito y subieron a la habitación de Don Bosco, donde, después de los primeros cumplidos, encaminaron la conversación sobre el porvenir del Oratorio, Don Bosco repitió lo que ya había dicho a otros, y con tanta seguridad como si tuviese aquellas cosas delante de los ojos. Las visitantes se miraron.
De aquella inesperada visita, de las insistentes preguntas y de cierto impulso misterioso dedujo Don Bosco que también ellos lo tenían por loco. Rio para sus adentros, y esperaba a ver en qué paraba aquello. Por fin sus interlocutores
lo invitaron a dar un paseo en coche. Al punto adivinó la jugada que le preparaban. Sin darse por entendido, aceptó ja invitación y bajó con ellos hasta el carruaje; le invitaron a subir el primero.
--No --respondió----, sería una falta de respeto por parte mía; sírvanse pasar delante.
Subieron sin ningún recela; cuando Ios vio dentro, cerró apresuradamente la portezuela del coche y ordenó al cochero: Pronto, al manicomio!
k- El cochero azuzó a los caballos y veloz como el pensamiento, sin cuidarse de los gritos de los de adentra, llegó a su destino, que no distaba mucho, y como encontrara abierta la cancela, entró por ella a carrera tendida. El portero
cerró al punto, mientras los enfermeros, que estaban aguardando, rodearon el carruaje y abrieron las portezuelas. Pero,
;oh sorpresa! Habían tenido aviso de que llegaría un sacerdote loco y venían dos, que por la manera en que protestaban parecían furiosos.
Como no se descifraba el enigma, cortésmente, pero con energía, los enfermeros recluyeron a ambos en el piso alto.
No valieron razones ni protestas. Los cuitados pidieron ver
al médico, pero éste no se encontraba en casa; preguntaron por el director espiritual y les dijeron que en aquel momento
estaba comiendo. Ellos también debían ir a comer, y cierta
mente se reprochaban el haberse metido en semejante aventura. Finalmente vino el director espiritual y vista el equí
voco, se rio con toda el alma y los hizo poner en libertad. Parece que desde aquel día no volvieron a hablar de la locura de Don Bosco.
¿Qué hacia entretanto éste? Sin dar oídos a chismes ni a críticas y en la esperanza de que sus detractores se cansarían, continuaba su apostolado solo, sin perder un punto su acostumbrada paz.
Hacía ya varios domingos que sus colaboradores sacerdotes, al ver que no quería acceder a sus consejos y mudar de método en el Oratorio, lo habian abandonado, ¡a él, que apenas podía tenerse en pie, con el germen de una terrible enfer. med,ad, y con él a cuatrocientos muchachos!
Pero, en honor de la verdad, debemos decir que no toden los eclesiásticos le dejaron solo en aquellos días de durísima prueba. Monseñor Fransoni no cesó de sostenerlo y de aconsejarle que continuase resueltamente su. obra.
El teólogo Borel estaba siempre dispuesto a ayudarle: aunque entonces observaba y callaba, compadeciéndose del amigo, gastado más que nunca por los padecimientos y las prolongadas vigilias, mientras éste, para aliviarle las penas, le revelaba en secreto que más de una vez había tenido cierta visión de Dios y de la Santísima Virgen, en que se le había comunicado que "en los prados de Vaidocco tendria su cuna el Oratorio y una nueva Sociedad religiosa que proyectaba fundar'.
Entre la gente se hablaba mucho de él. Unos lo tenían por un gran santo y otros por un monomaníaco; pero cuatrocientos jóvenes obedecían a la menor orden suya y lo amaban con inmenso afecto.
Don Cafasso lo socorría con limosnas y decía a sus contrarios, eclesiásticos o seglares:
"¡Dejadle hacer!, ¡ dejadle hacer! Su obra es del Cielo."
Era el 5 de abril de 1846, Domingo de Ramos y último día que podía Don Bosco utilizar eI prado. ¡Fue aquél uno de los días más tristes del Siervo de Dios! Debla anunciar en qué sitio podrían reunirse el domingo siguiente; y a pesar de todas sus gestiones no había podido encontrarlo. a Qué hacer? Pensó poner a prueba las oraciones de los mismos chicos, algunos de los cuales eran ángeles de virtud. Aquella mañana, cuando los tuvo en el prado y hubo confesado a buen número de ellos, los reunió y les dijo que deberían ir a Misa a la iglesia de los Padres Capuchinos de la Virgen del Campo, que distaba de allí cerca de dos kilómetros. Sería fina devota
peregrinación para obtener de la Santísima Virgen la gracia suspirada.
La propuesta fue recibida con gozo: al fin, era un paseo. Durante el camino se rezó el Rosario, se cantaron las Leatúas y varios himnos, y cuando estuvieron en la umbrosa avenida que de la carretera conduce al convento, con gran maravilla de todos, las campanas de la iglesia empezaron a repicar echadas al vuelo. En ninguna de las excursiones anteriores al Santuario se había festejado su llegada de aquel moda. Pronto se extendió la voz de que las campanas repicaban por si solas. El hecho es que el Padre Fulgencio de Carreagnola, Guardián del convento, y entonces confesor del rey Carlos Alberto, aseguró que ni él ni los demás de la comunidad habían ordenado que se tocasen las campanas en aquella ocasión, y que a pesar de las indagaciones hechas para saber quién las volteó, no consiguió descubrirlo, Era, sin duda, una sonrisa o una florecilla que desde el Cielo les mandaba San Francisco, a quien Don Bosco tenía tanta devoción y que le era y le es correspondida por el cariño de los Padres franciscanos.
Después de la Misa, mientras el Guardián hacia preparar el desayuno en el jardín del convento, el Siervo de Dios habló a los jóvenes comparándolos a pobres avecillas cuyo nido había sido destruido, y animándolos a pedir a la Virgen que les preparase otro más estable.
Rezaron ellos con él, de todo corazón, y no en vano, como veremos.
Dirigiéronse a sus respectivas casas para almorzar, y hacia las dos de la tarde volvieron a reunirse en el prado.
A la hora acostumbrada, se enseñó el Catecismo, se cantó y se predicó como las otras veces y después se entregaron
los jóvenes a sus predilectas diversiones. Paro aquél que era el alma de aquellos recreos y que, nuevo San Felipe Neri, se hacía pequeño con los pequeños, cantando, jugando y corriendo con ellos, deambulaba ahora solo en un extremo del prado, pensativo y melancólico.
"En la tarde de aquel día • —narra el mismo Don Bosco—contera. piaba aquella multitud de niños que se divertían; consideraba la abur,. danta mies que se estaba preparando para el sagrado ministerio y rn, sentí verdaderamente conmovido. Me encontraba falto de operar-loa acabado de fuerzas, con salud bastante precaria y sin saber dónde podría en lo por venir reunir a mis muchachos. Por tanto, me retiré aparte, me puse a pasear solo y quizás por vez primera me sentí entristecido hasta derramar lágrimas. Paseaba y levantaba los ojo= al cielo.
—;Dios mío! —exclamé--, ¿Por qué no me hacéis ver el lugar en que he de recoger a estos niños? Hacédmelo conocer o decidme lo gía debo hacer.
Apenas habla proferido estas palabras, cuando entró en el morir un tal Pancracio Soave, balbuciendo de tal modo, que con dificultad se hacia entender, y acercándoseme, dijo:
—¿Es verdad que busca usted un sitio para un laboratorio? -
—Para un laboratorio, no; para un oratorio, si.
—Lo mismo da un oratorio que un laboratorio; pero hay un elLl venga a verla Es propiedad del señor Francisco Pinardi, una personl honrada, que desea ayudarle. Venga, que hará un buen contrato.
El cielo se esclarecía. Al mismo tiempo llegó un buen condiscipulg el sacerdote Don Pedro Merla, que otras veces se había prestado ayudar al amigo.
—Llegas oportunamente —le dije—; cuídate un momento de la astil tenia del recreo; yo tengo que ausentarme un momento y vuelva pronto.
Acompañado de Paneracio llegué a una casucha de un solo piso planta baja, con la escalera y un balcón de madera carcomida; erá ni mas ni menos la que habla ido a ver después de las indicacioned del sueño."
Don Bosco se dirigió al piso superior, pero el limpietar y Pancracio le dijeron:
— No, el local para usted está aquí dentro.
Y lo condujeron a un largo cobertizo, que por un lado tendría algo más de un metro de altura, con el techo en mal estado y sin pavimento; a lo más podía servir de leñera.
—Es muy bajo, no me sirve —dijo Don Bosco.
— Yo lo arreglaré —añadió con gracia Pinardi—; cavaré,
La Basílica de María Auxiliadora en Turín hoy uno de les nula célebres santuarios del mundo. Fue el sueño dorado de la juventud de Don Hosco. Le miraba como el castro de irradiación y de convergencia de me Obra. 2Fue consagrada por Monseñor Ric°aren., Arzobispo de Turín, el 9 de junio de 1868. De ella se ha dicho que cada piedra y cada ladrillo representa Un milagro.
pondré escalones, haré el pavimento, todo como usted quiera, porque deseo que se instale aquí su laboratorio.
—Laboratorio, no, mi querido amigo, sino oratorio, esto ca, una pequeña iglesia en donde pueda reunir a unos jóvenes.
—Tanto mejor, con más gusto todavía. Yo también soy cantor; pondré ahí dos sillas, una para mí y otra para mi mujer. Además, en casa tengo una lámpara y la pondré aqui como adorno. Muy bien, muy bien, un oratorio.
—Le agradezco —respondió el Siervo de Dios— la buena voluntad y los ofrecimientos que me hace; si puede usted ahondar por lo menos cincuenta centímetros, acepto; pero, ¿cuánto pide?
—Trescientas liras al año; me dan más, ¿sabe usted?, pero lo prefiero a usted, porque quiero destinar este local a un fin religioso y al bien público.
— Le doy trescientas veinte, con tal que me arriende también esta faja de terreno para los recreos y me prometa que el domingo próximo podré traer aquí a mis jovencitos.
— Conforme; trato hecho. Venga el domingo; estará todo a punto.
Don Bosco no quiso buscar más. Con. ánimo alegre reunió-se con sus chicos y dijo en alta voz:
—;Alegraos, hijos míos! ;Hemos encontrado el Oratoria; tendremos iglesia, sacristía, clases, sitio para correr y jugar! El domingo, el domingo próximo podremos estrenarlo. Es allí, en casa de Pinardi.—Y esto diciendo, señaló el lugar que, como estaba cerca, se veía desde el prado.
La alegría no tuvo límites, como nos lo aseguraron los supervivientes. Don Merla reía; Don Bosco lloraba de consuelo. Fue un momento de entusiasmo indescriptible.
Después de aquella expansión de alegría, Don Bosco los aquietó, lea dijo algunas palabras sobre el buen éxito de la Peregrinación realizada por la mañana y los invitó a rezar el Santo Rosario en acción de gracias a la celestial Bienhechora, que en el mismo día tan amorosamente los había escuchado.
El señor Pinardi había dado palabra de hacer las necesa. rias reparaciones para el domingo siguiente y las hizo. Puede decirse que en una semana se hizo el trabajo de un mes. Don Bosco, después de haber obtenido licencia del Arzobispo, por decreto de 10 de abril, en la mañana del domingo de Pascua, 12 de abril de 1846, hallándose el local preparado, hizo trasladar desde el Refugio los objetos de la iglesia, y de la barraca del prado, el material de los juegos. Los jóvenes mismos se prestaron a ello; dos señoras bienhechoras pusieron sobre el altar una Mis' ima pieza de lino, regalada por el teólogo Carpano, que ellas habían convertido en mantel, y el teóloga, que hacía algunas semanas no se dejaba ver, regaló los candeleros, la cruz, la lámpara y un cuadrito de San Francisco de Sales. Arreglado todo lo necesario, aquella misma mañana el Siervo de Dios bendijo y dedicó al culto divino en honor de San Francisco de Sales el humilde edificio y celebró la Santa Misa, que oyeron muchos jóvenes, algunos vecinos y otras personas de la ciudad. El Arzobispo, para mostrarle su satisfacción y darle una señal de benevolencia, le renovó la facultad, que ya le tenía conferida para el Oratorio, de celebrar Misa, dar la Bendición, administrar los Sacramentos, predicar, hacer triduos, novenas, Ejercicios Espirituales y preparar para la Confirmación y la. Comunión pascual, como en las parroquias.
La nueva capilla, aun después de las reparaciones hechas,
era un pobre local de quince a dieciséis metros de largo por cinco a seis de ancho, y bastante bajo; basta decir que cuando monseñor Fransoni iba allí para administrar la Confirmación o para desempeñar alguna otra función, cuando subía a la tarima, ¡debía tener la cabeza baja para no tropezar en la bóveda con el extremo de la mitra! Por lo cual decía salerosamente que "a los muchachos de Don Bosco había que hablarles con gran respeto". Detrás del altar, otras das pobres habitaciones servían de sacristía y de depósito.
Fue ésta la segunda capilla del Oratorio ; que sirvió para el culto divino por seis años! Pero los sueños empezaban a realizarse: después de la tercera estación, el Santo se había establecida en el lugar que le había reservado la bondad de la Santísima Virgen.
Poco tiempo después pasaban de setecientos los jóvenes, de modo que daba trabajo colocarlos. Varios sacerdotes que se habían alejado del Oratorio, volvieron; entre ellos merece especial mención el teólogo Ignacio Vola, turinés, modelo de vida sacerdotal, calificado por Monseñor Chiaveroti de "ángel en la tierra", que contrajo con Don Bosco estrecha amistad.
Tampoco faltaron desde entonces bienhechores: un tal Gagliardi, quincallera, el señor Montuardi y el generoso y rico banquero Comendador Cotta. Este y algunos otros señores se interesaron en proporcionar buenos empleos a los muchachos: eran la simiente de los Cooperadores Salesianos.
Así, en poco tiempo, el Oratorio adquirió un desarrollo muy importante. El método que se practicaba entonces es casi el mismo que se sigue hoy.
En los días de fiesta, por la mañana temprano, abierta la iglesia, comenzaban las confesiones, que duraban hasta la hora de la Misa. Esta celebrá.base a las ocho; mas para comodidad de los que deseaban acercarse a los Santos Sacramentos, no pocas veces se retrasaba una hora, y aún más,
porque al pobre Don Bosco le tocaba, como se dice valga, mente, cantar y llevar la cruz, ya que, por la mañana, los sacerdotes cooperadores suyos estaban ocupados en vadea iglesias.
Durante la Misa, varios de Ios jóvenes más formales alas_ Han a sus compañeros, y uno dirigía las oraciones y la acepa_ ración a la Sagrada Comunión. Par necesidad o por principio, la Pedagogía de Don Bosco es esencialmente colaboracio- nista, y esto explica, en parte, por qué con poco personal especializado hace tanto.
Celebrado el Divino Sacrificio y guardados loa paramea, tos sagrados, el Siervo de Dios predicaba un paca. Al prd ripio se limitaba a explicar el Evangelio; después contin con la narración de la Historia Sagrada y de la Eclesiástica, y así siguió por más de veinte años.
Finalmente salían de la iglesia, y después de un poco de recreo, entraban en la clase de lectura y de canto, que duraban hasta mediodía.
A la una se reanudaban los recreos con bolas, zancos, fusiles y espadas de madera y otros juegos de destreza y gimnasia.
A las dos y media se volvía a la capilla para el Catecismo y después se rezaba la tercera parte del Rosario. Más tarde se empezó a cantar el "Ave maris stella", después el "Magníficat" y también el "Dixit", y, finalmente, otros salmos con las antífonas. En el espacio de un año, los jóvenes ya pudieran cantar las Vísperas de la Virgen. A estas prácticas seguía un sermoncito. El canto de las Letanías y la Bendición con Santísimo Sacramento cerraban la función.
Inmediatamente después, los que todavía no sabían res y que eran adultos y no habían recibido la Primera Comunión, asistían a una lección especial de Catecismo; otros, dotados de hermosa voz, se dedicaban al canto y a la música; las analfabetos se aplicaban a la lectura, mientras la mayor parte lo pasaban alegremente saltando, corriendo y jugando.
No hay que creer, con todo, que el recreo fuese para Dan
Bosco tiempo de reposo; por el contraria, eran los momentos de sus mayores solicitudes. Además de vigilar para que nadie se hiciese daño, trataba de conocerlos a fondo; se acercoba a unos y a otros, dirigiendo a todos buenas palabras con las que se ganaba el corazón, de modo que el sábado y el domingo urna multitud de jovencitos corría a rodear su confesonario con una devoción edificante. Por eso dirá más tarde que "la mejor sala de experimentación es el patio de recreo".
Una escena singular se desarrollaba al hacerse de noche, cuando se cerraba el Oratorio. Parecía que un imán poderoso mantenía a los chicos junto a Don Bosco; le daban y volvían a darle las buenas noches, pero no se decidian a marchar. Al les contestaba con la amistosa frase:
—;Marchaos, hijos míos, marchaos, porque se hace de noche y vuestros padres os esperan!
Todo era inútil. Muchas veces se recogían en la capilla o bien en el patio, si el tiempo se prestaba a ello, y rezadas las oraciones y el Angelus Dómini, se apretujaban en torno de él y mientras algunos de los más robustos, formando con sus brazos un alto sitial, obligaban al Siervo de Dios a sentarse en él, otros le daban escolta, y así lo llevaban cantando hasta la rotonda, vulgarmente llamada el Rondó. Allí Don Bosco bajaba del trono y se cantaba en tono solemne la jaculatoria:
Alabe el alma mía
los nombre de Jesús y de María.
Sea siempre alabado
t. el nombre de Jesús, Verbo encarnado.
Después, en medio de un profundo silencio, les deseaba a toaos una buena noche y una buena semana; a Io que ellos, voz en grito, contestaban:
—; Buenas noches! ¡Viva Don Bosco?...
Y todavía, mientras unos se iban a sus casas, otros de
los mayores se quedaban para acompañar al Siervo de Dios, que, de ordinario, estaba más muerto que vivo.
Uno de aquellos domingos de 1846 ocurrió un hecho, del cual fue testigo José Buzzetti con otros compañeros. El señor Pinardi, para convertir en capilla el cobertizo, habia tenido que sacar mucha tierra, y amontonándola a pocos pasos de aquélla, había, formado un montículo que servía de diversión a los chicos.
Al principio del verano hallábase Don Bosco en aquella prominencia, y rodeado de muchos jóvenes, hacía cantar con aire solemne los versos referidos, cuando de pronto impuso silencio y exclamó:
—Queridos hijos míos, oíd una idea que se me ocurre ahora: Un día u otro aquí, donde nos encontramos en es momento, estará el altar mayor de nuestra iglesia, junto cual vendréis a recibir la Sagrada Comunión y a cantar alabanzas del Señor.
Cinco años después se comenzaba a edificar la iglesia, y altar mayor se levantaba precisamente en el lugar señalado por Don Bosco, sin que el arquitecto que había hecho el plano hubiese tenido conocimiento de aquella previsión.
Pero no habían acabado aún las pruebas. No obstante el orden, la disciplina y la tranquilidad que reinaba en el Oratorio, el Marqués de Cavour persistía en creer peligrosa aquella reunión de jóvenes y en desear su disolución; por eso mandó llamar otra vez a Don Bosco. Pero tampoco esta vez consiguió doblegar su decorosa firmeza. Convocó entonces a los ediles en sesión extraordinaria en presencia del mismo Arzobispo, esperando atraerlo a su partido. Pero Dios velaba por su obra; y si había permitido que algunos la contrariasen, no había dejado de suscitarle poderosos amigos.
r •Torinaba parte del Consejo —escribe Don Bosco en sus Memoria,— el conde José Provaria di Collegno, insigne bienhechor nuestro, en aquellos días Ministro del "Control" general, esto es, de Hacienda, de]. rey Carlos Alberto, Varias veces me favoreció con subsidios propios o de parte del soberano.
gete príncipe senda mucha complacencia ea oir hablar del Oratorio.,. cuandosupo que el Concejo de la ciudad intentaba la disolución de nuestras reuniones, dio encargo al mencionado conde de comunicar sus deseos con estas palabras: "Es mi intención que se promuevan y protejan estas reuniones festivas; y al hay peligro de algún desorden, véase el modo de prevenirlo e impedirlo."
El conde de Collegno, que había asistido silencioso a toda aquella
1/111 viva discusión, cuando vio que se iba a dar la orden de disolver el Oratorio y concluir con él, se levanté, pidió la palabra y comunicó a loe reunidos los deseos del soberano y la protección que el rey otorgaba a la microscópica institución. A estas palabras callaron todos y no hubo mis que decir,"
Desde aquel momento algunos de los concejales se hicieron amigos y bienhechores de Don Bosco; pero no el Marqués Benzo de Cavour, que continuó mostrándose enojado y amenazador. Y así, durante el corto tiempo que todavía desempeñó el cargo, enviaba todos los domingos algunos guardias urbanos a pasar el día en el Oratorio.
—;Oh! —decía Don Bosco—, ¡qué bien me servían de asistentes para los jóvenes, aunque los habían enviado para asistirme únicamente a mí! ¡Hubiera sido muy interesante retratar a aquellos guardias cuando con el dorso de la mano se enjugaban las lágrimas o con el pañuelo se cubrían la cara para que no viesen su emoción, o bien, cuando arrodillados entre los chicos, rodeando ellos también mi confesonario, esperaban su turno! ;Mis sermones más bien eran para ellos
I
que para los chicos!... Fácil es comprender por esto los relatos que semejantes enviados hacían al Marqués. Movido por ello, pero más que todo por su gran caridad y su no menor prudencia, adivinando lo amargo que es una impresión de derrota, Don BO/C0
se propuso quitársela. Logró que le recibiera en su casa y la entrevista fue tan cordial, que el Marqués se declaró más que satisfecho. Pero aún le quedaba un punto oscuro; ¿De dónde Sacaba dinero Don Bosco para sostener los gastos que necesariamente debían imponerle tantas obras?
—Confío en la Providencia, señor Marqués, y Ella no me abandona jamás.
Y debió de decírselo con tanta persuasión, que el Marqués, conmovido, le regaló doscientas liras para sus chicos, y desde ese día se hizo su amigo y cooperador.
Después del Marqués de Cavour no hubo por muchos añal; nadie más en el Municipio o en el Gobierno que molestase al Oratorio; porque Don Bosco fue siempre modelo de obediencia a las autoridades civiles. Siempre que se elegía un nuevo ministro, prefecto o alcalde, Don Bosco iba a visitarlo y les decía:
Vengo a recomendarles a mis jovencitos!
Y continuando la narración de todo lo que había hecho por los hijos del pueblo, concluía diciendo:
—Si no puede hacernos algún bien, le ruego que no permita que se nos haga mal. Pongo a mis jovencitos bajo su protección; ¡haga de padre con ellos!
Poco después de haberse posesionado del cobertizo de Pinardi, la salud de Don Busco, de suyo delicada, se desmejoró tanto, que los médicos le aconsejaron desistir de todo trabajo, si quería evitar una irreparable desgracia en la flor de la edad. El teólogo Borel, que lo amaba como a un hermano, cuando lo vio en aquel peligro hizo que pasara algún tiempo en casa del excelente teólogo Pedro Abbondioli, cura de Sassi, al pie de la colina de Superen. El Santo permanecía allí los días laborables, pero el sábado por ]a tarde volvía a la ciudad para pasar el domingo entre los jóvenes.
No obstante las caritativas atenciones del buen cura y la
salubridad del aire, aquella estancia no le proporcionaba todo el provecho que le era necesario; porque como na podía permanecer inactivo un momento, se ocupaba en los oficios de coadjutor, y aun los jóvenes del Oratorio que se dirigían allí para visitarlo, junto con los del pueblo, acababan por darle no poco que hacer.
Mas no solamente los del Oratorio que, ya en grupos, ya individualmente, iban a Sassi de cuando en cuando, sino también los alumnas de los Hermanos de las Escuelas Cristianas _cuyos planteles admiraba, visitaba y ayudaba--, los cuales una vez, después de una tanda do Ejercicios Espirituales, lo pusieron en un grave compromiso, pues se presentaron en número de cerca de trescientos para confesarse con él, cansados y mojados por haber caminado mucho tiempo bajo la lluvia. El buen párroco de Sassi, conmovido ante aquel entusiasmo y aquella piedad juvenil, sacó pan, polenta, judías, arroz, patatas, fruta, queso, en suma, todos los comestibles que tenía; y como no bastasen sus provisiones, las pidió prestadas a los vecinos.
El 6 de mayo, después de cerca de ocho meses de estancia en Roma, volvió a Turín la noble marquesa Baroto. Así como antes había consentido que Don Bosco atendiese al Oratorio, ahora, temiendo inconvenientes de la aglomeración de los jóvenes a la puerta del Refugio o del Hospitalito, había decidido que Don Bosco se ocupase únicamente en los trabajos de sus institutos. Preocupada exclusivamente con sus obras, no había comprendido el espíritu de Don Bosco, como tampoco el de San José Benito Cottolengo.
Por eso, como era firmé en sus decisiones, fue a verlo para obligarle a dejar el Oratorio o el Pequeño Hospital. Como lo encontrara irreductible, lo despidió.
—Yo no puedo consentir que se mate usted; tantas y tan. variadas ocupaciones, quiera o na quiera, van a perjudicar su salud y mis obras. Además, las voces que corren me obligan a aconsejarle._
— ¿Qué, senara Marquesa?
— O dejar su Oratorio o ml Pequeño Hospital... Piense en ello y después me responderá,
— Ya lo tengo pensado y se lo pueda decir ahora mismo. Su Seflorfa tiene dinero y otros muchos medios y encontrará. fácilmente cuantos Sacerdotes desee para dirigir sus institutos. Pero no los pobres niflos, y por eso yo no debo ni puedo abandonarlos. Si sal lo hiciese, se por_ deria el fruto de muchos años. Por tanto, continuaré con gusto haciendo por el Refugio cuanto pueda; pero, si es preciso, cesaré en este estable empleo para dedicarme más a los jóvenes.
— ¿De modo que pretere sus vagabundos a mis institutos? —exclamó la Marquesa—. Si es asi, usted queda despedido desde este instante; hoy mismo buscaré a su sustituto.
El Santo le hizo notar que una despedida tan precipitada podría ocasionar sospechas poco honrosas, y así obtuvo tres meses de tiempo, durante los cuales la Marquesa insistió varias veces, directa o indirectamente, pero siempre en vano.
Le dolía mucho ver que se venía a tierra su proyecto de formar bajo su dependencia una especie de Congregación de sacerdotes a la que deseaba confiar sus instituciones para que mejor se mantuviese el espíritu de la fundación, y había adivinado en Don Bosco las dotes necesarias para realizar, como Director, este deseo. Con todo eso, mujer de insigne piedad, y, en el fondo, sinceramente humilde, no obstante su índole vivaz, cuando recibía una visita de Don Bosco, antes que éste se marchase, se arrodillaba y le pedía su bendición. Tales el testimonio de Don Giacomelli, el cual añadía con la sencillez de las almas buenas:
—¡Eso no lo hacía conmigo!
El Santo estaba decidido a dejar, al cabo de los tres meses, el Hospitalito. Pero, ¿a dónde iría a vivir?
Desde que alquiló el cobertizo concibió el propósito de instalarse al lado, librándose así de peligrosos vecinos, porque la casa de Pinar-di era lugar de infamia y de desórdenes_ Así, pues, entró en tratos con Soave, que era el arrendador, y a medida que a los inquilinos les vencía el plazo del alquiler o se marchaban, los sustituía él pagando aún más del
doble por el arrendamiento. Pero se contentó con poseer las llaves de las habitaciones, y no se decidió a ocuparlas hasta que no hubiese alquilado toda la casa, para no vivir con personas de mala fama y no exponer a murmuraciones la dignidad sacerdotal.
Fi! 1 de junio de 1846 moría el Papa Gregorio XVI, que el 0,60 anterior, por rescripto de 18 de abril de 1845, se había dignado conceder una Indulgencia Plenaria especial para la hora de la muerte y en favor de las cincuenta personas que a juicio de Don Bosco mismo, que la había solicitado, fuesen más celosas en ayudar temporal y materialmente a los jóvenes del Oratorio.
Don Bosco lo recomendó a las oraciones de sus jóvenes y los exhortó al mismo tiempo a pedir al Espíritu Santo que iluminase y dirigiese a los Cardenales para elegir pronto un nuevo Pontífice; y he aquí que el 16 del mismo mes resultó elegido el Cardenal Juan María Mastai Ferretti, Arzobispo-Obispo de Imola, quien tomó el nombre de Pio IX, y que debía ser el mayor bienhechor de Don Bosco, del Oratorio y de la Sociedad Salesiana.
Fue coronado el domingo, 21 de junio, fiesta de San Luis Gonzaga; también en la pobre capilla de San Francisco de Sales resonó un himno de acción de gracias por este acontecimiento.
Una grata sorpresa les estaba reservada en aquel día a todos los chicos. No obstante las increíbles molestias que hubo de soportar aquel año, Don Bosco había encontrado tiempo, en su maravillosa actividad, para componer y publicar otras obritas. Era tiempo de congresos, especialmente agrarios. Hijo de una región eminentemente vinícola, y °por
; tuno como siempre, compuso un librito muy apreciado sobre "la vid y el vino": El Enólogo italiano, dedicado al pueblo;
1 Y luego otro: El Sistema Métrico Decimal, escrito especial
mente para sus queridos alumnos, y los Seis domingos y kr novena en honor de San Luis Gonzaga, con un bosquejo de la vida dei mismo Santo.
Con este último librito obsequió a todos los jóvenes del Oratorio. Por el teólogo Borel hemos sabido que se repartieron seiscientos cincuenta ejemplares, y que quedaron contentísimos cuantos lo leyeron.
Después de la fiesta de San Luis vino la de San Juan Bautista. El Siervo de Dios había recibido en el Bautismo el nombre de San Juan Evangelista y Apóstol; pero como en Turín era popularísima la fiesta del Precursor de Jesucristo, por estar dedicada a él la Catedral, los muchachos comenzaron a festejar a Don Bosco en dicho día, en la creencia de que era su onomástico. £l dejó hacer, y así se continuó por toda su vida.
Al mismo tiempo que era todo caridad para los jóvenes, continuaba trabajando sin descanso en el sagrado ministerio, en el púlpito, en el confesonario, en las cárceles y junto a los mismos condenados al patíbulo.
Apenas se sabía que era inminente una sentencia capital contra alguno, Don Bosco, a una señal de Don Cafasso, en sus visitas semanales a las cárceles, se acercaba al desgraciado y poco a poco lo iba preparando para hacer una buena confesión.
Determinado el día de la ejecución, si había escuchado la confesión del condenado, pasaba a su lado la primera mitad de la noche antecedente, en la capilla llamada el "Conforta-torio". Sus palabras eran de una eficacia extraordinaria para consolar al paciente; ejercitaba este oficio con ánimo sereno, afectuoso y tranquilo; pero su calma era aparente y obtenida a fuerza de voluntad; pues era mucha la compasión que sentía por el reo. Después, hacia la medianoche llegaba Don Cafasso, y alguna vez el teólogo Borel, y él, después de dar
á (almo adiós al condenado, volvía a casa postrado y febricitante.
Don Bosco no prolongó nunca esta velada hasta la mañana porque a pesar de su voluntad se impresionaba tanto, que no podía soportarlo, como tampoco podía acompañar al condenado al patíbulo. Una vez se vio obligado a hacerlo, pero recibió una impresión tan tremenda, que al ver al condenado subir al funesto escabel, perdió el sentido.
Desde aquel día, Don Cafasso no se atrevió a invitarlo más a asistir a actos de esta clase. A pesar de ello, Don Bosco continuó durante varios años consolando y confesando, como antes, en las cárceles a los condenados a muerte, pero sin acompañarlos al patíbulo.
Tantas pruebas, luchas y ocupaciones tenían ciertamente mucho de heroicas; pero las fuerzas del hombre reconocen un limite. Un domingo, después de la agotadora labor del Oratorio y de vuelta en el Pequeño Hospital, fue acometido de un desvanecimiento y tuvo que acostarse. La enfermedad se resolvió muy pronto en bronquitis. con tos violenta y grave inflamación, hasta el punto de que en ocho días se encontró reducido al último extremo. Se confesó, y como era día festivo, el teólogo Borel fue al Oratorio a llamar a algunos jóvenes para que acompañaran al Santo Viático, que le llevaron de la capilla del Pequeño Hospital. Aquellos pobres niños, llevando la antorcha, lloraban tanto que daban compasión, mientras el Siervo de Dios, resignado y sereno, no esperaba otra cosa sino su última hora. Mamá Margarita corrió a Turín con su hijo José para asistirlo. El caso parecía desesperado. Le administraron la Extremaunción. El teólogo Borel, que le asistía asidua y amorosamente, creyendo que se moría, lloraba sin consuelo; mas procuró que se rezara mucho por él, no sólo en el Oratorio, sino también en los institutos de la Marquesa Barolo y en otros de la ciudad.
Apenas se esparció la dolorosa noticia, una consternación indescriptible se apoderó de los chicos. Algunos de los mayo
res, admitidos como enfermeros, se turnaban en la asistencia del enfermo, dándole con ello una prueba extraordinaria de afecto. A todas horas, grupos de muchachos se presentaban en el Pequeño Hospital en busca de noticias; pero no satis, fechos con las palabras, muchos querían verlo, y como el médico había prohibido las visitas de las personas extrañas, insistían en querer entrar, con súplicas tan conmovedoras que arrancaban lágrimas.
Viendo todos que los remedios humanos no daban esperanza alguna, recurrieron a los del Cielo con un fervor admirable... Divididos en grupos, se turnaban desde la mañana hasta la noche en el Santuario de la Consolación pidiendo a la Virgen que les conservase la vida de su amigo y aniadishno padre. Encendían luces delante de la venerada imagen; muchos, cuando volvian de noche a su casa, invitaban a sus padres a unírseles en las plegarias. Varios hicieron determinados votos, otros se impusieron rigurosos ayunos y otros velaban rezando buena parte de la noche.
Tanto fervor y tantas buenas obras no podían menos de ser atendidas; pero el segundo sábado se agravó tanto que, llamados los médicos a consulta, opinaron que no pasaría de aquella noche. 21, por su parte, aunque se sentía completamente privado de fuerzas y continuaba perdiendo sangre, alentaba a todos con aire tranquilo y aun echaba sus chistes. Aquella noche, que parecía había de ser la última, el teólogo Borel, que lo asistía, le sugirió la idea de que hiciese él mismo por su curación una plegaria.
El callaba.
Después de breves instantes, el teólogo replicó:
— Ya sabe lo que nos enseña la Sagrada Escritura: In tea infirmitate... ara Dóminum, et ipse curabit te. Don Bosco respondió:
— Dejemos que Dios haga su voluntad.
pr_Diga al menos: "¡Señor, si es de vuestro agrado, cu
eadrae I"
Don Bosco callaba.
___Complázcame, mi querido Don Bosco —añadió el tierno amigo--; se lo pido en nombre de nuestros jovencitos; repita sólo estas palabras, pero de corazón.
Entonces, el enfermo, para consolarlo, con débil voz, dijo:
—Si, Señor, si es de vuestro agrado, curadme. Al mismo tiempo, según él mismo nos refirió, mentalmente hacía la petición en este sentido:
—Non recusa laborem; al puedo prestar algún servicio a las almas, dignaos, Señor, por intercesión de vuestra Santísima Madre, devolverme la parte de mi salud que sea suficiente para no perjudicar el bien de mi alma...
El buen teólogo, después de oir la invocación de Don Bosco, se enjugó las lágrimas y exclamó:
—¡Basta; ahora estoy seguro de que usted curará!
Parecía que sabía que a las comunes plegarias sólo faltaba la de Don Bosco para que fueran atendidas. Y no se equivocó. Poco después, el Siervo de Dios se quedó dormido; cuando se despertó estaba fuera de peligro, parecía que había renacido a nueva vida. Los doctores Botta y Cafasso, que lo visitaron a la mañana siguiente temiendo encontrarlo muerto, después de tomarle el pulso, le dijeron:
—Querido Don Bosco, vaya a dar gracias a la Virgen de la Consolación, que bien se lo merece.
Ocurría esto en la primera quincena de julio.
11 Fácil es imaginar el consuelo que inundó el corazón de todos cuando se supo, que Don Bosco estaba fuera de peligro. Pero el gozo y los vítores se renovaron con más entusiasmo cuando, apoyado en un bastón, se encaminó un domingo, después de mediodía, al Oratorio. Noticiosos de este propósito, corrieron los chicos a recibirlo al Pequeño Hospital. Algunos de los más fuertes quisieron que se acomodase en un sillón, en el cual delicadamente lo levantaron, mientras los otros
formaban su cortejo en torno de él. La conmoción era tan grande que todos lloraban, y Dan Bosco con ellos. Aquella tarde habló el teólogo Borel de la gracia obtenida, excitando a todos a poner siempre toda su confianza en María, D •
Bosco quiso añadir unas palabras y, entre otras cosas, dij —Os agradezco las pruebas de amor que me habéis da durante mi enfermedad, como también las oraciones que h
béis ofrecido par mi curación. Convencido estoy de que Di me ha concedido la vida por vuestras plegarias; por eso gratitud me obliga a dedicarla toda a vosotros. Así prome hacerlo mientras el Señor me tenga en la tierra; pero ay dadme también vosotros.
Se expuso el Santísimo Sacramento y se cantó el Tedéum en acción de gracias con una efusión inexpresable. Cuando conoció después Don Bosco les votos bastante graves que algunos con poca reflexión habían hecho, se apresuró, como prudente director de espíritu, a conmutarlos con cosas posibles y de mayor utilidad espiritual.
La segunda semana de agosta, después de alquilar una cuarta habitación en el pisa superior de la casa de Pinardi, Don Bosco, montado en un borriquito, se fue e. Castelnuovo.
No por ello quedó sin dirección el Oratorio, porque el mismo teólogo Borel se encargó de ella apenas Don Sosco cayó enfermo. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de Maria Santísima, hicieron los jóvenes una devota procesión siguiendo los senderos y callejones vecinos. Era la primera vez que el Oratorio desplegaba el estandarte de la Virgen en plena día, y lo hacia en una fiesta que habría de renovarse en loa años siguientes, y para recordar también el fausto aniversario del nacimiento de Don Bosco.
Durante los tres meses que el Siervo de Dios estuvo ausente el pensamiento de todos estaba en Castelnuovo. Enviaba él buenas noticias desde allí; pera muy pronto los jóvenes, bu-pacientes por verlo, comenzaron a visitarlo en pequeños grupos, recorriendo entre ida y vuelta no menos de sesenta kilómetros. Le pedían con grande insistencia que volviese a Turín, temiendo que no lo dejasen salir de allí, por el gran bien que bacía a los jóvenes del lugar. Sus colegas, por el contrario, le aconsejaban que se tomase un año de descanso para no correr el peligro de una recaída. Del mismo parecer eran el Arzobispo y Don Cafasso, que Ie hablan escrito recomendándole se quedara tranquilo en Becchi, pues el Oratorio estaba en buenas manos.
Pero un poderoso imán impulsaba a Don Bosco a encargarse de nuevo de sus jóvenes, en quienes pensaba siempre, aun en el sueño. Al ver esta decidida disposición y considerándola como 11I1 mandato del Cielo, Don Cafasso y Monseñor Fransoni consintieron en su vuelta al Oratorio, pero recomendándole encarecidamente que se limitase por algún tiempo a dejarse ver por sus muchachos y a economizar toda clase de trabajo.
Al volver a Turín debía establecerse de asiento en casa de Pinardi; pero sabiendo que era peligrosa aquella morada, comprendía la necesidad de no estar solo. ¿A quién habría le llevar consigo?
—;Llévate a tu madre! —le indicó el párroco de Castelnuovo, Don Cinzano.
Don Bosco dudaba, pensando en el sacrificio que esto significaba para ella. Becehi no era un palacio, pero sí un hogar y un nido de recuerdos... y había un prado y una viña... Después de pensarlo mucho y de repetidas oraciones, viendo que no había otro partido que tomar, se decidió:
—;Mi madre es una santa; así, pues, puedo hacerle la propuesta!
Margarita permaneció un tanto pensativa; después respondió:
—¡Querido hijo mío, ya puedes imaginarte cuánto cuesta a mi corazón tener que dejar esta casa, dejar a tu hermano, a sus hijitos, dejar a todos nuestros seres queridos; pero si te parece que esto puede agradar al Señor, dispuesta estoy a seguirte!
Apenas se supo que Don Bosco se disponía a volver a Turín con su madre Margarita, la gente del lugar, y especialmente las madres, hicieron todo lo posible para disuadirlo, convencidas del gran bien que habrían proporcionado a sus hijos.
Mucho lloraron los nietecitos de Margarita cuando la vieron dejar el humilde hogar; pero la animosa mujer los consoló con la idea de volver a verlos; y junto con su hijo se puso en camino para Turín.
Llevaba ella un cesto de ropa blanca con algunos objetos demésticos, los más indispensables; él, sólo algunos cuadernos, un misal y el Breviario. Ambos viajaban a la apostólica es decir, a pie, discurriendo sobre Dios y sus cosas. En Chieri descansaron un poco en casa del procurador Valimberti, cuya familia estaba en íntimas relaciones con la del Siervo de Dios; y después de reponerse un poco, reanudaron la marcha hacia Turín.
El arte ha inmortalizado esta escena en un cuadro pera de verismo.
Cuando llegaron al llamado "Rondó", cruce de la actual avenida de Valdocco con la avenida de la Reina Margarita, se encontraron al teólogo Juan Voia, "Junior", quien al ver a pon Bosco con aquel aspecto, cansado y polvoriento, enterado de dónde venía y a dónde iba, lleno de admiración y no
llevando encima dinero, sacó del bolsillo el reloj y se lo dio, diciéndole:
—Véndelo y compra lo que más necesites. Y tú?
—Yo tengo otro.
—¡He aquí —dijo el Siervo de Dios a su madre—, he
aquí una hermosa prueba de que la Divina Providencia pensará en nosotros! Tengamos confianza.
Poco después, traídos por el teólogo Borel, llegaron a la nueva morada los escasos objetos que Don Bosco había dejado en el Refugio, y algunos muebles que, por encargo de él, había adquirido. Varios jóvenes que acudieron a ver a Don Bosco, oyeron su voz acompañada de la de su madre cantando el himno "Angelito de mi Dios", cuya letra él había encargado a Silvio Péllico y cuya música se la puso él, tomándola de un cántico popular. Ea canto continuó hasta que el pobre menaje de la casa quedó en su sitio. Era el 3 de noviembre de 1846. El apóstol destinado a realizar tantos prodigios de caridad, a mayor gloria de Dios y salvación de tantas almas, quedaba ya en libertad de desenvolver punto por punto el
admirable programa que al espíritu humano parecía audaz Y aun imposible.
"Al vemos en aquellas habitaciones desprovistas de todo —escribe—, mi madre, bromeando, decía:
—En casa estaba llena de preocupaciones para administrar y mandar; aquí me encuentro bastante más tranquila, porque no tengo nada gire manejar in nadie a quien dar órdenes.
Pero, cómo vivir, qué comer, cómo pagar loa alquileres y atender
a muchos niños, que a cada momento pedían pan, calzado, vestidas a camisas, sin Io coal no podían ir al trabajo? Habíamos hecho traer de casa un paro de vino, trigo, alubias, grano y otras cosas semejantes. Para hacer frente a los primeros gastos había vendido un pedazo de terreno y una viña. mr madre había traído consigo el equipo nupcial que, hasta entonces, había celosamente conservado intacto. Algunos de SUB vestidos sirvieron para hacer casullas; con la ropa blanca. se hicieron =dios, purificadores, regustos, albas y manteles. Todo pasó por las manos de la señora Margarita Gastaldi, que desde entone" tomaba parte en los quehaceres del Oratorio. Mi misma madre poseía unos anillos, un pequeño collar de oro, que pronto vendió para co, prar galones y guarniciones para los sagrados ornamentos. Una tarde, mi madre, que estaba siempre do buen humor, me cantaba riendo:
(1) Gica.i. ad mondo se ci wats forestieri e Senee. Mente?"
(Era un cantar popular.)
Hasta aquí Don Bosco.
"Se ricco, son nal vedrai!" "¡Si llegas a ser rico, no me verás!", le había dicho Margarita; pero cuando lo vio saeri• ficarse por jóvenes pobrísimos, piadosa y llena de generosidad, le siguió. El holocausto de hijo y madre era completo
El domingo, 8 de noviembre de 1846, fue día de. indos' criptible regocijo para las jovencitos del Oratorio; aun loe que no conocían al Siervo de Dios, como habían aprendido a amarlo por lo que de él referían sus compañeros, estaba! fuera de sí de gozo; y todos juntos, después de las funcione: de la tarde, tributáronle una gran manifestación pública di afecto, sencilla, pero solemne. Le invitaron a sentarse frenb a los chicos, mientras el coro de los cantores ejecutaba al himno con palabras del teólogo Carpan°, que expresaba 11
(1) Ay de nosotros si la gente se da cuenta de que somos foral. teros y no tenemos nada!
ansiedad sufrida durante la ausencia del festejado y celebraba el día en que habían vuelto a poseer "al hombre sabio, —al hombre piadoso,—al hombre modelo de virtud". Un obrero, que de algún tiempo atrás seguía a Don Bosco casi como la sombra al cuerpo, José Buzzetti, nos ha conservado esa ingenua poesía.
Semejante aI entusiasmo de los hijos, fue la caridad del padre. "Me consintieron volver al Oratorio —escribe—con la obligación de no confesar ni predicar durante dos años. Pero, ¿qué hacer? Al volver al Oratorio continué trabajando como antes."
La Marquesa Barolo, apenas supo que había vuelto, compadeciéndose de su extrema pobreza, renovó la tentativa de hacerlo desistir, con la amenaza, en caso contrario, "de darle con la puerta en las narices".
Don Bosco, que conocía bien a la caritativa dama, sonrió ante una amenaza que sabía no llegaría a vías de hecho. En efecto, continuaba visitando a la Marquesa, que le recibía con muestras del mayor respeto; pero nada le pedía, nada recibía, sin dejar por ello de ir de cuando en cuando a confesar y predicar y ayudar cuanto podía en el Refugio y en los otros institutos. En cambio, deseando la Marquesa pro
, pagar una devoción encaminada a implorar la Misericordia Divina, que se practicaba ya en sus comunidades de Santa
.,- Ana y Santa María Magdalena, y enriquecida ahora con cape
:. dales indulgencias, apresuróse Don Bosco a escribir un inte
Ld
, rasante librito, lo hizo publicar haciendo una tirada de miles de ejemplares, sin poner su nombre por delicadeza, y lo envió como donativo a la Superiora del Refugio. La Marquesa leyó la obrita y la alabó, pero nunca permitió que en su presencia se dijese que la había compuesto Don Bosco, y aun mantuvo la palabra de no entregar (directamente) a Don Bosco ningún donativo, si bien no dejaba e enviarle Limosnas por medio de otras personas. Había que mantener el rango. El mundo es así.
Don Bosco, mientras tanto, lleno de confianza en la Divina Providencia, se dedicaba a perfeccionar su obra. Hasta entes,. ces las circunstancias mandaban. Ahora había llegado el momento de dar a la Obra estabilidad. Para ello se necesitaban tres cosas: domicilio fijo, reglamento, personal. Para ase. gurarle un domicilio permanente, el 1 de diciembre de 1846 alquiló a Soave toda la finca Pinardi, es decir, la casa y el pajar que había a la derecha del cobertizo y todo el terreno colindante, e inmediatamente hizo reparar y completar el muro que cerraba la propiedad. Pero, debido a contratos anteriores hechos por Soave, no pudo conseguir la posesión inmediata de la finca; y no fue éste el único inconveniente.
Por la parte de Levante alzábase una casa de los hermanos Filippi, con un largo cobertizo, alquilado al contratista Vista, donde se recogían los carros del Municipio. Alli, además de los carreteros y sus mozos, iba a refugiarse una multitud de pobres de toda clase, borrachos y blasfemos, que de cuando en cuando proferían chistes y palabras poco reverentes.
Por la parte de Poniente, a cinco o seis metros del muro exterior y con las ventanas mirando a la entrada de la capilla, se alzaba otra casa, propiedad de la señora Belleza, con la famosa taberna "La Jardinera", verdadero foco de inmoralidad y desórdenes. A veces algún bribón se atrevía a pasar el cancel y situándose frente a la puerta de la capilla, escandalizaba durante la predicación y el Catecismo; tampoco eran raros las disturbios que promovían en el Oratorio muchos mozalbetes que, únicamente por el gusto de molestar, se daban cita en los terrenos incultos circunvecinos.
A estos graves desórdenes opuso Don Bosco muchos santos remedios con heroica paciencia y valor apostólico.
"Después de establecer en Valdocco una morada en regla, me puse —escribe él— con toda decisión a disponer las cosas
eme podían contribuir a conservar la unidad de espíritu, de disciplina y de administración. En primer lugar hice un Reglamento." Reglamento que es un modelo de Pedagogía: primero fue vivido; luego lo escribió.
Al mismo tiempo se dedicó a organizar los catecismos y las clases, perfeccionando el personal. Contaba con algunos oacerdotes y tenía esa cantera que hoy llamaríamos Acción Católica Activa. Gracias a la bondad de algunos directores y jefes de institutos escolares, en donde continuaba dando lecciones de Religión, pudo obtener que algunos jóvenes de las clases superiores fuesen a hacer de catequistas a Valdocco. De ellos pueden recordarse algunos que lograron fama, como Valeria Anzino, después monseñor y capellán mayor de la Corte. Él cuidó de amaestrarlos debidamente. Can esta ayuda pudo volver a abrir las escuelas nocturnas diarias; de modo que, en los días laborables, especialmente los jueves, el Oratorio se convirtió en lugar de reunión de muchos estudiantes que iban allí a entretenerse y entrenarse hasta bien entrada la noche; porque Don Bosco, con la misma habilidad con que atraía a la virtud y a la práctica de la Religión a los hijos del pueblo, conducía al Señor a muchos jóvenes de die,- ti, ..ddas familias, haciendo que hicieran apostolado.
1.os jueves reunía también en breve y animada conferencia a los catequistas y a otros jóvenes empleados en el Oratorio Festivo. Después de leer algún capítulo del Reglamento, los exhortaba a practicar los artículos relativos a su oficio, ponía de manifiesto este o aquel inconveniente, indicando el oportuno remedio; les recomendaba que fueran muy ejemplares y celosos en las prácticas de piedad, que narrasen ejemplos edificantes en tiempos de recreo, y, sobre todo, que tuviesen mucha reverencia a los sacerdotes que le ayudaban en el Oratorio, y le refiriesen todo lo que en aquel santo lugar hubiesen notado menos conveniente.
Entre los más grandecitos que frecuentaban el Oratorio había algunos de mucho talento, que deseaban una instrucción más amplia, a fin de lograr una posición. Él hizo una selección, y dándoles gratuitamente lecciones de italiano, Ja. tín y francés, se procuró maestros que lo ayudasen en las escuelas dominicales y nocturnas y en las catequesis cotidianas de la Cuaresma. Como se ve, formaba selectos, y con ellos por jefes, constituía grupos o equipos de trabajo, multiplicando así actividades y potenciando valores.
A principios de 1817, después de unos pocos meses de clase en los días festivos, ya hacían los alumnos un pequeño examen sobre Catecismo, Historia Sagrada y Geografía, en presencia de ilustres y enterados personajes, entre ellos el abate Aporti, el diputado Boncompagni, el teólogo Baricco y el profesor de Pedagogía José Rayneri, quienes, muy satisfechos, alabaron la prueba, dando premios y recuerdos a los mejores.
También las escuelas nocturnas tuvieron poco después sus exámenes; de manera que se extendió su fama de tal modo por la ciudad, que el Municipio envió una comisión, presidida por el comendador José Dupré, para ver si eran ciertas las alabanzas que corrían en boca de todos; y como le dieron un entusiasta informe, consignó en el presupuesto municipal una subvención anual de trescientas liras "para el alumbrado de las clases de los pobres hijos del pueblo", que le fue entregada a Don Bosco hasta el año de 1878, en que se la retiraron sin que se supiera la causa.
El caballero Gonella, director de la "Mendicidad instruida", supo las maravillas que se obraban en aquellas escuelas nocturnas y quiso visitarlas. Se informó muy bien del método que en ellas se seguía, y quedó tan complacido, que comunicándoselo a los administradores de aquella obra pía, obtuvo un premio de mil liras para Don Bosco, en beneficio de las
escudas y para estímulo de los alumnos; después, el año
siguiente las implantaba con el mismo método en el instituto a él confiado. Finalmente, el Municipio siguió este ejemplo.
Además de la parte científica, se cultivaban en aquellas
clases también el canto llano y la música figurada. No hallando composiciones que respondieran a. sus deseos, se dio él mismo a componer y armonizar misas, tantum argos, cánticos varios, que los muchachos aprendían y ejecutaban con facilidad y gusto. Los famosos maestros de armonía Luis Rossi. José Blanchi, José Cerrutti y otros asistieron a ellas durante algunas semanas, casi todas las noches, para observar el nuevo método, que podríamos llamar "simultáneo", que es el mismo que se practica hoy en las casas salesianas y que se imitó en todas partes.
Aquella escuela incipiente llegó a dar músicos de notable habilidad, no pocos organistas de mérito y fue cuna de otras escuelas que conquistaron envidiable fama, mientras por otra parte, la autoridad municipal de Turín asignaba a Don Bosco un premio de mil liras por el ardor con que fomentaba la música.
En medio de tantos cuidados, era siempre maramilloso su celo por la enseñanza de la Doctrina Cristiana, que es el fin principal de su obra. Él acostumbraba ir en busca de jóvenes por las calles y las plazas, entraba en las fondas, en los cafés, en las tiendas, subía a los andamios de las casas en construcción para. pedir a los contratistas y maestros de obras que le enviasen al Catecismo a sus muchachos.
Estas industrias las redoblaba en la Cuaresma. En °que
' líos días, poco después de mediodía, un niño con una campanilla grande daba una vuelta por los alrededores del Oratorio tocando sin descanso; y después de algunos minutos, era hermoso ver grupos de niños, que salían de todas partes, rodear al pequeño campanillero, acompañarlo, y añadiendo
al. repique su propio ejemplo, invitar a otros a unírseles, y, juntos, bajar alegremente al Oratorio.
Aquella concurrencia extraordinaria de niños y jóvenes suscitó nuevas quejas por parte de algunos párrocos. Don Bosco consiguió también esta vea tranquilizarlos a todos
excepto al teólogo Ponzati, cura de San Agustín, quien se mostró inflexible en sostener su derecho exclusivo a enseriar
el Catecismo y dar la Comunión pascual en su parroquia. Así las cosas, llegó la Semana de Pasión, y los jóvenes oratorianos de la parroquia de San Agustín, que eran cerca de un centenar, fueron enviados a su párroco.
Este, al ver aquella turba y la causa de su comparecencia, les dijo que volviesen otra vez al Oratorio, porque entonces no tenía tiempo.
Los jóvenes obedecieron; pero se encontraron con un agregado a la iglesia, el cual, enterado de Io que se trataba,
mirándolos de pies a cabeza, manifestó su asombro porque a
aquella edad no habían hecho todavía la Primera Comunión. Precisamente esto demostraba lo necesario que era el Oratorio, y confirmaba lo que tantas veces habia dicho Don
Bosco sobre la imposibilidad de que las parroquias pudieran cuidarse de loe forasteras y trashumantes.
Los pobrecillos, humillados y confusos, se volvieron al Oratorio protestando que no querían saber nada de examen de Catecismo en la parroquia.
Don Bosco comunicó entonces estas cosas al Arzobispo Monseñor Fransoni, quien con fecha 30 de marzo de 1847 lo autorizó para que admitiera a la Primera Comunión y a la Confirmación a todos los jóvenes que asistían al Oratorio, ordenándole solamente que diese sus nombres a los respectivos párrocos. Éstos se sometieron sin vacilar. Don Bosco, repitiendo una frase del Arzobispo, complacíase en llamar al Oratorio la parroquia de los niños que no tienen ninguna.
' Arreglado este asunto y "establecidas las bases orgánicas para la disciplina y administración del Oratorio", era preciso estimular la piedad con alguna práctica estable y -uniforme. Así se hizo con la Misa diaria, las oraciones de la mañana y de la noche y hermosas funciones dominicales. Es de notar que desde que Gioberti publicó su El jesuita moderno, estaba de moda despreciar a San Luis Cronzaga. Don Bosco, en lugar de perderse en lamentaciones, revalorizó la estima y devoción al Santo, escribiendo y practicando en su Oratorio Los seis domingos de San Luis y celebrando su fiesta con gran esplendor.
Celosísimo como era de la gloria de Dios y del esplendor de su culto, Don Bosco ya había puesto por obra muchos medios para infundir en el alma de los jóvenes el amor a las prácticas de piedad; había colocado en lo más alto del tejado de la casa de Pinardi una campana; había obtenido el privilegio de administrar la Sagrada Comunión la noche de Navidad y había erigido un "Vía crucis".
Pero no le bastaba todo eso; el. Siervo de Dios quería que los jóvenes se sintiesen atraídos suavemente y con fuerza al bien por el buen ejemplo vivo y hablado de los compañeros. Con este fin instituyó la "Compañía de San Luis". El Arzobispo la aprobó por rescripto de 12 de abril de 1847, quiso ser inscrito el primero y concedió a todos los congregantes cuarenta días de indulgencia todas las veces que dijesen la jaculatoria: Jesús mío, misericordia. No cuidaba sólo de la masa; entre ella veía y distinguía, los que podían ser jefes, y les dedicaba cuidados especiales, inscribiéndolos en la Compañía, facilitándoles los Ejercicios Espirituales cerrados, entusiasmándolos por el apostolado en su ambiente.
Hacia falta además un libro de devoción adaptado a aquellos tiempos. Tal fue El Joven Cristiano (1), manual de pie.
U) En italiano I/ a-Júcar/e provveduto (provisto), porque efectivamente los provee de todo lo necesario para el ejercicio de la piedad
dad fácil y breve, que en el mismo año en que salió alcanzó tres ediciones con un total de veinte mil ejemplares y penetró en todos los centros de educación, talleres y familias cris. Lianas, cooperando eficazmente a promover la piedad y a conservar la fe entre la juventud y el pueblo.
Pero el bien que hacia Don Bosco no era del agrado del demonio, el cual, permitiéndoselo Dios, comenzó a manifestar su mal humor produciendo todas las noches fuertes ruidos en el suelo de la habitación donde Don Bosco dormía. Supuso al principio el Siervo de Dios que fueran ratones; pero después de una vigilancia cuidadosa, se convenció bien de quién era el autor de aquellas pesadas bromas. Tomó entonces un cuadrito de la Virgen y lo colocó en la pared, rogando a la Madre de Dios que lo librase de aquella molestia. Desde aquel instante no se oyó nada. El cuadrito estuvo colgado allí durante seis años, hasta que fue derribada la casa. Al alejarse el demonio, parece que desde entonces los ángeles del Señor se acercaron más a él. La habitación del Padre siempre la consideraron todos los jóvenes como un santuario, en donde la Virgen se complacía en hacer conocer su voluntad, como un vestíbulo que ponía en comunicación el Oratorio con las regiones celestiales; todos cuantos allí en- traban no podían menos de experimentar un sentimiento de profunda reverencia, del cual también participaba Margarita.
Pero el hecho más sorprendente lo refirió Don Bosco mismo por vez primera en 1864 a los miembros de la Sociedad Salesiana, diecisiete años después de haberse realizado.
cristiana: meditaciones, oraciones, lecturas, cánticos e himnos sagrados y hasta unas lecciones de Apología. Y esto en un manual " muy fácil manejo y nada voluminoso. Hoy alcanza centenares de ediciones, en casi todas las lenguas, y millones de ejemplares.
«ya os he referido diversas cosas vistas en forma de sueño, de las cuales podemos deducir cuánto nos ama y ayuda la Virgen; pero puesto que nos encontramos solos, y para que todos estemos seguros es la Virgen Maria la que desea nuestra Sociedad, y a fin de de que' nos animemos a trabajar para la mayor gloria de Dios, os rela
no va la descripción de un sueño, sino lo que la misma Santísima tare,
madre oc complació en mostrarme. Quiere que pongamos nuestra
confianza en Ella. Os hablo con toda sinceridad; pero deseo que todo cuanto voy a deciros no se propague más allá de casa o fuera del ocatario, a fin de no dar pretexto a las criticas maliciosas.
Un dio del año de 1847 en que meditaba ya profundamente sobre el modo de hacer eI bien, en especial en provecho de le, juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me condujo a un jardín muy ameno. Babia allí un rústico, pero bellísimo y grande pórtico en forma de vestíbulo. Adornaban y rodeaban las pilastras plantas trepadoras que, con ramos riquísimos de hojas y flores, y buscándose las unas a las otras, y entretejiéndose, se extendíanformando como un gracioso toldo. Este pórtico conducía a una hermosa avenida, sobre la cual y en cuanto alcanzaba la vista, se prolongaba un emparrado digno de verse, flanqueado y cubierto de maravillosos rosales en plena florescencia. El suelo también estaba todo cubierto de rosas. Para no ajar las flores me descalcé. Ella me dijo:
--;Marcha hacia adelante por ese emparrado; es el camino que debes seguir!
Quedé bastante contento de haberme descalzado, porque me habría disgustado pisar aquellas rosas, ;tan hermosas eran! Empecé a andar, de pronto sentí que aquellas flores ocultaban espinas agudísimas, el punto de que mis pies sangraban. Después de haber dado upaas unos cuantos pasos, me vi obligado a detenerme y tuve que peder.
—Aquí ea necesario calzarse —dije entonces a mi gula. Ciertamente —me respondió—; se necesitan buenos zapatos. calcé y anduve otra vez por aquel camino con cierto número d? .unpañeros, que en aquel momento aparecieron, solicitando asan-r
lientras tanto todos aquellos, y eran muchísimos, que observaban caminaba por aquel emparrado, decían:
;Oh!, ;qué bien marcha Don Bosco, siempre sobre rosas! ;Qué 1, ..quilo continúa! ;Todo la sale bien!
:nos no veían las espinas que desgarraban mis pobres miembros. f -hos clérigos, sacerdotes y legos, a quienes había invitado, me 'en gustosos, atraídos por la belleza de aquellas flores; pero cuando
. -Berma que se debía caminar entre punzantes espinas, se volvieron
atrás, dejándome solo. A pesar de ello, me consolé con la llegada d. un nuevo grupo de animosos secuaces, los cuales, habiendo recorridos- conmigo todo el emparrado, llegaron por fin a otro amenisimo jar Todos estaban flacos, desgreñados y ensangrentados. Se levantó fresco vientecillo, a cuyo soplo todos curaron; sopló un nuevo vienfj V, como por encanto, me encontré rodeado de un buen número de jó, venas y clérigos, de coadjutores legos y aun de sacerdotes, que se pusieron a trabajar conmigo guiando a toda aquella juventud. Rara noci a algunos, pero a otros muchos no los reconocí.
Mientras tanto —prosigue— Llegué e. un lugar elevado del jardip y me encontré delante de un edificio monumental, sorprendente por su magnificencia artística, y cuando atravesé el umbral, entré en una espaciosisima sala, de tal riqueza, que ninguna del mundo podría com. parársele. Toda ella estaba cubierta y adornada de fresqtdsimas rosas sin espinas, que exhalaban una fragancia suavísima. Entonces la San-Mima Virgen, que había sido mi guía, me preguntó:
— 1Sabes qué significa lo que ves y lo que viste antes?
— No respondí—, os niego que me lo expliquéis. Entonces me dijo:
— Has de saber que el camino que has recorrido entre rosas y espi. nas significa el cuidado que has de tomarte de la juventud; debes marchar con el calzado de la mortificación. Las espinas sobre el suelo representan los afectos sensibles, las simpatías y antipatías humanas, que desvían al educador del verdadero fln, lo hieren, lo detienen en su misión y le impiden avanzar y recoger coronas para la vida eterna. Las rosas son el símbolo de la caridad ardiente que debe distinguirte a ti y a tus colaboradores, Las otras espinas significan los obstáculos, padecimientos y disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. ¡Con la caridad y la mortificación os sobrepondréis a todo y tendréis las rosas sin las espinas!
Apenas hubo acabado de hablar la Madre de Dios, volví en rai y me encontré en mi habitación."
El Siervo de Dios concluyó afamando que desde entonte1 veía perfectamente el camino que debía recorrer; que la oposición y los manejos con que se trataba de detenerlo le eran conocidos; y que si bien eran muchas las espinas entre las que debía caminar, estaba seguro de la voluntad de Dios y del éxito de la gran empresa que se le había confiado.
Muchos jovencitos del Oratorio estaban llenos de buena voluntad para entregarse a una vida moral y laboriosa; pero cuando se les hablaba de emprenderla, solían responder que no tenían pan, vestido, ni casa donde recogerse.
--;Me dan tanta pena estos pobres jóvenes —exclamaba Don Bosco—, que si me fuese posible, les daría hasta el corazón!
Mamá Margarita les remendaba los trajes y les daba pan y sopa; pero hacia falta habitación. Habló con el teólogo Bocel para comprar al señor Pinardi su finca, pero éste pedía ochenta mil liras.
Era una exorbitante petición, y allí acabó el trato. Don Bosco hizo comprar un poco de paja, la extendió sobre el granero y esperó.
Una tarde de abril de 1847 volvía a hora avanzada del lecho de un enfermo, y cuando llegó junto a la calle de Dora Grossa, hoy de Garibaldi, al principio del corso Valdocco, encontróse con una veintena de mozalbetes que al divisar al joven sacerdote empezaron a hacer chistes poco correctos raloceirnev:mtaaronpaosplardeles limosaAplipta"(1)h.izDoonguBoe ssacocalorsanlleunvóasa
a) La Pinta era una medida piamonteaa que contenía poco más de un litro.
botellas y cuando los vio alegres, más mansos y benévolos, les hizo prometer que en adelante no blasfemarían, y añadió que los esperaba el domingo siguiente en el Oratorio, y los exhortó a retirarse a sus cán.q.
Ninguno la tenía; sino que iban a dormir unos en una cuadra junto con los caballos, otros al dormitorio comían, donde se dormía por cuatro sueldos, o bien en casa de algÓn amigo o conocido.
Viendo Don Bosco el peligro de inmoralidad a que se exponían aquellos vagabundos, los condujo a su casa. Allí les hizo rezar el "Padrenuestro" y el "Avemaría", que casi habían olvidado: después, por una escala de mano, los llevó al pajar, dio a cada uno una sábana y una manta para taparse, les recomendó el silencio y el buen orden y después de desearles una feliz noche, bajó contento, porque decía que así había dado principio al proyectado asilo.
La Divina Providencia no quería servirse de esta clase de gente. Cuando se hizo de día, el Siervo de Dios salió de su habitación para dirigir algunas buenas palabras a sus huéspedes; pero cuando llegó al patio, se extrañó de no oir ruido alguno. Creyó que todavía dormían; subió para despertarlos y vio que habían tomado las de Villadiego llevándose mantas y sábanas.
La tentativa de comenzar el asilo se repitió varias veces, y siempre con el mismo resultado. Pero llegó el momento señalado por el Señor. Una larga y lluviosa tarde de mayo, Don Bosco habla acabado de cenar, cuando se presentó a la puerta un joven de quince años, empapado de pies a cabeza, pidiendo pan y asilo.
Mamá. Margarita lo acogió amablemente, lo llevó junto al fuego y después que se hubo calentado y enjugado, le ofreció sopa y pan. Cuando Don Bosco lo vio repuesto, le preguntó de dónde venia, si tenía padres y cuál era su oficio.
gra un pobre huérfano que poco antes había venido de Val. -esia en busca de trabajo como albañil. No tenía dinero, ni amigo alguno, ni sabía a dónde ir. La piadosa Margarita, que tenia un tierno corazón de madre, no pudo contener las lágrimas; Don Bosco se conmovió profundamente. Madre e hijo salieron fuera y ayudados por el huerfanito recogieron algunos trozos de ladrillos y con ellos hicieron cuatro pilastritas en medio de la cocina, en donde acomodaron algunas tablas, y encima colocaron un colchón, que sacaron del lecho de Don Bosco, y además dos sábanas y una manta. ¿esta fue la primera cama y el primer dormitorio del Colegio Salesiano de Turín, que había de llegar a contener más de mil asilados!
Preparado el lecho, mamá Margarita hizo al muchacho un sermoncito sobre la necesidad del trabajo, de la fidelidad y de la Religión, inaugurando, sin saberlo, una utilísima práctica que se conserva en e] Oratorio y se practica en todas las casas salesianas antes de que los niños se retiren al descanso: las "Buenas noches". Finalmente, Margarita invitó al joven a rezar, pero éste no sabía. Por lo cual, puestos los tres de rodillas, le hicieron decir las oraciones, palabra por palabra.
Al día siguiente, el Santo le buscó una colocación para trabajar. El bueno del muchacho continuó yendo al Oratorio hasta el invierno para comer y dormir; después, cuando se acabó el trabajo, regresó a su pueblo. Desde entonces no se volvió a saber de éL
Pronto se agregó el segundo. A principios de junio volvía Don Bosco al Oratorio con el crepúsculo de la tarde, cuando llamó su atención un niño de doce años que, apoyado contra un árbol, lloraba a lágrima viva.
—¿Qué tienes, hijo mío? ¿Por qué lloras?
---;Estoy abandonado de todos? Mi padre murió antes de que yo llegara a conocerlo. Mi madre, mi buena madre, que tanto me quería, murió ayer y acaban de enterrarla.
Y el llanto ahogaba sus palabras.
Profundamente conmovido, el Santo prosiguió: —¿,Y dónde has dormido esta noche?
— Todavía en ]a pensión. Pero esta mañana el amo me ha' echado. Corno se le debia algún mes de pensión, se apoderó de los pocos trastos y enseres que había y me puso en la calle.
* Y ahora qué piensas hacer?
—No lo sé...
El Santo lo llevó a su casa, se lo entregó a Mamá Margarita, lo acomodaron lo mejor que pudieron y como era de familia honesta y tenía buenas disposiciones, a los pocos diaa lo colocaron de dependiente en una tienda, donde con su buen ingenio y acrisolada fidelidad, consiguió pronto una posi. ción honrosa y lucrativa y se conservó siempre digno d que lo había recogido, instruido y educado.
Ya en otoño, cierto domingo uno de los capitanes de 1 pandillas de vagabundos que merodeaban por la ciudad no la falta de uno de sus "subordinados" y pregunta por él,
— Se ha ido al Oratorio de Don Bosco —le respondieron. —¿Y qué es eso?
—Pues la casa de un cura a donde se reúnen muchos ños... Juegan, se divierten; pero también ;rezan!
— Pues, ¡a verla!
Y allá se encaminó seguido de no pocos gandules.
Los chicos estaban en la iglesia. El patio estaba desie y cerrada la puerta del recinto. El capitán no se arredra p tan poco. Encaramándose sobre los hombros de dos ca radas, escala la pared y salta al patio, poniéndose a expl nulo. Visto por uno de los ayudantes del Oratorio, se M llevan a Don Bosco. Éste lo recibe bondadoso, lo invita II la iglesia. Estaba predicando el teólogo Borel: explicaba parábola de lobos y corderos, aplicándola a los niños bue y malos.
la
Al muchacho, que tenía quince años, le interesó la cosa, Como tenía buena voz, cantó también las letanías y el Tan-ergo. Desde ese momento fue un oratoriano asiduo. Pero su padre era un furibundo anticlerical. Un día despotricaba contra los sacerdotes y contra el mismo Don Bosco. El muchacho tomó la defensa de ellos. Irritado el hombre, se lanzó sobre él y le abofeteó. Huyó el mozuelo y el padre ID persiguió con un cuchillo, en dirección del Oratorio. Avanzaba ya la noche, y como el chico viera cerrada la puerta, se subió a un frondoso moral que estaba enfrente y se resguardó entre sus ramas.
Llegó el hombre furioso a casa de Don Bosco, amenazando rayos y centellas, y con dar parte a la policía. Con ésta le amenazó también Don Bosco.
Mamá Margarita había presenciado la escena. Apenas ido el hombre, salió con Don BOSCO a buscar al chico. Lo llamaron repetidamente y no respondió. Llevaron una escalera. Subió Dan Bosco con gran precaución. El chico está como inanimado. Lo llama y no responde; lo toca, y creyéndose en manos del padre, grita como un desesperado. Trabajo le costó al Santo persuadirlo. Lo llevaron a la casa; Mamá Margarita lo refocila.
El muchacho llamó al moral "el árbol de la vida".
I, Desde ese momento fue hijo del Oratorio.
Aprendió el arte de encuadernador y la música; y... pudo vengarse de su padre, ayudándole copiosamente en su prematura vejez.
Para Don Bosco aquel árbol fue sagrado; ni aun en las ampliaciones del Oratorio permitió que se tocara. Y ahí permaneció muchos años como una reliquia engastada entre la iglesia de San Francisco de Sales y el Santuario de María Auxiliadora.
Seguidamente fueron asilados otros; pero aquel año, por falta de locgl, el Siervo de Dios debió limitarse a siete, que por su buena conducta le proporcionaron gran consuelo y
de esta manera le alentaron a proseguir en su atrevida I presa (1).
Un día le dijo su madre:
—Si continúas así, trayéndome más chicos cada día, ne te va a quedar nada.
—Siempre me quedará —respondió Don Bosco— un puesto en el Hospital de Cottolengo. Pero si esta empresa es obra de Dios, irá adelante.
Y Margarita se tranquilizaba con las palabras de su hijo, porque era testigo de los milagros que obraba con él la Pro.. videncia.
Nada faltaba a los jóvenes asilados. Se levantaban temprano, oían la Misa de Don Bosco, durante la cual rezaban las oraciones de la mañana y la tercera parte del Rosario y después iban a la ciudad a trabajar; a mediodía volvían a casa para comer y tomaban la sopa de manos de la buena Mamá Margarita, con frecuencia de las de José Buzzetti o del mismo Don Bosco. Por la. noche, además de la sopa, recibían veinticinco céntimos para el pan. El Santo continuó haciéndolo así hasta 1852. Era ésta una escena conmovedora.
—En sus ojos —decía Don Reviglio— brillaba entonces una expresión tan grata y amorosa y con una sonrisa tan suave, que aun después de cincuenta años la tengo presente; no puedo olvidarla y todavía me llena de consuelo. En aquel momento acostumbraba decirnos: "La Divina Providencia me lo da y yo os lo doy a vosotros."
Era también su mesa tan frugal, que aquellos de sus colegas que intentaron vivir con él no pudieron acostumbrarse a ella. La sopa de los asilados era la suya. Comía además
(1) Recordamos entre éstos a Félix Reviglio, que se hizo sacerdote y durante treinta años fue celosrisimo cura de su misma parroquia ele San Agustín, en la cual —;siempre admirables los designios de la Providencia!— fue inmediato sucesor del mencionado teólogo Ponzati; y a José Buzzetti, de Caronno Ghtringhello, que fue hasta su muerta uno de los mas afectuosos discípulos de Don Bosco.
otro plato; pero, por orden suya, su madre se lo preparaba el domingo, y le servía para la comida y la cena todos los días hasta el jueves por la noche; el viernes siguiente le preparaba otro de vigilia y con éste terminaba la semana. El famoso plato era generalmente una torta; bastaba calentarla para que estuviese lista. Tal fue el régimen de comidas de Don Bosco hasta que comenzó a vivir en compañia de clérigos y sacerdotes, que a causa de los estudios y otras ocupaciones tuvieron necesidad de una alimentación más adecuada y sustanciosa.
Al mismo tiempo, como no tenía quien le pudiese prestar los necesarios servicios domésticos, él mismo los hacía, aun les más humildes, junto con su madre.
Pero la delicia de los muchachos era verlo ceñido de un delantal y hacer de cocinero. Entonces los chicos comían con más apetito.
—Amiguito —le decía a uno—, come con apetito porque la he hecho ya Haz honor al cocinero y come mucho —le decía a otro—. Quisiera darte —añadía a un tercero— un pedazo de carne, si lo tuviera; pero déjalo de mi cuenta... que apenas encontremos una vaca sin dueño, ya verás qué alegres lo vamos a pasar.
Con estas y otras semejantes ocurrencias, en las cuales era muy pródigo, sazonaba tan bien la comida y la cena de sus hijos adoptivos, que les hacía olvidar la pobreza.
Aun en medio de tanta escasez, el Oratorio iba realizando un gran bien y ganándose más y más la benevolencia pública. Cuando se celebró la fiesta de San Luis, el Arzobispo fue a decir la Santa Misa y administrar la Confirmación. Fue un día inolvidable. Los mismos chicos hablan adornado con gusto su humilde capilla y erigido un arco triunfal y un sencillo estrado o dosel, cerca de la puerta de entrada.
El celoso Pastor, al ver con sus propios ojos a tantos
jóvenes que quizás por mucho tiempo habían descuidado sus deberes religiosos y estaban ahora en la iglesia y frecuentaban las Sacramentos con un aspecto que movía a devoción, experimentó mi placer celestial y hubo de confesar que aquélla fue una de las funciones que más le habían conmovido en su vida.
Al salir de la capilla recibieron pan y alguna otra cosa para el desayuno, debido a la caridad del mismo Arzobispo, que así quiso mostrarse pastor de sus almas y de sus cuerpos.
Si la función de la iglesia fue devota, no fue menos agradable el entretenimiento académico-dramático ofrecido por los jóvenes al señor Arzobispo en reconocimiento y como homenaje a su onomástico. Cuando se dispuso a volver a su palacio, los chicos se agolparon en torno suyo, y si se lo hubiesen permitido, le habrían, como a Don Bosco, hecho un trono con sus brazos para llevarlo a palacio en triunfo.
En aquel mismo día —era el 29 de junio—, también el Nuncio Apostólico, residente en Turín, fue a visitar el Oratorio.
La bendición de los venerables Prelados no tardó en ser confirmada por las bendiciones del Cielo. La concurrencia de los jóvenes creció tanto, que fue necesario buscar una solución a esta nueva necesidad. Enterado Don Bosco de que una tercera parte de los jóvenes afluía a Valdocco de los alrededores de la Plaza del Castillo, de la Plaza de San Carlos, del Barrio de San Salvario, se aconsejó con el teólogo Borel y se presentó al Arzobispo para exponerle el proyecto de abrir un segundo Oratorio. Monseñor Fransoni acogió con íntimo gozo la proposición y fue también de parecer de que el nuevo Oratorio se abriese en las proximidades de la Puerta Nueva.
Con la bendición del Arzobispo fue a explorar aquella parte de la ciudad y en las cercanías de la, Avenida del Rey (hoy Avenida de Víctor Manuel) encontró una casita que al lado tenía un miserable cobertizo y un patio. Pareciéndole que podría servir para el objeto, solicitó alquilarla. Después
de larga porfía la obtuvo y se apresuró a enviar allí algunos albañiles para transformar el cobertizo en capilla, y dio al punto a los niños la noticia, con la hermosa comparación de las abejas, que, cuando se han multiplicado mucho en una colmena, forman un enjambre que vuela y va a formar otra.
El, entretanto, vigorizado su espíritu en la mística soledad de San Ignacio y deseoso de conocer de cerca el Instituto de la Caridad fundado por el abate Antonio Rosmini, marchó a Stresa.
El viaje duró doce días y —lo mismo que Ie ocurría cuando con frecuencia viajaba para ir a predicar— fue pródigo en escenas graciosas y saludables para las almas, porque ni aun en las fondas donde se detenía para descansar, olvidaba que era sacerdote; y como en aquellos tiempos se debía viajar casi siempre en diligencia, prefería sentarse en el pescante al lado del cochero, el cual, ganado por su celo, en la primera o en la última etapa, y a veces junta con otros cocheros y mozos, acababa por arrodillarse en algún rincón, pidiendo confesarse.
Desde 1847 venía madurando otro medio muy eficaz para la santificación de algunos de sus jóvenes. Nos referimos a la práctica de los Santos Ejercicios Espirituales. Grandes eran las dificultades; pero aun convencido de la verdad de aquel aforismo de que "lo mejor es enemigo de la bueno", quiso iniciar esta práctica aquel misma año. La Divina Providencia le proporcionó el predicador en la persona del teólogo Federico Albert, Capellán de Palacio, que fue elocuentísimo orador apostólico y murió en olor de santidad siendo Vicario parroquial de Lanza. Con gran fruto hicieron los Ejercicios una veintena de jóvenes.
Al cabo de aquel mismo año se abría solemnemente el nuevo Oratorio cerca de la Puerta Nueva. El Santo quiso que tomase el nombre de San Luis, en homenaje al angélica Patrona de la juventud y al venerable Arzobispo, Monseñor
Luis Fransoni, y lo confió a los cuidados del teólogo Cae. pavo. La Curia Arzobispal delegó al Cura de la Reina de los
Ángeles para bendecir la capilla, y éste, al teólogo Borel El nuevo Oratorio no tardó en sufrir insidias y contradiel cienes, señal de que el Señor lo quería; pero desde las prime, ras fiestas, la afluencia de jóvenes fue maravillosa.
Don Bosco se hallaba tristemente preocupado par el ruido que en aquellos días los revolucionarios hacían con pretexto
de la elección de Pío IX al Sumo Pontificado. También en
Turín los gritos frenéticos y obstinados de "¡Viva Pío Des llegaban a las estrellas. Monseñor Fransoni fue de los prime
ros en comprender que, bajo aquel exagerado entusiasmo, se
ocultaba algún plan de las sectas. Don Bosco, que pensaba lo mismo que el Arzobispo, aconsejó a sus jóvenes que no
gritasen "¡Viva Pío IX!", sino "¡Viva el Papa!" Los sectarios alababan a la persona, pero no reverenciaban la dignidad de que estaba revestida. De modo que, para obrar sobre seguro, nada mejor que decir: "¡Viva el Papa!"
En aquellas días compró una estatua de la Virgen de la Consolación por veintisiete liras y determinó que aquel año
y todo el siguiente fuese sacada en procesión por las cerca
nías del Oratorio en todas las fiestas principales de k gran Madre de Dios; también ordenó que el primer domingo de
cada mes se hiciese otra procesión dentro del Oratorio en honor de San Luis y se dedicase el último domingo al Ejercicio de la Buena Muerte.
Así, mientras la ciudad se entregaba delirante a las fiestas por las primeras Reformas civiles concedidas por Carlos
Alberto y las turbas, adornadas con escarapelas y movidas
por pasiones políticas, recorrían las calles en medio de un bosque de banderas tricolores, en el Oratorio de Valdocco
una muchedumbre de jóvenes, pecedidos de un modesto estandarte, salía de la iglesia con la estatuita de San Luis entre lirios y rosas y dando la vuelta por el jardín de Mamá Margarita, cantando las glorias de la inocencia y la pureza, volvían al altar para ser bendecidos por Jesús Sacramentado.
1 En los últimos meses de 1847 y primeros de 1848 Don
BOSCO, hacia las cinco y media de la tarde, iba todos los días al palacio arzobispal, en donde tenía libre ingreso, y allí permanecía hasta las ocho, en conferencia con e] Arzobispo, tratando de los gravísimos acontecimientos que se iban preparando; y recibía el encargo de desempeñar misiones difíciles y delicadas.
El 8 de febrero de 1848 fue promulgada por Carlos Alberto la promesa del Estatuto. El Municipio de Turín decidió festejarla con una parada en la plaza de la Gran Madre. Roberto de Azeglio se presentó al Siervo de Dios para invitarlo a tomar parte al frente de sus jóvenes, con los demás institutos de la ciudad; Don Bosco respondió en tono cortés, pero firme, que deseaba, lo mismo que sus jóvenes, mantenerse alejado de toda manifestación política. Después le hizo ver la casa, le habló de futuras ampliaciones y le explicó el Reglamento que regía en el Oratorio. El Marqués se admiró de todo y todo lo alabó, excepto una cosa: calificó de perdido el tiempo que se empleaba en las oraciones cotidianas, especialmente en el Rosario, diciendo que él no estaba por aquella antigualla de cincuenta Avemarías ensartadas una después de otra, y que Don Bosco haría bien en abolirla. Pero Don Bosco fue en esto irreductible. El Marqués se marchó y desde entonces ya no tuvo más relaciones con él.
Las repetidas negativas de Don Bosco a presentarse entre las filas de los manifestantes callejeros y su ilimitada devoción al Jefe de la Iglesia y al Arzobispo, no podían menos de despertar graves sospechas contra él. Por esta causa tuvo que presentarse varias veces en las oficinas del Municipio, en donde se le llegó a decir:
—¿No sabe usted que su existencia está en nuestras manos?
Él, muy calladito, aparentó no haber oído la amenaza. Se había presentado a la buena de Dios: can su traje más
humilde, con los zapatos descoloridos y caminando algo a lo rústico, parecía un cura rural de los más sencillos. Los que le trataron entonces solamente lo conocían de nombre y que. daron persuadidos de que no era persona temible.
Pero no tardaron en desarrollarse escenas de carácter salvaje contra algunas comunidades religiosas y en resonar gritos de muerte bajo las ventanas del Colegio de San Francisco de Asís y del mismo palacio de la Marquesa de Barolo.
También Don Bosco corrió entonces gravísimos peligros.
A pocos metros del cobertizo-capilla se elevaba hacia eI Sur una pared que la separaba de los huertos y prados de Valdocco, extendiéndose buen trecho hasta la orilla derecha del Dora.
En la primavera de aquel ario, un domingo, después de mediodía, los jóvenes estaban reunidos en las respectivas clases de Catecismo. Don Bosco estaba instruyendo a todos Ios adultos, explicándoles la inmensa caridad de Jesucristo al hacerse hombre, padecer y morir por nosotros. Encontrabase en dirección de un ventanillo que daba a la mencionada pared y a una puerta abierta en el lado opuesto, que iluminaba su persona, cuando un malvado, armado de un arcabuz, subido en los hombros de un cómplice y levantado sobre el borde de la pared, apuntó el arma y disparó. El tiro iba dirigido al corazón, pero, gracias a Dios, solamente le desgarró la sotana sin hacerle mal alguno. Don Bosco mostró tanta tranquilidad y presencia de ánimo, que calmó el espanta indescriptible que en loa jóvenes había causado el sacrílego atentado.
Cómo! —les dijo sonriendo—. ¿Os espantáis de una broma de mal género? Es una broma, y nada más. Ciertas gentes mal educadas no saben dar bromas sin faltar a la urbanidad. ¡Mirad: me han roto la sotana y han estropeado el muro! Pero volvamos a nuestro Catecismo.
Esta jovialidad y el verlo sano y salvo de aquel peligro tranquilizó a todos.
Acabado el Catecismo cantó tranquilamente las Vísperas, predicó, dio la bendición y después reunióse con los chicos, que se habían esparcido por el patio. Ocurrió entonces un episodio conmovedor: muchos se apretaron contra él llorando
de dolor y de consuelo.
--; Si la Virgen no le desvía la batuta, en verdad que me hubiera herido; pero se ve que es mal músico! —les dijo.
El asesino había desaparecido entre el humo del arma; pero Don Bosco, después de prudentes indagaciones, supo que era un bandido, culpable de otros delitos; quizás otros habían
armado su mano.
Lo encontró un día y le preguntó qué motivo le había impulsado a cometer aquel perverso atentado. Sorprendido
aquel miserable, respondió:
— ;El porqué casi no lo sé yo tampoco! Quería ver si el
fusil hacía efecto... contra la pared de su casa.
— ;Pobrecillo!... —le dijo Don Bosco--. ;Te perdono de
corazón y deseo ser amigo tuya!
A causa de la promulgación del Estatuto, en la noche del 4 de marzo se repitieron en la ciudad las luminarias y las fastas populares; duraron hasta el 23 del mismo mes, en que salió la proclama de Carlos Alberto declarando la guerra a Austria, Fe indescriptible la efervescencia que en un momento se apoderó de las ya exaltadas turbas; también loe jóvenes del Oratorio no pudieron menos de contagiarse de
tal efervescencia.
Don Bosco, acomodándose a las exigencias de los tiempo: —en todo lo que, como él decía, no se oponía a la religióx y al civismo—, no vaciló en prometer a los suyos que tam bién ellos tendrían sus ejercicios militares en el patio de Oratorio. Procuróse nuevos aparatos para- la gimnasia, cedo bló las representaciones teatrales, ya desde algún tiempo in traducidas, y los paseos; añadió a las lecciones de músicl
vocal las de piano y armonio y para muchos la de música instrumental.
Además, para mantener vivo el fuego sagrado de la pie. dad, multiplicó las fiestas y el esplendor de las funciones sagradas. Secundado por el teólogo Borel, organizó las ine. trucciones en forma de diálogo público. Los viernes de marzo comenzó a practicar eI piadoso ejercicio del "Vía crucis"; el Jueves Santo quiso, junto con sus discípulos, visitar en for-, ma pública los Sagrarios, cantando por la calle salmos y, alabanzas con música; y al caer de la tarde, celebró por pri; mera vez en la capilla de Valdocco la función del lavatorio; de los pies.
En aquel tiempo se habían ido formando en cada barrio de la ciudad las "Asociaciones de la juventud", llamadas en dialecto "Corche", verdaderas pandillas en guerra declarada las unas contra las otras. Eran continuas las riñas y las pedreas, ya por espíritu brutal de venganza, ya también por simple desafío.
Cierto día se les ocurrió dar una batalla cerca del Oratorio. Se lanzaban piedras de un tamaño tal, que habrían matado a cualquiera que las hubiera recibida de lleno. Acudió Don Bosco, y decidido a impedir a toda costa la ofensa a Dios, se lanzó en medio de aquella granizada de proyectiles y puso en fuga a todos los combatientes. Así consiguió hacerse dueño de aquellos prados, adonde nadie se atrevió a volver más.
—; Soy como me han hecho! --decía después refiriendo el caso—; cuando veo la ofensa a Dios, aunque tuviese en contra todo un ejército, no me retiraría ni cedería para impedirla.
Peores luchas se estaban maquinando en nombre de la libertad de conciencia. Según el edicto del 19 de junio, firmado por el príncipe Eugenio de Carignano, se autorizó la libertad de cultos, con lo que judíos y valdenses comenzaron a ejercer públicamente los suyos.
Los primeros en experimentar los amargos frutos de esta
¡emancipación fueron Don Bosco y el Oratorio de San Luis;
porque los valdenses, desparramándose por Turín, fueron a poner cátedra cerca de la calle de los Plátanos, no lejos del
oratorio. Primeramente intentaron atraerse a los jóvenes del Oratorio con ofertas de dinero, pero como no lo consiguieron, recurrieron a la violencia, y un domingo enviaron a una treintena de ellos a apedrear el Oratorio.
Provocación tan pérfida como ésta irritó de tal modo a los jóvenes oratorianos más crecidos que, perdida la pacien
cia y despreciado todo peligro, salieron afuera, se proveyeron de piedras, que abundaban en aquel llano, y empezaron a dispararlas con tanto ímpetu y tan certera puntería contra los provocadores que, en algunos instantes, los rechazaron más allá de la calle.
No fue ésta la última vez que ocurrió una escena tan dolorosa, sino que, durante varios meses, se repitió casi en cada fiesta. causando en Don Bosco y en los suyos la aflicción que es fácil imaginar.
Mientras el Oratorio de la Puerta Nueva soportaba esta prueba, el de San Francisco de Sales, después de haber honrado en paz a San Juan Bautista, celebraba la fiesta de San Luis con pompa singular. La procesión fue solemnísima; la abría un aprendiz artesano con un estandarte, cuyos cordones eran llevados por dos jóvenes de nobilísima familia; y al lado de la estatua se veían dos respetables personajes, que adquirieron gran fama en toda Italia, y uno de ellos en toda Europa; los cuales tenían en una mano un cirio encendide y en la otra El Joven Cristiano y cantaban con los ministros sagrados el himno Infensun hostis gloriae en honor de San Luis. Eran el Marqués Gustavo y el Conde Camilo de Cavour.
Los dos hermanos, al ver la habilidad y constancia cor que Don Bosco había superado tantos obstáculds, se habían convertido en admiradores suyos y frecuentemente lo visi taban.
La obra de los Oratorios triunfaba, pues; pero no todos los que ayudaban a Don Bosco pensaban corno él. Un día se le presentaron dos teólogos, adscritos al Oratorio de San
Luis, en donde los jóvenes respondían a los excesos de los
protestantes demostrando gran constancia en la fe, y le pidieron licencia para conducir a aquellos mismos jóvenes con
bandera y escarapelas tricolores en el pecho por las calles de la ciudad. El Siervo de Dios se opuso dignamente, tratando de hacer un poco de luz en aquellas cabezas entenebrecidas. Pero ellos, con otros clérigos exaltados, se declararen en rebeldía, y el domingo siguiente llevaron a los jovencitos del Oratorio de la Puerta Nueva a las ruidosas fiestas mencionadas.
Empezó entonces una verdadera guerra que, después de algunos deplorables incidentes, terminó con una abierta escisión. Los rebeldes, cerca de un centenar, decidieron no ir más al Oratorio si no se los recibía en forma solemne, es decir, con banderas y escarapelas.
El Siervo de Dios, aunque afligido par estos desórdenes, no cedió un punto a aquellas extrañas pretensiones; les agradeció la ayuda que le habían prestado y los despidió. Ante esta inesperada resolución se coaligaran para alejar de Don Bosco a todos los jóvenes; y, al efecto, visitándolos en sus casas y en las tiendas y esperándolos en las calles que conducían a los Oratorios, consiguieron en poco tiempo alejar de él a los mayores.
Bastante triste y llena de preocupaciones volvió a ser entonces la situación de Don Bosco. Los sacerdotes y los clérigos, unos por un motivo y otros por otro, casi todos lo dejaron. Pero no le faltó la ayuda del incomparable teóloga Borel. Ocupado en el Instituto del Refugio, en las prisiones del Estado y en cien lugares más de la ciudad, este hombre, pequeño de estatura, pero grande de ánimo, siempre encontraba tiempo para detenerse en el Oratorio. Alguna vez robaba las horas aI sueño para poder confesar, y casi siempre negándose el necesario reposo, iba allí a predicar por la tarde
en los días festivos para aliviar al amigo, de este trabajo al menos. ;Alabanza eterna a aquel eximio sacerdote!
Don Bosco, aun en medio de tantas pruebas, se mantuvo heroicamente tranquilo. Los sueños que había tenido en el
Colegio y el del emparrado de rosas le habían anunciado cla
ramente los acontecimientos. Carlos Gastini, huerfanito asilado aquel mismo año en el Asilo de Valdocco, le oyó excla
mar: "¡Todos me dejan, pero Dios está conmigo! ¿A quién he de temer? La obra es suya, no mía; 21 la llevará adelante."
Los hechos le daban la razón. Casi todos los jóvenes volvieron poco a poco, no sólo por el afecto que le tenían y porque, pasado el primer error, habían comprendido con quién tenían que tratar, sino también porque aquellos señores se habían cansado de trabajar por amor a la política.
Por su parte, Don Bosco no descuidó tampoco los medios que le sugirió la prudencia. El día de la Asunción de María Santísima hizo una sesión pública de exámenes sobre la Historia del Antiguo Testamento, acompañados de la declamación de algunas poesías y el canto de varios himnos (a San Luis, a Carlos Alberto y a Pía IX) que interesaron y admiraron a la misma anticlerical aazzetta del Pópolo que había empezado a publicarse el 16 de junio de aquel año.
Gracias a la ayuda de un estimable joven que le había conocida en 1841 y siempre fue amigo y familiar suyo, pudo disponer de otro gran aliciente. El catequista José Brosio, apenas volvió de la guerra, empezó de nuevo a frecuentar el Oratorio asiduamente con su vistoso uniforme de cazador; Y práctico en el ejercicio militar, consiguió adiestrar tan bien a los chicos más listos, que formó con ellos un pequeño regimiento. Para esto se pidieron, y e] Gobierno los concedió, doscientos fusiles sin cañón; se proporcionaron unos bastones para el ejercicio; el cazador llevó su trompeta, de modo que el Oratorio tuvo a poco un pequeño batallón bastante hien instruido.
A estos alicientes, añadió Don Bosco otro, el de dar la
comida necesaria a cierto número de jóvenes externos que se renovaban cada semana, y esto durante un año, es, mientras duró la agitación pública.
Pero lo que más interesaba a Don Bosco era disponer de un cierto número de jóvenes virtuosos —"selectos", diríamos hoy—, que fueran como la luz y la sal en medio de los otros; con este fin pensó en dar nuevamente un curso de Ejercici Espirituales. Nótese que Don Bosco actuó siempre sobre lasl grandes masas sirviéndose de grupos selectamente formados,
Como trataba de impedir que aun los menos buenos se disipasen en medio de los alborotos de la plaza, creyó que no había otro medio mejor que cuidarse de su instrucción, y con ese objeto amplió considerablemente las clases nocturnas. No eran todos niños los que las frecuentaban; un centenar de ellos ya tenían barba y bigotes. A éstos él mismo les daba clase. Su número creció en los años siguientes y con ello aumentaron los consuelos para Don Bosco viéndose así correspondido en su celo por la salvación de las almas.
Mientras reinaba esta paz en el Oratorio de San Francisco de Sales, algunos cooperadores de Don Bosco, entre ellos el canónigo Lorenzo Gastaldi, idearon una confederación de los diversos Oratorios que había en Turín; porque, además de los fundados por Don Bosco, existía un tercero en Vanchiglia, abierto por el sacerdote Juan Cocchi a imitación suya, aunque en métodos y espíritu algo diferente.
Invitaron a Don Bosco a adherirse, pero no accedió; alegó, —porque claramente veía que la amalgama sería fuente de desavenencias— que tenía necesidad de autonomía para el desarrollo de su obra y dando a entender que abrigaba la intención de fundar una especie de Congregación. Así acabó aquella tentativa. La fortaleza del Siervo de Dios se calificó entonces de testarudez, y fue puesta en solfa aun por algunos de sus íntimos amigos; pero él permaneció irreductible.
Entre tantas ocupaciones encontró tiempo para dar a la luz pública la segunda edición de la Historia Eclesiástica y una nueva obra, la Vida de San Vicente de Paúl, de la cual donó trescientos ejemplares a las familias de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, esto es, a la Obra del Cottotengo. El año de 1848 acabó proporcionando a Don Bosco nuevas penas y alegrías, que le llegaron hasta lo más profundo del corazón.
Ell 24 de noviembre, el Sumo Pontífice Pío IX se veía obligado a huir a Gaeta, y el 6 de diciembre moría el teólogo Guala, a los setenta y tres años, resignado a la voluntad de Dios y contento porque dejaba el Colegio Eclesiástico en las manos de Don Cafasso, poco antes nombrado Rector de la iglesia de San Francisco de Asís. Más de cuatrocientos sacerdotes asistieron a sus espléndidos funerales y entre ellos Don Bosco.
Ya en los primeros días de octubre el teólogo Antonio Cinzano había bendecido una capillita dedicada a la Virgen del Rosario, arreglada en Becchi por el Siervo de Dios. El 1 de noviembre entraba en el Oratorio un joven de Castelnuovo, el clérigo Ascanio Savio, de diecisiete años, que permaneció allí cuatro años como clérigo, por haberse cerrado el Seminario de Turín, y obtuvo de la Curia Arzobispal dis
. pensa de ir al Seminario de Chieri para poder ayudar a Don Bosco en su Oratorio.
Desde fines del año anterior el Siervo de Dios, deseoso, como siempre lo estaba, de hacer el bien y de encontrar ayudantes para su obra, había admitido en pensión a algunos sacerdotes, adscritos a las iglesias de la ciudad para el sagrado ministerio; ahora veía, finalmente, que el ejemplo de su heroica y desinteresada caridad despertaba en otros corazones estímulos generosos de imitación.
El 1S de enero de 1849 moría Antonio, hermano del Siervo de Dios. Éste, que nunca había dejado pasar la menor ocasión para mostrar su afecto fraterno a quien tanto lo había contrariado en sus primeros años, se hizo cargo solícita y afectuosamente de sus hijos.
Deseoso de oponerse de algún modo a aquella ola de fango que una prensa satánica arrojaba diariamente sobre la Iglesia, sobre el Catolicismo y sobre las Órdenes Religiosas, dio comienzo a la publicación de un periódico religioso titulado El Amigo de la Juventud. Después de tres meses quiso extender su acción, no sólo a los jóvenes, sino a todas las familias católicas. Su santa iniciativa no fue secundada; por eso, después del número 61, resolvió fusionar su periodiquito can El Instructor del Pueble, al que aportó buena voluntad y muchos lectores. Colaboró durante algunos meses en la publicación de este segundo periódico; pero después se retiró, y su retirada fue una desgracia para El Instructor y sus lectores.
No podemos silenciar otra obra de su exquisita caridad, obra que, alentada por Don Cafasso y por el mismo Monseñor Fransoni, practicó durante siete años, sin retribución alguna: el repaso de la Teología Moral a los sacerdotes, generalmente corno preliminar para el examen de Confesión. El canónigo Ravina, Vicario General, apreciaba tanto su saber, que la mayor parte de las veces concedía la patente sin examen
a todo el que Don Bosco declaraba por escrito sufflote' znter instructus.
Además de la ciencia, infundía a los sacerdotes todo el afecto que ardía en su corazón por el Sacramento de la Penitencia, exhortándoles a entrar prontamente en el confesonario cuantas veces se los llamara. Nosotros le oímos decir que es de desear que un sacerdote regule su comida de tal modo que pueda, sin molestia, ponerse a confesar media hora después de haberla terminado.
Díríase que el tribunal de la penitencia era para él sitio de descanso más que de trabajo. Ordinariamente empleaba en este ministerio dos o tres horas al día; pero en circunstancias especiales, aun días enteros y noches enteras.
Le ocurrió una tarde, ya casi de noche, que al venir de los pórticos del Po hacia la "Plaza del Castillo", se encontró con un desconocido, que sin más ni más le pidió la bolsa o la vida. Lo entretuvo con amables maneras, le hizo declarar sus secretos, le puso de relieve las consecuencias de su mala vida y después, sentado sobre el parapeto del foso que está detrás del palacio Madama, confesó a aquel nuevo amigo.
Una tarde en Becehi le asaltó un joven que, blandiendo un arma, le pidió dinero. Don Bosco lo reconoció como hijo de un propietario de las cercanías, tanto más cuanto lo había catequizado y confesado en las cárceles de Turín, de las que había salido pocos días antes por su recomendación. El desgraciado, apenas reconoció a Don Bosco, se quedó consternado. El Siervo de Dios lo exhortó a cambiar de vida y lo indujo a confesarse en aquel mismo lugar. Hecho esto, le regaló una medalla de la Inmaculada y el poco dinero que llevaba; después lo llevó a Turín, donde le consiguió un empleo y le ayudó a hacerse buen cristiano y virtuoso padre de familia.
También los jóvenes, embelesados por las delicadas y- santas insinuaciones del Sierva de Dios, se sentían atraídos al Sacramento de la Penitencia con una suavidad indescriptible. Ocurrió varias veces que, después de las once y de las doce
de la noche, Don Bosco, agobiado por el cansancio, se domina confesando. El penitente rallaba entonces y, no atreviéndose a despertarlo, después de haber esperado un rato, se sentaba en el reclinatorio hasta que el Siervo de Dios se despertaba por el ruido que hacían los jóvenes roncando. Eran las tres o las cuatro de la madrugada, y todavía continuaban las confesiones. Finalmente apuntando el alba, tocaban a la puerta y entraban los primeros jóvenes que iban al Oratorio; poco a poco la sacristía se llenaba de nuevos penitentes y las confesiones seguían sin interrupción hasta las nueve y ami las diez de la mañana.
Cuando Don Bosco se ausentaba de Turín no faltaban quienes, para confesarse con él, recorrían muchos kilómetros de camino a pie. Varias veces fueron de este modo hasta Carignano, adonde llegaban hacia las once polvorientos, cansados, pero en ayunas, para confesarse con Don Bosco y recibir la Sagrada Comunión.
Los párrocos, llenos de admiración, les procuraban la comida, y ellos después subían al coro y cantaban las Vísperas, las Letanías y el "Tantum ergo", con gran contento de la población. Cuando llegaban a tiempo, también cantaban la Misa, y si Don Bosco volvía a Turín en su compañía, el gozo de ellos no tenía límites.
Tanta confianza y tanto cariño eran providenciales, porque Dios confiaba a Don Bosco la misión de buscar entre los jóvenes los primeros colaboradores y continuadores de su Obra; al revés de lo que sucedió con San Ignacio, él tuvo que formárselos desde pequeños.
En 1849, ayudado del teólogo Vola, reunió en dos tandas de Ejercicios Espirituales a unos setenta jóvenes, escogidos entre el centenar de los que frecuentaban el Oratorio de Valdocco y el de la Puerta Nueva, y los fue estudiando separadamente para conocer si alguno manifestaba alguna señal de vocación al sacerdocio. De entre tantos, escogió tres: José
Buzzetti, Carlos Gastini y Santiago Bella, a loa que se añadió otro llamado Félix Reviglio.
Cierto día del mes de Julio los llamó junto a sí y les propuso hacerlos sus ayudantes, instruyéndolos al efecto. Pero necesitaba que le fueran obedientes en todo.
Aquellos jóvenes, vencidos por su caridad, se lo prometieron; y él, con ayuda del teólogo Chiaves, empezó a enseñarles los primeros elementos del latín.
El singular ascendiente que ejercía sobre los jóvenes no debía atribuirse únicamente a sus ejemplos admirables de virtud, sino también a los dones extraordinarios con que le favorecía Dios. Hay una conformidad admirable en los testimonios de los jóvenes de aquellos años; de modo que cuantos habitaban con Don Bosco o simplemente trataban con él, no podía menos de resumirlos en esta explícita declaración de Monseñor Cagliero:
.—Si,; Don Bosco poseía el don de hacer milagros! Para nosotros, que hemos estado tantos años a su lado, es cosa evidente.
Él trataba de disimularlo. Ya de clérigo en el Seminario, para ayudar a los enfermos se valía de una industria que consistía en distribuir píldoras confeccionadas con miga de pan o papelitos que contenían una mezcla de azúcar y harina de trigo. Esto era un sencillo paliativo, porque a loe que recurrían a su ciencia médica les imponía la condición de acercarse a los Sacramentos y de recitar un determinado número de Avemarías, Salves u otras oraciones a la Virgen. En 1844, el farmacéutico de Montaña, después de la curación del señor Turco con aquellas píldoras, deseoso de conocer los ingredientes del prodigioso febrífugo, se procuró algunas de aquellas píldoras para someterlas al análisis químico y averiguó con gran estupor que solamente contenían pan.
La noticia de esto corrió por el pueblo. El señor Turco, cuando fue a Turín a visitar a Don Bosco para darle gracias, refirió los comentarios que se hacían acerca de las píldoras Y le rogó que le revelase el secreto de la medicina.
rezado usted a la Virgen las Salves? —le pea guntó el Santo.
—Claro que sí.
Pues bástele eso!
Al ver descubierta su caritativa astucia para curar enfer medades cesó de emplearla.
Ordenado de sacerdote recurrió únicamente a la eficacia de las oraciones y de las bendiciones.
Refería Don Rúa que, desde 1847 a 1852, cada vez gut debía morir algún joven de la Compañía de San Luis, Don Bosco lo anunciaba algún tiempo antes, sin dar nombres: y las defunciones ocurrían en las fechas predichas.
No dejó tampoco de repetirse de cuando en cuando otra maravilla. En 1848, mientras daba Ejercicios Espirituales en San Ignacio, escribió al teólogo Borel, que le sustituía en d Oratorio, que los jóvenes Costa y Barrada habían entrado en la capilla por la puerta principal y salido luego por la (TE la sacristía, y en vez de asistir a las funciones sagradas, habían ido a bañarse en el Dora; pero que estando en el agua habían recibido de una mano invisible algunas palmadas, nada suaves por cierto. El teólogo, apenas recibió el billete, interrogó a los jóvenes, y las respuestas de éstos coincidieron exactamente con la carta de Don Bosco.
Esto se repitió muchas veces, de un modo indudablemente maravilloso, como diremos a su tiempo.
El mismo año comenzaron los prodigios de las multiplicaciones. Celebrábase en el Oratorio una de las fiestas más solemnes; debía de ser la de la Natividad de María Santísima; ya se habían confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban dispuestos para comulgar. Don Bosco comenzó la Santa Misa en la creencia de que en el sagrario debía de estar el copón lleno de formas consagradas. Pero estaba casi vacío, porque José Buzzetti se había olvidado de colocar en el altar otro a tiempo con hostias para consagrar y no lo echó de ver sino después de la Elevación. Comenzó a distribuir la Sagrada Comunión y al ver tan pocas hostias
Y una numerosa concurrencia de niños delante del altar, se sintió angustiado por temor de dejar a muchos sin comulgar; levantó los ojos al cielo y continuó distribuyendo la Comunión. Y he aquí que, con gran maravilla suya y de Buzzetti, que confuso pensaba en el disgusto que habría proporcionado a Don Bosco su olvido, vio multiplicarse las sagradas formas en las manos de Don Bosco, de modo que pudo dar la. comunión a todos sin fraccionarlas.
Acabada la función, y fuera de sí por semejante prodigio, Buzzetti refirió a sus compañeros lo ocurrido, enseñándoles corno prueba el copón que había preparado en la sacristía. Otros jóvenes también lo habían observado; y el mismo Don Bosco confirmó varias veces la verdad del hecho.
-Una mañana —escribe José Brosio, el militar— se presentó a Don Bosco una señora que andaba con una muleta y un bastón, acompañada de otra mujer, y moviéndose con tanto trabajo que, en dar un paso, empleaba bastante tiempo. Como dijo que quería hablar con Don Bosco, yo por prudencia me retiré un poco. Cuando salió la señora, la vi andar sin muleta ni bastón y me dijo:
—Don Bosco me ha curada
Pero más extraordinario es lo que ocurrió en 1849. Un joven de quince años, llamado Carlos, hijo del dueño de una hostería llamada "del Muletto", que frecuentaba el Oratorio, cayó enfermo gravemente y murió sin poder confesarse con Don Bosco, como lo deseaba, porque estaba ausente. Apenas regresó Don Bosco y supo que habían ido a buscarle varias veces para asistir al joven, se apresuró a ir a casa de éste, por si aún era tiempo. Cuando le dijeron que había muerto pidió que le permitieran verle.
Inmediatamente lo llevaron a la habitación donde la madre y la tía rezaban junto al difunto. El cadáver amortaja& estaba envuelto en una sábana cosida y cubierto con un velo
como era entonces costumbre. Al lado del muerto ardía, una luz.
Don Bosco se acercó pensando: "¡Quién sabe si habrá hecho bien su última confesión! ¡Quién puede saber el destino que habrá encontrado su alma!" Y volviéndose a los que lo habían acompañada, les dijo:
— ¡Retírense, déjenme solo!
Después de hacer una breve plegaria, bendijo y llamó por dos veces al joven en tono imperativo:
—i Carlos, Carlos, levántate!
A aquella voz comenzó el muerto a moverse. Don Bosco ocultó al punto la luz, y con un fuerte tirón de ambas manos descosió el sudario, para que el joven quedase libre, y le descubrió la cara. Este, como si despertase de un profundo sueño, abre los ojos, los vuelve en torno suyo, se levanta un poco y dice:
— ; Oh !, ¿cómo es que me encuentro así?
Después se vuelve, fija la mirada. en Don Bosco y apenas 1 lo reconoce, exclama:
—¡Ah, Don Bosco! ¡Si supiese usted cuánto deseaba su presencia! ¡Lo buscaba con ansia! ¡Tengo mucha necesidad de usted! ¡Dios es quien lo ha enviado aquí !... ¡Qué bien ha hecho en venir a despertarme!
Refirióle entonces que había callado un pecado en su última confesión y que había tenido un sueño espantoso, en el cual había visto a muchos demonios que querían arrojarlo en un inmenso horno; pero. que una Señora se había interpuesto entre él y aquellos feos animales diciendo:
—¡Esperad; todavía no ha sido juzgado!
Don Bosco lo animó a no temer ya nada, y el joven comenzó inmediatamente su confesión, con señales de verdadero arrepentimiento. Mientras Don Bosco lo absolvía, entraba la madre con los de la casa, que así pudieron ser testigos del hecho. El hijo, volviéndose a ella, gritó:
—¡Don Bosco me salva del infierno! ¡Me había confesado mal!
"ar
Así estuvo cerca de dos horas, dueño enteramente de sus
facultades; miraba, escuchaba y hablaba. Entre otras cosas, ¡asistió en que se recomendara mucho y siempre a los jóvenes la sinceridad en la confesión.
El Santo, finalmente, le preguntó:
—Ahora estás en gracia de Dios; el Cielo está abierto para ti. ¿Quieres ir allá arriba o quedarte aquí con nosotros?
El joven respondió:
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—Quiero ir al Cielo. —Pues entonces, ¡hasta que nos veamos allá! Carlos dejó caer la cabeza sobre la almohada, cerró los ojos, permaneció inmóvil y se durmió en el Señor.
Otro hecho. En 1849, un domingo, después de la fiesta de Todos los Santos, terminado en la capilla el Ejercicio de la Buena Muerte, Don Bosco hizo ir a los jóvenes internos y externos del Oratorio, en número de cerca de seiscientos cincuenta, a visitar el camposanto para rezar por la paz de los pobres difuntos, prometiendo obsequiarlos con castañas cuando volviesen a Valdocco. Mamá Margarita había comprado tres sacos; pero creía que sólo se trataba de premiar a unos pocos jóvenes, por lo cual sólo hizo cocer una parte. El Santo creyó que su madre las habría preparado todas, y así, llenaba la. gorra de los que se la presentaban; pero Buzzetti, viendo que daba con exceso, se lo advirtió. Don Bosco, pesaroso de tener que disminuir la ración, respondió tranquilamente:
—Continuemos dando a cada cual su parte mientras haya.
Buzzetti empezó a desconcertarse cuando vio que Don Bosco introducía el cucharón y lo sacaba tan colmado, que las castañas se caían, mientras la cantidad que había en el cesto no parecía disminuir. Cerca de cuatrocientos jóvenes Participaron de las castañas multiplicadas milagrosamente y cuando Buzzetti devolvió el cesto a la cocina, vio que aún
quedaba una porción, la de Don Bosco, como si la Santísima Virgen le hubiese reservado aquella parte.
La noticia del prodigio, ya durante la distribución, Be propagó aun a los chicos más apartados de allí y cuando el último de los muchachos recibió su parte, se oyó un solo grito:
—¡Don Bosco es un santo! ¡Don Bosco es un santo!
El les impuso silencio; pero le costó gran trabajo hacer cesar aquellas voces, mientras por todas partes le estrechaban.
En memoria de este hecho, Don Bosco quiso que, eegún, se acostumbraba en el Piamonte, se distribuyesen casta-hervidas o tostadas la tarde de Todos los Santos a los jó nes del Oratorio. Y la costumbre pasó después, en memo . del hecho, a todas las casas salesianas.
No menos maravillosa era la actividad del Siervo de Di Como complemento de la escuela de Moral, acostumbraba lebrar en Valdocco otra reunión semanal para estudiar 1 medios de procurar mejor la santificación de los jóvenes y para que recíprocamente se ayudaran a vencer las dificultades que suscitaba el enemigo del bien. Aquellas reuniones eran como el preludio de la Sociedad Salesiana.
Mas esto no bastaba. Habiendo sido cerrado el Seminario a causa de la guerra y como el Arzobispo, perseguido y obligado a ausentarse de Turín, hubiera recomendado sus clérigos a Don Bosco antes de marchar a Suiza, él decidió darles asilo en el mismo Oratorio. Así, pues, desde 1848 casi se convirtió en el Seminario de la Archidiócesis y del Piamonte; y aún puede decirse que así continuó por veinte años, porque, como veremos, gran número de jóvenes, recogidos, mantenidos, instruidos en la lengua latina, vestidos de clérigos y enviados a dase a los profesores del Seminario, fueron devueltos ya sacerdotes a sus respectivas diócesis por el celo
y a costa de Don Bosco. El mismo, mientras le fue posible, les dio clase de Geografía aplicada a los Santos Lugares para la mejor inteligencia de la Sagrada Escritura. Abrió de nuevo, con la aprobación de Monseñor Fransoni y la ayuda del párroco de la Anunciación, teólogo Luis Fantini, el Oratorio de Vanchiglia, cerrado por la guerra, denominándolo del Ángel Custodio.
Finalmente, el año 1849 cerrábase con otra espléndida prueba de su celo por la eterna salvación de la juventud.
Los frutos abundantes de los Ejercicios Espirituales que en años precedentes se habían obtenido, le aconsejaron proporcionar este bien a todos los jóvenes de los tres Oratorios, y aun a toda la juventud de Turín. Distribuyó con este fin un "Sagrado aviso", en número de mil quinientos ejemplares.
Desde el principio, que tuvo lugar en la tarde del 22 de diciembre, la iglesia de la Misericordia, o de los Mercaderes, se llenó de jóvenes, casi todos artesanos. Los predicadores, escogidos por Don Bosco, eran cuatro y de los más adecuados a la juventud. Fueron éstos el canónigo Borsarelli, el teólogo Borel, el sacerdote Pedro Ponte y el canónigo Lorenzo Gastaldi. Los Ejercicios duraron siete días y tuvieron un feliz resultado. La mañana de la conclusión, la Comunión fue numerosa, devota y solemne. Don Bosco distribuyó a todos los participantes un folleto, como recuerdo, titulado: Aviso de un amigo de la juventud, según las necesidades de los tiempos.
La Obra de los Oratorios triunfaba. Mucho se hablaba de ella en la ciudad y, pasados los primeros recelos, la opinión pública le fue favorable; el Gobierno tuvo que interesarse por ellos, movido por la voz pública, las relaciones particulares y aun por el voto del mismo Senado. Una persona be
llévela, el señor Volpato, emparentado con la casa Gastaldi, que ocupaba un puesto eminente en el Estado, había aconsejado a Don Bosco que pusiera su obra bajo la protección del Gobierno. A. Don Bosco no le pareció bien; pero aquel señor, a escondidas y por iniciativa propia, por medio de la Alta Cámara, presentó una petición al Ministerio del Interior con el fin de obtener una subvención. El Senado, antes de tomar una resolución sobre el asunto, nombró una comisión con encargo de hacer una visita al Oratorio e informarse. La comisión estaba compuesta de tres Senadores: el Conde Federico Sclopis, el Marqués Ignacio Pallavicini y el Conde Luis de Collegno, los cuales, para cumplir el encargo recibido, fueron a Valdocco un día de fiesta, en enero de 1850, sin previo aviso.
Eran cerca de las dos de la tarde; sobre unos quinientos muchachos se encontraban en lo más animado del recreo, ofreciendo un espectáculo por demás interesante. Al mirar una turba como aquella de jóvenes divertirse con tanto ardor y tan bien asistidos, dichos señores se quedaron muy maravillados.
Don Bosco, que se encontraba en un círculo de jóvenes, al ver a aquellos señores, dirigióse hacia ellos y después de los primeros cumplidos y de saber que eran enviados por el Senado, los invitó a acomodarse en una pobre salita, donde les dio las noticias que deseaban, exponiendo brevemente el fin de la Obra.
Los comisionados admiráronse más aún al oir que se habían abierto ya otros dos Oratorios con el mismo número de jóvenes aproximadamente, y prodigaron grandes alaban. zas al Siervo de Dios.
En aquellos momentos llamó a la puerta un jovencito de doce años para dar un recado a Don Bosco. Agradó al señor Sclopis la confianza e ingenuidad del niño; lo interrogó y supo que era huérfano de padre y que tenía a su madre en la cárcel. Todos se enternecieron. Después de un instante de silencio, reanudó la conversación el señor Sclopis y averiguó
que Don Bosco, además del Oratorio Festivo, había también abierto un asilo de beneficencia. La conversación recayó sobre los medios con que contaba Don Bosco para hacer frente a los consiguientes gastos de estas instituciones, que no debían de ser escasos. 21 contestó sencillamente que contaba con la Providencia divina. Después la comisión visitó la casa y las clases de Catecismo, y asistió a la función religiosa, quedando todos grandemente satisfechos.
El 1 de marzo se presentó a discusión en el Senado la petición de Don Bosco, y el Marqués Ignacio Pallavicini hizo una entusiasta relación de la obra, que obtuvo la aprobación de la asamblea, con el acuerdo de remitir la solicitud al Ministerio del Interior para que se subvencionase el nuevo Instituto. Desde aquel día el Oratorio, con el asilo anejo, fueron subvencionados por el Gobierno.
Pero si el Siervo de Dios tuvo motivos para alegrarse del buen éxito que esta discusión había logrado en el Senado, otras noticias le llenaron de pesadumbre.
Monseñor Fransoni había vuelto a Turín, pero fue mal recibido por los enemigos de la Religión, los cuales a toda costa querían que se alejase.
En efecto, apenas se aprobó en el Senado La ley de supresión de la inmunidad eclesiástica, durante varios días una turba de patriotas exaltados, pagados por el Gobierno, y dei jovenzuelos instigados y subvencionados por los agitadores, recorría las calles de la ciudad lanzando imprecaciones contra el Clero y vitoreando a los corifeos. Lo peor de aquella algazara iba dirigido contra el palacio arzobispal, donde vociferaban:
—; Abajo el Arzobispo, abajo la curia, abajo el Delegado Pontificio!
Rompieron a pedradas muchos vidrios e intentaron forzar la puerta principal. Firme en el cumplimiento de su deber,
Monseñor Fransoni mandó imprimir una pastora! reservada, en que daba al Clero las normas de conducta que debía observar después de la aprobación de la ley. La policía, que tuvo noticia de ella, la secuestró, y no mucho después fue citado el Arzobispo para comparecer ante el tribunal civil a dar cuenta de su conducta. Respondió el prelado que había pedido licencia al Papa para presentarse, y si se la daba, compareceria. Pero los jueces no le admitieron esta respuesta condicional y le condenaron, ausente como estaba, a. quinientas liras de multa y a un mes de cárcel; y el 4 de mayo, día sagrado en Turín, dedicado a la Sábana Santa, Monseñor fue conducido preso a la prisión.
Es indescriptible la pena que experimentaron por este hecho los buenos católicos. Don Bosco, entre los primeros, fue a ver al venerable prisionero y dispuso además que varias comisiones de sus jóvenes fuesen a visitarlo por turno y a consolarlo; y apenas "La Armonía" invitó a los católicos a una suscripción para ofrecer en homenaje al invicto sucesor de San Máximo un rico báculo, el nombre del "sacerdote Juan Bosco" figuró en la primera lista de los donantes con la cuota de cinco liras, suma entonces no despreciable.
El 2 de junio Monseñor Fransoni fue puesto en libertad; pero no se forjó ilusiones para lo por venir, pues dijo:
—; Otra vez, me llevarán a Fenestrelle! (1).
Y así fue.
A fines de julio cayó gravemente enfermo el caballero Derossi de Santarosa, ministro de Agricultura y Comercio, que había votado la ley Siccardi e incurrido por ello en excomunión. El párroco de los Servitas, Padre Bonfiglio Pittavino, a cuya jurisdicción pertenecía Santarosa, le pidió una real Fortaleza de los Alpes y presidio.
tractación antes de sacramentarlo. El enfermo accedió solamente en los últimos momentos; por eso no hubo tiempo de llevarle el Viático. Parientes, amigos, senadores, diputados periodistas y gente vocinglera clamaron contra la intoleran. cia del Párroco y del Arzobispo; y mientras una multitud de manifestantes asaltaban el convento de los Servitas, el Conde Panza de San Martino, junto con el general Alfonso La Mármora, ministro de la Guerra, fue a ver al Arzobispo para exigirle la renuncia del cargo en nombre del Gobierno.
—¡Me tendría por un vil —respondió Monseñor Fransoni— si en momentos tan. críticos corno éstos para la, Religión renunciase al gobierno de la diócesis
Al día siguiente los Servitas eran expulsados de su convento y el Arzobispo conducido a la fortaleza de Fenestrelle.
En los días posteriores se registraba la casa de los Oblatos en la Consolación con el pretexto de que eran cómplices del Arzobispo y enemigos del Estado. En esta ocasión —refiere el teólogo Reviglio— Dan Bosco no dejó ociosa la pluma, sino que escribió en defensa de las órdenes Religiosas; y merced a la influencia de que gozaba con algunos personajes, pudo impedir la expulsión de los Oblatos.
Pero mientras defendía a otros, debía pensar en sí mismo, porque siendo conocido como decidido defensor de los derechos de la Iglesia, era el blanco de las iras de las mesnadas anticlericales, que presentándolo como enemigo de las nuevas instituciones, fanático educador de santurrones y cómplice del Arzobispo en conjuras reaccionarias, habían determinado que el 14 de agosto, por la tarde, la consabida legión de facinerosos fuese a Valdocco para hacer una odiosa manifestación ante el Asilo de San Francisco de Sales.
El señor Volpato, el mismo que había presentado al Senado la solicitud de una subvención para la Obra de Don Bosco, se dio prisa en avisar al Siervo de Dios de lo que ocurría, para que se alejase; pero él llamó a su madre y le dijo que le preparase la cena, resuelto a no moverse de Turín;
Pero ni aquel día ni el siguiente nadie se presentó. ¿Que
había ocurrido? La canalla, después de haber escandalizado contra los Oblatos, se disponía a bajar a Valdocco, cuando uno de los manifestantes, que conocía a Don Bosco, de quien había recibido beneficios, se subió a un carro y habló con tanto calor en favor del Oratorio, que la tumultuosa muchedambre cambió de dirección y marchó a desfogarse contra loe Dominicos y los Barnabitas.
Además, justamente en aquellos días, el Gobierno, que se había apoderado del mobiliario del convento de los Servitas, envió una parte de él al Oratorio. Don BOSCO 10 recibió y al punto avisó al Padre Pittavino, que se había refugiado en Saluzzo, para que mandara retirar la que era de su pertenencia. Los Servitas, de esta manera, recobraron lo suyo y Don Bosco evitó ese hurto legal.
El Conde Camilo Cavour favorecía entonces mucho a Don Bosco, y no sólo iba con frecuencia a vistarlo, sino que le rogaba que de cuando en cuando fuese a su casa a almorzar o cenar. Por eso algunas veces, teniendo que tratar cosas de importancia con Cavour, éste no quería hablar de ello sino durante la comida, y entonces Ie concedía cuanto solicitaba.
Varias veces hemos pensado qué cosas de importancia podía pedir Don Bosco al Conde Camilo de Cavour. Probablemente, que patrocinase la causa de los Servitas, Oblatos y demás religiosos y aun que intentase aliviar la reclusión del Arzobispo.
En el entretanto, por orden de Máximo D'Azeglio, sin pruebas y sin proceso, Monseñor Fransoni era condenado a: destierro. El ilustre campeón de la Iglesia escogió para sc morada la ciudad de Lyón, donde le presentaron el magnifícc báculo, regalo de los subalpinos. Desde allí continuó gober nando la archidiócesis hasta su muerte.
Aun en medio de estos dolorosos acontecimientos, la actividad de Don Bosco era siempre maravillosa. El 13 de mayo asistió a la función inaugural de la primera Conferencia de San Vicente de Paúl, fundada en Turín según el modelo de las instituidas en Francia por Ozanam en 1833_ Asistió por muchos años a las asambleas generales de esta inatitucón, en que era recibido siempre como venerado protector.
Para impedir, además, que los jóvenes se inscribiesen en sociedades peligrosas, fundadas entonces por la masonería, como lo era la llamada "Sociedad de los obreros", organzó una entre ellos, que tuviera por objeto el bienestar temporal, sin prescindir del provecho espiritual de sus inscritos. Por eso impuso a éstos la condición de pertenecer a la Compañía de San Luis. Así nació la "Sociedad de socorros mutuos", 4 inaugurada en la capilla el 1 de julio de 1850, que fue como la primera semilla de aquellas otras innumerables "Sociedades" o "Uniones de Obreros Católicos" que después florecieron en Italia.
La nueva sociedad despertó las iras de los corruptores del pueblo, ansiosos de disponer de éste en todo momento. 4 Escribe José Brosio que a él le ofrecieron seiscientas liras - y un lucrativo empleo si se separaba del Oratorio y retiraba de él a aquellos de sus compañeros sobre los que ejerc mayor influencia; pero él rechazó despreciativamente tal pr puesta.
El amor al Vicario de Jesucristo, que siempre ardió viva,- A mente en su alma, apareció entonces como una de las caras-1 terísticas de su vida. En 1819 se fundó la Obra del "(tolo de San Pedro" para aliviar la pobreza de Pío IX, dente. rrado en Gaeta. En aquella ocasión, invitados por Don Bosco, los chicos del Oratorio, considerando como una gran dicha dar pruebas de veneración al Jefe de la Iglesia, se privaron
aun de lo necesario e hicieron una colecta que alcanzó la suma de treinta y tres liras.
En el ánimo del angelical Pontífice despertó dulce consuelo esta afectuosa y sencilla oferta. No contento con haber hecho saber al Santo y "a cada uno de sus jóvenes alumnos" su agradecimiento con la Bendición Apostólica y de haber hablado de ello varias veces con gran complacencia al comunicárselo a varios personajes que habían ido a cumplimentarlo; llamó al Enana. Cardenal Santiago Antonelli, tomó las treinta y tres liras, añadióles otras y le ordenó que comprase con aquel dinero el número de rosarios a que alcanzase la suma. El encargo se cumplió, y sesenta docenas, en dos grandes paquetes, se enviaron a Don Bosco.
El preciosísimo regalo se distribuyó el domingo, 21 de julio. Todos loa jóvenes de los tres Oratorios fueron invitados a Valdocco, cuya humilde capilla estaba adornada como de fiesta. Después de una plática apropiada y de la Bendición con el Santísimo Sacramento, desfilaron por delante del altar los jóvenes para recibir del canónigo Ortalda el rosario. A causa del extraordinario número de los que habían acudido, los rosarios enviados por el Papa no bastaron, y fue necesario adquirir en Turín varios centenares más y distribuirlos con los otros para dejar a todos contentos.
En la primera quincena de septiembre el Siervo de Dios llevó a pasar una semana de retiro espiritual en el pequeño Seminario de Giaveno a unos cien jóvenes, a quienes obsequió después con una. amenísima jira hasta la Sagra de San
El 16 del mismo mes fue por segunda vez a Stresa. Llevábanlo allí no sólo su amistad con el abate Rosmini, sino también el deseo de conocer mejor el Reglamento y el método disciplinario de la casa madre del Instituto de la Caridad, atento como estaba él a dar también principio a una Sociedad
religiosa. A pesar de las luces que recibía del Cielo, nunca descuidó ninguno de los recursos humanos ni dejó de estas atento al movimiento pedagógico y social. También visitó las Escuelas de Brescia y Bérgamo. Durante el viaje hizo una visita a Alejandro Manzoni, que veraneaba en Lesa. Le acompañó el marqués Arconati, su amigo y bienhechor, a quien encontró en Arona. Se desayunaron con el grande escritor.
En Stresa fue recibido con mil agasajos por Rosmini y sus religiosos_ Permaneció con ellos varios días y tuvo largas entrevistas con el filósofo, quien, como veremos, en los designios de ]a Divina Providencia debía ser uno de sus primeros bienhechores.
Antes de cerrarse el otoño de 1850, llevó consigo para el Oratorio al jovencito Juan Cagliere, paisano suyo.
Hacia fines del mismo año de 1850 marchó a Milán a predicar el Jubileo extraordinario publicado por el Sumo Pontífice Pío IX, para reparar los males causados por los odios, las guerras y las rebeliones. Lo había invitado don Serafín Allievi, Director del Oratorio de San Luis en Milán, de acuerdo con el Arzobispo Monseñor Romilli y can el párroco de San Simpliciano, iglesia parroquial del Oratorio de San Luis.
Los tiempos que corrían eran muy difíciles. Aires revolucionarios caldeaban la atmósfera. Milán, después de sus famosas jornadas (1) parecía asentada sobre un volcán todavia en ignición. La policía vigilaba también al Clero y a sus predicadores. Los párrocos vacilaban en dar principio a las misiones de preparación para ganar el Jubileo, y no había quien se arriesgara a subir al púlpito. El párroco de San Simpliciano manifestó a Don Bosco que antes de dar comienzo a la Misión debía hablar con el Arzobispo. Éste no negó el permiso, pero declaró que no aceptaba ninguna responsabilidad.
(1) Semana de agitación politica y populachera con derramamienTS
de mucha sangre.
I. _predicaré —respondió Don Bosco— como se acostumbraba hacerlo cincuenta años ha.
Comenzó a predicar en San Simpliciano. Desde el primer sermón acudió la multitud con una curiosidad y ansiedad tales, que no pueden describirse. En medio de aquella fiebre revolucionaria parecía imposible que nadie pudiera manifestarse indiferente en política. Con franqueza y afecto, Don BOSCO invitaba a Ios pecadores a la penitencia. Lo que hacía relación a la reforma de las costumbres lo decía sin rodeos, sin consideración a nadie; pero no hizo alusión alguna a las cuestiones políticas. Ninguna de las autoridades tuvo que hacerle la menor observación, porque los oyentes no encontraron en sus palabras más que puntos de meditación sobre los novísimos e instrucciones acerca del modo de confesar y comulgar.
Del mismo modo predicó los Ejercicios Espirituales en el Oratorio de San Luis. Después lo invitaron a predicar en varias iglesias y hubo ocasión en que predicó hasta cinco sermones en un mismo día. En todas partes era grandísimo el número de los que iban a confesarse con él.
Una tarde, cuando se dirigía al confesonario, ya rodeado de muchos penitentes, un joven lo asió por la sotana, lo llevó a un banco en medio de la iglesia, diciéndole que lo confesase allí. Don Bosco se sentó y el otro arrodillándose hizo su confesión. Acabada ésta, el penitente le dijo:
—Usted confiesa del mismo modo y con las mismas palabras que un sacerdote con quien yo me confesaba en Turín hace años.
—s'Y" si el sacerdote de aqui fuese el mismo sacerdote de allá? —le replicó Don Bosco.
El joven lo reconoció y experimentó grandísimo consuele en volver a ver al Siervo de Dios.
En 1851 se cumplia, con los mejores auspicios, el primer decenio de la fundación de la Obra de los Oratorios. Refiere
el profesor Rayneri que en aquel año Don Bosco había ergo. nizado una tómbola; los premios fueron muchos, y asi, chas también los que quedaron contentos. Por ultimo, Don Bosco, desde el balcón, arrojó caramelos a diestra y siniestra; de modo que muchos se endulzaron la boca. Los "vivas" llegaron hasta las nubes. Bajó Don Bosco del balcón, la tomaron y lo levantaron en triunfo. Entonces un joven estudiante clérigo dijo:
—; Oh, Dan Bosco, si yo pudiese ver todas las partes del mundo y en cada una muchos Oratorios!
Don Bosco dirigió en torno suyo una mirada dulce y majestuosa y respondió:
—¡ Quién sabe si vendrá el clía en que los hijos del Oratorio se extiendan por todo el mundo!
El 2 de febrero, al celebrarse la fiesta de San Francisco de Sales, los jóvenes José Buzzetti, Félix Reviglio, Santiago Bellia y Carlos Gastini vistieron la sotana. Celebró la función el teólogo de la Metropolitana, don José ArtaIda, el cual, comentando el texto del Evangelio de aquel día, Pósitus est ltic in re,surreetionem et in ruinam multorum, explicó a los nuevos clérigos cuál debía ser su nueva misión si correspondían a la gracia recibida. En catorce meses los había preparado Don Bosco para el examen de admisión al curso de Filosofía en el Seminario Metropolitano.
El 19 de febrero señalóse con otro paso importante: la adquisición de la casa Pinardi. Cansado éste de los continuos alborotos y riñas que ocurrían en la vecina casa "Bellezza" se decidió a vender la suya propia a Don Bosco por treinta mil liras. Pero, ¿dónde encontrar esta cantidad?
En su último viaje a Stresa, Don Bosco había tratado con el abate Rosmini sobre la conveniencia de abrir una casa del Instituto de. Caridad junto al Oratorio para ayudarse recíprocamente. Con taI objeto ya había comprado un terreno, en el cual se edificó después en gran parte el Santuario de Maria Auxiliadora. En esa ocasión Don Bosco obtuvo en préstamo del abate Rosmini veinte mil liras. Pero veinte mil
liras no eran treinta mil; para las diez mil que faltaban el Siervo de Dios se abandonó a la Divina Providencia.
El domingo siguiente fue al Oratorio Don Ca.fasso. No era costumbre de éste ir allí en día festivo; pero el santo sacerdote no había querido retardar el cumplimiento de un encargo que había recibido para Don Bosco. La Condesa Casazza-Riccardi le había encargado que entregase a Don Bosco diez mil Liras, que debían emplearse en lo que juzgase mejor para la gloria de Dios.
No pudieron ambos dejar de ver en este hecho el dedo de Dios. Grande fue también la maravilla del propietario cuando, apenas transcurrida una semana de empeñada la palabra, vio aparecer a Don Bosco para extender el contrato.
Aún hacían falta tres mil quinientas liras para otros gastos accesorios, y las facilitó el generoso señor José Cotta, en cuya casa de banca se otorgó el correspondiente contrata.
En un siglo materialista y crematístico como el xix, suscitaba Dios un hombre que, sin nombre y sM medios en el mundo de los negocios, debía desarrollar sus obras con proporciones colosales, manejando ingentes sumas, de caritativa procedencia y empleadas enteramente en la gloria de Dios y en la salvación de las almas.
Había transcurrido próximamente un mes desde que Don Bosco había adquirido la casa de Pinardi, cuando dijo a su madre:
—Ahora deseo que levantemos una hermosa iglesia en honor de San Francisco de Sales.
—Pero, ¿de dónde vas a sacar los fondos? —le preguntó la buena de Margarita—. Ya sabes que de lo nuestro no queda nada; todo se ha gastado en proporcionar comida y vestido a estos pobres chicos; de modo que antes de comprometerte en los gastos de esa obra, piénsalo bien y repiénsalo y entiéndete con el Señor.
—Justamente. Lo haremos así. Si usted tuviese dinero, ¿me lo daría?
—Ya puedes imaginarte con cuánto gusto te lo daría.
—Pues bien —acabó diciendo el hijo—, Dios, que es más bueno y más generoso que nosotros, tiene dinero para todo el mundo, y para una obra que ha de servir para su mayor gloria espero que nos lo mandará a su tiempo y en eI lugar debido.
Con esta confianza inició tratos con el arquitecto Blanchier para el plano, y con el contratista Federico Bocea para la construcción. Después fue al Santuario de la Virgen de Oropa a fin de invocar a la Santísima Madre de Dios con toda la efusión de su alma, seguro de su maternal ayuda.
Durante los trabajos, al oir que los albañiles blasfema
ban, no cejó basta que le prometieron corregirse de aquel feo vicio, aun mediante la oferta de algún que otro vaso de Vino. Por más de un año Margarita les traía cada sábado un berrilito de vino, que se vaciaba en honor de "el Santo Nombre de Dios",
pasaron los meses y Don Bosco no cesaba de escribir cartas solicitando donativos; entre otras alentadoras contestaciones merecen citarse las de los Obispos de Mondoví, Fossano, Alba, Acqui, Saluzzo, Susa y Vigevano.
El Obispo de Biella, al saber que de seiscientos y más jóvenes que frecuentaban el Oratorio "más de un tercio, esto es, más de doscientos" eran bieleses, hizo circular una invitación a todos los párrocos de la diócesis y obtuvo mil liras.
Don Bosco recurrió también al Rey, del cual obtuvo dos veces la cantidad de once mil liras, con frases muy expresivas y laudatorias para el Oratorio.
Se fijó el 20 de julio para colocar la primera piedra. Los jóvenes del Oratorio, como otras tantas trompetas, esparcieron la noticia por la ciudad, de modo que acudió tanta gente al acto cual nunca se había visto en aquellos sitios.
La bendición de la piedra, en ausencia de Monseñor Fransoni, la efectuó el canónigo Antonio Moreno, Ecónomo General. El banquero José Cotta, grande amigo de los pobres e insigne bienhechor de Don Bosco, la colocó, y el alcalde de Turín, G. Bellono, echó la primera paletada de mortero.
En aquella ocasión el célebre Padre Barrera, religioso de las Escuelas Pías, conmovido a la vista de aquella gran masa de pueblo presente y edificado ante el número de sacerdotes, patricios y señoras de Tulla que le rodeaban, subió a un montículo que formaba el terreno, improvisó un elocuente discurso y predijo un gran porvenir a la obra de los Oratorios.
Entrada ya la noche y habiendo quedado Don Bosco solo con los alumnos internos, a los que la construcción de aquella iglesia parecía la obra más grande allí posible, al manifestarle éstos su maravilla por la construcción de aquella igle
sia, él les contestó con tanta seguridad como si para ello tuviese tesoros reservados.
—;Oh, esto no es nada —les dijo—, ya veréis lo que se va a construir aquí... delante, en derredor!...
Después de un mes, el nuevo edificio se levantaba ya algunos metros sobre eI terreno. El Santo, viendo agotados sus fondos, no obstante las limosnas recogidas, pensó organizar otra tómbola. Formó una comisión de señores y señoras de diversa condición social, entre las cuales se destacaban e] teólogo Anglesio, Director de la "Pequeña Casa de la Divina Providencia", y la Marquesa María De Maistre Fassati, dama de S. M. la Reina María Adelaida. Estos, el 20 de diciembre publicaron una circular en demanda de objetos para la tómbola.
Una inocente frase de dicha circular dio motivo a algunos ayudantes de Don Bosco para suscitar descontento entre los catequistas. José Brosio tomó la defensa de Don Bosco, pero no se le escuchó y se declaró el cisma. Los disidentes renovaron las malas artes de 1849: nada de prácticas de religión, sino comidas, meriendas, paseos, diversiones y murmuraciones implacables contra la inalterable tranquilidad de Don Bosco. ¡Todavía no conocían la fuente de su firmeza!
Pero en defensa del Santo salió con toda su autoridad Monseñor Fransoni. En su destierro le habían informado de esta lucha indigna; y primeramente alentó a Don Bosco; y para preservarlo de ulteriores ataques, lo hizo después, por decreto oportuno, jefe de todos los Oratorios que había fundado. No podían experimentar sus adversarios una derrota más completa. El autor del cisma no volvió más al Oratorio, aunque había trabajado en él con gran celo y con grandes sacrificios; pero los catequistas, uno después de otro, volvieron al lado del Siervo de Dios y permanecieron decididos amigos suyos toda la vida.
El año siguiente se vio volar con tremenda explosión el polvorín. A la primera explosión hallábase Don Bosco en una sala del convento de Santo Domingo, en donde había logrado
exponer tres mil objetos recogidos para la mencionada tómbola. Al oirse el estruendo, que había sacudido todos los edificios, salió a la calle para enterarse de lo ocurrido; en aquelmomento se oyó el segundo estampido y un instante después
cayó un saco de arena de lo alto, que por poco aplasta al siervo de Dios. No tardó éste en comprender la magnitud
de la catástrofe. Recordó que el polvorín distaba del Ora
torio poco más de quinientos metros y al punto se dirigió allí temiendo que hubiese ocurrido una gran desgracia; pero
lo encontró vacío, pues sus asilados habían huido sanos y salvos a los campos inmediatos. Entonces, sin pérdida de tiempo y sin cuidarse del peligro, voló al lugar del desastre.
En el camino encontró a su madre, que intentó detenerlo, mas en vano.
Llegó Carlos Tomatis, y Don Bosco le dijo:
—Vuelve atrás, ve en busca de las monjas, que corren por las calles y plazas cercanas a sus conventos y condúcelas a la Plaza del Pueblo. Allí hay un ómnibus que las transportará a Moncalieri a casa de la Marquesa Bando.
Tomatis corrió a ejecutar la orden recibida y nunca llegó a comprender cómo Don Bosco, sin previo aviso, había tenido noticia de las disposiciones tomadas por la Marquesa en aquel trance.
oit Al llegar al sitio de la catástrofe, a duras penas pudo abrirse paso entre las inmensas ruinas del edificio; pero tuvo el consuelo de dar la absolución a un pobre obrero moribundo. Como había necesidad urgente de llevar agua para impedir que el fuego se propagase a los toldos que cubrían gran número de barriles de pólvora, no encontrándose allí ningún recipiente, entregó su sombrero a un heroico soldado, llamado Sacchi. Éste tomó el, sombrero y se sirvió de él, como mejor pudo, hasta que Llegaron los baldes y las bombas.
Las daños ocasionados por la explosión fueron inmensos; las casas de las inmediaciones hubo que demolerlas. En tan extraordinario siniestro, fue visible la protección del Cielo
en la próxima Casa de la Divina Providencia y en el Grato. rio de Valdoceo, que no sufrieron daño alguno.
Después de las das mencionadas explosiones, al anunciarse una tercera como inminente, muchos fugitivos se reunieron en el campo comprado por Don Bosco junto al Oratorio, casi enfrente de la iglesia en construcción; allí se hicieres excelentes reflexiones sobre el poder, la justicia y la misericordia de Dios y se exteriorizaba una fe extraordinaria en el valioso patrocinio de la Virgen, rezando el Santo Rosario y entonando sagrados cánticos. Era aquél el campo en que hoy se levanta majestuoso el Santuario de María Auxiliadora, al cual continúan yendo de todas partes los afligidos y atribulados para recibir ayuda y consuelo.
Cuando volvió del lugar del desastre, Don Bosco acogió en su casa a numerosos grupos de otros Institutos que, llenos de terror, habían acudido a él. Ya puesto el Sol, llamó a los refugiados, temerosos de que el desastre se repitiera aquella noche, y cuando los hubo exhortado a ser buenos y entregarse a la bondad del Señor, tranquilamente se marcharon a descansar.
Hay un hecho en esta catástrofe que tiene el sello de lo extraordinario; y fue que un año antes el piadoso jovencito Gabriel N'asá°, alumno del Oratorio, estando en trance de muerte, predijo el desastre, que él llamó un "horrible terremoto", precisamente el 26 de abril de 1852, y aconsejó que se rogase a San Luis para que protegiese al Oratorio: de aquí proviene la costumbre, que aún dura en las casas saiesianas, de encomendarse a San Luis, con la invocación: Ab osani malo, libera .nos, Dómine. (De todo mal, líbranos, Señor.)
En memoria de la gracia, Don Bosco hizo imprimir cinco mil ejemplares de una estampa que sirviera de recuerdo; y no contento aún, quiso testimoniar su gratitud con un acto de singular generosidad cediendo en favor del Hospital de
COttOleng0 la mitad del provecho que obtuvo de la tómbola.
Ésta resultó una verdadera demostración de caridad, en la cual señaláronse el Sumo Pontífice Pio IX, el rey Víctor Manuel, las reinas María Teresa y Adelaida, el Duque y la Duquesa de Génova, y, en general, toda la Corte y la Nobleza de Turín. El Gobierno favoreció también la piadosa empresa.
Por esta causa, los trabajos se llevaron con tanta rapidez, que en el mes de junio la iglesia estaba terminada. El doctor Francisco Vallauri, su consorte y su caritativo hijo don Pedro costearon el altar mayor. El comendador José Dupré pagó el decorado de la capilla que está a la izquierda, dedicada a San Luis Gonzaga, y su altar de mármol. Los nobles esposos, Marqueses Domingo y María Fassati, tomaron a su cargo los gastos de construcción de la otra capilla en honor de la Santísima Virgen, adornándola con una hermosa estatua de la Madre de Dios. San José Cafasso pagó el púlpito, otro bienhechor se encargó del coro y otro costeó los candeleros. En fin, si Don Bosco desplegó gran celo, también le piedad ciudadana, o mejor, la Divina Providencia, lo confortó con su valiosísimo apoyo.
La inauguración se efectuó el 20 de junio, tercer domingo de Pentecostés, fiesta de María Santísima Consoladora. Ofició en la ceremonia el Reverendo teólogo don Agustín Cattino, cura de Borgo Dora. El alcalde y su teniente habrían asistido gustosos, si no hubieran debido ir a la "Consolata" en representación del Municipio.
El Siervo de Dios había compuesto una oda de circunstancias, suavísima en su sencillez, la cual, puesta en música. cantáronla los jóvenes repetidas veces "rebosantes de alegría", y predicó por la tarde. La nueva iglesia estaba repleta. También se halló presente una sección de la Guardia Nacional.
Aquella misma tarde, invitados por Don Bosco, acudieron al Oratorio loa promovedores de la tómbola, varios miembros del Clero y de la Nobleza de Turín y muchas otras personas que habían tomado parte principal en la construcción de la
nueva iglesia. Después de las funciones sagradas, Don Bosco los reunió en la antigua capilla, donde nobles bienhechores habían provisto lo necesario para un servicio de café y re, frescos, y dirigió a todos sentidas frases de gratitud. Aquélla fue realmente la primera conferencia que se dio a los Coope. radares Salesianos.
Por ]a noche hubo fuegos artificiales costeados por el teólogo Chiaves en el campo frente a la puerta del Oratorio y así terminó aquella fausta jornada.
Uno de los domingos siguientes fue a Valdocco el Obispo de Biella, Monseñor Losanna, el cual, desde el púlpito, hizo una magnífica alocución, que concluyó así:
—Pero no es aquí solamente adonde ha sido llamado Don Bosco para construir una iglesia. Allá, cerca de la Avenida del Rey, en la Puerta Nueva, junto a la sinagoga y los templos de los secuaces de Lotero, Calvin y Pedro Valdo, debe levantar otra Don Bosco. ¡Es necesario, Dios lo quiere, Don Bosco lo hará!...
Como veremos, fue profeta.
Pocos días después de la bendición de la iglesia, el Siervo de Dios emprendió la construcción de un nuevo edificio para Internado.
— ¡Después de haber procurado una casa al Señor, es necesario preparar otra para sus hijos! —iba diciendo.
La nueva construcción debía ocupar el espacio de la antigua casa Pinardi.
El proyecto no tenía grandes ambiciones. Especialmente su balcón era muy modesto. Alguien se lo criticó, recibiendo esta respuesta:
— Contentémonos con poco; dejemos lo lujoso y seremos mejor vistos y ayudados por la Divina Providencia.
Y dijo más; añadió que la nueva casa, precisamente porque era estrecha y pobre, sería respetada por las autoridades
(alfiles y militares, y asi los educandos no serían dispersados. Ajlos después, el 59, cuando las autoridades militares buscaban edificios para alojar soldados heridos pusieron los ojos en el Oratorio, mas al ver lo estrecho de los corredores, lo dejaron en paz.
Los trabajos adelantaban bastante cuando, el 20 de noviembre, un trozo de la parte de Levante se vino a tierra desde un tercer piso por la rotura de una viga. Grandes fueron la consternación y el espanto de todos. Don Bosco, si bien en la angustia de aquellos momentos experimentaba vivo dolor por la suerte de tres pobres obreros que estaban gravemente heridos, y uno de ellos con pocas esperanzas de vida, alzando los ojos al cielo, repitió aquellas frases que le eran habituales en las circunstancias dolorosas:
—¡ Hágase la voluntad de Dios! ¡Todo como Dios quiera!
Y sin lamentarse por el daño ocurrido y para impedir nuevos desperfectos, dispuso que de nuevo se levantase prontamente aquel lienzo de pared.
Una pérdida más grave aún les estaba reservada a él y a las personas caritativas que en nombre de Dios le tendían la mano. Ya estaba el edificio para recibir el tejado, cuando violentos aguaceros obligaron a interrumpir los trabajos. La lluvia continuó cayendo durante varios días y reblandeció el mortero de la obra, quizás mal fraguado, hasta el punto de que los muros quedaron reducidos a un montón de ladrillos y piedras sin trabazón, lo cual fue causa de que en la noche del primero de diciembre, después de algo más de las once, el edificio se viniera abajo con horrible estrépito. Los chicos, llenos de espanto, huyeron al patio, unos a medio vestir y otros envueltos en mantas y sábanas. Don Bosco, que también había resultado ileso, cuando supo que nadie había recibido daño, muy sereno se puso a bromear con los jóvenes 'a propósito de las grotescas figuras que hacían, del miedo que todos trasparentaban y del traje improvisado con que se cubrían y los invitó a dar unas carreras por el patio para calentarse. Su calma contribuyó mucho a tranquilizarlos. Los
condujo después al refectorio y les dijo que el Oratorio ya había sufrido varias persecuciones y traslados forzosos, pero que aún vivía floreciente y progresando, de modo que debían conservar firme su confianza en la Divina Providencia; seguidamente los hizo arrodillar y rezar las Letanías en acción de gracias al Señor y a la Santísima Virgen que tan visiblemente los había protegido. Tranquilzados así, todos volvieron a acostarse.
A las cinco y media de la mañana se derrumba la otra parte del edificio con un estrépito cuádruple que el primero y ocasionando tal sacudida, que la antigua casa trepidó por algunos segundos.
Los que aún se encontraban en la cama se vistieron al punto llenos de espanto; el Santo los reunió en la iglesia y loe invitó de nuevo a dar gracias a Dios por haber salido ilesos del nuevo derrumbamiento de modo tan prodigioso y celebró la Santa Misa. Al salir de la iglesia con su acostumbrada sonrisa en los labios, exclamó:
—El demonio ha querido darnos un puntapié; pero estad tranquilos, el Señor es más fuerte que él.
Poco tiempo después, el patio se llenó de gente que acudió a ver el edificio derrumbado. Fue también el alcalde con dos arquitectos del Municipio y alentó a Don Bosco, asegurándole que aquella desgracia no perjudicaría al Oratorio. Los arquitectos practicaron una inspección para averiguar la causa del desastre.
La construcción arruinada hallábase adherida a la casa de Pinardi. Sobre la habitación de Don Bosco inclinábase, de un modo que daba espanto, una gran pilastra del edificio derrumbado, que a causa de la caída de éste se había separado de su base.
El caballero Gabetti, uno de los arquitectos, lo examinó
atentamente y lleno de asombro preguntó a Don Bosco: —¿Quién dormía la noche pasada en aquel rincón? —En la parte alta, yo, y en la planta baja, varios jo
vencitos.
El arquitecto lo asió ele un brazo y le dijo:
—Vaya con sus jóvenes a dar gracias a la Virgen, porque tiene motivos de sobra para ello. Esa pilastra está en pie contra todas las leyes del equilibrio; si se hubiese caído, los habría aplastado a todos en la cama. Desafío a todos los . arquitectos del mundo a mantener en pie una torre con esa inclinación. ¡Es un verdadero milagro!
Y dio la orden de demolerla; pero, ¿cómo, sin poner en peligro la vida de los obreros? Los albañiles la aseguraron con precaución y desde los andamios la deshicieron poco a poco y así libraron de una completa ruina a la vieja casita.
Pero hacia las ocho, un muro que todavía quedaba en pie se desplomó con un fragor espantoso, arrojando vigas, piedras y ladrillos a varios metros de distancia. Todos que:daron mudos; Don Bosco, por un instante, quedó atónito y lleno de palidez; pero recobrando pronto la calma, dijo sonriendo:
—Hemos jugado al juego de los ladrillos... Sicut Dómino plíteuit ! , sit nomen Dótnini benedietum! Aceptemos todo cuanto nos venga de su mano; ¡yo os aseguro que el Señor tendrá muy presente nuestra resignación!
La caída de la casa, además del daño material, acarreaba otras muchas perturbaciones; pero la caridad de Don Bosco, siempre industriosa, supo remediarlo todo. Convirtió la antigua capilla en dormitorio; y con la debida prudencia y permisos, trasladó las clases diurnas y nocturnas a la nueva iglesia.
Con la vuelta de la primavera reanudó los trabajos del nuevo edificio. Entre los bienhechores de esta obra sefialáronce la Duquesa de Montmorency, el noble Marqués Fassati, ecn su digna consorte, y el mismo Rey Víctor Manuel. En octubre se terminaba felizmente el nuevo edificio. Con santa decisión se trasladaron allí las escuelas, el refectorio y los
dormitorios. En breve el número de los asilados llegó a setenta y cinco. Entre ellos estaban Miguel Rúa y Juan es,. gliero, turinés el primero, de Castelnuovo el segundo. El Siervo de Dios había prometido que nadie recibiría daño; y efectivamente, se cumplió la promesa.
Alojada la Comunidad, pensó al pinito en realizar otro proyecto que desde bastante tiempo atrás tenía ideado: el de abrir, a costa de cualquier sacrificio, los talleres del Internado para sustraer a los jóvenes aprendices de los peligros de la calle y de las fábricas. Compró con este objeto las mesillas y herramientas necesarias y abrió el taller-escuela de zapatería en un corredorcito de la casa Pinardi, cerca del campanario de la iglesia. Al mismo tiempo, por haber sido trasladada la cocina al nuevo edificio, instalaba en la antigua una escuela de sastrería. El crucifijo y la Virgen tomaron posesión de aquellas humildes escuelas profesionales, que pronto demostraron la gran ventaja espiritual, moral y material que habían de reportar a los alumnos.
Don Bosco fue el primer maestro; y a medida que le fue posible, fue abriendo nuevos talleres.
Así quedaban, modesta, pero definitivamente encaminadas las Escuelas Profesionales para capataces y obreros, que tanta importancia habían de tener en lo venidero. Don Bosco veía que tras la cuestión politica, laicizante y secularizadora avanzaba la cuestión social, que el liberalismo, ciego, no veía y más bien fomentaba; y corrió en auxilio de los hijos del pueblo para sustraerlos de la seducción y prepararlos cristianamente a las nuevas exigencias del tiempo. Era lo que debía hacerse, y ojalá se le hubiera secundado!
Al mismo tiempo iba acogiendo niños que se dedicarían a las carreras. Y así, e la sección de aprendices obreros se añadió la sección de Estudiantes, bajo el mismo techo y a la
sombra de la iglesia. Nacía así una obra de altísima fragortinieja social: la convivencia de los dos elementos, base y símbolo de lo que ha de ser la armonía de las llamadas clases sociales.
En cuanto al orden y disciplina, la vida de familia que se llevaba en la "casa" facilitaba la formación religiosa y moral.
Vivían en santa y franca alegría. Reinaba entre todos la más
completa confianza y apertura de corazón, de modo que el pastor conocía bien y dirigía convenientemente a todas y a
cada una de sus ovejas. Y Mamá Margarita desempeñaba también un papel importantísimo con su prudencia y corazón materno.
Al cabo de pocos años, el número de estudiantes igualó al de los artesanos. Mientras sus ocupaciones se lo permitie
ron, el Siervo de Dios mismo les dio clase; y cuando no pudo
atender a ello, comenzó a enviar a los jóvenes a las escuelas privadas, pero oficialmente reconocidas, del caballero José
Bonzanino, profesor del Instituto inferior, y del sacerdote
Don Mateo Picco, profesor de Retórica. Estos insignes señores, a cuyas clases concurrían muchos jóvenes de familias distinguidas, aceptaron gustosos y gratis a los alumnos
de Don Bosco, haciéndose por ello grandemente beneméritos, porque de sus aulas salieron muy bien instruidos centenares
de hijos del pueblo, muchos de los cuales llegaron a ser buenos sacerdotes, profesores, médicos, jueces, notarios, procuradores y abogados.
A muchos les parecía extraña esa "mezcolanza"; pero en las miras de Dios era providencial: tendía a la armonización de las clases sociales, cuyos odios, luchas y desconfianzas se basan sobre todo en el mutuo desconocimiento.
Los avispados chiquillos de Don Bosco ponían la nota gaya en aquellas aulas; iban a las clases capitaneados por Miguel
Búa, que ya entonces era eI más formal, siguiendo el itinerario que Don Bosco Ies trazaba. Eran pintorescos; frecuentemente llegaban tocados de extraña manera: nadando en capotes de soldados, con gorras de cuartel, con calzones ribe
teados, que Don Bosco había conseguido como regalo. Pero como se hacían respetar por su seriedad alegre y vivaz, por su conducta integérrima y su brillante aprovechamiento en los estudios, y por Sus buenos modales, que Don Bosco lea enseñaba y ellos mismos asimilaban en ese ambiente de no. biaza en que alternaban con marquesitos y condecitos e hijos de comerciantes acaudalados, a nadie se le ocurría burlarse de ellos, ni los señoritos aristocráticos se creían rebajados, ni ellos se acoquinaban, ni menos se subían a mayores. Además, la fama de santo que ya entonces rodeaba a Don Bosco tendía sobre ellos su manto protector.
Como se ve, la nivelación por elevación pacífica de lo& humildes.
Otra obra de apostólico celo realizó en 1853: él hizo des.. aparecer la taberna de la "Jardinera", abierta en casa de. Bellezza, alquilándola y dándola en arriendo a personas tran-1 quilas y de buena conciencia. Así se conquistaba el segundo baluarte del diablo, que se levantaba cerca de la casa del Señor; y el Oratorio se adueñaba completamente del campo enemigo.
!II Los cuidados para llevar adelante estas construcciones y otras obras no distrajeron a Don Bosco de su firme propósito de trabajar denodadamente por la causa general de la Religión, sin tregua ni descanso. Era necesario combatir la pes
!" tilente y desvergonzada propaganda que hacían los protestantes después de su emancipación, y contra la cual los católicos no estaban preparados. El Santo, inflamado entonces de nuevo celo, se dedicó a componer y publicar cuadros sinópticos sobre la Iglesia Católica, a poner en circulación folletos volantes, ricos en recuerdos y máximas morales y religiosas, adaptadas a los tiempos, que se repartían gra
. tuitamente entre los jóvenes y los adultos, especialmente con ocasión de Ejercicios Espirituales, misiones, novenas, triduos y fiestas. Además, en 1851, publicaba una nueva edición de El Joven Cristiano, con la adición de seis capítulos en forma de diálogo bajo el título común de "Fundamentos de la Religón Católica", que resultaban un excelente trabajito apologético.
Sabía el Siervo de Dios que la herejía se insinuaba cada día más en los pueblos. A Valdocco afluían personas de todas clases, a quienes una simpatía especial atraía hacia él; algunas le referían confidencialmente lo que se tramaba en las reuniones sectarias y protestantes, sus esperanzas y sus desastrosos resultados. De ello daba él cuenta a la Curia, la cual, merced a estos avisos, previno a las parroquias.
En media de estos cuidados, Don Bosco, por manifestaciones de un infeliz apóstata llamado Wolf —nuevo ejemplo
de las acostumbradas contradicciones del corazón humano-_¡
que le refería todas las resoluciones y pasos de sus correli-' gionarios, tuvo noticia, con bastante anticipación, de que loa
valdenses habían resuelto levantar un templo en Turín. Des
pués de haberle pedido en vano un solar al Municipio, acaba, ron por comprar uno a expensas propias en la Avenida de loa, y
Plátanos, o del Rey, no lejos del Oratorio de San Luis, levantaron un templo, que fue inaugurado el 15 de diciembre de 1853 con el concurso de la Guardia Nacional.
Don Bosco, a este propósito, repitió varias veces en transcurso de aquellos años, y aun en 1866:
—El templo de los protestantes se cambiará en iglesia católica en honor de María Santísima Inmaculada. En cuanto, al tiempo y al modo, está en las manos de Dios; pero ocurrir& seguramente.
Apenas conoció los manejos de los protestantes compusoi y publicó un librito titulado Avisos a los Católicos, precedido de un prólogo, que era una ardiente proclama en defensa de la Fe.
Extraordinaria fue la difusión del librito; en dos años se despacharon más de doscientos mil ejemplares. Pero si esto
pareció muy bien a los buenos, suscitó las iras de los protestantes. Con aquella publicación y otras muchas que siguieron, Don Bosco indicó el arma poderosa que se debía esgrimir contra los enemigos de la religión y señaló el camino que debían seguir todos los que deseaban correr en defensa de la sociedad cristiana amenazada.
También los Obispos, afrontando con valor apost amenazas, peligros y quebrantos, se lanzaron al combate. embargo de ello, parecía que los enemigos dominaban la tuación. Entonces fue cuando el Santo, venciendo toda
'ación y después de haberlo meditado larga y hondamente y con la bendición de Monseñor Fransoni, de los Obispos del piamonte y con el consejo y apoyo del Obispo de Ivrea, comenzó una serie periódica "de libritos de estilo sencillo y ea lenguaje popular, relativos exclusivamente a la Religión Católica"; hablamos de las Lecturas Católicas. Si el protestantismo hizo pocos progresos en Turín y en el Piamonte, o mejor dicho, no tomó incremento, se debe a Don Bosco, que esparció por el Piamonte y difundió por toda Italia la nueva publicación. En esto de aprovechar las oportunidades, Don Bosco ea un modelo.
El primer volumen de las Lecturas Católicas salió de la tipografía de Agostini en marzo de 1853. Era la primera parte de un libro que reimprimió en 1882 con el título de .8/ católico en el siglo. El que aún ahora lee esta obra, comprende por qué a Don Bosco se le llamaba con justicia el martillo de los protestantes.
Ninguno de los que revisaban o "censuraban" aquellos fáciles y brillantes volúmenes tuvo valor para autorizarlos con su firma. ¿Qué hacer? De acuerdo con el Vicario General, Don Bosco expuso el asunto al Arzobispo, el cual, aunque alejado de allí, no dejó de ayudarle. El celoso prelado Ie envió una carta para el Obispo de Ivrea, en la que rogaba a aquel sufragáneo que apoyase las Lecturas Católicas con su revisión y censura; a lo que Monseñor Moreno se prestó de buen grado, encargando de ello al abogado Pinoli, su Vicario General, pero a condición de que el nombre del censor no se citara, bastando, por consiguiente, el sello de la Curia.
Durante el primer trimestre las Lecturas Católicas lanzaron al público ciento veinte mil fascículos, que se leían con avidez, y fueron para los protestantes certeras descargas de Metralla. Intentaron combatirlas en los periódicos y con las Lecturas Evangélicas; pero no era posible competir con la verdad y la insuperable claridad y sencillez del estilo de Don Bosco.
Decididos a hacerle desistir de aquella obra, adoptaron
el sistema de disputar yendo al Oratorio en grupos de a des, o de más, para entablar discusiones religiosas con él. Pero su fuerte consistía en gritar y en saltar de un punto a otro sin llegar nunca a una conclusión.
Mis queridos amigos —les advertía Don Bosco—, loa gritos y las injurias no son razones!
Y así los despedía confusos. 1
En una de aquellas polémicas, un tal Pugno confesó que no podía hacer frente a Don Bosco, y concluyó diciendo:
--Nosotros no sabemos responder, porque no hemos estudiado bastante; pero si estuviera aquí nuestro ministro, con dos palabras haría callar a todos los curas.
—Bueno, pues hágame usted un favor —le contestó el Siervo de Dios—; dígale que venga con usted, que yo lo espero con gran deseo de entrevistarme con él.
El recado se dio, y he aquí que se presentaron a Don Bosco en el Oratorio el ministro Meille con otros dos valdenses de los principales residentes en Turín. Después de los primeros cumplidos comenzó una disputa que duró desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. No es posible dar cumplida cuenta de lo que allí se trató; pero no queremos prescindir de un detalle curioso. Uno de los contradictores, no queriendo rendirse, pidió que se consultase el texto griego de la Biblia; Don Bosco al punto se lo presentó; pero como el ministro no sabia el griego, tomó el libro al revés. Don Bosco, después de haberle dejado hojear el libro un buen rato, le dijo al fin:
—Dispense, amigo, no encuentra usted la cita porque tiene el libro al revés; vuélvalo así.
Y se lo puso al derecho.
Fácil es imaginarse cómo quedó el hereje. Arrojó el libro sobre la mesa y así acabó la disputa. Don Bosco escribió y publicó en las Lecturas Católicas estas conversaciones.
Amador, Bert fue un día a Valdocco para disuadir al Siervo de Dios de imprimir y sostener más controversias; pero él no se conformó; al contrario, para defender a sus
jóvenes de aquellos errores, echó mano de otra arma: escribió una comedia en dos actos: Una. disputa entre un abogado Y oa ministro protestante, que hizo representar muchas ve-esa y después dio a la imprenta.
Loa protestantes, cuando vieron que el Santo proseguía impávido su camino, recurrieron enojados a otros medios: primero al dinero y después a los atentados. Un domingo de agosto de 1853, hacia las once, se presentaron en el Oratorio des señores que solicitaron hablar con Don Bosco, y ofreciéndole una respetable cantidad, trataron de inducirlo a que desistiera de la publicación de las Lecturas Católicas. Cuando vieron que este procedimiento no les daba resultado, tomaron una actitud amenazadora. Pero Don Bosco les dijo que, como no sabían lo que era un sacerdote católico, sus amenazas Tan tomaba a risa.
A estas palabras se irritaron tanto los visitantes que, acercándose a Don Bosco, estuvieron a punto de ponerle las manos encima; pero el Santo asió por precaución una silla exclamando:
—Si tratan de emplear la fuerza, yo les haré sentir cuán caro cuesta el allanar la morada de un ciudadano; pero no, la fuerza del sacerdote está. en la paciencia y en el perdón. ¡Ya es hora de acabar; váyanse de aquí!
Dando media vuelta con la silla en la mano, abrió la puerta de la habitación, y cuando vio al joven José Buzzetti que con Juan Cagliero estaba allí de guardia, le dijo:
—Acompaña a estos dos señores hasta la cancela, porque no conocen la escalera.
Ante tal intimación se miraron uno a otro y dijeron al Santo:
—Nos veremos en ocasión más oportuna.
Y se marcharon.
Estas palabras y las amenazas proferidas en el curso de la conversación, nos dan la clave de una larga serie de aten
tados contra la vida del Siervo de Dios, que fueron tan numerosos y preparados de un modo tan fraudulento y ejecu
tados con tal violencia., que podemos afirmar sin vacilar no.
sólo por especial protección de la Divina Providencia
Pudo
salvarse de ellos.
Una noche, después de la cena, daba Don Bosco la ae tumbrada clase nocturna, cuando dos hombres vinieron; llamarlo para que fuese de prisa a confesar a un moribundo, en una casa poco distante llamada el "Corazón de Oro"' Siempre dispuesto al servicio de las almas, se preparó pa salir inmediatamente; pero al trasponer la puerta y siendo hora un poco avanzada, se le ocurrió llamar a algunos de loe jóvenes mayores para que le acompañasen y los llevó consigo, no obstante la oposición que hicieron los dos tunantes, Entró en una habitación de la planta baja de una casa de aspecto sospechoso, donde encontró como una media docena de individuos, que después de una opípara cena comían o fingían comer castañas. Lo recibieron con muestras de respeto y muchos cumplimientos y se empeñaron en que bebiese con ellos; pero él, viendo que le echaban vino de una botella distinta de la que servía a los otros, comprendió que lo querían envenenar; por eso, después de haber levantado el vaso por la salud de ellos, lo dejó intacto sobre la mesa. Entonces aquellos pícaros pasaron de las palabras a las obras y asiéndole por los hombros le dijeron:
—.¡No podemos tolerar este insulto! ¡Si no quiere beber de grado, beberá por fuerza!
Ante esta violencia, como no era prudente emplear la fuerza, Don Bosco creyó mejor recurrir a la astucia; y les dijo:
—Si os empeñáis en que beba, dejadme al menos en libertad, porque agarrándome así me hacéis temblar la mano y derramar el vino.
—Tiene razón —respondieron.
Y se retiraron un poco.
Don Bosco aprovechó la ocasión; dio un paso hacia atrás,
It.-. 4,5 a ja puerta, que por fortuna no estaba cerrada aove, la abrió e hizo entrar a los jóvenes que le acompa
ii. aparición_ de aquellos cuatro o cinco jóvenes de dieci
veinte años puso fin a la insolencia de aquellos pillos, :pie, todo corrido por la sorpresa, dijo:
Si no quiere beber, paciencia; déjelo y esté tranquilo. _pero, ¿dónde está el moribundo ? —preguntó Don Bosco. la), de aquellos malhechores lo condujo a una habitación In-lodo piso. Allí, en vez de un enfermo, encontró anosbitn la cama a uno de los dos sujetos que habían ido a Ido al Oratorio. No obstante, le hizo algunas preguntas. he es aquel tunante de profesión, a pesar de los esfuer41 p e hacía para contenerse, rompió en una carcajada y
yle confesaré mañana!
IQ Bosco se marchó dando gracias al Señor, que lo había kido por medio de sus hijos.
iijciosos algunos jóvenes de lo ocurrido, hicieron invesIliones al día siguiente y descubrieron que cierto indivi1 sapechoso había pagado a aquellos bellacos una cena 1,1 condición de que hicieran beber a Don Bosco un poco "sao, a tal efecto preparado. Eran, pues, sicarios pagados. ;olas se olvidó de aquel lugar. En los últimos meses de klikia, todavía, cuando pasaba por delante de él, lo indicaba 'ao;
* Ile ahí el cuarto de las castañas!
tral. tarde de agosto, sobre las seis, el Siervo de Dice Dcerca de la cancela del Oratorio, conversando agraante con sus jóvenes, cuando de en medio de ellos salió bk, de:
Necesito a Don Bosco! ;Necesito a Don Bosco! ,,n asesino!, ¡un asesino!
rea,, t3a,, efectivamente, cm tal Andreis, en mangas de camisa, Zta cuchillo de carnicero en la mano, que corría furiosa-"I contra Don Bosco, gritando:
Los jóvenes, por la sorpresa, escaparon a toda prisa espantados. Entre los fugitivos estaba el clérigo Félix Reviglio, cuya fuga fue providencial; porque el asesino lo tomó por el Siervo de Dios y se puso a perseguirlo. Al advertir su equivocación volvió a la cancela; pero Don Bosco había tenido tiempo para ponerse en salvo, subiendo a su habitación, después de haber cerrado con llave la puertecita de hierro que estaba al pie de la escalera. Apenas cerrada ésta, llegó el bribón, que se puso a golpearla y sacudirla con gran fuerza para abrirla, pero inútilmente. Allí permaneció un buen rato, como un tigre en acecho.
Los chicos, pasado el espanto, sintieron que les hervía la sangre en las venas y se mostraron dispuestos a acometer a aquel miserable; pero Don Bosco, desde el balcón, prohibió que se le tocara.
Se enviaron repetidos avisos a la Comisaría; pero sólo a las nueve y media de la noche se presentaron dos gendarmes, que ataron a aquel malandrín y se lo llevaron. Al día siguiente el Cuestor mandó a preguntar a Don Bosco si perdonaba a aquel individuo. El Siervo de Dios respondió que, como cristiano y sacerdote, perdonaba aquélla y todas las injurias ; pero como ciudadano y jefe de un instituto exigía, en nombre de la ley, que la autoridad pública le garantizase mejor su persona y su casa. ¿Quién lo creería? Aquel mismo día el malhechor fue puesto en libertad y por la tarde ya estaba rondando, no lejos del Oratorio, para ejecutar su sangriento designio.
El miserable repitió aún varias veces el atentado, pero siempre en vano. Finalmente, el comendador Dupré, grande amigo de Don Bosco e insigne bienhechor de sus hijos, viendo que por parte de la fuerza pública no se podía conseguir una protección eficaz, tomó a su cargo hablar con aquel desventurado, que noche y día tenía al Oratorio en angustiosa preocupación.
—Estoy pagado —respondió el bellaco—; que me den lo que los otros me pagan y me marcharé.
111'. sabido esto, se le entregaron ochenta francos de su contrata ya vencida y otros ochenta como propina, y así concluyó aquella amenaza tan molesta y persistente.
Pero no acabaron las agresiones.
Poco después de los hechos referidos, un domingo, ya de noche, llamaron a Don Romo para confesar a una enferma en casa de un tal Sardi, casi enfrente del Instituto del Refugio. Los hechos precedentes le decidieron a ir en compañía de cuatro jóvenes robustos, entre los cuales iba un tal Jacinto Armaud y Santiago Cerruti, tan nervudos y fuertes, que en caso necesario habrían descuartizado un buey. Cuando llegó al lugar, dejó a dos de ellos al pie de la escalera, Ribaudi y José Buzzetti, y a los otros los hizo subir con él hasta el primer piso, cerca de la puerta de la habitación. Entró Don Bosco y vio a una mujer en cama, que al parecer respiraba fatigosamente como si estuviera a punto de morir. Al verla, rogó a los presentes, que eran cuatro y estaban sentados, que se alejasen para hablar libremente con la enferma y ayudarla a hacer una buena confesión.
—Antes de confesarme —dijo entonces con voz fuerte aquella mujerzuela— quiero que aquel bribón se retracte de las calumnias que ha lanzado contra mí.
E indicaba a uno que estaba enfrente.
—;No lo haré,. —respondió éste, poniéndose en pie y prorrumpiendo en un torrente de improperios mezclados con horribles imprecaciones.
De repente se apagan las luces y comienza en la oscu• ridad a caer una granizada de garrotazos tremendos dirigidos al punto donde se encontraba Don Bosco. Éste, que había comprendido el juego, había tomado una silla y se protegía con ella la cabeza; intentó salir, pero la puerta estaba cerrada con llave. Al ruido los jóvenes de guardia acuden, ponen el hombro a la puerta y la hacen saltar, y Don Bosco
se lanza en medio de ellos, satisfecho de haber podido s varse. Así y todo, recibió un garrotazo en eI dedo pulgar la mano izquierda, que le llevó la uña y le magulló la Talan de tal mudo, que después de más de treinta años aún co servaba la cicatriz. Cuando se encontró al aire libre recom dó a sus acompañantes que no hablasen de lo ocurrido ni in casen el lugar ni las personas comprometidas, añadiendo:
—Perdonémoslos y recemos para que se corrijan. ¡Desgraciados! ¡Son enemigos de la Religión!
Un domingo por la tarde —enero de 1854—, dos señores elegantemente vestidos subieron a la habitación de Don Bosco; él los recibió con su acostumbrada cortesía, Juan Cagliero, que tuvo sospechas sobre los propósitos de los visitantes, fue a esconderse en la habitación contigua. Los desconocidos intentaron que el Santo desistiera de publicar las Lecturas Católicas; pero viendo que no lo conseguían, uno de ellos sacó dos pistolas, amenazándole con matarlo. En aquel momento Cagliero, con un fuerte puñetazo en la puerta, los espantó; poco después salían agitados por una turbación convulsa y seguidos de Don Bosco que, humilde y con el bonete en la mano, los saludaba con tranquilo aspecto.
"No obstante tan repetidas insidias —dice el teólogo Reviglio—, Don Bosco se mantenía inalterable y aun alegre, cada vez que, por la gloria de Dios, debía soportar insultos y amenazas de sus adversarios. Jamás llevó armas para defenderse, ni empleó su fuerza prodigiosa para rechazar los ataques de que fue víctima."
Pero en aquellos años, cuando debía volver a casa de noche, algunos de los mayores de entre los asilados iban a esperarlo cerca del Manicomio, que era el límite de la ciudad por la parte de Valdocco. Con frecuencia le avisaban personas muy estimables o por cartas anónimas que se precaviese contra las insidias de los sectarios.
Pero quien realmente velaba por el celosísimo ministro de Dios en tantos peligros era la Divina Providencia y a veces por medios bien singulares. Hay cosas que, como dice un distinguido escritor, parecen leyenda de algún ermitaño de la Tebaida o de un Santo de la Edad Media. Y, sin embargo, son de hoy y han tenido muchos testigos de vista.
El barrio de Valdocco estaba entonces despoblado: sus pocas casuchas estaban diseminadas entre campos incultos y matorrales, que se prestaban a lea asechanzas y sorpresas. Por eso los amigos recomendaban a Don Bosco mucha cautela y no hallarse fuera de casa una vez atardecido. Pero, ¡cualquiera le detenía en tratándose de las almas o del interés de sus niños!
Una noche, en 1852, volvía a casa solo y no sin cierto temor, cuando, como salido de la tierra, vio acercársele un enorme perro de raza desconocida, pelaje gris, hocicos prolongados, orejas erguidas y de un metro de alzada. En el primer momento tuvo recelo; pero después, viendo que no amenazaba, antes por el contrario, le hacía fiestas, trabó al punto amistosas relaciones con él. El hermoso animal le acompaño hasta el Oratorio y en seguida, sin entrar, se marchó. Y esto siguió ocurriendo cada vez que no podía volver a casa a tiempo o no le acompañaban personas de confianza; apenas pasaba de los últimos edificios, veía salir al Gris, ya de una, ya de otra parte de la calle. Ocurrió varias veces
que Mamá Margarita, cuando no llegaba su hijo, enviaba a su encuentro a algún joven y siempre lo vieron acompañado de su misterioso guardián. Así es que son muchos los testigos.
Un vecino, la primera vez que vio aquel perro, quiso echarlo a pedradas; pero, con gran estupor suyo, el animal permaneció insensible a los golpes y tanto, que el buen hora. bre exclamó lleno de espanto:
—É una masca!, é una masca! (Un embrujo.)
Muchos fueron los peligros de que salvó el Gris a Don Bosco. Nos limitaremos a narrar unos pocos.
Una noche, amenazando lluvia y cubierto el cielo de nubarrones, entre la iglesia de la Consolación y el Hospital del Cottolengo, repentinamente dos individuos se arrojaron sobre él; el uno le tapa la cabeza con una manta y el otro le pone una mordaza.
Ya se veía perdido cuando se oye un rugido y aparece el Gris, y en un periquete echa por tierra a los forajidos. Quítase la manta y ve escapar apresuradamente a uno de ellos. EL otro, tendido en tierra, en critica situación, oprimida la garganta con las garras del perro, exclamaba humildemente:
—; Señor, señor, llame a su perro, que me mata!
— Si, sí, le llamaré; pero cuidado con estorbar a quien pacíficamente camina. El perro obedeció y el criminal se apresuró a huir.
Otra vez el perro, en vez de acompañarle a casa, le impidió la salida atravesándose en el umbral y gruñendo de un modo espantoso cuando él intentaba pasar. Entonces la buena Margarita dijo en piamontés al hijo:
* veuli nen sc6teme mi, aceita almen '1 can; seert
nen! (i Si no quieres escucharme, escucha al menos al perro; no salgas!)
Al ver Don Bosco a su madre tan preocupada, juzgó ra
zonable satisfacer su deseo, y entró en casa. No había pasado un cuarto de hora, cuando vino un vecino a recomendarle que estuviese prevenido, porque había sabido que tres o cuatro individuos rondaban por los alrededores decididos a darle un golpe mortal.
Otra vez no fueron uno ni dos los conjurados, sino una turba de sicarios. Volvía a casa, entrada ya la noche. Todo estaba, o parecía, desierto. De improviso un individuo, apostado detrás de un árbol y armado de un grueso garrote, se arroja sobre él. Con aquella agilidad que le caracterizaba, Don Bosco le asestó un puñetazo que lo dejó aturdido en el suelo, gimiendo:
—¿Me muero, me muero!
Don Bosco se creía libre; pero fueron saliendo de entre los árboles bastantes forajidos provistos de garrotes. No había resistencia posible. De pronto aparece el Gris y la emprende con ellos de tal manera que ellos se dan a la fuga.
e e *
Una noche, cuando volvía a casa y por la calleja de la plaza de Manuel Filiberto, al llegar al llamada "Rondó", hacia Valdocco, fue agredido por unos desconocidos, armados de cachavonas. Pero he aquí que se presenta el Gris, se pone al lado del Santo, ladra de tal manera, corre de una a otra parte con tanta furia, que aquellos bribones, aterrados, temiendo ser despeda vados, ruegan a Don Bosco que amanse al animal y lo tenga cerca de sí, y sin dilación huyen a la desbandada, dejando que el sacerdote prosiga su camino.
Otra vez, también de noche, Don Bosco volvía a casa por la Avenida de la Reina Margarita, cuando un individuo que acechaba su vuelta detrás de un olmo, le disparó dos pisto
latazos casi a quemarropa. Los tiros fallaron; el malvado se precipitó contra Don Bosco para acabar con él de otro modo; pero el Gris llegó a tiempo, se arrojó sobre el agresor, lo obligó a huir, y acompañó a Don Bosco al Oratorio.
Otra noche el Gris sirvió de diversión a los asilados. Ce' naba Dan Bosco con algunos de sus clérigos, en presencia de su madre, cuando entró el perro en e] patio. Algunos jóvenes, que no lo habían visto todavía, tuvieron miedo de él y quisieron apedrearlo. Buzzetti, que lo conocía, les gritó:
— ¡No le hagáis daño; es el perro de Don Bosco!
A estas palabras, todos se le acercaron, lo acarician, lo agarran de las orejas, le aprietan el hocico, se montan en él, le hacen muchas fiestas, y, por último, lo llevan al refectorio. La presencia inesperada de aquel perrazo asustó a vanas de los comensales, pero Don Bosco dijo:
— ;Es mi "Gris", no hace mal a nadie; dejadlo venir, no temáis!
Efectivamente, después de haber mirado las mesas, el perro dio una vuelta en torno a ellas y se puso muy contento junto a Don Bosco, quien, después de algunas caricias, lo invitó a cenar; le ofreció pan, carne y también de beber; pero el "Gris" lo rehusó todo, y ni siquiera se dignó olfatear cosa alguna.
—Pero, ¿qué quieres? —le preguntó Don Bosco.
El perro movió las orejas, agitó la cola, continuó dando señales de contento y apoyó la cabeza sobre la mesa mirando al Santo, como si quisiese saludarlo. Hecho esto, salió acompañado de los chicos hasta la puerta. Y desapareció.
Pero el "Gris" tenia razón en hacer su visita. Don Bosco había estado fuera y debía de haber llegado tarde. Por casualidad pasaba por el camino el Marqués de Frassatti y lo llevó en su coche. El "Gris" venía a cerciorarse de que su protegido estaba en casa.
Durante otra cena, el "Gris" se dignó olfatear las viandas, mas no las comió. Y Don Bosco, enternecido, le dijo:
—Comprendo; tú prestas tan buenos servicios a Don BOSCO, que él no te puede recompensar. Esperas la recompensa de quien lo premia todo.
Años más tarde, en 1866, debía ir de Murialdo a Moncuzco, atravesando busques nada seguros. Sorprendióle la noche.
—;Oh, si tuviera mi "Gris"!
Y como si estuviera oyéndole, apareció a su lado. No le Libró de los ladrones, pero sí de dos enormes mastines molasas, que lo acometieron al pasar por cerca de un viñedo.
Apenas llegado a su destino, cuantos le esperaban a cenar quedaron maravillados de la hermosura del perro y se pusieron a discutir sobre su raza. Le ofrecieron toda suerte de golosinas, sin conseguir que probara ninguna. Extrañados de tal obstinación, le encerraron en una pieza.
—;Comerás mañana! —le decían.
A la mañana siguiente van a darle libertad. El "Gris" había desaparecido. Puerta y ventanas estaban cerradas.
Y todavía bastantes años más tarde se le apareció cerca de Bordighera, en una noche oscura; había llovido, la carretera estaba llena de baches, algunos bastante peligrosos. El "Gris" los bordeaba indicándole a su protegido los pasos, de modo que llegó a la casa seco y limpio, mientras un señor que había ido a buscarle a la estación por otra calle, llegó todo embarrado. La cosa se comentó, y una insigne dama,
cooperadora de Don Bosco, hizo observar que aquel debía de tener muchos más años de lo que suelen vivir perros. A lo que contestó Don Bosco, con su habitual cejo :
—Será un hijo o un nieto del otra
En otra ocasión añadió:
—Yo nunca he podido saber su procedencia. Sólo sé, el "Gris" fue para mi una verdadera providencia en loa chos peligros en que me encontré.
Y como si fueran pocos los servicios del "Gris" al Padre, se los ha prestado alguna vez también a sus hijos. El coautor de este libro ha oído relatar a las Hijas de María Auxiliadora dos apariciones del "Gris" para prestarles su ayuda: una en Florencia durante la primera Guerra Mundial y otra en Barranquilla (Colombia).
Nadie supo nunca la genealogía del "Gris", ni de dónde venía, ni dónde iba una vez terminaba su misión, caso por Caso.
"En aquel tiempo —dice Ascanio Savio— se conjuraba mucho contra la vida de Don Bosco; un periódico impío había amenazado cínicamente con apretarle la garganta, precisamente por el celo que demostraba en sostener la fe y deshacer los errores de Ios protestantes; pero la Divina Providencia se sirvió de aquel perro, símbolo de la fidelidad, para defenderlo. "Alguna que otra vez, confesó Don Bosco, tuve la intención de averiguar la procedencia de aquel animal y a quién podría pertenecer; pero después pensé: ¡Oh!. sea de quienquiera, ;con tal que sea buen amigo mío! Yo no sé sino que aquel perro fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros en que me encontré."
Un domingo de abril de 1854 Ios jóvenes internos y los externos se encontraban en la iglesia. Don Bosco Ies estaba exponiendo un pasaje de Historia Eclesiástica, cuando entró un señor desconocido, el cual, sentándose en un banco, detrás de todos, se puso a escuchar atentamente. El Siervo de Dios estaba refiriendo con su embelesadora sencillez y claridad que San Clemente fue desterrado al Quersoneso por el emperador Trajano en odio a la Religión Cristiana.
Terminada la narración, y según su costumbre, preguntó a los jóvenes si tenían alguna pregunta que hacer sobre lo dicho y qué consecuencia moral se podía sacar de ello. Un joven, en contra de lo que se esperaba, preguntó una cosa apropiada, pero inoportuna para el lugar y para aquellos peligrosos tiempos.
—Si el emperador Trajano —dijo— cometió una injusticia echando de Roma y enviando al destierro al Papa Clemente, ¿ha hecho mal quizás nuestro Gobierno en desterrar a nuestro Arzobispo, Monseñor Fransoni?
Don Bosco respondió sin desconcertarse:
—No es éste el momento de decir si nuestro Gobierno ha hecho bien o mal enviando al destierro a nuestro veneradísimo Arzobispo; es un hecho del cual se hablará a su tiempo. Lo cierto es que, en todos las siglos, los enemigos de la Re
ligión Cristiana, desde los principios de la Iglesia, miraron:, con malos ojos a los jefes de la misma, es decir, a los papa obispos y sacerdotes, porque creen que, quitando las colean.; nas, caerá el edificio, y que, herido el pastor, se descarriarán las ovejas, convirtiéndose en fácil presa de rapaces lobos.
Después de hacer otras observaciones, muy naturales, descendió del púlpito y subió a su habitación, en donde poco después le visitó aquel señor.
El Santo le preguntó con quién tenía el honor de hablar y su visitante le respondió:
— Con Rattazzi.
—¿Con Rattazzi? —exclamó el Siervo de Dios—, ¿con-gran Rattazzi, diputado del Parlamento, presidente que de la Cámara y ahora ministro del rey? (1).
— Precisamente.
—Entonces —dijo Don Bosco sonriendo—, ¿debo disponer las muñecas para las manillas y prepararme para ponerme a la sombra (en la cárcel)?
—¿Por qué?
— Por lo que S. E. acaba de oir respecto de Monseñor el Arzobispo.
—Nada de eso —respondió Rattazzi—. Dejando aparte si la pregunta de aquel muchacho fue más o menos oportuna, usted, por su parte, respondió y salió del apuro admirablemente, y no habrá ministro en el mundo que le pueda censurar. Y en cuanto a Monseñor Fransoni, aunque yo no puedo aprobar algunos de sus procedimientos, mucho me alegnil de que las medidas tomadas contra él no se hayan tomado siendo yo ministro.
(1) Se debe advertir que los dos interlocutores hablaban en Pia, montés. Y así, la frase de Don Bosco "en gran Rateas" era un equivoco, que equivale también a "esa enorme rata"; y además que Don Bosco le habla dada una intencionada entonación, que hizo sonreír al ministro.
A este exordio siguió una importante conversación, por medio de la cual el ministro quiso conocer al detalle el erigen, objeto, desarrollo y estado del Oratorio. Don Bosco le habló del "sistema preventivo" que él usaba, fundado en la dulzura; mostró la belleza, la utilidad, la eficacia del mismo y la conveniencia de que el Gobierno lo introdujese en las escuelas públicas, en las casas de educación y en los establecimientos de corrección.
El ministro le escuchó con interés; aseguró que, por su parte, prefería aquel método a cualesquiera otros en los institutos del Gobierno; y desde aquel momento se convirtió en amigo, admirador y protector de Don Bosco. ¿Quién al conocerlo hubiera podido dejar de admirarlo?
En aquellos días, encontrándose en grandes apuros de dinero, organizó una pequeña lotería; el alcalde de Turín y el mismo ministro Rattazzi aceptaron algunos centenares de billetes con palabras de expresiva gratitud y de elogio para la Obra del Oratorio.
Pero no era posible que una persona sola pudiese atender a tantas necesidades morales y materiales como las de una casa que iba adquiriendo proporciones cada vez mayores. El Señor le envió un valioso sostén en Don Víctor Alasonatti, sacerdote ejemplar, nacido en Avigliana que, además del ministerio sacerdotal, ejercía, por deseo unánime de sus paisanos, las funciones de maestro. El Santo, que lo conocía y comprendía con cuánto acierto podría desempeñar la parte difícil e importante que tenía necesidad de cederle, le escribid, invitándolo a compartir con él los trabajos del Oratorio. Muchos padecimientos y pocos consuelos; pobreza, abnega. ción y sacrificio; tal era el programa que le delineó; Por estipendio, la comida y el vestido, y, en nombre de Dios, una corona de gloria en el Cielo.
Hecha la invitación, Don Alasonatti volvió los ojos al cielo, como para escrutar la voluntad del Señor, echó una mirada al crucifijo, bajó la cabeza y aceptó.
Llegó al Oratorio el 14 de agosto con el breviario bajo el brazo. El Santo le había dicho ya varias veces:
— ; Venga a ayudarme a rezar el breviario!
Y Don Alasonatti, apenas llegó, preguntó a Don Bosco: —¿Dónde he de ponerme para rezar el breviario?
El Siervo de Dios lo condujo a un pobre cuartito que le
señaló como despacho y le dijo:
— Éste es su sitio.
Desde aquel instante el virtuoso sacerdote se puso bajo la dependencia del Siervo de Dios, rogándole repetidas veces que le mandase sin reservas todo lo que creyese útil para la casa y que no le ahorrase nada que fuera para gloria de Dios. No tardó mucho en cargarse de ocupaciones, porque se le confió la disciplina, y toda la gestión material de la casa.
Al día siguiente, 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María Santísima a los Cielos, Don Alasonatti inauguraba su ministerio sacerdotal en Valdocco asistiendo a un coleroso. ;Hacía dos semanas que el cólera había aparecido en Turín!
Don Bosco lo había predicho. Desde el mes de mayo había dicho a los chicos claramente que el cólera morbo se presentarla en Turín y que haría muchos estragos; después añadió:
—Vosotros estad tranquilos: si hacéis todo lo que os diga, os veréis libres de ese azote. Lo primero de todo es 1,-ivir
gracia de Dios; además, llevar al cuello una medalla de
oía Santísima, que yo bendeciré y daré a cada uno, y rezar 'cada día un Peter, Ave y Gloria, con el Oretrius de San Luis y la jaculatoria: Ab omni malo libera nos, Dómine. Era una confirmación de la piadosa práctica iniciada el año anterior cuando la explosión del polvorín.
Fa cólera, después de haber infestado varias regiones, había invadido también la Liguria y el Piamonte. En Turín, cuando ocurrieron los primeros casos, las autoridades pidieron el concurso del Clero. Éste se mostró dispuesto inmediatamente: los párrocos obedecieron y loa religiosos Camilos, los Capuchinos, los Dominicos y los Oblatos de Maria se ofrecieron para asistir a los atacados del cólera. El Municipio mismo dio un espléndido ejemplo de piedad ordenando la celebración de una función religiosa en el Santuario de María Santísima de la Consolación en la mañana del 3 de agosto, asistiendo en representación de la ciudad, junto con una inmensa multitud de fieles.
La Santísima Virgen no dejó de atender estas súplicas, porque la terrible enfermedad, contra lo que se esperaba, hizo menos estragos en Turín que en muchas otras ciudades y pueblos de Europa, de Italia y aun del reato del Piamonte.
Esto no obstante, los atacados diariamente eran de cincuenta a sesenta. La parte más castigada fue la de Valdocco, como la más pobre y antihigiénica. Cerca del Oratorio hubo varias familias, no sólo diezmadas, sino aniquiladas.
El Santo se mostró también padre amorosísimo en esta ocasión. Para no tentar al Señor, empleó todas las precauciones que la prudencia y el arte le aconsejaban, imponiéndose cuantiosos gastos; pero no satisfecho con los recursos terrenos, dirigió al Señor esta oración: ";Dios mío, herid al pastor, pero guardad su tierna grey." Y a la Virgen: "María, Vos 530i8 Madre amante y poderosa: preservad a estos hijos amados; y si el Señor necesita una víctima entre nosotros, dispuesto me tiene, cuando y como Él quiera."
L El sábado, 5 de agosto, fiesta de Nuestra. Señora de las Nieves, reunió a los asilados en torno suyo, y comunicándoles la aparición de la epidemia, recomendó a todos sobriedad templanza, tranquilidad de espíritu y valor, juntamente coz; mucha confianza en María Santísima y una buena confesión y comunión; asegurándoles que, si se mantenían libres de pecado, nadie sería herido por el azote; pero que en caso contrario, no se atrevía a garantizar la inmunidad de nadie.
Es imposible expresar el efecto que estas palabras pro. alijaron en los muchachos. Todos acudieron a porfía a confesarse y a comulgar, y su conducta fue tan ejemplar aquellos días, que mejor no se hubiera podido desear.
Don Bosco, entretanto, se había dedicado a asistir con heroica abnegación a los apestados. Mamá Margarita que, en varias circunstancias, tanto había temblado por la vida de su hijo, declaró que era un deber para él afrontar el peligro.
El Municipio había abierto algunos lazaretos para recoger a los colerosos (1) faltos de asistencia privada; uno se estableció en una casa contigua al Retiro de San Pedro. La asistencia espiritual de éste se confió a Don Bosco.
Eran muy pocas las personas que, aun bien pagadas, se prestaban a servir a los colerosos. Entonces el Santo, compadecido a vista del extremo desamparo en que se encontraban algunos atacados, reunió a sus chicos y después de un eficaz fervorín de circunstancias, acabó manifestándoles su deseo de que algunos de ellos le acompañasen, junto con Don Alasonatti, en aquella obra de misericordia. Todos escucha
(1) La palabra no consta en el Diccionario de la Academia; pero debería constar: la precisión de la lengua lo exige, las leyes de la derivación lo autorizan, No beata que en tercera acepción la Academia le dé a -colérico" el significado de "relativo al cólera-morbo".
ron religiosamente la invitación, y, mostrándose dignos hijos de tal padre, catorce dieron al punto su nombre para que se los incluyese en la comisión sanitaria. Otras treinta, pocos días después, seguían su ejemplo. Hasta cincuenta enferme compartían con Don Bosco y Mamá Margarita la difícil arirstencia, Don Bosco lloró de consuelo. Después de darles algunas normas a fin de que sus servicios resultasen provechosoa para el cuerpo y el alma de los apestados, los animó a la piadosa empresa.
—Manteneos en gracia de Dios, rezadle a la Virgen y os aseguro que ningún alumno del Oratorio será atacado del mal.
Los muchachos se repartieron el trabajo con suma abnegación y una habilidad que parece increíble.
Cuando se supo que los jovencitos del Oratorio se habían consagrado a esta noble obra, las peticiones para ser asistidos por ellos se multiplicaron de tal modo, que no les fue posible sujetarse a ningún horario. De día y de noche, lo misma que Don Bosco, estaban en movimiento. Algunos días, apenas tenían tiempo para ir a Valdocco y tomar un bocado de pan; y algunas veces tuvieron que comer en las casas de los apestados. A ninguno dejaron morir sin Sacramentos A muchos lograron sacarlos triunfantes del mal. Parecían enfermeros de profesión.
Cuando encontraban algún enfermo sin sábanas, mantas o camisa, corrían a decírselo a Mamá Margarita, que prontc lo suministraba todo según las necesidades. Bien pronto, cor tanta generosidad, se llegó a no poseer más que lo que si llevaba encima. Ocasión hubo en que aquella mujer incompa rable dio un mantel del altar, un amito y un alba; ¡parecía una profanación, pero era un acto de caridad exquisita, por que aquellos benditos lienzos cubrían los desnudos rniem. bros de Jesús en la persona de un coleroso!
Y si esto hicieron los niños, ¿qué no harían los que, come Rúa, Cagliero, Francesia, le acompañaban ya como colaba radores inmediatos? De cada uno de ellos se cuentan es sus respectivas biografías hechos heroicos que rayan en lo sublime. Y si ninguno de ellos sucumbió a la fatiga, se debió a. la milagrosa protección del Cielo prometida por la Virgen a Don Bosco y por éste a sus hijos. El Oratorio se afirmaba bien. Ningún fundamento tan solido tienen las instituciones como la caridad.
Don Bosco recogió en el Oratorio a muchos niños huérfanos de resultas de la epidemia. Además, en un arranque de caridad, ofreció algunos jóvenes enfermeros a la ciudad de Pinerolo.
Cuando cesó la furia del contagio, pudo con mucho contento llevar un numeroso grupo de jóvenes a Becchi para la fiesta del Rosario.
Todo el Oratorio dio gracias al Señor por haber sido amorosamente preservados del cólera. La promesa que, con tanta confianza, había hecho Don Bosco a los chicos, se había cumplido y en forma tal, que sorprendió aun a los escépticos. La epidemia había rondado el Oratorio, había llegado hasta la puerta de éste, y aun había penetrado en la habitación de Don BOSCO ; pero parece que una mano invisible le ordenó que respetase la vida de todos sus moradores; y eran cerca de un centenar.
El cólera, a decir verdad, se introdujo en el cuarto de Don Bosco, porque una noche sintió éste todos los síntomas precursores de la epidemia. Se encomendó al punto a María Santísima, puso su vida en manos de Dios y se procuró a sí mismo los primeros cuidados que empleaba con los colerosos. Después de un cuarto de hora, oprimido por la fatiga y todo bañado en sudor, se durmió. Por La mañana despertó completamente repuesto. No iba a ser menos que sus hijos, aunque él era el pastor que se había ofrecido para que no hubiera otras víctimas.
Algo después cayó en cama, gravísimo, Cagliero; pero no
era de cólera, que ya la epidemia había pasado. Las circuns. tímelas que acompañaron a su enfermedad y milagrosa curación son tan grandes y tan hermosas, que merecerían un poema. Pero de esto diremos dos palabras más adelante, cuando hablemos de las Misiones.
Aquel año, de tan tristes y a la. vez alegres recuerdos, fue señalado por Don Bosco con otras obras de caridad. El Municipio, que había abierto junto a la iglesia de Santo Domingo un asilo de huérfanos, le encomendó su cuidado espiritual. Pasada la epidemia del cólera, cerró su asilo provisional, confiando los niños a diversos institutos de beneficencia; veinte de los más pequeños se entregaron a Don Bosco y formaron en el Oratorio una clase propia, que en broma llamaban los compañeros "la clase de los enanos".
Otra obra de caridad cristiana le ganó a Don Bosco la admiración de los mismos herejes. En el mes de noviembre de 1854, el ministro protestante De Sanctis, ex párroco apóstata, rompió con sus colegas y fue destituido de su cargo por orden de la llamada "Venerable Mesa", esto es, del Supremo Magisterio de la Iglesia Valdense. Tal desengaño era una voz que el Señor le hacía oir para traerlo al buen camino y al seno de la Iglesia Católica; y esta voz la oyó claramente Por medio de Don Bosco.
«Hace algún tiempo —le escribía el Siervo de Dios— me movió el corazón a escribir a V. S. Ilma. una carta con objeto de exteriorb zarIe mi vivo deseo de hablarle y ofrecerle todo lo que el sincero amigo puede ofrecer al amigo estimado. Provenía este sentimiento de la atenta lectura que hice de sus libros, gracias a la cual me pa: redó adivinar en V. S. una verdadera inquietud de alma y corazón.
Ahora, por lo que he visto publicado en los periódicos, y que parece -truncar desacuerdo entre V. S. y los valdenses, le invito a venirse a Mi casa cuando lo tenga a bien. ¿Para qué? Para lo que eI Señor
le inspire. Tendrá una habitación por morada; compartirá conmigo una modesta mesa y el estudio. Y todo esto sin imponerle ning.de gravamen ni molestia.
Tales amistosos sentimientos me rebosan del corazón. SI V. S. llega a convencerse de lo leal y sincera que ea la amistad con que le brindo, no dudo que aceptará mis ofrecimientos o al menos usará conmigo de benigna indulgencia."
Estas palabras conmovieron las fibras más íntimas desdichado De Sanctis, que respondió al Santo:
"No puede imaginar Vuestra Soltarla el efecto que me ha causa; su amabilísima carta de ayer. No creía encontrar tanta generosidad y. amabilidad en un hombre que es abiertamente enemigo mío. No disimulemos: Vuestra Señoría combate mis principios, como yo combato los suyos; pero mientras me ataca, muestra también amarme sinceramente ofreciéndome una mano benéfica en momentos de aflicción; est demuestra conocer la práctica de aquella caridad cristiana. que en teoría. ¡tan bien predican tantos!..." Y firmaba: "Con sincerisima estimación, devotisimo servidor y amigo..."
Don Bosco volvió a escribirle, renovando la invitación con afectuosas palabras; el pobre apóstata, el escritor del impío Amigo de casa, aceptó visitar el Oratorio, pactando con Don Bosco que no lo nombrase en sus escritos. El Siervo de Dios lo recibió con el bonete en la mano y no se cubrió hasta que el otro hubo de suplicárselo; le hizo visitar su modesto asilo y los primeros talleres y tuvo con él una conferencia, que se repitió en días sucesivos.
El infeliz se convenció de sus errores, mas no se convirtió. Pero aquellos coloquios no dejaron de producir algún bien; la generosa acción del Santo con su adversario, ejecutada en la hora en que éste había caído en desgracia, pareció calmar las iras de los enemigos contra él. Desde aquel día los herejes cesaron en sus maquinaciones, en sus agresiones y en sus violencias, y se limitaron a emplear las armas de la polémica.
Mas Don Bosco no desistió de intentar la conversión del
pobre apóstata. Para librarlo de cuidados, le ofreció encargarse de procurarle a su supuesta consorte una posición conveniente; pero el infeliz no quiso romper sus ominosas cadenas. Pocos años después, a consecuencia de un accidente, moría de improviso, limitándose a decir a su compañera de mala vida:
Me muero, me muero!
Rattazzi continuó, unas veces de cerca, otras de lejos, interesándose por la marcha del Oratorio y en relaciones con Don Bosco.
No halda pasado un año desde la entrevista narrada en el capítulo anterior, cuando tuvo ocasión de comprobar, con un hecho, a la verdad extraordinario, la potencia educadora del sistema de que le había hablado y del ascendiente que ejercía sobre los chicos.
Diez años hacia que el Gobierno habla fundado en la ciudad una cárcel para menores delincuentes. Llamábase "la Generala" y dependía del Ministerio de la Gobernación. Reinaba un rigor... propio del tiempo, con las naturales consecuencias. Don Bosco, que aun ocupado intensamente en el gobierno y administración de su Instituto, profesaba la máxima de que "el bien hay que difundirlo cuanto sea posible y mantener las relaciones sociales lo más extensamente que se pueda", hacía sus visitas a la Generala, enseñaba Catecismo cuando podía y se entretenía con Ios corrigendos, cuando se lo permitían, como si fueran sus chicos del Oratorio.
Entusiasta decidido de los Ejercicios Espirituales, a mediados de ese año 1855, les dio una fervorosa tanda a los corrigendos de la Generala. De tal manera ganó sus corazones, que no quedó uno que no se confesara y recibiera con el mayor fervor la Santa Comunión. El Santo quiso premiar tan generosa correspondencia y se presentó al director de las cal
celes para pedirle le permitiera llevarlos a una excursión fuera de la ciudad.
DI director saltó en su silla; ¡tanta fue su sorpresa I —¿Pero habla usted en serio, señor cura?
—Con la mayor seriedad, y le ruego torne en consideración mi súplica.
La discusión fue larga y el director, atrincherado en las exigencias del reglamento e insistiendo sobre la temeridad de aquella "propuesta descabellada", ni siquiera se avenía a trasladar la súplica al ministro.
Don Bosco, sabiendo que el asunto correspondía más bien al gobernador de la provincia, fue a verlo para que interesara al ministro. Pero recibió un "no" rotundo. Entretanto el director había hablado de la "descabellada petición" con Rattazzi. Éste la oyó no sin extrañeza; pero, picado de curiosidad, dijo que deseaba ver a Don Bosco.
Le recibió con la afabilidad que ponen los señores cuando quieren.
—Querido Don Bosco, voy a despachar favorablemente su petición. El paseo les hará mucho bien a nuestros muchachos. Daré las órdenes oportunas; de lejos le seguirán algunos números de la policía, disfrazados, para que le ayuden en caso necesario a mantener el orden y para que ninguno se fugue.
Sonrió Don Bosco bonachonamente y respondió:
—Excelencia, le agradezco su atención; pero no haremos el paseo sino con dos condiciones: ir yo solo con los muchachos y que Su Excelencia me prometa no mandar ni de cerca ni de lejos ningún guardia. Me hago responsable de todo y Su Excelencia me pondrá en la cárcel si hubiere desórdenes o fugas.
—Pero se le escaparán todos —respondió el ministro estupefacto.
—No lo crea, señor ministro; fíese de mí.
El proyecto, aunque hermoso, era realmente temerario, Pero Rattazzi, intrigado y recordando el coloquio de un año antes, sintió curiosidad de apurar lo del sistema preventivo, pensando además que no sería difícil volver a capturar a les que intentasen escaparse. Así es que accedió.
La víspera del paseo fue Don Bosco a preparar los ánimos de sus muchachos "preventivamente".
— Hijos míos, vengo a claros una gran noticia. En premio de la benevolencia que habéis tenido conmigo, de la buena conducta de estos días y sobre todo de vuestra generosa correspondencia a mis fatigas sacerdotales, he hablado con el señor Ministro y el Intendente General y he obtenido el permiso de llevaros a dar un paseo al parque real de Stupinigi (distante unos quince kilómetros).
Los pobres chicos no acertaban a dar crédito a sus oídos; dieron un grito atronador de sorpresa y de alegría. Restablecida la calma, Don Bosco prosiguió:
— Bien comprenderéis cuán grande es la gracia que se os concede ; es cosa que nunca se ha hecho.
— ¡Viva Don Bosco! ¡Viva el Ministro! —gritaban, frenéticos de entusiasmo.
— Sí, ¡viva el Ministro! Pero atentos a lo que voy a decir. He empeñado mi palabra en vuestro nombre, de que del primero al último os portaréis tan bien, que no habrá necesidad de guardias; he empeñado mi palabra de que mañana por la noche estaréis todos en vuestro sitio. ¿Puedo estar seguro de que ninguna abusará?
—Sí, sí; esté seguro —respondieron unánimes.
Y alguno de los mayorcitos añadió:
— ¡Cuidado!, que si alguno intentara huir, correría tras él y lo estrujaría como un pollo.
—Y yo —dijo otro— le rompería la cabeza de una Pedrada.
r —Basta, basta, hijos míos; estas palabras no son cristianas. Yo me fía de vosotros. Sé que me amáis y no me daréis ningún disgusto. La ciudad de Turín tiene los ojos puestos en vosotros. La falta de uno caería sobre todos. Y -caería especialmente sobre mí; me acusarían de imprudente y de necio, que me he dejado engañar... Per otra parte, ¿de qué aprovecharía una fuga? La policía la descubriría al día siguiente y la haría pagar con la más severa prisión. En cambio, vuestra conducta os atraerá el aplauso general y os hará acreedores a nuevos favores. Mas, aparte estas consideraciones humanas, vosotros habéis prometido a Dios no volver a ofenderlo. Él os mira, porque lo ve todo, dispuesto a bendeciros ahora y siempre, si le sois fieles. Vais, pues, a darle mañana una prueba de vuestra fidelidad y firmeza en los propósitos. Conque, todos en orden y obedientes. ¿Me lo prometéis?
—¡Lo prometemos! Usted es nuestro jefe y ya verá cómo ningún general ha tenido nunca soldados tan fieles y disciplinados.
Cuandoel Santo terminó estas "Buenas noches", él y los muchachos no cabían en sí de gozo.
Al día siguiente, con el fresco de la mañanita, abriéronse las puertas de la prisión y trescientos muchachos corrigen-dos salieron, radiantes de júbilo, guiados únicamente por el sacerdote, que en tan pocos dias había conquistado sus corazones. No les parecía cierta aquel poder gozar de un día de aire y de libertad. Alegres y obedientes, parecían los jóvenes del Oratorio. Salidos de la ciudad, rompieron filas cuino los chicos del Oratorio e iban a porfía por estar cerca de Don Bosco y conversar con él. La serenidad del rostro del santo sacerdote parecía reflejarse en ellos.
A mitad del camino les pareció que Don Bosco estaba cansado. Detuvieron el caballo que llevaba las provistones, se distribuyeron los sacos, canastos y paquetes y le hicieron montar. Así, desde lo alto, más fácilmente los podía ver a todos y amenizarles el camino entonándoles cantos popula. res y diciendo chistes y bromas.
Llegados al pueblo, los recibieron el párroco y un coope_ radar; entraron en la iglesia y oyeron la Santa Misa, cele.. orada por Don Bosco. Penetraron en el delicioso parque real, 1 rico en plantas, arbustos, aguas y parterres floridos; y se 1 desparramaron por sus sendas, sin que a ninguno se le aen_ rriera maltratar una flor. Almorzaron en torno del lago, alternando los cantos con las aves del parque; curiosearon cuanto había que ver, olvidados por completo de la Generala. Ya atardecido, merendaron y en el mismo orden con que habían ido, se reintegraron a la ciudad y a la Generala. Su única preocupación era colmar de atenciones al Padre amado. Ni siquiera le permitieron tomarse la molestia de llevar las riendas del caballo (1).
El ministro y sus subordinados estaban impacientes por comprobar el resultado de la aventura, y cuando los vieron volver alegres y satisfechos, y el alcaide pasó lista, no volvían en si del asombro.
La prueba estaba hecha. El ministro, después de escuchar la relación que del paseo le hizo el educador, le dijo:
—Confieso que ustedes los ministros de Dios disponen de una fuerza moral muy superior a la material con que nosotros contamos, Ustedes pueden reinar sobre los corazones y penetrar en la conciencia de los hombres...
(1) Las fumadores de la película Don Bosco, un hombre de leyendo, incluyeron en ella una fuga, aunque con su correspondiente arrepentimiento, diz que para "darle variedad". ;Como sí todo el épico
sodio no tuviera en si bastante interés y una enormes "variedad"! Alterando la histeria, echan una sombre. sobre un hecho que es todo claridad y luz.
1. —También ustedes podrían, siquiera en parte...
Le quedo sumamente agradecido de lo que usted ha 1 hecha por nuestros chicos! Ustedes pueden lo que nosotros no podemos...
. y tan convencido estaba, que algún tiempo después, te
' ideado un sobrino díscolo, se lo. confió a Don Bosco en vez
de mandarlo a la Generala, y Don Bosco hizo de él "un buen
ciudadano y buen cristiano".
Permitamenos añadir una explicación que es del mismo Don Bosco, para dilucidar la razón de estos triunfos pedagógicos que parecen milagros:
—No basta amar a los chicas para hacerlos dóciles y obedientes; es necesario amarlos de manera que ellos echen de ver que son amados.
Los chicas de la. Generala, en los contactos que habían tenido con él, habían sentido que las amaba; y le correspondieron con ese amor tierno y ardiente que los hizo generosos y facilitó este triunfo o milagro pedagógico.
•
La Iglesia Católica, para conseguir normalmente su fin, no puede dejar de tener templos para el culto, seminarios para la formación del Clero, conventos y monasterios para la práctica de los consejos evangélicos, corno también otros bienes indispensables para el sostenimiento de los ministros sagrados, para el mantenimiento de innumerables obras de caridad y para el cumplimiento de todas las otras obligaciones que le impone su misión. La Iglesia siempre tendrá este derecho, porque debe, según la promesa de Jesucristo, durar en la Tierra hasta, el fin de los siglos.
Pero los sectarios, después de negarle el poder legislativo, ejecutivo y judicial, se conjuraron para negarle el derecho de poseer. Durante estas maniobras, los obispos publicaron utilísimas instrucciones. Pero se hizo caso omiso de aquellas justas reclamaciones. Los conventos, desalojados so pretexto del cólera, no se restituyeron a los religiosos. Por muchos indicios se veía que era inminente una ley de incautación ele aquellos edificios.
Don Bosco se sintió inspirado y decidido a impedir nuevos atentados contra la Iglesia.
Una tarde, durante aquellos días en que se hablaba de la supresión de las órdenes Religiosas, recordó a los jóvenes las maldiciones escritas por los antiguos duques de Saboya
en las cartas de fundación de la Abadía de Altacomba contra aquellos de sus descendientes que se atreviesen a destruirla o a usurpar sus bienes. El joven Ángel Savia, que después fue sacerdote salesiano, del cual tenemos una declaración formal sobre este punto, al oir aquella serie de horrendas amenazas, concibió una idea atrevida, que Don Bosco, sin aconsejársela, se la había insinuado, y fue bastante. Buscó una copia de aquella carta de fundación, transcribió todas las maldiciones en una hoja, la firmó y se la dirigió al Rey.
Víctor Manuel leyó el respetable documento, y cuando comprendió por qué se lo habían enviado, sintió no poca turbación y lo mostró al marqués Domingo Fassati, con quien tenía íntima familiaridad.
El marqués, que era un celoso catequista del Oratorio y un amigo y bienhechor de Don Bosco, cuando leyó el nombre de Ángel Savio comprendió inmediatamente de dónde venía la hoja. Al oir las quejas del Rey, que consideraba aquello como una descortesía, se calló y fue al Oratorio para lamentarse con Don Bosco de la audacia del clérigo Savio.
El Santo respondió:
—La verdad en ciertos casos no puede ni debe ocultarse. Savia ha obrada bien. Esa carta no es una falta de respeto a la augusta persona del Rey; por el contrario, significa el afecto que le inspira la familia real.
En la Corte se creyó por algún tiempo que el fautor o autor de aquella carta era el canónigo Anglesio, Superior de la "Pequeña Casa de la Divina Providencia", porque éste decía, hablando con sus familiares y con otros personajes de la ciudad:
"¡Pronto veremos cómo ciertas estrellas se eclipsan, como también el resultado de ciertas pillerías!"
Pero no se tardó mucho en llegarse de la sospecha al co
il
ocimiento de la procedencia del aviso.
Don Bosco, no sólo quería salir a la defensa de los dereos del Señor, sino dar satisfacción a su sincera gratitud, porque la casa real de Saboya se había mostrado siempre
generosa en simpatías y auxilios para con él y para con su Obra y quería ahorrarle desgracias, tanto más que esta vea se extendían hasta la cuarta generación.
A fines de noviembre de 1845 había visto en sueños, junto al pórtico central del Oratorio, que entonces sólo estaba construido en parte, avanzar en medio del patio un paje de la Corte con uniforme rojo, el cual con paso apresurado se llegó a él y gritó:
--; Gran noticia!
—¿Cuál?
— Anuncia: ¡Gran funeral en la Corte!, ¡gran funeral en la Corte!
Ante aquella inesperada aparición, y al oir aquel grito, el Santo se quedó como de piedra, y el paje repitió:
— ¡Gran funeral en la Corte!
Don Bosco quería pedirle explicación de este fúnebre anuncio, pero el mensajero desapareció.
Al despertarse el Siervo de Dios estaba como fuera de sí; pero cuando comprendió eI misterio de aquella aparición, preparó una carta para Victor Manuel, narrándole el sueño simplemente. La hizo copiar a Ángel Savia y se la envió al Rey, el cual, según parece, no le dio gran importancia.
Pasados cinco días, Don Bosco soñó de nuevo con el paje, que le gritaba:
— Debes anunciar, no ya gran funeral en la Corte, sino: ¡Grandes funerales en la Corte!
Y después de repetir por dos veces las mismas palabras se marchó al punto, mientras Don Bosco le pedía en vano más explicaciones.
Cuando vino el alba Don Bosco mismo dirigió al Rey otra carta, en la cual le refería el nuevo sueño, y rogaba a Su Majestad que viese el modo de evitar los castigos anunciados, impidiendo a toda costa la aprobación de la ley.
Después de la cena refirió el hecho a sus clérigos, diciéndoles abiertamente que se trataba de verdaderas amenazas del Señor; y, muy apenado, repetía frecuentemente:
—Esta ley acarreará grandes desgracias a la casa del soberano.
El Rey habló de ello en confianza con el Marqués Fassati, el cual volvió al Oratorio para decir a Don Bosco:
—¿Pero le parece a usted que está bien esta manera de revolver a toda la Corte? El Rey, no sólo se ha impresionado y se ha turbado, sino que se ha enfurecido.
—;Pero lo escrito es verdad! —le respondió el Siervo de Dios—. Me duele haber molestado al Soberano; pero, al fin y al cabo, se trata de su bien y del de la Iglesia.
El 28 de noviembre de 1854 el ministro de Justicia, Urbano Rattazzi, presentaba a los diputados el proyecto de ley para la supresión de los conventos, que el conde Camilo de Cavour, ministro de Hacienda, estaba decidido a que se aprobara a toda costa.
Pero un doloroso acontecimiento vino a interrumpir la discusión. El 5 de enero la bondadosa reina madre, María Teresa, caía enferma casi repentinamente. El Rey escribía al general Alfonso La Mármora: "Mi madre y mi mujer no cesan de repetirme que se mueren de disgusto por mi causa" (1).
La augusta enferma moría el 12 de enero, a los cincuenta años. La Cámara, para manifestar al Rey su duelo, suspendió las sesiones. El luto fue universal.
Mientras se cerraba aquel féretro, llegaba a manos del Rey otra carta misteriosa, que decía, sin nombrar a nadie: "Una persona inspirada de lo alto ha dicho: Abre los ojos; ya ha muerto uno; si la ley pasa, ocurrirán grandes desgra• ciar en tu familia. Esto no es más que el preludio de loa
Tavallini. "La vita e i tempi di Giovanni Lanza". vol. I, pa. gira 150.
males: Erunt mala super mala in domo tua. Si no retrocedes, vas a abrir un abismo que no podrás sondean"
El Soberano se quedó aturdido; presa de gran inquietud, no podía hallar reposo. Ravallini alude a esta situación del Rey, "amenazado de los castigos del Cielo por las frecuentes cartas de los prelados".
Aún no había acabado la Corte de tributar las última honras fúnebres a la madre del Rey, cuando la reina Mar, garita, habiendo dado a luz felizmente un niño, cayó en pe_ ligro de muerte, a causa del dolor sufrido por la muerte de su suegra, y expiraba en el ósculo del Señor el 20 de enero, a los treinta y tres años.
¿Qué más? Aquella misma noche le fue llevado el Viático a S. A. R. el príncipe Fernando, Duque de Génova, hermano único del Rey.
Víctor Manuel estaba sumido en el más profundo dolor. Al día siguiente la Cámara de los Diputados acordaba un luto de trece días y la suspensión de las sesiones por diez.
Los clérigos del Oratorio estaban aterrados al ver cumplidas, de una manera fulminante, las profecías de Don Bosco, tanto más cuanto asistieron a las fúnebres ceremonias de aquellas defunciones.
Cuando cesaron los días de luto se reanudaron las cesiones de las Cámaras; pero por otro motivo de índole política se interrumpió de nuevo la discusión de la propuesta de Rattazzi.
El 11 de febrero debía tratarse nuevamente de ella; pero en la noche del 10 al 11 moría el príncipe de Saboya, Duque de Génova, hermano del Rey, a los treinta y tres años. Así, por tercera vez debieron suspenderse las sesiones. Estas muertes amenazadoras deberían haber convencido al Rey de que las misteriosas cartas le habían anunciado la voluntad de Dios. Y en verdad comenzó a reflexionar; y no sólo los católicos, sino muchos liberales vieron en ello un aviso del Cielo.
Con todo, el 15 de febrero se reanudó la discusión sobre
la ley Rattazzi y el 2 de marzo fue aprobada. Los católicos se apresuraron a remitir 97.700 firmas al Senado para que la rechazase; juntamente se recogieron otras en favor, que alcanzaron sólo la cifra de 36.600. ¡Y sin embargo, la ley pasó
p. adelante!
* Mientras los buenos vivían en ansiosa expectación, Don
Bosco, después de haber publicado la carta de fundación de Altacomba con la exposición de todas las maldiciones indicadas, el mes de abril publicaba en las Lecturas Católicas un librito del barón de Nilinse titulado: Los bienes de la Iglesia; cómo se roban y cuáles son las consecuencias; con un breve apéndice sobre las vicisitudes del Piamonte. La obrita hizo mucho ruido y sirvió para infundir en el ánimo de muchos un temor saludable. La policía se alarmó; se habló de embargo; Brof ferio lo llamó una provocación insultante contra el poder legislativo y dijo que era preciso buscar al autor y castigarlo; pero no se hizo nada.
I
El 23 de abril se abrió la discusión en el Senado. Pero el 17 de mayo la Casa Real se cubría nuevamente de luto. El último hijo de la llorada María Adelaida, Víctor Manuel Leopoldo María Eugenio, nacido el 18 de enero, llegó al último extremo de su vida y fue a reunirse con su madre. En cuatro meses el Rey había perdido a su madre, a su esposa, a su hermano y a un hijo; el sueño de Don Bosco se había realizado dolorosamente. Después de cinco días, el 22 de mayo, por cincuenta y tres votos contra cuarenta y dos el Senado aprobaba la ley con algunas modificaciones propuestas por el senador Des Ambrois. Durante estas discusiones, el Santo hizo rezar en muchos institutos religiosos y exhortó a sus jóvenes a que hicieran Prácticas especiales, hasta ayunar a pan y agua por un día, y le obedecieron.
Ya no faltaba más que la firma del Rey. Don Bosco le hizo escribir por medio de Ángel Savia estas palabras: "¡Sacra Real Majestad! Ayer asistí a una conversación en la cual estaba presente Don Bosco. Se hablaba de los acontecimientos del día y de la ley Rattazzi, enviada al Senado. Don Bosco dijo: Si yo pudiese hablar al Rey, le diría: "Ita.. jestad, no suscriba la ley supresiva de los conventos, porque de otra manera, va a suscribir muchas desgracias para Vuestra Majestad y para vuestra real familia. Se lo advirtió corno súbdito fiel y obediente." El clérigo escribió y puso la firma: Angel Savio, de Castelnuovo de Asti."
La carta se envió, pero Don Bosco no estaba todavia tisfecho; agitado por una santa e impaciente conmoción escribió él mismo otro folleto en el cual repetía la frase: Die it Dóminus: Ermit mala super mala in domo tus... Ya no rogaba, amenazaba con grandes castigos si el Rey ponía su firma. El folleto fue enviado a uno de los jefes de la servidumbre del Rey, un tal Occhiena, de Castenuovo, amigo y algo pariente del Siervo de Dios, que gozaba de mucho crédito en la Corte, y aun de la confianza del Rey.
El Rey había marchado a Susa aquel mismo día; la carta le alcanzó en San Ambrosio. Se quedó desconcertado. Cuando ei 2 de mayo le presentaron a la firma la malaventurada ley, dijo:
—Esperemos; déjenme que lo piense detenidamente.
Los ministros, al ver que la conciencia del Rey estaba turbada, propusieron, por iniciativa propia, o para secundar el deseo del monarca, consultar con algunos teólogos de la Corte, que gozaban de mucha estima. El Rey consintió. Era tal su disposición entonces, que si los teólogos le hubieran aconsejado como se debla, no habría firmado la ley y la aprobación de ésta se hubiera aplazado indefinidamente o se hubiera retirado. Pero fueron a palacio cuatro eclesiásticos, doctores en Derecho Canónico, todos cortesanos, alumnas de la Universidad, discípulos y admiradores de Nepomuceno Nuycz. Víctor Manuel les expuso la cuestión, les entregó las
cartas de Don Bosco para que las examinasen y se retiró ea espera de respuesta.
Dichos teólogos opinaron que el Rey podía en conciencia firmar aquella ley; y así, la promulgó aquel mismo día, 29 de mayo de 1855, y por consecuencia fueron suprimidas o gravemente perjudicadas treinta y cinco órdenes Religiosas y de seiscientas cuatro casas con ocho mil quinientos sesenta y tres individuos, fueron suprimidas trescientas treinta y cuatro con cinco mil cuatrocientos cincuenta y seis religiosos.
El 30 de mayo, uno de aquellos cuatro doctores, canónigo en una localidad de provincias, encontró a Don Bosco junto al "Rondó" de Valdocco y le reprendió por haber escrito al Rey aquellas cartas, que él calificó de insolentes. Don Bosco, en cambio, le reprochó el injusto consejo que había dado al rey con tanto daño para la Iglesia; rebatió una por una las falsas opiniones con que trató de excusarse y lo dejó confuso y aturdido.
El teólogo se retiró muy disgustado, pero no tardó en hacerse amigo y bienhechor insigne del Santo, y así continuó hasta la muerte.
Además de las cartas indicadas, Don Bosco había escrito al Soberano otras varias confidenciales, mientras tuvo la esperanza de evitar el ruidoso paso que iba a dar, hasta el punto de que Víctor Manuel exclamó un día:
—;No tengo un momento de paz! ¡Don Bosco no me deja vivir!
Encargó también a una persona de la Corte que repitiera a Don Bosco estas palabras; y como no hiciese efecto esta queja, preocupado e impaciente, quiso conocer personalmente el lugar donde habitaba aquel sacerdote, causa de tanta zozobra para él, sobre todo después de las dolorosas pérdidas
que habían ocurrido en la familia real. Fue das veces al Oratorio, pero no le fue posible ver a Don Bosco. Después, el general conde d'Angrogna, habiendo oído al rey lamentarse de las famosas cartas de Don Bosco, se creyó en el deber de ir a pedirle cuentas y la cosa tomó un aspecto trágicocoraieo.
Primeramente lo apostrofó con vehemencia, llamándole impostor, fanático, rebelde y enemigo del Rey, cuyo honor había vilipendiado, ultrajando su majestad y hollando su autoridad soberana; y sin querer oir sus justificaciones, exigió que escribiese una retractación, que él mismo le dictaría.
Don Bosco se negó con firmeza, por lo cual el general llevó furibundo la mano a la empuñadura de la espada y la sacudió, como en plan de desafio o de amenaza. Pero el Siervo de Dios, con su calma inalterable y su habitual dulzura y buen humor, lo calmó y añadió que, si hubiera sabido que el señor Conde deseaba arreglar aquel asunto, él mismo hubiera ido a su casa para evitarle la molestia de venir al Oratorio.
El general le miró y no supo qué decir ni qué hacer. Saludó, bajó, montó a caballo en el patio y una vez en la calle, como movido por un resorte, volvió atrás y subió otra vez a ver a Don Bosca.
— ¿De modo que dice usted que irá a mi casa?
— Se lo aseguro.
—¿Tendría usted valor para ello?
— Ciertamente que iré.
— ¿Y si yo le tomase la palabra?
— ;Encantado!
—Pues mañana a las dos le espero.
Al día siguiente y a la hora señalada Don Bosco fue a casa del conde d'Angrogna, el cual reanudó las gestiones para obtener una carta que se enviaría al Rey. Y se pusieron a redactarla de común acuerdo. El Siervo de Dios, -Culi-cemente para evitar males mayores y probables graves consecuencias, escribió que le dolía haber molestado al Rey, sin quererlo y que Su Majestad tomase las predicciones de la manera que juzgase más conveniente para su tranquilidad.
Para sellar la amistad, el Conde hizo traer unas botellas y algunos bizcochos. Tomó uno y se lo ofreció a Don Bosco. Bste le preguntó sonriente:
—¿No tiene alguna materia... heterogénea?
Oh, no:
y moja el bizcocho y se lo come. Los otros se los fueron comiendo alternativamente. (No hay que olvidar que por aquel entonces algunos habían atentado contra la vida de Don Bosco.)
Desde aquel día el conde d'Angrogna se convirtió en amigo muy afectuoso de Don Bosco. El Santo había iniciado en aquellos días otra lotería de beneficencia en provecho del Oratorio y el nombre del conde Alejandro Lucerna de Angrogna figuró entre loa de la comisión organizadora.
Víctor Manuel concibió entonces mayor estima por el Siervo de Dios. Repetidas veces buscó ocasión para entrevistarse con él, aunque en vano. Una vez, en 1867, dijo a Monseñor Charvaz, Arzobispo de Génova, estas textuales palabras:
—Monseñor, Don Bosco es un verdadero santo.
Y no cesó de ayudarle con limosnas y otros auxilios.
Después de la fiesta de la Inmaculada, cuyo primer aniversario de su definición dogmática quiso celebrar dignamente haciendo imprimir ocho mil ejemplares de una práctica piadosa en honor de María, y litografiar mil estampas, reinaba en el Oratorio gran expectación por otra profecía.
Un domingo de marzo de 1845 había referido Don Bosco un sueño suyo a los internos. En él había visto, en la cabeza de uno de ellos, una especie de turbante con la figura de una gran luna, en medio de la cual estaba escrito el número veintidós, mientras un desconocido, de aspecto grave y noble continente, le decía:
11, —Escúchame antes de acercarte a él; ése tiene todavía
¡No lo pierdas de vista y prepáralo!
Vivo terror se apoderó de todos los jóvenes, tanto más cuanto era la primera vez que Don Bosco anunciaba en pú_ blico, y con cierta solemnidad, la muerte de uno de los internos.
El buen Padre lo advirtió y prosiguió:
—Yo lo conozco, y el de las lunas está entre vosotros. Pero no quiero que os espantéis. Es un sueño, como os be dicho, y ya sabéis que no siempre se debe prestar fe a los sueños. Mas, como quiera que sea, es cierto que debemos siempre estar preparados, como nos recomienda el Divino Salvador en el Santo Evangelio, y no cometer pecados; entonces la muerte no nos dará miedo. Sed todos buenos, no ofendáis al Señor. Yo estaré atento y no perderé de vista al número veintidós, es decir, al de las veintidós lunas, esto ea, veintidós meses, y espero que tendrá una buena muerte.
Acabó el año de 1854; pasaron algunos meses de 1855 y vino octubre, es decir, la vigésima luna. El Santo dijo al clérigo Cagliero:
—¡Procura asistir bien a Gurgo!
Segundo Gurgo, de Pettiuengo, era un joven de diecisiete años, de bella y robusta presencia, tipo de salud exuberante, notable organista y pianista, que dormía en una habitación al cuidado del clérigo Juan Cagliero.
Hacia mediados de diciembre le acometió a Gurgo un cólico tan violento y peligroso, que por consejo del médico se le administraron los Santos Sacramentos. Ocho días duró la terrible enfermedad, que al fin pareció que cedía. Pero en la noche del 23 al 24 se recrudeció casi de improviso y el joven expiró.
Hubo gran desolación en toda la casa.
"Por la noche, víspera de Navidad —refiere Pedro Enria—, recuerdo todavía que Don Bosco subió al pequeño púlpito y volviendo los ojos en torno suyo como si buscase a alguno, dijo:
Monseflor asé Fagnano, apóstol de la Patagonia Meridiolud y Tierra del Fuego. Después de haber trabajado en varios Colegios de itiaia, partió con la primera expedición misionera, en 1875. Nació en Rocchetta Tártaro en 1844; murió en Viedma en 1916.
—Es el primer joven que muere en el Oratorio. Se ha portado como debía y esperamos que estará en e] Paraíso. Os recomiende que estéis siempre preparados...
y no pudo hablar más, porque su corazón estaba muy apenado: ;La muerte le había arrebatado a un hijo!"
Mons. Santiago Costo/tapia. Nació en Carawiagna era 1846 y murió en Bernal (Argentina) en 1921. Fue Director dei Instituto do las Hijas de Marta Auxiliadora. Fue un grande misionero en km Pampas argelitincis, inspector de das casas de aquella Repú
blica y primer Vicario Apostólica de Méndez y Gualaquiza.
La "senda de los justos —dice el Espíritu Santo— es como una luz brillante que va en aumento y crece hasta el mediodía" (1). Tal fue la vida de Don Bosco. Nosotros, al llegar a este punto no podemos seguirle en todas sus empresas; pero refiriéndonos tan sólo a algunas de sus obras, deberemos repetir igualmente: "¡Dios es verdaderamente admirable en sus Santos!"
Un infeliz sacerdote, Antonio Grignaschi, se convirtió en autor de una torpe herejía. Se decía Jesucristo en persona, encarnado nuevamente para fundar una nueva Iglesia; y ejecutaba cosas extrañas y maravillosas. Una mujer seducida-. ¡era la Virgen María! Suspendido a diríais, vino a Turín y habló de sus sacrílegas patrañas también con Don Bosco, el cual, horrorizado, intentó, aunque en vano, con razones y promesas, sacarlo de su horrible y escandalosa herejía. Después de haber andado errante por diversos lugares, se estableció el desgraciado en una barriada vecina a Viarigi, en el Monferrato. Éste fue el campo de sus tristes proezas. Engañó con procedimientos y artes espiritistas a la administración parroquial y a los sacerdotes del vecindario, y per
virtió con sus herejías a gran parte de aquella población.
(1) Prov., IV, 18.
Las obscenidades de la nueva secta llegaron hasta el punto de que el Procurador del Rey en Casale hizo recluir en la cárcel a Grignaschi con trece de sus cómplices el 15 de julio de 1850; y no obstante la defensa de Ángel Brofferio, fue condenado por los magistrados del Tribunal de Apelación a siete años de reclusión en eI castillo de Ivrea. Don Bosco fue varias veces a visitarlo en la cárcel, e hizo tanto por el infeliz, que éste le prometió retractarse de sus errores.
Pero sus secuaces continuaron obstinadamente en el error. Habían predicado la divina palabra los Obispos de Casale y de Asti, el último durante cincuenta días seguidos, pero con escaso fruto. Finalmente el nuevo párroco, Don Menino, recurrió a Don Bosco, quien con alguna frecuencia predicaba misiones. El Siervo de Dios, en unión del celosísima teólogo Borsarelli, canónigo de la Metropolitana de Turín, fue a Víarigi en enero de 1556 para dar una Misión, cuyos resultados fueron verdaderamente extraordinarios.
No satisfecho con el hien que hizo en aquella población, no descansó hasta que consiguió de Grignaschi que se retractase de su herejía y se le levantara la excomunión.
Condonado el resto de la pena, fue a visitar a Don Bosco, quien lo abrazó afectuosamente y lo persuadió a alejarse para siempre de Viarigi. Grignaschi obedeció, pero se duda mucho de que perseverara en su conversión. Cesó en el proselitismo y, con esto, ya no se volvió a hablar más de él; pero no quiso vestir nuevamente el hábito. talar. Murió en 1883 sin recibir los últimos sacramentos.
Incansable en la defensa de la Fe y la Moral cristianas, con el ejemplo, la palabra y la pluma, en 1860 sostuvo Don Bosco nuevas polémicas sobre el dogma del Purgatorio, encarnizadamente combatido por los valdenses, y tuvo que combatir otra secta, la del polaco Andrés Towianski, que había engañado a cierto número de personas eruditas y aun piadosas.
Muy apenado porque varios sacerdotes y algunas familias se habían adherido a las doctrinas de aquél, contrarias a la
existencia del Purgatorio, se dispuso lo mejor que pudo para poner fin al escándalo. Visitó a varios de los más influyen_ tes para que rectificasen sus ideas y escribió e hizo imprimir
cuanto habla sostenida contra los ministros valdenses en las disputas ya en otro lugar mencionadas.
Con otras publicaciones intensificaba el Siervo de Dios la propaganda de la buena prensa. Además de los libritos de las Lecturas Católicas, que había escrito o revisado y reimpreso varias veces, hizo imprimir seis mil ejemplares de una obrita ascética, titulada La llave del Paraíso en manos del católico que practica los deberes del buen cristiano, por el sacerdote Juan Bosco; y publicó otra obra de gran importancia, que se conservará como una de las pruebas más hermosas de su celo apostólico y de su corazón de educador cristiano. Sabido es el bien o el mal que pueden hacer los textos de Historia, según como estén escritos. Los que entonces corrían en Italia eran bastante malos, harto tendenciosos. Por eso Don Bosco escribió su Historia de Italia, narrada a la juventud, desde sus primeros habitantes hasta nuestros días, acompañada de un mapa, por el sacerdote Juan Bosco. Fue un precioso regalo para los jóvenes del Oratorio y, añadiremos, para toda la juventud de Italia, y un eficaz antídoto contra las falsificaciones de la Historia que entonces pululaban. La elogiaron Pio IX, La Civiltá Cattoliea, Nicolás Tommaseo; el ministro de Instrucción Pública le concedió un premio de mil liras y además expresó el deseo de que la adoptasen como texto las escuelas públicas.
Mientras atendía a las obras del sagrado ministerio y a la difusión de los buenos libros, concibió otro generoso proyecto en favor de la juventud: ensanchar el Internado, completando la parte ya edificada y prolongándola hasta la iglesia de San Francisco de Sales. El ministro del Interior, Urbano Rattazzi, encomiando la intención de aquella iniciativa, le concedió una subvención de mil liras.
Se requiere una fe heroica en la Divina Providencia para comprometerse en nuevas empresas sin desalentarse por las pruebas a que las excepcionales dificultades de aquellos años le sometieron- El 22 de agosto, a causa de la caída de una viga que se escapó de las manos de un albañil, se derrumbaron dos bóvedas; pero en medio de esta desgracia apareció visible la mano de la Divina Providencia, porque nadie recibió daño; el mismo albañil quedó como prodigiosamente suspendido sobre un pequeño trozo de bóveda no derrumbado.
En aquella hora el Siervo de Dios estaba fuera del Oratorio. Cuando se enteró del desastre, preguntó con dolorosa solicitud si habían ocurrido desgracias; y cuando supo que la vida de todos estaba en salvo, dio gracias al Señor y dijo tranquilamente a los jóvenes que le rodeaban:
—i Menos mal que no ha habido ninguna victimal Lo demás no es nada... Pero vosotros —añadió bromeando—, a pesar de ser tantos en casa, ¿no habéis sido capaces de ir a poner un dedo debajo de las bóvedas para que no se cayesen? Mas, ¿qué le vamos a hacer? Os compadezco. Berlich (el demonio) nos ha dado una cornada. Ya es la segunda vez que esa mala bestia comete con nosotros la descortesia de echarnos abajo la casa; pero no importa. Tendrá que habérselas con Dios y con la Virgen, y no se saldrá con la suya. Si las bóvedas se han caído, nosotros las levantaremos y no volverán a caerse. El Señor omnipotente, que ha permitido esta prueba, no nos abandonará... Nada debe turbarnos.
La Divina Providencia, moviendo a muchos generosos corazones, vino en ayuda de su Siervo. El ministro de la Guerra le ofreció vestidos y mantas para ciento cincuenta asilados y el ministro del Interior, un socorro de dos mil liras.
A primeros de octubre quedaba terminado el nuevo edificio. Don Bosco indicó la distribución de los locales y quiso coronar la obra haciendo escribir en gruesos caracteres en las paredes del pórtico algunos pasajes de la Sagrada Escritura; porque decia:
kr —Rajo estos pórticos los jóvenes se paran a veces can-
sados del juego, o pasean; y los de afuera que vienen al Ora. torio para sus asuntos se detienen alli hasta que se los recibe, Unos y otros, al ver las inscripciones, sentirán la curiosidad de leerlas, aunque sólo sea para pasar el tiempo, con lo cual les quedará esculpido en la mente un buen pensamiento que podrá producir un fruto saludable.
Al principio del pórtico, en la parte próxima a la iglesia, se colocó una estatua de la Virgen y ante ella, adornada con luces y flores en el mes de mayo, rezaban las oraciones de la noche los estudiantes durante la primavera.
Muy contento se puso el Siervo de Dios cuando vio escritas aquellas inscripciones; después hizo poner otras debajo de otros pórticos levantados en las nuevas construcciones del Oratorio. Y no dejó que fuesen letra muerta; porque en las "Buenas noches" las explicaba brevemente, y si paseaba con alguna persona de fuera, se deleitaba frecuentemente en leerlas, llamándolas los artículos de su código, "que contenian el arte de bien vivir y de morir bien".
La salvación del alma era la idea dominante que trataba siempre de imprimir en la mente de todos sus alumnos. Su deseo era afectuosamente secundado. A pesar de ello hubo crisis, un poco de enfriamiento. Cierta mañana de un día laborable, cosa insólita, ocurrió que ni uno de los educandos se presentó en la balaustrada para recibir la Comunión. Entonces los jóvenes Celestino Durando y José Bongiovanni, con otros compañeros, decidieron formar una especie de Asociación, cuyos individuos debían repartirse los días de la semana para acercarse a la Sagrada Mesa, de modo que todas las mañanas hubiese algunas comuniones. Y sal se hizo, con gran consuelo de Don Bosco.
El alma de todo esto era Domingo Savio; se había adherido con entusiasmo a esta idea, dando un paso más, que fue
decisivo, no sólo para el Oratorio: se propuso hacerla duradera fundando la Compañía de la Inmaculada Concepción, cuyo reglamento redactó él mismo. Este reglamento, retocado por Don Bosco, ha permanecido hasta hoy. El clérigo Miguel fue elegido presidente de la nueva sociedad, cuyos miembros, entre otros cometidos, se comprometieron a servir de ángeles custodios a los compañeros necesitados de asistencia especial. Así quedaban asegurados los jefes de grupos o equipos, que facilitaban y facilitan todavía la influencia de los Superiores en la masa de los educandos y la buena marcha del Oratorio y de los colegios.
Para enfervorizar más y más en el bien a sus alumnos, en 1856 estableció Don Bosco en los Oratorios de Valdocco y de San Luis una pequeña Conferencia semejante a las de San Vicente de Paúl. Ejercían el apostolado ayudando a loa compañeros y visitando a los pobres. Las dos Conferencias estrecharon poco tiempo después relaciones filiales con las de San Vicente, de las que se denominaron "anexas", e hicieron grandísimo bien.
Nos parece ver en esto una norma de lo que debían ser en lo por venir las relaciones de las Casas Salesianas, comprendidas las de las Hijas de María Auxiliadora, con las actividades sociales y religiosas ambientales, especialmente las de carácter universal. Comprendía muy bien que toda Congregación es un cuerpo de ejército de la Iglesia, que debe trabajar, no aislado, sino encuadrado, aunque con cierta libertad de iniciativa, y bajo las órdenes del Comandante Supremo.
El nuevo edificio se construyó en condiciones de poder instalar regularmente las tres primeras clases de Bachillerato en el Internado; pero queriendo hacer algo más por los jóvenes externos, abrió en el Oratorio clases nocturnas y diurnas, que fueron las primeras de aquella vasta zona.
Estas obras santas no podían menos de irritar al enemigo del bien; así es que la vida del Siervo de Dios que, por milagro, se había salvado de muchos atentados, debía también en este año experimentar la especial asistencia del Serior.
El 25 de julio, encontrándose en San Ignacio para Ion Ejercicios Espirituales, cayó un rayo precisamente a sus pies, arrancando de debajo de ellos una loseta del pavimento, pero sin hacerle daño alguno. Cuando se conoció el hecho, todos reconocieron que debía su salvación a una protección especial de la Divina Providencia. Quedó incólume, pero no pudo librarse durante varios meses de intensos dolores en la cabeza, en la espalda, en las piernas y en el costado.
A su vuelta al Oratorio se cantó un solemne Tedéum. Después de la Bendición, la banda musical, fundada el año anterior por iniciativa del Siervo de Dios, dio en el patio un concierto en señal de alegría.
Pero si el Señor no permitió que Don Bosco fuese arrebatado al afecto de sus numerosos hijos, quiso llamar al premio eterno a su madre amantísima.
Mamá Margarita cayó enferma de grave pulmonía y durante varios días tuvo a todos suspensos entre el temor y la esperanza. Don Bosco le prodigó los más asiduos y solícitos cuidados en unión de su hermano José, que llegó de Castelnuovo apresuradamente, con su tía María Ana Occhiena y la señora Juana María Rúa. Pero el mal se agravó y se hizo inexorable. Inmensa fue la pena de los chicos cuando llevaron el Viático a su queridísima "mamá". Conociendo la gravedad de su enfermedad, la enferma hizo sus últimas recomendaciones a sus hijos.
Recomendó a Juan que conservara el espíritu de pobreza en su Instituto; después le habló de muchas cosas confidenciales relativas al Oratorio, con criterio tan acertado, que Don Bosco quedó asombrado de tanta perspicacia. Aseguré que algunos clérigos serían leales y fieles ayudantes suyos; de otros le advirtió que no se fiara. Finalmente se encomendó a las oraciones de todos y terminó diciendo que si Dios la
admitía por su misericordia en el Paraíso, pediría incesantemente por el Oratorio. Después tuvo un desvanecimiento. Fijó la mirada en Don Bosco y profirió palabras que parecían incoherentes, pero que eran muy sabias:
—Tú haces ahora lo que no sabes y lo que no ves; pero lo verás y lo sabrás cuando veas la luz de la Estrella.
A su otro hijo José le dio también preciosos avisos respecto del porvenir de su familia, concluyendo así:
_—Continúa haciendo por el Oratorio todo lo que puedas. La Virgen te bendecirá y hará felices tus días y los de tu familia.
Antes de recibir la Extremaunción dijo a Don Bosco:
—En otro tiempo te ayudaba yo a recibir los Sacramentos de nuestra Santa Religión; ahora debes tú ayudar a tu madre.
Don Bosco, en punto de muerte, repetirá la misma plegaria a sus hijos.
Llegó la noche, que debía ser la última para Mamá Margarita. El Siervo de Dios con su hermano José había prolongado hasta hora muy avanzada la vela junto a su madre, dominado por vivísimo dolor. La buena mujer comprendió lo que aquello era para el corazón de Juan, y después de haberle dirigido palabras afectuosas y solicitado los sufragios de todos, le dijo:
—Retírate, querido Juan; aléjate, porque me duele en el alma verte tan afligido, y padeces mucho al verme en mis últimos momentos. Adiós, querido Juan, recuerda que esta vida consiste en padecer. Los verdaderos goces están en la otra vida.. Vete a tu habitación y reza por mí.
Después señaló a Don Alasonatti, como si quisiera decir: "¡Ahí está Don Alasonatti; me voy tranquila."
Después de hablarle afectuosamente, Don Bosco se retiró, no creyendo inminente el peligro de perderla. Cuando llegó a su habitación vio el retrato de su madre colgado junto a su lecho y de cara a la pared; esto le pareció un aviso del Cielo Y volvió junto a la querida enferma. Era casi la medianoche.
La madre advirtió su presencia y le hizo señas para que se retirase, pero viendo que permanecía inmóvil, insistió:
—Juan, te pido un favor; es el último que te pido. pa. deseo doblemente viéndote padecer. Estoy muy bien asistida. Vete y reza por mí; no deseo otra cosa. ¡Adiós?...
Fue el último saludo.
Don Bosco se retiró, obedeciendo a la voluntad de su madre. Y ella entonces entró en agonía. Era el 25 de noviembre, a las tres de la madrugada; el Siervo de Dios oyó los pasos de José que se dirigía a su cuarto. ¡Margarita había volado al Cielo! Los dos hermanos se miraron sin decir palabra y rompieron a llorar en forma que oprimia el corazón de los presentes. Los chicos también, apenas supieron que habian perdido a Mamá Margarita, lloraban inconsolables,
Algunas mujeres que habían ido a amortajar a la difunta pidieron permiso a Don Bosco para llevarse los vestidos de ésta; pero se vieron desilusionadas, porque no encontraron nada. ¡Su único vestido sirvió para amortajarla!
Los funerales fueron modestos, pera despertaron en todos los presentes sentimientos de profunda ternura. La ilustre seriara Margarita Gastaldi, madre del Canónigo Lorenzo, futuro Arzobispo de Turín, dijo que nunca había asistido a unas exequias tan conmovedoras como aquéllas.
Desde el Cielo, Mamá Margarita siguió interesándose por el Oratorio y por los chicos.
En agosto de 1860, cuando se estaban pasando grandes tribulaciones por la incomprensión de los gobernantes, se le apareció a su hijo en plena calle, muy cerca del Santuario de la Consolación. Su aspecto era bellísimo,
—Pero, ¿cómo? ¿Usted aquí, madre? ¿Pero no habla muerto?
—Morí, sí, morí. Pero, ¡estoy viva!
—¿Y es usted feliz?
—; Felicísima!
Le hizo varias otras preguntas, algunas respecto a la casa, y en especial si estaban en el Cielo algunos alumnos, cuyos nombres le dijo, y ella le respondió que sí.
—Y ahora dígame: ¿qué es lo que se goza en el Paraíso? —Es imposible decírtelo. No lo podrías comprender... ¡ Se goza de Dios!
—Déme siquiera una idea de esta felicidad. Hágame sentir siquiera una chispita de esa felicidad.
Sonrió ella. Y se tornó toda resplandeciente, llena de majestad, cubierta con un manto preciosisimo; y detrás de ella un coro imponente de bienaventurados. Púsose a cantar. y con ella todo el coro. Era su canto un cántico de amor de Dios de indecible armonía y dulzura e iba derecho al corazón; lo invadía y lo transportaba sin violentarlo. Era la armonía de mil y mil voces y de todos los tonos, con una variedad de tonalidades, de modulaciones y vibraciones, combinados con tal arte, que es imposible explicarlo. Terminado el canto, se volvió al hijo, diciéndole:
—Te espero allá... ¡Nosotros debemos estar siempre untos.
11. Y desapareció.
Un mes después de la muerte de Mamá Margarita volvía a Turín José Bosco y caía gravemente enfermo de pulmonía
en el Oratorio; pero pronto mejoró notablemente, lo cual fue motivo de que los que le asistían reconociesen en su curación
una gracia singular concedida por la Virgen a las oraciones de su hermano (1).
Apenas se encontró José fuera de peligro, Don BOSCO marchó a Génova, donde fue huésped del marqués Antonio Brignole-Sale. Juntamente con las delicadas consideraciones que le guardó el Arzobispo, contrajo en aquella ciudad muchas apreciables amistades y entre ellas la del Prior de Santa
Sabina, Revdo. Don Frassinetti, y celebró varias conferencias con el abate Francisco Montebruno, Director de gZi (aprendices).
A principios de 1857, y según lo acostumbrado, se hizo en el Oratorio el Ejercicio Mensual de la Buena Muerte, al término del cual se rezaba como siempre un Pater, Ave Maria
(1) Murió después en "Becchi", el 22 de diciembre de 1862, en les brazos del Santo. -este supo la tarde anterior que se encontraba en sus nitirnos momentos y corrió a asistirla Apenas lo vio José, le preguntó: "Juan, ¿qué me traes de Turin?" Y el Santo le respondió: "Te traigo el reino de Dios."
y Gloria por el que de los presentes muriese primero. El jo-veneno Domingo Savia dijo varias veces aquel día:
__En vez de decir "¡por el que muera el primero", debía decirse así: "un Pater, Ave Maria y Gloria por Domingo Sacia que de nosotros será el primero e11 morir!
y, efectivamente, cayó enfermo; Don Bosco lo envió a su casa para ver si el aire natal obraba en él alguna mejoría. s<1.vio, aunque a disgusto, obedeció. Poco después volvió al Oratorio; pero el Santo, siguiendo el consejo de los médicos, quiso que volviese otra vez a su casa el primero de marzo. F.,n el momento de salir, dijo a Don Bosco:
—Usted no quiere mis huesos, y así me veo obligado a llevármelos a Mondonio. La molestia seria de pocos días... Después, ¡todo habrá acabado para siempre! ¡Hágase la voluntad de Dios!
Pidió al Santo que se le admitiera entre los llamados a participar de las indulgencias plenarias a la hora de la muerte, que Don Bosco había obtenido del Papa; le besó la mano y se marchó. ¡Fue aquél, en verdad, su último adiós!
El angélico joven expiraba ocho días después en Mondonio de Asti, diciendo con amable sonrisa a su padre, que lo asistía: "Adiós, querido papá, adiós! ¡Ah, qué cosas tan bellas estoy viendo!..."
"¡Así, en la noche del 9 de marzo de 1857, hubo un ángel 1, menos en la Tierra y un ángel más en el Cielo!"
TaI fue la exclamación de Don Bosco cuando recibió la triste noticia; y tal fue la voz unánime de sus compañeros, al mismo tiempo que llorando y rezando lamentaban aquella dolorosa pérdida.
En la vida que escribió el Santo para memoria de este alumno suyo, se leen muchos hechos extraordinarios con los que quiso Dios premiar las virtudes del angélico joven. El 11 de febrero de 1914, previo Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, el Padre Santo Pío X nombró la comisión encargada de introducir la causa de beatificación de Domingo
Obligado por sus apuros económicos, organizó Don Bosco otra gran tómbola. La comisión organizadora fue presidida por el conde Carlos Cays di Giletta y el barón Jacinto Blanco di Barbania y en ella figuraban muchos nombres muy cono. ciclos de la Nobleza de Turín. Se llenaron seis salas de objetos variaellsimos.
También el ministro Urbano Rattazzi envió un cuadra al óleo y adquirió cuatrocientos billetes de la lotería, que Don Bosco le ofreció, devolviéndoselos "corno un donativo que el Ministro hace a beneficio de dichos Oratorios y en prueba del interés que se toma por el incremento de ellos".
El ministro de la Guerra, Alfonso La Mármora, siguió el ejemplo de Rattazzi, y el ministro de Instrucción Pública,i Juan Lanza, declaró que "con complacencia" reconocía en dicha lotería "una de aquellas obras de exquisita caridad evangélica que tanto honran al país y a quienes con solícitos cuidados la han promovido".
El rey Víctor Manuel adquirió mil billetes; también la emperatriz de Rusia, de paso en Turín, dio trescientas liras para la obra de los Oratorios.
La extracción se hizo el 6 de julio, en presencia del alcalde, en una sala del Palacio Municipal. El provecho que se obtuvo fue tal que sacó a Don Bosco de muchos apuros y le dio facilidades para emprender nuevas obras.
En efecto, no tardó en abrir cerca del Oratorio de San Luis una escuela elemental católica, diurna y diaria. Comenzó por alquilar una parcela de terreno e hizo construir en ella un modesto edificio. Y como no disponía en casa de maestros titulados, se procuró en la ciudad algunos de ejemplar conducta, a quienes él mismo asignó el correspondiente sueldo. Adquirió igualmente los premios necesarios para estímulo de los alumnos. Allí acudieron muchos pobres niños de familias católicas que desertaron de las escuelas protes
tantas, que entonces eran muy numerosas. El celosísimo y piadosísimo teólogo Leonardo Murialdo, con sus generosos donativos y sus trabajos, fue el principal bienhechor de esta empresa.
El año de 1857 señalóse por otra espléndida iniciativa, que era al mismo tiempo una nueva prueba del amor ardiente de Don Bosco al Romano Pontífice: la publicación de las vidas de los Papas, de las cuales dio a la publicidad aquel año cinco fascículos.
El 6 de junio de 1857 fue ordenado de sacerdote Félix Reviglio, primer alumno del Oratorio que recibía aquella dignidad. Pero aquella misma noche se despidió de su bienhechor, porque razonables motivos le obligaban a ejercer el santo ministerio en otra parte de la Archidiócesis.
Don Bosco se convenció una vez más de que le era indispensable comenzar decididamente a trabajar en la fundación de una sociedad que heredase su espíritu y su apostolado. Desde hacía ya varios años daba de cuando en cuando a sus clérigos y a los mejores de sus jóvenes conferencias a propósito. Don Rúa nos dejó memoria de una de ellas, que tuvo lugar a principios de 1854.
"El 26 de enero de 1854 por la noche —escribe— nos reunimos en la habitación de Don Bosco, éste, Rocchietti, Artiglia, Cagliero y Rúa; y se nos propuso hacer, con la ayuda de Dios y de San Francisco de Sales, un ensayo práctico de caridad con el prójimo, para venir después a una promesa; más adelante, si era posible y conveniente, se haría de ella voto al Señor. Aquella noche se puso el nombre de Saleseanos a los que se propusieron, y se propusieran en adelante, semejante ejercicio.
El mismo Arzobispo, Monseñor Fransoni, don Cafasso y el teólogo Borel lo animaron para esta gran empresa; pero algunos dignatarios eclesiásticos, aunque benévolos, la desaconsejaban. Don Bosco mismo comprendía que el asunto era muy difícil; pero la Divina Providencia, que siempre juega con el mundo, ladees corroe ea ama/ témpore, ludens in orbe terrarum, inspiró al mismo Rattazzi, quien le propuso "fundar una Sociedad que conservase y perpetuase su eapí., rito y salvase su obra". Y como Don Bosco le objetara el hecho de la reciente supresión de las Corporaciones Re, ligiosas en los Estados Sardos, le contestó Rattazzi:
—Conozco la ley de supresión y conozco su objeto. No le suscitará a usted ninguna dificultad, con tal que instituya una sociedad según las exigencias de los tiempos y conforme a la legislación vigente.
Y prosigió explicándole cómo debía ser aquella Sociedad para no exponerse a ninguna molestia por parte del Go. bierno.
Pero si el proyecto de una Sociedad nueva, que perpetuase la obra de los Oratorios, agradaba y entraba en los planes de Dios, no gustaba al enemigo del bien, que desfogaba su rabia contra su autor durante la noche con diabólicos trastornos.
La noche en que acabó de redactar las primeras reglas de la Sociedad Salesiana, fruto de tantas oraciones y de tantos trabajos, mientras escribía la frase de conclusión: Ad majorem Dei gloriase!, he aquí que el inimicus hamo sacude la mesa, vuelca el tintero y embadurna de tinta el manuscrito; éste se eleva en torbellino por el aire, cae con acompañamiento de gritos tan extraños que infundían terror y queda, por último, tan emborronado que no podía leerse. Don Bosco se vio obligado a comenzar de nuevo su trabajo.
II
Antes de emprender una obra de tanta importara consultar a Roma. Esto ocurrió el 18 de febrero del Le acompañaba como secretario el clérigo Miguel Rúa;:,
oil San Nicolás de los Arroyos (Argentina). ARRIBA: Vista del actual !agio donde están los Saksianos desde el arao 1900. ABAJO: Fachada antiguo colegio donde dieron comienzo a las clases los primeros
Manos, en 1876, bajo la dirección del Padre José FagnebnO.
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demás le seguían con la mente y el corazón todos los alum. s del Oratorio. El viaje fue bastante fatigoso, porque se mareó mucho; al alba llegó a Liorna, y estaba tan postrado, que no pudo desembarcar. El 21 por la mañana llegó a Civitavecchia; era domingo; desembarcó y, a consecuencia de las molestias sufridas, tuvo que contentarse con oir la Santa Misa. Prosiguió el viaje en coche de postas. En Palo hubo una breve parada, que aprovechó para restablecerse un poco. El dueño de la posada padecía de fiebres malignas; tuvo un largo coloquio con Don Bosco, y éste le dejó una receta con esta recomendación:
—Comience desde hoy a decir un Peter, Ave Maria y Gloria, y esto durante tres meses. El domingo vaya a hacer sus devociones. Si tiene fe, esté seguro de que la fiebre desaparecerá.
1
Y así sucedió efectivamente. Entró en Roma aquella misma noche, a las diez y media. Le acompañaron a casa del conde Rodolfo de Maistre, adonde llegó a las once. Allí recibió cuidados y atenciones sólo comparables a la estimación y antigua amistad que le profesaba aquella excelente familia.
6 El Siervo de Dios ordenó inmediatamente el programa. FTenía gran desea de adquirir mucha y exacta información sobre Roma para continuar escribiendo las Lecturas Católicas, especialmente en lo relativo a la Historia Eclesiástica y a las vidas de los Papas. Ansioso de visitarlo todo y ver las maravillas del arte antiguo y moderno, se decidió a consagrar a todo esto un mes entero sin ocuparas en otra cosa. Su primera visita fue a San Pedro; duró seis horas, desde las once hasta las cinco de la tarde.
En las primeras semanas de su ausencia de Turín loe internos y cierto número de externos no querían confesarse con otros sacerdotes. Fue necesaria una cartita de Don Bosco
para que se resignasen por algún tiempo a dejarse guiar por otros.
El 28 de febrero, por la tarde, lo recibió el Secretario de Estado, Cardenal Antonelli, que le había prometido anunciarlo a Su Santidad y conseguirle una audiencia. El 8 de marzo recibió la fausta invitación. "Esta noticia —escribe—aunque la había esperado y deseado tanto, me produjo una impresión tan extraordinaria, que durante toda aquella tarde no me fue posible hablar de otra cosa sino del Papa y de la audiencia."
La mañana siguiente, 9 de marzo, juntamente con su jo_ ven compañero, fue admitido a la presencia del Vicario de Jesucristo. El clérigo Rúa llevaba un ejemplar, artísticamente encuadernado, de todas las Lecturas Católicas. Hechas las genuflexiones de rigor, ambos besaron la mano del Padre Santo; y Rúa, acordándose de una promesa hecha a sus compañeros, la besó dos veces, una por sí y otra por loa jóvenes del Oratorio.
El afabilísimo Pontífice los hizo levantar.
—¿Es usted piamontés? —preguntó a Don Bosco.
—;Sí,. Santidad, soy piamontés y en este momento experimento el mayor consuelo de mi vida encontrándome a los pies del Vicario de Jesucristo!
—¿En qué se ocupa?
—Santidad, me ocupo en la instrucción de la juventud y en las Lecturas Católicas.
—La instrucción de la juventud ha sido cosa útil en todos los tiempos; pero hoy es más necesaria que nunca. En Turín hay también otro que se dedica a los jóvenes.
Don Bosco sonrió significativamente. El Papa comprendió y se sonrió también. El Prelado que estaba de servicio en la antecámara habla anunciado al abate Bosser en vez del abate Bosco. Conocida la equivocación, Su Santidad tomó un aspecto más jovial y continuó:
—¿Qué hace usted en su Oratorio?
—De todo un poco, Padre Santo : celebro la Misa, predico,
confieso, doy clase; algunas veces me toca barrer la iglesia, 0 ir a la cocina a enseñar al cocinero.
Sonrió el Papa y le hizo varias preguntas respecto a los chicos, a lag clérigos y a los Oratorios; quiso saber el número y nombre de los sacerdotes que le ayudaban y de todos los que colaboraban en las Lecturas Católicas; preguntó al clérigo Rúa si era sacerdote, y qué estudiaba, y volviéndose de nuevo a Don Bosco, exclamó con expresión sonriente:
—Me acuerdo de la ofrenda que me enviaron a Gaeta y de los tiernos sentimientos con que la acompañaron.
Den Bosco se aprovechó de aquellas palabras para expresar la adhesión de todos los jóvenes a la sagrada persona de Su Santidad y le rogó que en prueba de ello aceptase un ejemplar de las Lecturas Católicas.
—Santidad —dijo--, le ofrezco un ejemplar de los libritos impresos hasta ahora y se lo ofrezca en nombre de le. Dirección. La encuadernación es trabajo de los jovencitos de nuestra casa.
—¿Cuántos son esos jóvenes?
—Santidad, los de la casa son cerca de doscientos y los encuadernadores, quince.
—Bien, deseo enviar a éstos una medalla a cada uno.
Y dirigiéndose a otra sala, volvió poco después con quince medallitas de la Inmaculada, otra más grande para el clérigo Rita y otra mayor para Don Bosco,
Éstos se habían arrodillado para recibir los preciosos regalos; y el Padre Santo, creyendo que Don Bosco no tenía más que decirle, estaba para despedirle, cuando éste le dijo con gran humildad:
—Santidad, tengo algo de particular que decirle. r. —Está bien —respondió Pío IX.
El clérigo Rúa se retiró y el Papa continuó hablando con Don Bosco acerca de los Oratorios y de su espíritu; alabó la publicación de las Lecturas Católicas; y después añadió: ' —Querido Don BOSCO, ha puesto usted muchas cosas en movimiento; si muriese, ¿qué sería de su obra?
El Santo respondió que había ido a Roma precisamente para asegurar el porvenir de los Oratorios. Entonces presentó la carta de recomendación de Monseñor Fransorn y añadió:
— Suplico a Vuestra Santidad que se digne darme las bases de una institución que sea compatible con los tiernp" y los lugares en que vivimos.
El Vicario de Jesucristo, después de leer la recomenda. ción del intrépido desterrado y de conocer los proyectos e intenciones de Don Bosco, exclamó muy satisfecho.
— Se ve que estamos los tres de acuerdo.
Y lo exhortó a redactar las reglas de la Sociedad, según el fin que había concebido, dándole a este efecto importantes consejos.
En el curso de la conversación, la sagacidad del Padre Santo notó algo de sobrenaturalmente interesante en su interlocutor y sobre ello le hizo algunas preguntas. Para obedecir, Don Bosco narró al Papa algunos de sus "Sueños" y le impresionaron tanto, que le recomendó escribiera lo que de sobrenatural creyera había en su vida.
Al fin llamaron de nuevo al clérigo Rúa y el Papa los bendijo diciendo: Benedietio, Dei omnipoteritis, Patria et Filii et Spiritus Sancti descendat super te, super socium tuum, super tuos in sortem Dómtini vocatos, super adjutores et benefactores tuos et super omites rieros tuos, et super chnnia ópera tua et máneat nano, et semper, et semper, et semper!
Esta singular bendición de Pío IX produjo su efecto; el clérigo Miguel Rúa tuvo en ella, con todo derecho, una parte importante.
El 14 de marzo Pío IX envió recado con Monseñor de Merode a Don Bosco rogándole que diera los Ejercicios Espirituales a las reclusas en Santa María de los Ángeles y en las Termas de Diocleciano; y el domingo, 21 de marzo, lo in
vitó nuevamente a ir al Vaticano. Lo recibió con señalada benevolencia; le indicó la forma que debía dar a la nueva Sociedad, y añadió:
_E21 conclusión, estudie usted el modo de que cada miembro de ella sea para la Iglesia 147l religioso y en /a saciedael crin./ un ciudadano libre.
Don Bosco le presentó con humildes palabras el manuscrito de las Constituciones. En aquella misma audiencia quiso el papa conocer la historia del Oratorio y le ordenó que confiara a la pluma la revelación de los hechos extraordinarios que precedieron a su fundación, para dejarlo como un precioso recuerdo a sus hijos. La conversación después pasó a otros asuntos; entre ellos el siguiente: Pio IX preguntó a Don Bosco:
—Entre las ciencias a que se ha dedicado usted, ¿cuál es la predilecta?
—Padre Santo, no son muchos mis conocimientos; la que más me gusta y cumple a mi deseo es scire Jesum Christum et hunc crucifixum.
A esta respuesta permaneció el Papa un poco pensativo, y queriendo quizás poner a prueba aquella declaración, le dijo que pensaba nombrarlo camarero secreto suyo con el título de Monseñor.
El Siervo de Dios rehusó con humildad, no exenta de amabilidad y de gracia, aquel honor y pidióle su aprobación y su apoyo para difundir en los Estados Pontificios las Lecturas Católicas y obtener, si era posible, franqueo postal gratuito para aquellas publicaciones. Pío IX prometió complacerle, pero quiso que hablara con el Secreario de Estado. Concedióle además la facultad personal de poder confesar in omni Zoco Ecclesiae. Espontáneamente le concedió amplia facultad de dispensarse del Breviario cuando lo creyera necesario por cansancio o desempeño de sus ocupaciones. Y como si no estuviera satisfecha la bondad de su corazón, le otorgó todas las facultades posibles con estas palabras:
--;Le concedo todo lo que puedo concederle!
Pero no acabaron aquí las demostraciones de predilección de Pío IX para con él. El Padre Santo le manifestó que se complacería en verle asistir a todas las funciones de la Se. mana Santa; por eso el Cardenal Marini, uno de los Cardenales diáconos asistentes al trono, lo admitió como caudatario suyo.
El 4 de abril, día de Pascua, hacia las diez, Pío IX bajó a la Basílica en la silla gestatoria, cantó Misa Pontifical y después, precedido del cortejo de Obispos y de Cardenales, subió a la "logia" o terraza de San Pedro para dar la bendición Urbi et orbi. Don Bosco, con el Cardenal Marini y un Obispo, permaneció por un instante cerca de la balaustrada, cubierta con un paño magnífico, sobre el cual habían colocado la dorada tiara. El Cardenal le dijo:
Mire qué espectáculo!
El Siervo de Dios fijó en la plaza su mirada atónita. Era una muchedumbre de unas doscientas mil personas apretujadas mirando a la logia.
Absorto en la contemplación de tanta gente como de todas las naciones había acudido, Don Bosco no advirtió en aquel momento que los dos prelados habían desaparecido. Fijóse entonces en las dos barras de la silla gestatoria que casi le tocaban los hombros, las cuales no había visto antes. Obligado a quedarse allí, pues no podía hacer otra cosa, se volvió de lado y tocó con el hombro el extremo de un pie de Pío IX. Al aparecer el Papa reinó en la plaza un silencio solemne, y Don Bosco, cuando vio que el pavimento de la logia estaba cubierto de hojas verdes y de flores, se incliné y recogió algunas para recuerdo. Al sonido de la voz de Pío IX se arrodilló; la muchedumbre respondía a la bendi
ción con clamorosas aclamaciones. Cuando Don Bosco se levanté, la silla y el Papa habían desaparecido.
El fi de abril, por la tarde, fue otra vez recibido en audiencia por el Padre Santo, y éste, apenas lo vio, le dijo en tono
serio:
—Abate Bosco, ¿dónde se colocó usted el día de Pascua durante la Bendición Papal? ;Allí, delante del Papa, y teniendo el hombro bajo su pie, como si el Pontífice tuviera necesidad de ser sostenido por Don Bosco!
—Padre Santo —respondió tranquila y humildemente—, me sorprendieron de improviso, y pido perdón a Su Santidad si le he ofendido en algo.
—¿Y todavía se atreve usted a preguntarme si me ofendió?
El Santo miró al Papa y le pareció que el Pontífice bromeaba; y así era, porque en aquellos labios venerandos apareció una sonrisa. El Pontífice continuó:
—Pero, ¿qué ocurrencia fue la suya de recoger flores en aquel momento? Fue necesaria toda la gravedad de Pío IX para no soltar la risa.
Después le dijo que había leído el manuscrito de las Constituciones, desde el primer capítulo hasta el último, y presentándoselo, añadió:
Entrégueselo al Cardenal Gaude, que tendrá que examinarlo y nos dará cuenta a su hora.
Don Bosco lo abrió y vio que Pío IX se había dignado añadir notas y modificaciones de su propia mano. El Padre Santo proponía que, sin más trámites, se entregase a la Comisión encargada de estos asuntos; pero Don Bosco solicitó permiso para ponerlo en práctica por algún tiempo. Pidió y obtuvo varias indulgencias; finalmente suplicó al Papa que le diese alguna máxima para hacerla aprender a sus jóvenes como recuerdo del Vicario de Jesucristo.
presencia de Dios! —respondió el Papa—. Diga a sus jóvenes, en mi nombre, que ordenen siempre su conducta según este pensamiento!...
Después le dio un paquete de monedas de oro, diciendo;
— Tome y déles una buena merienda a sus muchachos. Fácil es imaginar la impresión que hizo a Don Bosco este rasgo de amor paternal.
Durante este primer viaje a Roma trabó amistad con eminentísimos Príncipes de la Iglesia, Obispos e ilustres personajes, entre ellos los Cardenales Antonelli, Patrizi. Joa¡, Gaude y Marina que lo trataron con extremada amabilidad.
En una de estas reuniones, un Eminentísimo purpurado le dijo:
— Don Bosco, predíquenos un poco como usted acostumbra hacerlo a sus muchachos.
¿no sería mejor —observó él— que Sus Eminencias Reverendísimas me predicasen y yo los oyese?
— No, no —añadió el Cardenal—; predíquenos como si nosotros fuésemos sus chicos.
Don Bosco, con toda tranquilidad, comenzó, hablando en dialecto:
— Me cari fieui (mis queridos hijitos):
Y continuó durante un rato relatando en piamontés un pasaje de la Historia Eclesiástica, intercalando diálogos llenos de brío, proverbios y frases jocosas, con avisos, reprensiones, promesas, exhortaciones y otros toques semejantes. Los oyentes, impresionados por lo que entendían y por lo que adivinaban, empezaron a reírse con toda el alma, hasta que el Cardenal, no pudiendo más, exclamó con risa entrecortada:
— ; Basta ; por hoy ya hay bastante!
Así reconocieron todos el maravilloso poder que la palabra de Don Bosco debía de ejercer sobre el ánimo de los niños.
Fiel a su propósito de conocer todos los recuerdos de la Roma inmortal, el Santo empleó muchos días aún en visitar
lugares insignes por su carácter religioso e histórico. Sus
las visitas fueron a la Confesión de San Pedro y a las
Catacumbas de San Calixto, en donde se entretuvo desde
tinlaaecauraj: de la mañana hasta las seis de la tarde.
aao menos que los monumentos de la Roma clásica y la papal cautivaron a Don Bosco los institutos de beneficencia Y los oratorios allí existentes, cuyas ideas y normas recogió para su obra. Visitó, y fue festejadísimo por los jóvenes, el Asilo de "Tata Giovanni" y el de San Miguel de Ripa, los Oratorios de la Virgen de la Encina, de San Juan de los Florentinos y de Santa María del Monte, sostenidos por las Conferencias de San Vieente de Paúl.
Mientras visitaba los grandiosos locales del Asilo de San Miguel, acompañado del Cardenal Tosti y de varios Superiores, alguien dio en silbar y cantar; en una vuelta de la escalera se encontraron con un jovencito, que al verse frente aI Cardenal, a su Director y a un sacerdote forastero, se detuvo sorprendido y mortificado, gorra en mano y la cabeza baja.
El Director lo reprendió ásperamente y lo despidió; pero Don Bosco trató de excusar la vivacidad juvenil del muchacho, y pidió ir a hablar con él. El Director fue tan cortés que se avino a su deseo. Cuando estuvieron en el taller, Don Bosco llamó al joven que, humillado y avergonzado, trataba de esconderse, y le dijo :
—Amigo mío, tengo que decirte una cosa. Ven acá, que tu buen Superior te lo permite.
a EL joven se acercó a Don Bosco, y éste le dijo:
—Lo hemos arreglado todo, ¿sabes?; pero con una condición: que desde ahora en adelante seas siempre bueno y reflexivo. Toma esta medalla y en pago dirás una Avemaría a la Virgen por mí.
El joven, vivamente conmovido, besó la mano que le ofrecía la medalla, diciendo:
---¡Me la pondré al cuello y la conservaré siempre como recuerdo de usted!
Los compañeros, noticiosos de lo ocurrido, sonrieron y
saludaron a Don Bosco, que atravesaba la vasta sala. El 1:41 rector, aprovechándose del episodio, resolvió ser más pareo en sus reprensiones, admirando el arte de Don Bosco para ganarse los corazones.
Salió de Roma el 14 de abril y volvió a Turin siguiendo el mismo itinerario. En Palo encontró curado al posadero, La curación habla sido instantánea. En el vapor conoció a sacerdote que venía de Constantinopla y que se alegró de cal nocer a Don Bosco, porque, como decía Don Rúa, había oído referir maravillas del Siervo de Dios en la capital musulmana (1).
El 16 de abril entraba en el Oratoria. El domingo, 18, se festejó su llegada con función religiosa, música, poesías y un himno de ocasión. El gozo de los chicos subió de punto con los regalos que Don Bosco les traía de Roma.
En unas cuantas "Buenas noches" habló Don Bosco de la bondad con que el Papa lo había recibido, de los favores espirituales extraordinarios obtenidos, del recuerdo de la presencia de Dios; dio cuenta de las monedas de oro que le había entregado para costear una merienda a todos los chicos de los tres Oratorios, la cual se efectuó con grande alegría el día 24 de junio.
Entre los favores espirituales que obtuvo de Roma fue uno la indulgencia especial para Don Cafasso.
(1) La curación del posadero de Palo Intrigó a médicos y faunaCéuticos, que analizaron químicamente las píldoras, y hallaron ql.e sao contenían harina y azúcar.
Quién hubiera dicho que la politica seguiría persiguiendo a Don Bosco! Pero así era.
El 10 de enero de 1859, en la apertura de las Cámaras, Víctor Manuel pronunció estas palabras:
"El horizonte en medio del cual aparece el nuevo año no está sereno... Nuestro país, pequeño por su territorio, ha adquirido crédito en los Consejos de Europa, porque ea grande por las ideas que representa y por las simpatías que Inspira. Esta condición no está exenta de peligros, pues aun respetando nuestros compromisos, no podemos mostrarnos insensibles al grito de dolor que de todas partes de Italia se levanta hasta nosotros."
Los trabajos para llegar a la unidad nacional de la Península estaban para entrar en su última fase.
Esta labor se hizo notoria a todos. El Papa encargó a Don Bosco que hiciera llegar una carta suya secretísima a Víctor Manuel. Por e] mismo conducto recibió la respuesta.
Por su parte, también Don Bosco, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, no obstante las advertencias hechas y las promesas recibidas, escribió nuevamente al Rey para disuadirlo de la llamada desamortización y de la anexión de los Estados Pontificios. Esta carta, de la cual no parece que se haya conservado copia, comenzaba así: "Dicit Dóminus:
Regi rostro, vita bravía"; y anunciaba nuevas desgracias, si continuaba la guerra contra la Iglesia. Contenía pocas frases, pero concisas e imperiosas. El soberano quedó turbada cuando leyó aquella misiva, y la mostró a los ministros. Estos no la ocultaron a ciertos empleados de sus ministerios. Así se esparció la voz de que Don Bosco había anunciado a Víctor Manuel su muerte! Pero el Siervo de Dios, al exponer a non Rúa y a otros el texto de esta carta, añadió:
—La frase Vito brevis puede explicarse de muchas maneras sin necesidad de atribuirle un sentido tan estrictamente material.
Era una nueva prueba del afecto sincero que el Siervo de Dios sentía por su Rey y por la Casa de Saboya; pero este afecto, mal comprendido, fue quizás causa de las primeras sospechas peligrosas que inspiró su humilde persona.
En aquellos días dio también una prueba elocuente de su singular caridad. Después de las batallas de Montebello, Palestra, Magenta y Melegnano, varias ciudades del Piamonte, y sobre todo Turín, se llenaron de prisioneros y de heridos, a los cuales ciertamente no faltaron los socorros de la religión y de la ciencia. Don Bosco experimentó una gran satisfacción confortando a muchos austríacos, casi todos húngaros, polacos, tiroleses, y abrió las puertas a centenares de soldados franceses, muchos de los cuales se acercaron a los Sacramentos con un aspecto tan edificante, que demostraban ser de familia de mucha piedad y religión. Contento sobremanera, invitaba de cuando en cuando a algunos de ellos a comer. Era un gracioso espectáculo verlos fraternizar con los nuestros, balbuceando el francés los unos y los otros mascullando el italiano. Divertíanse algunos oficiales con tanta efusión y contento, que parecían gente de casa.
Cierto día, mientras se dirigía a Colegno a visitar a un enfermo, a cuatro millas de Turín, en el camino de Rívoli, se encontró con una docena de "turcos" que quisieron acompañarle, aunque algunos de ellos se hallaban conva/ecientes' de las heridas que habían recibido. En Colegno no pudo des'
pachar tan pronto como esperaba; cuando salió de la casa del enfermo, el reloj indicaba el mediodía. Entonces ofreció a sus compañeros de viaje una modesta comida en una fonda, os-atándose con ellos y haciéndoles pasar un día del que guardaron gratísimo recuerdo. Cuando volvieron a la ciudad refirieron los "turcos" la cosa a su jefe. Experimentó éste tanta admiración, que al día siguiente fue al Oratorio a dar las gracias a Don Bosco con palabras rebosantes de la más viva gratitud.
Dicho se está que "los turcos" eran soldados extranjeros.
Al mismo tiempo recurría a la caridad pública para procurar libros franceses a los soldados franceses y libros en alemán a los austríacos que se hallaban recogidos y custodiados en el Colegio Eclesiástico.
Por todos estos y otros motivos, los soldados franceses, residentes entonces entre nosotros, cobraron tanto afecto al Oratorio, que, cuando recibieron orden de salir de Turín, corrieron a cumplimentar a Don Bosco y a sus maestros, demostrándoles la más profunda gratitud. Algunos continuaron carteándose con el Siervo de Dios y con algunos de la casa, especialmente con Don Rúa, que había sido su maestro de Aritmética.
Con el nuevo año escolar de 1859-1860 tuvo la satisfacción de ver funcionar en el Oratorio las cinco clases del "Gimnasio".
El 9 de noviembre escribió una carta de condolencia al Padre Santo por los hechos que estaban realizándose en daño de la Religión y de la Santa Sede. La carta la firmaron todos los chicos y la enviaron a Pio IX.
El 8 de diciembre se cumplieron dieciocho años del comienzo de la obra de los Oratorios. Don Bosco anunció a toda la Comunidad que al día siguiente por la noche, después que los alumnos se retirasen a descansar, pensaba tener en su aposento una reunión de gran interés para los que le ayudaban en los trabajos del Oratorio.
rstos respondieron a la invitación. Don Bosco, después
de invocar las luces del Espíritu Santo y la asistencia de la Virgen Santísima, recordó lo que ya había expuesto en ante. riores conferencias; y visiblemente conmovido, expuso qn5 había llegado la hora de dar forma a aquella Sociedad, desde tanto tiempo atrás meditada, y los invitaba a que manifea. tasen si querían ingresar en ella bajo la advocación de San Francisco de Sales: a la reunión siguiente asistirían, pues, sólo los que se decidieran a ello.
La nueva conferencia se celebró el 18 de diciembre. so. lamente faltaron dos de los invitados. Acto seguido se redactó el acta de constitución de la Sociedad; se hicieron las primeras elecciones de cargos. Se rogó a Don Bosco, iniciador y promovedor, que se dignase aceptar el cargo de Superior Mayor".
A. fines de 1859 ll Galantuomo, almanaque popular que desde 1853 publicaba Don Bosco y ofrecía como regalo a los suscriptores de las Lecturas Católicas, salió con un prólogo bastante singular, en el que, después de dar noticias de la guerra de 1859, anunciaba "tristes presentimientos". No era la primera vez que el almanaque hacia profecías, que al año siguiente cumplidamente se comprobaban. Tales predicciones no pasaron inadvertidas y dieron motivo para llamar a Don Bosco al Ministerio a fin de que diera explicaciones.
Aunque las dio, crecía la sospecha de que él maquinaba algo contra el Estado. Pío IX había respondido con un "Breve" a la carta que le habían enviado del Oratorio, y el "Breve", publicado por Don Bosco en las Lecturas Católicas en hoja separada, con el texto latino y la traducción italiana, y grandemente difundido, aumentó los recelos del Gobierno. Se decía que, no obstante las obras que despertaban la admiración y que le habían ganado el favor de muchos, aun entre los liberales, Don Bosco mantenía relaciones secretas con la Santa Sede, con los Jesuitas... y, como suele suceder siempre
en casos parecidos, se dijo además que en el Oratorio de Valdocco había una habitación llena de armas. Por todo esto, el ministro del Interior, Carlos Luis Farini, que repetidas veces había oído asegurar semejente especie, hacía vigilar a Don Bosco.
Finalmente ordenó el Gobierno una inspección en el Oratorio. Esta resolución fue tomada con motivo de una carta reservada enviada a Don Bosco por Monseñor Fransoni, en la cual el ilustre desterrado le rogaba se encargase de entregar a los párrocos una pastoral reservada que contenía ciertas normas necesarias para la manera de proceder en medio de las luchas que debían sostener por la justicia. La carta había sido secuestrada y entregada al ministro.
Don Bosco ignorando el incidente de la carta, estaba muy lejos de pensar en una inspección; tres días antes de ella, en la noche del 23 al 24 de mayo, tuvo un sueño. Le pareció que una cuadrilla de esbirros estaba registrando su habitación y que uno de ellos, benévolamente, le indicó algunos papeles que podían comprometerle, aunque eran completamente extraños a la política. Al día siguiente refirió el sueño bromeando e hizo desaparecer dichos papeles.
He aquí en resumen lo que ocurrió:
Eran las dos de la tarde del 26 de mayo, vigilia de Pentecostés; los niños terminaban el recreo; el Siervo de Dios estaba para retirarse a su estancia, cuando se le presentó una pobre mujer con su hijo y una carta de recomendación del Ministerio del Interior.
Mientras estaba leyendo la misiva llegan tres caballeros muy bien vestidos, uno de los cuales le dice:
—Tenemos necesidad de hablar con Don Bosco.
—Heme aqui —respondió—. Tengan paciencia por un momento, mientras atiendo a esta señora.
Pero como no parecían nada dispuestos a ello, pregaz. tóles:
— Pero, ¿quiénes son ustedes y qué quieren de mí?
— Hemos venido para practicar una visita domiciliaria,
Entonces comprendió lo que ya había entrevisto. Eran el ahogado Grasso, delegado de Seguridad Pública, y los abogados Túa y Grasselli, representantes del Fisco. Pero no ae satisfizo con sus palabras, sino que pidió que le mostrasen la orden. La habían dejado en la oficina del Cuestor; uno de ellos fue allá a recogerla. Entretanto dieciocho guardias de Seguridad Pública, unos de uniforme y otros de paisano, se distribuían por el patio y por las escaleras, mientras los res• tantea se colocaban de centinela en la puerta del Instituto. El Santo, sereno y tranquilo, aprovechó la pausa para ter. minar su conversación con la pobre mujer, y volviéndose muchacho, le dijo:
—Hijo mío, te quedarás aquí conmigo y comerás el pa de Don Bosco.
Sonaron las dos y los educandos se retiraron a sus estudies y talleres; pero la vista de tantos guardias sembró la alarma en toda le. casa, y más, porque se dijo que habían venido a detener a Don Bosco. ;Qué consternación? Nadie quería continuar en las clases ni en los talleres. Unos alborotados y otros llorando, todos pedían que los dejasen salir para defender a su buen padre o ir a la cárcel con él. Durante algunos instantes la escena fue tan conmovedora, que muchos años después los antiguos alumnos, al recordarla, lloraban. Algunos de Ios mayores corrieron al lado de Don Bosco, y uno, en voz baja, Ie preguntó:
— ¿Nos permite usted que echemos fuera a esta gente?
—No —respondió Don Bosco—; al contrario, os prohibo que ni de palabra ni de obra molestéis a nadie. No tengáis miedo.
Cuando trajeron la orden, el delegado la dio a leer a Don Bosco. En ella se ordenaba también una visita domiciliaria en casa del canónigo Ortalda, del sacerdote Don José Ca-
faso y del conde Cays. Esto explicaba "el olvido" de la orden. Después de esto, todos subieron a la habitación de pon Bosco.
En la parte alta de la puerta que daba ingreso a la biblioteca estaban escritas las palabras "Alabados sean siempre los nombres de Jesús y de María", etc. El abogado Túa las leyó en tono burlón. El Santo se detuvo y añadió:
—; Por siempre sea alabado...?
Mas antes de terminar la jaculatoria que se acostumbraba cantar entre nosotros, escrita también sobre la puerta contigua, que conducía a su habitación, volvió atrás y ordenó a todos que se quitasen el sombrero.
Viendo que nadie obedecía, replicó con toda seriedad:
—Ustedes han comenzado en son de mofa y ahora deben acabar con el debido respeto; ; mando a todos que se descubran la cabeza!
Ante estas resueltas palabras, juzgaron conveniente obedecer, y él prosiguió:
—... El nombre de Jesús, Verbo encarnado.
Entró en su habitación 'con aquellos señores, a los cuales se agregaron dos guardias, y se puso a sus órdenes. ¡Le pusieron las manos encima y le registraron los bolsillos, la cartera, el portamonedas, la sotana, los pantalones, el chaleco, les bordes del hábito y aun la borla del bonete, para encontrar, como ellos decían, "el cuerpo del delito"! Si¡ al menos hubiesen obrado de modo delicado! Pero no, empujaban al pobre Don Bosco en todos sentidos, hasta tal punto que dejó escapar estas palabras:
—Et mem soeicratia reputo tus est!
—¿Qué dice usted? —preguntó uno.
Y él, con su penetrante mirada, respondió:
—¡Digo que hacen ustedes el mismo servicio que otros hicieron en otro tiempo al Divino Salvador!
Después del registro de su persona pasaron a las habitaciones, una de las cuales servía de biblioteca. Lo primero que cayó en sus manos fue un cesto lleno de papeles. El ab°, gado Grasselli dirigió la mirada a los papeles y vio un sobre vacío con sello de los Estados Pontificios.
—¡Nadie toque ese cesto! —exclamó.
— ; Guardias, atentos? —añadió el delegado—. Guarden todo eso.
El fiscal en unión de sus colegas, separo uno por uno los sobres y pedazos de papel y todo lo demás, con mucha fatiga y sin ningún resultado.
Dirigiéronse entonces a. la mesa y de la mesa a los arma.. ries, a los estantes, a todos los rincones. Todo fue objeto del más detenido y minucioso examen.
En vista de que el registro se prolongaba, el Siervo de Dios púsose a escribir cartas, y aun éstas quisieron leerlas los "visitantes".
Encontraron un cajón Cerrado con llave y creyeron haber dado con el cuerpo del delito; pero con gran confusión vieron que no contenía sino las cuentas o facturas del pan, del arroz, del aceite y otros comestibles para el Oratorio. "Pan suministrado a Don Bosco por el panadero Magra: liras 7.800. Cuero facilitado al taller de zapatería: liras 2.150..." etc.
— Pero, ¿qué papeles son éstos? —preguntaron.
— ¿No han comenzado ustedes? —replicó Don Bosco—. Pues continúen y lo sabrán. ;Si al menos se decidieran ustedes a pagar alguna de esas deudas...!
Se sonrieron picarescamente.
;Quién lo creería! La caridad de Don Bosco acabó por triunfar también de la mala disposición de aquellos peseuioidores.
Su calma, sus chistes y sobre todo su amabilidad habían desarmado de tal manera a aquellos señores, que acabó por
dirigirles un buen sermoncito, de modo que, vivamente impresionados, terminaron por decirle:
Don Bosco, si continúa predicando así, tendremos que ir a confesarnos todos!
—; A propósito, a propósito! Hay es sábado y mañana la solemnísima fiesta de Pentecostés... Y aunque tengo que confesar a mis chicos, me pongo a disposición de ustedes.
—,Seria digno de transmitirse a la posteridad —observó el abogado Túa—s que el registro acabase en confesión!
Después de cuatro horas, en vista de lo inútil de las diligencias practicadas, ordenaron a los guardias retirarse. Los visitantes iban también a hacerlo; pera el Siervo de Dios exigió que extendieran acta de lo practicado. Obedecieron, y declararon haber efectuado con el concurso del sacerdote Juan Bosco "una diligente visita a todos los rincones, escondrijos, papeles y libros existentes en las dos habitaciones que sirven de morada al mismo" y que, "después de las más minuciosas pesquisas, no se encontró nada que pueda interesar a los fines de la seguridad y sosiego públicos".
Como hacía calor y el trabajo había sido fuerte, Don Bosco mandó traer un par de botellas de vino espumoso y bizcochos y todos brindaron en honor de la visita domiciliaria.
Cuando se marcharon los visitantes, Don Bosco fue objeto de las más afectuosas atenciones de sus jóvenes, que se le acercaron al punto, como los ángeles al Divino Salvador después que Satanás se retiró maltrecho cuando, por tres veces, le tentó en el monte de la "Cuarentena".
La noticia de la visita domiciliaria se había difundido por las cercanías del Oratorio mientras se efectuaba aquélla. El canónigo Anglesio, Padre de la Pequeña Casa de la Divina Providencia y sucesor del canónigo Cottolengo, fue inmediatamente allí para consolar a Don Bosco, y corno los guardias del patio le prohibieran la entrada, dijo a un clérigo:
—Vea a Don Bosco y dígale de mi parte que cobre ánima Y tenga confianza. El Señor ha puesto a prueba el Oratorio
de San Francisco de Sales, pero hoy lo bendice, y quedará con tal firmeza consolidado y logrará tanto incremento y desarrollo, que irradiará su benéfica influencia fuera de lay. rin para penetrar en muchas otras partes del mundo.
Y ocurrió entonces que, al oriente del Oratorio, donde había un edificio que varias veces el Santo había intentado comprar, aunque en vano, ahora, después de aquella visita, su propietario, Filippi, le preguntó si todavía pensaba adquirirlo. La contestación fue la firma del contrato de esta coro_ praventa.
Pero el resultado de aquella pesquisa domiciliaria no había satisfecho a los enemigos de Don Bosco. Quince días después, el 10 de junio por la mañana, juntamente con muchos guardias, fueron al Oratorio el señor Malusardi, secretario del ministro Farini, el caballero Gatti, Inspector General en el Ministerio de Instrucción Pública, y el profesor Petitti, para practicar otra inspección.
El Santo había ido a la ciudad. Inmediatamente se enviaron varios jóvenes a buscarlo, pero no lo encontraron. Loe tres enviados se presentaron entonces a Don Alasonatti, al cual explicaron el objeto de su visita. Malusardi pidió el libro de las cuentas. Se les había metido en la cabeza que Don Bosco había recibido grandes cantidades de dinero del Papa y de los príncipes destronados, con el pretexto de proveer a las necesidades de los jóvenes, pero en realidad para reclutar soldados y hacer la guerra al Gobierno. Por eso querían dar con el tesoro y no con las deudas; y así Malusardi, con voz imponente, dijo a Don Alasonatti:
--¡Usted nos engaña! ;Usted tiene dinero y quiere ocultárnoslo! ¿Usted es un jesuita; pero tendrá que habérselas con nosotros!
Así diciendo lo agarraron por los brazos, lo sacudieron y
lo zarandearon innoblemente. Con este tratamiento bárbaro, el hombre de Dios, debilitado por sus ocupaciones y poca salud, sintió faltarle las fuerzas.
—Pero yo, señores, no les hago ningún mal —exclamó. Y cayó desvanecido.
Comprendieron que habían abusado de su poder y trataron de remediarlo sosteniendo al accidentado y acomodándolo en una silla.
En aquellos momentos, traído por la Divina Providencia, entró Don Bosco. Cuando vio el deplorable estado en que se encontraba su digno ayudante, con gran pena lo tomó por la mano y lo llamó. Don Alasonatti, a la palabra de Don Bosco, pareció volver en sí y con débil voz respondió:
—Don Bosco... vira patior (padezco violencia).
—Lo veo. No se inquiete; ahora que estoy aquí, me encargaré de todo; tenga ánimo.
Dichas estas palabras de consuelo al pobre paciente, se volvió a los visitantes preguntándoles qué deseaban. Como parecía que Don Alasonatti estaba para sufrir un nuevo accidente, exclamó:
— Ustedes abusan de su poder; debían ser jueces y se convierten en verdugos. Con semejante proceder no lograrán ni las bendiciones de Dios ni la estima de los hombres, sino una página infame en su historia!
Al mismo tiempo los hizo pasar a la habitación contigua, donde dijeron que tenían encargo de registrar la casa y visitar las clases, practicando aquellas diligencias decorosa y amistosamente.
— Si tenían ustedes el encargo de hacer las cosas amigagable y cortésmente —les advirtió—, no había necesidad de venir acompañados de una cuadrilla de polizontes ni de espantar a mis pobres niños.
Y añadió otras palabras de enérgica protesta contra aquella vejación.
Su hablar franco y decidido desconcertó no poco a los visitantes, que dejaron entrever en sus contestaciones que reconocían había obrado arbitrariamente y trataron de mimen-darse ordenando a los guardias que se retirasen a uno, terrenos cercanos al Oratorio.
La conversación se prolongó durante media hora. Al fin solicitaron ver las clases. Don Bosco accedió y los acompañó el mismo Don Alasonatti, ya repuesto.
Quisieron examinar todos los libros de texto; preguntaron a Don Bosco su opinión sobre el Estatuto, el Ejército e Italia. El mismo Catecismo les sirvió de pretexto para hacer extrañas y maliciosas preguntas a los niños, que nunca hubieran imaginado, y arrancarles respuestas inesperadas.
Al mediodía los maestros y los jóvenes fueron a comer. Los visitantes, acompañados por Don Bosco, aprovecharon el tiempo para registrar la casa. Metieron la nariz en todas partes, hasta en los dormitorios, donde manosearon las almohadas y revolvieron los colchones.
Los pobres muchachos llegaron a darse cuenta de lo que pasaba.
A las dos, acabado aquel angustioso recreo, los artesanos entraron en sus talleres y los estudiantes en las clases, y al momento continuó el examen de los alumnos, a quienes agobiaron a preguntas sin tacto ni medida.
Después de casi siete horas de inútiles trabajos, los peaquisidores dieron por terminada la empresa y decidieron marcharse. Secuestraron un paquete de cuadernos de varias clases y una "Vida" del joven Domingo Savio. Don Bosco añadió a esto el Reglamento de la casa, que entonces estaba solamente manuscrito, para que llevasen la documentación completa.
—En este Reglamento —dijo— verán los señoree ministros en qué principios y máximas morales se apoya la educación que yo doy a mis jóvenes; y podrán convencerse de que este Instituto, en vez de suscitar dificultades al Gobierno, coopera al bienestar de las familias y de la sociedad, formando buenos hijos y honrados ciudadanos. Espero, pues!, que nos dejarán en paz a mi y a mis pobres niños. "
Cuando se vio libre de la visita, invitó a los alumnos a ir a la ielesia para dar gracias a Dios. Pronto tuvo dos consuelos: el primero, que dos de los principales instigadores de esta doble visita fueron a verlo pocos días después para asuntos de conciencia. Pero el consuelo mayor fue que al día siguiente de la segunda visita fiscal que hemos narrado, los miembros de la naciente Sociedad Salesiana prometían, de común acuerdo, no dejarse desalentar por los tristes acontecimientos de aquellos días.
"El 11 de junio —dice la crónica del clérigo Ruffinosuscribimos las reglas de la Congregación de San Francisco de Sales para enviarlas al Arzobispo Fransoni; e hicimos entre nosotros la promesa solemne de que, si por desgracia, a causa de las dificultades y de los aciagos días presentes, no se pudieran emitir los votos, cada uno de nosotros, dondequiera que se encontrase, y aunque todos estuviéramos dispersos o no hubiera más que dos, y aun uno solo, se esforzaría en promover la Sociedad y observar siempre, en cuanto le fuera posible, las reglas."
Por la bondad de Dios, las vejaciones ya mencionadas ganaron para Don Bosco y el Oratorio las simpatías de la gente de bien y aun de aquellos que discrepaban de él en materia de religión, pero que pasaban por personas honradas y amantes de la verdadera libertad. Urbano Rattazzi, que entonces ya no era ministro, sino simple diputado, se indignó sobremanera y calificó de inicuas aquellas vejaciones, añadiendo que merecían ser denunciadas a toda Europa.
Don Bosco, para quitar todo pretexto a ulteriores atropellos, envió al ministro del Interior, Luis Farini, y al ministro de Instrucción Pública, Terencio Mamiani, una breve exposición de la Obra de los Oratorios, y pidió a Farini una enl r evista, cuya fecha se determinó, pero que tardó en cele
bra' La tormenta no se había disipado todavía, aunque
de la Quinta División del mismo Ministerio le llegaron varias' recomendaciones, para que aceptase en el Asilo a jóvenes pobres y abandonados. En poco tiempo recibió ocho peti. ciones de esta clase.
Una amargura mayor aún esperaba en aquel mes a Don Bosco: la muerte de su amigo y bienhechor don José Cafasso, ocurrida en la mañana del 23.
En la comitiva fúnebre tomó parte una representación del Oratorio de Valdocco, y entre doscientos sacerdotes, también asistió Don Bosco. La capilla del camposanto no pudo contener a los acompañantes de aquellos venerandos despojos; en los días siguientes continuaron visitando su sepulcro las personas por él beneficiadas.
El testamento de Don Cafasso contenía un importante legado para Don Bosco. Por éste y por tantos otros beneficios, en el Oratorio se rezó mucho por el alma de Don Cafasso. El 10 de julio quiso Don Bosco tributarle un acto de pública gratitud con un funeral, suntuoso en cuanto lo permitía su pobreza. Antes de las exequias leyó, llorando muy conmovido, a modo de elogio fúnebre, una breve biografía del sacerdote difunto, acondicionada al deseo y capacidad de sus oyentes.
El 30 de agosto pronunció la oración fúnebre en alabanza de Don Cafasso en los solemnes funerales celebrados en San Francisco de Asía De su profunda gratitud dio elocuente prueba haciendo imprimir ambos discursos.
Pero las sospechas que inspiraba el Oratorio al Gobierno no habían desaparecido. Como Don Bosco no había logrado una audiencia de Farini, se dirigió al caballero Silvio Spaven• ta., Secretario General del Ministerio del Interior. Bate tam
eo quiso recibirlo entonces. Pero como siguió insistiendo, tue citado, por fin, para una audiencia el 14 de julio, a las once horas; mas, olvidadizo o arrepentido de la palabra dada, le mandó a decir que no era posible recibirle a causa de los graves negocios que tenía entre manos. Al oir aquella salida, respondió Don Bosco:
--;Esperaré hasta que el señor secretario pueda recibirme!
y estuvo esperando ;desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde!
Durante aquel tiempo se llenó la sala de personas de toda dase y condición; todas pasaron, pero el turno de Don Bosco no llegaba nunca. Finalmente, el caballero Spaventa, avergonzado quizás de tan inconsiderada demora, que no debía imponerse ni siquiera a un barrendero, se presentó y preguntó a Don Bosco qué deseaba.
--Tengo necesidad de hablar con Su Señoría... Deseo una entrevista confidencial.
—Hable aquí; todos los presentes son personas de confianza.
El Santo, sin cuidarse de aquella descortesía, con voz tranquila le contestó:
—Caballero, estoy manteniendo y educando a quinientos niños pobres; desde este momento los pongo en sus manos. Le ruego que se cuide de su porvenir.
El pavoroso problema que entrañaba esta inesperada réplica hizo un efecto fulminante en el ánimo de todos los presentes en el salón. Ansiosos de ver cómo acabaría aquel diálogo. se acercaron a los interlocutores. El secretario introdujo entonces cortésmente a Don Bosco en su despacho y volvió a repetir las acostumbradas acusaciones; pero al fin trató de conseguirle aquella misma tarde una audiencia del ministro. que no pudo efectuarse, aunque le aseguró que le notificaría el día y la hora en que el ministro lo recibiría sin falta.
É Terminada la conversación, el secretario lo acompañó
hasta la escalera. Los ujieres, al ver aquel rasgo de cortesia, se inclinaron también ante el humilde sacerdote; más de uno le besó la mano y aun no faltó quien le acompañó hasta el pórtico.
Don Bosco regresó al Oratorio a las ocho de la noche; aún no había almorzado.
El 16 de julio, a las once de la mañana, fue recibido en audiencia por Farini. 2ste, apenas lo vio, le estrechó la mano saludándole cortésmente; después lo condujo al salón y, cara. aladas algunas palabras, lo acusó de haberse mezclado en política y de comprometerse en maquinaciones con los enemigos de la patria. Don Bosco protestó serena, pero enérgicamente.
Farini, admirado y resentido, con tono autocrático y frunciendo las cejas de modo amenazador, le advirtió que no se dejase llevar de excesivo ardor y de celo importuno y que recordase que estaba hablando con e] ministro. El Santo respondió que no tenía miedo. El ministro le amenazó con mandarlo a la cárcel; pero no por esto el Siervo de Dios perdió su imperturbable serenidad.
Farini volvió a sus acusaciones y Don Bosco insistió serenamente en rebatirlas, hasta que el ministro dijo:
— ;Pero es que tenemos cartas... poseemos testimonios!
— Pero, ¿por qué no se me presenta alguna? Tocante a eso, yo no pido gracia, sino justicia. A usted y al Gobierno pido justicia, no para mí, que no temo nada, sino para los pobrecitos de mis niños, que viven en continua consternación por los frecuentes registros que se hacen en el Oratorio; para aquellos mismos niños que me han enviado el Gobierno y Su Excelencia mismo.
A estas palabras Farini pareció turbarse y aun comnoverse ; y poniéndose de pie se puso a pasear silenciosamente por la sala. En su poder obraba la carta secuestrada del
Arzobispo Fransoni y podía habérsela mostrado a Don Hosco; quizás se lo impidió la vergüenza de haber violado el secreto
postal.
Después de algunos minutos se abrió la puerta y apareció el conde Camilo de Cavour, entonces ministro de Relaciones Exteriores y Presidente del Consejo. Con aire sonriente y frotándose las manos, preguntó, como si lo ignorase todo:
* Qué sucede? ;Oh, téngase un poco de consideración
con este pobre Don Bosco y arreglemos las cosas amistosamente. Yo siempre he querido bien a Don Bosco y continúo queriéndolo... ¿De qué se trata, pues? —repitió tomando por la mano si Santo e invitándolo a sentarse—. ¿Qué pleitos son éstos?
je La conversación se prolongó un rato. Cavour repitió a Don Bosco que había hecho mal en intervenir en la política y sobre todo en ponerse de parte del Papa contra el Gobierno. El Siervo de Dios respondió que, como sacerdote y en cuanto a la Religión, estaba con el Papa y con él pensaba continuar, como buen católico, hasta la muerte; sin que por eso dejara de ser buen ciudadano. Y añadió:
— Hace veinte años que vivo en Turín; he escrito, he hablado, he obrado públicamente, como Su Señoría sabe, y desafío a todos a que presenten una línea, una palabra o un acto que pueda merecer censura de la autoridad gubernativa. Si no es como digo, que se pruebe; si soy culpable, castígueseme; pero sí no lo soy, déjenme atender en paz a mi obra.
Los dos ministros le hicieron nuevas objeciones, a las que el Santo respondió cumplidamente. Farini iba conmoviéndose. Cavour acabó diciendo:
—Siempre he visto en usted el tipo del hombre de bien; por eso opino que deben acabarse todas las dificultades que contra usted se intenten suscitar y que se le deje en paz.
--Sí —reptió Farini—; acábese todo eso.
1, Y concluyó recomendándole que fuese prudente.
Levantáronse todos y los dos ministros le estrecharon la mano.
— ¡De modo que estamos de acuerdo! —dijo Cavour_. Seremos amigos en Io futuro también; y usted... rezará por nosotros.
— ¡Oh, sí, pediré a Dios que les ayude en la vida y en la muerte!
Y regresó a Valdocco lleno el corazón de gratitud al Señor, porque tan visiblemente le había asistido.
Aquel mismo día se extendía el contrato de compra de la casa Filippi. El valor del inmueble y el importe de los gastos de escritura importaron unas cien mil liras. ¿De dónde salieron? De las arcas de la Providencia.
El Oratorio prosperaba cada vez más. Otros tres alumnos habían llegado al sacerdocio y entre ellos el que tanto debía ayudar al Santo y que, como nuevo Eliseo, heredaría la misión y el espíritu de Don Bosco, es decir, Don Miguel Rúa.
La justicia de Dios parecía intervenir. El comendador Farini, que amenazó a Don Bosco con encarcelarlo, se volvió loco y acabó por ser recluido en un manicomio. El mismo funesto fin tuvieron tres de aquellos que más decididamente intervinieron en inspirar y llevar a cabo las vejatorias investigaciones.
En el mismo mes de julio aceptaba Don. Bosco, a petición del Arzobispo Fransoni, la dirección del Seminario de Giaveno, que por las pasadas persecuciones había venido muy a menos. Se reservó la dirección suprema: propuso para Rector aI sacerdote Juan Gassino, envió como maestros y asistentes a varios de los clérigos pertenecientes a la incipiente Sociedad Salesiana y para reforzar el alumnado mandó a casi todos los alumnos del Oratorio que podían pagar algo de pensión.
En el año escolar de 1860-61 hizo dos visitas al pequeño %culinario en calidad de Superior. Le hicieron el recibimiento quese merecía come a Padre amadíaimo. Las dos visitas fueron dos triunfos.
El Pro-Vicario, canónigo Vogliotti, y todo el clero de Giaveno y el pueblo entero se maravillaron del rápido florecimiento de aquel instituto. El canónigo Don Inocencio Ardid-no declaró que "¡no ya un retrato, sino una estatua se merecía Don Bosco!"
En efecto, a fines de 1861 el pequeño Seminario estaba floreciente: los alumnos habían llegado a doscientos dieciséis y en los meses siguientes alcanzaron la cifra de doscientos cuarenta. Satisfecho de haber encaminado bien aquel Instituto: se retiró prudentemente Don Bosco después del segundo año, llamando al Oratorio a los clérigos que deseaban continuar formando parte de su Sociedad. Fue aquél el primer ensayo de la bondad de su sistema educativo, practicado fuera del Oratorio.
El mismo año de 1860 obtuvo de Monseñor Caiabiana, Obispo entonces de Casale, el permiso para erigir un pequeño Seminario en Mirabello, y en octubre del mismo año abría las puertas del Oratorio a veinte clérigos de la diócesis de Asti, hallándose vacante esta sede episcopal y el Seminario ocupado por el Gobierno.
Los miembros de la naciente Sociedad de San Francisco de Sales procuraban imitar los ejemplos de su buen Padre atrayéndose a los jóvenes del Oratorio con la dulzura y el amor.
Un medio singular con el que hizo Don Bosco gran bien y del cual dejó en muchas partes del Piamonte y de la Ligaría grata memoria, y a la Pedagogía una obra precursora, fue el de los paseos y excursiones. En ellas sembró mucha bien. En ellas pescó vocaciones excelentes. Más de una vez hemos indicado las jiras que se hicieron a "Secan"; pero deberíamos hablar del desarrollo que dio, durante más de diez años consecutivos, a las excursiones pedagógico-apostólicas en grande estilo, por todo el Monferrato y todo el Piamonte y Ligarla, por montes y costas marítimas.
Adquirieron en 1859 una orientación de original apostolado. Villa San Secando, Motiglio, Primerano, Marmorito, Pica, Mon coceo, Albugnano, ~tafia, Primeglio, Cortazzone, Pino de Asti y otros pueblos recibían, festejándolos, a los jóvenes excursionistas que iban a divertirlos con la gimnasia y las representaciones teatrales; a enfervorizarlos con sus funciones litúrgicas y su frecuencia devota de los Sacramentos; a darles conciertos de buena música, clásica o popular, a cuyo efecto llevaban su banda y sus atuendos escenográficos y a veces sus tiendas de campaña.
Según refiere el canónigo Anfossi, "su llegada a aquellos pueblecitos y pequeñas ciudades era un triunfo. Los párrocos de los contornos salían a su encuentro y generalmente tam
bién las autoridades civiles. Los habitantes se asomaban a las ventanas o se situaban en las puertas de sus casas; otros muchos salían al paso de los excursionistas; los campesinos dejaban sus trabajos para ver a Don Bosco; las madres se le acercaban presentándole sus hijos y, arrodilladas, le pedían la bendición. Parecía el espectáculo que se lee en el Evangelio, de las turbas apresurándose a seguir al Divino maestro. Como era costumbre de Don Bosco ir directamente a la iglesia parroquia] para adorar a Jesús Sacramentado, en breve aquélla se llenaba de gente, a la cual él, desde el púldito, dirigía una plática recomendándoles la devoción a la Virgen e invitándolos a frecuentar los Sacramentos. Después se cantaba solemnísimamente el Tontuna ergo y se daba la Bendición". Al día siguiente la Misa cantada o armonizada, en la cual había comuniones numerosas y llenas de fervor.
Estas excursiones comenzaban después del domingo del Rosario. La primera visita era a Castelnuevo, donde el Siervo de Dios contaba con muchos queridos amigos de la juventud. El párroco, Don Antonio Cinzano, todos los años convidaba a comer en su casa a "su" Don Bosco y a toda su comitiva. lí1 buen párroco no cabía en sí de gozo cuando el Santo se hallaba en su casa.
La última y más larga de las excursiones fue la de 1864. Llegaron hasta "la Riviera", disfrutaron del mar; en Génova visitaron la celebérrima villa Palavicini, servidos a la mesa por los mismos marqueses, a quienes obsequiaron, a su vez, con una representación en el teatro, al aire libre, de la misma villa. ; Dios sabe el bien que todas ellas produjeron! La alegría y piedad de aquellos muchachos, el fervor con que oían la Misa y recibían los Sacramentos, la confianza que reinaba entre ellos y sus superiores, su amor por el canto, la música Y la gimnasia, el entusiasmo can que representaban dramas y comedias y con que oían explicaciones sobre las obras de arte que atesoraban las iglesias y los castillos, impresionaban a la gente y llamaban la atención de los maestros de escuela.
;Cuántos jovencitos ingresaron en el Oratorio, que des
pués se hicieron celosos sacerdotes! ¡A cuántas familias les devolvió la paz e infundió una serena resignación en las con_ trariedades de la vida] ¡Cuántos, que antes eran enemigos de los eclesiásticos, cambiaron de opinión, después del pa., so de Don Bosco! Por la ardiente y eficaz palabra del Santoij ;en cuántos de estos pueblos no recobró Dios su puesto! Estas excursiones tuvieron su cronista-cantor en la persona de Don Juan B. Francesia, que las narra en dos interesantes volúmenes.
Después del 64, la multiplicidad de los compromisos y su creciente trabajo le impidieron continuar esos paseos; uní, cemente se conservaron los que se hacian a "Beechi" y a hl tumba de Domingo Savio en Mondonio, adonde todavía hoy va, con ocasión de la fiesta del Rosario, la banda de música del Oratorio de Turín-Valdocco.
Un eco, sin embargo, vivo y potente queda: "las colonidi veraniegas", los "campings" —hoy de dominio común— a' que la Pedagogía moderna da, con razón, tanta importancia.
Don Bosco fue siempre un extraordinario propagador de los Ejercicios Espirituales.
Los daba en parroquias, en colegios, en seminarios. Leemos en la Crónica:
"El 4 de febrero de 1861 salió de Turín y fue a dar Ejercicios Espirituales al Seminario de Bérgamo, adonde el año antes había ido, y volvió otras veces por motivos de caridad."
Uno de aquellos días, encontrándose con los Superiores del Seminario y sintiéndose con ganas de reir y hacer reir, les dijo:
—Esta tarde, mientras yo escribía a casa, vi en el Oratorio a dos de mis muchachos que estaban escribiéndome a mí. Y mañana llegará su carta.
Ir
_I Oh! ¿Cómo puede ser eso? —exclamaron riendo aquellos señores.
—i Mañana verán si es o no verdad!
Al día siguiente, jueves, día en que Don Alasonatti re-recibió la carta, mientras todos en el Seminario de Bérgamo cataban comiendo, entró un criado con el correo para Don Bosco.
—¡1-le ahí —dicen— una carta para Don Bosco, que viene de Turín!
Don Bosco abre y saca del sobre dos billetes escritos por Jarach y por Parizi. Entonces aquellos Superiores se miraron el uno al otro llenos de asombro, mientras Don Bosco se reía de su extrañeza. iTelepatías singulares!
Grande fue el bien que el Santo hizo a los seminaristas con su predicación y con la afabilidad y llaneza, cosa que, a decir verdad, hacía refunfuñar un poco al Rector.
Monseñor Ángelo Cattáneo, Vicario Apostólico del Honán Meridional, alumno de aquel Seminario, escribia a Don Rúa, años después:
"Cuando me presenté a él para hacerle mi confesión general (tenía yo entonces dieciséis años), empecé por leerle mis pecadillos (escritos en un pedazo de papel). Me atrajo, me tomó el papel de la mano y lo arrojó a la chimenea. Ante acto tan inesperado me quedé mudo y confuso sin poder pronunciar una palabra; pero con afectuoso acento, me dijo inmediatamente:
i —Yo te diré tus pecados.
Y, en efecto, con gran estupor de mi parte, me tos dijo uno por uno exactamente como yo los había escrito. Fácil ea imaginar cuáles fueron mi sorpresa y conmoción. Rompí en llanto de verdadero dolor y de consuelo."
El 9 de marzo de 1861 regresó Don Bosco de Bérgamo a casa.
Don Bonetti refiere lo siguiente en su crónica:
"10 de Marzo. Domingo. Esta noche nos encontrábamos cuatro cinco en la habitación de Don Bosco, mientras la Comunidad estaba en el teatro. Yo (Don Bonetti) le pregunté cómo se arreglaba para ver las cosas lejanas, y me dijo:
--(Pues al! Parece como Si tga hilo telegráfico saliera de mi os, besa. Para establecer la comunicación basta que yo ponga mi Pen
samiento en el punto que deseo y en el acto veo lo que alli se haca Por ejemplo, ahora estoy en mi habitación; pues bien, si yo rinioN veo a un joven en el pórtico.
— Pero, ¿cómo se entiende esto? —le preguntamos nosotros. Y él respondió:
--(Ah, si vosotros conocierais mi astucia y supieseis algo de gjni rumia y juego de cubiletea ya lo entenderíais!
Can estas palabras saiia del paso haciéndonos reir de lo lindo. N echaba una mirada cariñosa de complacencia y afecto, y estrechan. dones las manos, nos decía:
— Dichosos vosotros, porque todavía sois jóvenes y aún améis tiempo para hacer por Dios muchas y buenas obras, y para adquirir
méritos para el Paraíso; en cambio yo (y lo decía conmovido) soy ya viejo, y pronto iré a la tumba, y me presentaré al Señor con las manos varias.
Entonces uno de nosotros le dijo:
-No diga eso; usted trabaja dia y noche y no tiene un momento de reposo; así es que no puede decir que tenga las manos vacías. Mas él respondía,:
— ;..h, si, pero lo que hago es por obligación sacerdotal; y aunque diese la vida, no baria más que cumplir con mi deber!
—Si eso fuera así, seria mejor no hacerse sacerdote --se le replicó., --(Eh, poco a poco! ¿Y si el Señor da a entender que lo quiere así? No es posible resistir, y hay que obedecer. Además, me consuele.
pensando que el Señor es rico en misericordia y que cuando rompan nazcamos delante de £l le podremos decir: F éCiMILY quod ju.ssisti, y no podrá menos de dirigirnos aquellas gratas palabras: Euge, ceras bone et fiddis, quia in panca fuisti )(dell', supra multa te constituarti infra in geudium Domini tul."
Quizás advirtió que, en su humildad, había dado una nota un poquitín pesimista; porque poco después, en una conferencia, comentando unas palabras de San Pablo, les dijo: "Mucho hace (para el Cielo y para la tierra) quien hace lo que debe, aunque sea poco; y hace poco quien, aunque mucho haga, no hace lo que debe."
Estas y muchas otras más admirables eran las maravillas -calzaban la vida de Don Bosco. Por eso en 1861 nació la ',lea de formar una comisión para anotar las cosas más :alientes.
En la primera reunión se nombró a tres con este encargo; y fueron los clérigos Ghivarello, Bonetti y Ruffino.
En la segunda fueron elegidos : Presidente, Don Rúa; vicepresidente, don Turchi; y secretario, Ruffino.
Los documentos reunidos han llegado a constituir un verdarero tesoro,
* Aquélla, realmente, fue la Edad de Oro del Oratorio! rIllre los alumnos había algunos tan buenos y virtuosos —escribe Don Bonetti—, "que reproducían la vida de Domingo Savia y renovaban entre nosotros las obras maravillosas y sobrenaturales de aquel angelical compañero y amigo nuestro. Los chicos se amaban como hermanos; entre ellos no había riñas ni discordias, ni disgustos, sino que todos formaban un solo corazón y una sola alma para amar a Dios y consolar a Don Bosco.
Era en todos tan grande el empeño en observar buena conducta moral y religiosa, que al fin de la semana, cuando se leían públicamente las notas entregadas por los maestros y los asistentes, rara vez ocurría oir un "nueve", porque todos merecían "diez"; es decir, ninguno daba motivo a la más leve queja, ni en lo tocante a la piedad, ni al estudio, ni a la clase, ni al dormitorio; y así de lo demás. El "nueve", esto es, la calificación que indicaba conducta "casi óptima", se consideraba como nota tan deficiente, que cuando un joven alumno, más por ligereza que por malicia, lo había merecido, lloraba amargamente, y de ordinario no se lo daban más en todo el año".
En 1867 se amplió el Oratorio con nuevas edificaciones. Los trabajos se contrataron con el maestro de obras cado, Buzzetti el 15 de mayo. En las oraciones hizo rezar Don Bosco tres "Avemarías" para que no ocurriesen desgracias durante la noche. El clérigo Juan Bonetti, que estaba encargado de un dormitorio, hizo rezar tres "Avemarías" más con el mis, mo fin, a impulsos de no sabemos qué presentimientos.
Poco después de medianoche estalló una gran tormenta; al cabo de un cuarto de hora una formidable detonación sacudió los cimientos de la casa, que pareció como rodeada de llamas. ¡Había caído un rayo en el Oratorio! Por la boca de una chimenea entró la exhalación en el cuarto de Don Bosco y le levantó la cama más de un metro del suelo, transportándola al lado opuesta, rodeada de brillantísima luz. ¿Fue un instante! Después se apagaron todas las luces y la cama cayó con tal fuerza, que el Santo fue arrojado sobre el pavimento. A trompicones, entre piedras, ladrillos y escombros, consiguió llegar hasta la campanilla y llamó.
Rossi y Ruano, que dormían en la habitación contigua y ya se habían levantado y estaban a punto de llamar a la puerta de Don Bosco, entraron. El Siervo de Dios los recibió con su acostumbrada jovialidad, y dijo:
—¿Qué rayo tan mal educado! Se ha entrado sin permiso en mi cuarto, lo ha revuelto todo y se ha llevado la cama de una parte a otra..,
En aquellos momentos llegó un joven gritando:
--Reano, avise a Don Bosco que venga pronto a nuestro dormitorio; ha caído cm rayo_ el techo se ha derrumbado sobre nosotros y ha matado a muchos!
Al oir el Santo estas palabras exclamó:
_HM, Dios mío! ;Si Vos lo queréis asi, Sefior, adoro vuestros designios!
por fortuna la noticia era exagerada. La presencia de pan Bosco fue como la de un ángel consolador. Los que se habían levantado, le rodearon y Don Bosco, acercándose al lecho de los que parecían malparados, mandó traer agua y vinagre y con sus propias manos les curó las heridas y las connasiones.
Esta trabajo de atender a los heridos duró cerca de una hora. Cuando Don Bosco se convenció de que la vida de todos estaba en salvo, dio expansión a su alegría con un afectuoso Deo gratim, y añadió:
—:Demos gracias de corazón a Dios y a su Santísima aladrel ;Nos hemos librado de un gran peligro! ¡Ay, si e] fuego hubiera prendido en la casa! ¿Quién se hubiera salvado?
Y ante e] altarcito del dormitorio se rezaron las Letanías de la Santísima Virgen.
El día de Pentecostés, 19 de mayo, después de las Vísperas y del sermón, se cantó un solemne Tedéum, en el que tomaron parte también los jóvenes externos y muchos bienhechores. Pero esto no bastó para los protegidos de María Santísima. La caída del rayo despertó en algunos el deseo de que Don Bosco hiciese colocar un pararrayos en la casa, y se lo dijeron.
—Si —respondió--, colocaremos una estatua de la Virgen María. Nos libró tan bien del rayo, que cometeríamos una ingratitud si confiásemos en otro que no fuese Ella.
Dispuesta la estatua, la bendijo él mismo y la colocó en lo más alto de la casa; después, desde el andamio construido a este efecto, que fue ciertamente el púlpito más alto del mundo, exhorté a los jóvenes a confiar siempre en la Virgen. Años más tarde se puso también el pararrayos.
Aquel año los alumnos del Oratorio hicieron otra demostración publica de fervorosa piedad. La procesión del "Corpus Christi" siempre se había celebrado en Turín de un
modo majestuoso y espléndido, con la intervención del Rey, de los ministros, de los senadores, de los diputados y de todos los dignatarios civiles y militares; pero en 1861 cesaron de rendir este homenaje al Santísimo Sacramento. "en vez de los senadores y los diputados —escribe el canónigo Ballesio— iban en filas detrás del Santísimo Sacramento centenares de jóvenes del Oratorio. Don Bosco pudo conseguir que sus hijos figurasen en la procesión, y preparados por él, marcharon cantando en actitud devota. Dios bendijo aquella manifestación y aquel piadoso ejemplo. En los años sucesivos cortejaron a Jesucristo en el Santísimo Sacramento la aristocracia y las sociedades católicas de Turín."
Después de Navidad cayó enfermo de erisipela el Siervo de Dios, viéndose obligado a guardar cama algunos días. Se levantó el 31 de Diciembre por la tarde y contra el parecer de todos bajó al locutuorio para saludar a los chicos y darles el aguinaldo, o sea, una buena máxima que habían de tener presente todo el año siguiente. Al mismo tiempo prometió a cada uno en particular una máxima extraordinaria, maravillosa.
Despuntó el primero de enero de 1862 y he aquí lo que, según la crónica de Don Ruffino y Don Bonetti, ocurrió:
"Al toque ele diana, esto es, al "Ave María", recibió Don Posen la orden (él mismo lo aseguró, pero no quiso decir de quién) de ir inmediatamente a la iglesia para celebrar la Santa Misa. Así lo hizo. Después fue al refectorio a tomar el café; almorzó también con loe demás y, seguro de su curación, prescindió de todas las medicinas Y despidió al médico.
No es fácil describir le. conmoción que agitaba a todos los jóvenes por la promesa de Don Bosco. ¡Con qué impaciencia pasaron la noche del 31 de diciembre al primero de enero y el ella siguiente! ¡Con cuánta ansiedad esperaron hasta la noche para oir lo que su cariñoso Padre les había anunciado!
Finalmente, después de las oraciones, los jóvenes, en profundo si-esperaron a Don Bosco, el cual subió al pequeño púlpito y les yevciá el misterio diciéndoles:
El "Aguinaldo" que os doy no es mio. ¿Qué diríais si la Virgen ea persona viniese a deciroa una palabra a cada uno de vosotros, si huhl.,e preparado un billete para cada uno, indicándole lo que necesita e lo que Ella quiere de él? Pues bien, la cosa es así precisamente. ¡La virgen, da a cada uno un aguinaldo!... Alguna preguntará: ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Ha escrito la Virgen los billetes? ¿La Virgen en pera,na ha hablado a Don Bosco? ¿Es Don Bosco el secretario de la Virgen? Pues bien, os respondo: no os diré más de lo que os he dicho ya. Los billetes los he escrito yo; pero Ella los ha dictado; no puedo decir cómo ha ocurrido eso porque me embrollaría. Conténtese cada cual con saber que el billete viene de la Virgen. ¡Es una gracia singular! ¡Hace ya muchos altos que vengo pidiendo esta gracia
sl fin la he obtenido!
Después hizo algunas advertencias respecto de los billetes, y acabó diciendo:
- -Como el asunto es muy largo, pasarán por ml habitación esta noche todos los sacerdotes, los clérigos y también loa filósofos. Los demás, mañana. Dormid tranquilos."
Los clérigos, los sacerdotes y los hermanos acompañaron a Don Bosco a su habitación y, en parte, recibieron las primicias de aquel precioso aguinaldo. Al día siguiente los chicos se apresuraron con gran ansiedad a reunirse en la habitación de Don Bosco y recibieron su billete. Unos parecían fuera de sí por la alegría, otros se quedaban pensativos; quién lloraba, quién se retiraba a un rincón; éste lo mostraba a los compañeros; el otro lo guardaba cuidadosamente.
La crónica de Don Bonetti nos da otras gratas noticias sobre el celo del hombre de Dios por la conversión de los protestantes y los auxilios, aun materiales, que daba a los convertidos pobres.
Rabioso por estas derrotas, quiso el demonio desfogar su ira contra el Santo. Fue ésta la persecución más terrible que padeció de parte del diablo; fue una guerra a fondo, que comenzó en los primeros días de febrero. No podía dormir por la noche, ya porque las voces, los ruidos, los golpes frecuentes y prolongados no cesaban, ya por el continuo
moverse de la ropa de la cama, que se corría a los pies de. jándolo descubierto, ya por la aparición de monstruos horri. bles, que a la señal de la cruz se desvanecían al instante, pero para volver al poco rato.
Algunos quiseron ayudarle, pero lo pagaron caro. El clérigo Bonetti fue una vez con su compañero Ruffino a la biblioteca contigua para pasar la noche; pero a los pocos minutos debieron retirarse presa de gran espanto, y así otros.
Don Juan Bonetti escribió lo que podríamos llamar el boletín oficial de esta guerra, que duró varios meses.
El caballero Oreglia preguntó una vez a Don Bosco si no tenia miedo de verse atormentado de esta manera por el demonio. El respondió:
—Disgusto, si; miedo, no. Como no temo a los ángeles del Cielo, siendo, como creo, amigo de Dios; tampoco terno a los demonios del infierno, porque soy enemigo de estos enemigos de Dios. que sabrá defenderme. Haga Satanás lo que quiera; ahora le toca a él, pero después me tocará a mí...
Una tarde de 1865 refería Don Bosco a un grupo de jóvenes las noches terribles que pasaba por aquellos días. Nosotros estábamos presentes.
— ¿Ah, yo no tengo miedo al diablo! —exclamó un joven.
— lilaila!, no digas eso —respondió el Santo con acento tan enér. gico que nos extrañó a todos—. Tú no conoces el poder del demonio cuando el Señor le da licencia para obrar.
—; Ya, ya! Si lo viese lo agarrarla por el pescuezo y se las verla conmigo.
—No digas boberías, amiguito; si lo vieras, te moriríais de miedo. --Pero yo baria la señal de la cruz,
—Eso no valdría más que por un momento.
—Pero usted. ¿cómo hacia para ahuyentarlo?
—¡Oh!, ya he encontrado el medio para hacer que huya y no comparezca por mucho tiempo... ¡Lo he encontrado! ¡Vaya si es eficaz!...
Calló y no quiso pronunciar una palabra más; después acabó diciendo:
—Lo que hay de cierto es que no deseo que nadie se encuentre en trances tan terribles como me he hallado yo. Es ncesario pedir a Dios que no permita nunca a nuestro enemigo que nos gaste semejantes bromea."
pero esta guerra tan extraña que el enemigo del bien le hacía, no disminuyó su ardor en sostener e impulsar su proyectada obra. En 1862 organizó otra lotería, para la cual la prefectura o Gobernación de Turín autorizaba la emisión de ciento cuarenta mil noventa y dos billetes al precio de cincuenta céntimos cada uno. Una selección de la Nobleza se interesó y formó la comisión organizadora bajo la presidencia del alcalde, marqués Manuel Lucerna de Rorá.
Don Bosco escribió al príncipe Tomás, duque de Génova, ai. príncipe Eugenio de Carignano y a la princesa María Pia, próxima a gozar "la dicha de sus bodas", y que, deferente, correspondió a los deseos del Santo. También escribió al Rey y éste aceptó mil billetes.
Lleno de confianza en la Divina Providencia comenzó y concluyó un nuevo local a lo largo de la vía "della GiardiMera".
El 14 de mayo de aquel año (1862) sefialóse con otro hecho memorable para la Sociedad Salesiana.
1 "Aquella tarde --escribe Don Bonetti—, después de ardientes deseos, hicieron formalmente por primera vez los votos de pobreza, casedad y obediencia los miembros de la Sociedad recientemente constituida, que habían cumplido el año de noviciado y que a ella se sentian llamados, ¡Oh, qué hermoso seria describir de qué humilde manera se realizó este acto memorable! Apenas cabíamos en la habitacioncita, dende no habla ni sillas para sentarse... Formábamos un pequeño rebaño, desconocido para el mundo y para la mayor parte de los de casa. Pero estos humildes principios no nos desalentaron y abrimos el corazón a las más grandes esperanzas.
'tramos veintidós, sin contar a Don Bosco, los que, rodeándolo, hicimos los votos según el Reglamento.
Después de esto, Don Bosco se puso en pie, se volvió hacia nosotros, que todavía estábamos arrodillados, y nos dirigió algunas palabras para tranquilizarnos e infundirnos valor para lo por venir. Entre otras rosas nos dijo:
—El voto que habéis hecho no os impone otra obligación que la de cumplir lo que hasta ahora habéis practicado, esto es, las reglas de la
casa. Es mi deseo que nadie se deje llevar de temor alguno ni dé cabida en su corazón a ninguna. Inquietud. En cualquier caso vengan todos inmediatamente a verme, ábranme el corazón y expónganme sus dudas y sus penas. Os digo esto porque podría ocurrir que el demonio, al ver el bien que podéis hacer formando esta Sociedad, os tiente y trate de alejaras de ella contra la voluntad de Dios. Si se me informa pronto de todo, podré examinar debidamente el asunto y devolveros la paz, y aun desligares de los votos cuando comprenda que ésa es la voluntad de Dios y el bien de las almas. Pero alguno me preguntará: "¿Ha hecho Don Bosco también los votos?" Ciertamente; mientras vosotros me hacíais estos votos, yo también los hacía ante este crucifijo por toda la vida, ofreciéndome en sacrificio al Señor y dispuesto a todo, a fin de procurar su mayor gloria y la salud de las almas, espe. cía/mente para el bien de la juventud. Ayúdenos el Señor a mantener fielmente nuestras promesas.
Después que hubo pronunciado estas memorables palabras nos pu, simas en pie y continuó;
* -Queridos hijos, vivimos en tiempos revueltos. Parece fuera de lugar, en estos momentos desfavorables, tratar de constituir una nueva comunidad religiosa, mientras el mundo y el Infierno se aprestan c?n todo su poder a arrancar de la Tierra las que existen. Pero no importa; yo tengo, no sólo probables, sino seguros motivos para que nuestra Sociedad comience y prosiga- Muchos han sido los esfuerzos que se hacen para impedir que nazca; mas todos serán vanos, y aun algunos de los que más obstinadamente se oponen, serán, severamente castigados. Pero no son ahora éstos los argumentos que me hacen esperar mucho bueno de nuestra Sociedad; hay otros mayores, entre los cuales está el fin único que nos hemos propuesto, que es la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. ;Quién sabe si el Señor querrá servirse de nuestra Sociedad para hacer mucho bien en su Iglesia! De aqui a veinticinco o treinta años, si el Señor continúa ayudándonos, como hasta ahora, nuestra Sociedad, esparcida por diversas partes del mundo, podrá cantar los socios por millares...
Pudimos observar que aquella tarde Don Bosco mostraba un Contento indescriptible; no sabia alejarse de nosotros, habiendo pasado todo el tiempo en piadosa conversación. Nos refirió además muchas cosas bellas, relacionadas especialmente con los comienzos del Ora. torio."
Presentáronse aquellos días nuevas contradicciones. Los enemigos ya no tomaron por pretexto la política, sino la legalidad de la enseñanza; porque Don Bosco no tenía profesores
con título oficial, pues hasta entonces no se exigían. El Siervo de Dios envió una súplica aI ministro de Instrucción Pública ; después solicitó una audiencia, pero en vano, y por eso iba siempre repitiendo:
—; El Oratorio de San Francisco de Sales nació a palos, creció a palos y contnúa su vida apaleado!
Cambiaron al Director General de estudios; repitió las súplicas e interpuso buenas influencias; pero inútilmente: ¡O se tienen profesores titulares o se cierran las clases!
No era posible que Dios desamparase su obra. Don Bosco obtuvo una audiencia del nueva Director, el comendador Francisco Selmi, y éste, después de haberlo recibido casi con desdén, tuvo que abdicar de sus prejuicios. Admirado de su paciencia y caridad, convencido de la bondad de su obra, conmovido por las circunstancias excepcionales en que se encontraba, le prometió su protección y aprobar por aquel año a los maestros del Oratorio.
—Se lo agradezco de corazón, señor comendador —le dijo El Santo— y le guardaré gratitud eterna por el gran favor que nos hace. Pero antes de despedirme tengo que hacerle otra súplica: que se digne usted tomar a mis niños bajo su protección y que venga usted algún dia a honrarnos con su presencia. Estoy persuadido de que, amante como es usted del pobre pueblo, experimentará una gran satisfacción al ver recogidos allí a un millar de los más necesitados de sus hijos.
A estas palabras, el señor Selmi se conmovió profundamente y mirándolo complacido, le dijo:
—,Querido Don Bosco, usted es un ángel en la Tierra! Le aseguro que en adelante haré todo lo que pueda en favor de sus jovencitos y cuanto antes haré con mi familia una visita amistosa. a BU Instituto!
Esto ocurría a principios de diciembre. La fiesta de la Inmaculada se celebró con gran júbilo, porque se había resuelto, aunque momentáneamente, el asunto de las clases. Rabian transcurrido veintiún años de la solemnidad de la Inmaculada de 1841; y el 8 de diciembre, escribe Don Bo
netti en la crónica, "encontrándose Don Bosco con alguno, jóvenes y clérigos, se puso a tratar de varias cosas relacionadas con el Oratorio. Hay que advertir que desde el principio de la fundación de éste, Don Bosco, el día de la hunacn, lada, reunía siempre en conferencia a sus colaboradores. Al recaer la conversación sobre el colegio que el año siguiente debía abrirse en Mirabello, si Deus déclerit, preguntando el clérigo Provera si veía alguna persona de mérito y extraña a la Sociedad que pudiera agregarse a sus ayudantes y a la Congregación, Don Bosco respondió que el Señor lo haría todo por medio de los jóvenes alumnos del Oratorio y al mismo tiempo nos dijo que él, viviendo todavía en el Refugio, había visto una casa fabricada del mismo aspecto que la presente y que sobre ella aparecían escritas con caracteres cubitales estas dos frases: Hin NOrstON MEITM! HINC INDE =BIT GLo
RIA MEA!
Como alguno le preguntase de quién eran esas palabras, nos respondió que del Señor, y que las habría hecho escribir en esta casa al no fuese por no dar pretexto a que nos t chalen de soberbios."
Al final de 1862 el Oratorio tenia casa, iglesia, todas clases de segunda enseñanza, las escuelas profesionales zapateros, sastres, encuadernadores, carpinteros, herrer tipógrafos e impresores; y además las de música vocal e in trumental, con cerca de seiscientos alumnos internos, otr tantos externos, escuelas dominicales, diurnas y nocturn para otros jóvenes obreros; y, en fin, una Sociedad que a guraba su porvenir. El Oratorio de San Francisco de Sal Casa Madre de la Congregación Salesiana en el mundo, delo de los numerosos Institutos de la misma, podía deci que se hallaba constituido sobre sólidas bases. Empieza irradiar de él una nueva y providencial actividad, cuya cha, mundial, no la podrá detener ya ningún poder contr de la Tierra.
Muchos chicos buenos tenía entonces el Oratorio; algunos, y bastantes, de tan alta virtud, que —según las palabras del mismo Don Bosco— "emulaban la vida de San Luis Gonzaga". Puede decirse que la masa entera la componían chicos buenos, lo que se suele llamar "buenos" en los colegios y escuelas.
Como era natural, no faltaban tampoco algunos menos buenos y hasta malejos; pero eran pocos, y además la vida era allí de tal naturaleza que quedaban aislados, fácilmente se los conocía y, o se enmendaban, o se alejaban. Los equipos de selectos y la Compañía de San Luis, y sobre todo la de la Inmaculada, apenas llegaba un alumno nuevo le ponían a su lado, sin que se diera cuenta, un "ángel de la guarda" que lo acompañaba, lo instruía, lo ponía en relación con los Superiores. Y sobre todo, el absoluto dominio que Don Bosco ejercía sobre todos los corazones, comunicaba a su mirada, a su palabra, una eficacia tal, que el ambiente quedaba como impregnado de vida elevada y de un equilibrio que casi no se alteraba nunca, y las pocas tormentas que pudieran sacudirlo se calmaban pronto y con gran facilidad.
De entre todos los chicos que vivieron entonces en el Oratorio, tres hay que merecieron el honor de que Don Bosco transmitiera sus nombres e. la posteridad, escribiendo sus biografías. Tres chicos, tres tipos diversísimos en. temperamento, en carácter, en cualidades intelectuales y físicas. Las
biografías resultan, sin que el autor lo pretendiera, tres esta. dios, tres modelos para educadores y para educandos. Diríase que el autor se proponía dar "ideales". Y así es, si pa, "ideal" entendemos modelos vivos, de carne y hueso, reales mas no en el sentido en que se toman, por ejemplo, el "apl.:. lío" de Rousseau o el "Leonardo y Gertrudis" de Pestalozzi' Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco fueron muchachos que vivieron entre los compañeros, que entre caes y a vista de ellos, de todos ellos, estudiaron, jugaron, se san. tificaron. La importancia que para nosotros tienen es que además de conocerlos y conocer el ambiente, se descubre la magistral manera que tenía Don Bosco de dirigir las almas y dirigir su colegio. No aplicó a cada tipo un método diverso, sino que a cada uno le aplicó su único Sistema, el "preventivo", pero según la modalidad de cada uno: lo que hoy se llama adaptación a la medida, Como para garantizar su objetividad, a cada paso recuerda el biógrafo a sus lectores que narra lo que todos han visto —que lo eran los alumnos todos— y palpado.
DOMINGO SAVIO
El primero es Domingo Savia, hoy Santo Domingo Savia. Desde el momento en que se lo presentaron, descubre en él su ojo perspicaz de educador un alma en quien el Espíritu Santo ha realizado ya con su gracia cosas extraordinarias y entrevé lo que puede hacer con una educación y formación adecuada.
Tenía doce años. Era hijo de un herrero y una costurera. Ojos vivísimos, carácter jovial, rostro inteligente e inocente (no ingenuo).
—Me parece que hay buena tela —dicele el educador. para qué puede servir esta tela? —replica el hijo de la costurera.
—Para hacer un buen traje que regalarle al Señor. 1-1
1, —.Bueno; pues yo soy la tela, usted el sastre; vamos a hacer ese traje.
En el frontis del aposento-despacho ve un letrero: Da natihi dniancw, coéte-a tolde. Se esfuerza en traducirlo, utilizando el poco latín que ya sabe. Sólo con la ayuda de Don Bosco lo descifra. Y penetra inmediatamente su. alcance, aplicándose a sí mismo la frase: "Es un negocio de Cielo, no de la Tierra; quiero entrar en él."
A loa pocos días de su ingreso en el Oratorio, oye una plática en que Don Bosco explica a sus muchachos las tres normas que siempre da para ser virtuoso, vivir contentos y salvar el alma, a saber: "Confesarse con frecuencia, comulgar a menudo, escogerse un confesor fijo."
Domingo resuelve en el acto atenerse a ellas exactamente.
Escogió coma confesor y director de espíritu a Don Bosco mismo y no lo dejó hasta que salió para morir en su pueblo (desde 1854 a 1857).
Al principio se confesaba cada quince días y comulgaba con la misma frecuencia. Después cada ocho días y comunión semanal al principio, y luego cada tres días. Y viendo su correspondencia a la gracia y a la dirección, antes del año se le autoriza la comunión diaria.
Como todas las almas verdaderamente generosas, Domingo experimenta deseos tan intensos de purificación interior, que quisiera confesarse todos los días. Su director lo ataja para preservarlo del peligro de los escrúpulos y le ordena atenerse a la confesión semanal.
Un impulso prepotente impele a ese adolescente hacia las alturas de la santidad. Pero tiene de ella una idea falsa, por más que sea la vulgar: que está tan alta, tan alta, que es casi inaccesible. Don Bosco acude al remedio. Un domingo hace la plática sobre este tema: "Es voluntad de Dios que todas nos hagamos santos. Y si es voluntad de Dios, que no manda hacer cosas imposibles, es fácil hacerse santo; y en el Cielo hay un gran premio para quien se hace santo." Savio bebía ávidamente las palabras; al final estaba casi extático.
Al salir de la iglesia parecía otro. Estaba ensimismado, pa, seaba taciturno, esquivaba la compañia de sus condiscípulos, Así pasó dos o tres días, hasta que Don Bosco lo llamó y le preguntó:
— ¿Sufres algún mal?
— Por el contrario —contestó—, sufro de un gran bien.
Inconsciente lenguaje místico, como pudiera emplearlo Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, y que indica el interno trabajo de un espíritu ya afinado en el amor de Dios y deseoso de un grado mayor de perfección y de unión con Dios, objeto de su amor.
— Explícate —le dice Don Bosco.
—Siento un gran deseo, una necesidad de hacerme santo. Dígame por dónde debo empezar.
Don Bosco alabó su propósito y lo exhortó a no inquietarse, porque "en medio de la turbación del ánimo no se puede oir a Dios ni conocer su voluntad". Y le imparte la primera lección de santidad, cual a él le corresponde: "Mantener una constante y serena alegría; perseverar en el exacto cumplimiento de los deberes de piedad y estudio; participar simpre en los recreos de los compañeros, porque también el recreo se puede santificar y él puede santificarnos."
Días después se le presentó la ocasión de darle una segunda lección. Notando que a este deseo de ser santo se unía en Savio el de rigurosísimas penitencias y largas horas de oración, como había leído que hacía San Luis, cosas excelentes, pero que no se conciliaban con la vida de estudiante que necesariamente debía llevar; le enseñó a sustituirlas por el empeño en ganar para Dios lea almas de sus compañeros. Tan bien comprendió Savio la lección, que desde ese isemento se consagró en alma y cuerpo al apostolado, de modo que en dondequiera, y especialmente en los patios de recreo y en el Oratorio Festivo, en que era catequista, se convirtió en un pequeño apóstol, con todas las cualidades de tal: prudencia, acuciosidad, celo, amabilidad, sonrisa. Recordando más tarde el apostolado de su discípulo, decía Don Bosco que
Rrdmo. Don Pablo Albera, doctor en Letras y Sagrada Teología; 2." Sucesor de Don Bosco, Nació en Norte en /845. Nue el primer Director de Sautpierdarena y el primer luspector de las casas de Francia, luego Director Espiritual. O» 1910 fue elegido Rector Mayor, como Don Bosco habla prenoto cuarenta anos antes.
goic le llevaba más almas al confesonario con sus recreos los predicadores con sus sermones.
¿Puede darse ejemplar más vivo del apostolado juvenil y del apostolado en su propio ambiente?
Sin embargo, el jovencito no acertaba a renunciar a algunas penitencias favoritas para afligir su cuerpo, hasta que Don Sosco le dijo que no hiciera ninguna sin su aprobación. y como el jovencito le objetara que entonces cómo podía salvarse, el Santo le da la. tercera lección:
—La penitencia que el Señor quiere de ti es la OBEDIENCIA. Obedece, y esto te basta a ti. Y otras penitencias te permito y te mando: soportar pacientemente las injurias, sufrir con paciencia las molestias de la temperatura: el frío, el calor, el viento, la lluvia, el cansancio y las incomodidades de salud que plazca a Dios mandarte. Lo que debes sufrir por necesidad, súfrelo por amor y con amor, ofréceselo al Señor y te será virtud y mérito.
A la palabra del director se plegó Savio dócil y tranquilo.
Don Bosco inspiraba en las almas de sus hijos una devoción filial a la Madre de Dios. Durante la novena que precede a la fiesta de la Inmaculada (que como se sabe, aún no estaba definida como dogma de fe, pero que todo el pueblo cristiano festejaba), todas las noches la paterna palabra del Director enfervorizaba a los alumnos en el amor y servicio de la Santísima Virgen. Eran los días en que Roma preparaba la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Domingo, lleno de entusiasmo, se preparó a la novena con una confesión general. Y durante el día de la fiesta estuvo rumiando en su interior algún acto especial para honrar a Bu Madre y Señora. Don Bosco vino en su ayuda. Y el muchacho, siguiendo la indicación de su director, al crepúsculo de aquel día memorando, entró solo en la capilla de san Francisco de Sales, se arrodilló ante el altar de la Virgen y allá,, en la penumbra silenciosa de la hora, repitió varias veces estas preciosas palabras:
—María, os entrego mi corazón; haced que siempre se, vuestro. Jesús, María y José, sed siempre mis amigos. por piedad, hacedme morir antes de que tenga la desgracia de cometer un pecado.
Ya en su Primera Comunión había escrito este propósito, que ha llegado a ser aforismo: "¡Antes morir que pecar!" Ya desde aquel 8 de diciembre su conducta empezó a tomar caracteres tan marcados de virtud, que desde entonces empezó Don Bosco a tomar nota de todo para no olvidar nada.
Con todo, su corazón no estaba aún satisfecho: anhelaba un homenaje permanente a la Virgen y que fuera al mismo tiempo manantial de bien. Surgió así en su mente y maduró el proyecto de fundar aquella "Compañía de la Inmaculada", que aún persiste y persistirá.
Acercándose mayo del año 1856 —penúltimo de su vida—, todo inflamado en amor, rogó a Don Bosco le dijera cómo podría santificar mejor el año mariano. Don Bosco, siempre igual a sí mismo, le respondió que lo santificara cumpliendo siempre con la mayor exactitud sus deberes, narrando todos los días a sus compañeros algún ejemplo mariano y comportándose siempre de tal manera, que pudiera hacer todos los días la santa Comunión. También le recomendó pedir a la Virgen que le alcanzara del Señor una salud robusta y la gracia de hacerse santo.
La recomendación de pedir la salud era oportunísima. Savio comenzaba a atravesar una crisis rara, inexplicable humanamente.
—A esta perla de muchacho —decía el médico— tres limas le están royendo contemporáneamente las fuerzas vitales: la precocidad de su inteligencia, la debilidad causada por el rápido crecimiento y la tensión de espíritu.
it
tensión de espíritu provenía de la intensa aplicación odio, de la diligencia permanente en excogitar medios hacer el bien a sus compañeros y del fervor en la orar0N que llegaba al éxtasis.
oración, espíritu —decía Don Bosco— estaba tan habituado
a conversar con Dios, que en cualquier lugar, aun en medio del mayor bullicio, recogía su pensamiento y con afecto acendrado elevaba el corazón a Dios.
A pesar de todo, estaba siempre de buen humor y alegre. "Gozaba —dice el biógrafo— de sí mismo y sus días transcurrían verdaderamente felices." Y así perseveró hasta su muerte.
Caricias del Cielo y carismas alborozaron el alma del angélico jovencito con revelaciones y éxtasis, que Don Bosco describe y que sus compañeros confirman. Murió viendo a la Virgen. Se apareció a su padre, Heno de gloria. El mismo Don Bosco, en un "Sueño", deslumbrante de belleza, en la gloria y acompañado de cuatro vaticinios cumplidos, vio a su amado discípulo entre los resplandores de la gloria celeste. San Pío X, Benedicto XV y Pío XI exaltaron su memoria y auguraron la canonización. Esta gloria le cupo al angélico Pio XII, quien le puso en los altares beatificándolo el 5 de marzo de 1950, y canonizándolo solemnemente el 12 y 13 de junio de 1954, centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y Año Mariano.
La biografía. y la efigie del santo jovencito ejercen fascinación sobre las juventudes y fieles de todo el mundo. Y quizá nc pase mucho tiempo sin que la Iglesia lo declare oficialmente Patrono y Modelo de la Adolescencia.
MIGUEL MAGONE
En otoño del mismo año en que murió Domingo Savio, entró en el Oratorio Miguel Magone, el segundo chico merecedor de que Don Bosco transmitiera su nombre a la posteridad mediante una biografía. Se propuso imitar a Dorning„
Don Bosco lo encontró casualmente en una capera del tren en la estación de Carmañola. Era tarde avanzada, tarde piamontesa otoñal. In la semipenumbra llamó su atención el ruido que armaban una turba de muchachos jugando en la plazuela, Sobresalía le voz de un muchacho de trece años, a quien aun compañeros obedecían incondicionalmente,
El Santo lo individualizó, logró hablarle y en un ripian diálogo se formó de él completa idea. Era despejado, late. gente; su padre había muerto, su madre servía y él mimaba por sus respetos. Pero por su desparpajo, su franqueza, su hablar resuelle, sus cualidades de jefe le hizo intuir los pea., gros que corría si se dejaba allí; el gran partido que se le podía sacar si se cultivaba. Y resolvió invitarlo a Turín. Allí se le presentó a los pocos días.
A la semana o cosa así, Don Bosco le preguntó solare sus intenciones. Y recibió esta respuesta:
—Si un pillete pudiera llegar a sacerdote, quisiera ser sacerdote.
—Veremos de lo que es capaz un pillete. En cuanto a ser sacerdote u otra cosa, eso depende de tu aprovechamiento ese los estudios, de tu conducta moral y de las señales de vocación que des.
Según se acostumbraba con todos los nuevos, sin que él se diera cuenta se le había puesto a su lado un compañero que hiciera de ángel de la guarda visible, que no lo perdis jamás de vista y la ayudaba en todo. Este pobre ángel de la guarda tuvo que armarse de paciencia y pasarse sus buenos apuros para desacostumbrar a su protegido de unos cuantos hábitos viciosos que traía consigo, como soltar palabrotas, reñir con todos, querer imponerse a todos... En los patios parecía el rey de todos. El Director dejaba hacer y observaba. Mi pasó un mes o poco más. De repente el chico cambió de registro: dejó de jugar, a veces se arrinconaba y rompía en llanto. El ambiente lo había subyugado. Don Bosco, que lo seguía atentamente, lo llamó y le dijo:
P ¿Cómo? ¿Y eres tú el general Magone, comandante supremo de toda la banda de Carmañola? ¿Qué general es éste? ¿No eres capaz de expresar con palabras lo que está royendo tu espíritu?...
Tras un cambio de preguntas y respuestas. el chico concluyó resueltamente:
--En una palabra... tengo la conciencia embrollada!
p Acabáramos! ¡Todo se arregla!
y ;,. enseñó cómo debía "arreglarse". Lo preparó para la cc„i.;iJn, lo confesó, a petición de él mismo. Y desde ese aiameato, el incesante trabajo de la gracia fue transformando su naturaleza. Le costaba refrenar su índole, que se incendiaba facilisimamente; pero llegó a dominarse tan completamente, que se convirtió en "pacificador" de los comparieras. A medida que iba comprendiendo lo que debía a Don Rosco. iba creciendo en su corazón la gratitud. hasta desbordarse en manifestaciones, a veces conmovedoras. Puesta su alma completamente en manos de su Director. se enfervorizaba cada día más en la devoción a Maria Santisirna, en la frecuencia de los sacramentos, en el celo por hacer a los demás el bien que él recibía de sus educadores. Todo esto "lo practicaba con alegría, con desenvoltura y sin escrúpulos, de molo que era amado y hasta venerado de todos, al paso que por su vivacidad y buenos modales era el ídolo de los recreos".
Dada su conducta anterior, de cuando en cuando lo asaltaban recuerdos e impresiones del pasado, que, excitando su viva fantasía, ponían a prueba su buena voluntad, haciéndole sufrir. Pero en el Oratorio la confianza con Don Busco era para todos mi áncora de salvación.
—Lee y practica, Miguel —le dijo un día presentándole im papelito en que Ilabia escrito-: "Cinco recuerdos que Sar. leliPe Neri daba a sus muchachos para conservar la virtud
de la pureza: Fuga de las malas compañías; no nutrir del; cadamente el cuerpo; fuga del ocio; frecuente oración; frp: cuencia de sacramentos, especialmente de la confesión."
un compendio promemoria de las enseñanzas que Don Bosco explicaba y que, según las circunstancias, detallaba a quien lo necesitaba.
Miguel Magone las llamaba "los cinco policías de la pu. reza".
En cuanto a no tratar delicadamente al cuerpo, el joven. cito lo practicaba tan a la letra que hubiera querido estar siempre haciendo penitencia. Así, por ejemplo, durante la novena de la Inmaculada quería privarse absolutamente del desayuno; pero su Director, en atención a su desarrollo y al trabajo intenso de los estudios, se la conmutó por algunas oraciones en la iglesia durante los recreos. Aunque el chico era robusto, su condición de estudiante en que se hallaba aconsejaba ese cambio.
Magone en aquel año hizo dos cursos.
Estuvo siempre bien. Pero el 19 de enero de 1859 una pulmonía fulminante acababa con él en dos días. Don Bosco lo asistió hasta el último momento. Tuvo algunos instantes de turbación al recuerdo de su pasado como "general de la brigada de Carmañola"; pero asegurado por su director, terminó su carrera dueño de sí mismo y con una serenidad tal, que su biógrafo escribe: "Yo no sabría qué nombre dar a la muerte de Magone, sino llamándola un sueño de dicha que lleva el alma a la felicidad eterna."
Los compañeros le lloraron amargamente y decíanse unos a otros:
—Magone ya está con Savio en la gloria.
De las páginas de esta biografía se exhala una suave sencillez que encanta a los jóvenes y conmueve a los mayores, animándolos a la imitación (1).
11) En español hay muy buenas traducciones.
FRANCISCO BESUCCO
Francisco, el tercer afortunado que tuvo a Don Bosco por trasmisor de sus virtudes, tenía menos talento que los anteriores, pero no menor amor al estudio y al estado eclesiástriicoor.1. La lectura de las dos anteriores biografías que le dio su tío, párroco arcipreste de Argentera, pueblecillo sentado a las faldas de los Alpes marítimos, le puso el deseo de venir al lugar donde aquéllos habían aprendido a ejercitar tan hermosas virtudes y dejado tan luminosos ejemplos. Hasta se imponía rudas penitencias para merecer la entrada.
Entró en el suspirado nido el 2 de agosto de 1863. Tenía trece años y cinco meses. Estaba fuera de sí por la alegría. Era muy pobre de bienes terrenos, pero poseía tesoros de gracia. En su rostro alegre y sereno se adivinaba la inocencia conservada merced a los cuidados de su tío el párroco arcipreste.
En la primera parte de la narración de la Vida, los detalles alegados por Don Bosco documentan cuáles fueron siempre sus ideas dominantes respecto a la completa formación cristiana de la juventud: piedad y pureza, sacramentos y filial devoción a María, cumplimiento de los propios deberes y empuje al apostolado.
Al jovencito le faltaba ese balón de alegría y de serenidad que tanto le agradaba al Santo Fundador. Y no es raro: los
pueblos de montaña, si son hermosos para excursiones en el buen tiempo, suelen ser de suyo tristones la mayor parte del año. El Oratorio lo suplió todo. El mismo Don Bosco, en el segundo coloquio, ya le trazó el programa de vida: "Alegría-Estudio-Piedad."
Francisco lo tomó a la letra. Se abandonó inmediatamente a la onda de viveza en que veía nadar a sus compañeros. En
el estudio se aplicó de tal manera, que al abrirse las clases pudo ingresar en el segundo curso de Bachillerato. En cuanto
a la piedad, poco era lo que tenla que añadir; sólo modj5c,l, un tantico sus prácticas para acomodarse a la vida del Oca. torio. Su fervor era el de un alma privilegiada.
Don Bosco, después de haber escrito que "ce una geau ventura la del que desde niño en la oración gusta de ella" dice de él: "Su espíritu de oración llegaba a tal grado, que le hacia exclamar que hubiera deseado separar el alma del cuerpo para poder gustar mejor le que es amor a Dios,"
En una cosa sola tenia necesidad de freno: en el ardie deseo ele penitencias exteriores. Estaba acostumbrado. P en el Oratorio esto le creció desmesuradamente. "Cuando amor de Dios —observa cl biógrafo- prendeen un al nada en el mundo, ningún sufrimiento lo aflige, sino q toda pena de la vida se trueca en consuelo." EL sin emha creyó su deber moderarlo, enseñándole también a él la nera de convertir en penitencia todo lo que se sufre por cesidad v aconsejándole mortificarse ejecutando los debe humildes de la casa y haciéndoles servicios a los corepaiíei - por molestos que fuesen.
No obstante su docilidad, Francisco se quejaba a veces de que no le dejasen ayunar y hacer otras penitencias. Por eso Don Bosco le repetía sin cesar.
—La verdadera penitencia consiste en hacer no lo que nos gusta a nosotros, sino lo que agrada al Señor y sirve para promover su gloria. Sé obediente y diligente en tus deberes, ten mucha bondad y caridad con tus compañeros, porta sus defectos, dales buenos consejos y avisos y le da más gusto al Señor que con cualquier otro sacrificio.
Es evidente que el Santo Educador miraba a formar sus educandos hábitos de virtud que les duraran toda la vi y en cualquier circunstancia de la vida.
Todo marchaba a velas desplegadas. Mas he aquí que enfriamiento causado por una imprudencia en el corazón una noche invernal, le fue funesto. Ocho días de pub-non bastaron para quebrantar la recia fibra de aquel montañ alpino, truncando bruscamente una existencia tan llena
Promesas. Francisco expiró en los brazos de Don Bosco, lamentando una cosa sola: no haber amado a Dios como Él se teerece, ¿Y quién puede amar a Dios en la Tierra como
ee merece?
La suya fue como la aparición de un meteoro, pues no
vivió en el Oratorio sino seis meses; pero éstos bastaron para dejar una estela tan luminosa, que Don Bosco la fijo
cerio un film en las áureas páginas de la. biografía.
La casa del Oratorio debía ser, y fue, el patrón de todas las casas salesianas. Bajo la dirección del gran maestro Be formaron los que debían implantar en el mundo el Sistema Preventivo con las modalidades "bosquianas". De justicia ea mencionar siquiera a los principales.
DON JUAN BOREL Y DON VICTOR ALASONAT'L'I
Ya los conoce el lector. Fueron los únicos hombres ya maduros y suficientemente formados que encontró Don Bosco para hacer andar su obra. Los demás tuvo que formárselos él, según el mandato de la Virgen.
EI. VENERABLE DON MIGUEL RDA
Niño de siete años y alumno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, se encontró por primera vez con el Santo en agosto de 1845. Una fuerza misteriosa lo atrajo inmediatamente hacia él y éste a su vez intuyó qué tesoro le regalaba en él la Divina Providencia. Desde entonces el niño se hacía encontradizo con el Santo cuantas veces podía, Y le pedía una medallita, a lo que él contestaba extendiendo la
izquierda y haciendo con la diestra ademán de cortar, ,1 mismo tiempo que le decía:
--.¡Toma, Miguelito, toma!
Reía el niño sin comprender, pero sentía que algo misterioso se encerraba en aquel gesto. Más tarde, en día para él solemne, se lo preguntó, y obtuvo esta respuesta:
—Don Bosco te quería decir que en la vida trabajaríamos a medias (fareonmo a meta), o mano a mano.
Terminados con los Hermanos los estudios primarios, el Santo le aconsejó seguir los clásicos, y lo llevó al Oratorio, en donde se los hizo cursar brillantemente con profesores que le proporcionó. En seguida le vistió sotana y desde ese momento, aun siguiendo los cursos del Seminario y de la Normal, comenzó a "hacer a medias" can él, como se verá en el curso de esta historia.
DON JUAN CAGLIERO
Era de Castelnuovo de Asti. A Don Bosco le gustaba el desparpajo con que el chaval desempeñaba los oficios de monaguillo y de cantor. Había quedado huérfano de padre y tenía una índole vivacísima e independiente. Se lo llevé al Oratorio para que cursara, con buenos profesores del Instituto, los estudios "gimnasiales". Su carácter inquieta y ajeno a todo yugo iba desesperando a sus maestros. Le salvaron la vida de familia del Oratorio y sobre todo la bon- dad de Don Bosco, quien, acostumbrado a estudiar el ca. rácter de sus educandos y tomarlos por el lado más conveniente, viendo las grandes disposiciones del tocayito para le música, por ahí lo tomó, no ahorrando medios para qm se perfeccionase en ella. Así el jovencito halló, sin sentirlo medio para encauzar sus tremendas energías, ocuparse ente ramente y a fondo, hacerse maestro y compositor, frecuenta] las clases de la Universidad teológica, doctorarse y... a] mis• mo tiempo prestar grandes servicios en el Oratorio.
Fue su primer maestro salesiano de canto y música, su primer maestro patentado de Gimnasia, su primer Doctor ea Sagrada Teología, su primer "Catequista" o Director Espita. tual, su primer Misionero, su primer Obispo y su primer Cardenal.
Amaba entrañablemente a Don Bosco y por él hubiera dado la vida, y, efectivamente, la arriesgó varias veces en su defensa. A la edad de veinte años y frecuentando las clases del Seminario Conciliar, sintiendo por la música como una necesidad biológica, dirigía la banda y los coros del Oratorio, y para su teatrito compuso una zarzuela titulada 11 poeta e 42 filósofo, y para su capilla un Tantum ergo, que llamaron la atención y preludiaban al inspiradísimo compositor. Así fue componiendo y haciendo ejecutar esas romanas inmortales, que se cantarán siempre y se escucharán con deleite: La spaaza camino, para que luciera su voz el chavalillo Luis Costamagna; 11 Jipido dell'ésule, para que debutara Francisco Tamagno; L'orfacello, 11 oiabbattino, Id cacciatare, 1 morinaretti... y una infinidad de motetes, Tontuna ergos y Misas, que, si él mismo arrumbó cuando salió el famoso Motu Proprio de Pío X, no por eso carecen de inspiración y prestaron sus servicios y hasta fueron un gran paso preparatorio en el camino de la reforma.
De Don Bosco había aprendido el arte de descubrir aquilatas los valores, y sal descubrió a Costamagna, Ra gliati, etc., entre los alumnos, y a Tamagno en una cer jeria de los aledaños de Turín. 11 figlio dell' ésule fue para soprano del Oratorio lo que luego el Otello, compuesto para él ex profeso por Verdi cuando el alumno de Cagliero se habla convertido en el primer tenor del mundo.
Don Bosco era un gran gimnasta y maestro de gimnastas; mas carecía de título oficial. Un día se les antojó a loa seño
res del Ministerio exigir el título. Ante la Comisión que fiscalizaba el Oratorio se ofreció Cagliero a dar un examen teórico y práctico, y remangándose su sotana, dio tales pruebas de habilidad y luego de tal dominio en el mando de las
escuadras, que los rígidos catones le otorgaron de buen grado sj título exigido por la ley.
Y así tantas otras cosas.
Lo que Cagliero representa para la Sociedad Salesiana v la Iglesia y la misma humanidad, lo entreverá el lector en las páginas de esta historia y lo puede ver ampliamente en su biografía, escrita por el Padre Raúl Entraigas.
DON ANGEL SAVIO
Durante el curso 1850-51 encontró Don Bosco en Ranello a este jovencito, de quince años, y lo llevó al Oratorio. Pronto entró en el número de los que aspiraban a "quedarse con Don Bosco" para hacer apostolado juvenil. Hizo votos, frecuentó las aulas universitarias, se licenció, trabajó en el Oratorio, amó intensamente a Don Bosco, se atrevió a escribir al rey Víctor Manuel sobre ciertas visiones o sueños de Don Bosco; portador con Cagliero de un mensaje de Don Bosco al Papa, se encendió en ansias misioneras. Fue Ecónomo General, cargo en el cual prestó grandes servicios. En 1880 partió con Monseñor Cagliero a las Misiones de la Patagonia en calidad de agrónomo. De allí pasó, en 1887, al Ecuador a abrir las primeras casas salesianas, que hizo prosperar mucho. Enviado, ya achacoso, a fundar las Misiones de Méndez y Gualaquiza, Don Ángel Savio murió de fatiga
pie del Chimborazo.
DON BONETTI
Era de Caramagna. Entró pequeñito en el Oratorio y de allí pasó al Seminario, por voluntad de la familia. Pero el amor a Don Bosco no le daba reposo y al cabo de un año logró volver a unirse con él. También él era de índole enérgica y un si es no es violenta. Pero aquel temple de luchador
litmanos de Don Bosco dio el más feliz de los resultados.
Doctorado en Teología, fue un polemista invencible y un table predicador. Moderó su genio hasta convertirlo en el de un padre comprensivo y amabilísimo.
Don Bosco le dio encargos delicadisimos, que ár supo cumplir a maravilla.
De grande elocuencia y gran facilidad de pluma, escribió bellísimos libros, sobresaliendo Los Cinco Lustros de Ri,t, ría del Oratorio y El Jardín de los Escogidos, o sea, un ara. tado sobre el Sagrado Corazón. Fue el primero que comenzó a anotar diariamente lo que sucedía en el Oratorio y todo cuanto tenía relación con el Fundador, dando así origen a ese hontanar rico y preciosísimo de donde manan esas fuentes maravillosas que son las Memorias Biográficas. Fue también el primer director del Boletín Salesiano y director del naciente Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
Dándoles un día a éstas los Ejercicios Espirituales en la Casa Madre (Nizza), una bandada de pájaros, posada en el frondoso castaño que sombreaba el patinillo de la capilla, impedía la audición de la plática.
—Hermana —dijo a la sacristana—, dígales a esas aval cillas que se callen hasta que acabemos la plática.
La Hermana les dio el recado y los animalitos se calla- ron, para reanudar su algarabía apenas el Padre hubo terminado.
Era el jefe que tenía Don Bosco preparado para inaugurar las Misiones extranjeras; pero una enfermedad le impidió la partida, y hubo de sustituirle Cagliero. Se repetía eI caso de los Padres Bobadilla y Francisco Javier. ¡Afinidades en la Historia y en los destinos! Murió el día del Sagrado Corazón, a las tres de la tarde, del año 1894.
DON JUAN B. FRANCESIA
Turinés. Pequeñito, comenzó a frecuentar el Oratorio Festivo. De allí pasó al internado. Índole abierta y pacífica, imaginación de poeta, era la simpatía en persona. Fácil es
o er lo que haría de él el gran Educador. A los diecisiete suponer
mientras frecuentaba la Facultad de Letras y hacía
1-11 estudios teológicos, prestaba servicios en el Oratorio. 1,--•slis maestro de Santo Domingo Savio, del que nos ha dejado una semblanza latina del más puro sabor clásico. Desempeñó cargos importantes, como Director e Inspector o Provincial. -pero sobre todo se distinguió como orador y escritor en prosa y en verso. De su facilidad para el teatro se sirvió pon Bosco para enriquecer su "Colección Dramática", tanto en italiano como en latín.
También le debemos esa amena y sabrosa narración de Le passeggiate di Don Bosco, precursoras de las excursiones y "Campamentos" y sublimadoras de ellos.
ib" Vivió noventa y cuatro años, sin haber, probablemente,
perdido la inocencia bautismal, cumpliéndose en él varias
importantes circunstancias de los Sueños de Don Bosco. mi
l
irDON CELESTINO DURANDO Natural de Farigliano. Hasta muy avanzado el Bachillerato "no había visto a un sacerdote sonreirle con simpatía", pagándoles él en la misma moneda. Un día conoció a Don Bosco, entró en el Oratorio y se le acabaron las antipatías anticlericales. Allí contrajo amistad con el angélico Domingo Savia, sacando grandísimo provecho. Terminado sobresalientemente el Bachillerato, recibió de Don Bosco la sotana, frecuentó Seminario y Universidad, se hizo un gran latinista Y compuso uno de los mejores diccionarios latino-italiano e italiano-latino. Desempeñó en la Congregación cargos de mucha importancia, hasta el de Director General de Estudios. ganándole valiosas amistades; en los círculos universitarios Y literarios.
También se distinguió en la predicación y el ministeric de las confesiones.
DON ANTONIO SALA
Turinés también y frecuentador del Oratorio Festivo, Al terminar los cursos llamados gimnasiales entró en la cori_ gregación y frecuentó también clases universitarias. Fue uno de los enviados a fundar el colegio de Danzo, de lo cual nos ha dejado páginas saladísimas, que nos instruyen sobre el temple de aquellos educadores y de su savoir ¡aire. Con su buen humor, su paciencia y magnanimidad sabia convertir en simpáticos hasta los medios ambientes y las personas hostiles.
Con grandes disposiciones financieras, debidamente cultivado, Don Sala fue un gran Ecónomo o Administrador, primero en los colegios y luego en el Capitulo Superior.
Tenía una fuerza hercúlea, lo que no dejaba de ayudarle a desempeñar bien su cargo, especialmente en los tiempos y lugares en que había que conatruir.
A eso unía un alma de niño y un corazón ternísimo, que lo llevaba a ser el ángel de las enfermerías en los colegios y los hospitales de las ciudades. Asistía y velaba a los enfermos con una habilidad especial, por lo cual su ministerio era muy apetecido. Por empedernidos que fueran algunos enfermos, no se le murió ninguno sin confesión.
También era muy hábil en las "Buenas noches", y de las suyas nos queda una preciosa colección.
DON FRANCISCO CERRUTI
Natural de Saluggia, de constitución algo débil y de índole delicada y sensible, cuando llegó al Oratorio como interno se sintió un poco extraño. Don Bosco no estaba en casa. Melancólicoy pensando en la casa paterna, se colocó junto a mi pilar del patio mirando a sus compañeros que se diva.'
tian. A los pocos minutos ve a su lado un jovencito jovial que lleno de interés, le hace varias preguntas para distraerlo
einteresaro.
___¿Qué juego te gusta más?
—Los que aquí se juegan los conozco poco.
—¿Qué clase cursas?
—Segunda gimnasial.
—Entonces sabes latín. ¿De dónde viene la palabra so
námbulo Y
Cerruti le da muchas vueltas a la palabreja y no da pie coa bola. Pero entretanto la tristeza se le ha marchado y el interés por descifrar el enigma lo ha ganado. Y como el recreo estaba para terminar, el compañero se lo descifra.
—Pues de solano ambulare.
—.'Ah' Caminar durante el sueño. ¿Y tú cómo te llamas? —Pues Domingo Savio.
"Y desde aquel día, cuenta Cerruti, ya no me abandonó. ;Cuánto bien me biza!"
Cerruti era inteligentísimo. Pronto se hizo al ambiente. Pronto imitó a Domingo Savio. Terminado brillantemente el Bachillerato, Don Bosco lo inscribió en la Universidad, claro es que haciéndole seguir contemporáneamente las clases de Teología, cuyos exámenes se daban en el Seminario, y confiándole algunas clases en el Oratorio... Al fin, eran todavía las años heroicos.
Doctorado en Letras, el Ministerio Ie ofreció inmediatamente una Cátedra en el Liceo de Nápoles. Por un momento le halagó el ofrecimiento. Consultó con su Padre y bienhechor Don Bosco y éste se contentó con decirle:
—Tú verás. Piensa que eres hijo del Oratorio y trata de hacerle honor. De aquí a mañana pídele al Señor que te ilumine para hacer lo que sea mejor para tu alma.
1. Al día siguiente Cerruti era para siempre salesiano.
Orador fecundo, escritor elegante, amantísimo de los estudios pedagógicos enseñó en el Oratorio, predicaba en la ciudad y fuera de ella, escribió una Historia de la Pedagogía
y un par de ensayos sobre "Las ideas de Don Bosco en la Educación"; compiló un vocabulario de la Lengua Italiana que aún hoy, convenientemente puesto al día, presta incaico: lables servicios.
Pronto comenzó a regentar colegios; fue Inspector, y trasladado al Capítulo Superior como Director de Estudios, ordenó de modo perfecto los de la Sociedad Salesiana y de lag Hijas de María Auxiliadora; fundó Escuelas de Magisterio y alcanzó para ellas y para varios gimnasios y liceos saja alanos iI pareggio, o reconocimiento oficial, pero con todas sus prerrogativas, incluso la de los exámenes en casa y ce_ lación de títulos, con la presencia solamente de un delegado ministerial.
Devotísimo del Sagrado Corazón, todos los años escribía el artículo del mes de junio para todos los Boletines Bale. alanos.
En las altas esferas, tanto civiles como eclesiásticas, gozó siempre de singulares consideraciones.
DON PABLO ALMENA
Natural de None, cerca de Turín. Temple aristocrático, alma delicadísima, se aficionó a Don Bosco apenas le conoció. Éste a su vez lo amaba tiernamente y le llamó siempre "mi Pablito". No bien hubo terminado con brillantez el "Gimnasio" le hizo seguir los estudios clásicos y doctorarse en Letras. También era un docto teólogo, muy versado en estudios ascéticos y místicos.
Prestó sus servicios en e] Oratorio y en varios otros colegios como profesor. A su tiempo le confió la dirección de cargos importantes en Italia y en Francia, y cuando en este país las rasa llegaron a suficiente número, lo hizo Inspector o Provincial. Tanto se esforzó en imitar al Padre, que los franceses lo llamaban le petit Don Bosco. Bajo su mando la Inspectoría floreció considerablemente.
Después de la muerte del Padre, Don Rúa lo llamó al apítulo Superior, con el cargo de Catequista General, o sea, Director Espiritual. Dada su preparación, le prestó a la Congregación en sus tres ramas importantes servicios.
por encargo y en representación de Don Rúa visitó todas las casas salesianas de España y América. Entonces no había aeroplanos y en la mayor parte de las Repúblicas tuvo que hacer largos y penosos viajes a lomo de mula; pero en todas partes su paso era un efluvio de virtudes y un despertar de fervor. Como Don Bosco y Don Rúa, tenía una memoria portentosa: retenía fisonomías y nombres por años y años, sin que la multiplicidad perjudicara a la retención. Lo que esto le valió en simpatías y para las funciones de gobierno, es fácil imaginarlo.
A la muerte de Don Rúa, el Capítulo General lo eligió Rector Mayor, aunque por una ligera mayoría sobre el Siervo de Dios Don Felipe Rinaldi —cuyo director había sido en los lejanos años de loe estudios de éste— y que era entonces Prefecto General y Vicario General en sede vacante. Esto y lo delicado de su salud le movió a rehusar el cargo. Pero entonces se levantó Don Rinaldi e hizo leer un documento secreto que al morir Don Rúa había confiado al Secretario General Don Lemoyne. En él constaba que Don Rinaldi hacía medio siglo sabía que Don Bosco había dicho que "Don Pa-bino"' sería su segundo Sucesor. Con esto no quedaba sino inclinar la cabeza y aceptar.
El Rectorado de Don Pablo Albero, se caracterizó por un afianzamiento en los estudios teológicos. Sus circulares son un modelo de ascetismo y una mina de vida espiritual. En su tiempo tuvo lugar la primera guerra mundial, y él como Rector Mayor, se prodigó y prodigó los esfuerzos de la Congregación en favor de los huérfanos.
DON CARLOS CHIVARELLO
De Pino Turinés. Veinte años tenia cuando se decidió a entrar en el Oratorio, y tenía suficientes estudios técnicos. Don Bosco se los hizo perfeccionar, y llegó a ser un buen mecánico y un ingeniero arquitecto no mediocre. A su tiempo vistió la santa sotana y tras los estudios teológicos pudo ordenarse sacerdote. Se ocupó en varias casas, especialmente en las de Artes y Oficios, en las que prestó relevantes ser. vicios tendientes a su perfeccionamiento. Inventó varios arte. fastos mecánicos, entre ellos una fresadora, que por muchos años se la consideró como un modelo.
Colaboró con el arquitecto Spezia en la construcción del Santuario de María Auxiliadora, y cuando su consagración, inventó un aparato eléctrico para sintonizar tres numerosos coros colocados en diversos lugares.
Llevado al Capítulo Superior en calidad de Consejero Profesional, extendió a toda la Congregación sus experiencias profesionales.
Pasó sus últimos años como director espiritual en la Casa de Formación de Coadjutores en San Benigno, en donde hacía también importantes ensayos de agricultura hortícola.
DON TOSE LAZZERO
También él era de Pino Turinés y tenia algunos estudios. Pero ya conocía a Don Bosco y su Oratorio. Deseoso de hacerse sacerdote, halló en él paterna acogida y grandes faci. lidades. A medida que pasaba el tiempo se le aficionaba má.e y no tardó en decidirse a "quedarse con él". Como sus com• pañeros, firmó un documento o acta el 18 de diciewribrE de 1859 en que declaraban "reunirse en Sociedad todos, col, el fin de trabajar con un espíritu y un fin, para promoverel conservar el espíritu de verdadera caridad que se requi
FF- la obra de los Oratorios en beneficio de la juventud elan:roo-9de y en peligro..."
Tenía una hermosa voz de tenor, y esto para el Oratorio constituía un verdadero tesoro, del cual Don Bosco sabía sacar -y enseñar a sacar partido.
Lo hizo estudiar Teología, perfeccionarse en música, sacar patente de Maestro. En 1875 lo encontramos ya como Vicedirector del Oratorio, y en 1879 como Director, cargo delicadísimo, corno cualquiera comprende.
Buen predicador, Don Bosco lo empleaba en dirigir Ejercicios Espirituales dentro y fuera de la Congregación y en examinar las propuestas de fundaciones que le llegaban de las distintas regiones de Italia. Lo llevó también al Capítulo superior en calidad de Consejero. Y fue el primer Consejero o encargado especial de las Escuelas de Artes y Oficios.
Y en todos estos cargos nunca creyó indigno de su jerarquía, ir al coro en los días solemnes a cantar con los niños y ejecutar los solos de tenor.
En 1886 le envió a acompañar a los misioneros que zarpaban de Marsella, con el encargo también de dirigir una tanda de Ejercicios Espirituales. Desde allí le escribía al Padre estas palabras, que son una prueba, notable por lo espontánea, del espíritu reinante: "Han sido una dulce fiesta de familia, una verdadera reunión de hermanos, una fusión, o, para expresarme a la francesa, una fraternidad de espíritus franceses e italianos, que se esfuerzan por fundirse y manifestarse en un espíritu solo, el del amado Padre Don Bosco."
DON FRANCISCO DALMAZZO
Hijo de una familia muy distinguida de Cavour, quedó huérfano de padre, y la madre resolvió confiárselo a Don Bosco para poder ella atender mejor a la restante familia. fa vida del Oratorio carecía de las comodidades a que estaba
acostumbrado y especialmente la comida se le hacía muy basta. Se lo escribió a la madre, y ella fue a buscarlo, FIa por la mañana. Oyeron la Misa de Comunidad. Terminada ésta, llega el refitolero a avisarle a Don Bosco que no había pan para el desayuno, que al panadero se le debía bastante y se negaba a darlo; que buscando en todas partes se habían encontrado quince bollos. Y los niños eran trescientos. Don Bosco le dijo tranquilamente que los llevara y que él iría a repartirlos. Esto intrigó a Dalmazzo, que se acercó al canasto y contó los panes: "¿Cómo va a arreglárselas Dan Bosco?, se decía.
Y Don Bosco se las arregló dando una pagnottu o bollo a cada uno de los trescientos muchachos y dejando todavía quince en el cesto.
Dalmazzo corrió a la madre y le dijo:
—Yo no me muevo más de aquí. Yo me quedo para siempre con Don Bosco.
Y con Don Bosco se quedó. Y Don Bosco lo hizo sacerdote. Y lo hizo doctor en Letras. Y le confió cargos importantes, que él desempeñó con inteligencia y fervor.
Cuando el Arzobispo y la Nobleza obligaron a Don Bosco a encargarse del Colegio de Nobles en Valsálice, confió a Dalmazzo la dirección. Y no pudo escoger mejor, pues "poseía todas las dotes internas y exteriores que útilmente convienen a un Superior en ambiente de esta naturaleza".
Finalmente lo envió a Roma como Procurador General ante la Santa Sede, en donde había que tratar asuntos tan importantes como la definitiva aprobación de las Reglas y Constituciones, y más tarde las obras del Templo del Sagrado Corazón y el entenderse con los embajadores que tenían el encargo de pedir al Papa fundaciones salesianas en sus respectivos países.
En todas partes desempeñó egregiamente su papel.
DON JULIO BARBERIS
Fue el primer Maestro oficial de novicios. Lo nombró Don Bosco en 1869, siendo aún muy joven. "Era un alma cándida, toda de Dios y de Don Bosco", de quien conocía las grandes dotes y sabía hacerlas apreciar. Don Barberis era la amabilidad, la mansedumbre y la bondad personificada; tal vez jamas nadie en la vida lo vio agitado ni turbado ni siquiera por un movimiento instantáneo de cólera o impaciencia. Además era doctor en Teología, buen literato, buen predicador, buen escritor y se hacía amar extraordinariamente. Desde niño estaba con Don Bosco y por tanto conocía muy bien su espíritu y tenía arte en transmitirlo. Formó una verdadera constelación de salesianos, tanto clérigos como coadjutores, alegres, sencillos, trabajadores, amantísimos del estudio y enamorados de Don Bosco y de su espíritu. Este espíritu que se reflejaba luego en todos los colegios, dándoles esa fisonomía especial que tanta admiración y tanta simpatía suscita en todas partes.
DON DOMINGO BELMONTE
Alma delicada y fina, entró muy niño en el Oratorio y hallando el ambiente propicio, creció robusto en santidad y ciencia. Como tantos otros, sin oir hablar nunca exclusivamente de vocación religiosa, sintió el ansia de "quedarse con Don Bosco" para mejor asegurar la salvación de su alma ayudando a salvar las ajenas, especialmente con el apostolado de la educación de la juventud menesterosa. Y come tantos otros, terminados los estudios llamados de humanidades, empezó los eclesiásticos y se matriculó como libre en la Universidad, prestando al mismo tiempo sus servicios de maestral° 'en el Oratorio o en otros colegios. Se doctoré
en Ciencias Físicas y Naturales y sobresalió también come predicador.
Pronto comenzó a desempeñar cargos de importancia, siendo Consejero Escolástico y Director de los colegios de Borgo San Martino y Alassio y luego fue elevado al Capítulo Superior en calidad de Prefecto a látere del Rector Mayor, que lo era el mismo Don Bosco, habiendo pasado Don Pc.is, por voluntad de León XIII, al de Vicario de Don Bosco, con derecho de sucesión.
Como todos los demás superiores, ejercía también en grande escala el ministerio del confesonario dentro y fuera de casa; y como tenía una gran pericia en la dirección de laal almas, su "clientela" era numerosa.
Sobresalió en el arte de las "Buenas noches", que logré hacerlas muy semejantes a las de Don Bosco. Las preparaba muy bien —como es deber—, acomodándolas diligentemente a las circunstancias de tiempo y lugar, y así le salían llenas de espontaneidad y de gracia y no tenían desperdicio. Unas cuantas nos quedan, hermosamente editadas por la tipogra, • fía de San Benigno.
DON DOMINGO RUFFINO
Flor demasiado pronto truncada por el huracán. Do
Ruffino fue una de esas almas que como lirios y rosas tras
plantadas al jardín salesiano, se adaptaron desde el prim
momento. Era de Giaveno, seminarista en Chieri. Encon
trándose una vez "por casualidad" (las casualidades de 1
Divina Providencia) con Don Bosco, se le aficionó intensamente. En las vacaciones de 1857 el Santo, que conocía 1 estrecheces por que estaba pasando ]a familia, lo invitó cadamente a pasarlas con él en e] Oratorio. Aceptó, y al cabo de una semana escribía a un amigo una carta, preciosa po cuanto es un testimonio de la vida que allí se llevaba:
"Me parece estar en un paraíso terrestre, porque todos
e aman como hermanos y más todavía. Todos están alegres, Pero con una alegría celeste, y especialmente cuando Don Bosco se halla en medio de nosotros. Entonces pasan las horas como si fueran minutos, y todos penden de sus labios, como encantados. Él es para nosotros como un imán: apenas aparece en el patio, todos corren a él y se sienten tanto más contentos cuanto más cerca de él pueden estar." ¿Qué extraño si, apenas pudo, trocó el Seminario por el Oratorio?
El 3 de mayo de 1860 ya formaba parte de la naciente Sociedad Salesiana. Abierta la casa de Mirabello, con Don Búa por Director, Don Bosco lo envió como director espiritual, cargo que venía a pelo con su carácter.
Abierto el colegio de Lanzo en 1864, Don Bosco nombró Director a Don Ruffino, ya licenciado en Letras, llevándolo
antes consigo a prepararse en San Ignacio de Lanzo, con una
tandita de Ejercicios, porque la misión era dificililla. El Ayuntamiento quería que los Salesianos asumieran la dirección del Colegio Cívico, que estaba decaído, pero se oponía
una turba de sectarios audaces que eran capaces de cualquier cosa para estorbar su funcionamiento. La juventud estaba
realmente en peligro de perversión y muy necesitada de educación cristiana, y esto a los ojos de un apóstol era un motivo muy fuerte para aceptarlo.
No pudo darle ningún sacerdote, pero le dio clérigos y coadjutores de armas tomar —en todo sentido—. Mucho se
sufrió —más adelante lo veremos—, pero el triunfo fue com
pleto; antes de un año Lanzo era una ciudad salesiana. Pero la victoria costaba cara. El 18 de julio de 1865 el Director
cayó agotado, como un héroe desangrado en el campo de ba
talla cuando sonríen los lauros de la victoria. Para el corazón de Don Bosco el golpe fue rudo. Veinte años más tarde lo
recordaba aún con estas palabras, que Don Lemoyne anotó:
—;Qué hermosa alma tenía Don Ruffino! Parecía un ángel. El solo verlo parecía transportar al Cielo; su rostro era mucho más devoto que el que suele pintarse en las estampas de San Luis.
DON PEDRO GUIDAZIO
Fue uno de los clérigos que Don Ruffino llevó consigo a.,
Lanzo. Don Sala, escribiéndole a un amigo las aventuras de los primeros días, le cuenta que "Guidazio, habiendo sido
un buen carpintero antes de entrar en la Congregación, hizo
los marcos de ventanas donde faltaban y arregló las puertas". Había "entrado en la Congregación teniendo ya veinti
dós años, hombre (sanamente) corrido, que había viajado mucho, muy leído, muy "nutrido de números, pero ayuno de latín". En el Oratorio estudió, frecuentó las aulas y for. mándose una buena cultura literaria, se licenció en la Regia Universidad de Turín.
Guidazio pasó unos años como "Consejero Escolástico" o Director de estudios en el Oratorio, siendo un verdadero
modelo de lo que es y debe ser ese cargo, como puede verse en el sabroso libro del Padre Vespignani titulado: lin año en la Escuela de Don Bosco.
De la entonces "lejana Sicilia" no cesaban de pedirle a Don Bosco fundaciones de colegios. Se decidió a fundar uno,
apenas le fue posible, en Randazzo y mandó como Director
a Guidazio. Al cabo de unos meses, el Obispo de la ciudad le escribía a Don Bosco: "Este sacerdote es irreprensible, muy
activo, edificante, instruidisimo, y además de la estima y benevolencia del Obispo se ha ganado una no ordinaria reputación ante el laicado y el Clero. Esto se lo digo para su consuelo, viendo cómo este hijo suyo corresponde a la formación que usted le ha dado."
A pesar de la dificultad del ambiente, de las costumbres diversísimas, inveteradas, el sistema salesiano triunfó plenamente, gracias a su inteligente y paciente aplicación. Hl "Gimnasio" de Randazzo era un modelo adonde toda la isla iba a admirarse y edificarse. Y para extender su radio de acción, desde el principio fundaron a su lado "la institución que no puede faltar: el Oratorio Festivo".
Con razón le había dicho el Santo a Guidazio al despe
o.
_No temas. ¡En Randazzo harás muchas maravillas!
casa será el germen de muchas otras.
•
DON JUAN BTA. LEMOYNE
/
1
* -- -En una de las famosas excursiones que durante las va
caciones hacía Don Bosco en compañía de sus alumnos le fue presentado un joven sacerdote. Era de familia distinguida, muy instruido y muy bueno. Habiendo visto el amor del Santo por sus alumnos y el de éstos para con él, había quedado conmovido e interesado, y se hizo presentar. Pero si
gamos su propia relación:
"Don Bosco iba a pie (de Lerma a Momees). A su lado, durante todo ese largo trayecto, caminaba un sacerdote forastero, que para fortuna suya le había sido presentado. Don Sosco lo miró con su mirada bondadosa y penetrante y le preguntó su nombre y su patria. La conversación se animó.
En Lerma, durante la comida, le hicieron sentar a su lado. Don Bosco habló del Oratorio, de los medios que allí se empleaban para salvar a la juventud, amenazada de tantos peligros. El sacerdote lo escuchaba absorto. De pronto le
dijo:
•
—;Con cuánto gusto iría con usted a Turín, si me acepta! lik —¿Y con qué intención iría? —Con la de ayudarle en lo poco que pudiera. —No; las obras de Dios no necesitan de la ayuda de los hombres.
—Pues yo iré, y usted me dirá lo que debo hacer. —Venga. únicamente con el deseo de asegurar la salva
ción de su alma.
—Así lo haré —repuso aquel sacerdote. Volvió, pues, con Don Bosco a Mornese y le habló durante una hora y media de su vida pasada, de cuanto había
hecho y pensado hasta aquel día y de los proyectos fon-Jadee para el porvenir. Fue un paseo inolvidable" (1).
;Y tan inolvidable!
Aquel sacerdote se llamaba Juan Bautista Lemoyne. Y ere natural de Génova. Es evidente que Don Bosco le habló asi para curarlo de toda vanidad. En otro lugar cuenta Lemoyne que por ese tiempo (de 1860 en adelante) eran ya muchos los sacerdotes y otras personas mayores las que deseaban entrar en la Congregación, y a todas las probaba de varios modos para comprobar los sentimientos que abrí. gaban y la fu-meza en la vocación. Y sólo aceptaba a los que superaban la prueba. Los que efectivamente tenían vocación salesiana —los que él llama, con feliz expresión "miembros natos de la Sociedad Salesiana"— se le adherían inaltera blemente (2).
Lemoyne fue uno de ellos. Y ciertamente para la Congregación, fue una adquisición incomparable.
Con su gran cultura, su espíritu histórico-crítico, desde el primer instante se hizo cargo de la grandeza del Santo y de cuanto con él se relacionaba, de la originalidad y alcance de su sistema educativo, del milagro viviente y permanente que era el Oratorio y su vida y, en general, de la Obra Salesiana, y desde el primer día se puso a anotar cuanto veía y observaba.
;Cuál no fue su sorpresa y contento cuando descubrió que ya había otros dos en el Oratorio, Ruffino y Bonetti, que hacía algunos años venían haciendo lo mismo!
Perfeccionó los métodos, armonizó el trabajo y el Señor le concedió vida suficientemente larga y robusta para llevar a cabo la búsqueda y recogida de todo o casi todo cuanto se refiere a Don Bosco. Por añadidura Don Bosco le hizo secretario suyo. Así tenemos ese incomparable tesoro de las Me
(1) Memorias Biográficas, VIII, 768-9.
(2) Memorias Biográficas, VIII, 288.
!noma Biográficas de Don Bosco, que nos pueden envidiar todas las Congregaciones y todas las órdenes Religiosas.
Si Lemoyne no hubiera hecho otra cosa, ya merecería la eterna gratitud de la Familia Salesiana, y aun de la Iglesia entera y de la Humanidad. Pero hizo otras muchas. Dios lo rabia superdotado y él supo aprovechar todas sus dotes, ea lo cual mucho le ayudó Don Bosco. Era doetísimo, era buen orador, era poeta, poseía lima prosa maravillosa y un arte de narrar que encantaba; amaba el teatro y tenía facilidad para componer dramas, comedias y sainetes. Y por encima de todo, poseía un gran corazón, una rectitud a toda prueba, una delicadeza de conciencia angelical, una educación exquisita, una sencillez de niño, una prudencia rara y era un trabajador incansable. Por eso se asimiló como nadie el espíritu del Padre y supo secundar todas sus empresas.
Mientras vivió tuvo el privilegio de componer todos los años el himno que, puesto en música por Cagliero, Dogliani o de Vecchi, se cantaba en la fiesta onomástica del Padre.
Sus dramas, grandiosos y a un tiempo fáciles de representar, oportunos siempre, alimentaron los ideales salesianos, especialmente los misioneros, y elevaron el teatro del Oratorio y de los demás colegios a una categoría difícil de superar, que todos admiraban.
Como Director de colegios puede ponerse al lado del propio Don Rúa.
En 1883 se le nombró secretario del Capítulo Superior y hasta su muerte (1916) ya no se movió del Oratorio, a la sombra del Santuario de María Auxiliadora, donde dirigió muchísimas almas de dentro y de fuera.
DON SANTIAGO COSTAMAGNA_
DON LUIS LASAGNA
GRANDES MISIONEROS
Los hallaremos a lo largo de estas páginas.
JOU nuzza-rri
No sólo de sacerdotes se compone la Sociedad Saleaiana; importantísimo papel juegan en ella los coadjutores. plum también se los mandó a Don Bosco la Providencia y él Supo formárselos.
Entre los innumerables muchachos que afluían a Turín para tentar fortuna y que Don Bosco reunía los domingos el sus Oratorios, pronto destacó Buzzetti, natural de Caronray peón de albañil. Ver a Don Bosco y quedar prendado, tod fue uno. Era todavía el tiempo del Oratorio ambulante. Mi día de 1847 el Santo le propuso estudiar para sacerdotal Aceptó contentísimo. Y al mismo tiempo que estudiaba, aya-" daba en las mil cosas del Oratorio. Pero un dia. de 1851 se le disparó una pistola en la mano y le llevó el pulgar.
Por amor a Don Bosco quiso quedarse como chiérieo perpetuo. Pero la humanidad es la humanidad. Y Buzzetti, viendo que subalternos suyos subían, subían, resolvió mar. charse. Don Bosco lo miró con infinita ternura; pero no se opuso a su decisión: le ofreció toda su ayuda, le puso dinero en la mano y le dijo:
—; Adiós! Recuerda que el Oratorio es siempre tu casal y Don Bosco siempre tu amigo; esta puerta siempre está abierta para ti.
El fuerte Buzzetti prorrumpió en llanto, exclamando:
---;Oh, no! ;Yo no me separaré nunca de Don Bosco!
Y se propuso ser el cireneo de la, casa. Ningún sacrificio lo acobardaba. Don Bosco sabía que podía contar con él para todo, ¿Que las cosas de la cocina o del huerto o del tallei se enredaban? Allí estaba Buzzetti sonriente y las desenredaba. ¿Que Don Bosco se hallaba en un apuro, fuese el que fuese? Allí estaba Buzzetti esperando órdenes y haciendo lo. imposible para cumplirlas.
Pronto le enseñó el Santo a sacar partido de todas s
habilidades, puestas al servicio de Dios y de las almas. Había fundado las Lecturas Católicas. Confió su administración a guzzetti y Buzzetti fue su principal sostén, su propagandista, su distribuidor.
Se fundó la Librería. Buzzetti la echó a andar y la hizo prosperar.
¿A veces, especialmente en las excursiones de verano, la banda se ponía dificililla porque algún músico se encaprichaba? Alli estaba Buzzetti y todo se arreglaba.
Era el tiempo de los frecuentes atentados contra la vida de Don Bosco. Buzzetti le salvó muchas veces la, vida, ya previniéndolos, ya afrontándolos valerosamente. Compartió con el Gris ese glorioso oficio.
Don Bosco empezó a construir. Buzzetti fue su empresario. Cuando, aceptada la empresa de construir en Roma el templo monumental al Sagrado Corazón, vio los enormes dispendios y dificultades que una no acertada administración traía consigo, envió a Buzzetti y las cosas se enderezaron. Las palabras que Don Bosco le dijo al volver de su gestión le llegaron al alma y lloró de consuelo.
Buzzetti era piadosísimo. En la oración y la comunión hallaba fuerzas para todo.
Y sin embargo... Buzzetti no se resolvía a hacer votos religiosos. No se creía digno, ni le bastaba, ¡cosa rara!, la palabra de su Director. Y así pasaban los años. Don Bosco respetaba su voluntad, y... sufría en silencio. Un día de 1877 díjole con tristeza:
—Buzzetti, tengo miedo de que en el Cielo no vamos a estar cerca el uno del otro.
—¿Por qué? —exclamó éste aterrorizado.
—Porque la Virgen quiere que yo esté junto a mis salesianos y lejos de los que no lo son.
Esa misma tarde Buzzetti hizo la petición que, presentada al Capitulo, fue aceptada. Y José Buzzetti fue coadjutor salesiano de hecho y de derecho.
Cuarenta años acompañó así a Don Bosco. El Oratorio
era su mundo, era su vida, lo era todo para él en la eie, Muerto Don Bosco, Buzzetti comprendió que se acercaba
también su hora. Le había ayudado siempre en todo, hable expuesto por él muchas veces la vida. Ahora su misión ts:
taba terminada: Su robusta fibra se quebró. En breve se fue
para estar por siempre cerca de Don Bosco.
JOS ROSSI
Oriundo de Pavía. La lectura de El Joven Cristiano le hizo desear conocer al autor, y... se fue a Turín. Tenía ya eut veinticuatro cumplidos, El Oratorio no abundaba en coma didades; pero... estaba Don Bosco. "Cuando me encontré ante él, —dice— quedé edificado, recibí una profunda impresión y su cordialidad rae produjo un sentimiento filial." Era en febrero de 1860; en 1864 Rossi hacía su profesión trienal y en 1867, la perpetua.
Don Bosco lo nombró ropero y aposentador. Más tarde le asignó también una asistencia en los talleres, que deseab pefió con inteligencia, procurando que los aprendices no sólo guardaran el orden, sino que se esforzaran en aprender bien sus oficios y crecieran buenos cristianos para que ejercieran luego influencia en las fábricas a donde tuvieran que ir.
Don Boaco, que había establecido en el Oratorio un almacén central y venía observando las cualidades administrativas del coadjutor, lo preparó paulatinamente y, llegado el momento, lo hizo su hombre de confianza y proveedor general. ral. Había que vigilar todos los talleres y la cocina, buscar y despachar trabajo, comprar materiales, tratar con los ellen. tes, etc., etc. La esfera de acción era grande y de responso. bilidad. Rosal se multiplicaba. También Don Boaco multiplicaba sus manifestaciones de aprobación y de aliento y loa oportunos consejos. El campo se ensanchó todavía con el multiplicarse de los colegios y la creación de las Misiones. ;Cuántos viajes por Italia y el extranjero tenía que hacer
Rvdo. Don Juan B. Irrancesia, Doctor en Fidosopa y Letras. NoelO eu 1895. Yue el primer Director del Colegio de Varazze, luego inspector y Director Espiritual Genera]; hasta su utu.erte estuvo la frente de las colecciones de libros fundadas por Don Bosco.
3ditri6 en Turín, su patria chica, en 1950.
ptooi: ¡cuánta diversidad de asuntos y de gentes tenia que –tratar! A veces todo era muy duro. ¡Pero era la voluntad
de
Dios y había que ahorrarle a Don Bosco disgustos y fatiga! Rossi siempre contento, sonriente siempre.
manejaba mucho dinero. Y era más que edificante su escrupulosidad en la guarda de la santa pobreza.
También había aprendido del Padre el arte de permanecer anido a Dios en medio del tráfago de los negocios. ¡Cuántas veces regresaba al Oratorio a hora avanzada del dio, después de haber viajado toda la noche! Iba derecho a la iglesia, Día la Misa si la había, comulgaba siempre y daba gracias; iba a tomar una taza de café, para volver y hacer en la misma iglesia su meditación de regla!
A Don Bosco le gustaba bromear, y sus bromas nunca eran puras bromas. Cierto día que iba con unos amigos notó que Rossi estaba preocupado y un poco malhumorado. Al pasar junto a él se lo presenta con estas palabras:
—Señores, el conde Rossi, grande amigo de Don Bosco. Y se quedó conde Rossi, con condado y todo. Y algunos se lo creían.
—¡Qué cosas tiene usted, Don Bosco! —le dijo sonriendo. —¿Verdad que te gustó más asi, que si te hubiera dado un repelón?
¡Qué atenciones tenía Don Bosco y cómo sabía tocar libras! Durante el Capítulo General de 1877 llamó a Rossi a Lanzo, donde se celebraba, para que asistiera como consultor en las sesiones en que se habló de fina was y de Escuelas Profesionales.
Y Rossi, por eso mismo, nunca se alzó a mayores. Siempre humilde, siempre respetuoso, siempre obediente.
Sobrevivió a Don Bosco. Los últimos años le hizo sufrir mucho la arterioesclerosis. Pasaba largas horas en la iglesia de María Auxiliadora, absorto en oración.
Un golpe de apoplejía se lo llevó el 28 de octubre de 1908. Conservó el suficiente conocimiento para recibir devotisimamente los Santos Sacramentos de manos de Don Rúa.
JOSÉ DOGLIANI
El Maestro Dogliani es una prueba palpable del espirite observador de Don Bosco y del partido que sabía sacar de las disposiciones de los individuos. De carácter más bien mido, entró en el Oratorio para aprender carpintería. Lo pus, también en la escuela de música instrumental. Dogliani se halló en el reino de la música: orquesta, banda, coros de canto... Bajo la dirección del Padre Cagliero hizo tan rápidos progresos, que el maestro De Vecchi compuso ex profeso para él un Concerto di basso fliscorno. A los diecinueve años ya dirigía una orquestina y componía sus primeras marchas. Poco a poco Cagliero le fue cediendo la batuta y cuando marchó para América lo sustituyó dignamente. Quizá para probar su habilidad, elementos de fuera pidieron para las fiestas de María Auxiliadora el grandioso himno de la Virgen de Lepanto. Los que ignoraban la ausencia de Cagliero creyeron que éste dirigía la ejecución.
Ofrecimientos tentadores tuvo. El amor a Don Bosco y al Oratorio vencieron toda tentación. Se empezaba a hablar de reforma en la Música Sagrada. Don Bosco animó a los suyos a secundarla. Con admiración de todos, Dogliani hizo ejecutar en María Auxiliadora la Misas Papae Marcellt.
Además de ensayar y dirigir la banda y la Escolanía. Dogliani servía la comida en el refectorio de los Superiores. A él se debe si los salesianos conocemos algunos episodios de la humildad y mortificación de Don Bosco.
En 1876 se habían introducido en el teatro ciertos gustos que no agradaban a Don Bosco y le hacían sufrir por cuanto se alejaba un tanto de su espíritu. Dogliani y otro coadjutor llamado Barale lo encauzaron de nuevo. ¡ Tanta era ya su autoridad!
La Escolanía de Dogliani llegó a ser la mejor de Italia y tal vez de Europa. Cantó en las principales ciudades, excitando admiración e imitación. Dogliani llegó a ser un gran
positor, y con Pagella y Grosso, uno de los artífices cÁo„,--1m, reforma de la Música Sagrada querida por San Pío X. "
Recoir.-- con on este objeto varios países de Europa y América. c
la muerte del rey Humberto la aristocracia italiana quiso ve la Escolanía de Dogliani se encargara de la parte musical de los funerales. Se le confirió el título de Cavalliere de sal. Corona y poco después el de Comendador, y Dogliani permanecía tan modesto, tan humilde y tan sencillo que parecía es novicio. Siempre activo y optimista trocó las armonías de la Tierra por las del Cielo el 22 de octubre de 1934, a los ochenta y cinco años de edad y sesenta y siete de profesión. Su nombre vivirá siempre en la Congregación como una de sus más legítimas glorias.
MARCELO ROSSI
En el Reglamento de los colegios dice Don Bosco que "un buen portero es un tesoro para una casa de educación". Lo experimentó en el que Dios le envió cuando lo hubo menester. El Oratorio era un pequeño mundo y su portería un puerto de mar. Se llamaba Marcelo Rossi y tenía veintidós años. No tenía muchas letras, pero sí un alma hermosa y muy buenas disposiciones. Había tenido que luchar con la familia para ir adonde sentía que Dios le llamaba. Era la. vi« gilia de la Inmaculada, año 1869.
Pasada la fiesta, Don Bosco lo colocó en la Librería. Aquí
al contacto con personas instruidas, comprendió la necesidai de "desasnarse", como él decía. Y empezó en seguida. Por st Parte Don Bosco le enseñaba el arte de hacerlo todo poi Dios. Terminados los años de prueba, hizo su profesión trie nal, y acometido poco después de unas fuertes hemoptisis Pidió y obtuvo permiso de hacer la perpetua. Don Bosco fui a recibírsela y bendecirlo.
—Don Bosco, ¡ qué dicha! Quiero morir en el amor di Dios.
—Sí, hijo mío, pero no ahora. 49:
Luego que hubo recibido la bendición de Don Bosco se levantó bueno y sano. Y al día siguiente se le encargó la asía. tencia de los encuadernadores, escuela-taller entonces muy importante.
Pero el Oratorio necesitaba absolutamente de un bes portero. Don Bosco mandó a Rossi "interinamente".
Y la interinidad duró cuarenta y ocho años. Y no hay duda de que "el señor Marcelo" sentó cátedra y nos dejó el modelo del portero salesiano, como San Alonso Rodríguez y el Hermano Gárate el del jesuita.
Cortés y afable, con una inalterable sonrisa, muy natural por cierto, acogía al visitante mirándole fijamente con unos ajillos plácidos, mientras levantaba ligeramente el mentón como para escuchar mejor. Había llegado a una placidez envidiable. Nadie le vio irritado ni siquiera alterado, ni aun en esos días en que la portería parecía una aduana en que las gentes van de prisa y cada uno quiere ser el primero. Él los atendía a todos.
Sus días eran todos iguales: levantarse a las cuatro y media en todo tiempo; ir a la iglesia para las prácticas ma• tinales; luego barrer y acomodar la portería y sus dependencias; luego encerrarse en su "garita" (perdónesenos el término) desde donde observaba cuanto pasaba en torno y atendía a quien se presentaba. Ésta era su ocupación desde la mañana a noche avanzada. A las horas de comer se le sustituía por el tiempo estrictamente necesario.
Sonriente y todo, tomaba muy en serio su oficio de "centinela del Oratorio". No se la jugaban tan fácilmente. ¡Y esa que ya había pillos en Turín, y en aquellos barrios y en aquel tiempo! Los malandrines le pusieron el mote de "El Gris", aludiendo al misterioso guardián de Don Bosco. Sin perder la calma, los ponía en la puerta. ¡Y qué arte el suyo para defender de los impertinentes a los Superiores!
Un portero no tiene que hacer sólo con los que entran; también con los que salen. ¡Y no faltaban los que querían
salir sin los debidos permisos! ;Y cómo sabía el señor Marcelo hacerlos volver sobre sus pasos! No había halago ni —amenazas que lo doblegaran.
Una portería es sitio peligroso y molesto por muchas otras cosas. Al señor Marcelo le sirvió para santificarse. pon Francesia, su confesor durante veintidós años, escribe de él: "Yo, que tuve la envidiable suerte ríe penetrar en su conciencia y poder comprobar durante tantos años la delicadeza de su alma, puedo testificar que no sabría cómo reprocharle la más leve falta voluntaria, y puedo parangonarlo a las almas más bellas."
Era hombre de oración. Pero su distintivo era la caridad, caridad en todos los órdenes; de su cargo servíase para enseñar el Catecismo y llevar las almas a Dios, remediar miserias, interceder por los niños pobres y abandonados, reconciliar familias mal avenidas...
Como era lógico, hizo escuela. Sus sucesores han sido dignos de él.
Murió dejando fama de santo_
Y como Buzzetti, Dogliani y Rossi tuvo y formó Don Bosco muchos coadjutores; Dios se los mandó para todas las escuelas-talleres y para todos los cargos principales. El Oratorio Festivo tuvo un Juan Garbellone; la escolanía y La banda, un Searzanella,; la sastrería, un Pedro Cenci; la zapataria, un Garrone; la imprenta, un Pelazza; la sacristia, un Palestrina; la enfermería, un Enria; la carpintería, un Lanteri; la mecánica, un Lombardini; el teatro, un Barale... Muchos de ellos fueron también verdaderos técnicos, que escribieron manuales para las diversas artes y oficios, preludios de los que hoy honran esta clase de literatura didáctica, tan útil y tan necesaria. Constelación de santos religiosos a los cuales debe la Congregación el primado en la formación de loa obreros y ellos a la Congregación el ser lo que fueron Y lo que eternamente serán.
Con tales artífices ya podía la Sociedad Salesiana dese gar sus velas y llevar sus métodos y su sistema educativo y, lo que más vale, su espíritu a todas las regiones dei mundo.
CARLOS GASTINI
No fue salesiano con votos. Pero fue el fundador de los Antiguos Alumnos.
Cierto día de 1848 entra Don Bosco en una barbería y aun contra la voluntad del barbero, se empeña en que le afeite el aprendiz, chaval de catorce a quince años. Éste lo hizo lo mejor que pudo. Entre sonrisas y rebeldes lagrimillas de dolor, preguntaba el Santo a su barberillo mil cosas.
¿Qué sentía Carlos Gastini a] desollar a su cliente? Dde ese momento se le aficionó en extremo. El Oratorio fue su palacio encantado. Volaba a él todos los domingos y todas las tardes que tenía libres, Pronto aprendió a ser apóstol. Reprendía dulcemente a Ios clientes que blasfemaban o hablaban mal.
Poco tiempo después murió la madre y Gastini quedó huérfano, con una hermana pequeñita. El propietario de la casa en que vivían los echó a la calle. Era ya casi. de noche. Acertó a pasar Don Bosco cerca del Rondó y encontró a Carlos llorando a mares. Informado de la causa, lo recogió y consiguió colocar a la hermanita en un orfanato.
Gastini aprendió el oficio de encuadernador, y la milsica, y la declamación, y fue el barbero de Don Bosco y del Oratorio. Y como tenía grandes disposiciones para el teatro, especialmente en la parte cómica, fue hasta su más avanzada edad personaje obligado en todas las veladas y todas las fiestas. Y Ie hacían regalos y regalos y él se los pasaba a Don Bosco.
A su debido tiempo fundó un hogar feliz, bendecido por Don Bosco y alcanzó una longevidad envidiable —como se lo
redijera el Santo—, llamándose siempre "el juglar de Don predijera
porque en la fiesta del Santo no faltaba nunca la
niega deGastini.
Cuidó de agrupar a los chicos que iban saliendo del Oratorio con su Ocio aprendido o sus estudios terminados. Y en la tiesta de San Juan de 1870 presentó, con algunos de ellos, 8.1 amado Padre, un corazón de plata, como símbolo de su inalterable adhesión y acendrada gratitud.
La Asociación de Antiguos Alumnos de Don Bosco estaba fundada, porque el Santo, entreviendo lo que aquello significaba, la apoyó con todas sus fuerzas.
Entra ahora nuestra relación en el período que puede llamarse central de la actividad apostólica de Don BOSCO. Numerosas maravillas acompañan la extraordinaria expansión que la Divina Providencia viene concediendo a la obra del Siervo de Dios. Expondremos los hechos de mayor relieve.
Graves temores perturbaron al principio las comunes es, peranzas: la salud de Don Bosco estaba muy quebrantada.
En febrero de 1863, encontrándose con algunos clérigos y jóvenes, lee habló de la muerte, y con gran disgusto de ellos, les aseguró que pronto tendría que dejarlos. Le dijeron que pidiera al Señor le concediese, para su consuelo, al menos veinte años más de vida, y le preguntaron qué debían hacer con sus niños para que consiguiese aquella avanzada edad. Respondió que le ayudasen en la batalla que tenía que librar contra el enemigo de las almas.
—Si me dejáis solo —añadió-- acabaré más pronto, porque he resuelto no ceder, aunque sea a costa de caer muerto en el campo...
Al ver que sus palabras los afligían y encontrándose entre ellos algunos clérigos próximos a recibir las Órdenes Sagradas, concluyó diciendo:
—Pedid al Señor que realice mi esperanza de poder asistiros a todos cuando digáis la Primera Misa.
Divulgadas pronto estas palabras por la casa, desperta ron en todos un gran deseo de conservar la vida de su padre y maestra.
Pero su salud continuó despertando viva inquietud. Aun. que dudaba vivir más de los cincuenta años y estando por otra parte seguro de que Dios no abandonaría la obra. erepee nada, pensaba levantar un gran templo en honor de aquella que, en repetidas visiones, se le había aparecido y le había prometido con prodigalidad templos y casas. Así se lo declaró a Don Juan Cagliero, añadiendo que la Virgen quería ser honrada con el titulo de MARfA Auxirranoae, como corre& pondiente a las nuevas y urgentes necesidades de los tiempos, y que aquélla debía ser la iglesia madre de la futura Sociedad; el centro de donde irradiarían todas sus demás obras en favor de la juventud. Y acabó diciendo:
—María Santísima es la fundadora y será la sostenedora de nuestras obras.
Al canónigo Anfossi indicó después que el sitio del futuro templo sería un campo que había tenido que revender hacía ocho años. El ecónomo del Oratorio, Don Angel Savio, prefería que se levantase la nueva iglesia en el cruce de la actual calle de Cottolengo con la calle de Cigna, en terreno de ésta y con la fachada hacia la calle de Valdocco. Comenzaron las gestiones y ya se había ultimado verbalmente el contrato ante testigos, cuando los propietarios no se avinieron a der• tas condiciones y el contrato no se ultimó.
Conjurado con la intervención de la autoridad académica de la provincia el peligro de la clausura de las clases. practicó Don Bosco las gestiones oportunas para proveer de título oficial a sus profesores, porque conocía las malas intenciones del caballero Gatti, que en aquellos días hacía y deshacía
a su capricho en el Ministerio de Instrucción Pública. •
No se desalentó por no haber sido atendidas las dos ins
taacins que con aquel objeto había presentado, sino que exhortó a los suyos a tener confianza en Dios y se decidió
construir un nuevo edificio para clases. Finalmente, me-liante los buenos oficios del profesor Prieri, decano de la, Facultad de Letras, logró que sus maestros, Don J. R Francas', Francisco Cerruti, Celestino Durando y J. B. Anfossi hicieran un examen de ingreso en la Facultad mencionada, lo cual entonces bastaba para enseñar legalmente en el "gimasniee o Bachillerato inferior y en el "liceo" o Bachillerato superior.
Este primer triunfo pareció quitar el sueño al caballero Gatti, el cual, con la esperanza de lograr su propósito, consiguió del Ministerio en el mea de mayo otra inspección a las clases del Oratorio.
El encargado fue el profesor Ferri, inspector de las clases secundarias en la parte científica. El Santo, aunque protestó contra esta nueva vejación, no se opuso, en obsequio a la autoridad.
La visita duró dos días. Como los alumnos habían contestado debidamente a las preguntas que insidiosa e inoportunamente les había hecho el inspector y éste, por otra parte, tenía fama de hombre honrado e imparcial, se esperaba por lo menos un informe veraz y justo; pero llegó a oídos del Santo que se iba a presentar al ministro una relación muy desfavorable, en la cual se insinuaba, entre otras cosas, que se había observado en el Oratorio un espíritu tan hostil al Gobierno, que ni siquiera habla un retrato del Rey.
Don Bosco quiso conjurar la tormenta antes de que estallase y decidió ver al Ministro directamente. Éste le recibió sólo después de repetidas instancias. Don Bosco le habló de los abusos de poder cometidos por el profesor Ferri.
—Se ha querido —le dijo— escrutar los pensamientos de los chicos, saber lo que decían en la confesión, lo que les aconsejaba el confesor, formulando amenazas si no se satisfacían aquellas insidiosas e insistentes preguntas...
En este momento se llamó al profesor Ferri y al caballero
Gatti. A causa de la semioscuridad del salón no advirtieron la presencia de Don Bosco y se sentaron a poca distancia de él,
Interrogado el profesor por el Ministro sobre el resultado de su inspección, repitió las acusaciones de que ya se ha ha, bledo; y corno el Ministro le expusiera las quejas de Deo Bosco, negó que hubiese hecho a los chicos preguntas india_ cretas. Entonces el Ministro dijo:
—Tenemos aquí a Don Bosco, y desea hablar; dejémosle responder, y así apuraremos la verdad. ¡La verdad y nada más que la verdad! ¡Y ay de los impostores!
Fácil es imaginarse el aturdimiento de estos benévolos informadores. El caballera Gatti, pretextando asuntos urgentes, se levantó para irse; pero estaba tan aturdido, que en vez de la puerta de salida, abrió un armario. El señor Ferri quiso alejarse un poco de Don Bosco y tropezó en la alfombra yendo a caer en el suelo. Entonces Don Bosco intervino y habló así:
—Señor Ministro, le doy gracias por la autorización que me concede para hablar. No trato de acusar a nadie, sino de defenderme, o mejor, de defender mi causa y la de mis niños. Se han hecho a éstos preguntas insidiosas sobre la frecuencia de sus confesiones, con quién se confesaban, lo que decían en confesión, qué les decía el confesor y otras preguntas, que por pudor no repito. El mismo profesor Ferri aseguró que nuestras clases se podían poner como modelo de moralidad y disciplina, y aseguró delante de mí y de otras personas que no hallaba nada censurable en nosotros, y que sería de desear que todas las escuelas públicas se encontrasen en aquel estado. Ha dicho que no teníamos retrato del Soberano; él mismo vio tres en otras tantas aulas.
—Si, es verdad; pero son muy feos —dijo Ferri bastante turbado.
—Eso será culpa del que los ha pintado o grabado —replicó Don Bosco—. Mucho me gustaría a mí que fuesen más hermosos.
»Basta! —dijo el ministro—. Usted, señor profesor,
-
ele marcharse a su despacho. Ya veo que mis deseos se han interpretado arbitrariamente y que para evitar un mal, ja han querido hacer dos. Ya hablaremos a su debido tiempo.
Al quedarse sólo Don Bosco, el Ministro le invitó a decirle amistosamente los motivos de las muchas murmuraciones ve corrían a cuenta suya. Don Bosco se defendió con aquella eficacia que tenía su palabra en tales ocasiones; de modo que el Ministro, conmovido y persuadido, acabó por despedirse de él con estas palabras:
—Conque estamos de acuerdo en todo. ¡Váyase tranquilo! Nadie irá a molestarle más. Si se presentan dificultades en sus clases, venga directamente a mí, y no dude que siempre tendrá el apoyo del Ministro de Instrucción Pública. ¡Adiós, mi querida abate! —añadió aún estrechándole la mano—. ;Adiós!
—Agradezco a V. E. —respondió Don BOSCO- la bondad que usa conmigo y la protección que me promete. Rezaré y haré rezar a mis pobres jovencitos por V. E., a fin de que Dios le conceda la gracia de una vida larga y feliz y después una santa muerte.
—;Adiós! —replicó aún el ministro—. ¡Hasta la vista, querido abate!
El 6 de julio los cuatro maestros del Oratorio se presentaron en la Universidad a examinarse para ingresar en la Facultad de Letras. Todos fueron aprobados, recibiendo calurosas felicitaciones.
Estos exámenes no les proporcionaban todavía título alguno y en cualquier momento podía ser revocado el permiso de enseñar. Pero en aquel mismo mes (era el de julio) se anunció que, debido a la falta de profesores de Instituto, a partir de aquel año se convocaban en septiembre exámenes
extraordinarios para los que quisieran obtener el título ea, rrespondiente. ¿Cómo no reconocer en esto un favor de i,, Providencia? El tiempo apremiaba; pero Don Miguel Rúa' g Don Bartolomé Fusero, Don Domingo Ruffino y los clérigos Juan Bonetti y Jacinto Ballesio, aunque cansados de los tr: bajos escolares, se prepararon para aquellos exámenes y to, dos fueron aprobados.
Este era un segundo triunfo, que permitía a Don Bosco extender su obra fuera de Turín. En efecto, en 1863 pudo abrir un nuevo Instituto en Mirabello Monferrato, al que dio el título de "Pequeño Seminario de San Carlos", para el cual escribió un reglamento inspirado en el del Oratorio.
Antes de elegir el personal fue a implorar las luces del Cielo al Santuario de Oropa; después eligió como Director del nuevo Instituto a Don Miguel Rúa, como Prefecto al clérigo Provera, como Catequista al clérigo Bonetti, como Director de Estudios al clérigo Francisco Cerruti y les dio por compañero al clérigo Pablo Albera (1).
Escribió para Don Rúa algunas acertadísimas normas, que se imprimieron más tarde con algunas adiciones y Se enviaron y se envían como recuerdos confidenciales a todos los Directores. Hoy son de derecho público.
La separación fue conmovedora y no sin lágrimas. ;A los que marchaban les parecía imposible vivir sin Don Bosco! El nuevo colegio se abrió el 20 de octubre. Los maestros as pusieron a trabajar con admirable celo. Todos eran jóvenes; Don Rúa, el único sacerdote, contaba apenas veintiséis años; pero, como decía Don Bosco, tenían el espíritu de Jesucristo, que inspira prudencia a la actividad generosa de los jóvenes.
(1) Rúa fue luego Prefecto General y Sucesor de Don Bosco; vera, Inspector de las casas argentinas: Benettl, Director Esp. General; Francesia, Inspector de las casas del PiamOnte; Cerrut rector General de Estudios: Albera, Inspector de Francia y Su General.
Rudo. Des Francisco Cerruti, Doctor en Filosofía y Letras. Naen Scaugia en 1844. Cuando entró en el Oratorio trabó ~Urca, Domingo Socio. Fue el primer Director de Alassio; luego
, pector de la Liguria y Consejero Escolástico General. Organizó estudios de la Sociedad Sulesiona. Murió en Turín en ¡en.
Mientras la Sociedad Salesiana iba ensanchando su campo de acción, .el Señor hería a uno de sus perseguidores, el caba
llero Gatti, con desgracias de familia y en su carrera, que
poco le volvieron loco, hasta el punto que mató a su
pobre consorte y poco después le causaron la muerte a él mismo.
podríamos decir la serie dolorosa de las desgracias que cayeron sobre aquellos que más se distinguieron en poner trabas a la vida del Oratorio; pero preferimos transcribir las palabras con las que el Santo cierra sus recuerdos sobre los allanamientos.
"Yo creo que todos estos personajes habrán hallado misericordia en la presencia de Dios, como lo hemos pedido de todo corazón con nuestros jovencitos. He querido citar estos hechos solamente para enseñar a mis hijos los Salesianos que Dios bendice a quien nos bendice y recompensa con largueza a nuestros bienhechores y castiga con no pequeños males a aquellos que nos persiguen."
La salud de Don Bosco no daba muestras de mejorar.
A principios de 1864 arrojaba sangre por la báca y digería difícilmente su parca alimentación. Sin embargo de ello, siempre se mostraba alegre y no cesaba de trabajar. Celebraron con el habitual entusiasmo la fiesta de San Francisco de Sales.
Pocos días después, en la memorable conferencia general que dio a todos los miembros de la Sociedad de San Francisco de Sales, reveló el origen sobrenatural de su obra, los sueños proféticos que hasta entonces lo habían guiado, acen
tuando que esto fue el motivo de la confianza que haba conservado siempre, aun en medio de las adversidades. (11 las persecuciones y de los mayores obstáculos. "No es posi, ble describir la impresión que hizo y el entusiasmo que des. pertó semejante revelación", según se lee en la crónica del Oratorio.
No faltaban al Oratorio otros manantiales de fervor, como eran las vidas santas y las muertes santas, como las de Domingo Savio, Magone y Besucco.
Flores como éstas embellecían al Oratorio de Valdocco y a la naciente Sociedad Salesiana, mientras Don Bosco se esf'orzaba por consolidarla. Después de haberse establecido regla larmente el 18 de diciembre de 1859 y hecho la primera emisión de votos en mayo de 1862, era necesario obtener del Romano Pontífice su aprobación. Por este motivo envió a Roma nuevamente, en agosto de 1863, las Constituciones con las debidas "comendaticias" episcopales. La Sagrada Congregación de Obispos y Regulares dio, el 23 de julio de 1864, el Decretum laucha o Decreto laudatorio a favor de la Sociedad de San Francisco de Sales, "en vista —decía el Relator— del fin santísimo, de las alabanzas que en dos Breves el Sumo Pontífice reinante hizo de las buenas obras de los socios del Instituto y de las recomendaciones de los Superiores eclesiásticos de Turín, Casale, Mondoví, Susa, Cúneo y Acqui", El Decreto nombraba a Don Bosco Superior vitalicio.
La decisión pontificia parece que recibió después una confirmación del Cielo. Invitado Don Bosco por la noble casa de Maistre, fue en compañía de Don Cagliero y Don Rúa a predicar un triduo para la fiesta de la Asunción de María Santísima a Montemagno, en donde hacia tres meses que un cielo ardiente negaba la lluvia a los abrasados campos. En vano se hablan hecho rogativas públicas y privadas. La primera tarde que Don Bosco subió al púlpito hizo una singular pro-
:losa _.-que debió de serle inspirada por el Cielo—, porque no obstante su excelente memoria, no se acordaba de haberla
hecho:
--Si acudís a los sermones de estos tres días y os recon
ciliáis con Dios por medio de una buena confesión y hay una comunión general, os prometo, en nombre de la Virgen, que una lluvia abundante regará vuestros campos.
El pueblo asedió los confesionarios aquellos tres días. El de la fiesta de la Asunción hubo una comunión tan numerosa
como no se había conocido desde mucho tiempo atrás. Es de notar que aquella mañana el cielo estaba despejadísimo. Don
Bosco se sentó a almorzar con el marqués. Alguien le re
cordó su promesa, tachándole un poquito de imprudencia. Antes de que los convidados hubiesen terminado, se levantó
y se retiró a su habitación. Las campanas tocaron a Vísperas y en la iglesia comenzó el canto de los salmos. Acabado el Magnificat, Don Bosco sube lentamente al púlpito.
La multitud, que ocupa enteramente la iglesia, tiene los ojos fijos en él. Se reza el Avemaría y parece que la luz del
sol se oscurece un poco. Comienza el exordio. Después de
algunos periodos se oye, prolongado, el ruido del trueno. Un murmullo de gozo corre por la iglesia. Don Bosco se de
tiene un instante; la lluvia cae continua y abundante, golpea las vidrieras. Las palabras que salieron del corazón de Don Bosco mientras predicaba fueron un himno de gratitud a Maria y de consuelo y alabanza a sus devotos. Lloraba y con 11 lloraban los oyentes.
Después de la Bendición la gente se detuvo en el pórtico de la iglesia, porque la lluvia continuaba cayendo copiosamente. Todos reconocieron el prodigio todavía mayor, porque
en las cercanías cayó una granizada tan terrible que destrozó todas las cosechas de un pueblo que se había burlado de las Misiones y del Misionero.
En septiembre -de aquel año la escuela tipográfica del Oratorio imprimía un opúsculo titulado: ¿Quién es Don 4-1-1. brosio? Diálogo entre un barbero y un teólogo. Don Ambro, sio era un apóstata entregado a la herejía y a las sectas, que, levantaba su cátedra de iniquidad en las plazas o en la puerta de las iglesias y de los institutos religiosos (también se había instalado delante del Oratorio), y vomitaba invectivas contra todo lo sagrado y con aplauso de gente pagada. En el opúseo.. lo se describía la vida desgraciada del apóstata y se reeor. daba a los fieles la obligación de no escucharlo y de huir de él. Cuando se trataba de impedir un escándalo, Don Bosco no se arredraba por nada.
Tampoco vacilaba frente a cualquier necesidad pública: Si no podía hacer otra cosa, recurría con confianza a la oración; así lo hizo durante los sangrientos tumultos ocurrida en ocasión del traslado de la capital a Florencia.
En octubre abrió resueltamente otro centro: el Cola gio de San Felipe Neri, en Lanzo Torinese. Eligió como Director al sacerdote Don Domingo Ruffino y Prefecto a Don Francisco Provera y les dio por compañeros a varios clérigos, entre ellos a Pedro Guidazio, Francisco Bodrato, José Fagnano, Nicolás Cibrario, Santiago Costamagna y Antonio Sala, que después ilustraron su nombre en la Sociedad Salesiana. Pero de esto hablaremos más adelante.
Al paso que se extendía la Sociedad Salesiana crecía en Don Bosco el deseo de apresurar la construcción del templo de Aquélla que había sido su Patrona e Inspiradora. Revelaciones y mandatos particulares de la misma Santísima Virgen, unidos a los conocimientos que en el profundo estudio de la Historia se había formado, le determinaron a escoger ese título de Auxiliadora de los Cristianos. Según su costumbre, puso en prensa su ingenio para asegurar el éxito de la. empresa: inundó de propaganda a Turín e Italia entera, escribió a las autoridades, interesó al Rey y al Papa.
El 11 de febrero recobraba Don Bosco eI campo de sus sueños.
Desde el primer día del mes empezó a repartir una circular Pidiendo ayuda para la construcción "de una iglesia en honor de la Santísima Virgen, con el titulo de "liaría Auxilium Cbristianorum". Después de reunir una Comisión de arquitectos, para estudiar los planos, corno no se pusieran de acuerdo, se dirigió al arquitecto Antonio Spezia, al cual doce arios antes, con ocasión del justiprecio de la casa de Pinardi Y la construcción de la iglesia de San Francisco de Sales,
había dicho: "Otra vez tendré necesidad de usted." Esta otra vez había llegado. El señor Spezia hizo un boceto del plano del templo en forma de cruz latina, sobre una superficie de mil doscientos metros cuadrados, en consonancia con la ab. plia concepción de Don Bosco, el cual presentó el plano al Municipio.
P,ate lo aprobó, aunque no encontró de su agrado el titino de "María Auxiliadora", tildándolo de beatuco e inoportuno; pero Don Bosco, con santa sagacidad, lo mantuvo, además de que el Sumo Pontífice Pío IX le habla enviado (así lo re_ fiare él mismo) un primer donativo de quinientos francos; dando a entender que María Auxiliadora sería un título grato a la Reina del Cielo,
Los trabajos se confiaron al contratista Carlos Bazzetti. No tardó la Virgen en demostrar que no fueron vanas las esperanzas que en Ella se habían puesto. La adquisición del terreno y la cerca de que había que rodearlo importaban la cantidad de cuatro mil liras. El ecónomo preguntó a Don Bosco:
—¿Cómo nos vamos a arreglar? ¡Esta mañana no había en casa ni para franquear el correo!
—Comienza a excavar los cimientos —respondió el Santo—. ¿Cuándo hemos empezado obra alguna teniendo dispuesto el dinero? ¡Es necesario dejar que la Divina Providencia haga algo!
Pocos días después bendijo los terrenos en qv e se había de levantar el templo. Lo acompañaban el ecónomo, el contratista y alguno más. Había que remover bastante tierra. Dirigiéndose a Buzzetti, le dijo:
—Quiero darte algo a cuenta de estos grandiosos trabajos.
Y sacando el portamonedas, lo vació en manos del maestro, que esperaba quién sabe cuántos marengos de oro, y en cambio cayeron... ¡cuarenta céntimos!
Dieron principio a las excavaciones. Cuando se acercaba el fin de la primera quincena llamaron a Don Bosco junto al
lecho de una persona gravemente enferma, inmóvil desde hacía tres meses, trabajada por la tos y la fiebre y con gran debilidad ele estómago. Le sugirió la idea de hacer una novena a María Auxiliadora. La enferma prometió entregar tan donativo para la nueva iglesia.
El último día de la novena debía pagar Don Bosco mil Brios a los obreros, y fue a ver otra vez a la enferma. La criada, apenas lo vio, le anunció que la señora estaba completamente curada y que había salido varias veces fuera. d, casa. He aquí que gozosa se presenta la misma señora diciendo:
—Estoy curada; ya he ido a dar las gracias a la Virgen; venga, aquí tiene el paquete que le he preparado, éste es mi primer donativo y ciertamente no será el Ultimo.
El Santo tomó el paquete, volvió a casa, lo abrió y encontró cincuenta marengos, ni más ni menos, ¡los mil francos que hacían falta!
Desde aquel momento fueron tantas las gracias concedidas por le. Virgen a los que contribuían a la construcción de la nueva iglesia, que Don Bosco pudo decir que la Reina del Cielo se la edificó por si misma: Aedificavit sibi donosas María.
Señaló el 27 de abril de 1865 para la ceremonia de la colocación solemne de la primera piedra, dándole a la ceremonia grandiosidad y esplendor. Invitó para presidirla al príncipe de Saboya, Duque de Aosta, a quien acompañó todc el tiempo, vestido con ferreruelo.
Para este acto memorable, junto con una multitud devota Y nutridos grupos de jóvenes venidos de diversos puntos. entre los cuales, todos los alumnos del colegio de Mirabello se congregaron en Valdocco muchas familias de la primera Nobleza de Turín y de otras partes, el gobernador y el alcalde de la ciudad y otros miembros del Municipio. El Obispo de
Susa, Monseñor Juan Antonio Oddone, bendijo la primera piedra. Seguido el Príncipe de Don Bosco y de los 4114 ilustres personajes presentes, se dirigió hacia la base de la pilastra de la cúpula del lado del Evangelio, que se destacaba del nivel del suelo. Se leyó el acta de la ceremonia que, firmada por muchos de los presentes, se encerró en un tubo de vidrio y fue depositada en el hueco, practicado al efecto en la llamada piedra angular, junto con algunas de las me. dallas de María Auxiliadora y monedas acuñadas aquel 40, imágenes sagradas y un retrato de Pío IX.
El Obispo roció después la piedra con el agua lustral y el joven príncipe arrojó la primera paletada de mortero. Terminado el rito religioso, hubo un acto académico en honor del príncipe y de los otros ilustres personajes allí presentes,
S. A. R. quedó tan satisfecho de la grande y cordial saogida que le habían hecho, que en prueba de ello entregó de au bolsillo particular una importante suma para cooperar a la erección del Santuario. Además envió a los alumnos del Oratorio parte de los aparatos de su propia instalación de gininasia. Don Bosco correspondió de manera delicada regalándole algunas magníficas manzanas de un arbolito que había crecido solo junto al solar de la nueva iglesia, en un rincón del patio. El joven duque se lo agradeció remitiéndole otro donativo en dinero para que comprase a sus jóvenes un poco de fruta, en compensación, como decía, de las sabrosísimas manzanas que le había enviado.
Los trabajos continuaron con gran rapidez por gracia de la Virgen. Cuando faltaba dinero, iba Don Bosco a visitar o escribía a personas enfermas y a otras que se encontraban en grave necesidad moral o física, las exhortaba a recurrir a la Virgen con la promesa de algún donativo para la construcción de la nueva iglesia, y entonces las gracias se multiplicaban. De esta manera, en el transcurso de 1865, el edificio se levantó hasta el tejado y quedó cubierto. También se construyó la bóveda, a excepción de la parte que debía cubrir la cúpula.
ro se crea que todos los donativos fueron de grandes cantidades; la mayor parte fueron pequeños y procedían del pueblo humilde.
Al principiar aquel verano se declaró el cólera en Ancona. A las primeras noticias de esta calamidad, Don Bosco escribid sin vacilar al Obispo, al Cardenal Antonucci y al ministro Lanza, mostrándose dispuesto a recibir "el número de jovencitas que, habiendo quedado huérfanos o reducidos a la miseria por esta causa", se le destinasen.
La noticia de este generoso geste despertó la admiración de los buenos en toda Italia. Veinte fueron los huérfanos de Mama que se confiaron a Don Bosco.
Entretanto en agosto cumplía, en buena salud, los cincuenta años, supuesto límite de su vida.
Las oraciones que se habían elevado a Dios en el Oratorio, en el pequeño Seminario de Mirabello y en el colegio de Lanzo habían hallado gracia delante del Señor.
En la noche del 7 al 8 de octubre moría en Lanzo Don Víctor Alasonatti, primer Prefecto del Oratorio y de la Sociedad Salesiana. La que sufrió, sólo Dios lo sabe. Una úlcera en la garganta le había hecho encorvar el cuerpo casi hasta las rodillas ; el hombro derecho le atormentaba con vivos dolores y a pesar de ello permaneció fuera del lecho gran parte del tiempo en los últimos días de su enfermedad. Su resignación era perfecta, como su conformidad con la voluntad de Dios. Con mucha frecuencia exclamaba: Piot ya/natas fue! Su pensamiento predilecto era: Semper nn graMarum aettone manare; su jaculatoria favorita: Deo gratiaa' A cada botón de fuego que le aplicaban en el hombro repetía : Deo gracias!
Para desempeñar el cargo de Prefecto fue llamado de Mirabelle, en donde era Director, Don Miguel Rúa. Don Bosco
solucionaba así la doble necesidad de proveer a la dirección administrativa de la Sociedad Salesiana y de colocar junte a sí a la persona que, llegado el caso, pudiera sustituirlo en el gobierno supremo de la Congregación. Joven de apenas veintiocho años, dotado de actividad maravillosa y de singular espíritu de sacrificio y enteramente formado en la escuela del Santo, era Don Rúa capaz ciertamente de compartir con él ideas e iniciativas. De este modo podía alejarse Don Bone con más frecuencia del Oratorio.
Las compañías ferroviarias de la Alta Italia le hablan concedido para 1865 un billete gratuito permanente, Hada la mitad de octubre se aprovechó de esta concesión e hizo un viaje a Milán, Brescia, Padua y Venecia, con el fin de procurarse medios para el templo en construcción y poder colocar los billetes de una nueva lotería organizada a favor del Oratorio y de la nueva iglesia.
De vuelta en el Oratorio, tuvo la satisfacción de recibir las primeras profesiones perpetuas de sus hijos. Esto se efectuó en noviembre. Habían transcurrido tres años de la primera emisión regular de votos; ahora la Sociedad quedaba definitivamente establecida.
Después de la Inmaculada marchó a Florencia, donde obtuvo muy honrosa acogida del Arzobispo, que lo alojó en su palacio, y del Cabildo Metropolitano, que celebró un acto literario en su honor.
En Florencia, como en todas partes, supo ganarse tan bien los corazones, que la generosa marquesa Gerini le prometió un donativo de diez mil liras, si no se marchaba tan pronto como había determinado; entonces detúvose en Florencia algunos dial más.
El año de 1866 comenzó con tristes pronósticos. Las dl• ferencias entre Austria y Prusia habían hecho ya irkwitablt un conflicto, en el cual Italia también debía tomar parte •
fines de 1863 Don Bosco había predicho la guerra, el hambre Y la peste. La peste ya había venido; ahora se presentaba la guerra.
En febrero de 1865 dejó dicho Don Bosco que el proyecto de supresión de los conventos no se presentaría a las Cámaras, con tal que se rezase mucho con este fin. Y así ocurrió. El Ministro retiró el proyecto para hacer en él ciertas modificaciones pedidas por los diputados; pero en la reapertura del parlamento, el 22 de enero de 1866, se incluyó en el discurso de la Corona. Algunos recordaban que en 1855 se había dicho en iguales circunstancias: ¡Grandes funerales en la Corte! También entonces, precisamente en la noche del 21 al 22 de enero, dejaba de existir en Génova, a los veinte años, el príncipe Otón, duque de Monferrato, tercero de los hijos varones de Víctor Manuel Il; la perla de la casa de Saboya; porque en cuanto a piedad y caridad cristiana, parecía revivir en él su madre, la reina María Adelaida, de santa memoria A pesar de este luto, la Cámara declaró urgentísimo el proyecto de ley presentado por el Monarca; se discutió y el 23 de julio se aprobaba la ley.
Don Bosco, que amaba tanto a los religiosos, se apresuró a socorrerlos dando generosa hospitalidad a muchos de ellos en sus casas. En el ejercicio de la caridad procuraba sacar partido aun de lo poco que las leyes parecían disponer en su favor. Convencido de que bacía para con los alumnos del Oratorio las veces de sus padres, se amparó en el artículo 251 de la ley de Instrucción Pública, entonces vigente, que autorizaban a los padres de familia o al que hiciese sus veces, a dar a sus hijos o agregados la segunda enseñanza exenta de inspección por parte del Estado; y apoyándose además en el artículo 256 que dispensaba de demostrar su idoneidad a las personas que ya enseñaban, a título gratuito, a los niños pobres de las escuelas elementales o técnicas, pidió al ministro de Instrucción Pública, Domingo Berti, que se dispensase de aquella prueba a los maestros del Oratorio encargados de la segunda enseñanza. El alcalde de Turín, caballero
Galcagno, apoyó la petición "por el provecho particularísimo —son sus palabras.-- que de este benéfico establecimiento obtiene la ciudad". El gobernador le entregó también 'lee recomendación igual. Así obtuvo Don Bosco quedar exento por aquel año de aquella formalidad legal, lo que no quiere decir que descuidara la intensa preparación pedagógica de sus maestros y profesores.
La Virgen continuaba, al mismo tiempo, multiplicando en provecho del templo en construcción y de las necesidadez, del Oratorio toda clase de maravillas, las cuales divulgaba Don Bosco en sus cartas. Con la noticia de tantos favores se difundió rápidamente la más tierna confianza en Mario Auxiliadora.
De este modo pudo acabarse, en septiembre de 1866, la cúpula del Santuario, no sin alguna intervención particular de María Auxiliadora, pues Don Bosco, encontrándose ea gran penuria de dinero, después de estar construidos los arcos que debían sostenerla, dudó algunos días y decidióse, para mayor rapidez en los trabajos y economía de gastos, a sustituirla por una simple bóveda, y así lo ordenó a Buzzeti y al ecónomo D. Angel Savio.2stos, asombrados de la no• vedad, dieron largas a la orden un mes entero. Durante este tiempo el banquero Don Antonio Cotta, que disuadía a Don Bosco de tomar aquella decisión, cayó gravemente enfermo, y a pesar de sus ochenta y tres años, sanó con la bendición de Don Bosco y la promesa que le sugirió de ayudarle en la empresa. El banquero le entregó diez mil francos que había prometido para obtener aquella gracia de la Virgen. Vivió todavía tres años, hasta el 28 de diciembre de 1868, sano y robusto, ayudando a Don Bosco y repitiendo sin cesar:
—No sé lo que pasa con sus obras; cuanto más le do tanto más prosperan mis negocios.
Ocurrió otro acontecimiento aquel año, más maravilloso
n El 16 de noviembre se debían pagar cuatro mil liras para los trabajos de la iglesia. Don Rúa sólo pudo, durante el día, reunir unas mil. Don Bosco, con el semblante risueño y el corazón lleno de fe y de confianza, dijo:
—Para todo hay remedio; después de comer iré yo a bus
car lo que falta.
En efecto, a la una salía del Oratorio. Había ya dado una vuelta larga sin saber a dónde ir, cuando se encontró cerca de Puerta Nueva. No conocía en aquellos sitios a ninguna persona rica; se detuvo y estuvo pensando por qué había ido a parar allí, cuando se le acercó un criado de librea, en cuyo semblante se veía extraña tristeza unida a gran ansiedad, y le dijo:
—Reverendo, ¿es usted quizá Don Bosco?
441.—Sí, para servirle.
—¡Oh, qué providencia! ¡Seguramente Nuestro Señor ha hecho que le encuentre a usted aquí! Mi amo está enfermo y me ha enviado a buscarle para que tenga la bondad de ir a visitarle. Venga, que desea mucho verle.
Llegó al palacio; le salió al encuentro una señora triste y llorosa y le dijo que hacía mucho tiempo que deseaba su visita para obtener de María Auxiliadora la anhelada curación de su marido enfermo de hidropesía y reducido ya al ultimo extremo.
Pocos minutos después entró Don Bosco en una habitación, donde encontró en cama a un señor de edad algo avanzada, el cual, al verlo, exclamó con gran contento:
* Oh, Don Bosco! Si¡ supiera qué necesidad tengo de
sus oraciones! Solamente usted puede sacarme del lecho.
— ¿Hace mucho tiempo que se encuentra usted en ese estado?
— Hace tres años, ¡tres largos años! Padezco horrible:nen, te, no puedo hacer el menor movimiento y los médicos no nie dan esperanza ninguna.
— ¿Quiere usted dar un paseo?
.—¡Oh, pobre de mí, no los daré ya más; otros me pa. searán (en un atúd).
— Si usted quiere, lo hará hoy usted por sus pies y en En
carruaje.
* Oh, si yo pudiese conseguir al menos un poco de alivio,
haría con gusto cualquier cosa por sus obras! Si me propor. Mona un poco de alivio, yo procuraré complacerle a fin de año.
— Pero yo tengo necesidad del dinero esta misma tarde,
— ¡Esta tarde!, ¡esta tarde!... Pero, ¿dónde encontrarlo? Tres mil liras no se tienen a. la mano. Sería preciso ir. Banco.
—¿Por qué no ir al Banco?
—¿Quién?
—; Usted!
— ¿Salir yo? ;Imposible! ¡Usted bromea!
— ¿Imposible? ¡Imposible para nosotros; pero no para Dios omnipotente! ¡Arriba! Dé gloria a Dios y a María Auxiliadora. Hagamos la prueba.
Y después de haber hecho reunir en aquella habitación a todas las personas de la casa, unas treinta, se rezaron ora• ciones especiales a Jesucristo Sacramentado y a María Auxiliadora.
Cuando acabaron de rezar, dio la bendición al enfermo, el cual comenzó inmediatamente a vomitar, y tanto, que su esposa, espantada, se puso a gritar:
Se muere!, ¡se muere!
El Siervo de Dios la interrumpió diciendo:
—Esté usted tranquila, que no se muere; vuelve a su estado normal.
E hizo traer al lecho del enfermo los vestidos, que desde tiempo atrás estaban guardados.
les presentes, tan conmovidos como asombrados, observaban cómo iba a acabar aquello, cuando entró el médico.
ver tales preparativos, dijo muy contrariado que aquello era una locura, e intentó con gran empeño disuadir al en-ferino. Pero éste respondió que era dueño de su persona y que a toda costa quería seguir las indicaciones de Don Bosco.
s de la familia intentaron ayudar al enfermo, pero el Sial-- los Dios las contuvo. Pocos momentos después, el paciente estaba vestido, se paseaba por la habitación y mandó enganchar el carruaje. Antes de salir pidió algo de comer y le trajeron diversos platos que comió con gusto, como no lo había hecho desde hacia mucho tiempo. Después bajó por su pie unes cuatro tramos de escalera, porque Don Bosco prohibió que le ayudasen; subió solo al coche, fue al Banco gozoso, volvió y entregó a Don Bosco las tres mil liras, dándole millones de gracias y repitiendo:
—¡Estoy completamente curado!
Apenas regresó al Oratorio encontró Don Bosco e. la persona que lo esperaba para cobrar la cantidad que se le debía, logrado lo cual, pudieron continuarse los trabajos.
El domingo siguiente con sencillez, aunque no sin solemnidad, se puso el último ladrillo de la cúpula. Don Bosco, cual solía, le dio una nota de originalidad emotiva: invitó por medio de una circular; acudió una gran multitud de niños y de pueblo. A su presencia tomó de la mano al mar-quesito Manuel Fassati, lo acompañó hasta aquella altura y allá le hizo colocar, entre las aclamaciones y vivas de loE Presentes, el ladrillo que cerraba la obra. Asi la cúpula que. daba en disposición de recibir la grande estatua de la Virgen a la cual sirve de pedestal.
Esta grande estatua, de bronce dorado, fue costeada por un matrimonio agradecido. Es la Virgen Inmaculada Auxilia. dora en actitud de bendecir. Su colocación se festejó el 21 De septiembre de 1867. También en esta ocasión hizo Don Bose, las cosas en grande. La bendijo el señor Arzobispo Ricard de Netro, sucesor de Monseñor Fransoni —quien había eam, biado su destierro por la patria celestial—. Cuando cayó el cortinaje que la cubría, la banda del Oratorio lanzó desde la cúpula las primeras notas de la letrilla Salve, o Vérgine Divina, que en los patios y en la calle corearon miles decos y fieles, hasta la última estrofa.
Mención especial merece el cuadro del altar mayor, que Don Bosco había encargado al pintor Tomás Lorenzone, buen artista y sobre todo fervoroso cristiano. El concepto de Don Bosco era muy grandioso y el artista le hizo ver que para realizarlo no bastarían todas las paredes del templo. Hubo, pues, que limitarlo.
La Virgen campea en un mar de luz, que desde lo alto le envían el Padre Eterno y el Espíritu Santo, para simbolizar su dignidad y la gracia de que está, enriquecida. Dos legiones de ángeles la contemplan con respetuoso amor y Ella con la mano derecha levanta el cetro y con la izquierda estrecha dulcemente al Niño Jesús, que sonriendo, extiende los brazos y parece decir: "Invocad, invocad a mi Madre! Todo se lo he entregado a Ella." Todos los Apóstoles y Evangelistas le forman corona. Con la mirada fija en Ella o vuelta al que está cerca, parecen decir: "¡Acudid, acudid, oh cristianos; aqui tenéis a vuestra Auxiliadora!" Abajo, en el fondo, las colinas de Turín y de cerca se ve el Oratorio de Valdocco, como indicando la ciudad y los triunfos de María Auxiliadora.
Para las fiestas de la consagración Don Bosco hizo fiar en Roma treinta mil medallas para distribuirlas du las fiestas. Al señor Oreglia, que estaba en la Ciudad Eta
lía. "Cada día suceden cosas extraordinarias de María Auxiliadora en favor de la nueva iglesia. Se necesitarían volúmenes para reseñarlas." Y algo más tarde: "La carestía de la vida nos pone cada día en nuevos apuros. Los gastos de la iglesia son enormes. Pero la Virgen prosigue concediendo gracias y más gracias a sus devotos, y así podemos conti
El rostro de la Virgen es tan divinamente hermoso, que pintor se sentía impresionado y confesaba que al que una mano invisible le guiaba el pincel pintarlo le parecía
Ciertamente puede ser que así haya sucedido en realidad, porque cualquiera que contemple aquella sagrada pintura se impresiona con la dulzura de aquel semblante de maternal realeza y siente que el corazón se inunda de devoción y confianza. ¿No sucedía lo mismo con Fray Angélico y Murillo?
En el mes de mayo publicó en las Lecturas Católicas un opúsculo narrando la historia del templo y la manera prodigiosa como se había ido levantando; llevaba por título: Aedificaait site ~atm María. Y, efectivamente, María Auxiliadora se había levantado su casa a fuerza de prodigios y bondades. Esta convicción la compartían todos y Monseñor Lorenzo Gastaldi, Obispo de Saluzzo, la comentó en un sermón durante el Octavario, afirmando que "cada piedra y ladrillo representaban una gracia, cuando no un milagro de María Auxiliadora".
IV
h, Desde los primeros días de mayo Don Bosco no tenía un momento de reposo. Y, sin embargo, aceptó la invitación del Obispo de Alba para predicar en su catedral el panegírico de San Felipe Neri. A Don Rúa le dijo que lo hacía para descansar.
_ —El único sitio en que me dejan tranquilo es el púlpito. Por eso el púlpito es para ml un descanso.
La noche antes de partir escribió el sermón; Don R se lo puso en limpio; pero tanto en el tren como a la Ile. Bada se vio asediado de gente, de modo que no lo pudo repa, sar. Una vez en el púlpito, la "composición de lugar" le piró un exordio maravilloso, bien diverso del que había escrito y Don Rúa le había transcrito. Todavía lo citan hoy como página de Antología Sagrada.
Volvió rápidamente a Turín. Comprobó que todavía fal. taban muchas cosas; pero también que todas iban viniendo como si alguien anduviese acá y allá diciendo lo que se necesitaba. Y lo que es más extraño, hacía un mes que el ecónomo andaba muy preocupado por la cuestión alimenticia; además del numeroso personal del Oratorio y de los huéspe_ des, que eran varios señores Obispos y sacerdotes, músicas y el personal y alumnado de los colegios de Mirabello y Lanzo. Pues bien, llegaron a tiempo barriles, cajas de botellas de vinos finos, mortadelas de Boloña, embutidos de Parma; de la Lombardía llegaron quesos y jamones; y de varias partes café, chocolate, azúcar, bizcochos, panes de diversas clases; Génova y Turín proporcionaron grandes cantidades de pastas, dulces, tartas, etc., etc. Y de igual modo las ornamentos y enseres para la iglesia: amitos, albas, casullas, capas, pluviales, purificadores, vinajeras, campanillas; cálices, roquete.% incensarios, candeleros, velas, cruces, misales, atriles, sacras, para todas los altares, sin que nada faltara ni nada sobrara para atender a tantos prelados y sacerdotes. Nadie había hecho indicación precisa. Parecía como si alguien hubiera indicado a cada donante lo que tenía que mandar.
Reinaba en la ciudad una vivísima expectación, que la realidad se encargó de superar con mucho. Los festejos se desarrollaron del 9 al 16 de junio, favorecidos por un tiempo espléndido con funciones tan hermosas y algunas tan originales, que jamás las habían presenciado en Turín y difícil
mente otra cualquiera ciudad, como fue el Pontifical solemne del último día.
Además del Arzobispo habían concurrido otros varios obispos que se turnaron en los pontificales y en los sermones del °clavario. De muchos lugares, aun de fuera de Italia, llegaban peregrinos sin cesar. No en vano la propaganda duraba hacía cinco años y alguna tan eficaz como era la de las gracias, favores y milagros que la Virgen concedía, invocada con ese título de Auxiliadora de los Cristianos. Ya la conocían en todas las ciudades de Italia, en París, en Lyón, en Viena, en Berlin, en Madrid, en Londres... En esos días montó en el Oratorio una oficina encargada de recoger la relación de las gracias que se obtenían y, comprobadas debidamente, las publicó luego.
También comenzaron entonces aquellas grandiosas ejecuciones musicales, que tanta fama le dieron al Oratorio y tanto entusiasmo y fervor levantaron en el pueblo cristiano.
El pontifical del último día fue algo que hizo época. Ciertamente que hoy no sería aconsejable una ejecución musical como aquélla, por las variaciones que ha sufrido el gusto y sobre todo por los decretos sobre la música sagrada; pero en aquel entonces fue una sublimación del arte sagrado y exalto hasta las regiones de lo sublime la devoción a la Virgen y la confianza en su intercesión. Hoy si no en la iglesia, sí se podría repetir en un salón de audiciones, como los Oratorios de Perosi o de Pagella.
El maestro y director de capilla fue el Padre Juan Cagliero, autor también de buena parte del repertorio. Tocaba el órgano De Vecchi, famoso compositor; los cantores estaban repartidos en tres coros: uno, en los bancos, de ciento cincuenta tenores y bajos representaba la Iglesia militante; otro, de cerca de cien tenores y bajos, en el coro, representaba la Tglesia Purgante; y el tercero, de trescientos tiples Y contraltos, alrededor de la cúpula, representaba la Iglesia Triunfante. Para regular y armonizar esos tres coros, el Padre Carlos Ghivarello, salesiano ingeniero, inventó un sinto.1.
nizador. La ejecución fue admirable. Los comentarios, según la erudición de los comentaristas. Unos decían: "Me parece estar en el Vaticano, en la capilla Sixtina." Otro: "¡Sólo en el Cielo se pueden oir cosas tan hermosas!' Y éste era el parecer de las viejecitas y de la mayor parte de los oyentes, que no habían viajado, pero que tenían alma y corazón para sentir.
Don Bosco —y era natural— estaba inundado de felicidad. A Cagliero, su predilecto, que tanta afinidad tenía esa él, especialmente en el corazón y el sentimiento, le decía: Oh Cagliero; después de esto... el Ciclo!
Aún le quedaban, gracias a Dios, muchos arios para afirmar su obra y la misma devoción a María Auxiliadora, Pero tenía razón. Además él, por su constante unión con Dios, vivía ya en el Cielo.
La consagración del Santuario de María Auxiliadora fue algo decisivo en la historia da la Sociedad Salesiana. Ya tenía una base inconmovible. Ya tenía, aun materialmente hablando, un centro de convergencia y de irradiación. Y la divina Bondad hizo que desde aquel momento el Santuario de María Auxiliadora de Turín fuera (y continúa siendo) uno de los sitios privilegiadas del mundo donde corno en Loreto, Lourdes, el Pilar de Zaragoza "se siente" lo divino y donde la Virgen Madre de Dios se complace en derramar favores a raudales.
El eco, digamos, de las fiestas continuó resonando por varias semanas y meses. Todo ello representaba un triunfo innegable de la Fe. Representaba también una consagración celeste de la obra emprendida por Don Bosco. A quien se la hacia presente, le contestaba con humildad:
—Demos gracias a Dios, porque todavía hay tanta fe
el mundo.
O bien:
; Cuánto se respeta aún la dignidad del sacerdote! Si Dan Bosco no fuera sacerdote, ¿quién pensaría en él?
Los frutos espirituales fueron abundantísirnos, tanto más cuanto que S. S. Pio IX con un "Breve" había concedido una indulgencia plenaria especial. Los confesores se turnaban sin interrupción de din y de noche, las comuniones se contaban
Por miles. Esta frecuencia de sacramentos se hizo cada vez más manifiesta como característica de las fiestas religiosas inspiradas por Don Bosco y por los propagadores de su espíritu.
Llevado de su espíritu histórico, escribió detalladamente la crónica del acontecimiento, publicándola en dos fascículos de las Lecturas Católicas, con el título: "Recuerdo de las solemnidades en honor de María Auxiliadora." En la portada puso esta significativa plegaria: "¡Oh Jesús, manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al vuestro!" E hizo preceder la narración de una larga dedicatoria a Pío IX, al Arzobispo de Turín, a los Prelados que intervinieron, a los oferentes. Todavía en 1884, hablando a los Cooperadores, recordaba el gran acontecimiento, y concluía :
—Ya próximo a mi último día, gozo inmensamente viendo que en lugar de disminuir, aumentan cada día y en todas partes los favores de María Auxiliadora.
Desde aquel día el pueblo se fue haciendo a la idea de que él era el apóstol escogido por Dios para difundir en el mundo la devoción a María Auxiliadora; tanto que la unánime conciencia popular comenzó desde entonces a saludar a María Auxiliadora como "La Virgen de Don Bosco".
Con la erección de la iglesia de María Auxiliadora el Oratorio se consolidó, tomando su fisonomía definitiva. El saltuario era un centro de irradiación y de convergencia. Doa Bosco tenía el centro del gobierno, y tal vez sin pretenderlo, nos dejó en modelo lo que debe ser el Director de una casa salesiana.
Su presencia en la casa era como el aire que se respira en todas partes y en todo instante, sin que nadie se dé cuera ta, pero que apenas falta, se siente con pena; lo impregnaba todo y a todos una efusión de bondad paterna y de seguridad, cuyo influjo sentían inmediatamente cuantos entraban. Apenas llegaban, ya todo Ies hablaba de Don Bosco: un padre bondadoso y santo. Y cuando lo veían, quedaban prendados, lo miraban y remiraban; después se le acercaban o los llamaba él. La amabilidad del trato, las preguntas sobre la familia y el pueblo y las cosas que les interesaban, una salida ingeniosa sobre su nombre o su pueblo acababa de ganarlos.
Estaba con ellos el mayor tiempo posible, aunque se le hiciera molesto o gravoso. Pero infaliblemente dos veces al día se mostraba en público: por la mañana cuando bajaba a celebrar y a confesarlos y por la noche para las oraciones. Confesando no se encerraba en el confesonario, sino sentábase en un sillón donde podían todos verlo; su actitud los edificaba y llenaba de confianza; en fraternal mezcolanza
había ante su confesonario niños, clérigos, sacerdotes, coadjutores y todos pasaban a su turno. No raramente leía en la ccaciencia; era muy parco en palabras, pero las que decía eran flechas que iban al alma.
Encanto particular tenía el cerrarse de la jornada. Junto a sus hijos rezaba las oraciones de la noche. Después del examen, ayudado por ellos, subía a la pequeña tribuna y les daba las "Buenas noches". Era una delicia verle y escucharle. Echaba ante todo una mirada en rededor, siempre sonriente. Allí estaban todos los moradores del Oratorio, desde Rúa hasta el último "famiglio" (así se llamaban en el Oratorio los que sirven en los menesteres de la casa). Si se había encontrado algún objeto extraviado lo presentaba, invitando a su dueño a retirarlo, y algunas veces haciendo en dos palabras un comentario que despertaba la hilaridad. Luego las "Buenas noches" propiamente. En su concepto son importantísimas, porque se trata de cerrar santamente el día e ir al reposo nocturno con el alma flotando en una atmósfera de Cielo. Previenen el mal antes que nazca; por tanto, deben ser muy bien preparadas. Generalmente no duraban más de tres o lo más cinco minutos. Sus argumentos variaban hasta lo infinito; hagiografía, liturgia, noticias del día, recomendación de un enfermo, de un bienhechor, de cm difunto, a las oraciones de loa oyentes... Procuraba que hubiera una sola idea dominante y concentrante.
A veces entablaba diálogos sobre los asuntos más importantes, hasta permitiendo o haciendo que le interrumpieran para pedir alguna aclaración o resolver una duda.
La brevedad se derogaba, naturalmente, cuando tenía algún "sueño" que contar. Pero entonces el interés estaba centuplicado.
Al descender, los más cercanos le rodeaban para besarle la mano y el que tenía algo particular que consultarle, lo bacía al oído. "Varias veces me sucedió —testimonia el canónigo Anfossi--- entender de su sola mirada o de un ligero apretoncito de mano un reproche, un aviso; y si estaba afligido o triste, sin decir palabra, esto me consolaba. Y lo que hacía conmigo lo hacía con todos, de manera que ibamos al dormitorio en silencio, recogidos y felices."
Muchos escribían las "Buenas noches", llenando anadea. nos enteros. Así, confrontadas, se han conservado en buen número y las publican las Memorias biográficas en todas sus diecinueve volúmenes.
También durante el día se dejaba ver, especialmente ea todos los patios. Apenas lo veían asomar, corrían a él, In sa. ludaban y organizaban sus juegos, en los que no raras veces tomaba parte, siendo habilísimo en todos ellos.
A veces también paseaba con alguno o algunos, que por cualquier circunstancia no podían jugar.
En un principio comía con sus alumnos. Después, por circunstancias especiales, hubo que separar los refectorios; pero entonces una vez por semana sentaba a su mesa aMa que se distinguían por conducta y aplicación.
Las ocupaciones no le impedía visitar a los enfermitos, prodigándoles cuidados maternales. Un episodio nos dice hasta dónde llegaba su amabilidad. Una vez un febricitante le manifestó deseos de beber agua fresca en el cazo del albañil. Sin decir nada, sale, busca el cazo, Io limpia y se lo lleva lleno de agua fresca purísima, y acercándoselo con cuidado a los labios, le dio el ambicionado refrigerio.
Además, quien quería ver a Don Bosco no tenía más que ir a su cuarto, que estaba patente a todos. "De aquel cuartito —dice Cenia—, se entrase como se entrase, se salía siempre contento."
Su gobierno era el de un tierno padre de familia. Claro que no toleraba desórdenes; pero es que ni siquiera era po
ole que los hubiera. Los prevenía o los corregía con una amable energía.
Tiene razón Monseñor De Andrea, el célebre Obispo argentina, cuando dice que "Don Bosco tuvo del pedagogo lo estrictamente necesario; del guardia, nada; del padre, todo."
De la misma manera que obraba cuando estaba en casa, así hacía también por corrrespondencia. Estando ausente con el cuerpo, no lo estaba nunca con el espíritu: escribía continuamente y quería estar informado de todo. Su correspondencia es numerosísima: se conocen hasta veinte mil cartas sayas. Mientras conservó la dirección del Oratorio, aun ausente lo gobernaba hasta en los detalles. Por esto pudo asegurar Don Barberis que "el Oratorio está de tal modo organizado, que casi nadie se da cuenta de las ausencias de Don Bosco".
Y había que ver cuando retornaba de sus viajes, especialmente si habían sido de alguna duración. Superiores y alumnos, todos lo esperaban en el patio adornado con banderitas e inscripciones. Al aparecer, rompían en aplausos. No pocas veces la banda confundía con los aplausos sus notas jubilosas. Se le estrechaban, lo saludaban, le besaban la mano, lo acompañaban al aposento o siquiera al pie de la escalera.
Y luego él en las "Buenas noches" les narraba las incidencias del viaje, atribuyendo a sus oraciones y a su buena conducta el éxito que le había acompañado...
Entre las "Buenas noches" sobresalían Ios "aguinaldos", o recuerdo-programa, que daba la última noche del año. A veces daba también aguinaldos particulares, en billetitos especiales, acomodados a las necesidades o circunstancias del alumno. Una vez lo dio a todos y cada uno, dictado por la Virgen Santísima en persona.
Las fiestas onomásticas de Don Bosco dieron una pauta y formaron una tradición. La historia de estos onomásticos
ofrecerla una lectura agradable, edificante e instructiva. $1, toriador tan concienzudo como Cenia dice que "demostrae¡N nes de tal naturaleza fueron por mucho tiempo una novedad, imitada después en larga escala hasta llegar a la fiesta do Papa. (Y por cierto que ésta también fue iniciativa sale, siena.)
La Asociación de los Antiguos Alumnos, tan pujante ho-411 en el mundo, y también oportunamente tan imitada, nació ea una de estas fiestas, cuando en 1870 el bueno de Gastini coz otro compañero mandaron hacer un corazón de plata y se le presentaron como un símbolo de Io que Don Bosco había sido para ellos y de lo que ellos querían ser siempre pan Don Bosco. Fue entonces también cuando al decirle o pre. guntarle: ¿Qué haremos para agradecer debidamente tantea beneficios?, les contestó, dejando el programa trazado para siempre:
—Llamadme padre y estoy suficientemente compensado.
A propósito de las predicciones de muerte, que en su gran
caridad y celo por la salvación de las almas hacía, y que siempre se cumplían infaliblemente, algunas veces se interpretaban mal. Así, por ejemplo, en noviembre de 1865 algunas familias se quejaron a la autoridad de las predicciones de muerte que Don Bosco hacía a sus jóvenes. A consecuencia de esto se presentó al Santo un delegado de la policía para recomendarle de parte del Procurador del Rey que no hiciese uso de tales medios, "demasiado violentas y peligrosos"; en caso contrario, intervendría la autoridad, si recibía alguna queja en tal sentido. Don Bosco manifestó que algunas veces,
por el bien de las almas, se veía obligado a dar semejantes avisos.
—Pues bien, si usted está tan convencido —le respondió el delegado—, avise sin tanta publicidad.
¿Cómo hay que hacerlo para avisar de otra manera? -por ventura he de llamar al individuo y decirle: "Tienes que
morir" 7
—¡Oh, eso no!
¿Entonces?
Oiga, Don Bosco, si la cosa es así, ¿quisiera hacerme
un favor?
—Diga, pues.
—¿Tendría usted inconveniente en decirme el nombre de aquel que usted prevé que morirá primero, si es que de algu
no prevé?
Don Bosco consintió. Después de pensarlo un poco y recomendándole el secreto, pronunció lentamente el nombre:
--Juan Boggero.
El delegado escribió el nombre, y después de saludar, se
marchó.
El nombrado era un joven sacerdote ex salesiano que
hacía poco se había separado de la Congregación, alegando por motivo que dos hermanas suyas lo necesitaban. Don Bosco, después de haber intentado, aunque en vano, disuadirlo, acabó por decirle:
—¿Quieres marcharte? Tú crees que vas a ayudar a tus hermanas, que yo sé no necesitan de ti; ¡pero yo te aseguro que no podrás asistirlas!
Obtuvo dicho sacerdote el empleo de coadjutor en la parroquia de Villafranca Piamonte. Don Boggero se creía en el colmo de la felicidad; pero el 14 de diciembre por la mañana, después de haber celebrado la Misa, mientras esperaba el café. ;quedó muerto por un ataque de apoplejía fulminante!
Pasadas las Navidades volvió el delegado al Oratorio, y enterado del cumplimiento de la profecía, dijo a Don Bosco:
—Señor, diga usted lo que quiera a sus chicos; desde este momento queda autorizado para ello; ya sabré yo responder lo que convenga a los que se quejen de sus predicciones.
Y le besó la mano conmovido, repitiendo al salir: L —;Es cosa singular! ¡Es cosa singular!
Requerido por el Gobierno, y con aquiescencia de la Santa Sede, a principios de 1867, se dirigió Don Bosco a Roma para cooperar al buen éxito de la misión de Tonello (1); pero apra. vechó la oportunidad para intentar la aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana o al menos la facultad de dar a loa clérigos las "Dimisorias" para las Órdenes y poder admitir. los a ellas título mensae comnn.unis. Otra causa era la necesidad de fondos para los trabajos interiores de la iglesia de María Auxiliadora.
Marchó el 7 de enero por la mañana acompañado del doctor Don Juan Bautista Erancesia, el cual escribió, con sugestivo estilo, muchas cartas referentes a este importantísimo viaje,
Extraordinario fue el entusiasmo que despertó la llegada de Don Bosco. Desde el primero al último día de su permanencia en Roma ejerció un activo apostolado predicando todos los días, confesando con frecuencia, visitando enfermos, institutos, colegios, monasterios y conventos; dando audiencia hasta horas muy avanzadas de la noche; aconsejando a. toda clase de personas y dejando con las medallas de Marjal Auxiliadora y la bendición en nombre de Ella, esperanza d.& curación a no pocos enfermos. Muchos se encomendaban
(1) Embajador del Gobierno italiano ante la Santa Sedc,
g como a un Santo. Sabedor de toda esto el Papa, recibió
ocho contento.
pio DI le concedió una audiencia el 12 de enero. Apenas 10. vio, corno si reanudase la conversación interrumpida en 1558, cuando le exhortaba a escribir minuciosamente todos Do hechos sobrenaturales relacionados con la idea y la Obra
de los Oratorios, lo acogió con estas palabras:
_Conque... señor abate, ¿ha puesto usted en práctica mi consejo? ¿Ha escrito lo que se. relaciona con la inspiración
de fundar su Sociedad?
--Padre Santa —respondió Don Bosco—, la verdad es que no he tenido tiempo. ¡Son tantas mis ocupaciones! ¡Pues bien, no solamente se lo recomiendo, sino que se lo mando! Todas las otras ocupaciones deben ceder a ésta, cualesquiera que sean su género y su importancia. Déjelo todo a un lado, si no puede hacerlo de- otra manera, pero escriba. No puede comprender en toda su importancia el grandísimo bien que harán ciertas cosas cuando las conozcan
sus hijos.
En otra audiencia quiso darle algo para los jóvenes de los Oratorios y fue a buscarlo a su escritorio; pero lo encontró vacío.
"Sonrió el buen Pío —narra Don France/la—, y levantando los ojos al cielo, exclamó:
—;Que no sepa el mundo que el Pontifico no tiene ni un ochavo! [Heme aquí reducido verdaderamente a la condición económica de San Pedro!
Después, volviéndose a Don Bosco, le dijo:
--Carísimo, ya ve qué poca diferencia hay entre el Papa y sus hermanos. Usted vive de la Providencia y yo de la caridad. ;Mis hijos proveerán]...
Al dio siguiente entregaba a Monseñor Riel, su camarero secreto, noventa escudos romanos para Don Bosco diciendo:
padre pobre a sus hijos pobres!
Anotaré una graciosa anécdota de la cual fui testigo.
Don Bosco esperaba en la antecámara de Pio DI para ser recibido en audiencia.
Salió entonces Monseñor Riad..
—i0h, Don Bosco! —exclama al verlo—. Hace cuatro horas está esperando Su Santidad y pregunta por usted; venga, venga, ahora el Padre Santo de Roma, como dice Su Santidad, ea ust
Las familias más nobles de Roma porfiaban para snr cibidas en audiencia o tener en sus palacios a Don Beenc.
Roma hospedaba a varios príncipes italianos destronadas, Ellos también quisieron conocer al hombre de Dios, del tanto se hablaba. El gran duque de Tostan, Leopoldo Ijj entró en tan íntimas relaciones con él, que duraron hasta los últimos días del príncipe, y, por fin, tuvo a su lado a Don Bosco en la hora de La muerte.
Francisco V, duque de Módena, fue a visitarlo varias ve. ces y quedó tan admirado de su bondad, que al punto cooperd al sostenimiento de sus obras y continuó haciéndolo generosamente mientras vivió. También los reyes de Nápoles, la reina madre María Teresa, el rey Francisco II y la reina Sofía tuvieron con el Siervo de Dios, como en otra parte diremos, repetidas entrevistas.
"La familia Torlonia —escribe Don Francesia— bajó toda, es decir, los que pudieron, porque había algunos enfermos, y esperaron a Don Bosco en la puerta."
El duque de Sora, don Rodolfo Boncompagni Ludovisi, después Príncipe de Piombino, escribió él mismo de su puño una afectuosa crónica de la Misa celebrada por Don Bosco en la capilla de su castillo.
Una mañana fue a decir Misa al Oratorio llamado del Caravita; a duras penas pudo llegar hasta la sacristía: tanta era la gente que había dentro y fuera de la iglesia. Y no fue menos difícil la salida.
"La calle ofrecía —refiere Don Francesia— un espectáculo conmovedor. Apenas lo vieron, de todas partes acudieron las madres con sus hijos en brazos, señoras, señores, sacerdotes, religiosos y otros para recibir su bendición, Vi también a otros con lágrimas en los ojos y entre ellos a unja gligdia. noble palatino, el conde Nannerini, que estaba bendición Don Bosco e. fin de hacerle ir a su casa y obtener su bendición para su pobre consorte enferma.
Con gran dificultad pudo subir a su carruaje. Toda la calle estaba rebosando de personas y de una acera a otra ocupada por dos larguísimas filas de carruajes de la Nobleza. Todos Se arrodillaban exclamando:
_;Don Bosco, su bendición!"
El 17 de febrero volvió al Vaticano para visitar al Cardenal Antonelli. Una princesa que estaba en la antecámara quiso "tener el honor de cederle su turno en la audiencia". El Cardenal lo trató con suma afabilidad, le tomó una mano entre las suyas, se la besó, lo condujo a su despacho y le habló del mejoramiento de su salud, gracias a María Auxiliadora. Cerró la puerta, quiso recibir la bendición y pidió una medalla.
—; Pero, Eminencia, no haga el niño! —le dijo Don Bosco. —;No hay niño que valga! —replicó el Cardenal.
Don Bosco, que no quería darle la bendición a un Cardenal, se había inmediatamente arrodillado a sus pies para besarle el anillo; pero debió obedecer, porque el Cardenal ya estaba de rodillas. Como rasgo de extrema bondad, que tanto honra a este purpurado, ofreció a Don Bosco mil liras para la nueva iglesia y para socorrer a nuestra casa y a los hijos del Oratorio, que tanto cooperaron a la mejoría de su quebrantada salud. Añadió que aquél no sería su último donativo.
Cuando Don Bosco salió, encontró la antecámara llena de nobles personajes que esperaban audiencia. Pero apenas vie
ron a Don Bosco, le rodearon; unos quisieron besarle la mano, otros le pidieron una medalla y muchos la bendición. Fue a celebrar una Misa en la capilla de San Estanislao de Eostka, en el Quirinal, en el noviciado de los Padres Jesuitas. Después de la Comunión pronunció una plática. El Padre Angelini, que le había escuchado, exclamaba:
Cuánta unción, cuántas verdades en pocas palabras!
¡Nuestro santo Padre Ignacio no habría hablada de otra manera!"
Ternísimo fue el afecto que le cobraron todos los jóvenes que le trataron. Los hijos de las familias más nobles se disputaban la dicha de ayudarle la Misa; sus visitas al Colea gio Romano, al Colegio Nazareno y a otros Institutos produjeron efectos maravillosos.
La fama de su santidad había penetrado en todas las casas. El 22 de febrero, la marquesa de Villa Ríos le rogó que fuera a visitar a un joven enfermo moribundo, de noble familia, enfermo de tisis, que hasta entonces no había querido oir hablar de confesión y que al fin había dicho que sólo se confesaría con Don Bosco. Fue una escena conmovedora; el joven le tomó al momento la mano y se la besó llorando. Hizo un esfuerzo, le echó los brazos al cuello a Don Bosco, que se habla inclinado para decirle una palabra, y le dijo:
—; Confiéseme, Don Bosco, confiésemei
Poco después salía Don Bosco de aquella casa admirado y bendecido por sus moradores y el jovencito se dormía en el Señor.
Se debe notar que Don Bosco puso vivo empeño en evitar que se repitiesen cosas tan extraordinarias. Y en parte lo consiguió. No por eso faltaron prodigios conseguidos por sus plegarias y bendiciones.
Pablo de Maistre, de dieciocho meses, hijo del conde Eugenio, tenía la cara y e] cuello extremadamente hinchados. Don Bosco, el 16 de enero, después de haberlo bendecido, fue a celebrar la Santa Misa en la inmediata iglesia de San Carlos. Cuando terminó el Santo Sacrificio, pareció mejorar el enfermo, tanto, que el médico aseguró que hasta podía
darle un corte sin peligro, cosa que antes no se había atrevido a hacer. Desde aquel momento la hinchazón comenzó a bajas y la curación fue definitiva. Aún más: el Siervo de Dios, después de dar la bendición al niño, dijo a sus padres:
—;Oh, no morirá; tiene que ser sacerdote!
Nadie dijo al niño lo que Don Bosco había predicho de él y lo supo cuando, siendo ya jesuita, se ordenó in sacrin.
A la condesa Calderari predijo que sus hijas mudas llegarían a hablar más tarde. El año 70 hablaban expeditamente.
El canónigo Juan B. Grana, secretario de los príncipes don Enrique y doña Teresa Barberini, aseguraba que Don Bosco, cuando fue a celebrar la Misa en la capilla de su palacio para obtenerles la gracia, de tener prole, le dijo a este propósito:
--;Pues bien, sí, el Señor quiere consolarla! Ella desearía un varón, pero el Señor le concede una niña. ¡Es necesario que se resigne y se contente con una hija! Pero ésta será su consuelo.
Y así fue. No obstante la opinión del doctor de la casa y de otros colegas, "a quienes en varias ocasiones se consultó", la princesa, después de dieciocho años de matrimonio, tuvo "una hija, que vivió robusta y virtuosa, a la cual pusieron el nombre de María".
En medio de estas continuas visitas y audiencias, que le procuraban importantes limosnas para los trabajos del Santuario de María Auxiliadora y para el Oratorio, gestionaba sin descanso la solución de los asuntos que le habían llevado a Roma, especialmente la provisión de las sedes episcopales, contra la cual se habían suscitado nuevas dificultades.
El Papa tenía ilimitada confianza en Don Bosco; por eso le confió otras delicadas misiones. Se empeñó en conferirle el titulo de Monseñor, que él declinó con una gracia que hizoreir y ceder al Pontífice; insistió para que abriese una en Roma; le concedió extraordinarios favores espiritual para los salesianos, sus alumnos y todas aquellas lamilial que de alguna manera contribuían a sostener la obra de la, Oratorios; Ie concedió una bendición especial para los orga, nizadores de la nueva tómbola o lotería y le otorgó la encamienda de San Gregorio el Magno para varios bienhechorso insignes del Oratoria.
Pero no obstante la estimación y la benevolencia que Pontífice le demostraba y la veneración de que gozaba e prelados eminentes, Don Bosco no podía obtener la agro ción de la Sociedad Salesiana. Esto era fruto de las c' constancias. Uno de los temas que las Comisiones Carde hojas estudiaban en preparación para eI Concilio Ecuménica era éste: "Si es conveniente la aprobación de nuevos institutor religiosos, o no; y si debía procurarse la fusión de loa que tenían el mismo fin."
Por esta causa, Don Bosco decidió regresar. "El 26 de febrero por la tarde --escribe Don Prancesia—, en el momento de su partida de Roma, ama gran muchedumbre de personas estaba en la estación... Don Bosco entró bajo la marquesina, subió al carruaje, sumamente conmovido. La mayor parte lloraban y le suplicaban, apiñados en torno suyo, que se acordase de ellos.
Un poco antes de partir, los amigos quisieron recibir emevez más su bendición y allí en público se arrodillaron para recibirla."
Monseñor Manacorda, escribía al día siguiente al caballero Oreglia: "¡Oh, qué poderosa es la virtud de Don Bosco!"
Durante el viaje Don Bosco se detuvo cerca de dos días en Yermo, en casa del Cardenal de Angelis. En el Seminario un alumno le leyó una poesía y Don Bosco le correspondió con palabras afectuosas y una medalla. Aquel alumno sería un día el Cardenal Domingo Svampa, que en abril de 1895, al inaugurar el primer Congreso Salesiano, recordaba en plena asamblea el bendito encuentro.
En el momento de la partida el Cardenal de Ángelis se „,rrodilló en tierra y quiso a toda costa que Don Bosco le ben-dijera, amenazándole, si se negaba, con no entregarle la limosna que le tenía preparada para la iglesia. Don Bosco lo bendijo diciendo:
¡Vuestra Eminencia no tiene necesidad de mi bendición; yo, en cambio, necesito su limosna!
Al mediodía del 2 de marzo estaba Don Bosco de vuelta en Turín. Describir el júbilo de los muchachos, la música y el aparato del recibimiento, no es posible: Una grande inscripción dominaba en la fachada de la casa: "Roma te admira, Turín te ama." Cuando se enteraran en Roma hubo afectuosas protestas; algunos escribieron que a Don Bosco también en Roma se le quería como en Turín.
Entre tantos triunfos, permitió el Señor que hubiese una hora de tribulación, para que no se desmintiera aquello de °mies qui plaeuerunt Deo, per multas tribulatione.1 tran.Senon. Aun en medio de sus ocupaciones, no había dejada de mano la dirección de las Lecturas Católicas, para las cuales continuaba escribiendo. Así, en homenaje al Príncipe de los Apóstoles y a la autoridad de sus sucesores, había compuesto un librito para el 18., Centenario de San Pedro. Algunos creyeron hallar en él una seria inexactitud y juzgaron conveniente denunciar el libro a la Sagrada Congregación del Indice, para su condenación. Esta lo remitió para su examen a Monseñor Pío Delicati, y la cosa llegó hasta los oídos del Pontífice, siendo el resultado final desestimar la denuncia y corregir, llegado el caso, la pequeña inexactitud histórica que parecía haber. Esta se le comunicó al Santo por medio de la Curia Arzobispal de Turin, con orden de tenerlo presente en la reimpresión de la obra. Así lo había querido Pie IX, el cual respondió a quien le había indicado la conveniencia de prohibir la publicación de la obrita:
—¡Oh, eso no! ¡Pobre Don Bosco! Si hay algo que rnrre. gir en ese libro, corríjase en la segunda edición que se haga, ¡Y basta!
Pero el anuncio y la forma con que se redactó la adra°. nición fue un golpe muy doloroso para él; sólo su virtud y su devoción al Vicario de Jesucristo le dieron fuerzas para so. portarlo. ¡Sintióse herido en la parte más sensible del cora. zón, sobre todo porque casi le acusaban de haber atentado contra la autoridad pontificia!
¡Acusado él, que por el Papa habría dado la vida!
Pero Dios, si había permitido la prueba, no permitió que fuese con desdoro de su Siervo. Después de haber orado rau. cho y haberse aconsejado con el Vicario Capitular, Monseñor Zappata y con el nuevo Obispo de Saluzzo, Monseñor Gas. taldi, redactó una respetuosa respuesta a los reparos hechos por Roma, a fin de presentarla allí si le daban licencia para ello.
Las aclaraciones se mandaron a Roma. Poco a poco y gracias a los buenos oficios de Monseñor Ghilardi, Obispo de Mondoví, y del Padre José Oreglia, de la Compañía de Jesús, las nubes se disiparon.
Pero en aquellos días, atestigua Monseñor Costamagna, el Señor se complacía en obrar nuevas maravillas por medio de su fiel siervo.
El 3 de mayo de 1867, encontrándose en Caramagna para predicar, se le presentó una pobre mujer de edad ya algo avanzada, completamente derrengada y arrastrándose con dos muletas. Le rogó que la bendijera, confiando curar de este modo. Don Bosco la invitó a arrodillarse.
La mujer, para obedecer, se apoyó en las dos muletas para de este modo tocar tierra con las rodillas; pero Don Bosco le dijo con resolución:
—;Así no, así no!... Arrodillase bien.
Hallábanse presentes más de seiscientas personas; 11 jer se encontró arrodillada en tierra como por encanto.
pués de haber rezado con Don Bosco tres Avemarías,
votó aquella mujer sin que nadie la ayudase y sin sentir los dolores que desde años atrás la molestaban. Don Bosco le Puso, sonriendo suavemente, las dos muletas sobre los hombros y le dijo:
—¡Váyase, buena mujer, y ame siempre a María Auxiliadora!
En el mismo pueblo una señora que yacía en el lecho desde hacía mucho tiempo por causa de un cáncer, se sintió libre del mal después de la bendición de Don Bosco, de tal modo, que pudo levantarse inmediatamente para ir a dar gracias a la Virgen, entregando a Don Sosco el donativo que habla prometido de tres mil liras.
María Auxiliadora continuaba sancionando con prodigios la misión que había confiado a su Siervo. Don Bosco mismo, en una carta privada, refería que un caballero de elevada posición, después de un año de tener un brazo paralítico, hecha una oración, recobró el uso del brazo y escribió: "¡María Auxiliadora, ayudadme!" Movido de gratitud fue a casa y volvió llevando tres mil francos para la iglesia.
"Todos los días —dice Don Savio en una carta fechada el 14 de junio— hay gran afluencia de personas para ver a Don Bosco y para visitar el templo. Ayer una señora inglesa tuvo que esperar mucho para lograr una audiencia. Llegó también el barón Cavalchini, vio la iglesia y se entretuvo mucho con Don Bosco. He oído decir a uno cuando salía: 1F- —Hemos hablado con otro Cura de Ars.
El 30 de junio escribía a la Duquesa de Sora, a propósito del llamado mal cero, difundido por Roma: "Ninguno de los que tomen parte en la construcción de la iglesia en honor de María Auxiliadora será víctima de esa enfermedad, con tal que ponga su confianza en Ella."
Una princesa romana, la joven Doria, que se dirigía a Londres, desembarcó en Génova y prolongó su viaje dos días para poder ir a Turín y hablar con Dan Bosco. Ha visto la iglesia y ha quedado satisfecha. En pocos días hemos teiadc, en casa a diez prelados, a los cuales nuestros jóvenes "tributaron siempre afectuosas demostraciones de respeto".
También la princesa María Leticia Wise-Bonaparte Solme consorte del ministro Rattazzi, acompañada de señores de la Nobleza, fue al Oratorio y quedó tan admirada y complacida, que por telégrafo comunicaba a su marido su gozo por haber podido conocer una de las maravillas del siglo xix, como su esposo mismo llamaba a Don Bosco.
A fines de junio hizo el Santo ir a Roma a dos de sus sacerdotes, Don Juan Cagliero y Don Ángel Savio, para que lo representasen en las fiestas del Centenario de San Pedro, Cagliero era portador de dos cartas para el Papa, una de carácter completamente secreto, sobre cosas que interesaban directamente al Pontifica y a su Corte, y otra en que le renovaba la súplica de sancionar definitivamente la Sociedad Salesiana.
A propósito de este viaje, la crónica nos conserva ciertos detalles que demuestran la vida de familia de los Salesianos y la paternidad de Don Bosco. Desde Roma había escrito Francesia a Don Rúa: "... Don Bosco me encarga digas a Cagliero que, visra su habilidad para la música y VISTA la perfección a que se ha llegado en este arte en Roma, SE DISPONE: Artículo único. La próxima vez que alguno del Oratorio venga a. Roma, si son .dos, uno será Cagliero; y si es uno solo, será también Cagliere."
Para éste especialmente fue un gran regalo extraordinario: sintiendo como sentía la música en cada vibración de su alma, ansiaba ir a la Ciudad Eterna para sumergirse en todo cuanto de grande y de bello encierra, entre otras cosas, ver a Ios grandes maestros del arte musical y si fuera posible ponerse en contacto con ellos y verlos dirigir las ejecuciones.
Y gracias a. ser delegados de Don Bosco, lograron aún más de lo que deseaban. Domingo Mustafa, maestro de la Capilla sixtina, habla compuesto, para la ocasión una antífona Tu es p,trus, en majestuoso conjunto de tres voces, ejecutada por cuatrocientos cantores; y permitió a Cagliero asistir a los ensayos y relacionarse con varios otros maestros y célebres cantantes. El maestro salesiano se interesó epecialmente por los recursos para vencer las dificultades de las grandes masas corales; y que los aprendió lo demuestra la renombrada composición que esos días escribió y ejecutó luego en Turín: Sancto María, suecurre miseris.
En todas las solemnidades de esos días los embajadores de Don Seseo tuvieron sitios reservados.
En el mea de julio fue a Fenestrelle para confortar al cura de Ruá, que estaba enfermo, y pronunciar el panegírico de Santa Ana en la capilla del Puy.
El 27 del mismo mes estuvo en Usseaux y recibió la visita de dos seminaristas acompañados del joven José Ronchail, el cual, habiendo terminado entonces los estudios de Filosofía, y aunque se sentía inclinado al sacerdocio, cediendo a los deseos de su abuelo, había decidido dedicarse al comercio y se empleó en una casa de Lyón. Sin cuidarse de los seminaristas, se dirigió Don Bosco a aquel joven, a quien jamás había visto, y le dijo bromeando:
He aquí un lindo mirlo que hay que volver a la jaula!
Al oir estas palabras, el joven experimentó una impresión vivísima; su vocación dormida se reanima, obtiene de Don Bosco una conferencia, y su deseo de consagrarse a Dios se afirma y se realiza.
El 29 del mismo mes caía enfermo Don Rúa con una gravísima peritonitis, efecto de sus excesivas fatigas. Como el mal lo había sorprendido encontrándose debilitado por insuficiencia habitual de reposo (; no dormía más que cuatro horas!), lo llevó muy pronto al último extremo, tanto que, desahuciado por los médicos, pidió la Extremaunción.
L Cuando aquella tarde Don Bosco regresó a casa, algunos
Superiores le rogaron que subiera a ver al enfermo; pero él, bromeando, les dijo:
—Don Rúa es demasiado obediente para irse sin mi per• miso; dejadme.
Y se fue a confesar a sus penitentes; y después al re. fectorio.
Cuando hubo cenado, con su acostumbrada tranquilidad subió a su habitación a dejar sus papeles; después, bajó al primer piso a visitar a Don Rúa. Después de estar con él en rato, el enfermo le dijo con voz apenas perceptible:
—¡Oh, Don Bosco! Si ésta es mi última hora, dígamelo con libertad, porque estoy dispuesto a todo.
— ;Oh, querido Don Rúa —respondió Don Bosco—, no te mueres todavía! ;Tienes que ayudarme en tantas cosas!
Y dichas estas palabras, le bendijo.
A la mañana siguiente, después de la celebración de la Santa Misa, volvió a ver al enfermo, junto al cual se encon. traba el doctor Gribaudo. este le hizo ver la gravedad del caso y mostróse muy poco confiado en la curación del enfermo.
— Aunque esté todo lo grave que se quiera —respondió Don Bosco—, mi Don Rúa debe curar, porque todavía tiene mucho que hacer.
Al ver sobre la mesita la bolsa de los Santos Óleos, preguntó:
—¿Quién ha sido esa buena alma a, quien se le ha ocurrido traerlos aquí?
—He sido yo —respondió Don Savia—. ¡Ah, si hubiese visto usted qué malo estaba ayer Don Rúal... Y además los mismos médicos...
—Verdaderamente que sois gente de poca fe —interrumpió Don Bosco—. ¡Animo, Don Rúa! ¡Mira, si te arrojasen ahora por la ventana, no morirías!
En efectci, desde el momento en que Don Bosco le bendijo, el enfermo comenzó a mejorar; y algunos días después, contra todo lo que se esperaba, estaba fuera de peligro.
En prosecución de lo que tanto le interesaba, el 8 de enero de 1869 fue Don Bosco a Roma, pidiendo antes a superiores y alumnos oraciones especiales.
En Florencia le esperaba el Presidente del Ministerio, Monebrea. El Gobierno estaba inquieto porque los demócratas y republicanos conjuraban seriamente contra la monarquía, y parece que deseaba de él algún importante servicio. ni, por su parte, aprovechó la ocasión para reavivar la cuestión de los obispos, truncada tan bruscamente en 1867, y pudo hablar en favor de los seminaristas, a quienes se quiso someter al servicio militar.
Pero el objeto principal del viaje era la aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana, que dos años antes no había podido obtener. Se oponían los mismos obstáculos. La Curia romana, a pesar de los buenos deseos de Pío IX, seguía poniendo serios reparos a la fundación, a pesar de que contaba Ya con varios socios y numerosas obras; les parecía tan distinta de las Congregaciones tradicionales, y no se fijaban en que lo nuevo que tenía era precisamente lo que justificaba su existencia: lo exigía la índole de estos tiempos nuevos.
Pío IX le aconsejó que procurara ganarse a algunos Cardenales determinados; y esto lo hizo María Auxiliadora. Digamos algo más: Se había pedido a la Curia Diocesana una fórmula que salvase al mismo tiempo la autoridad del OrdiSacio y la existencia de la nueva Sociedad; pero la Curia dejó el asunto en suspenso. Varios Obispos y otras personal muy piadosas y favorables a Don Bosco, habían intentad, disuadirlo de presentar la petición, diciéndole que no era pc›. sible entonces conseguir la aprobación de las Constitueioree ni de la Sociedad. También le habían escrito de Roma que era inútil su viaje en aquellos momentos, si era con ese en.
Pero Don Bosco, como dijo después, pensaba dentro de si: "Todo se me pone en contra; mas el corazón me dice que si voy a Roma el Señor, que tiene en su mano el corazón de los hombres, me ayudará. ¡Así, pues, voy allá!" Y convencido de que la Virgen le ayudaría, emprendió el viaje.
A su llegada le tributaron un recibimiento muy honroso, Tres carruajes lo esperaban en la estación y, cosa excepcio- nal, dentro del recinto de la estación. Uno era del Cardenal Berardi, .quien le rogó visitase cuanto antes a un sobrino suyo gravemente enfermo. Don Bosco prometió que iría; mientras tanto se dirigió a San Bernardo de las Termas para celebrar y después a casa del caballero Pedro Marietti, donde se hospedó.
Los días pasaban y Don Bosco se había olvidado de la invitación del Cardenal Berardi, cuando recibió nuevo aviso para que fuese a visitar y bendecir al sobrino enfermo. Era éste un niño de cerca de once años, delicia de aquella rica y noble familia y de otras familias opulentas, heredero de extraordinarias riquezas. El pobrecito hacia quince días que luchaba con fiebres tifoideas tan malignas y rebeldes a todo remedio, que le tenían al borde del sepulcro. Al llegar Don Bosco, todos los de la casa le salieron al encuentro, diciéndole a una voz:
--¡Don Bosco, cúrelo, cúrelo!
Don Bosco, volviéndose al Cardenal, le dijo:
—He venido a fin de que Su Eminencia me ayude cerca del Padre Santo a obtener la aprobación de la Sociedad de San Francisco de Sales.
ir _procure usted —respondió el purpurado— que mi sobrino secure y yo hablaré en favor de su Sociedad al Padre seento.
y así diciendo, lo introdujo en la habitación del enfermo,
r El Siervo de Dios iba repitiendo:
—¡ Tengan ustedes fe! ¡Recen a María Auxiliadora; con-Macen una novena y Vuestra Eminencia, señor Cardenal, trabaje por la Sociedad de San Francisco de Sales.
Y añadió:
—Dejemos a la Virgen "el cuidado".
Después de rezar algunas oraciones, bendijo al enfermo, el cual quedó al instante libre de la fiebre, y al fin de la novena estaba lleno de robustez.
El Cardenal, fuera de sí par el consuelo que experimentó, dijo a Don Bosco:
—Estoy dispuesto a hacer todo lo que quiera de mí; no tiene más que mandarme.
—;Eminencia, ya sabe qué es lo que más deseo: que se interese por la Sociedad Salesiana: que hable de ella a sus colegas y al Padre Santo!
El Cardenal fue a ver al Papa y le recomendó vivamente la Sociedad Salesiana. Pío IX consideró este primer triunfo como si se tratara de algo muy suyo.
Pero los prelados de la Sagrada Congregación que debían dar su conformidad en este asunto eran siempre contrarios. A pesar de que desde el 26 de julio de 1864 la Santa Sede había dado el decrétum laudis con que se alababa su existencia y su espíritu.
El Cardenal Antonelli, Secretario de Estado, podía influir mucho. El Santo fue a hablarle y lo encontró como clavado ea un sofá por la gota, que lo hacía sufrir atrozmente. Supo que, por no poder moverse, el Papa mismo venía a tratar con él los asuntos de la Iglesia. Don Basen le prometió que si se interesaba por el asunto de la aprobación definitiva Sociedad, él mismo podría ir a la sala papal. —¿Cuándo? —exclamó el Cardenal, mirándolo fij
— ;Mañana!
— ¿Es posible? —Si, ¡mañana! --Pero, ¿cómo podrá ser?
— Tenga fe, fe viva en María Auxiliadora, porque de otra manera no haremos nada.
Al día siguiente por la mañana el Cardenal Antonelli ea. taba bueno; los ataques habían cesado y fue a ver al Padre Santo, a quien refirió el diálogo y la curación.
Fue Don Bosco a ver a Su Santidad. Pío IX, conmovido por lo que los dos Cardenales le habían referido, lo acogió con bondad indescriptible. Lo entretuvo durante hora y media y se mostró muy favorable a su deseo, prometiéndole que haría todo lo posible por complacerlo y para que las gestiones se acabaran pronto. En días sucesivos le concedió otra audiencia de dos horas y una tercera de cerca de una hora.
Como se acercase la hora de una de estas audiencias, el Papa llamó al camarero y le dijo:
— Don Bosco no tiene carruaje; vaya a buscarle con el mío.
Y Don Bosco fue desde donde se hospedaba al Vaticano en la carroza del Papa.
Las dificultades continuaban todavía en el seno de la Congregación de Obispos y Regulares. Es verdad que el Papa es árbitro supremo, pero suele dejar que las cosas sigan su trámite regular, y el trámite era la dicha Congregación. A alguien había dicho Pío IX:
—No quisiera más dificultades; véase la manera de superarlas y no de promoverlas.
El más opuesto era Monseñor Svegliati, Secretario de Sagrada Congregación. Las novedades de Don Bosco no le traban.
zste, por consejo del mismo Pío IX, se apresuró a visitarlo. Lo encontró en cama, molestado por los primeros atade uqueauna pulmonía muy grava Sin más, le prometió la curación, si hablaba en favor de la aprobación de la Sociedad, y acabó diciendo:
—Tenga fe, viva fe en María Auxiliadora, y mañana podrá ir al Vaticano.
Ah, Don Bosco —concluyó con vehemencia Monseñor Svegliati—; si mañana puedo ir a ver al Papa, le aseguro que hablaré de modo que todo irá bien para usted.
A la mañana siguiente la tos y la fiebre habían desaparecido y el Secretario se encontró perfectamente curado. Muy agradecido por su restablecimiento, fue a visitar al Padre Santo y el mismo día fue a ver a Don Bosco, asegurándole que lo apoyaría y que desaparecerían todas las dificultades.
Las gracias concedidas por María Auxiliadora conciliaron a Don Bosco la favorable disposición de sus adversarios, enfervorizaron a los tibios y le ganaron más y más el favor del Sumo Pontífice.
Los chicos del Oratorio y de las otras casas continuaban rezando. Don Bosco los invitó a turnarse en pequeños grupos para adorar continuamente a Jesús Sacramentado en el Santuario de Maria Auxiliadora durante todo el día 19 de febrero. Y ese día se decretó la aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana. Don Bosco dijo a Pío IX:
—Hoy todos mis muchachos están rezando ante el Santísimo, para que el Señor me ayude.
Pio IX, al oir estas palabras, se conmovió visiblemente.
El primero de marzo se despachaba el decreto de aprobación. Concedióse también por un decenio la facultad de dar las Dimisorias respecto de todos los Obispos para las sagradas Ordenes.
Lleno de gratitud para con Dios por el favor obtenido el 2 de marzo volvió Don Bosco a Florencia y el 5 por la tarde llegó al Oratorio, siendo acogido con extraordinarias. demostraciones de júbilo.
El teólogo Borel, que yacía enfermo en cama en el incoe, diato Instituto del Refugio, al oir aquellas voces de júbilo comprendió que Dan Bosco había regresado triunfante. se levantó como pudo y con paso vacilante fue arrastrándose hasta el Oratorio.
—;Don Sosco! ¿Don Bosco! —exclamó esforzando la voz el venerando sacerdote.
— ;Oh, amigo mío! —le respondió el Santo.
— ¿Está aprobada la Sociedad Salesiana?
—; Si, está aprobada?
—Deo gratine? ¡Ahora muero contento:
Y se volvió a su lecho.
La Sociedad Salesiana era ya de derecho pontificio.
Al día siguiente presentaba Don Bosco al Arzobispo Monseñor Riccardi el Decreto de aprobación de la Sociedad. El 7 de marzo, término del tiempo que había fijado para la práctica de oraciones especiales antes de su partida, la nueva Sociedad o Congregación de San Francisco de Sales celebraba su Sesta titular en el Santuario de María Auxiliadora, en acción de gracias.
Aquella noche, can sencillez edificante y exuberante gratitud a Dios y a María Santísima, refería Don Bosco a sus salesianos del Oratorio, como padre afectuosísimo a sus hijos predilectos, las extraordinarias vicisitudes de la aprobación.
El 15 de agosto, consagrada a la Asunción de María Santísima, recordó a sus hijos en una Circular el memorable acontecimiento, infundiéndoles sus propios sentimientos de gratitud y animándolos a trabajar por la salvación de las atinas, y, en primer lugar, por la suya propia.
Las veinticuatro Comendaticias enviadas por los Cardenales, Arzobispos y Obispos para obtener la aprobación de la Sociedad Salesiana, san un coro admirable de alabanzas a la santidad de que ya gozaba fama entonces Don Bosco.
Los frutos de la aprobación no tardaron en dejarse ver,
La actividad de Don Bosco era multiforme. Donde vela ira necesidad real del pueblo y especialmente de la juventud acudía a ponerle remedio. Así fue como en este tiempo intensificó su apostolado de Prensa, inaugurando sus "Bibliotecas" o "Colecciones", de que hablaremos más adelante.
Desde 1869 Don Bosco procuró a los jóvenes de sus cola. gios otro gran bien religioso y moral, suprimiendo la costumbre de ir a pasar ocho días de vacaciones por la Pascua a los pueblos, lo que a más de los peligros morales a que los exponían por las francachelas y bailoteos, les arrancaban de los estudios apenas entrenados, y reduciendo a dos meses loa vacaciones del verano. Estas sabias medidas paternales le causaron gran aumento de gastos y trabajos; pero impidieran realmente que muchos jóvenes perdieran en pocos días el provecho moral de todo el año escolar.
El mismo año abrió un colegio en la ciudad de Cherasce Y aceptó la dirección de la parroquia y de la iglesia aneja de Santa Maria del Pópolo, enviando allí a varios salesianoe Y como Director y Párroco al Doctor Don Juan Francesia.
En fin, para propagar la devoción y el culto de la Santísima Virgen, estableció en el Santuario de Valdocco la Aso, elación de los devotos de Maria Auxiliadora, la cual, canóni cemente erigida por el Arzobispo Monseñor Riccardi 3 anteriormente enriquecida por Pío IX con muchas indul gencias y elevada después al grado de Archicofradía, obtuve
de León XIII la facultad de agregar en todo el mundo aso, ciaciones similares con participación de los favores esph.i, tuales concedidos a aquélla. Interesaba sumamente a Dor, Bosco el culto de María Auxiliadora para demostrar también su gratitud filial a esta celestial Madre, que tan pródiga se mostraba con él en gracias extraordinarias.
El 29 de mayo de aquel año de 1869, Don Bosco marcha a Lanzo juntamente con los cantores y la banda del Oratorio, para celebrar en el colegio la fiesta de San Felipe Neri y dar mayor solemnidad a la festividad del Corpus Christi. Entonces fue cuando se efectuó la curación de los alumnos enfer. mos de viruela, de que hemos hablado.
Otra página que rebosa de celo y amor por la Iglesia Católica fue la solicitud con que el Santo trabajó por varios años en favor de las poblaciones católicas del cantón Ticino, privadas de sus pastores por el odio calvinista. Con ayuda de algunos celosos sacerdotes, logró dar satisfacción a aquellas apremiantes necesidades espirituales; y durante varios años, especialmente desde 1868 a 1870, las proveyó de buenos sacerdotes, obteniéndose con ello un vigoroso renacimiento de la fe católica. En consecuencia, siguió interesándose por el triunfo de la fe en aquella región.
El 7 de octubre de 1869 desembarcaban en Génova dos argelinos enviados por Monseñor Lavigerie a Don Bosco. Fueron recomendados al jefe del tren, quien los acompañó hasta la estación de Turín. No sabían nada de italiano, excepto el nombre de Don Bosco. Repitiendo este nombre y muy ufanos con 91.1 típico traje, su blanco albornoz flamante y su rojo fez atravesaron la ciudad por las calles más directas y fueron al Oratorio. Don Bosco, que terminaba en aquel momento su parca comida, los recibió con dulce sonrisa y les dirigió algunas palabras en francés. Por Navidad tuvo cl consuelo de regenerarlos con las aguas del Bautismo.
A éstos se agregaron otros cuatro en 1870, enviados por el „liana° Prelado, y algunos de Jerusalén. Al mismo tiempo, loa obispos y los misioneros que iban a Italia desde las más remotas regiones, acudían con frecuencia, cada vez mayor, a visitar al Siervo de Dios y el Oratorio.
A todos les infundía un grande amor a Jesús Sacramentado y una tierna devoción a Maria Auxiliadora. Junto con esto loa encendía en el respeto, veneración y amor al Papa.
1 Rvdo. D. Domingo Beirnonte, Profesor de Física y Ciencias Ara roles. Ejerció cargos -Importantes en la Congregurian, de la fue Prefecto General. Una de .41{8 peculiaridades fueron las "Ha . orto noches", qae, según los que vinieron con él, eran Dio n,40 p ,
reciclas a las de Don Rdsco. Murió en Turín en /90/.
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Por su propia voluntad, Don Bosco no se hubiera dedicado directamente al apostolado de la juventud femenina ni hubiera fundado una Congregación de Religiosas. Pero se lo mandó la Virgen, como todas sus obras principales. Tuvo un sueño. Y en él le pareció que una infinidad de niñas le pedían auxilio.
—No he sido llamado para vosotras —les dijo.
— Hace tiempo que estamos esperando. No tenemos quien nos valga y te esperamos a ti —le respondió un grupo de mayorcitas que estaban un poco separadas de las demás. .,
— No he sido llamado para vosotras —les replicó. En eso apareció la Señora de los Sueños y le intimó:
— Son mis hijas y quiero que las atiendas.
A esto se unieron reiterados consejos de personas cuyo parecer tenía gran peso y por último la palabra augusta de Pío IX. Todo esto quería decir que debía fundar otra familia religiosa. Se lo comunicó a uno de sus hijos en la memorable tarde del 24 de junio 1.366, al terminar el festival con que le obsequiaron en su día onomástico. Lemoyne recuerda que se habían apagado los últimos arreboles de una puesta de Sol maravillosa, que la Luna daba de lleno sobre la estatua de la Virgen fulgurante en la cúpula, que el patio y los pórticos centelleaban con eI titilar de mil farolillos a la veneciana que los niños aclamaban al Padre, que había subido ya a su ' aposento y sentádose aI socaire de la ventana. Poco después reunió a los miembros del Consejo: Don Rúa, Don Cagliero, pon Savia, Don Durando, Don Ghivarello y Dan Albera y les dijo:
—Tengo una cosa importante que comunicaras: muchas personas autorizadas me exhortan a hacer por las jovencitas o que estamos haciendo con los niños, Si atendiese a mis afinaciones, no me embarcaría en este género de apesto; pero temería contrariar designios de la Divina Providencia. Os lo expongo y os invito a reflexionar delante del Señor, a pesar el pro y el contra para poder tomar aquella resolución que mayor gloria dé a Dios y sea de mayor provecho para las almas. Por eso, durante este mes dirijamos nuestras oraciones comunes y privadas a este fin: obtener del Señor las luces necesarias en este importante asunto.
Los convocadas se retiraron profundamente impresionados. Al mes volvió a llamarlos, pidiéndoles individualmente su parecer. Todos unánimemente votaron por la afirmativa.
—Pues bien —concluyó Don Bosco—; ahora podemos tener como cosa cierta que es voluntad de Dios que nos cuidemos también de las niñas. Y para quedar en algo concreto, propongo que se destine a este fin la casa que Don Pestarino está construyendo en Mornese.
En la visita que aquel año hizo a Pio IX, el Padre Santo le habló del asunto, manifestándole que era su deseo que hiciese por las niñas lo mismo que estaba haciendo por los chicos. Le dio normas muy prácticas y consejos muy acertados, al fin como del Vicario de Jesucristo.
Las cosas se desarrollaron de una manera tan impensada, que parecía como si una mano invisible moviera los hilos de los acontecimientos.
Vivía en un rincón del Monferrato, en Mornese, pueblecito del distrito de Acqui, un piadoso y rico sacerdote, Don Domingo Pestarino, entregado a hacer el bien a sus cote. rráneos. Y una de las cosas buenas que deseaba hacer eta fundar una institución que le sobreviviese. Habiendo tenido la fortuna de conocer a Don Bosco en un viaje, y de visitarlo en el Oratorio, esperaba que le devolviera la visita en so propio pueblo, como se lo había prometido, para aconsejarse y decidirse. Don Bosco llegó a Mornese, al frente de sus muchachos, en la última de sus famosas excursiones escolares el 7 de octubre de 1864. Estuvieron cuatro días, edificando a todo el pueblo con su piedad, alegría y habilidades. Todos los mornesinos quedaron en la persuasión de que Don Bosco era un grande hombre y un santo y concertaron con él la fundación de un colegio externado para la educación de los chicos.
En aquella ocasión Don Pestarino le presentó un grupo de ocho jovencitas que, con el nombre de Hijas de María Inmaculada, llevaban una vida ejemplar bajo su dirección espiritual, formando con otras del mismo pueblo una Pía Unión llamada "de María Inmaculada", aprobada por Monseñor Contratto, Obispo de Acqui, en 1857. Esas buenas muchachas, no ligadas por votos, se proponían tender a la perfección cristiana, observando castidad perfecta, obediencia a su Director y guardando la pobreza mediante el desprendimiento de las cosas de la tierra. Se ejercitaban también en obras de caridad y de apostolado, sobre todo cuidando de las niñas poco atendidas por sus padres y cultivando el espíritu de piedad en las mayorcitas. Además de esto habían puesto una pequeña sastrería en una casita tranquila, para enseñar el oficio a las que quisieran aprenderlo: esto era un medio para la formación cristiana. Hasta tenían un pequeña asilo para niñas necesitadas y una especie de Oratorio Festivo femenino.
Sobresalía entre todas una inteligente jovencita, llamada garla Mazzarello, que ejercía sobre sus compañeras una superioridad moral a la cual se inclinaban todas y de la cual se servia el Director para el gobierno de la Asociación. La inocencia de sus costumbres era reconocida de cuantos la conocían. En el tiempo del cólera-morbo la habían bautizado con el nombre de "Hermana de la Caridad". Manifestaba inteligencia abierta, espiritu sereno, voluntad firme. Aprendió tarde a leer, más tarde a escribir; no existían entonces escuelas públicas para las niñas. En las cosas de Dios veía claro y profundo. Su vida interior se nutría de sacramentos, de oración y de palabra divina. Humilde, mortificada y casta, daba a sus acciones y relaciones un sello sobrenatural de criatura privilegiada. Ver y oir a Don Bosco fue para ella un acontecimiento que le dejó en el alma una impresión indeleble.
Don Pestarino estaba impaciente por empezar el colegio. Don Bosco le mandó al salesiano Don Ghivarello, ingeniero, para levantar los planos y dirigir las obras.
La primera piedra se colocó solemnemente en junio del 65. La población contribuía gratuitamente con el acarreo de materiales y con horas de trabajo. Para esto el Obispo había dispensado del descanso festivo. En diciembre de 1867 estaba terminada la capilla y Don Bosco fue a bendecirla. Volvió a Maniese el 69 y el 70. A veces se entrevistaba con las Hijas de María Inmaculada, escuchaba todo lo que de ellas le decía el Director; pero nunca aludió a intenciones propias, si bien en el último año comenzaba a pensar en la fundación de un colegio femenino para contentar a los que tanto se lo pedían.
Entretanto, una circunstancia providencial aceleró las cosas. En 1871, cuando se anunciaba como próxima la apertura del. colegio edificado por Don Pestarino, la Curia de
Acqui, en sede vacante por la muerte del Ordinario, easpoill a temer que el colegio de Don Bosco perjudicara al Semilla, rio Menor diocesano; y así, negó la autorización de abrirlo.
¿Qué hacer? Don Bosco no lo pensó demasiado; resolvió colocar allí a las Hijas de la Inmaculada, para que hicieran vida común. Esto era como dar principio a la nueva institución, y se animó a esbozar un reglamento calcado sobre las Reglas de los Salesianos. Confidencialmente se lo manifestó a Don Pestarino. El buen sacerdote se turbó fuertemente, porque temía, y no sin fundamento, una reacción del pueblo. No le fue difícil a Don BOSCO tranquilizar al piadoso sacar-dote. En cuanto a lo demás... dar tiempo al tiempo sin pro- palar la noticia. No se podía comprometer a la Curia.
En el ínterin Don Bosco cayó gravemente enfermo en Varazze y estuvo dos meses entre la vida y la muerte, en me de la consternación general. Durante las alternativas del irl fue a visitarlo Don Pestarino, con algunos conterráneos, aprovechó la ocasión para entenderse y comenzar. Las Hij de la Inmaculada permanecían en el tenor de vida trazado, prontas a la obediencia y a cualquier sacrificio para el bien de sus almas y para ayudar al prójimo. Don Bosco aconsejó a Don Pestarino reunirlas con las otras compañeras del pueblo e invitarlas a dar cada una su voto para constituir una junta directiva, eligiendo superiora y asistentas, según el reglamento por él preparado. Sus instrucciones fueron cumplimentadas: el 29 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, veintisiete jovencitas, bajo la presidencia del Director, invocadas las luces del Espíritu Santo, escribieron el nombre de las que juzgaban aptas para los varios cargos. María Mazzarallo resultó elegida Superiora con veintiún votos. Reacia a la elección y deseosa de que la exoneraran, pidió y obtuvo que se remitiese a Don Bosco la decisión. Accedieron las otras, a condición de que entretanto ejerciese el oficio de primera asistenta, con el título de Vicaria.
— una vez que se hubo repuesto, volvió Don Bosco al Ora-Era el tiempo en que, desde el año 1865, después de las de San Francisco de Sales, llamaba a consejo a todos Oratorio, los directores de sus colegios para escucharlos y darles sus directivas. Cada uno hablaba sobre la marcha de su propia casa, los frutos cosechados, las dificultades encontradas, las esperanzas que tenían. Cada uno aprovechaba de la experiencia de los colegas; a todos confortaba la palabra iluminada y animadora del buen Padre. Pues bien; aquel año 1872 llamó también al Director de las Hijas de la Inmaculada (que desde 1865 había ingresado en la Sociedad Salesiana, pero Don Bosco lo había dejado en Mornese para atender e. la Asociación) para que expusiese cuanto había sucedido y estaba sucediendo en Mornese. Los presentes entrevieron, llenos de alegría, que algo grande y maravilloso se estaba madurando. Era llegada la hora para que la nueva Obra emprendiera su vuelo.
En Mamase el número de socias había crecido y vivían muy incómodas en la casita que hasta entonces habitaban. En párroco, ignorando los designios de Don Bosco, insinuó que podían trasladarse provisionalmente a los locales del colegio, cuya apertura impedía la prohibición superior. Respiró Don Pestarino, sintiendo aliviada su propia responsabilidad ante el pueblo, que en realidad ignoraba la decisión de la Curia, porque la prudencia de Don Bosco había aconsejado el secreto, para evitar odiosidades a la superioridad, y haciendo como quien aferra al vuelo un buen consejo, aceptó callandito el traslado.
Los mornesinos no se avinieron ni disimularon su disgusto y amenazaron tomar represalias. El caso era delicado ciertamente; no era conveniente revelar el verdadero motivo del cambio, para no suscitar odiosidades contra la Curia, Pero aquella gente era buena y el tiempo todo lo suaviza; poco a poco la autoridad del párroco, el prestigio de Don Pes, tarino y la fama de santidad de Don Bosco calmaron los ánimos irritados;' y el 5 de agosto Monseñor Sciandra, nuevo Obispo de Acqui, asistido por Don Bosco, actuó en la cere. mona de la primera toma del hábito. Quince fueron las que lo recibieron, de las cuales cuatro emitieron aquel mismo día los votos trienales. En adelante ya no se llamarán Hijas de la Inmaculada porque Don Bosco quiso que fueran hasta en el nombre `'el Monumento vivo a María Auxiliadora".
Desde el Oratorio él proveía a todas las necesidades de la recién nacida Congregación. Se mantenía en continua relación con Don Pestarino. De cuando en cuando, interruni-, piendo sus múltiples ocupaciones, se trasladaba a Morneser para darse cuenta de todo. En 1874, con el fin de que hubiese quien tuviera mayor libertad de movimiento, nombró al Padre Juan Cagliero vicario suyo en la dirección general de sus religiosas. Muerto Don Pestarino en el mes de mayo, envió en su lugar a un salesiano Director particular. El 25 de junio escribía a una de sus grandes bienhechoras: "Estoy empeñado en esta obra y espero, con la ayuda de Dios, que podré llevarla adelante regularmente." Es de notar que Pío IX le había dicho que las Hijas de María Auxiliadora dependerían de los Salesianos, como las Hijas de la Caridad de los Hijos de San Vicente de Paúl.
Para encaminarlas a la completa regularidad, comenzó por 3 ordenar se procediera a la elección de la Superiora. Muerto ' ese mismo año el Superior local que les había asignado, mas* que Don Cagliero fijase allí su residencia hasta el nombramiento del sucesor. Y tal importancia le dio, que para este delicado oficio se privó de un joven dinámico sacerdote que prestaba en dos colegios un servicio incalculable: Don San
tiago Costamagna, que fue más tarde valeroso misionero, inspector de las casas de la República Argentina y Obispo Vicario Apostólico de las Misiones Salesianas del Ecuador, y que entonces respondió plenamente a su expectación, imprimiéndole a la Casa el espíritu y el preciso carácter que deseaba el Fundador. A más de buen salesiano, Costamagna era. buen músico y buen liturgista.
Otros dos pasos importantes fueron la redacción definitiva de las Reglas y la aprobación diocesana del Instituto.
Nadie en el mundo —ni siquiera el bueno de Don Pes-tarifo— podía entonces imaginar qué institución tan grandiosa estaba Don Bosco ordenando silenciosamente allí en la sombra de un recoleto lugar apartado de casi todo consorcio humano. A alejar el ojo de la mirada indiscreta de los profanos contribuían las dificultades de las comunicaciones, siendo lugar privado de trenes, de carreteras, de los medios ordinarios de locomoción. Entre aquellas paredes benditas un selecto grupo de almas generosas llevaba una vida de pobreza, de piedad y de trabajo que no tenía nada que envidiar a los claustros de la más rígida observancia. La Madre Mazzarello enfervorizaba con su ejemplo a educandas, probandas y profesas, en la práctica de todas las virtudes cristianas y religiosas, fidelísima siempre en la observancia hasta del más pequeño deseo del Fundador. Por lo demás, el régimen interno se desarrollaba bajo la inmediata autoridad de la Superiora. El Director, Padre Costamagna, era ciertamente muy rígido ; pero como era siempre el primero en practicar lo que exigía, y el fervor de la Comunidad era tan grande, los rigores no se sentían y servían admirablemente para templar el carácter de las religiosas y prepararlas para todas las eventualidades que la vida pudiera en adelante presentarles. Todo era providencial.
Una prueba tangible de que la Providencia velaba sobre aquel nido de palomas, era el que, faltando fuentes de en. trada, no les faltaba nunca lo necesario. En todos los otros Institutos se contaba al menos con los dotes de las postulantes; allá en cambio las postulantes llegaban casi siempre desprovistas de bienes patrimoniales. Se las aceptaba igualmente y las cosas marchaban adelante. Otra prueba de la asistencia divina era el número y la calidad de las vocaciones y sus progresos en la vida religiosa. La bondad del espíritu se veía clara en un indicio elocuente, Entrando doncellas de familias acomodadas o nobles, éstas aplicadas a los estudios no se distinguían en nada de las otras. Así que, y fue muy pronto, cuando las Hermanas empezaron a enjambrar en varias direcciones: cercanas, lejanas y lejanísimas, la palabra de orden era la de "mantener intacto dondequiera el espíritu de Mornese", mirado entonces y mirado hoy, ;y Dios quiera!, mirado siempre, como ideal perenne del espíritu de la Congregación. Por esto podía Don Bosco escribir con paterna complacencia al Padre Cagliero en 1876: "Las Hijas de María Auxiliadora son modelo en dondequiera que van."
Pero la casa de Mornese resultaba cada día más estrecha e incómoda. Por eso Don Bosco adquirió una y la adaptó en Niza Monferrato, y allá trasladó a sus religiosas en febrero de 1879. Allí María Mazzarello, recogida en su humildad, continuó tinuó siendo la que debía dar a la Obra la más sólida de l bases. Y es admirable que, sin haber podido tener gran ' tracción literaria y científica, supo gobernar y dirigir a l Hermanas de una Comunidad docente, entre las cuales, desde el primer momento, el Señor envió Hermanas muy dotadas, y hasta alguna de la Nobleza, y encaminarlas por las altas vías de la perfección cristiana y religiosa. Sus conferenciad eran modelos de sensatez y no carentes de elevada espiritual lidad. Su humildad y buen sentido suplían las deficiencias su ejemplo era una lámpara viva y ardiente.
supo literarias, y también encaminar hacia los estudios a su Comunidad, y así tuvo el consuelo de secundar las miras docentes del rondador y preparar el camino para sus sucesoras. Pie XI, en el discurso sobre la heroicidad de las virtudes, se fijó sobre todo en dos grandes virtudes de la Madre, que efectivamente la caracterizaban: la humildad y la energía, que le confirieron aquel maravilloso den de gobierno que todos admiraban en ella.
De índole más bien irritable, supo dominarse de tal modo
que llegó a ser la paciencia personificada; modestísima siempre, poseyó en alto grado el don de corregir y enderezar, el secreto de conocer y discernir las vocaciones y el don de tranquilizar los espíritus. La clave de su extraordinario éxito puede encontrarse aplicándole las palabras con que la Escritura resume el elogio del rey Josafat:
"Anduvo por los caminos que le trazó su padre." El Padre era San Juan Bosco.
El Señor la llamó al Cielo el 14 de mayo de 1881.
En los nueve años de su gobierno, sus hijas habían llegado a trescientas y tenían casas en Italia, en Francia y en la República Argentina. Hoy son cincuenta veces más. Pío XI la elevó al honor de los altares con la Beatificación el 20 de noviembre de 1938 y Pío XII le confirió la glorificación suprema canonizándola el 12 de junio de 1951.
Celo apostólico e ilustraciones divinas determinaron a Don Bosco, el año 1875, a emprender la creación y organiza. ción de una obra tendente a llenar los vacíos producidos en las filas del Clero por las condiciones de los tiempos: la "Obra de María Auxiliadora para las vocaciones tardías".
El amor de la Iglesia fue característica suya. Dar a la Iglesia dignos y numerosos sacerdotes fue siempre uno de sus ideales. Siendo simple estudiante en Chieri se ingenió para que el sacristán llegara a sacerdote. Hacía treinta años un cúmulo de circunstancias contribuía en Italia a disminuir el número de aspirantes al santuario; entre otras, las aberraciones políticas, laicismo, servicio militar obligatorio, desenfreno de la prensa, vilipendio de la Iglesia y de sus ministros, dificultades económicas del Clero... Por añadidura, la supresión de los conventos había privado de la ayuda de los religiosos a las parroquias y el cierre de loa monasterios ponía a muchos en la imposibilidad de reclutar alumnos para el santuario. Nada, pues, de extrañar si las vocaciones al estado eclesiástico disminuían de manera alarmante.
Para remediar semejante mal, Don Bosco no ahorraba sacrificios. De sus viajes apostólicos regresaba siempre trayendo algún niño que diera esperanzas; se encomendaba tasi"
bién a los amigos para que mandaran jovencitos que dieran eoeranza. Y así sucedió que al reabrirse los seminarios, los alumnos de Don Bosco repoblaron algunos de ellos. En 1865 en Turín, sobre cuarenta y seis alumnos del Seminario Mayor, treinta y ocho provenían del Oratorio; en 1873, de ciento cincuenta, ciento veinte; en el de Casale en 1870, sobre cuarenta, treinta y seis eran alumnos de colegios salesianos; y en la diócesis de Asti, dos terceras partes de los párrocos eran alumnos salesianos. No pocos clérigos de diócesis sub-alpinas, figures y milanesas lo eran también. Pero aun así la escasez era siempre mucha y el corazón del apóstol se quemaba en ansias de ayudar a remediaría.
Y he aquí que un experimento pareció abrirle un horizonte. Por circunstancias especiales tuvo que admitir a sus clases del "gimnasio" a algunos individuos ya avanzaditos en edad, y comprobó su seriedad y aplicación, su férvida piedad y atisbó indicios de mayor perseverancia. Le vino la idea de recoger jóvenes adultos y prepararlos a subir rápidamente al altar; sólo le quedaba excogitar el modo práctico de llevarla a cabo. Y aquí intervino, como siempre, la inspiración del Cielo.
Un sábado de enero de 1875, estando confesando a los chicos, pensaba: "¡Si muchos de ellos se hicieran sacerdotesl... ¿Pero cuántos perseverarán y cuánto tiempo se necesitará?... Y sin embargo, la necesidad de la Iglesia es urgente."
Entonces le sobrevino como una especie de desdoblamiento de personalidad no infrecuente en él. Mientras los confesaba, y los confesaba bien, le pareció encontrarse en su despacho hojeando los registros de notas, y una voz le decía insistente:
"Observa bien los registros y hallarás la clave." "¿Sueño ° estoy despierto?", se preguntó. Y sin darse cuenta se levantó del sillón. Los muchachos, creyendo que le había sobre, venido algún mal, se levantaron para ayudarle.
Él sonrió volviendo a sentarse, los tranquilizó y siguió confesando.
Subiendo después al despacho vio que realmente el en. Bistro estaba abierto sobre la mesa. Pidió otros y se pino a examinarlos. Pudo comprobar que de los aspirantes al sa, cerdocio, si eran niños, apenas el quince por ciento llegaban a vestir sotana, y si eran adultos, llegaban el ochenta par ciento, y en menor tiempo (la intensidad en el estudio suplía al tiempo). "El éxito, pues, se dijo, es más seguro y viene más pronto. Hay, pues, que ponerlo por obra."
Desde aquel momento no le dio tregua el pensamiento de abrir casas en donde los así llamados al sacerdocio tuvieran cursos apropiados. Y así nació la "Obra de María Auxiliadora para las vocaciones tardías." "Obra" la llamó, no colegio ni instituto, entre otros motivos, porque previendo que la mayor parte de los candidatos provenían de familias pobres, se necesitaba una Obra que los patrocinara. Y los puso bajo la protección de María, porque Ella lo es todo en la Sociedad Salesiana, por expresa voluntad de Cristo Nuestro Señor, declarada desde el primer Sueño.
En uno de sus viajes a Roma expuso al Papa su idea. Pío IX le hizo contar cómo y dónde le había venido la idea, mandóle exponérsela también a los superiores de la Sociedad en la primera reunión, la aprobó y la bendijo. Vuelto a hizo lo que el Papa le había mandado, escribió solícitamentat un reglamento y lo expidió manuscrito a varios obis Doce de ellos le mandaron inmediatamente comendatici _ para la Santa Sede.
Aun antes de que todas llegaran, interesó al Carde Berardi y a Monseñor Vitelleschi para que le obtuvieran Padre Santo una bendición especial, que equivaliera a ñu' recomendación pontificia. Y la bendición vino, "con el in grande placer, de todo corazón". Ambos prelados se apresw raron a transmitírsela.
La prisa de Don Bosco era un acto de "sistema preventivo": había conjeturado serias contradicciones. De no haber procedido así, Roma no hubiera podido dar tan pronto el preciado documento.
Con salvoconducto firmado por doce Obispos, se creyó autorizado a imprimir el reglamento con todos sus anexos y conexos. Mandó a la Curia turinesa el manuscrito para su aprobación (y duele decirlo) , la Curia desaprobó la Obra, considerándola "ruinosa para los Seminarios diocesanos", y al mismo tiempo interesó a las Circunscripciones eclesiásticas de Turín, Vercelli y Génova para que elevaran una demostración a la Santa Sede contra la Obra, presentándola como un peligro para los seminarios diocesanos.
Dos razones daban: 1.9 Aunque Don Bosco había fijado una pensión mensual de veinticuatro liras, fácilmente la rebajaría en parte y aun del todo. 2.9 Aun diciendo que recibiría solamente candidatos de dieciséis a treinta años, ¿quién garantizaba que no recibiría niños de diez o de doce? De todo esto derivaría una competencia a la cual los Seminarios no podrían hacer frente. Parece imposible que, dados los antecedentes de Don Bosco y el carácter de sus obras, pudiesen alegarse estas razones. ¡Y sin embargo es así!
Don Bosco tuvo conocimiento de todo, y lo tuvo a tiempo, y conoció los textos de las protestas. No se quejó, ni habló apenas con nadie; y sin perder su calma, expidió a Roma su defensa con gran moderación y dignidad. Luego, fuerte Con la aprobación pontificia y viendo que la Curia de Turín negaba el "Imprimátur" de acuerdo con algunos Obispos, lo hizo imprimir en otras diócesis.
El primer experimento de estas sus casas de vocaciones adultas hubiera debido hacerse en Turín, en una de las dependencias de la Casa-Madre. Pero no era el caso de despertar un avispero; y contando con la simpatía por la Obra del Arzobispo de Génova, abrió esta primera casa en la ciudad de Sampierdarena, hoy barrio de Génova, en donde flore. cían un colegio y unas escuelas profesionales bajo la di. rección de Dón Pablo Alberti, que había de ser con el tiempo el segundo Sucesor del Santo en el gobierno de la Sociedad. Bastó habilitar algunos locales. Ello no impidió que en el Oratorio pusiera algunos a estudiar cursos acelerados, que llamó "clases de fuego".
Preciso es confesar que la novedad inspiraba desconfianza y que en el mismo Oratorio no todos pensaban como el Padre. Él no acostumbraba decirlo todo a todos, ni todo a in tiempo, sino según las conveniencias y cuando y a quién podía comprenderle. Quien le conocía bien, confiaba plenamen. te en él y hacía lo que él quería, en la seguridad de que era lo mejor; otros, por el contrario, siempre tenían algo que decir, como ha sucedido siempre en todas las agrupaciones humanas. Cierto que entonces era humanamente difícil prever cuántos y cuáles hijos de Abraham iban a brotar de aquellas piedras, para usar frase evangélica. Don libera, inteligencia cultivadísiena, doctor en Filosofía y Letras, no sólo no tuvo nada que decir, sino que secundó con todas sus fuerzas la voluntad del Padre, aun imponiéndose a veces sacrificios de importancia. Y Dios le premió con sastisfacciones inmensas; de entre esos "hijos de María" salió el que fue su Vicario General y su Sucesor en el generalato de le Sociedad, el Siervo de Dios Don Felipe Rinaldi, y varios misioneros que fueron prez de la Sociedad Salesiana y de la Iglesia Católica.
Para no distraer demasiado al Director de Sampierdarena y para que aquellos estudiantes de tan rara categoría estuvieran bien atendidos, confió su inmediata dirección aun alma santa, Don Guanella, que, deseando aprender de Don
de Lorenzone, que interpreta parte del dinefu, de Don Boxeo.
fiscola manera de dar vida a una obra que planeaba para n
diócesis de Como, se había venido al Oratorio, y ahora eltí la to le daba ocasión de ensayarse, y prácticamente, bajo su •
c "ón En efecto, Don Guanella respondió plenamente a dIreci los designios de Don Bosco, y pasados cuatro años, pudo regresar a Como y fundar su obra de los Siervos de la Caridad.
Don Bosco tenia siempre la mirada en Roma. Queriendo estimular a las caritativas personas que a tenor del Reglamento le ayudaban en esta Obra, envió a la Santa Sede una súplica pidiendo para ellas algunas indulgencias y favores especiales. Roma le contestó con un Breve amplísimo, capaz de sepultar para siempre todas las oposiciones y desconfianzas. Entretanto el Santo ampliaba su Obra. Y así escribía al Padre Cagliero, que estaba en Argentina : "En Niza Marítima hemos comprado un estupendo edificio, donde podremos formar cien obreritos y otros tantos Hijos de María."
Y verdaderamente los resultados no podían ser mejores. ciento eran los alumnos de Sampierdarena, de los cuales treinta y cinco habían hecho el curso acelerado de gimnasio, es decir, cinco cursos en tres años. Superados brillantemente los exámenes, ocho optaron por el estado religioso, seis por las Misiones Extranjeras y los demás pasaron a sus respectivos Seminarios diocesanos. La realidad empezaba a desmentir prácticamente los recelos: también los Seminarios diocesanos salían ganando.
El sueño dorado de Don Bosco era tener a los Hijos de María en una casa propia para ellos cerca de Turín, donde pudiera verlos y hablarles con frecuencia. Su deseo no pudo realizarse hasta 1883, cuando fue preconizado Arzobispo de Turín el Cardenal Alimonda. Aquel año adquirió un edificio en Mathi turinés y allí los concentró bajo la dirección de Don lelipe Rinaldi. Este local pronto resultó pequeño para el gran número de peticiones y entonces, en 1881, estando ya terminado el grandioso edificio que flanqueaba la iglesia de San Juan Evangelista, tuvo a bien hacer de él la sede central de la Obra; trasladó a él todo el personal de Mathi, siempre con Don Rinaldi como Director, con lo que ganaron no paco la iglesia, por e] culto, y el Oratorio por el contingente que le prestaron para la enseñanza del Catecismo y para la asís. tanda.
Finalmente podía gozar Don Bosco teniendo cerca una Obra que tanto le había costado y de la cual tanto se prome. tía. Por eso la visitaba con frecuencia, observándolo todo y procurando hablar con todos. Y cuando ya la salud no se lo permitió, llamaba regularmente al Director a su habitación del Oratorio. Preciosos recuerdos nos ha dejado Don Ri. naldi de aquellos coloquios semanales con el Padre,
En San Juan la Obra vivió su edad de oro. De allí salieron numerosos y selectos sacerdotes, que tanto en el Clero secular como en la Sociedad Salesiana y en otras Congregaciones Ie hicieron honor. El famoso historiador alemán, Padre Grisar, S. J., hablando de las Misiones Salesianas teje un espléndido elogio de los Hijos de Maria, confirmación de las esperanzas que Don Bosco había puesto en esta Obra.
Andando el tiempo la Obra de los Hijos de María o de las vocaciones tardías ha sido imitada en todas partes y hoy hay no pocas casas en casi todas las naciones como sucursales de los Seminarios o como preparación a sus clases superiores.
Entre los salesianos ilustres del tiempo mismo de Don Bosco y alumnos de Don Rinaldi se cuentan, entre otros, las grandes misioneros Milanesio, Bouvoir y Bálzola, el Padre Miguel Unja, apóstol de los leprosos de Agua de Dios, Monseñor Antonio Malán, primer Vicario Apostólico de las Misiones de los Bororos en el Brasil y luego Arzobispo de Petrolina (Brasil).
La obra de Don Bosco es un robusto árbol con tres grandes ramas: Salesianos, Salesianas y Tercera Orden o Cooperadores Salesianos.
Don Bosco era por carácter eminentemente social. Por añadidura desde el primer momento en que trató de fundar el Oratorio, célula madre de todas sus obras, sintió necesidad de colaboración o cooperación. A la verdad nada se hace en la Sociedad humana sin eso, Estando solo para el desempeño de los variados oficios que su Oratorio imponía, asoció a su obra a varios eclesiásticos y seglares, que con prestación personal y con la beneficencia le sostenían en la empresa. Los llamó "promotores" y "bienhechores", creando con ellos en 1845 una "Unión &O ¿e advocración de San Francisco de Selles" y obteniendo para ellos del Papa Gregorio XVI algunas indulgencias plenarias. .Asi durante dieciséis años. En el año 1858 sus colaboradores se dividieron en dos categorías: los que eran dueños de sí y tenían vocación se retiraron a vivir con él vida común• los otros continuaron ayudándole vivienda en sus casas. Los primeros dieron origen a la Saciedad Salesiana; los segundos comenzaron a llamarse Teoperadores Salesianos".
La idea de estrechar los vínculos que sus finalidades establecían entre ellos, de manera que formaran una Asociación
laical canónicamente reconocida e íntimamente ligada a la Se. ciedad Salesiana, como los Terciarios lo están a sus reepee, Uvas órdenes Religiosas, tomó cuerpo en 1874; se concretó mejor en 1875 y tomó forma definitiva en 1876. Aunque laical, la Asociación no excluía ni excluye a sacerdotes re religiosos: era un Instituto secular de amplísimas bases. "Como los malos se asocian para el mal —decía—, deben unirse los buenos para el bien." Como se ve, tenía en cuenta el espíritu y las necesidades del tiempo.
En 1876 quedaron delineados para siempre el fin y lanaturaleza en un Reglamento titulado "Cooperadores Salesianos, o sea, modo práctico para formentar las buenas costumbres y ayudar a la sociedad civil". El "modo práctico debía consistir en la perfecta observancia de los deberes del buen cristiano y en el ejercicio de la caridad para con el prójimo, especialmente con la juventud". Cuatro eran los medios que les proponía: promover entre los fieles la piedad cristiana, favorecer las vocaciones eclesiásticas, oponer la buena Prensa a la mala; interesarse por los niños que peligrar!. Y toda esto según el espíritu de la Sociedad Salesiana. En el ejercicio de su actividad, los asociados debían conservar la dependencia de sus superiores eclesiásticos. Como se ve, un verdadero programa de Acción Católica, tal cual hoy debe ser ella.
Precísales en el Reglamento que el deber primordial de los Cooperadores es "atender a su propia perfección mediante un método de vida que se asemeje lo más posible a la de comunidad". Y para ello, modestia cristiana, unión en el espíritu de oración y caridad, celo apostólico. Diariamente rezarán —como los Salesianoe un Padrenuestro, Avemaría
y Gloria Patri a San Francisco de Sales; y les recomendaba el Retiro mensual o Ejercicio de la Buena Muerte y los Ejer cicios Espirituales cada año.
En el Reglamento no habló de las mujeres, porque pensaba agregarlas a las fijas de María Auxiliadora. Pero Pío IX al presentársele el Reglamento, le aconsejó expresj
miente que las incluyera. "Sin ellas os priváis del más pode-roo auxilio", le dijo.
Aceptó ,e1 consejo del Papa aun renunciando a su primer proyecto.
lea, Pía Unión recibió la aprobación y alabanza del Papa c, una audiencia del 22 de febrero de 1875. Esto animó al Santo a solicitar expresamente las comendaticias de varios orspos y Arzobispos. Siete se las enviaron inmediatamente Y él las hizo servir para pedir y obtener de la Santa Sede algunos favores y privilegios especiales para los Cooperadores. El Breve del 30 de julio de 1875, que concedía estos favores equivalía a un reconocimiento de la Asociación. Pero no se detuvo a mitad del camino; miraba a un reconocimiento formal de parte de la Santa Sede. A este fin elevó al Padre Santo una segunda súplica, en la cual, poniendo de relieve la índole de la Asociación, pedía varias indulgencias para los Salesianos y los Cooperadores.
Inmediatamente Pío IX accedió, con otro Breve, del 9 de mayo, y ya no por el trámite del Superior General, sino directamente a la misma "Sociedad o Unión de los Cooperadores Salesianos". Y aquí ya tenemos la aprobación y reconocimiento explícito, en forma inequívoca. Por lo demás, desde el primer Breve se decía que los Cooperadores Salesianos podían considerarse ni más ni menos que como "Terciarios".
Con esto ya tenía Don Bosco materia suficiente para emprender una propaganda en grande escala; y la hizo distribuyendo el folletito titulado "Cooperadores Salesianos". Daba noticias de la Asociación, de la bendición del Papa, de las facultades, privilegios e indulgencias, alegando les documentos pertinentes. La hizo también traducir al francés. Ali la Asociación se dilató por casi toda Europa y llegó a les naciones americanas.
Ire Para precisar su concepto y alejar la idea errónea de quela Asociación tenía por finalidad principal flanquear a in Sociedad Salesiana, expresó claramente su concepto de que "el cometido principal de la Asociación es coordinarlos a in Iglesia, es decir, a la Jerarquía, Obispos y Párrocos, con obras de beneficencia, catecismos, educación de los niños po. brea, difusión de la buena Prensa y cosas semejantes, haeien. dolo con el espíritu saleaiano ; de modo que ayudar a la So. ciedad Salesiana es sólo apoyar una de tantas instituciones como tiene la Iglesia. Por otra parte, es natural que los Sale. situaos en sus necesidades acudan ante todo a la Asociación, y viceversa. Tanto Don Bosco como Pío IX, decían graciosamente que la Asociación de los Cooperadores era la sana', "masonería" católica, para la propia santificación y ajen4 Hoy dirían que era "la colaboración del laicado con la jeralar, quia", como Pío XI, definió la Acción Católica.
Don Bosco dedicó los dos años 1877-78, a consolidar y propagar la Asociación.
Eje de la solidez de una institución es la "unidad de espíritu y de acción" entre sus miembros. Para asegurarla creó un órgano mensual: el Boletín Salestano, que nació en 1877 y miraba precisamente a esto: "a mantener la mayor identidad de pensamiento y la mayor armonía de acción en el intento de lograr el fin común". Redactado con sencillez y en tono casi confidencial, creó entre Cooperadores y Cooperadores y entre Cooperadores y Salesianos una atmósfera familiar que favorece grandemente la unidad de miras.
Otro coeficiente de estabilidad debíase a la buena inteligencia con la Autoridad Eclesiástica. Sin ella en la Iglesia se edifica sobre arena. Ahora bien, para introducir en las varias diócesis una organización religiosa con jerarquía propia y para fijarla de modo duradero, había que presentarla de manera que se viera no sólo su utilidad, sino también su legi timidad. A esto proveyó el nuevo Pontífice León XIII, que el 19 de marzo de 1878 autorizó a Don Bosco a publicar su encomio y aliento y que deseaba figurara su nombre entre los asociados.
Elemento eficaz de consistencia era también la "cohesión de la Asociación con la Sociedad Salesiana". Esta soldadura Don Bosco la había asegurado en el primer Capítulo General de ésta, reunido en 1877, cuando la Asamblea legislativa presidida por él e inspirada en la Regla, incorporó el estatuto fundamental de la Asociación en el código de la Sociedad Salesiana.
Para reforzar la trabazón debían contribuir los vínculos morales de diversas clases. Vinculo moral era la observancia de la prescripción reglamentaria que dice: "Al fin de cada año comuníquense a los socios las obras que han de ocupar preferentemente su atención y promover en el sucesivo." Aqui tuvieron su origen las Circulares anuales que el Rector Mayor escribe a la Asociación. La primera es de aquel mismo año 1877, y contiene también una mirada retrospectiva a las obras llevadas a cabo el año anterior. Ella sirvió de norma para todas las que han venido desde entonces sucediéndose afeo tras año. Estas relaciones, que ponen a los miles y miles de Cooperadores al corriente de las obras que se realizan con la colaboración de las tres ramas, le ganaron a Don Bosco y le ganan a la Sociedad cada vez mayores simpatias.
Otra hermosa costumbre, que le valió y le vale muchas Simpatías, son los "abundantes sufragios" que en la Sociedad se hacen por los consocios difuntos. La piedad para con los finados se excita en el Boletín por medio de los medallones de los más eximios y de las notas necrológicas de todos los demás.
Eh tercer lugar para las personas piadosas, como son los Cooperadores, son de gran estímulo los abundantes "favores
espirituales" de los cuales pueden disfrutar a la par con Salesianos. Para mantener viva su recuerdo, la última pá del Boletín traía siempre ese tesoro espiritual de ind cías que pueden ganarse mes por mes, día por día.
No poco efecto surtían igualmente las "atenciones y ama zas" de que era pródiga la cortesía de Don Bosco: estando de paso en un lugar, no dejaba de visitar a los principala cooperadores, y pudiendo, los reunía a todos en un lugar par/ saludarlos y darles las noticias de las obras y los planea la felicitación en los onomásticos y felices sucesos; el pa same en caso de muerte; las cartas gratulatorias en circuns tandas especiales. Cuando le mandaban donativos o limos nas, no dejaba de dar cordialmente las gracias, aunque fueri con una esquelita. En muchas ocasiones, sabiendo que hach cosa grata, obtuvo para sus cooperadores títulos honorífico: de la Santa Sede o de los Gobiernos. En una especie de tes tamento que dejó a sus salesianos, insertó una serie de carta tas escritas en francés, en italiano, en español, can enearm a su Sucesor de mandarlas a su destino, después de su muera te; en ellas les daba las gracias con efusiva ternura por Ij que habían hecho por la Congregación y les recomendabi a sus huerfanitos, y terminaba así: "Adiós, amados Bien hechores, Cooperadores y Cooperadoras, adiós, adiós. A mu ches no os he podido conocer personalmente, mas no impon ta; en el Cielo nos veremos y nos conoceremos todos ! eternamente nos alegraremos juntos del bien que con la gra cia de Dios hayamos podido hacer en esta tierra, especial mente en beneficio de la pobre juventud."
Mientras atendía al perfeccionamiento y consolidación, al perdía de vista la difusión. Y no aguardaba a que se 14 hiciera demanda, sino que se adelantaba a hacer conoce: la Asociación, sus fines y sus ventajas, y suavemente invi, taba a entrar. En todos sus viajes hacía nuevos cooperadora:3
Tenía delicadezas que a alguno quizás parezcan infantiles, pero que eran de grandísimo provecho espicitual y se las sabían agradecer. Cuando se vendimiaban las parras que sombreaban su habitación, mandaba los primeros racimos a sus más insignes bienhechores; y lo mismo las fresas de la huerta de Sorgo San Martino.
Otro medio eficacísimo de propaganda eran y son las dos "conferencias anuales" prescritas por el reglamento en ocasión de las fiestas de San Francisco de Sales y de María Auxiliadora. Estas reuniones se prestaban maravillosamente a la propaganda, sea porque la entrada a la iglesia era libre, sea también porque se distribuían folletos y hojas de propaganda, que circulaban copiosamente por las familias y oficinas, tiendas y almacenes. De estas conferencias dio el modelo y la entonación en las que tuvo en Roma y en Turín el año 1874. Explicaba bien la idea del Cooperador, pasaba a reseñar algunas de sus obras llevadas a cabo o que se proponía realizar próximamente la Congregación, haciendo resaltar las de carácter local, es decir, del sitio en que hablaba.
Siendo la de Roma la primera, la preparó diligentemente; ante todo escogió una iglesia predilecta de la Nobleza Romana; la de las Oblatas de Tor de Specchi. Se aseguró la Intervención de buen número de caballeros y damas, de prelados y de otros sacerdotes. Logró que fuera a presidirla el Cardenal Vicario, Mónaco La Valletta, a quien acompañó el Eminentisimo Cardenal Sbarretti. Repartió una invitación impresa de notas ilustrativas. La presencia del Vicario del Padre Santo no sólo confirió a la reunión esplendor notable, tan también una autoridad que le sirvió para vencer ciertas oposiciones o incomprensiones turinesas. Estas conferencias se multiplicaron por todas partes. Dondequiera que existiese un grupo considerable de Cooperadores, allí los reunía para una conferencia. Ordinariamente invitaba también a los periodistas.
Todas las asociaciones locales tenían sus jefes. Como buen organizador, en cualquier sitio se constituyera un núcleo de Cooperadores, ordenaba sus cuadros, agrupándolos alrededor de los dirigentes locales, que cuidaran de ellos y fueran loa lugartenientes del Rector Mayor, de quien dependían. Por eso allí donde no había casa salesiana, apenas los Cooperadores llegaban a diez, nombraba un "deeurión" que podía ser un eclesiástico o también un seglar ejemplar; su nombra. miento debía hacerse de acuerdo con el párroco. Donde atm,. daban las decurias, que naturalmente podían rebasar de diez miembros, escogía un director diocesano, "preferentemente un canónigo nombrado por el Obispo". Esta organización perdura todavía en las diversas naciones, formando los cuadras de la organización mundial.
Antes que los Cooperadores fueran legiones, al principio de la obra de los Oratorios, el Santo seleccionó a unos pocos: pertenecían a la aristocracia y al comercio; también a algunos sacerdotes. Las principales familias turinesas pertenecieron al grupito. ¿Cómo se los ganó Don Bosco, siendo un pobre sacerdote desconocido? Don Cafasso, consejero y director espiritual de casi todos ellos, lo relacionó; pero la mayor parte se la agenció él en San Ignacio.
Ea San Ignacio una casa de Ejercicios situada en un ameno monte de las cercanías de Lanzo Torinese, ya en los Prealpes. Todos los años iba Don Cafasso a darlos, y viendo los buenos servicios que podía prestarle Don Bosco, lo llevó y lo puso al frente de los ejercitantes; y tanto les ayudaba, y tantos ser-vicios les hacía, y tanto lo amaron que casi no podían prescindir de él. Muerto Don Cafasso continuó yendo, y fue director ideal, de todos acatado. Nunca les predicó, pues las conferencias individuales y las atenciones generales no le hubieran dejado tiempo. Pero atendía a todo y a todos. Presidía en la iglesia y en la mesa. Durante la recreación moderada que se permitía a los ejercitantes, se confesaban con él. Las relaciones allí contraídas no se borraban ya alas. De entre estos elementos halló el núcleo de sus primeros cooperadores Salesianos, llenos de espiritualidad y ansiosos de apostolado. Un cierto señor Spinardi, frecuentador de tales alarde"' depuso en los procesos: "Don Bosco era nuestro >men Ohristi".
Testimonios concordes exaltan el bien que en los Ejercicios hacía y la afectuosa admiración unánime que lo circundaba. Hablan también de algunos carismas con que el Señor a veces le favorecía para bien de los ejercitantes.
Cuando lanzó el programa de los Cooperadores, ya contaba con un buen número de ellos, lo cual era muy conforme con sus métodos de toda la vida y en todos los órdenes: primero practicar y después a la luz de la experiencia, legislar, para que la legislación no sea ilusoria.
Extendida su fama por el mundo, en todas las naciones tuvo Cooperadores admirables. Basta ver y pensar en los de Francia y España. Y en todas partes procuró que su organización fuese perfecta.
En los últimos años de su vida, uno de los pensamientos que le dominaban era atraer al seno de la Phi Unión el mayor número posible de personajes influyentes. Todavía en mayo de 1886 hizo expedir a todos los Obispos de Italia la colección completa del Boletín Salesiano y el Diploma de Cooperador a los que aún no lo tenían. Era como el extremo saludo a ese glorioso episcopado italiano con el cual tanto había trabajado y sufrido y al cual deseaba que la Sociedad Salesiana estuviera indisolublemente unida, como deseaba lo estuviera en dondequiera, porque su fe le hacía ver en la Jerarquía el lazo indisoluble que une el Cielo con la Tierra. Los pastores recibían con agrado el envio, le daban expresivas gracias y se encomendaban a sus oraciones, ellos y sus diócesis.
ik Cuando dejó la tierra por el Cielo, dejó en herencia a su Sucesor una numerosa, compacta y providencial organización. Esta consistencia se reveló en el plebiscito de simpatía, y cordialidad que rodeó inmediatamente a su sucesor, Don Miguel Rúa. El conde de Maistre, en nombre de su familia., reflejando el sentir de otros muchísimos, le escribía: "Ponga, en S. R. todo el reverente afecto que teníamos para con el Padre. Nosotros lo mirábamos como a nuestro Padre. I% nuestra vida no había alegría, preocupación o tristeza que no se la comunicáramos a él. Haremos lo mismo con Su Reee. rencia."
Don Rúa, que había visto con sus propios ojos el surgisi y el crecer de la institución, expone así las miras que tuvo Don Bosco al crearla, organizarla y difundirla: 'Tres cosas especialmente tuvo él como mira: Satisfacer a un deber de gratitud —que el sentía muy vivo— para con sus bienhechores, haciéndoles partícipes de todos los tesoros espirituales de la Sociedad Salesiana; animar a todos a la perseverancia en las buenas obras, aumentando siempre su número; unir a sus Cooperadores y Cooperadoras constituyéndolos como otros tantos auxiliares del propio párroco, y mediante él, del propio Obispo, y así, otros tantos hijos devotos del Jefe Supremo de la Iglesia. El triple objetivo lo alcanzó, como bien lo muestran luminosamente los hechos. Fundada la Acción Católica en todas partes, los Cooperadores han sido columnas básicas de ella. Es un ejército que en todas partes flanquea la acción salesiana y por medio de ella está a las órdenes de la Santa Iglesia, trabajando por un mundo mejor, por establecer en el inundo el reinado de Jesucristo.
Quizá alguien sonreirá al ver el rótulo de este capítulo. Y tendría razón; parecen términos antitéticos Don Bosco y diplomacia. Y, sin embrago, Don Bosco fue un verdadero diplomático, corno lo fueron, por ejemplo, San Bernardo y Santa Catalina de Siena.
Es que hay diplomacia y diplomacia. Y la sinceridad y buena fe se compaginan muy bien con la diplomacia. Don Bosco tenía todas las cualidades para ser un buen diplomático: simpatía personal, erudición, don de gentes, habilidad, sangre fría o serenidad, agudeza de ingenio y prontitud de espíritu, y tuvo ocasiones oportunas, porque se las presentó el Señor.
Desde 1860 a 1870 tuvo Italia una enredada serie de acontecimientos a consecuencia de los manejos para elaborar su unidad política y administrativa: reyes destronados, duques y condes expulsados de sus dominios y hasta la misma Santa Sede atacada en sus Estados temporales. Don Bosco, Ya entonces conocido y apreciado por los elementos de la Santa Sede y del Gobierno piamontés, tuvo ocasión de prestar a entrambos grandes servicios, sirviéndoles de intermediario, unas veces privado, otras oficioso. De la larga y múltiple Correspondencia por él sostenida con ministros y con otros personajes, poco conservó él, por razones de prudencia, aunque más tarde le pesara. Bastante, y mucho, se sabe sin embargo, por Don /libera, su segundo sucesor, que, en, tones joven clérigo en el Oratorio, le copiaba las cartas con su letra caligráfica.
Don Bosco era un hombre positivo y ecuánime. Miraba los acontecimientos sin dejarse hundir en pesimismos sinies. tros ni mecer en ilusiones peligrosas o falaces. Y en esta visión objetiva de las cosas se inspiró para su labor en mo. mentos extremadamente difíciles y en asuntos sumamente delicados.
Así se portó con Francisco II, ex rey de Nápoles, que, huésped de Pio IX, esperaba todavía volver a su trono. Fue a ver al Santo, en la seguridad de que confirmaría sus esperanzas. Una palabra suya hubiera pasado por una profecía y habría alentado a sus partidarios a la resistencia. En la primera entrevista Don Bosco eludió la respuesta; pero requerido de nuevo, le dijo claramente que perdiera toda esperanza y ofreciera a Dios el sacrificio. Y esto se lo confirmó a la consorte, quien lo llevó bastante a mal.
Con igual franqueza le habló a Pío IX. En junio del 65 le hizo llegar por manos del marqués de Scarampi una carta en que le decía se preparase al sacrificio de su querida Roma. El Papa quedó tanto más impresionado cuanto parecían disipadas las nubes que amenazaban el horizonte, y Napoleón III se mostraba dispuesto a garantizarle la posesión de las provincias que aún le quedaban. Don Bosco, estudiando bien las cosas, creyó su deber disponer el ánimo del Pontífice. Natural o sobrenaturalmente preveía los acontecimientos futuros; y así, cuando en 1870 sobrevino la toma de Roma recibió la noticia como quien la aguardaba ya.
Este sentido realístico le sirvió para prestar a la Iglesia y al Estado servicios de incalculable valor.
Cuando las tropas piamontesas se acercaban victoriosas a Roma, el Papa estaba perplejo sobre si debía permaneal en la ciudad o salir de ella. Casi todos los Cardenales le aconsejaban esto último, esperando que, como en el 48, la torenta seria pasajera. Antes de tomar una decisión quiso consultar con Don Bosco, y éste le contestó, dictándole a aagliero la respuesta que el mensajero debía llevar (la expresa en lenguaje bíblico) : "El centinela de Israel permanezca en su puesto y guarde la roca de Dios y el Arca Santa."
y Pio IX permaneció en Roma, revocando las disposiciones que ya se habían tomado para la partida. Y no le pesó.
Pero éstas no eran sino manifestaciones ocasionales; deliberadamente seguía el curso de los acontecimientos, con criterio de historiador y ánimo de sacerdote, mirando al bien de las almas, en lo cual pudo aprovechar largamente el favor y la confianza de que gozaba en las esferas oficiales. Porque, al trasladarse la capital del Reino a Florencia primero y luego a Roma, varios ministros se acordaron de él para valerse de su cooperación en las difíciles relaciones con le. Santa Sede, que eran muy tirantes, por lo que se perjudicaban mucho los intereses religiosos más vitales de los italianos. Sagaces como eran estos hombres, su sectarismo no llegaba hasta desconocer el valor inmenso de la Religión en la economía de los pueblos.
Basta decir que hubo un período en el que cuarenta y seis diócesis estaban vacantes por muerte o por dimisión de sus pastores, y no se veía cómo podía arreglarse aquello: a diecisiete Obispos ya nombrados por el Papa se les prohibía la entrada en sus sedes; había cuarenta y cinco Obispos en el destierro. Eran, pues, ciento ocho los rebaños sin Pastor y eso en un tiempo en que más urgía la asistencia espiritual. Las poblaciones estaban disgustadas y el malestar cundía, y al amparo suyo la corrupción y la disolución social. La necesidad de hallar una vía de salida se imponía. Veíalo tanto el Gobierno como la Santa Sede.
Ante espectáculo tan desolador, sangraba el corazón de »en Bosco. Rezando y haciendo rezar, en 1865 se sintió inspirado a intentar una mediación. En primer lugar, pidiendo permiso al Papa, se dio a sondear las disposici) de algunos ministros. En esto le ayudaron hombres muy bien situados y de recta conciencia.
Halló en Don Emiliano Manacorda —sacerdote a quien él había aconsejado ir a Roma y seguir la carrera diploma. tica— un buen enlace. Y éste fue aprovechado inmediata. mente. Por su conducto pudo el Papa enviar una carta cor. dialísima al rey Víctor Manuel, animándolo a intervenir Can sus ministros. Lo llamaba "dilectísimo hijo" y le decía que deseaba entenderse con él para remediar las tristísimas condi. cienes de los católicos italianos, que eran casi toda la nación. Sólo le pedía que le mandara un seglar concienzudo, antes que un sacerdote dudoso. (Recuérdese el consejo de los teó. logos de la Corte cuando la ley de desamortización.)
Ante este acto paterno no se mostró insensible el Rey, a quien no le gustaba estar en disidencia con el Papa. Desde Florencia le contestó prometiéndole mandar a Roma a un seglar de toda confianza; luego, hablar can los ministros Afortunadamente dio con Juan Lanza, ministro de Gobierno y Presidente del Consejo de Ministros. Bate llamó a Dan Bosco el 17 de marzo, y el buen Padre partió en el acto. Inmediatamente se vieron los resultados: la elección de la persona que debía enviarse a Roma, que fue el diputado Vegezzr, no menos eminente abogado que excelente cristiano, y las magníficas instrucciones que se le dieron, señal de la buena voluntad del Gobierno italiano.
El Papa recibió al enviado con gran bondad. Las negocia" cienes, ni breves ni fáciles, se desarrollaban con éxito feliz, cuando no se sabe cómo las logias masónicas se dieron cuenta de las relaciones entabladas y montaron una terrible cal"'
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pasa de prensa y calle contra el Gobierno y soliviantaron al parlamento contra el Ministerio. Los tumultos callejeros dieron asidero a los ministros anticlericales para acentuar su oposición. Lanza estuvo a punto de dimitir. Y las cosas quedaron como antes.
Don Bosco quedó afligido, mas no desalentado. Durante el atm 1866 la guerra contra Austria ocupó casi todas las actividades de los gobernantes. Al empezar las hostilidades, la mayor parte de los Obispos desterrados pudieron volver a pus diócesis; de modo que la cuestión de los obispados se simplificaba, quedando por resolver sólo los nuevos nombramientos. Después de la paz de Viena se reanudaron las gestiones por voluntad del Rey.
También esta vez el elegido era un perfecto caballero, el pinerolés Tonello, profesor de Derecho Canónico y Romano en la Universidad de Turín. Pero como Pío IX no se fiara de las promesas del Gobierno, se buscó un mediador oficioso entre Tonello y la Santa Sede; y debiendo ser persona grata a las dos altas partes contratantes, la elección recayó sobre Don Bosco. Inmediatamente fue llamado con urgencia por el nuevo Presidente del Consejo, honorable Ricásoli, a Florencia, donde estaba la capital provisional.
Esto sucedía a principios de diciembre de 1866. Don Bosco aceptó, pero hizo el viaje sin prisa, llegando tan sólo el 12. Como en los años anteriores, el Arzobispo Lamberti le ofreció hospitalidad en su palacio. La noticia de su llegada se difundió corno un relámpago, porque en los ambientes aristocráticos contaba con numerosos amigos y admiradores, que se preocupaban entonces mucho por la erección de la iglesia de María Auxiliadora. El ministro, apenas supo su llegada, le mandó decir que lo esperaba.
Don Bosco fue al palacio del Gobierno. El ministro se adelantó a recibirlo. Mientras se encaminaban a la mesa de trabajo, Don Bosco le dijo con la mayor naturalidad y sencillez, aunque no sin cierta gravedad sonriente:
h—Excelencia, sepa que Don Bosco es sacerdote: sacerdote
en el altar, sacerdote en el confesonario, sacerdote en al, dio de sus chicos; y como es sacerdote en Turín, lo ea e` Florencia; sacerdote en la casa del pobre y sacerdote en la casa del rey y de los ministros.
Con igual cordialidad y cortesía le respondió Ricásoli que estuviera tranquilo, porque serían respetadas su condición y sus convicciones. Y dicho esto, se sentaron y entraron en materia.
Sobre el mismo tema estaban tratando los ministros en gabinete con el Rey. De pronto Ricásoli fue llamado y rogó a Don Bosco lo esperara. La demora duró una hora. Al Vol. ver comunicó a Don Bosco que no había dificultades para la elección de los Obispos, pero que antes de tratar con la Santa Sede convenía que ésta procediera a una nueva demarcación eclesiástica y a abolir varias diócesis pequeñas. Respondióle Don Bosco que esto sería para él como darle consejos al Papa; que aconsejaba al Gobierno no insistir en cuestiones que le hacían poco honor en el extranjero, donde todos tenían entonces los ojos puestos en Italia. Que si el Gobierno insistía en que él, Don Bosco, hiciese esa propuesta, prefería renunciar al honroso cargo de mediador. Ricásoli entonces pidió permiso para ir a tratar del asunto con el gabinete y a los pocos minutos volvió con una respuesta satisfactoria. Así Don Bosco iría a Roma y ayudaría a Tonello a desenvolverse en aquel asunto de las diócesis vacantes, que realmente era un grave problema de política interna, que afectaba a toda la nación italiana e intrigaba la curiosidad de las otras naciones.
En aquellos días que pasó en Florencia sucedió un episodio que aumentó la fama y santidad de que ya gozaba.
Hallábanse visitando el colegio de los Padres Somascos, cuando se presentó la noble condesa de Uguccioni, co- rriendo como alocada. Venía llorando y diciendo que se le labia muerto el niño que tiernamente amaba, y que fuera a resucitarlo. Don Bosco, para calmarla, salió en su campa-pía In chiquitín estaba rígido en su camita. Todos decían quo había muerto. El Santo invitó a los presentes a arrodillarse; rezó con ellos una oración a María Auxiliadora y dio la bendición al cuerpecito. Al sonido de su voz la criaturita, como despertándose de un profundo sopor, abrió la boquita, movió los párpados sobre los ojos vítreos que se reanimaron, respiró profundamente y movió todos los miembros; había recobrado movimiento y vida; sonrió a su madre; estaba sano. La condesa se convirtió en una de las mayores cooperadoras salesianas. Don Bosco, años más tarde, interrogado en la intimidad por los suyos, describió con sus detalles el hecho, añadiendo humildemente:
—Tal vez no estaba muerto.
Durante su estancia en Florencia despachó gran cantidad de asuntos, pasando de un ministerio a otro con el fin de poder lograr subvenciones para sus huerfanitos, ropas, reducciones en las tarifas ferroviarias... En el Oratorio estaban admirados de la premura con que llegaban esos favores, por conducto del gobernador, señal de la grande estima en que se tenía al amado Padre. Trabajó para aumentar allí las suscripciones a las Lecturas Católicas, dejó en camino una colecta entre las damas de la Nobleza para adquirir un juego de seis colosales candelabros destinados a la iglesia de María Auxiliadora y constituyó un comité de madres cristianas para la erección, en la misma, de una capilla a Santa Ana.
No siguió inmediatamente a Roma, sino que por Boloña Y Guastala, volvió a Turín. Era Obispo de Guastala Monseñor Rota, a quien, desterrado de su diócesis, había dado hospitalidad durante seis meses en el Oratorio y que a la sazón andaba inquieto por algunas divergencias con las autoridades civiles. De paso se las allanó.
No extrañemos la lentituud del Santo en trasladarse a Roma. Lo exigía la prudencia. M se mantenía en continua correspondencia por medio de sus enlaces; daba y recibía pareceres, esperaba instrucciones, por último la orden de i. Tonella, entretanto, había iniciada sus gestiones. Desde la primera 'audiencia quedó prendado de la amabilidad de Pío IX, El Gobierno había reducido al "mínimum" sus pretensiones; pero aún exigía que se le reconociera el derecho de presentar los candidatos y de que éstos vinieran obligados a presentarle las Bulas.
Las negociaciones se habían entablado en la Secretaría de Estado_ El Cardenal Antonelli las planteó sobre estas bases: ningún obstáculo a la presentación de los candidatos para los Obispados del Piamonte y de la Lombardía; ningún acuerdo para los de las otras regiones y muchísimo menos para las de los territorios pontificios; nada de presentar las Bulas. Don Basca informado de todo, lo sintió, viendo que las cosas tomaban mal sesgo. Afortunadamente pronto lo llamó Pío IX. Partió inmediatamente ; era el 7 de enero de 1867. Importaba mucho mantener el secreta Ahora bien, para asegurarlo le servía a maravilla el tener que tratar ciertas asuntos particulares importantísimas.
Curiosa fue la primera pregunta que a quemarropa le hizo el Pontífice apenas le tuvo delante:
—¿Con qué política os desenredaréis en medio de tantas dificultades?
—Con la política del Padrenuestro, que también es la de Vuestra Santidad --le respondió Don Bosco—. Lo que realmente imparta es la dilatación del reino de Dios sobro la Tierra, como pedimos precisamente en la oración dominical.
Al Papa le agradó la respuesta.
Pasó a exponerle su modo de ver las cosas: ninguna disonción entre provincias y provincias; que eI Gobierno arwara una lista de candidatos, otra la Santa Sede; que el papa nombrase sin más a loa que estuvieran en ambas listas, destinándolos a diócesis sobre las cuales no hubiese dificultades, No era todo; más aún, no era mucho; pera era una base. Pío IX aprobó la sugerencia y le autorizó para que hiciera las oportunas gestiones.
Durante algunos días Don Bosco no hacía sino ir de Tonello al Vaticano, del Vaticano a Tonello. Al Secretario de Estado no cesaba de repetirle que había que dar el primer puesta al lado religioso de la cuestión y no al política En Tonello encontraba grande flexibilidad, secundada por su Gobierno que, sin embarga, insistía sobre la presentación de las Bulas. Finalmente se llegó al acuerdo conforme las sugerencias de Don Bosco. Entonces Pío IX ordenó preparar una lista de sacerdotes dignos, sin tener en cuenta a qué parte de Italia pertenecían, encargando al mismo tiempo a Don Bosco presentarle la lista de loe que creyera más aptos para las diócesis del Piamonte. Otro tanto hizo por su cuenta el Gobierno italiana. El Rey manifestó el deseo de que fuese trasladado a Turín Monseñor Ricardi, de los Condes de Netro, y el Papa accedió a ello.
La lista gubernativa contenía sesenta nombres, de les cuales algunos, demasiado conocidos, el Papa los rechazó sin más, y de los otros encargó a Don Bosco informarse. También el Gobierno rechazó a priori algunos candidatos de la Santa Sede y en cuanto a algunos otros, sólo opuso reparos respecto a las sedes. En un principio el Padre Santo opuso algunas observaciones; mas luego aceptó el parecer de Don Bosco, dando su beneplácito a varios de los candidatos del Gobierno; más aún, sabiendo que seria cosa grata a Víctor Manuel, dispuso que Monseñor Nazari de los Condes de Calabiana fuera promovido de Casale a Milán. Agradeció la lista de los sacerdotes que para Piamonte le presentó Don Bosco, quien al frente de todos había puesto el nombre del canónigo Lorenzo Gastaldi para la diócesis de Saluzzo.
En todo esto, Tonello se portó como un leal caballero cristiano, venciendo resistencias ministeriales y teniendo muy en cuenta las sugerencias y consejos de Don Bosco. Final. mente, en el Consistorio del 27 de marzo fueron preconizados treinta y cuatro Obispos, que tomaron pacíficosesión de sus diócesis, contentándose el Gobierno con que le notificaran la preconización.
El número se habría aumentada si Ricásoli no hubiera dimitido; lo cual puso término a la misión de Tonello, El secreto con que se llevaron las gestiones sirvió mucho; pero el resultado, aunque incompleto, muy visible, alarmó a las sectas, omnipotentes entonces, y éstas alarmaron al mundo liberal, y esta alarma hizo graznar las ocas del Capitolio, con las consecuencias que es fácil adivinar.
Inmensa pena sentía Don Bosco viendo aún unas sesenta diócesis privadas de sus pastores. Buscaba el modo de hacer nuevo su ovaler de obra mediadora. Pero el tiempo pasaba sin que se le presentase la oportunidad, hasta que el 13 de mayo de 1871 la "ley de las garantías" le abrió un resquicio. Ea efecto, en virtud del articulo 15, el Gobierno "renunciaba en todo el reino al derecho de nómina o presentación en la colación de los beneficios mayores". También había vuelto Lanza a la presidencia del Consejo de Ministros. Don Bosco le ofreció inmediatamente su mediación confidencial ante la Santa Sede para arreglar este asunto. Lanza aceptó y por conducto del gobernador de Turín le rogaba se presentase en Florencia pasados dos días.
Don Rosco partió aquel mismo día, que era el 22 de junio de 1871. Al presentarse al ministro creyó conveniente hacerle de nuevo esta declaración:
—Excelencia, usted sabe cuánto deseo el bien de la Iglesia y del Estado, Usted conoce a Don Bosco y sabe que si soy ciudadano, ante todo soy sacerdote católico.
Ricásoli tratóle con la mayor cortesía.
El mismo dia y en el mismo tren partieron los dos para Roma.
Esta vez Don Bosco se presentaba al Papa sin ser Ilaado. De todo el mundo acudían gentes a Roma, porque pío DC cumplía el vigésimoquinto año de Pontificado y, caso único, alcanzando los años del Pontificado Romano de San peare. Con tantos peregrinos quedaba bien disimulada su presencia. Pronto se presentó al Papa, que oyéndole describir la desolación de las diócesis privadas de pastores, se conmovió hasta derramar lágrimas y le dio carta blanca para tratar con los ministros. Cuando vio que las cosas iban bien encaminadas, le dio el encargo de prepararle una lista, que él aprobaría sin más. Este acto de confianza le costó mucho a. Don Bosco, porque le obligó a tomar informes de todas las regiones y conferenciar con muchos sacerdotes. Para mejor lograrlo se retiró por algún tiempo a Nizza Monferrato, a casa de la condesa Corsi, cuya. munificencia prestó grandísimo servicio a la Iglesia; hubo día que almorzaron con Don Bosco dieciocho vicarios generales o capitulares; combinó así un número considerable de sujetos elegibles, y desde Furia le mandó al Papa la lista.
A primeros de septiembre una nueva llamada del ministro s.le puso alas en los pie.
Aunque estaba de Ejercicios en Lanzo, partió sin demora, diciendo a los superiores que si alguien preguntaba por él dijeran que había ido a ver a un enfermo grave... Hay enfermedades y enfermedades.
Apenas llegado, entró en acción. El Gobierno vacilaba sobre ciertos nombramientos y quería conocer el parecer do Den Bosco, cuya opinión tenía en mucho.
Fue en esta ocasión cuando, viniendo a quedar vacante la archidiócesis de Turín, le manifestó al Papa desea de que nombrase para ella a Monseñor Gastaldi, Obispo de Sabina Pío IX era de distinto parecer, pero le dijo: —Pues lo queréis, os lo doy.
Como es costumbre entre amigos entrañables, Don Bosco le dio al Obispo de Saluzzo la primera noticia. ¿Qué reacción se produjo en el Prelado? Ha sido un misterio inexplicable.
En el Consistorio del 27 de octubre el Padre Santo pro- veyó cuarenta diócesis, declarando en la alocución que en todo no deseaba ni buscaba otra cosa que el bien de las almas.
Todo inducía a pensar que los preconizados entrarían sin dificultad en posesión de sus sedes. Pero surgió una difieul. tad. Según lo acordado, los preconizados notificaron al Ministerio sus nombramientos y presentaron sus Bulas a loa Cabildos catedralicios; pero el nuevo ministro de Justicia pretendió que se las presentaran al Ministerio. Por esto los nuevos Obispos no tuvieron ni palacio, ni prebenda; de modo que tuvieron que ir a vivir en los Seminarios o en una pensión. Don BOSCO, en saliendo de una gravísima enfermedad que puso en peligro su vida, escribió sobre ello una hermosísima carta a Lanza, refrescándole el recuerdo de su amor a la Iglesia y a la Patria y poniéndose a su disposición para todo lo que creyera conveniente encargarle. Envió también un memorial de carácter jurídico al ministra de Gracia y Justicia, mostrándole como carentes de fundamento sus pretensiones sobre la presentación de las Bulas. Por su parte el Papa le mandó una afectuosa carta agradeciéndole cuanto hacía por la Iglesia, aunque los resultados no fueran todavía del todo satisfactorios.
El Santo continuó trabajando con secreto, prudencia y celo para que estas condiciones mejorasen; pero cuando las cosas andaban bien encaminadas, los sabuesos de la masonería se dieron cuenta y levantaron de nuevo la polvareda, difamándole en la prensa y recurriendo a los atentados. En su defensa salió el noble abate Bardezono de los Condes de Rigris, con la publicación de un vibrante opúsculo, que difundió por todas partes hasta haciéndolo vocear por las calles.
Pero se hizo de todos modos necesario dejar que se calmara un poco la efervescencia sectaria y callejera. Cuando huno de ir a Roma en febrero de 1873 por los asuntos de la piedad Salesiana, se propuso poner de nuevo sobre e] tapete la cuestión de las temporalidades de los Obispos y dignidades eclesiásticas. Tuvo largas entrevistas con el Papa, con el Cardenal Antonelli, eon los ministros; en una de ellas seis ministros le pusieron reparos y objeciones durante una hora, al cabo de la cual salió cansadísimo, pero satisfecho. Apoyándose en el brazo de su secretario Don Berto, le decía, mientras bajaban la escalinata:
—Eran seis, todos tratando de acorralarme a fuerza de raciocinios. ¡Pobre Lanza, que debe entenderse siempre con ellos: Pero les gustó el modo de razonar de Don Bosco, porque en lugar de perderme en sutiles razonamientos, les hacía ver prácticamente las consecuencias que se derivarían de este o aquel principio.
Dos años antes había rogado al ministro que, de extenderse en Roma y su provincia la ley de supresión de órdenes Religiosas, se respetasen las Casas Generalicias, la comunidad religiosa de Tor de Spechi, las Hermanas de la Caridad de Bocea della Veritá y la de Trinitá dei Monti. La ley se extendió en 1873. Ya en el mes de febrero el ministro le comunicó que había logrado salvarlas todas, aunque luchando mucho. menos la de los Jesuíta.s.
En julio cayó el Ministerio Lanza, sucediéndole el de Minglietti. Don Bosco se apresuró, con permiso del Cardenal Antonelli, a ponerse en comunicación con él. El presidente contestó prometiendo "pronta y categórica respuesta"; pera; como en octubre ésta aún no había llegado, escribió directamente al de Gracia y Justicia, Vigliani, poniéndole al corriente de todo, y anteponiendo esta declaración: "Come sacerdote amo la Religión; como ciudadano deseo haces cuanto pueda por el Gobierno," El ministro le contestó a vuelta de correo: "Nadie está animado de mayor buena yo. Juntad que el Presidente del Consejo y yo para hallar manera de hacer cesar, o por lo menos atenuar, las condicionen en que se encuentra el Episcopado italiano. A usted, excelente sacerdote, ruégole emplee todos sus buenos oficios para pea. suadir a la Santa Sede a que suministre al Gobierno los nua dios indispensables para conciliar la observancia de la ley —superior a la voluntad de todos los ministros— con todas las facilidades posibles para la concesión del regio "acepas,. tur". ¿Por qué todos los Obispos no han de hallar modo de hacernos llegar siquiera el trasunto de sus Bulas, por medio de sus cabildos o de los alcaldes locales o de otra persona de su confianza, sin asumir aspecto de postulantes? Yo no acierto a ver en ello nada, absolutamente nada, que ofenda a nuestra santa Religión. A usted le expongo mí manera de pensar y confío en su colaboración para hacer las cosas bien."
He aquí un elemento precioso que Don Bosco no vaciló en hacer valer ante quien tenía la responsabilidad. Y antes de finalizar el año creyó oportuno volver a Roma antes de que los diputados y senadores terminaran sus vacaciones de Navidad. Inmediatamente reanudó las visitas al Cardenal Antanelli y al ministro Vigliani, El Papa lo recibió el 5 de enero de 1874. Durante muchos días no hacía más que ir del Papa s los ministros. El 15 de enero pudo decir a la buenísima familia Sigismondi, en cuya casa se hospedaba:
—La cosa está terminada. El lunes se comienza a expedir, las Bulas a los Obispos, si el demonio no mete la cola.
Si el demonio no mete la cola!" Parece que lo presintiera. Precisamente en aquellos mementos entraba en escena el enemigo de todo bien. Por medio de un ex cura (que máe tarde volvió al redil y que fue a terminar sus días junto la tumba de Dan Bosco), la logia masónica de Roma le segula los pasos, tratando de averiguar qué significaba ese continuo ir del Vaticano al Ministerio y del Ministerio al Vaticano y a una palabra de orden estalló el acostumbrado alboroto en la prensa y en las calles. Tomó una forma aspe-ojal: alabanzas a Don Bosco y golpes sin compasión al Ministerio, que se servía de él para intentar la imposible conciliación del Estado con la Iglesia. Por otra parte, del lado opuesto, no menos peligroso —otros órganos, que ciertamente no tomaban inspiración en las logias, pero que tampoco obedecían como debieran a la Jerarquía, como la Voce della. Verita, y el Osseruatore Gattolíco, de Milán, portavoces ambos de la intransigencia, se lanzaron con violencia inaudita contra Don Bosco, calificándolo de "fariseo" de "beocio piamontés". Don Bosco presentóse al Papa, con un ejemplar de ellos en la mano, rogándole que, si había de continuar las gestiones se llamara al orden al corresponsal romano en Milán. Pie IX se llevó un gran disgusto, y dijo casi con lágrimas:
—¿Qué queréis? Ciertos católicos no obedecen ni siquiera al Papa.
Uno de aquellos días de escándalo estaba en una sala del Ministerio esperando de Vigliani la última palabra. Varios diputados, entre ellos Crispi, se le acercaron llenos de curiosidad por saber —dice el mismo Santo— qué clase de "bicho raro" era ese Don Bosco. Mientras se entretenía con ellos amablemente, apareció Vigliani; pero apenas había empezado a saludar, lo llaman por un asunto urgentísimo. Poco después volvió demudado, con un telegrama en la mano, y diciendo:
—El asunto de los Obispos se va a pique. Bismarck, asombrado de que estemos "tratando misteriosamente con un cura", amenaza con la indignación imperial si se prosigue dando pasos hacia una conciliación. Eran los días álgidos del Kulturkampf y de la lucha contra el Papa.
Así terminó trágicamente por entonces este asunto, Mas no todo estaba perdido. Mucho se había logrado. Y el que se estaba gestionando se fue allanando poco a poco, si bien por el momento, como era inevitable, empeoró. DOS años despeln, y siguiendo el criterio de Don Bosco, los Obispos elevaron al Padre Santo una súplica para que les permitiera arreglar el asunto de las Bulas mediante una fórmula que salvaguar. dara, los derechos de la Iglesia. La Sagrada Congregación de la Inquisición respondió que eso podía tolerarse en vista de las especialísimas circunstancias. Don Bosco dio por ello Ole_ nitas gracias a Dios.
Pero sobre todo, quedó en el aire flotando la idea de la Conciliación. Y no sólo la idea, sino hasta ciertas modalida des prácticas. Don Bosco había aprovechado sus estancias e Roma para estudiar a fondo todo lo que se rozaba con est asuntos; se había puesto en relación con eminentes teólogos. y juristas y llegaron a concretar algunas conclusiones o propuestas, que a su tiempo tuvieron feliz aplicación, especialmente durante los pontificados de San Pío X y de Pío XI (1).
(1) De estos asuntos se ocuparon entonces abundantemente los diarios austriacos, alemanes y franceses, llevando la voz cantante el Allgemeine Zeitung.
Lino de los hechos más grandiosos que distinguieron el pontificado de Pío IX fue el Concilio Vaticano, abierto el 8 de diciembre de 1869 y suspendido el 18 de julio de 1870 por el estallido de la guerra franco-prusiana. De los diecinueve Concilios Ecuménicos precedentes, sólo dos lo aventajaron en número de Padres, y ninguno en número de Obispos. El tema que mayormente llamó la atención del mundo fue el de la infalibilidad pontificia, tanto que algunos creyeron que era el verdadero motivo de la convocación. En realidad el Pontífice ni siquiera lo había incluido entre los "esquemas" referentes a la constitución de la Iglesia. Llamábanse "esquemas" los temas o argumentos propuestos al estudio y deliberación de los Padres. Alguna indiscreción o publicación intempestiva por parte de algunos órganos de la prensa católica, haciendo votos porque fuera definida la infalibilidad del Papa en materia de fe y costumbres, suscitó le atención y levantó polémicas, algunas bastante apasionadas. Dentro y fuera del Concilio se constituyeron dos corrientes o partidos, une a favor y otro en contra de la oportunidad de dicha definición. De la oportunidad, porque en cuanto al fondo doctrinal estaban todos de acuerdo, salvo rarísimas excepciones. Los opugnadores, a fuerza de decir que era inoportuna la definición, la hicieron necesaria, según la afortunada frase del Arzobispo de Malinaa: Quod inopportunum dixerunt, ce, cessarium fecerunt.
Gran corifeo de la oposición era Monseñor Dupanloup, Obispo de Orleáns. De viaje para Roma se detuvo en vanas ciudades del Flamante para visitar a algunos Obispos y ga, nadas a su causa. Lo secundaron los Obispos de Biela, Ivrea, Pinerolo y el Arzobispo de Turín. El de Saluzzo, Monseñor Gastaldi, no se pronunció; pero antes de partir para Roma bajó al Oratorio y tuvo un largo coloquio con Don Bosco, al parecer con buenos resultados.
El Santo seguía atentamente el desarrollo de la centro• versia, tanto más que la prensa la agitaba fuertemente. Des. de el 24 de octubre veía la luz pública un periódico titulado Concilio Ecuménico, órgano de los antioportunistas y fautor de los mismos negadores de la infalibilidad. Al otro lado la Unritá Cattoiica rompía lanzas contra ellos, bajo la hábil dirección del gran polemista Margotti. Don Bosco ordenó oraciones y plegarias especiales por el feliz éxito del Concilio.
En Roma, sobre setecientos setenta y cuatro Padres, un centenar eran antioportunistas y trabajaban mucho para atraer prosélitos. Los Galicanos de Francia temían que la definición menoscabase la dignidad de los Obispos; otros, en diversos sitios, como Berlín y Viena, que se centralizara demasiado el gobierno eclesiástico; otros, que se agudizara la tirantez entre el Oriente y el Occidente; para otros, aquello era un desafío al siglo xix, que levantaría en todas partes una reacción contra la Iglesia y protestas de los Gobiernos y de Cultura (así, con mayúscula). Algunos, cinco tal vez entre los Padres, no sólo no querían la definición entonces, sino que negaban la infalibilidad. Fuera del Concilio algunas grandes plumas, como Dollinger en Alemania, Gratry en Francia y Lord Acton en Inglaterra escribían en este último sentido. Todo esto era dar razón al Arzobispo de Malinas.
Tal era la situación la víspera del Concilio, que debía abrirse el 6 de enero. Ahora bien, aquella noche tuvo Don Bosco un sueño o revelación, que interesaba a Italia, a Francia y al Concilio. Solemne es el exordio con que encabeza el Santo su relación: "Dios solo lo ve todo, lo conoce todo, lo puede todo. Dios no tiene pasado ni futuro; a El todo le está presente como en un punto solo. Nada hay oculto para Él; ni distancia de lugar o de persona. El solo, en au infinita misericordia y para su gloria, puede manifestar las cosas futuras a los hombres." Entrando en materia, dice:
"La víspera de la Epifanía del año en curso 1870 desaparecieron todos los objetos materiales de mi aposento y me encontré ante la consideración de cosas sobrenaturales. Fue cosa de breves instantes, pero se vio mucho. Aunque de formas y de apariencias sensibles, no se pueden comunicar sino con gran dificultad. Una idea la da cuanto sigue. Aquí está la palabra de Dios acomodada a la palabra del hombre..."
el punto central, entre las predicciones sobre el porvenir de Paris y de Roma, se interpone lo concerniente al Concilio. Es un aviso estimulante al Papa: "Ahora la voz del Cielo al Pastor de los pastores. Tú estás en la gran conferencia con tus asesores; pero el enemigo del bien no para un momento; estudia y pone por obra todas sus artes contra ti. Sembrará discordia entre tus asesores, suscitará enemigos entre mis hijos. Las Potencias del siglo vomitarán fuego y querrían que las palabras fuesen ahogadas en la garganta de los guardianes de mi ley. Esto no será. Harán mal, mal a sí mismos. Tú, acelera; si no se resuelven las dificultades, córtalas. Si sufrieres angustia, no te detengas, continúa hasta que se haya cortado la cabeza a la hidra del error. Este golpe hará temblar la Tierra y el Infierno; pero el mundo estará en salvo y todos los buenos se alegrarán. Recoge, pues, ea torno tuyo aunque sea tan sólo das asesores; pero adondoquiera que vayas, continúa y lleva a cabo la obra que te ha sido confiada. Los días corren veloces; tus años se aproximas al término establecido; pero la Gran Reina será siempre tu auxilio; y como en los tiempos pasados, así en el porvenir será siempre magnum et singidaro in Rodea-in praesídiaimu
Esto fue lo que conmunicó al Papa; lo restante no, pan ahorrarle preocupaciones en momentos en que tan graves asuntos traía entre manos. El Sueño completo lo entregó al Cardenal Berardi, y dice así :
Del Sur viene la guerra. Del Norte viene la paz.
Las leyes de Francia ya no reconocen al Creador, y el Creador se dará a conocer y la visitará tres veces con el azote de su indignación.
En la primera humillará su soberbia con las derrotas, con el saqueo, con la destrucción de sus cosechas, de sus animales y de sus hombrea.
En la segunda, la gran prostituta de Babilonia, aquella que los buenos llaman, llorando, el prostíbulo de Europa, será privada de su jefe y hecha presa del desorden.
;Paris, Paris!... En vez de armarte con el nombre del Señor, te rodeas de casas de inmoralidad. Estas serán destrozadas por ti misma, tu ídolo será reducido a cenizas para que se cumpla el mentita eat iniguitas sibi (la iniquidad se engañó a si misma). T11113 enemigos te pondrán en aprieto, te traerán el hambre, el terror y la abominación de las naciones. Mas, ;ay si no reconocieres la mano que te castiga! Quiero castigar la inmoralidad, el abandono, el desprecio de mi ley, dice el Señor.
En la tercera caerás en manos extranjeras: tus enemigos mirarás desde lejos tus palacios envueltos en llamas, tus habitaciones conver. tidas en montones de ruinas, bañadas en la sangre de tus valiente que ya no existen.
Mas he aqui un guerrero del Norte. Lleva un estandarte y en la diestra del que lo empuña está escrito: Irresistible la Mano del Serian:
En aquel instante el venerable Anciano de) Lacio le salió al encuentro flameando una lámpara ardentisima. Entonces el estandarte se ensanchó y de negro que era se tornó como el ampo de la nieva En medio del estandarte, con caracteres de oro, estaba escrito el Nombre de Aquel que todo lo puede.
El guerrero con los suyos hizo una profunda reverencia al Anciano, y se estrecharon la mano... {Aquí el mensaje del Papa).
Rtdo. Don Julio Barberis, turinés, Doctor en Letras y en Sagrada Teología. Su afición al Fundador le mereció gas éste le distinflniera con encargos de suma confianza. Fue el primer Maestro de Novicios de la naciente Sociedad y Catequista General. Murió en Trola en 19e7., de mds de ochenta años.
instituto y templo del Sagrado Coro-eón, en Roma, Pite la última grande construcción de Don Bosco; la acometió para honrar a los Soberanos Pontífices Pto IX y LOÓ71 XIII y dejar san monumento de su devoción al &feral-ígneo Coraela de Jesús.
lías tú, Italia, tierra de bendiciones, ¿quién te ha puesto en desolación? Ro digas que loa enemigos, sino tus amigos.
¿No oyes que tus hijos piden el pan de la fe, y no encuentran quien es lo parta? Golpearé a los pastorea dispersaré el rebaño, para que los que se sientan en la cátedra de Moisés busquen buenos pastos, y la grey escuche dócilmente y se apaciente.
pero sobre el rebaño y sobre los pastores pesará la mane: la carestía, la peste, la guerra harán que las madres lloren la sangre de sus hijos y de sus maridos, muertos en tierra enemiga.
y de ti, ah Roma, ¿qué será? ;Roma ingrata! ¡Roma afeminada, Roma soberbia! Has llegado a tal punto, que no buscas ni admiras en tu soberano más que el lujo, olvidando que tu gloria y la suya esta sobre el Gólgota. Ahora él está viejo, achacoso, inerme, despojado de iodo, sin embargo, con la esclava palabra hace temblar al mundo.
¡Romal... Yo vendré cuatro veces a ti.
En la primera castigaré tu tierra y tus habitantes.
En la segunda llegará la ruina y el exterminio hasta tus murallas, ¿Todavía no abres los ojos?
Vendré la tercera vez y destruiré las defensas y los defensores; y al dominio de Padre sucederá el reino del terror, del espanto y de la. desolación.
Pero mis sabios huyen, mi ley es todavía pisoteada. Por eso vendré la cuarta vez. ¿Ay de ti si todavia mi ley es para ti un nombre vano.
Be darán prevaricaciones entre los doctos e ignorantes. Tu sangre y la sangre de tus hijos lavarán las manchas que tú infieres a la ley de Dios,
La guerra, la peste, el hambre serán los flagelas con que se castigarán la soberbia y la malicia de leo hombres. ¿Dónde están, oh ricos, vuestras magnificencias, vuestras quintas, vuestros palacios? Convertido se han en la basura de las calles y de las plazas.
Pero vosotros, ;oh sacerdotes!, ¿por qué no corréis a llorar entre el vestibuIo y el altar, pidiendo la cesación de loa castigos? ¿Por qué no tomáis el escudo de la fe y no vais par los tejados, por las casas, por las ralles, por las plazas y por todo lugar, incluso el inaccesible, a llevar la semilla de mi palabra? ¿Ignoráis que ésta es la tremenda espada de dos filos que abate a mis enemigos y rompe la. ira de Dios Y de los hombres?
Estas cosas deberán venir inexorablemente una en pos de otra. Peto la Augusta Reina de los Cielos está presente.
El poder de Dios está en sus manos, disipa como niebIa a sus enemigos. Reviste al venerando Anciano de todas sus antiguas vestiduras. Sobrevendrá todavla un violento huracán.
La iniquidad está consumada. El pecado tendrá fin, y antes que
transcurran dos plenilunios en el mes de las flores, el iris ?1.• aparecerá sobre la Tierra.
El gran Ministro verá a la Esposa del Rey vestida de fiesta.
En todo el mundo aparecerá un sol tan luminoso cual nunca "4 visto desde las llamas del Cenáculo hasta el día de hoy, ni se vera hasta el último día."
¿Era una profecía? Cierto es que él miró el "Sueño" cm* un aviso del Cielo.
Dos años después, la Cioillii Cattolica (año 23, vol. 7 serie 8, año 1872) alude a este "Sueño" y copia literalmente algunos párrafos, haciéndolos preceder de este autorizado testimonio: "Nos place recordar un vaticinio, no publicada para el público, que de una ciudad de la Alta Italia le fue comunicado a un personaje romano el 12 de febrero de 1870. Podemos certificar que lo tuvimos en las manos antes de que París fuera bombardeado por los alemanes e incendiado por los comunistas. También diremos que nos maravilló el preanuncio de la mida de Roma, entonces cuando, a la verdad, no se juzgaba ni siquiera probable."
Más tarde lo conoció también el Papa, y se encontró entre los papeles de su Archivo. El secretario de Don Bosco, Don Joaquín Berto, recordaba que había sacado tres copias.
Como en todos los escritos de esta clase, hay cosas para nosotros un tanto oscuras, unas que se cumplieron en esos años, otras que se están cumpliendo, otras que tal vez se cumplirán más adelante. "Para Dios —en quien los videntes ven— no hay pasado ni futuro, para El todo es presente."
En rigor y en sustancia, todo lo que escribió el Santo de ese "Sueño" se cumplió. Basta recordar la Historia.
Quince días después del sueño partió para Roma. No llevó a nadie consigo. Se alojó en casa de Don Manacorda. ¿Iba por su propia voluntad? Probablemente fue llamado por quien, conociendo sus sentimientos, su prudencia y habilidad, esperaba provecho para la buena causa. En efecto, se ocupó en las cosas del Concilio como si no tuviese otra cosa a qué
ata.der• En los procesos de Canonización testifica el cano- Higo Anfossi: "En aquellos días Don Bosco no se concedió un momento de descanso, trabajando por el triunfo del Pontificado Romano." Y Don Rúa: "... él tuvo el consuelo de librar de sus dudas a varios Obispos vacilantes, y de disuadirlos de la oposición que se preparaban a hacer. Citaré entre otros, a los Monseñores Galletti de Alba y Gastaldi de Saluzzo, que desde aquel momento se hicieron defensores de la infalibilidad pontificia."
El Obispo de Saluzzo, temperamento impresionable, había cambiado mucho y con él muchos otros en Roma. y había acabado abrazando el partido de Dupanloup. Habianle impresionado las consideraciones del elocuente Prelado francés sobre los "desastrosos efectos religiosos y políticos que la definición iba infaliblemente a producir"; y corría la voz de que se preparaba a sostener en una de las próximas "congregaciones" generales la tesis de la inoportunidad. Este rumor había llegado a oídos del Pontífice, causándole vivo dolor. Don Bosco se apresuró a visitar al Obispo amigo; encontróse con que las noticias correspondían a la. verdad. Entonces tanto hizo y tanto lo documentó, que Monseñor Gastaldi se decidió a aplicar su ingenio y su cultura en favor de la definición. Y llegado el momento, pronunció un discurso tan elocuente y firme, que fue saludado como uno de los más valientes defensores de la infalibilidad, hasta ponerse al nivel del santo Arzobispo y Fundador Padre Antonio María Claret, quien a la elocuencia de su palabra unía la de sus "cicatrices", ganadas en defensa de la Religión y de las buenas costumbres.
Otro piamontés, si no Padre del Concilio, sí grande y conocido escritor, Monseñor Audisio, se adhería tenazmente a la tesis de Dupanloup. Era amigo de Don Bosco, que lo había conocido como presidente de la Real Academia celeIiistica de Turín, y luego había sido nombrado canónigo de San Pedro. Sabiendo Audisio que Don Bosco le contendía victoriosamente el campo, resolvió enfrentarse con éL Dos días seguidos fue a verlo, sin poder lograrlo, porque el Saltt estaba de la maña' na a la noche ocupado y asediado de sitas.
El tercer día llegó muy pronto a tomar turno y esper,5 todo lo que fue necesario. La entrevista duró das horas. po, voluntad del mismo Audisio asistieron otros varios persoba. jes, entre los cuales el célebre Padre Perrone, S. J., profeaot de la Universidad Gregoriana, Monseñor Jalletti y otro, Obispos. Ante ellos Audisio atacó a Don Bosco, descargando contra él las formidables baterías de su vastísima erudición Don Bosco le dejó hablar y hablar; era un encanto oírle. después, invitado a responder, protestando su insuficiencia ante tan grande historiador, pidióle que tan sólo le permitiera citar el testimonio de un autor tan ilustre, que Monseñor Audisio no podría menos de darle la razón.
Entonces, con aquella flema tan suya en las grandes oca. siones, tomó un gran volumen, y abriéndole de modo que no se viese la portada, se puso a leerlo. Era un elocuente comentario del famoso paso de San León el Grande sobre la asistencia divina prometida por Cristo a San Pedro y a sus encesores en el ejercicio de su ministerio. Audisio al principio escuchó con indiferencia; luego con grande atención; luego saltó de la silla y quiso arrancarle el libro de las manos. Don Bosco, con su agilidad particular, lo evitó y siguió leyendo hasta donde le convenía; y cerrando el libro y mostrando el titulo, leyó: "Storia religiosa e civile dei Papi per Guglielmo Audisio," La obra estaba fechada en Roma. 1865.
—¡Pero yo he cambiada de opinión! —exclamó el canónigo.
—Pero las razones son siempre las mismos. Son solidísimas —replicó el Santo.
La graciosa ocurrencia de Don Bosco puso una nota risueña en aquella sesión; mas el señor canónigo se despidió con mal disimulada amargura.
Entre otros, visitó a Don Bosco un sacerdote somaseo para rogarle revisara un escrito suyo sobre la infalibilidad
t'ontileja, y Ie diese su parecer. 1l lo leyó, lo aprobó y le aconsejó publicarlo; y se acordó de él al preparar la lista delos episcopables. Fue el grande Obispo de Piacenza, Monseñor Scalabrini.
En un principio Don Bosco frecuentaba las reuniones privadas de los Obispos y los sitios donde se hospedaban. Bien pronto el suyo se convirtió en un centro a donde muchos acudían en busca de consejo. No poco contribuía la persuasión de que él se encontraba en Roma no por el Concilio, sino por otros motivos, quizás los de su Congregación. En éstos se ocupaba ciertamente, pero tan sólo de paso, aprovechando las ocasiones, "haciendo —decía más tarde a Ios suyos—corno las aves que revolotean acá y acullá, y si ven saltar un grillo, se lo zampan tan guapamente".
Pudo entonces cumplir un acto importante de su ministerio sacerdotal. Hallábase en graves condiciones de salud el ex gran Duque de Toscana, Leopoldo II. Hal:dalo éste conocido dos años antes y ahora, sabiendo que estaba en Roma, deseó le asistiera en sus últimos instantes. Voló a su lado y el 28 de enero lo asistió desde las diez hasta las doce y media, de la noche, en que entregó su alma al Creador.
Pedir una audiencia al Padre Santo era cosa a que no se atrevía. ;Habla tantos Obispos que aun no habían podido obtenerla! Pero Pío IX le mandó a decir que le esperaba a 8 de febrero por la mañana. Fue; hablaron largo rato; pero teniendo todavía el Papa bastante que hacer y que tratar con él, lo invitó a volver aquella misma tarde. Narrand< en sus Memorias estas dos audiencias dice que "no le es pa sible decirlo todo"; y esto se comprende; pero de lo quo dijo emerge sobre todo la gran benevolencia con que lo testó el Vicario de Jesucristo. Entre líneas se ve que quiso hacerlo Cardenal, lo cual por lo demás, está confirmado con varios testimonios de .eminentes personajes,
En esta audiencia también convenció al Pontífice de la necesidad de publicar un "Catecismo única para toda la Cris, tiandad". El Papa incluyó el tema para la cuarenta y nueve Congregación general y se habría aprobado si el Concilio no se hubiera interrumpido.
Volvió eI 12. Entonces, requerido formalmente si tenis algo especial que comunicarlo respecto a la Iglesia, creyó llegado el momento de hablarle del Sueño del 5, y humildemente puso en sus manos un papel en que había escrito aquello de "la voz del Cielo al Pastor de Ios pastores".
El Padre Santo leyó y releyó y vio claramente le expre. Sión del querer divino de que se truncaran las dificultades y vacilaciones que se oponían a la definición. Ante sus ojos y en Roma mismo se verificaban las divisiones, discrepancias y oposiciones allí anunciadas; el prometida auxilio de la Gran Reina apareció bien pronto, y bien evidente, en el conjunta de circunstancias que de tan diversos modos impidieron a loe Gobiernos de Austria, España, Francia, Portugal, Prusia y Baviera hostilizar al Concilio.
En una cuarta audiencia, el 21, audiencia de despedida, el Papa lo entretuvo largamente, tratando cosas del Concilio.
Luego, el Santo le pidió permiso para exponerle alga más, y le manifestó cuanto sabía de los graves acontecimientos que amenazaban próximamente a París y a Roma. El Papa ,j quedó tan gravemente impresionada, que eI Santa cortó el 1 discurso, Al día siguiente Pío IX lo mandó llamar; pero él ya había partido.
A emprender la partida se decidió de improviso, precipitadamente. Había sabido confidencialmente que algo se tramaba contra él. Se interpretaban siniestramente sus avisos de. que Roma caería bajo las armas de los piamonteses y también en fama de taumaturgo y se le quería hacer comparecer ante el Santo Oficio para dar cuenta de las dos cosas. Comparecer ante el Santo Oficio era en cierto modo confesarse reo; era en todo caso por lo menos como estar una hora en la cárcel; y esto hubiera desatado quién sabe qué campañas en la prensa y en las calles. Era algo semejante s. lo del manicomio años atrás en Turín. En ambos casos su prontitud de espíritu salvó su reputación.
Festejaron su vuelta sus muchachos de los Oratorios; y los de los colegios de Lanzo, Mirabello y Cherasco, se les unieron en espíritu, mas no menos alegremente. Durante todo el tiempo de ausencia no había perdido el contacto con elles, pues lo mantenía vivo con la correspondencia. Las car tas en general se las escribía a los Directores, pero para que se leyeran en público. Daba noticias interesantes, mezclaba expresiones de especial benevolencia, amables exhortaciones, pedía oraciones, las prometía... Todo lo cual mantenía vivo el pensamiento de su paternal bondad y del interés que por todos se tomaba. Pensando, a la luz de los documentos, sobre el influjo que él ejercía sobre todos los suyos, se comprende por qué Don Rúa pudo definirlo, en los procesos: "hombre en quien Dios elevó la paternidad espiritual al más alto grado".
Las bodas de oro sacerdotales de Pío IX y la convocación del Concilio Ecuménico Vaticano hicieron resplandecer nuevamente el celo de nuestro Santo por la exaltación de la Iglesia Católica y del Romano Pontífice.
En febrero de 1869 salía otra nueva obrita suya titulada La. Iglesia Católica y ru Jerarquía, en la cual quiso "dar una idea exacta de la Iglesia de Jesucristo, explicar los principales grados de la Jerarquía eclesiástica y tratar de todo lo relacionado con este importante tema".
El 11 de abril, el Vicario de Jesucristo celebraba su Misa de Oro. Casi todos los soberanos de Europa le enviaron sus congratulaciones con cartas autógrafas. La alegría de Tos fieles fue indescriptible; fue una explosión de entusiasmo y de amor en todo el mundo. Don Bosco quiso que se asociasen todos sus hijos con solemnes fiestas en las casas, y envió al Padre Santa un elegantísimo álbum que ostentaba en la cubierta un epígrafe latino y una dedicatoria en lengua italiana, firmado por sus treinta y dos sacerdotes, setenta y tres clérigos y tres mil cuatrocientos veinte alumnos. Pío IX le respondió con una afectuosísima carta.
En agosto, y en una segunda obrita, Los Concilios generales y la Iglesia Católica, conversaciones entre un párroco y un joven de su parroquia, exponía entre nociones exactas sobre la naturaleza y utilidad de los Concilios, la doctrina católica sobre la superioridad del Papa respecto de los misros; sobre los diecinueve Concilios generales celebrados y el aun Concilio que se preparaba.
pruebas no Menea elocuentes de su devoción al Papa eran sus viajes a Roma.
El 20 de enero de 1870 fue nuevamente a la Ciudad Eterna, El 8 de diciembre se había inaugurado el Concilio, hallándose presentes setecientos sesenta y siete Prelados, más que los que habian asistido a los Concilios anteriores. El Santo, aunque el Papa no había recibido todavía ni siquiera a una tercera parte de los Obispos presentes, fue llamado a la audiencia personal el 8 de febrero, y tuvo dos largas conferencias privadas con él. Le ofreció como donativo una colección de las Lecturas Católicas y un ejemplar de dos volúmenes ya publicados de la Biblioteca de la Juventud Italiana, con un billete de mil liras para el óbolo de San Pedro. El santo Pontífice exclamó:
--:Oh, esto es maravilloso, que usted que tiene siempre la bolsa vacía, me traiga dinero a mi, que tengo también siempre la caja exhausta! Usted se llama Juan y Juan. me llamo yo también; mejor seria que nos llamáramos los dos Francisco y seriamos dos verdaderos franciscanos.
Después se habló de la infalibilidad pontificia, de la cual 1 debía tratarse en el Concilio. Al oir las sencillas, claras y 1. escultóricas respuestas de Don Bosco, le manifestó el deseo
de ver difundido entre el pueblo un curso de Historia de la Iglesia dedicado a sostener esta verdad; deseo que Don Bosco se apresuró a satisfacer con una nueva edición de su Historia Eclesiástica, revisada y aumentada con unas notas sobre el dogma de la Infalibilidad Pontificia, escritas por Monseñor ' Gastaldi. Para Pío IX siempre era una gran satisfacción el ver a Don Bosco. Los folletos de las Lecturas Católicas y de la Biblioteca de la Juventud quedaron sobre su escritorio y los enseñó a todos aquellos a quienes admitió en audiencia. pot la noche él mismo los puso en un estante y los hojeé repe. tidas veces.
Aquella misma tarde le llamó de nuevo, hablándole lar. gamente de la. Sociedad Salesiana. Le dijo que en el Concilio un Obispo había tratado de la necesidad de una sociedad religiosa cuyos miembros estuviesen ligados ante la Iglesia y fuesen para el mundo ciudadanos libres: que otro Obispo MI de Parma) había intervenido para decir: "Tenga el gusto de poder participar que esa Sociedad ya existe... y ea la de los Salesianos", cosa,que provocó un aplauso de todos, sin excluir a los que mayores dificultades habían puesto para la aprobación de la Sociedad Salesiana, y por eso Pío lX añadió:
--El año pasado tuvo usted terribles opositores, pero los venció usted. Le admiro y le alabo, porque los que eran sus encarnizados enemigos, este año no son reacios a la voz del Pontífice. Mi buen Don Bosco, esto le honra mucho.
Tan satisfecho del celo de Don Bosco estaba el Papa, que le dijo:
—¿No pacida usted dejar a Turín y venirse a Roma? ¿Perdería por ello la Sociedad Salesiana?
—; Padre Santo, sería su ruina!
El Papa no insistió. Don Bosco le confesó además amaba mucho a sus jóvenes para poder dejarlos.
Satisfecho y conmovido volvió a Turín.
Exceptuadas estas graves circunstancias que le obligaban a desplegar tan grande actividad fuera del Oratorio, continuaba en medio de sus hijos su vida laboriosa y santa. Lleno de gratitud a la Madre de Dios y al Sumo Pontífice, que tantas gracias acumulaban sobre la Obra Salesiana, publicó otras obritas inspiradas en estos sentimientoa.
En la primera, titulada Nueve días consagrados a la Augusta Madre del Salvador bajo e! título de María Auxilio!'
dora, exaltaba el objeto de esta devoción, que es el de procurarse "la protección especial de María en la hora de la „inerte, mediante la devoción a Jesús Sacramentado y a su madre Inmaculada".
En la segunda, Hechos arneses de Za vida de Pío IX, al paso que encarecía "la bondad y la caridad incomparable" del corazón del gran Pontífice, ponía también de relieve cómo nuestra santa. religión guía a la suprema felicidad del Cielo, y al mismo tiempo es sociable, materialmente útil, sin que haya infortunio humano en que ella no intervenga para socorrer al infeliz, consolar al afligido, iluminarle en las sendas de la vida y sostenerle en la desgracia.
Al mismo tiempo, con la fundación de dos nuevos Institutos, ensanchaba el campo de acción de la Sociedad Salesiana. En octubre de 1870, y con la bendición de Pío IX, abria el Colegio-Pensión Municipal de Alassio, y el año siguiente fundaba en Marassi, cerca de Génova, el Asilo de San Vicente de Paúl, trasladado en 1872 a Sampierdarena, a un ex convento de Teatinos, con una magnífica iglesia aneja, que se volvió a abrir al culto divino (1). La dirección del colegio dei Alassio la confió al doctor Don Francisco Cerruti y la del asilo de Marassi al profesor Don Pablo Alberti..
De un modo semejante, en 1870, trasladaba a Borgo San Martino el Pequeño Seminario de San Carlos de Mirabello, y en 1871, el Colegio de Cherasco a Varazze.
El mismo ario 1870 los antiguos alumnos del Oratorio Comenzaron a agruparse en torno del Santo para ofrecerle una demostración de afecto. A propuesta. de Carlos Gastini,
lli Esta iglesia, espléndidamente decorada, y una parte del vasto nlelip y escuelas profesionales, L. onales, fueron reducidos a polvo por las bombas inglesas durante la última guerra, sin que afortunadamente hubiese ninKuna víctima personal. Hoy está todo reconstruido.
a quien él había recibido de los primeros en el Oratoria en 1854, y que continuaba yendo corno maestro encuaderna. dor, un buen grupo de aquellos antiguos alumnos, en la tea. ñana del 24 de junio, asistieron en el Oratorio a la mas de su buen Padre. Se reunieron después en la sala contigua a la sacristía, lo invitaron a pasar un ratito con ellos y le ofrecieron un corazón de oro, símbolo de su amor y gratitud, No hay que decir cuánto gozó el alma delicadísima de Dei; Bosco y cómo su caridad ardiente aprovechó la oportunidad para repetir a aquellos hijos suyos queridísimos la recomendación de conservar y difundir en sus familias el espíritu del Oratorio. Así nació la Asociación de loa Antiguos Alune. nos Salesianos.
Después de haber asistido a la entrada de Monseñor Gastaldi en la archidiócesis, fue a visitar las nuevas casas de Marassi y de Varazze. Aunque no muy bien de salud, de Varazze fue a Cene para hacer una visita. Como soplaba, im viento húmedo y fuerte, se Ie agudizó un dolor que ya sentía en los hombros. Volvió al colegio y tuvo que guardar cama. Se trataba de una fuerte erupción millar con altísima fiebre.
Una espina, y bien aguda, llevaba clavada en el corazón: su queridísimo Monseñor Castaldi se le había mostrado frío, y la elocuente pastoral que leyó, comenzaba así: "Lorenzo Gastaldi, por voluntad de Dios, y no por influencia de ningún hombre, Arzobispo de Turín..." Era evidente que un cambio se habla operado en el ánimo del Prelado. Comenzó a mirarle mal y a interpretarle mal y a perseguirle. ¡Permisiones de Días para mantenernos humildes y para purificarnos!
Apenas se esparció la noticia, se elevaron al Cielo muchas y fervorosas oraciones. Monseñor Galletti, Obispo de Alba, quedó como consternado, y no pudiendo ceder a la idea que muriese el Siervo de Dios, se arrodilló, y con los ojos llenos de lágrimas y las manos en alto, en actitud suplicante, rompió en estas palabras:
Señor, si queréis una víctima, aquí está; pero por piedad csisseevad a Don Bosco.
También varios salesianos y jóvenes se ofrecieron al Se-flor en holocausto por la curación del amadisimo Padre, y entre ellos Don Bonetti y Don Pestarino; todos le hicieron una novena a María Auxiliadora, y Don Bosco mejoró.
El último día del año reunió junto a su lecho a Ios salesianos de Varazze y les explicó dos pasajes de la Sagrada Escritura: Pruebe teipsum exemplum bonorum óperum, Obedite praepósitis vestris et subjetcete els, ipsi mine pervígilant vasi rationem pro animabtss vestris reddituri.
El mai amenazó con agravarse de nuevo; pero después de la bendición que le envió el Padre Santo se acentuó la mejoría. El 14 de enero se levantó y pasó más de dos horas fuera del lecho en medio de la alegría más indescriptible de los chicos, que se pusieron a gritar "¡Viva Don Bosco!" y tomaron por asalta su estancia. Fue necesario dejarlos entrar. Sentado en un sillón, sonriente y festivo, los recibió a todos, grandes y pequeños.
El 15 de febrero estaba de vuelta en Turín, donde lo esperaban los jóvenes y varios bienhechores con el nuevo Arzobispo, reunidos en e] Santuario. Al entrar, José Buzzetti más antiguo de los alumnas,— entonó el salmo: Laudate petera Dóminum, que fue cantado por todos con lágrimas de la más santa alegría. El Arzobispo mismo, después del Tedéum, dio la Bendición. La convalecencia fue larga, pero sin que le impidiera atender a las ocupaciones ordinarias. "Y como extraordinaria, inició nuevas gestiones para que se concedieran las temporalidades a los nuevos Obispos, mereciendo por ello calurosos elogios de Pío 1X; pero aunque lo hizo con suma prudencia, se vislumbró la noticia y despertó la ira de las sectas que, según hemos ya dicho, lo habían hecho blanco de su odio; difamáronlo por medio de la prensa y volvieron de nuevo a los atentados contra su persona. Fue entonces cuando el abate Bardessono dei Conti di Rigris publicó una breve biografía de Don Bosco, la cual los vendedores de periódicos se encargaron de repartir por miles de ejemplare7
"Don Bosco —decía el noble abate— es una estrella que brilla en el siglo presente y que indica el camino recto a loe buenos y a los extraviados. Su nombre, lo mismo que ahora está en la boca de todos, no morirá con el pasar del tiempcp.
Grande amigo era Don Busca de los Padres Escolapnm y admirador de San José de Calmsanz. Cuando iba a Roma to, dejaba de visitar "el Nazareno", y es de creer que cambia. rían impresiones sobre educación. Un episodio nos deja en_ trever la amistad y mutua confianza que reinaba entre ellos. Tenían los Padres una casa de campo en Albano, espaciosa y cómoda, para veranear con muchos de sus alumnos.
Ahora bien, en 1867 Albano fue azotado con una pestilencia que en pocos meses privó de la vida a quinientas personas. Los padres de los alumnos veraneantes se apresuraron a retirar a sus hijos. El Padre Rector, Alejandro Cecucci, temiendo, no sin razón, una desbandada, se lo comunicó a Don BOSCO, diciéndole veladamente que esperaba mucho de su influencia. El Santo le contestó con una carta, que, publicada y difundida, produjo el efecto deseado. En ella describía el Colegio Nazareno, sus admirables condiciones higiénicas y de emplazamiento, las métodos educativos, la competencia de sus profesores, su grande espíritu de responsabilidad, su amor a ]os educandos, ete., etc.; nombraba algunos de los grandes personajes que allí se habían formado, citaba algunos de 108 que en la actualidad lo asesoraban, entre ellos el mismo Pío IX; y ponderaba las excelentes condiciones de la villa de Albano, que daban absoluta seguridad moral contra el peligro de contagio. Terminaba la carta diciéndole:
"Estoy seguro de que éstas y otras razones barrerán de su ánimo toda preocupación, y vuestro colegio seguirá prestando sus valiosos servicios a la educación, correspondiendo a los deseos del Sumo Pontífice Pío IX, que, recordando los arios en que fue vuestro alumno, os da continuas pruebas de aprecio y confianza..."
EN ITALIA Y EN FRANCIA
Aun repitiendo algo, resumamos hechos.
Los ríos profundos —dice un proverbio griego-- corren lentos, pero corren. Don Bosco parecía la calma personificada. Nadie lo vio nunca agitado; y bajo aquella superficie tan plácida, siempre igual, se desarrollaba una vigorosa y continua intensidad de vida. Hacer mucho sin agitarse es privilegio de quien vive profunda vida, interior, con ese perfecto dominio de sí, que imprime orden y medida en el caudal de pensamientos que brotan sin cesar de su alma fecunda. Lo que someramente hemos visto de su vida, nos lo ha demostrado siempre en movimiento, pero sin la menor agitación, ocupada siempre en vastos pensamientos tendentes todos a la acción en direcciones muchas veces al parecer opuestas, pero unificadas por un solo pensamiento: la gloria de Dios y el bien de las almas. A esto se unió, en los últimos veinte arios, la solicitud por las fundaciones con que Dios extendía en el mundo la Sociedad Salesiana.
Crecía la fama de Don Bosco, crecían los éxitos de sus tilos en la educación, en la predicación, en la. beneficencia...; ello respondía a las necesidads del tiempo...; naturalmente hInnentaban por todas partes las peticiones de Oratorios Festine, de escuelas y colegios. En junio del 70 escribía a Don Bonetti: "Tenemos cuarenta peticiones para abrir casas e muy buenas condiciones. ¡Qué mies tan abundante!"
era su método en esto de fundar? Examinaba y discutía; des. pués, según el caso, elaboraba las condiciones, atando bien todos los cabos con previsora sagacidad, o alababa las ofertas, rogando aguardaran a que las circunstancias le perini, tieran complacer.
A su muerte, la Congregación Salesiana tenía casas eu casi todas las provincias de Italia, en Francia, en España, en América.
La primera fue la de Mirabello, en Monferrato, de la cual ya hemos hablado. En 1864 abrió la de Lanzo, pequeña pero activa ciudad situada no muy lejos de las estribaciones los Alpes. Los preliminares fueron más bien largos, porque el Municipio, a quien interesaba la fundación, presentaba bastantes cabos que atar. Abrióse en octubre, porque la necesidad era manifiesta. Su personal se componía de un sacerdote y seis clérigos con títulos para la enseñanza primaria y secundaria. Todos estos clérigos se distinguieron después en los diversos cargos que desempeñaron. Entre ellos se contaban los futuros Monseñores Costamagna, Lasagna y Fagnano y el Padre Evasio Rabagliati. Los principios fueron duros. El Municipio temía pasar por clerical; la juventud, soliviantada por las sectas, molestaba a los colegiales, apedreaba a los maestros y los locales del colegio, trataba de estorbar las clases con griterías y bochinches. En primavera murió el director y Don Bosco no pudo reemplazarlo, de modo que el colegio estuvo durante seis meses gobernado solamente por los clérigos. Don Bosco mantenía alta su moral por medio de cartas, de visitas, buscándoles protectores—Gracias a su espíritu de sacrificio, el curso terminó Con un verdadero triunfo en todo sentido. La partida estaba defia!- tivamente ganada. Hay que convenir que este colegio, dedicado a San Felipe Neri, fue su predilecto, en lo cual creemos, nos dejó de influir su posición topográfica y geográficw es alto, sobre la confluencia de dos corrientes de agua, cerca
Cosa de La Spenta. —El grande puerto militar hablo /2eyado a ser una ciudad fuerte del Protestantismo. Para contrarroatar su influencia fundó Don Bosco este casa, y la Cerio Te dio una parroquia adjunta. La lucha fas dura: Pero 1,af,PO quedó al fin por los Salemance, es decir, por la Iglesia Católica. tra `Tad persona figuró un modesto sacerdote de Altavi/la, lifonferrato, que grandes servicios CR, Colombia y Venezuela, Dan Martín Caropho, buen mütintibro y confesor metraordinario. Murió en Caracas en 1953, de más de noventa atice.
san Ignacio, con las montañas no lejos, con un valle rininhuo de un lado y una vasta llanura del otro, opulenta '
de mieses, de viñedos y frutales, amplia de horizontes y ya entonces con fábricas e industrias.
III En 1869 tuvo lugar en él un hecho que acabó de ganarle todas las simpatías del territorio y que tuvo eco en varias leguas a la redonda. La población fue invadida por la viruela. También en el colegio cayeron enfermos varios alumnos. Apresuróse Don Bosco a ir a visitar y confortar a sus hijos. Siete alumnos halló en cama.
—Bendíganos y cúrenos —le gritaban los chicos al verlo.
—Sí, os bendice María Auxiliadora. ¿Tenéis fe? —Si, la tenemos. —Entonces rezad conmigo. Y rezó las oraciones que acostumbraba. Y les dio la bendición de María Auxiliadora.
—¿Podemos levantarnos?
Se recogió un momento y les respondió: —; Sí, levantaos!
Y salió de la enfermería. Poco después el director entró. Había seis camas vacías y uno solo de los siete enfermos en cama, un tal Baravalle. El día era húmedo y fresco. Los otros seis estaban en el patio jugando con sus compañeros.
Preocupado, los llamó y examinó uno a uno. Ni sombra de pústulas, ni de fiebre, ni de nada.
Era el día de la distribución de premios. —que se hacía "democráticamente" por votación secreta de los alumnos—. gue llamado primero un tal De Magistris.
---;Enfermo! —grita el médico, que loe había visitado, corno todos los días, por la mañana.
El segundo, Passerini.
—¡Enfermo.' —grita el médico.
Y cuál no fue su estupor cuando los ve adelantarse a recibir el premio.
Qué imprudencia! —exclama, declarando que infalible. mente volverían las pústulas y se recrudecería el mal, coz terribles consecuencias.
Sin embargo tuvo paciencia para esperar hasta el fis, y subió a la enfermería con el director. En la cama estaba, hecho un ovillo, Baravalle, y estuvo veinte días más. Examinados los otros seis, los halló perfectamente curados. Le, dos premiados llegaron a larga y sana vejez, como profesores del Estado.
Siete años más tarde, en aquel mismo colegio, dio Don Bosco una recepción a los ministros de la Corona, que se hizo histórica, y demostró hasta dónde llegaba su "savoir fair" y su tacto diplomático: los recibió con banda y con todos los alumnos vestidos de gala en el patio adornado con banderas y guirnaldas, y la casa engalanada; les hizo gozar de la naturaleza, les dio un banquete, los entretuvo con su conversación interesante y amena, satisfizo sus preguntas, bromeando un poco y quitándoles o disminuyéndoles sus prejuicios contra el Papa y el Clero y... el Sacramento de la Confesión.
En aquellos tiempos causaba asombro, tanto en los ambientes eclesiásticos como en los seglares y políticos, ver a un sacerdote alternando con gentes del Gobierno, que era liberal y usurpador. Don Bosco explicó a los suyos, luego que se hubieron marchado los ilustres visitantes, su modo de proceder, y el criterio que quería siguiese la Sociedad Salesiana.
—;Pobre gente! No escuchan jamás una palabra dicha con el corazón, ni una verdad expresada sin herir. Yo les he dicho verdades como jamás habrán oído; pero como la verdad expresada así, se puede decir sin ofender, ellos me han escuchado complacidos, y sin ir a San Ignacio (casa de Ejercicios poco distante de Lanzo) tienen materia para meditar. Por otra parte, la enseñanza de Nuestro Señor es clara:
tapad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.' También esto hay que observarlo. Viéndose tratados con el corazón, es muy posible que, al menos en la hora de la muerte, deseen tener a un sacerdote a su lado.
Durante los cuatro años siguientes, sólo abrió un colegio, el de Cherasco, partido judicial de Mondoví. El personal apenas le bastaba para sostener los existentes.
La hermosa población de Alassio deseaba una fundación pasa artesanos pobres. Don Bosco, en cambio, teniendo en cuenta la índole de la población, propuso y fundó el asilo de niños pobres en Sanapierdarena, barrio industrial de Gé-1 aova, y dotó a Alassio de un gran colegio de enseñanza primaria y secundaria. Para no alarmar a las autoridades ministeriales, contrarias entonces a la influencia de la Iglesia en la enseñanza secundaria y universitaria, pidió sólo permiso para abrir un colegio de enseñanza primaria y un primer curso de Gimnasio, y con permiso de la Santa Sede compró en pública subasta un convento de Menores Observantes, que se quería dedicar a usos profanos.
Es digno de notarse que Don Bosco en un principio era enemigo de que se comprasen edificios secularizados. Pero hablando con el Papa trataron el asunto y el resultado de la conversación se lo dijo a los Capitulares en febrero de 1877:
—E1 Papa no sólo me autorizó, sino que me recomendó comprar edificios que hayan pertenecido a religiosos y convertirlos en colegios, porque es un modo de restituir a la Iglesia lo que le fue arrebatado, de devolverles a estas casas su finalidad primitiva, que es dar gloria a Dios y tratar de salvar las almas.
Esto sí, vez por vez, daba los pasos necesarios ante las autoridades eclesiásticas.
Al frente del colegio de Alassio puso a uno de los sale-limos que más gloria han dado a la Congregación, el Padre
Francisco Cerruti, a quien había acogido huérfano de padre y educada para doctorarlo en la Universidad de Turbe El colegio prosperó tanto, que aún hoy es una de las mejores casas que tiene la Congregación.
En 1872 fundó el hogar de Sampierdarena, poniendo a su frente a aquel otro hijo ilustre que se llamó Don pais, 'Libera, que fue luego su segundo sucesor; y el de Varazec población, como Alassio, de la "Riviera figure", prolongación' de la Costa Azul.
Con fecha 29 de agosto escribía a Monseñor Svegliattie "Actualmente tenemos cuarenta peticiones de Ayuntamientos para fundar colegios municipales, bajo la dirección libre de nuestra Congregación. ¡Ya ve cómo se vuelve a la antigua manera de pensar!" ¡Lástima que la escasez de personal no le hubiera permitido aceptarlas todas!
En el mismo año 1872 tomó a su cargo un colegio por el que no sentía grandes simpatías: el "Colegio de Nobles" de.tialsálice, fundado nueve años antes por una sociedad de eclesiásticos. Pero se trataba de salvar el honor del Clero turinés, porque estaba en vías de quiebra. El mismo Arzobispo, Monseñor Gastaldi, le rogó lo aceptara, más aún, se lo presentó como una obligación de conciencia. Inclinó, pues, la cabeza y se sometió a graves sacrificios, incluso pecuniarios. Y el colegio no sólo se salvó, sino que la Congregación demostró prácticamente que sus métodos y su sistema educativo no excluyen a ninguna clase de personas ni forma de educación alguna Una vez aceptado, no ahorró nada de lo que pudiera contribuir a potenciarlo según sus métodos y según su espíritu. Las familias bien acomodadas se alegraren infinito, pues deseaban para sus hijos una educación cree tiana, ya que para sustraerlos a las malignas influencias de la escuela laica, los mandaban a colegios católicos de Frani cia. Este colegio proporcionó a Don Bosco y a su Gong").
„telón nuevas relaciones con la aristocracia, procurándole nuevos bienhechores y cooperadores. Para dirigirlo nombró
uno de sus hijos, de familia y de trato señorial, el Padre Feanciseo Dalmazzo, y después de algún tiempo envió como prefecto o Administrador al Padre Juan Mareneo, que más tarde fue Nuncio Apostólico en Centro América y Arzobispo de Génova y murió cuando iba a ser proclamado Cardenal. gi colegio funcionó admirablemente durante quince años, y en 1887, un año antes de su muerte, le cambió destino, sustituyendo a los hijos de los nobles por los hijos de la Congregación, que hasta entonces vivían en casas no suficientemente dotadas de los elementos necesarios para su formación de educadores. Además, para entonces ya se habían fundado en Italia colegios para la aristocracia y la alta burguesía, dirigidos. por Congregaciones religiosas. Diríase que lo de Valsálice había sido un nuevo experimento en las miras de Dios. Entre loa profesores que allí actuaron estaba Don Antonio Aime, el que había de ser más tarde apóstol de Barcelona e Inspector Provincial de Colombia.
En la misma Riviera, que por ser tan hermosa y templada, era muy apetecida por gentes septentrionales que viven envueltas en nieblas y neblinas, fundó en Vallecrosia, cerca de Bordighera, un colegio para niños y otro para niñas. Ambos tenían por finalidad contrarrestar la influencia protestante, que se mostraba arrolladora, con verdadera fiebre proselitista.
En el gran puerto militar de Spezia se le ofreció y aceptó una, parroquia y a su lado edificó también un gran colegio y escuelas de artes y oficios. Esta fundación presentaba graves dificultades e imponía duros sacrificios; y la hizo también para contrarrestar el poder invasor del protestantismo. Se luchó caballerosa pero duramente durante diez años, hasta que el campo quedó completamente por la Iglesia.
Todas las formas de la actividad salesiana habían entrado en acción.
De cuando en cuando volvía a "soñar" sobre los acontecimientos del mundo. El 24 de mayo y el 24 de junio de 1872 tuvo el siguiente, que quizá tenga su perfecto cumplimiento en estos años.
Era una noche oscura, Los hombres no podían distinguir los caminos para volver a sus pueblos, De pronto apareció en el cielo une. tu esplendidísirna que alumbraba los pasos como en el mediodía. En ego momento se vio una multitud de hombres, de mujeres, de niños. de viejos, de monjes, de monjas y de sacerdotes, a cuyo frente plao, el Sumo Pontífice, saliendo del Vaticano y desplegándose todos en forma de procesión.
Mas levarttóse un furioso temporal, y oscureciéndose el cielo, par, cía que la luz rento dura batalla con las tinieblas. Entretanto se llegó a una plazuela cubierta de muertos y heridos, muchas de los cuales pedían auxilio en alta voz.
Las filas de la procesión se enrarecieron. Después de haber cann• nado por un tiempo equivalente a doscientas salidas de Sol, todas se dieron cuenta de que ya no se hallaban en Roma. El desaliento los Invadió a todos y se estrecharon en torno del Papa, para defenderlo y asistirlo.
En ese momento aparecieron dos ángeles que, portando un estas-darte, volaron a presentárselo al Pontífice, diciendo: Recibe el estandarte de Aquélla que combate y dispersa los inda fuertes ejércitos de la Tierra. Tus enemigos han desaparecido y tira hijos, entre !agrietas y suspiros, invocan tu suelta.
Poniendo luego la vista sobre el estandarte, velase escrito en un lado: Regirla Sacratissimi Rasar«. Y en el otro: Aurilium Christianorum.
El Pontifico tomó, lleno de alegría, el estandarte, pero contemplando el pequeñísimo número de los que le quedaban, se entristeció mucha
Los ángeles le dijeron: "Ve pronto a consolar a tus hijos. Escribe a tus hermanos dispersos en las varias partes del mundo, que es necesaria una reforma de costumbres y de ánimos. Esto no se puede lograr sino desmenuzando entre los hombres el pan de la divina Palabra se todos les pueblos. Catequizad a los niños, predicad eZ desprendimiento de los bienes y cosas ele la Tierra. Es llegado el tiempo. —concluyeron los ángeles— en que todos los pueblos serán evangelizados por tos mismos pueblos. Los levitas saldrdn de entre da azada, la pala y al martirio, a fin de que se cumplan las palabras de David: "He levantado del polvo de la gleba al pobre, para colocarlo en el trono de los príncipes del pueblo."
Oído esto, el Pontífice se puso en movimiento, y las filas de 1g Prc"
mon comenzaron a engrosar. Cuando puso el pie en la Santa Ciudad. emse a llorar por la desolación en que estaban los ciudadanos, porque rodios hablan desaparecido.
Reentrando en San Pedro entonó el Tedéum, al cual respondió un coro de ángeles cantando: Gloria in excelsia Deo, et in !erra pax horra-tunee vo/untatia.
Terminó el canto, cesó por completo la oscuridad y refulgió un
esplendidisimo sol.
Da ciudad, los pueblos, las campillas habían disminuido de población asaz. la tierra estaba corno batida por el huracán, los aguaceros torrenciales, el granizo; y las gentes andaban de un lado al otro, diciéndose: Rol Deus in
Desde el comienzo del destierro hasta el canto del Tedéum, el Solsalid doscientas veces. Y todo el tiempo que transcurrió en estas cosas corresponde a cuatrocientas salidas y puestas de Sol.
En 1878 extendió el campo de operaciones por el Oriente italiano con la fundación del doble colegio de Este. También aquí la finalidad de los promotores fue el preservar a sus hijos del laicismo y de la herejía. Como satélite se abrió el de hfogliano Véneto, a las puertas mismas de Venecia. En la primitiva intención, era una escuela agrícola, pero estudiadas bien las necesidades de la región y las conveniencias, se le dio otra dirección: colegio, y como tal funciona todavía.
Se habrá notado la gran flexibilidad de Don Bosco y su adaptación a las circunstancias.
De notoria importancia fue el traslado de la Casa Gene-randa de las Hijas de María Auxiliadora, de Mornese a Niza Monferrato. Se hizo por las Hermanas, pero también por los &lesionas que las dirigían. La Obra se había desarrollado y se desarrollaba a pasos de gigante, y Mornese era, sí, población recoleta y simpática, pero sin medios de comunicación y demasiado pequeña para lo que la Obra pedía. La casa de Ni.
za llegó a ser no solamente un excelente lugar de formaciót, sino un centro de cultura y de irradiación portentosa, su Escuela Normal formó y sigue formando generaciones de maestras que se desparraman por todo el Monferrato primero, por todo'el Piamonte luego y después por toda Italia, y formando Hermanas que, con su dotación de conociziet, tos y sus títulos oficiales prestaron y prestan sus servicios en colegios especiales para maestras y para señoras, como en Lanzo los había establecido para maestros, profesores y ea. balleros. Todavía están en vigor.
El año de 1879 tiene algo de particular: los extremos de la península se enlazan. Piamonte y Sicilia. En San Benigna Canavese, la primera casa de noviciado formal; en Randazzo, el primero de los numerosos colegios que florecen en la isla del sol.
"Los reglamentos son para loe hombres y no los hombres para los reglamentos", dijo en una ocasión Don Bosco. Si en un principio hubiera debido sujetarse a todas las prescripciones del Derecho Canónico, tal vez no hubiera podido fundarse la Sociedad Salesiana. Por eso Pío FX, tan comprensivo como santo, diole facultad para que sus primeros salesianos hicieran el noviciado en ciertas casas, trabajando en ellas al mismo tiempo que estudiaban o ayudaban en la asistencia y en las clases. Y la prueba dio frutos en extremo beneficiosos. En cambio, cuando ya la Congregación tenía suficiente número de personal para atender a los compromisos urgentes, podía, y debía sujetarse a la ley común. Con esto entraba la Congregación en lo que se llama su tercer período: había pasado por el legendario y por el heroico. Sin dejar de tener poesía y heroicidad —que de esto jamás podrá prescindir, sin dejar de ser lo que es—, debía seguir las normas comunes a toda institución ligada por votos religiosos'
El primer maestro de novicios no podía ser mejor eso gldo • lo fue el angelical Padre Julio Barberis, doctor en Sagrada Teología y dotado de una sensibilidad exquisita, de un grande amor al estudio y una adhesión incondicional a Don Bosco y a su espíritu. El local también era el más a propósito: una antigua abadía benedictina, con una grande iglesia, calcada proporcionalmente sobre la de San Pedro en Roma. Llamábase "Fructuario." y pertenecía al Municipio, quien se la cedió. De un lado, el noviciado; del otro, unas escuelas de artes y oficios y escuelas populares para los hijos de la región: que también esto procuró siempre Don Bosco: que las poblaciones que nos hospedan sientan los beneficios de nuestra actividad docente y evangelizadora.
Para la fundación de Randazzo mandó a un salesiano que parecía hecho para aquella tierra : Don Pedro Guidazzio, cuyo nombre resuena todavía como eco de bendiciones en aquellos sitios.
Fundó luego en Catania y en otros puntos. A la Sicilia le dio también cinco fundaciones de Salesianas: Bronte, Catania, Trecasta.gni, Mascali y Cesaro. En Bronte, además de las escuelas y colegio, las envió para que se encargasen del hospital.
En 1880 puso el pie definitivamente en Roma, llamado por el mismo Papa y los Cardenales.
En Florencia y Faenza en 1881. También aquí lo hizo para secundar los deseos de los Prelados, los cuales deseaban fundaciones que contrarrestasen victoriosamente la ingente labor de las sectas. Estas lo sintieron en lo vivo. Y movieron guerra despiadada, especialmente a los Oratorios Festivos. En la lucha se crecen los hombree como en las tempestades se arraigan los cedros y los robles. Muchos creían que Don Rosco, espantado, retiraría a sus hijos. ;Bueno era él para eso Y buenos ellos? Con fecha de 17 de septiembre de 1883, escribe al canónigo Gavina: "He oído con gran pena las cosas cine hacen difícil la obra encaminada al bien de la pobre juventud en peligro. ¿Debemos abandonar el campo al enemigo? ¡Nunca jamás! En los grandes peligros hay que redoblar las esfuerzos y los sacrificios." Todas las formas de la actividad salesiana, incluso las parroquias y las escuelas agri. colas, se desarrollaron y se desarrollan en aquellas previa. cias.
Don Cenia, después de enumerar y describir todas las fun_ daciones hechas por Don Bosco, hace esta observación: To. das estas fundaciones o comenzaban con el Oratorio Festivo, o no continuaban sin Él. En todas partes el Oratorio Festivo, llevado según el espíritu de Don Bosco, se revela como medio irresistible de penetración religiosa en los estratos populares,
El 1875 es el año de la fundación en Francia y también en Argentina; de ésta hablaremos al hablar de las Misiones. Niza fue la ciudad privilegiada. Sus instrumentos providenciales, el abogado Michele y el barón Héraud. La hermosa ciudad contaba ya con muchas instituciones educativas; pero faltaba una para los niños pobres. Ninguna casa salesiana comenzó tan modestamente, si exceptuamos el Oratorio. Una vieja hilandería en arriendo, unos pocos muebles, trescientos metros cuadrados de patio en el jardín del Obispo, lo estrictamente necesario para comer, y... una inmensa buena voluntad. El director, italiano de la frontera, tenía un apellido francés, Don Ronchail, y hablaba corrientemente la lengua aprendida de los labios maternos. Don Bosco le mandó con algunos niños nizardos que tenía en el Oratorio, y unos argelinos que le había confiado el Cardenal Lavigerie. COMO Padre los visitaba con relativa frecuencia. Antes de un mes ya estaba allí. Los halló contentos y llenos de buen espíritu. Escribió a Don Rúa: "Mucha benevolencia, mucho entusias
mo por nosotros y para el nuevo asilo, que tiene las mismas bases que el de Turín. Roguemos para que Dios bendiga esta nueva empresa." Y Dios la bendijo. La casa prosperó y hoy es una de las mejores con que cuenta esta Sociedad en Francia. patronage Saint Pierre se llama esta casa. En ella brilló como el Sol el Padre Luis Cartier.
Después de Niza, Marsella. Cuando fue a fundar, alber,,Óae en casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Cuando se puso a confesar a los alumnos, éstos se dieron cuenta de que leía en las conciencias. Puede imaginarse las simpatías y el respeto que ello le ganó, tanto dentro como fuera. Patronage Saint León es su nombre.
.... La tercera se la impuso la misma Virgen Santísima; a él no le gustaban mucho las Escuelas Agricolas; pero Ella, apareciéndosele en forma de pastora, rodeada de niños campesinos, le dijo que "también ellos eran sus hijos y que quería que se dedicase también a ellos". Con más detención lo veremos más adelante.
En 1879 abrió una pequeña casa en Chalona, Saboya, poniendo por director al antiguo Conde Cays de Giletta y Caselette. sahoyano de estirpe.
h. El 84 fundó en Lila y en París.
La casa de Santa Margarita, en los alrededores de Marsella, tiene una historia curiosa: se la anunció tres años antes a Don Cartier y al Abate Guiol.
"Tengo a mi disposición una casa grande, con árboles, una avenida de pinos y una corriente de agua." En realidad 50 tenía nada. Pero la había visto en sueños. Y en 1883 vino a sus manos. Allí puso su noviciado francés. Hoy está allí el de las Hijas de María Auxiliadora.
Todas estas casas, menos tres, resistieron victoriosas el ciclón de las persecuciones y supresiones que se desataron en 1902.
EN ESPAÑA
Finamente observa Cenia que Don Bosco estuvo tres ye. ces en España: primero, con sus obras; luego, con el milagro de la bilocación (viniendo su "doble" a Sarria), y finalmente, en persona.
Parece una graciosa broma andaluza la manera como vi-Meran los Salesianos a España. El marqués de Casa Ullos., queriendo abrir en Utrera —su patria chica— un instituto para niños huérfanos o pobres, se dirigió al Superior de una conocida Orden religiosa, y le rogó que se pasase por su casa de Sevilla para concertar la fundación. El Superior fue dos veces al palacio del marqués y, no hallándolo, truncó todas las relaciones. Entonces el marqués se dirigió al señor Ara. obispo. Monseñor Joaquín Lluch y Garriga, carmelita, pidiéndole consejo. El Prelado, que había conocido y tratado íntimamente a los Salesianos en Luca (Italia), le aconsejó traerlos. Para el gentilhombre, que nada sabía de Salesianos ni de sus obras, la conversación con el santo carmelita fue una verdadera revelación. Entusiasmado y esperanzado, rogó al Arzobispo escribiera a Don Bosco.
También al Santo halagó la propuesta y la perspectiva; pero careciendo en absoluto de personal, se tuvo que limitar a dar esperanzas. Esto sucedía a fines de 1879.
Pero como atraído por una misteriosa intuición, al comenzar el año 1880 envió al Padre Juan Cagliero —el futuro Cardenal—, acompañado del fidelísimo Hermano coadjutor José Rossi, ducho en estos menesteres por haber actuado en las fundaciones de Francia, a explorar el terreno. Llegó Cagliero al palacio arzobispal, casualmente (!) cuando estaba, el marqués de Casa Ulloa departiendo con el Prelado. Era el 24 de enero. El Arzobispo se manifestó contentísimo de recibir a los hijos de Don Bosco, los abrazó con efusión y direndidas gracias a Dios por les perspectivas que se le abrían a su Archidiócesis.
Estaban con el marqués su hijo Antonio y su yerno don 5m-ique Muñoz. El marqués tenía ya setenta y un años, era varón chapado a la antigua, de fe robusta y caridad ardiente. Desde aquella entrevista con el Arzobispo, le pedía todos los dial al Señor la gracia de no morir sin ver a los Salesianos instalados en su querida Utrera. Toda su familia, animada de idénticos sentimientos, lo secundaba en sus deseos. Ante
todos l Arzobispo hablaba con entusiasmo de Don Bosco ye de su Obra todas las veces que se le presentaba la ocasión.
Marqués, hijo y yerno marcharon con los dos salesianos a Utrera. El señor Arzobispo había avisado apresuradamente Bosco ellos, o e al Vicario de Utrera, de modo que todo el Clero se puso en movimiento para dispensarles un recibimiento digno. Otro tanto hizo el señor alcalde, don Manuel Labat y Martínez del Campo, excelente católico, quien no sólo salió a su encuentro al frente de una buena representación de las fuerzas vivas y del pueblo, sino que, no contento con esto, durante varios días los acompañó personalmente a ver las iglesias, escuelas y principales establecimientos de la ciudad.
Desde aquel primer día quedaron establecidas las cordiales relaciones que han hecho del Colegio Salesiano de Utrera un centro de irradiación cultural y religioso y en breve un colegio de primerísima importancia.
La villa tenía entonces algo más de doce mil habitantes, "más bien un poco flojillos en asuntos de religión", de lo que se aprovechaban los protestantes para su proselitismo; que, por una de esas contradicciones tan frecuentes en la humanidad, y especialmente entre las sectas protestantes, no fiándose de la inspiración privada del Espíritu Santo, que ellos proclaman, tienden a invadir los dominios donde la Iglesia Católica desarrolla tranquilamente su labor.
Padre y marqués se entendieron fácilmente en el asunto de la fundación; que si el uno era abnegado, como buen salesiano, el otro era generase, a fuer de buen español. La fui. ilación quedó, pues, aceptada, en principio, pendiente de la aceptación de Don Bosco, que Cagliero daba por descontada, más si se tenía en cuenta que, también casualmente (!) era el tiempo en que Don Bosco daba cima a sus fundaciones de Turín, Alassio, Varazze, Spezzia y Bordighera, precisamente para contrarrestar la influencia protestante en regiones italianas.
Como Cagliero había previsto, el Santo Fundador aceptó; pero sólo en principio, reservándose la fecha de abrir formalmente la casa.
La ciudad tenía varias iglesias, algunas de ellas verdaderas catedrales, pero que por falta de Clero estaban casi siempre desiertas, y entre éstas el Arzobispo dijo a Cagliero que escogiera la que más le gustara para que sirviera como centro del colegio. El escogió la de Nuestra Señora del Carmen, como la más cómoda para la población y también como la más distante de la parroquia. Un inconveniente había, y era el ser la casa demasiado pequeña para que la Comunidad pudiera desarrollar su labor. El marqués puso entonces a su disposición, temporalmente, la suya propia, que se levantaba allí cerca.
Llegó la fiesta de San Francisco de Sales, se le dio solemnidad, y el Padre Cagliero dio la Conferencia Salesiana, explicó claramente lo que es la "Pía Unión de los Cooperadores", y después de ella, inscribió los primeros "Cooperadores Salesianos", cuya lista se apresuró a mandar a Turín.
El Padre no daba un paso sin informar detalladamente Don Bosco, y también a Don Rúa, como el mismo Don Bosco se lo había recomendado. Son bellísimas las cartas que les escribió, salpicadas del buen humor monferrine y sazonadas. de sal andaluza; que por algo era artista y poseía extraordinario don de asimilación. Partió dejándose conquistados todos les corazones. En Sevilla le volvió a recibir el señor Arzobispo colmarlo de cariñosas atenciones. Refleja sus sentimientos en dos cartas, una a Don Rúa y otra a Don Julio Barberis, el maestro de novicios. Al primero le dice:
,T1 señor Arzobispo nos quiere en su Sevilla y en otros untos de su dilatada archidiócesis. Quiere ser verdaderamente el padre de los Salesianos. El señor marqués de Casa Ulloa, si, hijo y su yerno y el señor alcalde, con sus respectivas familias, quieren ser los primeros Cooperadores Salesianos de España. Rodando por el mundo, ya teníamos nosotros idea de cortesía y de fraterna bondad; pero el primado creo lo tenga España, y en especial Andalucía."
Y al segundo:
'De nosotros se forman un ideal tan grande, que me causa miedo. Di, pues, a tus novicias que se preparen bien; pudiera suceder que varios de ellos los tenga Dios destinados a venir a hacer milagros en este vastísimo y ubérrimo campo de trabajo. Y piensen que es la tierra de las Teresas de Jesús, de los Ignacios de Loyola, de los Domingos de Guzmán, de los Juanes de Ávila, de los Alfonsos Rodríguez, de los laido-ros y de los Tomases de Villanueva..." Y, efectivamente, entre los novicios que oyeron leer y comentar esta carta estaba aquel a quien la Divina Providencia destinaba a consolidar, organizar y extender la Obra Salesiana en España: el Siervo de Dios don Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco.
Solamente a principios del año 1881 pudo San Juan Bosco enviar el personal para fundar definitivamente la casa, y lo mando acompañado del mismo Cagliero. Entraron el 16 de febrero. Los utreranos les dispensaron un gran recibimiento, y desde ese primer instante sintonizaron como si siempre se hubieran conocido y tratado. Y es que tanto Salesianos como andaluces tienen como principal motor de sus acciones el corazón.
La música, el canto, el rezo en común, la alegría expansiva del espíritu salesiano encontraron en aquellas almas una correspondencia muy natural y espontánea.
El primer Director fue Don Juan Branda, avispado , santo varón, a quien Don Bosco había recogido niño, buér. fano de padre. Designado Director de Utrera el día de Saau Teresa, en 1880, Je dijo Don Bosco, paseando bajo los pár ticos del Oratorio, y mirando hacia la cúpula de /slarh Auxiliadora:
—Ahora vas a Utrera, a Andalucía, la tierra de Mark Santísima. Utrera será una cuna. En Utrera nos preparare mos para grandes obras en toda España. De aquí a no muelle una señora, hoy casada, en Barcelona (y mira que no esto] soñando), al quedar viuda nos invitará a fundar una mal en aquella ciudad, y tras ésa fundaremos muchas...
Viudez, invitación, fundación y fundaciones, todo se ve rificó a la letra, y Don Branda pudo comprobarlo en su mis ma persona.
La aludida o vista en sus sueños no durmiendo, era h Sierva de Dios, doña Dorotea Chopitea de Serra, por clip Causa de Beatificación y Canonización pedimos oraciones nuestros lectores.
En cuanto a Cagliero, como su misión era de exploraciór e información, una vez hubo dejado funcionando la casa 1 Utrera, recorrió gran parte de España y Portugal, suscitand( y recibiendo en dondequiera tan gratas impresiones, que a convirtió en un panegirista entusiasta de la Península Ibé rica. Y como no tenía facultad para fundar, ni Don Bosc( personal para mandarle, regresó a Turín con el alma sato rada de optimismo como un singular don de Dios.
Los compañeros del Padre Branda fueron: Don Ernesh Oberti, Don Carlos Pana, Don Francisco Atzeni y los coadju tores don Miguel Aranda y don José Goitre.
Inmediatamente después pidieron Salesianos los Obispo de Málaga y Valencia, mas no fue posible complacerlos poi entonces.
ele de Littera (Sevinu), primero. Casa Balesiano su Espafia. Yme,,,,b, por Don Bosco inimmo, quien efeviti para abrirla al futuro CordenaL Coolicro 0881).
Mlo. D. Jnan Brand°, primer Director de la cara de ritrert1 can pasó a BarCeknia-Sarria. Recibió dos visitas de Don BOSCO. 7a primera, misteriosa, en un cara de bi/ocricida.. La .arada i' mute se mea entero, Varón de sólida piedad ',Mirla en 1104`i C172bre de 1927.
La Fundación de Barcelona-Sarriá
La casa de Utrera, curia y módulo de las demás fundaciones saiesianas de España, hubo de pasar, naturalmente, sus dificultades, y corno el roble robusto de las montañas, se afirmó con ellas, ascendiendo victoriosamente y al mismo tiempo conservando el aroma de lo primigenia: se respiran siempre en ella auras primaverales. En todo esto se ve la bendición del Padre a su primogénita. Su progreso, que es grande, no le ha quitado —¡y ojalá no se lo quite nunca!— ese sello de juventud.
Afirmada esta casa, Don Bosco deseó fundar en Barcelona, donde le había indicado la Virgen, haciéndole conocer, por inspiración, a la persona que había de ser el instrumento principal de sus designios, y de lo cual, según hemos visto, habló a Don Juan Branda al encargarle la dirección de la fundación utrerana. Esta persona era doña Dorotea Cho-pites de Serra, que acababa de enviudar. Su marido, don José María Serra, acaudalado patricio y más rico aún en virtudes, al morir le había dicho:
—Haz, esposa mía, todo el bien que puedas, sin hacer caso de los hombres.
Doña Dorotea, que ya venía ejerciendo en mil maneras, inteligentísimas, su caridad práctica y ardiente, se encendió aún más en sus anhelos. Había fundado las "Salas de Asilo" para niñas pobres, que habían alcanzado un espléndido desarrollo y rendían copiosísimos frutos. Llavíaule de todas partes plácemes y bendiciones; pero ella no se sentía satisfecha: la torturaba, martilleante, el pensamiento de loa Peligros sin cuento que acechaban a sus protegidos al salir de las "Salas". En efecto, eran lanzados al mundo al cumplir los doce años, precisamente cuando, por la adolescencia, se sienten más fuertes las seducciones del mal. ¿Qué sería de ellos en esos talleres, en esas fábricas, donde pululaba ya el socialismo? Era necesario remediar el mai; y en su mente apuntó una idea de alta sociología: habría que fundar zas nueva institución como complemento de las llamadas "Salas de Asilo".
Revolviendo en su magnánimo corazón esta idea y aus. cando los medios de realizarla, se le ocurrió que podría encargar de esa obra a un celoso sacerdote barcelonés. Habló de ello con un pariente suyo, el cual le respondió:
— Muy bien; pero, ¿no ve usted que esto no ofrece ga, rantías de solidez y duración? ¿En qué pararía la complicada, y delicada obra que usted planea, el día que ese buen sacerdote faltara?
La dama sintió con pena que su hermosa idea se desvanecía. Pero el pariente la consoló:
— Recuerdo haber leído que recientemente se ha fundado un Instituto Religioso, con el fin, precisamente, de recoger niños, hijos de obreros, y enseñarles un oficio, a la vez que formar su corazón e instruirlos en las máximas cristianas.
Se dieron con ansia a buscar el papel donde estaba la noticia, y hallado que lo hubieron, se enteraron de que "unos religiosos, recientemente fundados en Turín por un santo sacerdote, llamado Juan Bosco, habían establecido, en la ciudad de Utrera (Sevilla), el año 1881, un asilo para niños pobres y un Oratorio Festivo".
Imposible decir la alegría que experimentó el corazón de la santa mujer. ;Estaba resuelto el problema: Religiosas educadores a la par que maestros de taller!
Como dama prudente, cercioróse de la existencia de la fundación de Utrera, y sin más, le escribió al Director.
;Figurarse también Ios sentimientos de Don Juan Branda al recibir esta carta! Veía realizadas las palabras que le había dicho el Padre dos años antes, paseando bajo los pórticos del Oratorio. Corrió a la iglesia a desahogar su corazón y en seguida contestó a doña Dorotea, que él no podía hacer nada por complacerla, pero que escribiera a su Superior, Don Bosco, residente en Turín, y que él también le escribiría.
la ,así lo hizo la Sierva de Dios y así entró en contacto con Don Bosco y su Obra.
También fue grande la alegria del Santo. Pero le contesté que por más que lo deseara, no podía complacerla en el acta por falta de personal; que tuviera un poquito de paciencia.
A principio de 1883 le envió a dos de sus más preclaros hijos para tratar el asunto: Don Juan Cagliero, a quien ya conocemos, y Don Pablo Álhera, Inspector de las casas de Francia, y su futuro sucesor.
Fácil era el entenderse. "Doña Dorotea propuso —dice la Crónica— comprar la finca denominada "Torre de Prats", en las cercanías de Barcelona, de excelentes condiciones de salubridad, cercana al ferrocarril que de Barcelona conducía a Sarria, y cuyos propietarios facilitarían la adquisición, dada la finalidad." Y en el acto entregó cien mil pesetas para la compra del terreno y los primeros gastos de instalación.
En seguida pusieron manos a la obra para la ejecución de proyecto tan acariciado.
Don Bosco le dio al Padre Branda carta de Obediencia para Barcelona-Sarria. Y al llegar éste, la Sierva de Dios lo hospedó durante un mes en su casa.
Desde el primer momento, el ejemplar salesiano descubrió en doña Dorotea, más que una simple fundadora, una verdadera madre de los Salesianos y de sus niños, de quienes cuidó con tanta solicitud y maternal cariño, que no había nada más que desear. Compraba Ios muebles, procuraba alimentos, visitaba a menudo la casa para reconocer sus necesidades y ponerles remedio, lavaba y remendaba con sus propias aristocráticas manos las ropas de la sacristía y de la cocina y las de los mismos niños...
Y con hacer tanto, era tal su delicadeza y finura, que no había la menor intromisión en los asuntos de casa, si ya no era adelantarse a proveer algo que su maternal preví, Sión le hacía adivinar haría falta, o simplemente se pudiera desear, como chocolate para una fiesta, pastas o frutas pare un postre extraordinario, una botella para obsequiar a un, visita y hasta mi juego de cama para hospedar a un Pre. lado...
Como anécdota curiosa y que indica la delicadeza de su conciencia y el concepto que tenia de la Justicia, cuéntase que un día mandó ponerles medias suelas a sus zapatos, y el maestro le puso una cuenta muy alta. La dama hizo valuar por un técnico el trabajo, y llamando al maestro, le dijo: "En justicia este trabajo sólo vale tanto. Y sólo eso se debe cobrar, sea quien sea el que lo encarga. Tengan en esto nue cho cuidado."
Y sonriendo fuese a la cocina a ver lo que se necesitaba para una fiesta que estaba próxima.
Siempre que podía, oía su Misa en la capilla de los niños, rezando con ellos, comulgando con ellos y entretanto viendo lo que pudieran necesitar. Razón tuvo Don Bosco en llamarla "la mamá de los Salesianos y de sus niños".
EN INGLATERRA
Antes de terminar su carrera mortal Don Bosco fijó su mirada en la. "Isla de los Santos" y en la "Ciudad del Santísimo Sacramento". No podía olvidar las recomendaciones de Domingo Savio.
Don Bosco era bastante conocido en Inglaterra y tenía muy buenas relaciones. En Roma tenía muy buenas amistades inglesas. Con ingleses se encontraba frecuentemente en la Costa Azul. Los dos seminarios, inglés e irlandés de Roma le agasajaron siempre que iba a la Ciudad Eterna; más aúa, renovaron con él una costumbre que tenían con San Felipe Neri: no marcharse a sus tierras sin la bendición del Santo.
y cuando no lo veían en Roma iban a buscarlo a Turín. Además los nobles ingleses que llegaban a Turín, nunca dejaban de ir a visitar el Oratorio, guiados por la nobleza turinesa. Así fue visitado en 1887 por el secretario del Consejo general londinense de la Sociedad de San Vicente de Paúl y por otros caballeros que le acompañaban. De esta visita dejó una relación la corresponsal del Ifforith (enero de 1884), aíiadiendo que Don Bosco deseaba fundar en Londres. He aquí por qué la Sociedad de San Vicente de Paúl se dirigió a él en favor de la juventud pobre y abandonada de aquella colosal metrópoli. Como en España, como en Francia y en Bélgica y las naciones americanas, era el aspecto social lo que más los atraía en la Obra Salesiana. "En esta ciudad, de cuatro millones de habitantes, sólo tenemos un asilo para la juventud obrera" —le escribía el secretario de las "Conferencias".
La mayor dificultad era la falta de personal de lengua inglesa, aunque a esto estaba ya proveyendo. Algún tiempo antes le había visitado el irlandés Monseñor Lynch, Arzobispo de Tóronto, en el Canadá, y le había prometido buscarle algunos buenos sujetos en su Patria. Y como lo prometió, así lo hizo. En efecto, siete seminaristas que venían a Italia para prepararse al sacerdocio, antes de trasladarse al lugar establecido, pasaron por el Oratorio a saludar a Don Bosco por encargo del Arzobispo. Llegaron de improviso mientras Don Bosco celebraba, y después de celebrar se puso a confesar. Lo esperaron, y cuando se levantó, se le acercaron, amabilísimos. tl advirtió que estaban en ayunas. Los invitó y en el trayecto de la iglesia al refectorio les dio una leccioncita de italiano, enseñándoles los verbos mangiare, bere, giotare (comer, beber, jugar). Les enseñó después el Oratorio. La bondad del Santo los ganó. La vida del Oratorio los encantó. El jefe del grupo, Patricio O'Grady, le dijo que estaba decidido a quedarse con él. Otros tres siguieron el ejemplo: Carlos Redahan, Patricio Diamond y Francisco Donnellan. Los tres primeros murieron siendo sacerdotes, en avanzada edad; el cuarto murió siendo clérigo en el Oratorio el 19 de
octubre de 1885, y Don Bosco vio su alma que entraba e Cielo. A estos irlandeses se añadieron otros y alguno que otro inglés, de modo que en 1887 el Santo pudo disponer de buen personal para fundar dignamente.
Contribuyeron no poco a ello la condesa de Stakpool, que lo llamaba para la parroquia de su patronato, y el Arzobispo Kirby, rector del Seminario irlandés de Roma. Este Prelado lo animaba siempre y en sus visitas a León XIII le hablaba de esta fundación, de lo cual el Padre Santo se alegró mucho, y bendijo la obra con efusión. El lugar escogido fue Battersea, barrio popular entonces pobrísimo de la diócesis de Southwark, margen derecha del Támesis, donde la condesa había construido una iglesia parroquial y un asilo para niños pobres. De esta casa dijo Don Bosco, cuando le hacía presente la miseria del barrio:
—En Battersea tendremos una grande iglesia y vastos patios. Esa casa llegará a ser una de las más importantes de la Congregación.
Los Salesianos salieron de Turín eI 14 de noviembre: dos sacerdotes, uno inglés, otro irlandés y un coadjutor italiano. Les dio cartas de presentación para sus amigos, entre ellos el duque de Norkfol y el cónsul de Italia. Bastantes años más tarde la condesa de Stackpool, hablando con el conde Cays, le decía:
—¡ Oh Don Bosco! Tengo todavía fresco en mi mente el timbre de su voz, sus palabras, su mirada, sus bendiciones. S
La fundación en Lieja fue obra conjunta del gran Obispo Doutreloux y de María Auxiliadora. El primero insistía con el Santo, que no tenía personal; Ella le mandó que accediera a los deseos del Prelado y él... accedió.
"Usted no debe ir a las Misiones", le había dicho Don Cafasso; pero el celo heroico de Don Bosco por la salvación de las almas debía, por medio de sus hijos, obtener copiosos frutos aun en el campo de las Misiones católicas. ¡Cuántas veces, al pensar en el gran número de regiones que yacían aún en las tinieblas de la idolatría, manifestaba el deseo de llevar la luz del Evangelio a lugares no conocidos de otros misioneros! Desde el año 1848, Santiago Bellia le oía exclamar:
—¡ Oh, si tuviese muchos sacerdotes y muchos clérigos: Los enviaría a evangelizar la Patagonia y la Tierra del Fuego. ¿Y sabes por qué, querido Bellia? ¡Adivínalo! Porque quizás ea el lugar más necesitado de misioneros. Ya sabes el motivo: porque esos pueblos han sido hasta ahora los más desamparados.
En efecto, ¿quién pensaba entonces en ellos.? Aquellas tierras eran casi totalmente desconocidas aun para los más meticulosos geógrafos. Los Gobiernos de Argentina y Chile hacían tan poco caso de sus habitantes, que ni siquiera los incluían en las estadísticas. Hasta en Roma eminentes Prelados, en 1874, juzgaron utópicos los designios de Don Rosco, Y un Cardenal soltó la bromita de que Don Bosco quería evangelizar los herbajes de las Pampas. Pero él sabia lo que había, lo sabía porque era un lector asiduo de los "Anales de la Propagación de la Fe" y de los diarios de los viajeros y navegantes; lo sabía también por sus "sueños", corno el del niño Cagliero, en los cuales vio a los indígenas de as Pampas y vio también los gauchos, que sin ser salvaje. también tenían necesidad de misioneros.
A fines de 1874 eran ya más de cincuenta las peticiones de nuevas fundaciones salesianas en varios puntos de jul. lis de Asia, de Africa y de América; y a pesar de esto, po, viendo la mirada en la América boreal, conoció que allí esta, ban los misteriosos seres de sus sueños.
A esto no llegó de un golpe, porque si vio los tipos humanos, no se le manifestaron desde un principio las regiones donde habitaban.
Primeramente creyó que eran los pueblos de la Etiopía, Esta idea se enlazaba con una visita que hizo al Oratorio Monseñor Comboni, todavía simple sacerdote; pero cuando se informó de las circunstancias de aquel país, desechó la idea de misionar en él.
Pensó en las regiones cercanas a Hong Kong; pero vino a Turín un misionero de aquellas partes en busca de almas generosas que quisieran seguirle, y entró en relaciones con él; así pudo conocer que no eran aquellos los pueblos que había visto en sueños y que, por tanto, Dios le asignaba.
Estudió luego las misiones de Australia; pero cuando se informó del estado y de la índole de aquellos habitantes, juzgó que tampoco aquel país era el que había visto.
De Australia su pensamiento pasó a la India; se procuró libros y habló con sacerdotes ingleses que habían venido de allí, y durante algún tiempo creyó que el sueño se relacionaba con el Indostán, con Australia, en la cual pensaba nuevamente. En efecto, hablaba con entusiasmo de aquellos países y recomendó a alguno del Oratorio que estudiase el inglés, tanto más cuanto en Roma se pensaba en confiarle un Vicariato Apostólico en aquellas regiones.
pero he aquí que, en diciembre de 1874, debido a los buenos oficios del señor Gazzolo, cónsul de la República Argentina en Savona, recibió de Monseñor Federico León Aneyros, Arzobispo de Buenos Aires, y de Monseñor Cecarelli, párroco de San Nicolás de los Arroyos, apremiantes y afectuosas invitaciones para enviar a sus hijos a aquella República. Entonces fue cuando vio claramente que los salvajes del sueño eran los habitantes de aquella inmensa región, en aquel tiempo desconocida, que ea la Patagonia.
Desde aquel día no se apartó de su mente eI pensamiento de las futuras Misiones, y según su costumbre, se propuso sacarle todo el jugo posible. Llegaron de América nuevas cartas, y el 29 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, reunió a todos los Superiores y alumnos en el salón de estudio y desde el escenario que entonces se improvisaba para las grandes ocasiones, rodeado de todos los miembros del Capitulo, de los Directores de las casas y hallándose presente y de gran uniforme el cónsul, hizo que éste diera lectura a las últimas propuestas.
Contestóle diciendo con gran ponderación que por su parte aceptaba y que sólo faltaba la aprobación del Padre Santo.
El entusiasmo de los asistentes fue indescriptible. Muchos pidieron los inscribiera. Contestóles que era asunto que debían pensar ante el Señor; que allá debían ir sólo voluntarios decididos a sacrificarse. Por tanto, los que se sintieran con ánimo, hicieran la petición por escrito.
Partió para Roma y rogó al Cardenal Bernabó que hablase del asunto al Papa. No le pareció al Eminentísimo que era llegado el caso de fundar una misión para la Patagonia, porque era una región deshabitada; pero el Siervo de Dios habló personalmente con Pío IX, quien encargó al Cardenal Franchi abrir una información, la cual, como resultara favorable,
fue bastante para que el Papa aprobara la nueva Mi Desde aquel momento se dio Don Bosco a prepararla, aquella grandiosa minuciosidad que ponía en las cosas.
Diez fueron los elegidos para la expedición a América: el Doctor en Teología Don Juan Cagliero, el profesor Don i José Fagnano, destinado como director al Colegio de San Nicolás, el sacerdote Don Valentín Cassini, el sacerdote Don Domingo Tomatis, licenciado en Filosofía y Letras, el sacerdote Don Juan B. Barcino, el sacerdote Don Santiago Allavena, los coadjutores Bartolomé Scavini, maestro carpir_ tero, Bartolomé Molineri, maestro de música vocal e instrumental, Vicente Gioia, cocinero y maestro zapatero, y Esteban Belmonte, músico y encargado de la economía doméstica,
Don Bosco los mandó a Roma para recibir la bendición del Padre Santo. El Vicario de Jesucristo, el 1 de noviembre, después de haber recibido en primer lugar al Padre Cagliero y al cónsul señor Gazzolo, se presentó a todos exclamando:
—¿Dónde están mis misioneros? ¿Vosotros sois, pues, los hijos de Don Bosco que vais a lejanas tierras a predicar el Evangelio? ¡Deseo que crezcáis en número, porque la necesidad es grande y copiosísima la mies.
Y volviéndose a cada uno lea dirigió amables frases; después los bendijo afectuosamente.
De vuelta en Turín este generoso grupo de misioneros, Don Bosco preparó en grande la función de despedida. Tinta iba a presenciar una cosa hasta entonces nunca vista. Partir de Turín una expedición de misioneros a tierras lejanas tenía para todos los turineses la grandeza y novedad de una epopeya. Fijó para ella el 11 de noviembre, día de San Martín de Tours, patrono de Buenos Aires. Alumnos, Superiores, bienhechores, Hijas de María Auxiliadora y muchas otras personas tomaron parte activa en ella.
Por la mañana fueron a cumplimentar al Arzobispo, tea, habiéndolos visto en Roma, había manifestado deseo de bendecirlos solemnemente en la Metropolitana el día de Todos los Santos. Después asistieron en el Santuario de Mada Auxiliadora al bautizo de un joven valdense que, después de haber frecuentado el Oratorio, abjuró sus errores para entrar en el seno de la Iglesia Católica. El Padre Cagliero recibió la abjuración y le administró el Bautismo sub candituvir., inaugurando así a los pies de María Auxiliadora el apostolado que se proponía continuar en el Nuevo Mundo.
Por la tarde se cantaron Vísperas. La iglesia estaba rebosante de fieles. Al Magníficat los diez misioneros desfilaron de dos en dos por el presbiterio juntamente con el cónsul señor Gazzolo, y ocuparon los sitios destinados; los sacerdotes vestían el majestuoso manteo español; los coadjutores, traje negro; en torno de ellos, todos los sacerdotes con roquete, encontrándose presentes los directores de todas las casas que tenía entonces la Sociedad.
Don Bosco subió al púlpito para pronunciar el discurso de despedida. Cuando apareció, una conmoción general se apoderó del auditorio que llenaba el templo.
—Nuestro Divino Salvador —empezó diciendo—, cuando estaba en la Tierra, antes de ir a su Padre Celestial, y reunidos Ios Apóstoles, les dijo: He in mundum untiversum... clavete ontnes gentes... praeciteate Evangelium ornad creaturae. Id por todo el mundo... enseñad a todas las gentes... predicad el Evangelio a todas las creaturas. Con estas palabras daba el Salvador no un consejo, sino una orden a sus Apóstoles, a fin de que llevasen la luz del Evangelio a todas las partes de la Tierra. Este mandato o misión es la palabra que ha servido Para dar el nombre de misioneros a todos los que en nuestro país o en el extranjero van a propagar o predicar las verdades de la fe. Ite, id.
Después de haber dicho que siempre hubo muchas almas generosas que aceptaron este mandato divino, experanza que tenía de que aquel grupo sería como el gra, de mostaza del Evangelio, semilla de una gran planta. Re mandó después vivamente a los misioneros que tuvies ' cuidado de los emigrados italianos y que no olvidasen en s plegarias a los bienhechores de Europa.
Los exhortó, además, a recordar siempre que eran catolicos y salesianos; como católicos debían estar siempre es chamente ligados a las enseñanzas de la Iglesia; como sal sianos, debían pensar que en Italia tenían a un Padre que 1 amaba en el Señor y una Congregación que proveería sierro pre a sus necesidades. i
Y concluyó diciendo:
--; Adiós!, quizás no nos volvamos a ver todos en esta tierra; pero tengo la firme esperanza de que por la infinita misericordia de Dios nos veremos todos en aquella patria en donde todos los trabajos de la Tierra setos breves padecimien. tos de la vida serán dignamente recompensados con las goceli eternos del Cielo.
Después de la Bendición se entonó el Vetó Creátor Spiritua y el Siervo de Dios se dirigió al altar, rezó las oraciones rine la Iglesia pone en boca de sus hijos cuando emprenden ui; viaje, especialmente cuando van a lejanos países a ejercer el sagrado ministerio. Concluyó las preces con la bendielóill que dio e los nuevos misioneros en medio de un silencili profundo y general. Mientras un nutrido conjunto de vocee.
juveniles cantaba desde el coro el motete Sil nomen Dómitti benedictutn... (sea bendito el nombre del Señor ahora, siempre y eternamente), se desarrollaba en el presbiterio la conmov . dora escena de abrazarse los nuevos apóstoles con sus pad y con Don Bosco y los demás sacerdotes. Puede imaginarse la emoción general; pero aún creció cuando atravesaron 1;7 iglesia entre dos alas de alumnos y de pueblo. Todos querialt saludarlos, abrazarlos y besarlos; parecía aquélla la escena de la separación de San Pablo de sus discípulos, según se describe en los Hechos de los Apóstoles. Fuera del Santuario, los esperaba una gran multitud deseosa de verlos una vez más y darles un nuevo adiós.
Ante aquel espectáculo, iluminado por torrentes de luz que salían por la puerta abierta del templo, le dijimos en el timbra/ del mismo:
____i Ah, Don Bosco; ya comienza a cumplirse el Indo exibit gloria mea!
Verdad es'.... —nos respondió él profundamente conmovido, escribe Lemoyne, que no lo estaba menos.
Aquella tarde los nuevos misioneros, en compañía de Don Bosco, fueron a Sampierdarena. Allí los esperaba Don Albera, que los alojó en su asilo de San Vicente. Los dos días siguientes los emplearon en ultimar los preparativos del viaje.
En Sampierdarena se vio todo el afecto que los expedicionarios sentían por Don Bosco, pues lo seguían a todas partes. dI tampoco sabía separarse de ellos.
Antes de salir del Santuario de Maria Auxiliadora dioles por escrito sus paternales recuerdos:
Tened cuidado especial de los enfermos, de los nidos, de los ancianos y de los pobres, y os ganaréis las bendiciones de Dios y la benevolencia de los hombres.
Sed atentos con todas las autoridades civiles y religiosas. Recomendad constantemente la devoción a María Auxiliadora y a Jesús Sacramentado.
En Sampierdarena entregó otro pliego a Don Cagliero, en el cual decía; "Haced lo que podáis; Dios hará lo que nosotros no podamos. Confiadlo todo a Jesucristo Sacramentado Y a Maria Auxiliadora y veréis lo que son milagros."
La partida se fijó para el 14 de noviembre. Don Bosco los acompañó al puerto de Génova. y subió con ellos a bordo del Sayo-in.
La separación fue en extremo conmovedora. Escribía a les niños de Turín: "En aquel momento todos se arrodillaron en torno mío pidiendo la bendición. También se postraron el capitán y algunos señores allí presentes.
Les di la bendición —continúa diciendo Don Bosco— y volví a la lancha que me esperaba para conducirme a tierra, llevándome el corazón de mis hijos juntamente con sus miradas y saludos, hasta que desaparecieron de mi vista...
Naturalmente —terminaba el Santo—, muchos sienten en este momento gran deseo de marchar para ser misioneros• pues bien, puedo asegurar que si todos fuesen de ese número, habría puesto para todos y yo sabría muy bien dónde ocuparlos..."
Los jovencitos del Oratorio quedaron tan impresionados con estas palabras, que hubo quien quería ayunar rigurosamente tres días a la semana durante todo el tiempo de los estudios, para obtener la gracia de ir un día a evangelizar a los infieles.
Antes de regresar Don Bosco, fue a Ventimiglia para tratar con el Obispo, Monseñor Biale, de la fundación de una casa en Bordighera, para contrarrestar la acción de los protestantes; después se detuvo en Varazze donde lo acometió de nuevo la erupción millar que todavía no había del todo desaparecido.
Mientras tanto el 14 de diciembre doscientos italianos y muchos argentinos recibían con gozo en el puerto de Buenos Aires a los misioneros; y éstos, aunque estaban destinados a la fundación de un colegio en San Nicolás de los Arroyos, tuvieron que ceder a. las súplicas de sus paisanos y a la invitación del Arzobispo, Monseñor Aneyros: se dividieron en dos grupos, uno de los cuales quedó agregado al servicio de la iglesia Mater Misericordias, vulgarmente llamada "la Iglesia de los Italianos", en la capital, y de ese moda también quedó providencialmente establecida la Obra Salesiana en favor de los emigrados europeos.
Los primeros días fueron, naturalmente, de visitas. La primera al señor Arzobispo, que había salido a recibirlos en a puerta Luego a las autoridades y al ministro italiano. y detalle delicado, el señor Arzobispo había comunicado a los Religiosas y a los párrocos la llegada de los Salesianos, de modo que se cambiaran visitas. Y en seguida, rápidamente se entregaron a la dinámica labor salesiana. El 22 ya vemos a cagliero en el púlpito de Mater Misericordiae.
Después de haberse despedida de los misioneros, Don Bosco volvió a Varazze, obligado por uno de esos ataques de fiebre majar que de cuando en cuando le daban, como si el Señor quisiera acrisolar con el dolor todas sus grandes alegrías. Las molestias del mal eran muy serias, como que le causaban graves trastornos de estómago y cabeza y le cambiaban una buena porción de la piel; pero como las soportaba trabajando, pocos eran los que se daban cuenta de ello. El 6 de diciembre volvió al Oratoria "Cuando su ausencia duraba más de quince días —dice la crónica—, su retorno nos colmaba de felicidad." Se informó de cuanto había pasado en su ausencia, dio las disposiciones necesarias y para las "Buenas noches" reunió a todos los moradores del Oratorio y les contó la despedida de los misioneros y las últimas noticias que de su viaje había recibido. La crónica. añade que "sus palabras despertaron un incendio en los corazones".
Los treinta mil italianos de Buenos Aires recibieron a sus connacionales con demostraciones extraordinarias de alegría. El Padre Cagliero se les entregó por entero a ellos. Loa elementos masónicos, que habían intentado e intentaban dominar la colonia, nada pudieron contra la elocuencia y la actividad de misionero tan ricamente dotado de cualidades eximias. Con tal jefe los Salesianos se ganaron en breve la confianza universal.
Como buen salesiano, Cagliero hubiera deseado ver muchos niños en la iglesia. ;Y no había ninguno! ¡Algo había pasado!
¡Y tanto! Y fue que cuando los cofrades de Mater Misericordiae, a quienes por lo visto fastidiaban los chiquillos, supieron que llegaban los Salesianos, empezaron a decirles; "Ya vendrán los Padres Salesianos... 2sos os pondrán en vereda. ¡Vais a ver lo que es bueno!..."
Y sucedió que cuando se acercaban los Salesianos, doscientos cofrades salieron a recibirlos; pero niños, ni uno. Estaban aterrorizados. Y al fin, como inteligentes, idearon tomar la ofensiva. Había el sacristán recibido la orden de repicar en grande. Los chicos se reunieron en conciliábulo Y resolvieron impedirlo. Se subieron dos diablillos a la torre y cuando el sacristán (napolitano), cansado de repicar, salió ft ver si llegaban los esperados, cortaron las cuerdas.
quiso seguir tocando, quedó sentado en el suelo cl saonlcarsIsctn cuerdas en la mano.
No sabemos el comentario de Cagliero. Pero sin duda pensó que al fin y al cabo, los chiquillos habían demostrado ingenio, y este era muy aprovechable. En efecto, no pasó mucho tiempo sin que, igual que Don Bosco en Turín, se viera ea dondequiera rodeado de muchachos, llenos de cariño.
Las necesidades de la colonia italiana y las de la juventud bonaerense concentraron por entonces todas las actividades je aquel grupito de apóstoles, lo cual no impidió a Cagliero recorrer, predicando y misionando vastas territorios y dando razón a las visiones de Don Bosco. Así echó los fundamentos morales de varios colegios y de las verdaderas futuras Misiones.
Como se le había retenido el cargo de Director Espiritual, y a América había ido como organizador y representante de la Congregación, Cagliero fue llamado en agosto de 1877 a Turín para asuntos de grande importancia. Pero Don Bosco mandó una segunda expedición de misioneros al mando de otro salesiano de grandísimas prendas: Don Luis Lasagna, grande orador, matemático y doctor en Teología, que fue el segundo Obispo salesiano. Fundó un colegio en Montevideo, otro en Villa Colón y una nueva casa en Buenos Aires, destinada a un glorioso porvenir.
Algo romántica fue su vocación, como lo fue la de tantos otros. A principios de otoño de 1850 iba Don Bosco por las colinas del ~ferrato con su turba de ochenta muchachos, en una de esas excursiones o colonias volantes que ya su genio había introducido, y llegaron a Montemagno a visitar a los marqueses de Fassati, grandes bienhechores suyos. Mientras iban entrando en el pueblo al son de clarines, tambores y cantos, un chiquillo de doce años, de rubios y ensortijados cabellos, corre a ver lo que era aquello. 8e coloca en la acera y con loa brazos en jarra espera a pie ñrme. Al pasar Don Bosco se cruzan las miradas, y la escrutadora del educador ve la viveza del niño y en la viveza, la in y la inteligencia, y le pregunta su nombre.
— Soy Luis Lasagna —contesta sin la menor tur —¿Quieres venir con nosotros?
—¿Y qué voy a hacer allí?
Mucho agradó a Don Bosco esta salida, y le c —A estudiar junto con todos estos amiguitos. —¿Y por qué no? —replicó el chaval sonriente. En esto llegaba el marqués.
— ;Bueno!, dile a tu madre que vaya a hablar c mañana en la casa del señor cura.
Y así entró en el Oratorio Luis Lasagna.
La vida de este preclaro hijo de Don Bosco se puede c pendiar en las tres palabras de San Pablo que él tomó por leyenda de su escudo al ser consagrado Obispo: Impenclar se superimpendar pro animabas. (II Cor. XII, 15.) Sacrificó ante todo sus más caras inclinaciones. Profesor en el Liceo salesiano de Alassio, tenía grandísima afición a loa estudios literarios y a las ciencias físicas, para las cuales tenía relevantes disposiciones. Cuando Don Bosco lo llamó para proponerle que fuera a las Misiones, sintió viva contrariedad, pidió tiempo para meditar; pero abriéndose filialmente con su Director, el Padre Cerruti, éste le aconsejó abandonarse tranquilamente en manos de Don Bosco. Así lo hizo y una grande paz inundó su espíritu. En fin de cuentas, ¿para qué estamos en la Tierra sino para hacer la voluntad de Dios?
Como Director del Colegio Pío sacrificó todas sus comodidades para consagrarse por completo a sus alumnos, a sus Hermanos, al ministerio de la palabra, al apostolado de la pluma.
Como Inspector sacrificó su salud en las fatigas del gobierno, en viajes incomodísimos, en frecuentes y laborioso misiones de predicación.
Por sus prendas y su preparación literaria y científica hubiera podido brillar en cualquier capital lo mismo de Italia que de América.
Como misionero sacrificó sus propias iniciativas para secundar las ajenas, y cuando tuvo ocasión de seguir las propnes, las puso en consonancia con las circunstancias, que eran muchas veces lo opuesto a su modo de ser.
Como Obispo sacrificó su vida, primero corriendo todas lea peripecias que enumera. San Pablo en el famoso párrafo de los peligros (II Cor. XI, 26-7), y luego, ofreciéndola en holocausto voluntariamente aceptado hasta el derramamiento de su sangre.
El Señor premió largamente sus sacrificios concediéndole " apostolado y una irradiación de obras extraordinariamente fecundos. Hizo del Colegio Pío un modelo de instituciones educativas y del de Las Piedras un centro de iniciativas que influyeron en toda la nación uruguaya; sus discípulos y las familias de éstos se diseminaban durante las vacaciones por las haciendas, dando verdaderas misiones que elevaban la cultura religiosa y social; fundó en todas partes Oratorios Festivos; trasfundió su espíritu salesiano en las familias más influyentes de Montevideo y demás ciudades uruguayas, paraguayas y brasileñas, haciéndolos apóstoles; fundaba, por donde pasaba, las Conferencias de San Vicente de Paúl; dirigió y propagó admirablemente los Institutos de las Hijas de María Auxiliadora; creó prensa católica y científica; implantó tipografías, estableció una red de observatorios meteorológicos al servicio de la navegación y de la agricultura; tuvo proyectos tan grandiosos, que admiraron a León XIII, y que hubiera realizado, de no haber perdido tan prematuramente la vida en un choque de trenes, que tuvo caracteres de atentado.
La fuente de todas sus múltiples energías era netamente sobrenatural: su piedad profunda, su devoción a la Virgen, su amor a Jesús Sacramentado, su unión con Dios, su celo ardiente por las almas.
Poco después partió una tercera expedición, guiada por Dan Santiago Costamagna. también doctor en Teología, que habla de ser más tarde el tercer Obispo salesiano. El Padre
Costamagna tuvo la gloria de llevar al continente americau, las primeras Hijas de María Auxiliadora. Eran sólo seis; pero llevaban el ardor inicial. Costamagna había sido (bree: tor de su noviciado en Mornese.
Otra expedición partió el año 78. Mucho le costaban a Don Bosco, en todos sentidos, estas expediciones. Caghero '
encargado directamente de prepararlas, decía a un amigo en su dialecto: "1 són més ciuc! (;estoy medio borracho! )." mas no importaba. El reino de Dios se dilataba y la Sociedad Salesiana daba una asombrosa prueba de su fecundidad, de su flexibilidad y de su espíritu apostólico de adaptación. El verdadero apóstol es el que puede decir con San Pablo: ómnibus Cima:kr fuello sum ut omnes hicrifáciam: Me he hecho todo para todos, con el fin de ganarlos a todos para Cristo.
Pero como quiera que todo el personal se vela inmediatamente absorbido por las necesidades locales, las verdaderas Misiones se iban difiriendo. Don Bosco insistía. El señor Arzobispo daba esperanzas. Finalmente, a las insistencias del Santo, Monseñor Espinosa contestó regiamente. Como a su jurisdicción pertenecían las inmensidades de las Pampas y una parte de la Patagonia, envió, en 1878, a su secretario mismo para que con dos salesianos intentaran un contacto con los salvajes. El Padre Bodrato, que había sucedido al Padre Cagliero, designó al efecto al Padre Costamagna y al Padre Evasio Rabagliati. Se embarcaron el 17 de marzo en el río Paraná; pasaron al Río de la Plata; pero cuando entraron en el Atlántico se desencadenó una tan terrible tempestad, que parecía que el infierno se desataba contra ellos. El huracán arrancó las velas, quebró el mástil, destrozó los parapetos, desbarató el timón. La nave sin gobernalle quedó a merced de las olas del Océano, bailando entre escollos, y fue un verdadero milagro que no se hiciera añicos. El capitán, viejo lobo de mar, no recordaba cosa semejante. En un momento de grandísimo peligro, Rabagliati recordó que a esa hora estaban los niños del Oratorio rezando con Don Bosco en el santuario, y con su timbrada voz baritonal gritó:
1111.—¡Nada de miedo; en este momento Don Bosco y sus niños rezan por nosotros!
La calma en el mar fue restableciéndose y los expedicionarios pudieron ¡regresar a Buenos Aires!, pero sanos y salvos y resueltos a intentar la prueba de nuevo. Cuando Don Bosco supo eI resultado de este primer intento, escribió al padre Costamagna: "Bendigamos a Dios; es una prueba de que tendréis éxito (é un segno che dovrai riuscire)."
II
Y lo tuvieron el año siguiente. La Providencia les abrió un inesperado camino. Mientras Monseñor Espinosa y el Padre Santiago Costamagna estaban estudiando un itinerario, el Gobierno resolvió emprender una grande expedición militar con el fin de someter a los indios, que con sus frecuentes y pavorosas incursiones parecían burlarse del poderío de la República. La expedición comprendía una zona entre el Río Negro y los Andes, es decir, toda la Pampa y parte de la Patagonia Septentrional, y se proponía abrir el territorio a la colonización. Comandaba el ejército el mismo ministro de la Guerra, general Roca. Sabiendo éste los deseos del Arzobispo, le propuso nombrar capellanes del ejército a los dos Padres. Mejor ocasión no se podía desear.
Las fuerzas armadas convergían sobre Carhul, localidad situada en el corazón de la Pampa y que marcaba la. frontera Occidental de la República con el territorio de los indios. Dos tribus pacificadas habitaban en la periferia. Los misioneros se trasladaron allí. Los dos caciques los recibieron muy bien, permitiéndoles hablar a los niños para catequizarlos. ¿No era éste un empezar a cumplirse los sueños de Don Bosco? Después de unos meses de catecumenado bautizaron a un buen grupo de indiecitos e hijos de los colonos que habitaban en aquellos parajes.
Los nuestros seguían los movimientos de las tropas; el Padre Costamagna avanzó con un batallón que se dirigía Por el Río Negro a la Patagonia; frecuentemente el ardoroso nu. sionero se adelantaba a los soldados, estableciendo contacto con los indios "bravos" y preparando el terreno. Un día el batallón hizo alto en un sitio denominado Choele-Choel. Y allí el 1 de junio, fiesta de Pentecostés, en una bellísima llanura y bajo un cielo opalino, celebró la primera Misa que en aguo. lías latitudes se dijo, teniendo a la vista la Patagonia, y ere presencia del General en jefe con su Estado Mayor y las milicias. Los soldados no podían dar crédito a sus ojos; el cora. zón del misionero palpitaba de gozo pensando también en lo que gozaría Don Bosco cuando lo supiera. Después de la Misa, el canto del Tedéum resonó solemne en aquellas sabanas final_ tadas, y sesenta indios adultos fueron regenerados ron las aguas bautismales. El día siguiente el Padre Costamagna bautizó otros veintidós indios varones y catorce indias adul. tas, y al día siguiente, a otros cuatro.
Aquella etapa se consideró desde entonces como la toma de posesión de la Patagonia por parte de los misioneros salesianos y de la civilización cristiana y argentina.
Levantado el campo, se prosiguió la marcha hacia Patagones. El ejército hizo alto. Los salesianos tomaron aquel sitio como punto de partida para las futuras misiones...
A decir verdad, hasta allí había llegado ya de algún moda la civilización. Audaces colonos, atrevidos aventureros habian hasta fundado una población que contaba ya con cuatro mil habitantes entre "civilizados" e indios. El río la dividía ea dos; distaba unos cincuenta kilómetros del Océano. La parte izquierda se llamaba Carmen de Patagones; la derecha, Mercedes de Patagonia; ésta última, desde el año 1879, tomó el nombre de Viedma.
¿Quién hubiera dicho que en aquel remoto confín del mundo se encontraría un Antiguo Alumno Salesiano? Pero, es que dónde no se los encuentra? Se llamaba Antonio Cajaraato, era natural de Voltri y había estudiado en nuestro colegio de Lanzo. Siendo el 23 de junio víspera de la fiesta onomástica de Don Bosco, él se puso a cantar el himno de ocasión, compuesto por Lemoyne, puesto en música por Capen) y ejecutado en Lanzo y Turín catorce años antes. Un mundo de recuerdos afloraba de las profundidades del cora/é" que en aquel momento les parecía tan grande como las mismas soledades en que se hallaban.
Los misioneros no estuvieron ociosos. Pero por entonces habían agotado el programa que se habían propuesto, cual era conocer el terreno, recoger noticias y planear la evangelización. Tres meses y medio había durado su peregrinación. Volvieron a Buenos Aires y dieron cuenta al Arzobispo de cuanto habían hecho y de los proyectos que habían formado. El apostólico Prelado se entusiasmó tanto, que tomó la pluma y escribió a Don Bosco una carta que es un poema: "Ha llegado finalmente la hora en que puedo ofrecerle la Misión de la Patagonia, que tanto le interesa, como también la parroquia de Patagones, que puede servir de centro."
Don Bosco, que no esperaba otra cosa, dio orden de proceder inmediatamente al establecimiento de una residencia central para los Salesianos y otra para. las Hermanas, en el sitio indicado por el Arzobispo. Y añadía en la carta al Padre Costamagna: "Todos juntos nos ocuparemos en suministrares medios." Y por conducto de Don Rúa, a todos los Socios de la Sociedad en sus dos ramas: "Las puertas de la Patagonia están abiertas a los Salesianos."
En la carta anual a los Cooperadores les participó la grata nueva con estas palabras: "El campo más glorioso que en estos momentos la Divina Providencia presenta a vuestra caridad es la Patagonia. En aquellas remotísirnas regiones todavía no habían entrado los heraldos del Evangelio a anunciar la Fe de Jesucristo.
Ahora parece ha llegado el tiempo de la misericordia para aquellos pobres hermanos nuestros. Monseñor Espinosa, Arzobispo de Buenos Aires, de acuerdo con el Gobierno arges_ tino, nos invita formalmente a tomar a nuestro cargo in evangelización de la Patagonia; y yo, lleno de confianza en Dios y en vuestra caridad, he aceptado la ardua empresa,"
La Patagonia de hoy no es ni sombra de la de antes. Loa blancos eran mirados y tratados como enemigos mortales, Ni hombres ni ganados estaban seguros. De cuando en cuan. do los indios hacían incursiones sobre las pequeñas poblacee nes fronterizas y sobre las haciendas, y eran peor que las tremendas tempestades de arena que arrasaban cuanto alcanzaban. En la obra de civilización los Salesianos jugaban un papel de primerísimo orden. Merced a su obra evangelizadora, las mismas tropas pudieron establecerse y mantener el orden, mientras los misioneras con la asistencia religiosa y cultural sobre colonos, cambiaban el aspecto moral de esas poblaciones.
Y no era fácil la empresa. La prueba es que cuantos misioneros hablan intentado la evangelización habían perecido a manos de los indios. Y vista la inutilidad del sacrificio, habían desistido, pues si los indios ni siquiera los recibían y tos mataban sin escucharlos, no era el caso sacrificar vidas preciosas sin esperanza alguna de resultado. La misma le yenda que sobre su número y su ferocidad se había difundido en toda la República, contribuía a envalentonarloa Se creían intangibles en sus desiertos. Ahora, como decía Don Bosco, había llegado la hora de la Providencia. La expedición militar planeada en grande y con todos los medios, en dos años quebrantó su pujanza. A los misioneros tocó restañar heridas, atraer y conservar, y no sólo a los indios, Sino también a los colonos, que a veces daban más trabajo que loe indios.
También la naturaleza oponía dificultades casi invencibles. En la zona litoral, un arenoso desierto batido por vientos atorbellinados que levantaban esos montes de arena dos "Médanos", que arrasan campos y abaten casas; en la zona central, una serie de estepas y eriales carentes de vegetación interrumpidas por lagunajos salobres, que si las pasas en invierno, el frío te hiela, y si en verano, el bochorno te ahoga, el polvo te ciega y no te deja respirar, y la sed atosiga a hombres y cabalgaduras. Quedaba la zona Andina cerrada entre las cordilleras argentinas y la real cordillera chilena ; rica en bosques y prados, alegrada por torrentes y lagos, que presenta panoramas de grandiosidad fantástica; pero en aquel tiempo no tenía acceso. Pues bien, esas fueron las tierras en que, por razones estratégicas, posaron los Salesianos y asistieron activos al formarse de un nuevo pueblo patagónico, contribuyendo poderosamente con su trabajo espiritual y material, con sus ciencias y experiencias a su progresivo desarrollo: edificaron iglesias, a cuya sombra benéfica se asentaron los colonos que de varias partes acudían; escuelas profesionales y agrarias donde se formaban los hijos de los colonos, de los blancos y los indios; levantaron los primeros hospitales y hasta publicaron los primeros diarios. Si hoy esas tierras son emporios de comercio y de trabajo, se debe a los abnegados hijos que Don Bosco envió y que, encendidos en el ardor de un ideal de apostolado, se prodigaron en todo sentido.
La verdadera historia de las Misiones Patagónicas empezó con las dos fundaciones citadas: Patagones y Viedma.
Fueron los puntos estratégicos desde donde se infiltraron por valles, colinas y montañas, siguiendo el curso de los ríos, escogiendo los sitios a propósito; establecieron una red de estaciones misionales, de residencias que les permitieron la exploración y evangelización de todos sus territorios, de modo que todos los indios fueron regenerados con las aguas bautismales y fijados en el suelo mediante la enseñanza de la agricultura y del pastoreo nacional.
Así llegaron a la Tierra del Fuego y la civilizaron. Don Bosco seguía hasta el fin de sus días, todos los movimientos de Sus hijos, ayudándolos con el consejo, con el dinero, con el refuerzo del personal y con la oración, para que promovieran sin descanso hasta los últimos confines de la Tierra tan im portantes obras de fe y de civilización. La Divina Providea. cia favoreció hasta con milagros la obra evangelizadora,
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El Cardenal Desprez, Arzobispo de Tolosa, examinando un día el mapa de las regiones boreales y ponderando lo que la Iglesia había hecho por la civilización, lamentaba que los misioneros no hubiesen llegado hasta aquellas latitudes. hal pensadamente cayó en sus manos el Boletín Salesiano, en ad edición francesa, en que se narraba la llegada de los Salesianos a la Patagonia y Tierra del Fuego, No pudo contener su entusiasmo y exclamó:
Bendito sea Dios! Gracias a Don Bosco se cumple la profecía: In omnem terrem exivit sones eorum, et in fines terrae verba eorum!
De la Argentina los salesianos enviados todavía por Don Bosco pasaron al Uruguay y a Chile.
En 1885 le pidieron, formalmente interesando al Papa, escuelas de artes y oficios para la educación del pueblo y formación de obreros, los Gobiernos del Ecuador y Colombia y el Estado de Boston en los Estados Unidos. Sólo pudo alistar y enviar la expedición al Ecuador.
Los Salesianos llegaron a Quito en 28 de enero de 1888, tres días antes de la muerte del Santo. Cuando le leyeron el cable anunciador de la llegada sonrió y bendijo.
En cuanto a Colombia, dio orden a Don Rúa de que la primera próxima fundación fuera para esa cultísirna República.
En su alocución de despedida a los misioneros había dicho Don Bosco: "Damos principio a una grande obra." Y de esta grande obra la Providencia le concedió ver al menos los principios bien sólidos.
Hombre positivo y práctico, no menos que inspirado, no quería que sus misioneros pasaran por los territorios como meteoros más o menos luminosos, sino que organizaran establemente las Misiones y sus principales centros.
Estaba bien que ante todo los recorrieran, porque asi podían ver, calcular y escoger. Cuanto más avanzaban los misioneros, mayor veía la necesidad de imprimir a su acción un carácter normal y duradero.
Para esto era preciso obtener la autonomía jurisdiccional,
de que los misioneros dependieran no ya de los Ordina
rios, sino directamente de la Santa Sede mediante la Sagrada Congregación de Propaganda Fide; sólo así se lograba hornogeneidad compacta y orgánica de personal, libertad de movimientos, unidad de miras, facilidad de intercambios y hasta relaciones continuadas y oficiales con los Gobiernos, sin lo cual había poco que esperar. El artículo 67 de la Constitución argentina confiaba al Congreso el cuidado de fomentar la civilización de los salvajes y su conversión al Catolicismo.
Esta disposición había quedado hasta entonces en letra muerta para los territorios boreales. Don Bosco, pues, le ofrecía una mano al Gobierno para actuar el programa; pero necesitaba poder desplegar todas las energías de una yema. dera y propia Misión Apostólica. Por esto, desde 1880 Mick, resueltamente gestiones encaminadas a obtener de la Santa Sede la erección de un verdadero Vicariato Apostólico pera la Patagonia Septentrional y otro para la Patagonia Meridio. nal y Tierra del Fuego.
Hacia dos años que lo venía preparando, pero sólo ea abril de 1880 se decidió a tratarlo con León XIII. Al estudio del asunto dedicó el Papa una comisión de Prelados, entre loe cuales el Cardenal Alimonda, miembro de "Propaganda Fide". Con ellos se entrevistó Don Bosco y les presentó un memorial, en el que no faltaba nada: datos geográficos y etnográficos, actividades de los Salesianos y de las Bija' de María Auxiliadora, programa que se proponían desarro, llar, propuesta de erección de un Vicariato Apostólico. El documento fue pronto presentado al Sumo Pontífice. Pero Roma "las cosas de palacio van despacio".
Dum Romae consúlitur, en la Patagonia se trabajaba con ardor. El jefe de la Misión, Don José Fagnano, hombre dinámico, emprendedor y de una salud a toda prueba, se lanza a la campaña, explorando activa e inteligentemente hasta las zonas más remotas e inaccesibles; pero reforzando al mismo tiempo su residencia en Patagones, con la erección de Ulla iglesia y dos colegios, uno para cada sexo. También Don Beauvoir y Don Milanesio, infatigables operarios cvangélicos, se adentraban adondequiera había una colonia de civi, Iizados o una tribu de indios. De éstos estudiaban las costinnbrea, los idiomas, tanto más difíciles cuanto que carecían de escritura. Sin embargo, el poco de español que a través de los siglos había penetrado en aquellos sitios facilitaba su cometido. Jornadas a caballo, brújula en mano, optimismo en el alIDa Ninguna alabanza humana podría jamás equilibrar mérito de aquellos preclaros hijos del Oratorio. Las rola-l
unes de diversa indole que continuamente enviaban a Don gose° facilitaban siempre nuevos datos para sostener la tesis del Vicariato.
Cuando los resultados logrados le parecieron a la Santa Sede suficientes, exigió a Don Bosco formalizar su petición. Él entonces pidió no uno, sino tres Vicariatos, proponiendo como vicarios a los Padres Cagliero, Santiago Costamagna y José Fagnano. Los Cardenales de la comisión decidieron crear sólo circunscripciones apostólicas, Provicariato de la Patagonia Septentrional y Central para el Padre Cagliero y una Prefectura para el Padre Fagnano.
La cualidad de Provicario excluía el carácter episcopal, que sería conferido más tarde. Los Breves de erección llegaron en noviembre.
A la verdad un poquito de contrariedad la experimentó Den Bosco, que prefería que Cagliero volviese a la Argentina decorado con el carácter episcopal. También lo veían así el Cardenal Alimonda y el mismo Papa. Pero había que seguir los trámites legales. De ello se encargó el Cardenal Ali-monda, aduciendo tres motivos: el consuelo que se daba a Don Bosco —que se lo merecía todo—, honor a la Sociedad Salesiana, ya tan benemérita de la Iglesia, mayor facilidad y eficacia de ministerio en los elegidos.
Pero la cosa tropezó en el despacho del Cardenal Ferrieri, Prefecto de la Sagrada Congregación, empeñado en creer que la Sociedad Salesiana moriría con la muerte del Fundador. Pero el Papa era de otro parecer, y, claro, su parecer pesó también ante el Cardenal Ferrieri, y el 9 de octubre, Vicario Monseñor Jacobini, Secretario de Propaganda, escribió al Cardenal Alimonda que el Padre Cagliero quedaba nombrado ProicaorsicooApostólico; y añadía en broma: "Creo que con todo habrá que quitar el Pro, pero quiero todavía consultar al Cardenal Prefecto. Entretanto ruego a su Eminencia felicite a Don por el nuevo y merecido honor que esto supone
para el Oratoria" También el Cardenal Ferrieri quitó ej "Pro" y el Padre Cagliero quedó preconizado Obispo, cot el titulo de Mágida. Estábamos ya en 1883.
Un Obispo salesiano era ciertamente un grande honor para el Oratorio; pero al mismo tiempo era un reconocimierb to oficial de la eficacia del sistema educativo de Don Boae,,,. Sólo un educador como Don Bosco y un método como el suyo podían hacer de aquel diablillo vivaracho e inquieto, exube. rante de nervios y de sangre, ajeno a todo yugo, un religioso modelo, un sacerdote ejemplar, y, en aquel ambiente pobrí• sima, un tan insigne Prelado como fue el Cardenal Cagliero Puede imaginarse el efecto que la noticia produjo en el Ora. torio.
Don Bosco se propuso dar a la consagración la mayor solemnidad, empalmándola con el primer decenio de la apro- bación de las Santas Reglas.
La consagración tuvo lugar el 7 de diciembre, haciéndola el Cardenal Alimonda, siendo Obispos conconsagrantes Monseñor De Macedo Costa, Obispo de Belén del Para, Brasil, y Monseñor Basilio Neto. Encorvada bajo el peso de sus ochenta y ocho años, se veía absorta en oración la venerando madre del nuevo Obispo y en la penumbra del presbiterio atrayendo, sin quererlo, las miradas de todos, el amadisimo Don Bosco.
La presencia de un Obispo americano en la solemnidad de la consagración episcopal de Monseñor Cagliero pareció un rasgo amoroso de la Divina Providencia. Terminada la ceremonia, el nuevo Obispo fue a abrazar a su anciana madre; después se lanzó a abrazar a Don Bosco, que le esperaba con el bonete en la mano. Fue una escena que ninguno de los presentes olvidó jamás. El Santo no pudo contener las lágrimas; intentó besar la mano de su querido hijo, pero éste echando los brazos al cuello del que por tantos años le había hecho de padre, lo abrazó amorosamente; y solo
después de haber dado expansión a su amor filial, Monseñor cagliero cedió a los deseos del Santo y le permitió que le besase el anillo. Don Bosco fue el primero en estampar sus labico en la sagrada gema, porque Monseñor Cagliero había tenido hasta entonces guardada de propósito la mano entre los pliegues del hábito. Aquel anillo tenía su historia. Habían,» regalado a Don Bosco algunos años antes para el primer Obispo salesiano y él se lo había dado a Cagliero en una cajita cerrada. y sellada, con el encargo de abrirla cuando recibiera orden. Ya hemos visto cómo la curiosidad adelantó este momento.
Durante la novena de Navidad Monseñor Cagliero partió para Roma y tuvo el consuelo de oir de labios de León XIII que "la salud de Don Bosco era preciosa para toda la Iglesia".
El Vicario Apostólico zarpó de Marsella el 14 de febrero.
Aunque anteriormente ya hemos hecho su presentación, bueno es que el lector sepa algo mas del primer misionero salesiano. Bastantes años hacía que Don Bosco sabía que Cagliero debía ser Obispo. Un día del año 1855 estaba Don Bosco sentado a la mesa con un grupo de jovencitos, entre los cuales Cagliero. Hablaban del porvenir, parte en serio y parte en broma. De pronto Don Bosco tomó un aspecto solenuie como en ciertas ocasiones importantes y trazando con la mano un círculo en el aire exclama:
—Uno de vosotros será Obispo.
Los jovencitos se miraron unos a otros llenos de asombro.
En agosto del año anterior (1854) Cagliero había tenido una gravísima enfermedad y estaba moribundo. Como lo hacía con todos en esos trances, fue Don Bosco a prepararlo al gran paso y administrarle los últimos sacramentos. Pero Pasar el umbral del aposento, llamó su atención una paloma revoloteando sobre la cama del niño con un ramo de olivo en el pico, y que dadas dos o tres vueltas, dejó %tez, el ramito de olivo sobre el niño y desapareció. Aparecieras entonces dos figuras humanas de tipo desconocido, mit!". losas, inclinadas respetuosamente sobre el niño.
Fue cosa de pocos instantes. Pero a los ojos de Don Bosco se había descubierto el porvenir del enfermito.
Se le acercó.
Se sonrieron mutuamente.
—Don Bosco —dijo el primero el niño—, ¿viene a darme el pasaporte para el Cielo?
—¿Y tú quieres morir o sanar?
—Me parece que estoy preparado. ¡Pues prefiero irme al Cielo!
—No, hijo mío. Ahora curarás... Serás sacerdote... Des. pués..., después, breviario bajo el brazo, crucifijo en la m recorrerás muchas tierras... Después... después...
Y por entonces no le dijo más.
II niño se levantó. Al otro día estaba con sus comp ros haciendo la vida común y alborotando los patios.
A su tiempo hizo su profesión. religiosa entre los vei dós miembros de la naciente Sociedad Salesiana. Se or de sacerdote...
Una tarde venía Don Bosco de la calle; estaba muy cado. Cagliero se encontraba al pie de la escalera. Se acercó y con su habitual hilaridad le dijo:
—Don Bosco, apóyese en mi brazo y vea si soy capaz ayudarle a subir.
Don Bosco lo hizo. Y al llegar arriba, con rápido m miento le tomó a Cagliero la mano y se la besó con el ma respeto.
Protestó éste:
—¿Qué ha querido hacer, Padre? ¿Humillarse o h llar-me?
—Ni una cosa ni otra. A su tiempo lo sabrás.
Y cuando se abrieron las primeras Misiones Sal
etv,.11ero, por disposición especial de la Divina Providencia, fue nombrado superior de ellas.
No era él el candidato; lo era Don Juan Bonetti. Pero ¿ate enfermó y Don Bosco preguntó a Cagliero si quería sustituirlo y él aceptó generosamente.
'i" allá en las tierras Australes de América fundó casas, abrió misiones en las tribus salvajes, misionó muchos años, civilizó a muchas tribus, transformó regiones mediante la agricultura y la religión y fue nombrado Vicario Apostólico y consagrado Obispo...
Aquella tarde Cagliero consagrado Obispo paseaba con el Padre bajo los pórticos del Oratorio en íntimo coloquio. Hablaban de los grandes problemas de la Congregación y de las Misiones.
Don Bosco se detiene un momento y pregunta al Obispo: —¿Te acuerdas de tu grave enfermedad cuando el cólera morbo?
—; Si me acuerdo...! Y usted venía a sacramentarme... Y no me sacramentó. Y me anunció la curación. Y me dijo que después... después, el breviario bajo el brazo... el crucifijo... y después... pero no me dijo ese último después.
—Ahora lo has visto.
Y le contó la visión del año 54.
Quizá podría haberle dicho algo más acerca de ese después. Pero se conmovió y las lágrimas le impidieron seguir.
Monseñor Cagliero le rogó que contara el "sueño" a todos los del Oratorio en las "Buenas noches". Y así lo hizo.
Después Cagliero fue nombrado Arzobispo, y Nuncio Apostólico, y Cardenal. Cuando se abrieron las Misiones de Asia, de la China y de la India, Cagliero estaba en la Sagrada Congregación de Propaganda Fide; cumplió todavía un nuevo encargo que en su lecho de muerte le dio el Padre la víspera de volar al Cielo...
egi Parece un cuento de hadas.,. como tantas realidades de la vida de Don Bosco. ¡Cuántas veces en sus conversaciones íntimas e] Cardenal nos recordaba estas cosas!
Llegó a Buenos Aires en un mal momento. Hacia varios meses que la República era combatida por oleadas de anticlericalismo. La prensa atacaba a los religiosos, naturalmente sin perdonar a los Salesianos. Habían roto las relaciones con la Santa Sede y expulsado al Delegado Apostólico. Monseñor Cagliero fue inmediatamente atacado sin compasión apenas buba desembarcado. Todo hacía temer un fracaso en la erección del Vicariato.
Con tal de plantar sus tiendas en el territorio, Monseñor Cagliero estaba dispuesto a entrar hasta vestido de seglar, Can todo, pidió audiencia al presidente, general Roca, a quien ya concia, y fue a verlo en compañía del Padre Costamagna, amigo del general desde la campaña militar par las Pampas. Muy serio y con rudeza militar le dijo el Presidente a Monseñor Cagliero apenas le saludó:
—¿No sabe usted que el Papa no tiene derecho de mandar Obispos a la República sin entenderse con el Gobierno?
A la verdad, los trámites se habian observada con el Gobierno anterior. Sonriente y campechano, respondió Monseñor Cagliero:
—Mi general, yo soy Obispo de una ciudad del Asia y vengo a la Argentina para ayudar a mis hermanos en los trabajos de la Patagonia.
Cómo se lo diría, que el general desarrugó el ceño y entretuvo a los dos misioneros hablando de la Patagonia, de las Pampas y de todos aquellos territorios? Antes de despedirse, Monseñor le pidió un billetito de presentación para el Gobernador del territorio y se lo dio en términos muy cordiales y de alta aprecia.
Gobernador era el general Winter, protestante, persegui
dor de Monseñor Fagnano, y que deseaba echar a todos los misioneros. Pero cuando se dio cuenta de las buenas relasienes que mediaban entre el Presidente y el Vicario, se batió estratégicamente en retirada, y prometió cordialmente su apoyo. Y cumplió su palabra. Al fin, militar. Una gran amistad acabó por unirlos.
III
11 La llegada de Monseñor Cagliero prueba lo que puede la habilidad de un jefe. Aquellos misioneros, ya tan activos y abnegados, sintieron como una inyección potente de nueva vida. Siguiendo las instrucciones y los ejemplos del apóstol, ordenaron y unificaron sus labores, todo se les hacia más fácil; recorrieron los desiertos en busca de indios para ganarlos a la fe y traerlos a la civilización; organizaron la vida parroquial en los centros donde había inmigrados europeos y argentinos y en las colonias mixtas que estaban en vías de desarrollo en las orillas de los ríos Negro y Colorado. Dos "pioneros", Don Savio y Don Beauvoir, bajaron hasta Santa Cruz, sita en la desembocadura del río homónimo, y desde allí corrieron en busca de los pobres indios.
Monseñor estableció su sede en Viedma y en Patagones y se dedicó a despertar la religión y la piedad, cosas que habían olvidado los emigrantes y desconocían los indígenas. Abrió en dondequiera escuelas y Oratorios Festivos, que se vieron inmediatamente poblados. Los niños y las niñas influían sobre las familias. Las Elijas de María Auxiliadora hacían prodigios en sus dos grandes casas y Dios bendecía a manos llenas su celo y abnegación; también ellas tienen sus páginas de oro en la historia de las Misiones. Uno de los compañeros del Vicario escribía de él a su compañera Don Lemoyne, con fecha 14 de mayo de 1886: "Su persona difunde en torno suyo la suavidad y la alegría; y en sus acciones van unidas la sencillez y la prudencia, la dulzura y la
energía de un auténtico primogénito de Don Bosco." nn dio de tantos trabajos y tantos viajes, los misioneros hallaban tiempo para escribir a Don Bosco; sabían que le daban 14 gusto. Sus relatos, que narraban sus peregrinaciones y describían los frutoS de su apostolado, fueron lo que mí alegró al Padre en sus últimos días y aquello de que raa, supo él servirse para avivar el fuego sagrado. Cuando nne6 la misión patagónica, anhelo de su corazón, estaba tan des: altivamente organizada, que podía afrontar todas las tem, pestades.
El Santo espoleaba a Monseñor Fagnano para que orga. nizara igualmente su Prefectura. El motivo que más influía en él era el saber que los protestantes empezaban a desarro- llar una acción intensísima en aquellos territorios. Pero graves y casi invencibles dificultades se oponían al celo del mi. sionero. Finalmente se presentó un resquicio y fue cuando el Gobierno argentino, deseando contrarrestar la invasión inglesa, decidió sistematizar la administración civil en la parte de la Tierra del Fuego que le pertenecía, y ordenó una expedición militar sobre la costa oriental de "La Isla Grande". Monseñor Fagnano logró hacerse nombrar capellán militar.
La Isla Grande es propiamente la Tierra del Fuego. Campea entre una multitud de islas menores e islotes, desparramados por todo el sur hasta el Polo. La expedición costeó toda la isla en derredor, haciendo desembarcos donde convenía; el misionero bajaba con las tropas, permaneciendo todo eI tiempo que podía y encargando tomar datos. En un sitio oportuno el comandante fijó su cuartel general. Allí dio en venir todos los días alguna representación de una tribu importante; parecía que Dios se los enviaba al misionero. Éste reunía dos veces diariamente a los niños y nifial para enseñarles a rezar. Grande fue su pena cuando el 16 de enero de 1388 el jefe de la expedición levantó el campo Para volver a Buenos Aires. En Patagones se separó de sus com.paneros de viaje, desembarcando el 25.
Tres ventajas principales había sacado de su expedición: un discreto conocimiento de los lugares, una idea aproximada de las condiciones de aquellos indios y la convicción (por lo que había observado) de que convenía colocar la sede de toda la Misión en Puntarenas, siendo punto central importantísimo de las comunicaciones con Chile, Tierra del Fuego e Islas Malvinas, porque su jurisdicción alcanzaba también la parte chilena del Archipiélago fueguino.
Pasada la fiesta de San Francisco de Sales, se trasladó a Buenos Aires, resuelto a hacerse con todos los elementos necesarios para salir con su empresa. Desde la ciudad le escribía a Don Bosco: "Alégrese, Padre, que uno de sus hijos ha llegado hasta el grado 555 de latitud meridional y ha podido vestir a doscientos indios salvajes, predicar la Religión Católica y bautizar a algunos."
En Viedma no halló a Monseñor Cagliero. Lo halló después en donde y como menos hubiera deseado. El gran misionero había emprendido una gran misión a largo del Río Negro, con ánimo de trasponer las Cordilleras e ir a Concepción de Chile, donde, por encargo de Don Bosco, había fundado una casa, confiando su dirección a uno de sus más activos colaboradores, el Padre Evasio Rabagliati; debía recorrer unos mil quinientos kilómetros. Había ya recorrido mil trescientos, predicando, confesando y bautizando por doquiera; cuando al entrar en unos barrancos rupestres de la cordillera, el caballo se le espantó y encabritó y se puso a correr frenético, sin que las riendas ni el freno lograran domarlo. El sendero era estrecho y pedregoso; allá abajo bramaba el río. Monseñor Cagliero, aprovechando una vuelta de alguna anchura, tiróse al suelo, muy a tiempo, pues el animal se desleñó y cayó arrollado en las vertiginosas aguas; pero Monseñor quedó ileso: se le desprendieron dos costillas del lado izquierdo, con rupturas musculares y lesiones pulmonares y varias contusiones en la cara y en los brazos. Los compañaros, aterrorizados, b levantaron sin sentido y lo llevarett a una estancia llamada Malbarco, donde vivía una familia, colonos católicos, los cuales le prodigaron cuantos cuidad pudieron. Ello y la robusta constitución del misionero, y, duda, las oraciones del Padre, en diez días le pusieron en posición de continuar el viaje a la meta. prefijada. T Monseñor Fagnano como el Padre Evasio apenas tuvie ' noticias del accidente, montaron a caballo y a marchas f zadas se dirigieron a Malbarco. El Padre Evasio todavía encontró allí, y lo acompañó, con todas las precauciones, Concepción. Aquí los alcanzó Monseñor Fagnano. Tan bien le sentó al Obispo la estancia en Chile, que antes de un mee estaba curado, y se dio a recorrer la República ejerciendo el sagrado ministerio. Casi siempre lo acompañó Monseñor Pa. gnano, que, por otra parte, estaba siempre pensando en sus fueguinos. En Ancud se entrevistó con el Obispo diocesano y le pidió cartas de recomendación para el Gobernador, henal; bre sumamente hostil a la Religión. Las cartas y las cual" dadas del Prefecto Apostólico lo amansaron.
Los dos misioneros desembarcaron en Buenos Aires. Monseñor Fagnano, deseoso de adelantar, le pidió refuerzos al Padre Inspector, y recibiendo tres sacerdotes, se hizo lameditarnente a la mar. Bajaron en Puntarenas, que hoy es une ciudad bastante importante, debido en gran parte a los Salealanos que fundaron colegios, escuelas elementelas y prof sionales, levantaron iglesias, plantaron los primeros cereal y las primeras fábricas de tejas y ladrillos... Desde allí Mo - señor Fagnano escribía a su amigo Don Lemoyne: "Estarnoi a 52 grados y medio de latitud sur; somos materialmente los hijos más lejanos de nuestro Padre Don Bosco; pero tal vez los más cercanos a su corazón."
Dificultades de toda clase encontró en su Misión; pero nada era capaz de asustarlo ni detenerlo; temple de acero. y corazón de apóstol, se crecía ante los peligros y las dificil tades. "Yo no puedo estar tranquilo --escribia al Padre Lazzero_ mientras no tenga todos loa medios necesarios para redimir de la esclavitud, de la ignorancia y del vicio, de la miseria y especialmente del demonio a estas pobres almas."
Medio indispensable hubiera sido un vaporeito para recorrer las islas y los ríos. Los protestantes poseían dos, y bien equipados. No pudiendo comprarlo, fletó una goleta de cuarenta toneladas, la bautizó con el nombre de María Auxiliadora y con ella recorría islotes y mares, llevando adondequiera la palabra de Dios y los auxilios materiales que podía. Los indios lo llamaban "El capitkn bueno", en contraposición a otros capitanes no buenos, que los maltrataban y explotaban.
Pocos meses antes de su partida para la eternidad, tuvo Don Bosco ocasión de ver un fruto de esta misión en la persona de una niña fueguina que le llevó Monseñor Cagliero y que dio pruebas de una nobleza de sentimientos que honraría a la más delicada de nuestras doncellas europeas.
La historia de las Misiones de Monseñor Fagnano es de las más emocionantes que se pueden leer. El Padre Raúl Entraigas ha. escrito su biografía y no desdice de las más interesantes de los más heroicos misioneros de todos los tiempos. Cuando, rendido por la edad, las fatigas y los sufrimientos bajó a la tumba, dejó una red admirable de obras de todas clases: iglesias, hospitales, escuelas, colegios, granjas, observatorios meteorológicos, caminos... encaminando el progreso mismo industrial y el comercio en todas aquellas regiones con una floreciente agricultura y una inmigración europea de primer orden. No buscaba ciertamente esto en primer plano; pero buscando las almas y e] reino de Dios, Dios le concedió por añadidura el abrir esas rutas también en lo material.
Con razón en Santiago de Chile el jefe del partido socialista, venciendo la repugnancia de sus colegas, hizo el grande elogio del grande misionero, el 16 de agosto de 1937, con estas palabras: "No se debe olvidar que de los treinta mil habitantes de Magallanes, la antigua Puntarenas, la mi tad recibieron instrucción de los Salesianos, quienes, Can sus escuelas, talleres y granjas civilizaron esas regiones semi. bárbaras." E invitó a la Cámara a adherirse a los honoren tributados a Don Bosco, como lo hicieron.
El humilde y grande misionero provenía, con tantos otros, de aquellas casas para "vocaciones de adultos" que, con el nombre de "Hijos de María", había fundado en buena hora Don Bosco.
La partida de los misioneros despertó en el corazón de Don Bosco el ansia de mayores conquistas, de las que con frecuencia hablaba a sus hijos.
Así. el 3 de febrero, en una conferencia a los salesianos del Oratorio, les decía:
"Deseo exponeros un pensamiento para que todos nos animemos a recorrer generosamente nuestro camino. Si un pobre sacerdote con nada, y con menos que nada, porque ha sido combatido por todos y por todas partes, ha podido llevar las cosas hasta el punto que veis, decidme, ¿qué no esperará el Señor de trescientos individuos sanos, robustos, de buena voluntad, provistos de ciencia y con los medios que poseemos?
El Señor espera de vosotros cosas grandes; yo las veo clara y distintamente por doquiera y podría describirlas una por una, o, por lo menos, indicarlas... Se refieren al estado floreciente de la Congregación cuando yo esté en la eternidad...
Apenas comenzó la Obra de los Oratorios en 1841, pronto algunos piadosos y celosos sacerdotes y seglares vinieron a ayudarme para cultivar la mies, que desde entonces se presentaba copiosa entre los jovencitos abandonados.
Estos colaboradores o cooperadores fueron y serán siempre el sostén de las obras que la Providencia pone en nuestras manos."
Al genio y al corazón del Santo no escapó un problema que en un porvenir inmediato iba a tomar importancia: de los emigrantes europeos.
Una vez establecidos sus misioneros en las Pampas, pro., puso con mucho interés al ministro de Estado otro proyecto. el establecimiento de una colonia italiana en la Patagobia., que hasta entonces era un vastísimo territorio abandonado y podía llegar a ser la meta de una importante emigración' para los italianos y otros europeos que se dirigían a la Amé, rica del Sur.
Unía a la proposición una memoria sobre la asistencia prestada por los Salesianos a los italianos emigrados a la Argentina y al Uruguay, y esto por varias razones: para mostrar al Gobierno "que nosotros no hacemos nada en se_ creto, ni navegamos debajo del agua, sino que exponemos al público todo lo que hacemos"; y para hacer ver cómo se puede conciliar el amor a la Religión con el verdadero amor a la Patria. Y alistó una nueva expedición.
tl en persona acompañó a sus generosos hijos a recibir la bendición del Papa, que había dado cinco mil liras para aquella expedición. No contento con esto, dijo al Cardenal Bino:
—Si viene Don Bosco, dígale que yo le pagaré los gastos del viaje.
Y dio todavía al Siervo de Dios mil liras en oro.
El Vicario de Jesucristo se presentó al nuevo grupo misionero, acompañado de los eminentísimos Cardenales Asquini, Caterini, Franchi y Di Pietro y de muchos Prelados y Obispos.
—He aquí --dijo en tono parternal—, he aquí un grullo de salesianos que van a América. Dios os bendiga, hijos míos, y la Santa Virgen os proteja...
A estas palabras, los buenos hijos del Oratorio, como arrastrados por mi impulso de afecto ardentísimo, se lanzaron hacia el Papa para besarle la mano.
—No, no —exclamó el Papa sonriendo—, servate órdinem;
ya daré la vuelta y así cada uno podrá satisfacer su devoción.
Después de pasar sucesivamente por delante de todos y de dirigir a cada uno alguna palabra cuando le daba a besar la mano, recomendó a varios que tuviesen cuidado de los emigrados italianos y de sus hijos. Luego se reunió con los Cardenales y pronunció unas afectuosas palabras de despedida. bendiciéndolos y exhortándolos a cerresponder a los cuidados amorosos de la Providencia.
* * *
Dios protegía visiblemente la Obra Salesiana, mostrando su agrado especialmente por la nueva expedición de misioneros. "Dios nos ayuda —escribía Don Bosco el 16 de noviembre— y las cosas proceden de modo que Jos profanos dirían que en ello hay algo de fabuloso; pero nosotros decimos que es un prodigio... Escuchad esta historia interesante: Seis sacerdotes van a América; otros seis entran en la Congregación. Siete clérigos van con aquéllos y siete clérigos piden ser admitidos, y lo son. Doce coadjutores deben ir a América, a Albano y a la Trinidad; doce nuevos coadjutores, por demás celosos, solicitan ser admitidos entre nosotros. Ved cómo guía Dios nuestros asuntos."
La obra de los Cooperadores, como también la de María Auxiliadora, florecia. Por eso sentíase muy obligado a expresar al Señor las más vivas demostraciones de gratitud.
En septiembre de aquel año, durante la segunda tanda de Ejercicios Espirituales, tuvo un sueño variado y largo, en el cual el personaje que ordinariamente se le ponía al lado en tales visiones, le dijo:
—Ven y te haré ver el triunfo de la Congregación de San Francisco de Sales. Sube a esta roca y verás.
"Era un perlaseo en medio de una llanura desierta. Me puse encima. i0h, qué vista tan inmensa se presentó a mis ojos! Aquel campo, que nunca lo hubiera imaginado tan grande, me pareció que ocupaba toda la tierra. Estaban allí reunidos hombres da todos los colores, con vestidos de todas clases, de todas las naciones. Vi tanta gente, que no sé podio haber tanta en el mundo. Comencé a observar a los Primeros que se presentaron a nuestros ojos. Estaban vestidos corno nosotros loa Italianos. Conocí a los de la primera fila y habla entre ellos salesiark,,, que conduelan como por la mano a grupos de niños y de nilsas. pués venias otros con otros grupos; detrás, otros y otros, que ye, no conocí ni podía distinguir, pero su número era incontable, nada el mediodía aparecieron ante mis ojos los sicilianos, africanos y una muchedumbre de gente, del todo nueva para mi. Siempre iban conde. ciclos por salesianos, de los cuales sólo me eran conocidos los de iss primeras filas, y ninguno más.
—Da la vuelta —me dijo el desconocido.
Y he aquí que se me presentaron otros pueblos innumerables, vestidoe de modo distinto de nosotros; usaban pieles, especie de mantos que parecían de terciopelo, y muchos, de varios colores. Hizome volver hacia los cuatro puntos cardinales. Entre otras cosas, vi en el Oriente mujeres con pies tan pequeños que apenes podían mantenerse derechas, y casi no podían caminar. Lo singular era que en todas partes vela salesianos, que conduelan grupos de muchachos y de muchachas, y junto a ellos, una multitud inmensa. Siempre recordaba a los de las primeras filas, después, marchando adelante, ya no conocía a nadie; ni tampoco a los misioneros.
Entonces mi interlocutor tomó de nuevo la palabra y añadió:
—Mira y considera; tú no comprenderás ahora lo que te voy a decir; pero está atento: todo esto que has visto es la mies preparada para los Salesianos. ¿Yes qué inmensa es la mies? Este campo en que te encuentras es el lugar en que tua hijos deben trabajar. Los salesianos que ves son los trabajadores de la viña del Señor. Muchos trabajan y no te son conocidos, El horizonte se ensancha a ojos vistas con gente que tú no conoces todavía; y esto quiere decir que, no sólo en este siglo, sino en el otro y en los siglos futuros, loa Salesianos trabajarán en su propio campo. Pero, ¿sabes con qué condición se podrá llevar a la práctica eso que ves? Yo te lo indicaré. Mira: es necesario que hagas imprimir estas palabras, que serán como vuestro lema, vuestro santo y seña, vuestro distintivo. Anótalas bien: E/, TRABAJO Y LA TEMPLANZA HARAN FLORECER LA CONGREGACIÓN SALESIANA. Explicarás, insistirás, harás imprimir un manual donde se expliquen y se haga entender bien que ra., TRABAJO Y LA TEMPLANZA es la herencia que dejas a la Congregación y lo que será también su gloria..."
En 1878 los protestantes abrieron junto al Santuario de María Auxiliadora una escuela gratuita. Don Bosco abrió otra en el Oratorio con el intento de ganarles el mayor núrnero posible de niños. Los protestantes tenían y daban dinero a montones, mientras que él, viviendo de caridad, se limitaba a algún regalo a los que frecuentaban el Oratorio Festivo. Pero los jóvenes internos rezaban y hacían frecuentes comuniones según su intención. La lucha duró un año hasta que, en los primeros días del mes de María Auxiliadora, los alumnos de las escuelas protestantes se pasaron todos a las escuelas de Don Bosco, obligando a los protestes a retirarse por falta de alumnos.
Turín es la ciudad de los "viales", que son avenidas anchas con cuatro espléndidas filas de árboles. En esto se adelantó a casi todas las demás ciudades como previniendo las necesidades del intensísimo tránsito moderno. Uno de estos era el del "Rey", cerca de la estación central del ferrocarril, llamada de "Porta Nuova". Entonces estaba formándose aún ese barrio suntuoso que presagiaba un espléndido porvenir. A la sombra de sus plátanos ya se iban alineando suntuosas casas de comercio. Se imponía una iglesia, una hermosa iglesia, tanto más que los protestantes estaban tomando posesión de él y habían construido un templo, tenían escuelas femeninas, dispensarios y una diaconía. Y estaban en ci mino de hacerse dueños absolutos del barrio.
Don Bosco no podía desinteresarse de él, tanto más cuanta que por las cercanías estaba su Oratorio Festivo de San Luis, La idea de oponer templo a templa había surgido en su mente desde el año 1869; pero numerosas circunstancias le impidieron la realización.
No pudiendo adquirir una faja de terreno por ser protestantes los propietarios y porque los poderes públicos pusieron impedimentos, trató de hacer declarar de necesidad pública la construcción; pero ta poco lo logró. Acudió al Ministerio; mas éste no accedió. Elevó un memorial al Consejo de Estado y su memorial pasó a los archivos. Era una verdadera obstrucción y una conjura organizada. Entretanto
el barrio se poblaba y los protestantes se afirmaban, con grande pena de los católicos. Al ir a Roma en 1876 quiso a todo trance descubrir el paradero de su memorial y se le dijo que en los traslados se había perdido. Mas él comprendió que lo que se quería era cansar su paciencia y hacerle desistir. pero aún no había nacido quien hiciera perder a Don Bosco la paciencia, cuando andaban de por medio la gloria de Dios y la salvación de las almas. Al fin dio con sus papeles y los presentó personalmente. El Consejo nombró, una comisión para estudiarlos. También logró averiguar quiénes eran sus miembros, y fue a visitarlos uno a uno. Y los persuadió. De la discusión, pues, salió la declaración de la necesidad urgente de levantar en el barrio de Porta Nuova un templo católico, porque así lo demandaba la población, católica en su casi totalidad.
Se dio la oportuna ley de expropiación y Don Bosco compró el terreno, mandó hacer los planos y los presentó a la aprobación eclesiástica. Pero entonces le faltaban... los medios. Una idea brilló en su mente. La tomó al vuelo. Pío IX había dejado en el mundo entero una corriente de simpatia. Pues el templo sería un monumento a la memoria del gran Pontífice.
Difundió por medio de la prensa la feliz idea. Y las limosnas comenzaron a llover; y no sólo de Italia.
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Pero entonces surgieron otras dificultades, y de donde menos se esperaba y como menos se podía esperar. No muy lejos de aquel barrio se estaba fabricando otra iglesia, dedicada a San Segundo. La había ideado y empezado a construir Don Bosco varios años antes; y cuando estaba casi para techarse, se le había dado orden de entregarla a la Curia, lo cual hizo, como obediente y abnegado que era. La construcción siguió lentísimamente y disminuyeron las aportaciones de los fieles. Un día, el 27 de febrero de 1878, apareció
en el Boletín eclesiástico la noticia de que la Curia declaraba la Iglesia de San Segundo monumento a la memoria d. Pío IX. Se prohibió al Boletín Saleeiono seguir haciendo anpropaganda y se pidió a la Santa Sede que intimara a Don Bosco la prohibición.
No quería él aparecer como en oposición a una decisión de la Curia; pero siendo Superior de una Congregación exenta y ya difundida por todo el mundo, apeló a la misma Roma probando que su idea de hacer del templo de San Juan Evangelista un homenaje a la memoria de Pío IX era muy ante, rior a la de la Curia. Por prudencia y "pro bono paciy. mandó hacer para la Archidiócesis una tirada aparte del Boletín Balesiono, en la que se suprimía toda palabra sobre su templo.
Eran tiempos malos aquéllos. Las sectas odiaban al Papado. Los recuerdos del Papa del "Syllabus" y de la Infalibilidad Pontificia se les atravesaron. La iglesia de San Se. gundo había sido consagrada el 11 de abril. En su fachada ostentaba un hermoso busto de Pío IX, con una inscripción que debía recordar a. la posteridad ser aquél un homenaje de la Curia al insigne Pontífice. A los ojos sectarios aquel busto y aquella inscripción produjeron el efecto que en el toro de lidia, el capote rojo: turbas desenfrenadas los arrancaron y profanaron entre blasfemias y risotadas, sin que los representantes del orden hicieran nada para impedirlo.
Entretanto el templo de San Juan Evangelista llegaba a su término. Roma, había dado razón a Don Bosco, No se le había prohibido hacer de su templo un homenaje al insigne Bienhechor de la Sociedad Salesiana.,N,o un busto, sino una magnifica estatua de mármol, debida al cincel del gran escultor Confaloniero debía adornarle. La prudencia aconsejaba cautela. El primer acto de prudencia fue colocar la estatua dentro de la iglesia y colocarla sin ruido. El segundo fue separar con intervalos las grandes solemnidades de la consagración del templo, con lo cual se lograba otro efecto: mantener viva la devoción y el entusiasmo de los fieles.
el primer acto fue la bendición de las campanas. Cuando desde su esbelta torre hicieron vibrar de sonoridades los airea, rompiendo como par encanto la grave monotonía que pesaba ,sobre los alrededores del templo protestante, toda la población pareció despertar de una pesadilla.
- Semanas después se hizo el estreno ("collaudo" lo llaman los italianos) del órgano; fue para todo Turin una fiesta de arte. Los mejores músicos intervinieron y la flor y nata de la sociedad se alternaba en las audiciones. Había también que Inaugurar la estatua. nsta es monumental. Quien entra en el templo pasa por delante de ella. Era imposible no detenerse a contemplar aquella obra maestra. Por añadidura la Juventud Católica había cometido, en su corajudo valor, una verdadera temeridad: cuando la profanación del busto, había lanzado a las sectas un desafío: "Os esperamos en la inauguración de la estatua en San Juan Evangelista." Y las sectas habían recogido el guante. El peligro era serio. La prudencia de Don Bosco lo conjuró. Ante todo dispuso que la entrada se hiciera con invitación personal. Y luego mandó la invitación a todos los periódicos, fueran del color que fueran, y todos correspondieron enviando sus reporteros. Y la antielericalisima Gazzetta di Tori.no salió con un hermoso artículo que comenzaba así: "Hace tres días que la nueva iglesia, construida también ella como tantas otras por ese hombre extraordinario que es el Reverendo Bosco, no se vacía de gente, sino en los intervalos en que su magnífico órgano calla."
Por otro acto de prudencia retardó la consagración hasta el 29 de octubre.
Los festejos se desenvolvieron con un programa semejante al de la de María Auxiliadora. Tampoco aquí reparó en gastos ni ahorró solicitudes para dar a la manifestación religiosa la más imponente grandiosidad, en vista, eso sí, de las correspondientes ventajas espirituales. De eso especial, a se complacía, como se ve en la carta que escribió i" una generosa cooperadora francesa que mucho le había ayudado, Clara Louvet, de Air-Lila: "Se ha visto un espectáculo verdaderamente 'milagroso: los hombres venían a miles a confesarse y a comulgar con una devoción especialísima.'
La iglesia fue consagrada por el Arzobispo Monseñor Gas. taldi. Don Bosco celebró en ella la primera Misa. Cuando el Arzobispo, acabada la consagración, volvió a la saeristia, el Santo, que ya había tomado los sagrados ornamentos, se le acercó con lágrimas en los ojos y le dio las gracias. Monseñor, conmovido ante aquel acto, llorando también, no supo decir otra cosa que:
Don Bosco, Don Bosco:
Y vuelto a los seminaristas que formaban parte de su séquito, añadió:
—Yo gozo de que se haya levantado este templo en honor del apóstol tan amado de Jesús, tan devoto de Maria Santísima, tan respetuoso a la autoridad de Pedro. Aprended de él un intenso amor a Jesús Sacramentado, a la Santísima Virgen y al Sumo Pontífice.
Las fiestas de la consagración duraron ocho días. Varios Prelados tomaron parte en ellas y entre otros los Obispos de Fossano, Alba y de Biella, Monseñor Manacorda, Monseñor Pampirio y Monseñor Ldo. Pero el momento más solemne de aquellos días fue cuando Don Bosco, en la tarde misma de la consagración, habló a los fieles el primero. Después de haber dicho lo que era aquel lugar treinta y cinco años antes, lo que era entonces y lo sería en el porvenir, terminó resumiendo y adaptando al auditorio la sublime plegaria que elevó Salomón en presencia del pueblo de Israel en la dedicación del Templo de Jerusalén.
La muchedumbre que acudió los días del octavario a vipilar el nuevo templo, no se saciaba de contemplarlo, y antes de salir se detenía para mirar la hermosa estatua de Pío IX, obra del escultor Conf aloniere.
A glorificar la nueva casa de Dios invitó también a los escritorea, En Don Lemoyne tenía un literato de primer orden. Mandóle ilustrar con toda la amplitud posible la figura del Santo titular. Y el escritor hizo una obra en dos volúmenes muy original y atrayente, accesible al pueblo y no desagradable para las personas cultas. Es de los libros que no envejecen.
Y después del titular, la iglesia dedicada a él. De este trabajo técnico encargó al arquitecto señor Buff a, el cual hizo una monografía elegante, describiendo sus líneas, analizando su estilo, ponderando su equilibrio, su esbeltez y la pureza del arte en toda su ejecución exquisita, que hace de esta iglesia una joya artística. El estilo es románico-lombardo; su arquitecto, el conde Arborio Mella.
Al lado del templo levantó un hermosísimo colegio, que al principio quiso dedicar para niños huérfanos y abandonados; pero luego lo destinó, según hemos dicho, para los "Hijos de María", o sea, para Seminario de vocaciones tardías, que más tarde cuidarían de los niños en todas las latitudes del mundo.
El coronamiento de tan duras fatigas y sufrimientos durante tantos años, el esplendor de las funciones, el bien que manifiesta y ocultamente se hacía y el bien todavía mayor que esperaba se haría en tiempos venideros, le compensaban suficientemente de tantos trabajos y penalidades.
Como contrapartida, dos grandes desgracias cayeron sobre la Obra del Siervo de Dios. "Una —así lo escribía a los Cooperadores-- cayó sobre nosotros el 3 de febrero y la otra el 27 de marzo. La primera fue la explosión de la. fábrica de papel de Mathi, cerca de Turín; la segunda, el incendio de la iglesia de Paysandú, en América. Se apreciaron los dalos sufridos y los gastos necesarios para repararlos y se caiewo que ascendían a la cantidad de más de trescientas mil liras ¡Paciencia! Este desastre podría babemos desalentado ha: ciéndonos abandonar obras utilisiroas a la Religión y a lo Sociedad y hacer que nos diéramos por vencidos por el fiemo, nio; pero no será asi. Confortados por Dios y ayudados por vuestra caridad, hemos tratado de remediar el mal lo mejor que nos ha sido posible, haciendo como las golondrinas, que al ver su nido destruido, vuelven a comenzarlo de nueva"
Se ha dicho, y con razón, que Don Bosco tenía tres grandes pasiones —pasiones buenas, elevadas—; la educación de los niños, la confesión y la Prensa.
Muy pronto comenzó a ejercer este apostolado fecundo. Su misma devoción a San Francisco de Sales no estaba exenta de esta simpatía. En 1850 fundó en Turín una "unión de seglares promotores" para "emprender una benéfica actividad instructiva, moral y material contra los abusos de la mala Prensa". Dicha sociedad tuvo sucursales en algunas poblaciones.
También colaboró en algunos periódicos; colaboración que interrumpió cuando vio que difícilmente podía continuarla sin entrar en cuestiones políticas, ya que entre sus resoluciones estaba mantenerse alejado de la política. En cambio siguiendo las huellas del Santo Patrono y las tendencias de su propio corazón, se dedicó a la "defensa y propaganda de la sacrosanta Religión para el bien de las almas". Como nunca obraba al acaso ni sin preparación y consejo, estudió bien cuáles eran las mayores necesidades espirituales del pueblo, y a ello consagró su vasta erudición y el tiempo que sus obligaciones sacerdotales y la dirección de los niños le dejaban libre. Tuvo, pues, finalidades concretas, y a ello debió en gran parte el éxito de sus publicaciones: eran °por
tunas, respondían a una necesidad real. Así nacieron las Lec turcos Católicas, publicación mensual, que tan oportunas vieron, que hasta serios atentados a su vida le trajeron di parte de las sectas. No las improvisó: tres años de preparación laboriosa les antepuso, durante los cuales ensayó calculó, previó y proveyó para que no hubiera abusos y el resultado fuera seguro y eficaz.
Al principio las editó donde pudo y como pudo... Mas na descansó hasta tener una tipografía propia dentro del re. cinto del Oratorio.
Para comenzar sus empresas Don Bosco no aguardaba a tenerlo todo perfectamente; las meditaba, sí, muy bien, ante Dios, y consultaba con personas digna)); pero convencido de la necesidad o conveniencia, las ponía en marcha sin mayores dilaciones. Así, poco a poco, de progreso en progreso, llegó a tener una tipografía de primer orden. En 1875 contaba ya con seis máquinas y con fundición de tipos propia. En 1881 comenzó un grande edificio para el "arte del libro" que, inaugurado en 1883 con máquinas, último modelo, con estereotipia, calcografía, etc., no había en Turín ni en todo el Piamonte tipografía que pudiera comparársele. Don Aquiles Ratti (que más tarde fue el Papa Pío XI), que se trasladó de Milán a Turín para visitar a Don Bosco y su obra, la encontró funcionando tan admirablemente, que quedó sorprendido y alabó esa "admirable conjunción de la escuela y el taller". Y desde entonces siguió con atención el trabajo salesiano en este ramo, tanto, que elevado al solio pontificio, llamó a los Salesianos a dirigir la Políglota Vaticana.
*
En las casas que fundaba para aprendices, la tipografía ocupaba siempre el primer lugar. Cuando la de Sarnpierdarana empezó a trabajar, Don Bosco sintió la necesidad de emanciparse en cuanto a la provisión del papel, y asociando esta idea con la de ayudar a los colegas de la Buena Prensa, fundó en Mathi, en las cercanías de Lanzo turinés, una fábrica de papel, para cuya dirección puso algunos salesianos convenientemente preparados.
Al lado de las tipografías, las escuelas-talleres de encuadernación cuidaban activísimamente de despachar los pro. Y para que todos pudieran formarse idea cabal de lo que etallí se hacía, mandó imprimir un catálogo del que distribuyó por toda Italia cuarenta mil ejemplares. Don Bosco comprendió siempre el valor de la propaganda de la Prensa, mas no como fuente de ingresos, sino en función de apostolado.
_Estarnos en tiempos en que es precisa trabajar —decía_. El mundo se ha materializado; por eso hay que trabajar y hacer trabajar. Si uno hace milagros permaneciendo en su celda y rezando día y noche, el mundo no cree, y se pierde. El mundo tiene necesidad de ver y tocar.
II
Don Bosco era un amante de las "Colecciones". Esa continuidad ordenada. y escalonada de obras le entusiasmaba. La primera colección en orden de tiempo fueron las Lecturas Católicas y fue también su predilecta. No solamente la dirigió, sino que colaboró en ella de un modo que parece increíble, porque sin tener en cuenta fi Galantliama, grande calendario, siempre anónimo y preparado casi exclusivamente por él, de 1853 a 1873, cincuenta publicaciones llevan su nombre, algunas de dos a seis tomos. El programa, mientras vivió su fundador, se mantuvo dentro del ámbito apologético, Moral y hagiográfico, al alcance del pueblo, pues para defenderlo e instruirlo se publicaban.
Pero existía otra clase de público, que Don BOSCO amaba como las pupilas de sus ojos: los estudiantes de Enseñanza Media. En Italia el máxima clebetter pítero reverentia del poeta Juvenal, parecía, por desgracia, un anacronismo; tanta era la libertad con que se ponían en sus manos textos que nu podían menos de despertar malísimas resonancias en I% almas. Y Don Bosco quería poner remedio. Y lo puso. De se alma inocentísima se irradiaba un aire tal de pureza, que arrebataba aun a los descarriados. Y quería que los librea que se ponen en manos de la adolescencia, por lo menos un atenten a la Religión y a la que él llama "bella virtud"; cate criterio lo guió en la preparación de estas colecciones.
La primera fue Selecta ex latinis scriptóribus, que poca a poco fue dando a las escuelas y colegios en ediciones racionalmente expurgadas, la colección completa de todas las obras o trozos de obras que el Ministerio imponía o simplemente recomendaba, para la Enseñanza Media. Profesores de dentro y de fuera, bajo la dirección del Padre Francesia, trabajando sin descanso, lograron en breve tiempo presentar estos textos, con notas y comentarios. Por las varias ediciones que sin cesar se sucedían, puede juzgarse si llenaban o no un vacío.
Después les llegó el turno a los autores italianos. La colección titulada Biblioteca de la Juventud Italiana, dirigida por el Padre Durando, puso en circulación desde 1869 a 1885 doscientas cincuenta y cuatro obras, más que suficientes para cumplir con los programas que pudieran poner los Ministerios. Los tomitos salían regularmente cada mes y se vendían uno a uno o por suscripciones anuales. Eran comodísimas y costaban poco. Por el momento los suscriptores llegaron a tres mil. Su nitidez y corrección hizo que penetraran en los seminarios y colegios religiosos. Benedicto XV, que había sido uno de los abonados, dijo, siendo ya Papa, que de esa colección Italia tenía que vivir agradecida a Don Bosco, porque había hecho posible a los alumnos del santuario lecturas que la conciencia prohibía y que los programas oficiales imponían. Cierto que la empresa no era fácil ni pasó sin acerbas críticas de los que no conocen lo delicado de las almas juveniles. Pero Don Bosco opuso oídos de mercader y todo el mundo acabó por darle razón.
Algo más tarde emprendió la Colección ele textos griegos. comenzó con seis Diálogos de Platón, en tres tomitos; siguió ene la airopedia y la Anábasis, de Jenofonte. De ella encargó al padre Pecchenino, quien luego la entregó al Padre Garino, que desde niño había crecido al lado de Don Bosco y secundado maravillosamente cuando le encargó redactar una Gramática Griega asequible a los estudiantes de Enseñanza Media, la cual se impuso de tal manera, que fue por generaciones y generaciones el texto de seminarios y gimnasios; y luego un diccionario que reunió las mismas condiciones. A estas tres colaciones añadió otra en 1875. Era el tiempo de las célebres discusiones, sobre todo en Francia, acerca de la conveniencia o no de incluir en los programas de las lenguas clásicas los autores cristianos. Sistemáticamente se loa venía excluyendo tanto en Francia como en Italia. Don Bosco, sin tanta discusión, recordando ciertas disposiciones de Pío IX, reforzadas luego en una carta al fogoso Abate Gaume en 1874, dejando que los polemistas discutieran, inició su Colección ex Selectis Christianis scriptóribus griegos y latinos, cuya dirección confió al Padre Tamietti, sacando por primer tomo un volumen de San Jerónimo e imponiendo al mismo tiempo a todos los institutos salesianos la explicación de un autor cristiano una vez por semana. También esto fue bastante criticado en un principio, mas también todos acabaron por darle la razón. Famosas se hicieron algunas frases suyas que abrieron el camino a la aceptación en los mismos Liceos oficiales: "El Latín de los Padres de la Iglesia quizás no sea clásico en el sentido que suele darse a la palabra, pero, ¿quién no queda sorprendido de la alteza de las ideas y de la hermosura de la lengua, leyendo a San Agustín o San Bernardo!" El mismo Gobierno les abrió las puertas ordenando su estudio en sus Liceos y escuelas de Magisterio. Tomaseo escribió en su diario, fecha 31 de mayo de 1883: "Los primeros escritores cristianos (en orden de tiempo) son gigantes en comparación de los paganos últimos las contemporáneos). También éste es un vestigio divino."
Otra categoría de libros escolares era preciso expurgar, los diccionarios. ¿Hoy quién ignora los peligros de toda clase que encierran para las almas juveniles los vocabularios? Don Bosco quiso librar de este inconveniente a la escuela y dio las convenientes órdenes a sus hijos especializados: al Padre Durando le dio la orden de preparar el diccionario latino. italiano e italiano-latino; al Padre Cerruti el italiano; a los Padres Pecchenino y Garino, el griego-italiano y el italiana. griego. También estas publicaciones fueron acogidas con ge. neral aplauso y gratitud.
Ya en el ocaso de su vida, emprendió otra colección impor. tantísima: la del Teatro juvenil. Mucha importancia le hable dado durante su vida al teatro, mirándolo como un excelente medio de distraer, educar, alegrar y formar el pequeño mundo de los colegios y escuelas. Desde 1847 habla comenzado sus representaciones en sus Oratorios y colegios, escribiendo él mismo algunas comedias y encargando otras a sus amigos. También las escribió e hizo representar en Latín. Poco a poco en sus institutos fueron surgiendo actores que representaban como profesionales, con gran admiración y contento de los espectadores. Con esta experiencia emprendió en 1885 la colección de piezas dramáticas para institutos y familias. Cada dos meses salía un tomito. El mayor contribuyente fue Don Lemoyne, cuyos dramas fascinaban a los jóvenes y producían un bien incalculable. Algunos de ellos no envejecen y serán monumentos a través de las generaciones.
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Persuadido como estaba de que la Música es un medio afleacísimo de educación, poquísima encontraba que fuera, apta para esos fines. Excitó, pues, a Cagliero a hacer coral.i,„ieues sagradas y recreativas que tuvieran las condiciones que e deseaba. Y Cagliero, dotado por la naturleza de dotes ,traordinanas, secundó admirablemente sus proyectos, de modo que el Oratorio no sólo se distinguió por sus mara-;musas ejecuciones, sino que rivalizó con las mejores caleografias musicales.
Otra colección había planeado, pero la muerte apenas le dio tiempo de verla iniciada: Colección de lecturas amenas. La prosiguieron sus hijos como un homenaje debido a la memoria del Padre arnadísimo.
Quizás alguien pregunte cómo podían surgir en torno de Don Bosco esas pléyades de escritores y artistas. Pues, sencillamente: se los formaba, como formaba directores, predicadores, maestros... Tenía el arte supremo de descubrir las cualidades de cada individuo y el no menos precioso de valorizarlas; los asociaba a las obras que él andaba realizando, les enseñaba a trabajar, a rebuscar, les proveía de libros y materiales de consulta, los ponía en relación con quienes pudieran perfeccionarlos, los sostenía en sus trabajos y luchas, sin por eso dispensarlos de sus ordinarias ocupaciones de clase y asistencia. El sabía que nadie como quien vive ocupado encuentra tiempo para todo. Era que, sobre todo, los inflamaba en el ardor de sus ideales y los electrizaba con su ejemplo.
Para el apostolado de la Prensa se necesitaban entonces —según su modo de pensar, dos cosas : precio asequible y larga difusión. Ambas procuró lograr. En cuanto a lo primero, hay graciosas anécdotas con su primer administrador, el señor Oreglia. Puso éste a la vida de Francisco Besucco un precio algo elevado, pareciéndole no sólo justo, sino convenientísimo. Y el Santo, que había hecho los cálculos del Coste y no quería rebasarlos, lo reprendió suavemente.
—Usted, caballero, sabe que Don Bosco tiene necesidad de dinero y quiere proporcionárselo; yo sé que el pueblo ti necesidad de buenas lecturas y debo proporcionárselas s reparar en dinero.
En cuanto a la difusión, es difícil enumerar las industio de las cuales se valía Don Bosco. En muchísimos cent grandes y pequeños de población, él se ganaba para la ca de la Prensa algunos amigos, sacerdotes y seglares, enam rándolos de misión tan importante, de modo que busca suscriptores, vendían los libros, los llevaban a domicilio.. dándose por satisfechos con poder colaborar en un apost lado tan meritorio. A veces les dejaba alguna comisión. Así tenía colaboradores en los palacios de los grandes, en lea Obispados y parroquias, en las barberías, en los hoteles y hasta en las tabernas. Así se explica que las Lecturas Católicas, a poco de salir, tuvieran catorce mil suscriptores fijos,
Otra cualidad de Don Bosco era saber aprovechar las oportunidades. En 1884 Turin inauguró la Gran Exposición Nacional de la Ciencia, del Arte y de la Industria. Ahora bien, él concibió y realizó el atrevido proyecto de exponer y poner en acción todo el mecanismo de la producción del Libro. Aprobada por el Capítulo Superior su propuesta, pidió y se construyó ex profeso para él un pabellón especial, sobre cuyo frontispicio se leía en letras cubitales: DON Bosco: Fábrica de papel, tipografía, encuadernación y librería sale-afana. Para aquellos tiempos un sacerdote expositor y en una Exposición Nacional, y en la sección de trabajo, a muchos les parecía el colino de las extravagancias. Y de hecho no pocos caracteres ligeros, al ver la inscripción, sacudían la cabeza y seguían adelante diciendo: "¡Eh, cosas de curas!" En cambio, los que entraban, quedaban inmediatamente sorprendidos de la exposición, de los trabajos y... de los trabajadores, porque Don Bosco presentaba las cosas a lo vivo:
ani estaban sus artesanos, sus obreros, con sus maestros, coadjutores salesianos o antiguos alumnos, y realizaba los trabajos a la presencia de los visitantes, imponiéndose a la admiración de todos por su aplicación, su compostura, serenidad y alegría. Probablemente jamás le había venido a ningún expositor la idea de semejante manera de exposición. El proceso del libro encadenaba la atención de los visitantes, que veían asombrados cómo de un montón de trapos sucios, pasando por diversos procesos, veían salir preciosamente encuadernado, un soberbio volumen ilustrado con un centenar de primorosos grabados: "Fabiola", del Cardenal Wisenian. De modo que aquel pabellón constituyó el reclamo más importante de la Exposición Nacional. Los que habían pasado de largo meneando la cabeza y diciendo: "¡Cosas de curas!", volvían a ver la exposición, y salían diciendo, por lo menos en su interior: "¡Qué cosas saben a veces hacer los curas!" La prensa oficial, a pesar de los vientos que entonces corrían. no podía menos de comprobar que "la galería de Don Bosco era una de las pocas en que los visitantes se aglomeraban en un continuo ir y venir, notándose en todos los rostros las señales evidentes de la satisfacción y del asombro".
En la fabricación del papel trabajaba una máquina novísima, adquirida en Suiza. En la librería figuraban mil volúmenes, impresos todos en la tipografía salesiana. Los había de todo tamaño y calidad: científicos, literarios, históricos, didácticos, religiosos, ilustrados... Hacía también su papel la colección entera del Boletín Salesiano, impreso en tres lenguas: italiano, francés y español. Había también muestras de Dibujo Profesional. Y todo elegantemente colocado en estantes de artística estructura, fabricados por los ebanistas Y cerrajeros del Oratorio, y las vitrinas dejaban ver una gran variedad de encuadernaciones, también de diferentes estilos.
Concurriendo de esta manera en una Exposición Nacional, con caracteres mundiales, Don Bosco se proponía varias cosas: v. gr., hacer ver y palpar que el Clero no es enemigo del progreso, como algunos órganos de prensa venían pagando; dar buen ejemplo también en la santificación las fiestas, porque el domingo sus obreritos no trabajaban, por más que se les insistió. Algunos periódicos intentaron ponerlos en ridículo; pero el temor de levantar un escándalo y perjudicar a la Exposición loa contuvo. Otra ventaja, y no pequeña, fue la inmensa popularidad que ganó para la Buena Prensa con su actividad. Toda Italia vino a conocer, no sin legítimo orgullo, una obra grandiosa que grandemente lit honraba y que merecía ser sostenida para el honor de la pa. tris. y de la Iglesia.
Antes de dejar la Tierra, Don Bosco tuvo el consuelo de haber actuado sus deseos: primero, una tipografía; luego, una gran tipografía; después, muchas, grandes y buenas tipografías. Además de la de Turín, había fundado una en Génova, otra en San Benigno Canavese, tres en Francia: Niza, Marsella y Lila; una en Barcelona-Sarriá (España), y otra en Buenos Aires. Con tales antecedentes, ¿qué de extraño que los hijos de Don Bosco, en dondequiera que se encuentren, se dediquen con ardor de predilección a suscitar y organizar poderosas escuelas tipográficas y librerías difusoras? El apostolado de la Prensa es parte de la herencia que les ha legado su Padre.
En los CAPITULO días dePío IX
EN ROMA Y EN EL PIAMONTE
Don Bosco estaba nuevamente en Roma el 2 de enero de 1877. Pío DI le había encargado reformar las Reglas de un Instituto romano adaptándolas al espíritu de la Sociedad Salesiana, a la cual deseaba incorporarlo, conservando, con todo, el fin de su fundación. Largas y difíciles gestiones ocuparon al Santo, no sólo durante su permanencia en Roma, sino todo el año.
El angélico Pontífice lo recibió tres veces en audiencia. La última, que fue el 21 de enero, hallándose enfermo en cama, no vaciló en admitirlo en su dormitorio, en donde lo entretuvo conversando más de una hora con paternal ternura. La extrema pobreza de aquella habitación dejó a Don Bosco profundamente maravillado y conmovido.
—; Ah —exclamaba narrando aquella visita—, si viniesen los soberanos y los príncipes de este mundo a visitar el dormitorio de Pío IX, cuánto tendrían que aprender!
' Este gran Papa, que vivía con tanta pobreza y aliviaba las miserias de todo el mundo católico, el 23 de enero entregó veinte mil liras a Don Bosco, sabiendo que se hallaba preocupado porque tenía que pagar una deuda equivalente, contraída en la última expedición de misioneros.
. Memorables fueron las palabras que Pío IX dirigió a Don Bosco en la mencionada audiencia; parecen un eco de las 11 el Santo había oído en el sueño ya indicado.
"—Yo —dijo entre otras cosas— creo que le revelo un misterio diciéndole que estdy seguro de que esta Congregación ha sido suscitada en estos tiempos por la Divina Providencia para mostrar el pod,, d, Dios. Estoy convencido de que el Señor ha querido tener escondido hasta el presente un secreto importante desconocido durante muchos siglos, aun para otras Congregaciones. Su Congregación es nueva en u. Iglesia, por la novedad de su formación, porque aparece en estos tiempos, de manera que pueda ser Orden religiosa y secular, que participe del mundo y del claustro, y sus miembros sean religiosos do claustro y libres ciudadanos... Escríbalo a sus hijos del mismo Modo que se lo digo. La Congregación florecerá, se dilatará milsginisamente, durará las siglos venideros y siempre encontrará colaboradores y coopy_ radares, mientras procure promover el espíritu de piedad y religión, y especialmente de moralidad y castidad."
Poco se detuvo en Turín, adonde llegó el 4 de febrero. Volvió a marchar a fines del mes hacia Francia, visitando de paso las casas de la Riviera.
El 16 de noviembre del año anterior, después de despedir a los misioneros, desde la misma Génova había ido a Niza para la inaguración de una casa salesiana en aquella ciudad, titulada Patronato de San Pedro.
Deseaba prolongar ei viaje hasta Tolosa y Burdeos, pero debió limitarse a quedarse en Marsella, porque tuvo un vómito de sangre, que le impuso un prudente reposo. Si no pudo conceder muchas audiencias, recibió en cambio peticiones de abrir nuevas casas salesianas en Marsella y treinta mía en toda Francia.
En aquellos días estaba madurando Dios para la Sociedad Salesiana una vocación singular. La víspera de la solemnidad de María Auxiliadora la antecámara del Siervo de Dios estaba' llena de gente, cuando entró una señora de Turín, la cual. más que conducir, en parte, arrastraba y, en parte, cargaba, con una hija suya de cerca de diez años, llamada Josefina bi Y hacia tiempo que padecía terribles convulsiones, Dong de cuyas resultas se había quedado paralítica; no podia tenerse de pie, había perdido el nrovimiento de la mano derecho, y desde un mes atrás, el uso de la palabra. La madre, cudndo, vio que eran inútiles los remedios de la Medicina, puso toda su confianza en los medios celestiales. Aquella mañana, después de haber llevado a su hija al santuario de Valdocco, para encomendarla a la Virgen, la llevó a Don Bosco, para que le diese la bendición de María Auxiliadora.
Los que esperaban en la antecámara sentianse conmovidos por el lastimoso estado de la enfermita. Uno de ellos el conde Carlos Cays di Giletta y di Caselette, Diputada en el Parlamento Subalpino, y uno de los primeros bienhechores de Don Bosco, haciéndose intérprete de los sentimientos de los otros, dijo a la pobre madre que con gusto todos la dejarían entrar la primera, y añadió para sí: "Si esa niña vuelve curada a su casa, ya no tendré duda sobre mi vocación." Porque ya hacía algún tiempo que abrigaba el deseo de hacerse salesiano.
Don Bosco exhortó a la madre a tener fe en la bondad de la Virgen; después dio la bendición de María Auxiliadora a la enfermita y la invitó a hacer la señal de la cruz. La niña se dispuso a hacerla, pero con la mano izquierda.
—No con la izquierda, sino con la derecha —dijo Don Bosco,
—No puede con la derecha —respondió la madre.
—Ocie, deje que pruebe.
' Y repitió la invitación.
La niña, obedeciendo, levanta el brazo paralítico y la roano encogida, la lleva a la frente, después al pecho, al hombro izquierdo y al derecho, como si no hubiese tenido ningún mal.
—;Muy bien! —dijo Don Bosco—; has hecho bien la señal de la cruz; pera no has dicho las palabras. Repítela ahora con las palabras, como hago yo: "En el nombre del Padre, Y del Hijo, y del Espíritu Santa."
La niña, muda desde hacía un mes, suelta la lengua re, pite la señal augusta y la acompaña con las palabras; y fuera de sí, empieza a gritar:
—¡ Oh, mamá, la Virgen me ha curado!
Al oir hablar así a la hija, la madre lanza un grito y mai, pe a llorar de alegria.
—Ahora que la Virgen te ha devuelto la palabra --ean. tinuó Don Bosco—, dale gracias al punto y reza de corazón el Avemaría.
La niña la rezó claramente y con devoción.
Pero esto no era todo; todavía era necesario ver si podía estar en pie y caminar sin ser sostenida. Don Bosco la invitó a andar por la habitación y lo hizo admirablemente. La curación era completa. En aquellos momentos la afortunada niña, no pudiendo contener loa sentimientos de gratitud que le llenaban el corazón, abre la puerta de la antecámara, se presenta a los circunstantes, que pocos minutos antes la habían visto contraída, coja y muda, y le oyen decir con desenvoltura superior a su edad y con tono de vehemente inspiración:
—Señores, den gracias conmigo a la Santísima Virgen. Ella, con un rasgo maternal de su misericordia, me ha curado. ¡Ya lo ven! Muevo la mano, ando y hablo; no tengo ningún mal.
Aquella escena y aquellas palabras produjeron una emoción indescriptible: el mismo Don Bosco estaba tan impresionado, que temblaba de pies a cabeza. La niña bajó con su madre de la habitación de Don Bosco y ambas fueron de nuevo ante el altar de María Auxiliadora, donde con más lágrimas que palabras dieron gracias por el favor recibido.
El conde Cays, testigo ocular del hecho, no tuvo necesidad de más para asegurar su vocación. "La Virgen ha hablado, pensó; esto me basta. ¡ Soy salesiano!"
—Había venido para ultimar con usted —le dijo al Santo— el asunto de mí vocación y resolverme; dudaba todavía, pero la Virgen me ha convencido del todo.
y después de referirle la condición que había puesto, añadió:
—Si Don Bosco me acepta, seré salesiano.
Venga, pues, con nosotros —respondió—y será definitivamente aceptado.
El 17 de septiembre de aquel mismo año, el Conde tomó el hábito clerical y el 20 de septiembre del año siguiente era consagrado sacerdote en la metropolitana de Turín, a los sesenta y seis años. Era hombre muy versado en Teología y Derecho.
Sus nietos le ayudaron la primera Misa.
goma estaba de fiesta por las Bodas de Oro Episcopales de Pío 1317 a cuyos pies se congregaron, obsequiosos, Obispos y peregrinos de todo el mundo católico. Don Bosco organizó fiestas extraordinarias en todas sus casas y envió a Roma a Don Julio Barberis y a Don José Lazzero para presentar al Vicario de Jesucristo los homenajes de la Sociedad Salesiana; después marchó él mismo, juntamente con Monseñor Aneyros, Arzobispo de Buenos Aires, que había venido con varios sacerdotes argentinos con dicho objeto. Después de Roma acompañó Don Bosco al Prelado argentino a varias ciudades de Italia, y, finalmente, a Turín, donde se tributó una entusiasta acogida al insigne bienhechor de los Saleaianos de la Argentina.
Más tarde lo acompañó hasta el puerto de Marsella, no sin predecirle que llegaría con retraso a Buenos Aires a causa de un incidente de viaje, como ocurrió efectivamente. A su regreso al Oratorio se hallaba tan agotado, que, al volver de nuevo a sus ocupaciones, en el confesonario, apenas podía levantar la mano para dar la absolución.
Pero tanto cansancio no era bastante para impedirle el despacho de los múltiples negocios que le esperaban: la apertura de nuevas casas, la organización de una nueva expedición de misioneros, asistir a los Ejercicios Espirituales, ej votar el primer Capítulo General de la Sociedad Salesian.e. el cual se llevó a cabo durante el mes de septiembre en Lanzo Torinese.
Y para que la naciente Congregación pudiese ayudarse can la experiencia de otros, invitó a las reuniones a dos Padre, de la Compañía de Jesús, al Padre José Rostagno, notable canonista, y al Padre José Franco, el cual tenía en tanta estima a Don Bosco y a sus hijos, que varias veces había dicho:
—Si no fuese de la Compañía de Jesús, entraría sin vacilar en la Sociedad Salesiana.
LAS ESCUELAS AGEttCOLAS
Durante los Ejercicios, la noche antes de recibir una carta del Obispo de Frejus que lo invitaba a abrir en Francia, una Colonia Agrícola en La Navarre, tuvo uno de sus acostum. brados "sueños", que refirió a algunos de los suyos en presencia del conde Cays y del teólogo Don Julio Barbería el día siguiente.
Soñó y vio delante de sí una región desconocida y una casa rústica, delante de la cual se extendía una pequeña era. En ella había un niña de diez años, vestido de artesano, y junto a él una Señora primorosamente ataviada. que tenia la apariencia de una campesina. El jovencito cantaba en francés:
— ¡Amigo venerado, sed para nosotros padre amado! Don Bosco nada comprendas, aunque entendía las palabras. El asta continuó cantando:
— Mis compañeros te dirán qué queremos.
Se adelantó entonces por el campo hacia la era una multitud" niños cantando a coro:
--;Oh gula nuestro, condúcenos al jardín de las buenas casi brea!
Preguntó quiénes eran y le respondieron cantando:
Nuestra patria es el país de María (1).
estas palabras, la Señora tomó por la mano al niño que habla primero e indicando a los otros que la siguieran se dirigió era mayor, no muy lejana. Cuando llegó a ésta, frente a la se levantaba otro edificio, la Señora, tomando entonces un aspecto oso. se volvió a Don Bosco y le dijo:
, 1_-Estos jóvenes son tuyos todos.
ir __¿. pasos? —replicó el Siervo de Dios—. Pero, ¿con qué autoridad /.0i
e entregáis esos muchachos? No son vuestros ni míos; son del Señor. ir -;,Con qué autoridad? —dijo la Señora—. Son mis hijos, y yo te ,,, e' peno.
. --Pero, ¿cómo haré yo para guiar a esta multitud tan inquieta v tsillicloaa?
' - gira —dijo la Señora.
Volvióse Don Bosco y vio avanzar un grupo numerostairno de otros rones, sobre los cuales ella arrojó un gran velo, cubriéndolos a todos. 'Después tiró del manto para si y aquellos jovencitos se convirtieron en .sacerdotes y clérigos.
¿Estos sacerdotes y estos clérigos son mies? —preguntó Don Bosco.
--Tuyos son, si tá los formas.
E hizo la señal a todos los jóvenes para que se agrupasen en torno de Ella; y a una indicación suya comenzaron a cantar a coro: —Gloria, ims, honor et gratianunt ocho Dómino Deo Sabaoth! En este punto Don Bosco se despertó.
Después de este sueño recibió la mencionada carta del Obispo de Frejus, y aceptó la dirección de la colonia agrícola que se le proponía, seguro de cumplir la voluntad del Señor. Hasta entonces no había recibido ninguna invitación de esta clase. Envió a Don Lemoyne a verla y estudiar sus condiciones. ¡Pues bien, el lugar y la casa de la colonia eran ni más ni menos que los que había visto en sueños! Pero hubo un
ll) Ami rospecteete—soyez notre Ore aineable.
folia mes compagnons—qui vous *rant ce que nous voulons. ?tiotre pare da Cheinin—guidez-nous dans le chemin;—guidez-noua ll, ;urdin,---mais «u jardín de bennes moces,—nou au 'archa de ileurs. Yotre Patrie c'est le paye de Marie.
NOns attendons d'ami qal nous gaside au Paradis.
1
detalle más maravilloso aún: cuando Don BOSCO fue a visi la colonia, todos los jóvenes salieron a su encuentro preee_i didos de un compañero que llevaba un ramo de flores. Cuando lo vio Don Basca cambió de color por la emoción: ;era a jovencito del sueño!... Pero hay más aún; por la tarde se hizo un poco de fiesta literaria y se cantó un himno, ;y aquel ja, vencito cantaba los solos! Y el himno era el del "sueño..: Así nacieron las Escuelas Agrícolas Salesianas.
El niño se llamaba Miguel Blain; se hizo salesiano; fue director de la Escuela y murió en 1947, a los 82 años de edad.
GRANDES ACONTECIMIENTOS 4
Estas maravillosas ilustraciones venían a confortarlo especialmente en los períodos más agudos de las contrariedades ya mencionadas. Por entonces, en noviembre, salió para América una tercera expedición de misioneros bajo la dirección del teólogo Don Juan Cagliero (que había vuelto a Italia para el Capítulo General). También el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, después de apenas cinco años de existencia, y cuando contaba con cerca de doscientas Hermanas y doce casas en Italia y una en Francia, enviaba a sus primeras hijas a abrir un asilo para niñas pobres y desamparadas en Villa Colón, cerca de Montevideo.
En Mornese se llevó a efecto por primera vez la conmovedora función de despedida. Seis fueron las elegidas, dos de las cuales, acompañadas por la Madre Mazzarello, marcharon a Roma por deseo de Don Bosco. El angélico Pio DI. quedó edificado de la humildad y modestia, de la abundancia de las celestes bendiciones y de la expansión alcanzada por esta segunda familia religiosa de Don Bosco.
Este santo Pontífice había escrito en aquellos meses tres cartas al Santo y éste le había contestado; pero las respuestas no habían sido entregadas a Pío IX, el cual exclamó:
r_igué he hecho a Don Bosco, que no se digna contestarme? ¿No he hecho por él todo lo que he podido?
Confió su pena al Cardenal Bilio, y éste escribió a Don Basca y reveló a Don Cagliero la preocupación del Papa; pon Cagliero le aseguró que Don Bosco siempre con afecto filial había cumplido su deber y aun se había sorprendido mucho de no haber recibido contestación a ciertas peticiones que había hecho al Padre Santo.
El Cardenal se apresuró a disipar toda duda de la mente del Papa. El gran Pontífice Pío IX levantó los ojos al cielo, exclamando:
--;Paciencia! Tampoco el Papa logra todo lo que quiere. Es cosa sabida que en las Cortes no todas las cartas llegan a su destino.
Estaban así las cosas cuando el 18 de diciembre de 1877 Don Bosco marchó a Roma. Allí se apresuró a solicitar una audiencia del Papa; repitió le petición por dos veces y no pudo conseguirla; parecía como si una barrera de acero se interpusiese. Le interesaba mucho ver una vez más a su primer bienhechor y también porque sabia que pronto iba e desaparecer; pero a lo que parece, no tuvo este consuelo.
—;Pronto —había dicho el Santo— tendremos grandes acontecimientos que conmoverán a los buenos y a los malos!
En efecto, el 9 de enero de 1878 moría el rey Víctor Manuel. Algunas semanas antes Don BOSCO había ordenado que se dijese el dramas pro Rege (que no se rezaba en Turín desde muchos años atrás) antes de la Bendición que se acostumbraba dar todas las tardes en el Santuario de María Auxiliadora.
El 29 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, a quien aquel arao por primera vez se honraba con el titulo de Doctor de la Iglesia, el Santo dio la primera conferencia a los Cooperadores Saiesianos en la iglesia de las nobles Oblatas de Santa Francisca Romana en Tor de Specchi; Pie IX encargó a su Cardenal Vicario, el Eminentisimo Mónaco La Valetta, que la presidiera.
El 7 de febrero, por la mañana, se difundió por Roma un vago rumor: que Pío IX estaba gravemente enfermo. No se le daba crédito, pero los buenos estaban temerosos. Sin ern_ bargo la triste noticia era cierta. Aquel mismo día, a las 1740, la grande alma del inmortal Pontífice volvía a Dios. Hasta la víspera había hablado de Don Hosco, y Don Bosco al recibir la primera noticia de una probable pérdida había ordenado por telégrafo a todas las casas que se pidiera por la salud del Pontífice. Después que hubo fallecido, no dejó de rendirle su último tributo. El 12 de febrero —dice Don Berto—. "entramos en San Pedro para visitar los restos mortales del Padre Santo. Pudimos besarle el pie y tocar varios objetos en sus venerandos despojos".
En la Capilla Sixtina había comenzado el novenario del rito y en los Palacios Apostólicos había gran movimiento para los preparativos del Cónclave; y se encargó a Don Bosco que explorase las intenciones del Gobierno sobre este punto. Era muy importante que la elección del nuevo Pontífice se pudiese celebrar libre y tranquilamente y en Roma.
El Santo obtuvo del ministro Crispi la seguridad de que el Gobierno respetaría y haría respetar el Cónclave y que no se turbaría lo más mínimo el orden público. Crispi, que en el primer momento se mostró duro y hasta descortés con él, le entretuvo luego familiarmente, recordándole aquel tiempo en que iba a confesarse con él en el Oratorio, durante su permanencia en Turín.
—No me acuerdo —respondió el Santo sonriendo—; pero si quiere, estoy dispuesto a escucharlo aunque sea ahora mismo.
—De seguro que no me vendría mal; pero nosotros... Créame, Don Bosco, las angustias de entonces son nada en comparación de las preocupaciones de hoy.
Y la conversación continuó sobre el Oratorio, la Obra Salesiana y el Sistema Preventivo en la educación de la juventud.
Al volver al Vaticano, Don Bosco se encontró con el Camarlengo de la Santa Iglesia, que lo era el Cardenal Joaquín Pece'. Acercándose a él, le dijo con filial afecto:
—¿Me permite Su Eminencia que le bese la mano? —¿Quién es usted, que se acerca tan resuelto?
— Soy un pobre sacerdote, que ahora besa la mano a sa Eminencia, con la firme esperanza de que dentro de poco, días podré besarle el pie.
—Mire bien lo que dice; le prohibo que rece con ese fin
— Su Eminencia no puede prohibirme que pida a Dios lo. que el quiere.
—Si pide usted con esa intención, le amenazo con las censuras.
— Su Eminencia no tiene autoridad por ahora para huy>, nerme censuras; cuando la tenga, la respetaré.
— Pero, ¿quién es usted que me habla con tanta libertad? —Soy Don Bosco.
—Por favor, no hable de eso. No es tiempo de bromear,
Como el Santo predijo, el 20 de febrero, catorce días después de la muerte de Pío IX, el Eminentísimo Cardenal Joaquín Pecci, Arzobispo-Obispo de Perusa, era elegido Papa y tomaba el nombre de León XDI
El 21 de febrero hizo Don Bosco llegar un afectuoso y reverente testimonio de su devoción y la de sus hijos al nuevo augusto Vicario de Jesucristo.
El 23 de febrero concedió el Papa la primera audiencia pública. Al pasar por delante de Don Bosco le dirigió una benévola frase. El 3 de marzo asistió éste a la ceremonia de la coronación, formando parte de la comitiva del Eminentísimo Cardenal Oreglia. Pero pasaban los días y aunque había pedido una audiencia privada, ni aquella tarde ni la siguiente, ni durante diez días después pudo ver al Padre Santo. Comprendió que el nuevo Papa había sido prevenido en contra de él, y dulcemente se quejó con el Cardenal Oreglia. Este obtuvo y preparó la audiencia, que se efectuó el 16 de marzo, durando algo más de una hora y dejándolos a los dos salaumente satisfechos. Probablemente Don Bosco, a más de hablarle de la Sociedad Salesiana en sus tres ramas, tocó los plintos anotados en un pliego que a su muerte se encontró entre sus papeles con la fecha "1878". Habla de las cosas a se juicio más necesarias para la Iglesia en aquellos momentos. Después de lamentar la escasez de vocaciones eclesiásticas, indica los medios para aumentarlas, contenidos en las siguientes conclusiones: hay que convenir, pues, en que promoviendo y cultivando las vocaciones eclesiásticas para el Santuario, recogiendo a los religiosos dispersos, y restituyéndolos a la regular observancia; asistiendo, favoreciendo y dirigiendo a las Congregaciones recientes, se tendrán obreras evangélicos para las diócesis, para los institutos religiosos y para las Misiones extranjeras.
En el momento de despedirse le rogó que se dignase dirigirle algunas palabras para transmitirlas a los Salesianos en general, a sus alumnos, a los Cooperadores Salesianos, a los aspirantes y a nuestros misioneros en América. El Papa contestó a cada punto. Recomendó a los Salesianos que nunca olvidasen el gran beneficio que Dioa les había hecho con llamarlos a la Congregación, la cual es manifiestamente obra divina, y que mostraran su gratitud con la exacta observancia de las Reglas; exhortó a los alumnos a combatir el respeto humano, gran enemigo de las almas, y a ser siempre sumisos a la Santa Sede, maestra infalible; trazó la misión de los Cooperadores, diciendo que debían santificar a sus familias con el buen ejemplo y con los deberes religiosos, y emplear su solicitud en ayudar a los Salesianos en las cosas que deben realizar en el siglo y que no son adecuadas para los religiosos. A los novicios, esperanza de la Congregación Salesiana, les recomendó el retiro y el ejercicio de aquellas virtudes que deberían practicar después durante toda la vida.
Cuando se habló de los misioneros quiso saber en qué Países habitaban, cuántos eran y cuántas casas e iglesias habían abierto. Después de haber expresado su grande estima Por las obras de los misioneros, les recomendó que vigilasen
sobre sí mismos para predicar no sólo con la palabra, s. con el ejemplo.
Finalmente dijo:
—Le bendigo a usted, a su Congregación, a los alieno a sus bienhechores, a los Cooperadores y a los enfermos q me ha recomendado: Benedictio Dei, etc,
El Santo salió del Vaticano con el alma inundada de más santa alegría. De labios del nuevo Pontífice había oí la voz de Dios, y esta voz le había repetido: "Vuestra obra obra del Señor; así, pues, no temáis; ¡ánimo! y ¡adelante!
* *
Poco después de esta audiencia recibió una invitación del Cardenal Manning, Arzobispo de Westmínster. Este insigne Prelado habla recibido de León XIII el encargo de sondear la opinión de Don Bosco sobre las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno italiano, puesto que en los ambientes romanos comenzaba a discutirse apasionadamente sobre una eventual conciliación.
Pío IX conocía bien las ideas y sentimientos de Don Bosco sobre el particular. No así León XIII, y deseaba saberlo. Y se alegró cuando lo supo. El Santo deseaba ardientemente la conciliación, mas no de cualquier manera, sino digna y sin confusiones, que asegurara ante todo el honor de Dios, el honor de la Iglesia, el bien de las almas —como dijo Pío XI en el discurso del 19 de marzo de 1929, para los milagros de la Beatificación, asegurando haberlo oído a él mismo de sus labios cuarenta y seis años antes.
Y "el modo digno y sin confusiones" lo había planeado él con el célebre Padre Perrone, y probablemente lo había conocido Pío IX. Comprendía varias cláusulas, algunas de las cuales quizás parecieron atrevidas, y que sólo poco a poco se fueron justificando.
Salió de Roma el 26 de marzo, después de tres meses Y tres días de permanencia.
Ir En las últimas semanas había ideado una publicación de grande oportunidad, dedicándole un tomito de las Lecturas Católicas, para instruir a los lectores sobre la elección de un papa, para hacer conocer bien al nuevo Pontífice, para per-paliar el recuerdo de tan fausto acontecimiento, que tuve resonancia grandísima en todo el mundo. Para Don Boscc concebir un plan y realizarlo, era todo uno: le dio al libre un título felicísimo, 11 pitó bel fiare del Colegio Apostolico (la más hermosa flor del Colegio Apostólico). Lo dividió en tres partes: en la primera expone histórica, litúrgica, canónicamente cómo se desarrolla el Cónclave; en la segunda describe la muerte y los funerales de Pío IX y da una viva pincelada sobre la persona de León XIII desde su niñez hasta su exaltación. En la tercera traza breves rasgos biográficos sobre 108 sesenta y tres Cardenales que tomaron parte en el CónclaVe, resaltando sus cualidades caracteristicas y poniendo de relieve las eclesiásticas, especialmente la piedad, la caridad y el celo.
De la obrita envió ejemplares elegantemente encuadernados a cada uno de los Cardenales y para el Papa uno a todo lujo, con una afectuosa y respetuosa carta, que comenzaba así: "La Divina Providencia, oh Beatísimo Padre, quiso que me hallara en Roma durante los grandes acontecimientos de la muerte de Pío IX y la gloriosa elevación de Vuestra Santidad. En esa solemne ocasión tuve cuidado de recoger las principales noticias que pudieran interesar a los fieles, con ánimo de publicarlas para provecho espiritual de nuestros jóvenes y de aquellos que quisieren aprovecharlas."
De buena tinta se supo que el Papa había hecho poner el libro sobre su mesita, para leerlo despacio.
A sus salesianos les dijo Don Bosco que también se había propuesto que Su Santidad viera con qué alegría y prontitud se esforzaban los Salesianos por mostrar su inquebrantable adhesión a la Cátedra de Pedro y por infundir en los corazones el amor al Vicario de Jesucristo. Esto mismo podía también verse en la conclusión del libro. Como se publicó
en das fascículos y el segundo en septiembre, puso olla rápida pero jugosa reseña de los actos de León XIII, desde febrero a agosto, y comentaba: "Estas y muchas otras cosas que por brevedad omito, nos hacen con toda razón mirar a León XIII como una luciente aurora, prometedora del más espléndido triunfo de la Iglesia Católica. Toca a nosotros facilitarlo. ¿Cómo? Con la oración, con la docilidad a la voz de nuestros Prelados, con una conducta verdaderamente cristiana. Pongámonos a la obra, y cada uno en su propia esfera promueva y fomente en las familias las buenas costumbres y la práctica de la Religión; cada cual aleje de sí y de las suyos el pecado y el día del Señor no tardará en despuntar."
Don Caries Gastini, "es juglar de Don Rosco". Fundador de Zas Anooluoiones do los Antiguos Alumnos Salesianos. En las fiestas dei Padre nunca faltaba la composteidu cómica de Dastini, que excitaba Za hilaridad de todos. Delicadísima de sentimientos, fue el Manden- del corazón de oro para demostrar al Padre Za gratitud.
En los primeros meses de 1878 la salud de Don Bosco inspiró alguna inquietud. Cansadisimo e impresionado fuertemente por la muerte repentina de un salesiano en Niza Marítima, se hizo violencia y continuó trabajando; pero el cansancio de la visita que hizo a las casas acabó, al fin, por abatirlo. En Sampierdarena se vio obligado a guardar cama. Las fervorosas oraciones de sus hijos del Oratorio, algunos de los cuales llegaron a ofrecer su vida por él, conjuraron el peligro. El 21 de abril llegaba un telegrama de Sampierdarena concebido así: "Escuchadas oraciones. Padre mejor; come con nosotros." El mal se había detenido, la curación, casi instantánea, fue un señalado favor de Maria Auxiliadora.
A fines del mismo año hubo otra alarma por una amenaza de ceguera. Entonces se entabló también una conmovedora porfía de filial ternura en el Oratorio y en las otras casas. Algunos jovencitos, escogidos entre los mejores por su angélico candor, y a invitación de Don Bosco, durante la merienda se reunían en la antecámara del Siervo de Dios para Pedir por su salud. Esta piadosa práctica duró hasta la muerte del Santo; pero últimamente se efectuaba en el coro del Santuario de María Auxiliadora.
Pero antes el corazón de Don Bosco había sido lacerado
con graves dolores. Eran éstos: la muerte de varios insignes bienhechores, entre ellos el Eminentisimo Cardenal Berardi la clausura de las clases elementales externas del Oratorio por orden de la autoridad y la lucha contra las escuelas in. ternas. A estas penas y preocupaciones se unía el dolor inmenso de verse incomprendido y acerbamente combatido, perseguido y puesto en oposición por y con la suprema auto. ridad de la Iglesia turinesa, de la que había esperado seria su más fuerte apoyo; prueba que duró aún cinco años, col. mándolo de disgustos y amarguras; pero que no logró disad. nuir su actividad, ni agotar su sumisa paciencia. Antes bien, en aquel período de tiempo abrió nuevas casas en Italia, Francia y América e imprimió un gran desarrollo al Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Además, en 1878, abría en el Corso Vittorio Emmanuele, de Turín, la espléndida iglesia de San Juan Evangelista, de la cual hemos hablado.
Tampoco le faltaban consuelos; más aún, puede decirse que este período fue como un atardecer majestuoso que si tiene algunas nubes, más sirven para embellecerlo que para ofuscad».
Como se ve, eran las alternativas de la "Noche oscura" y los "resplandores divinos", características de los grandes Siervos de Dios.
Al mismo tiempo recibía la noticia de que en Buenos Aires-Almagro, con gran concurrencia de público, de autoridades y sacerdotes y en presencia del Arzobispo Monseñor Aneyros y de Su Excelencia el Ministro de Instrucción Pública y Cultos, se inauguraba una casa de artes y oficios, dedicada también a la memoria de Pío IX. El 18 de septiembre de aquel año, el nuevo Papa enviaba un Breve a los misioneros salesianos, "invocando de Dios toda la plenitud de las gracias sobre ellos, a fin de que pudieran ser constantemente válidos instrumentos de su gloria y de la salvación de las almas"; y estaba de viaje la cuarta expedición de aquéllos, cuando el Eminentísimo Cardenal Jacobini, Secretario de Estado, en nombre del Vicario de Jesucristo, in1P1°-
roa de Don Bosco el envío de nuevos misioneros para la República del Paraguay, satisfecho con que se enviasen de Turín o de Buenos Aires, "donde, decía, ya han dado pruebas de inteligente celo y de laboriosidad verdaderamente apostólicos".
El 4 de agosto, un centenar de antiguos alumnos sentábanse a la mesa con él. Al acabarse la comida, respondiendo a SUS felicitaciones, los exhortó a unirse con el fin de auxiliarse mutuamente.
—Renuncio a todo discurso, pues son muchas las ideas que se agolpan en mi mente y grande la conmoción que experimento, como otras veces me ha ocurrido. Os diré una sola cosa: Hoy el asociarse es una necesidad. Todos buscan en nuestros días estrecharse y unirse para formar sociedades de mutuo socorro. Pues bien, ahora que todos estáis en condiciones de ahorrar, hacedlo; uníos para esto; de tal forma que el provecho no se limite a vosotros; debe extenderse también a aquellos jóvenes que, al salir del Oratorio, tienen necesidad de especial ayuda. Una sociedad como ésta sería muy útil para vosotros. Sólo una condición ha de ponerse y es que todos los que la formen han de llevar una vida honrada y cristiana. Si alguno no viviese conforme a los preceptos de nuestra santa Religión, no lo aceptéis en estas asociaciones. Ya se comprende que no hablo de una calda o de una falta aislada; esto podría suceder a Don Bosco y a cualquier persona; hablo del que habitualmente no viva como se debe. este no puede ser invitado a estas reuniones, que tienen carácter de intimidad. Vosotros, sin ninguna excepción, procurad hacer honor al nombre que lleváis, a la casa donde os educasteis, a la Religión que profesáis y a la sociedad de los Cooperadores Salesianos, a la cual pertenecéis.
¿Quién no ve aquí el esbozo de las Asociaciones de Antiguos Alumnos, con sus variadas secciones religioso-sociales?
Don Bosco consideró siempre a los ex alumnos como miembros natos de la Pia Unión de los Cooperadores Salesianos.
II
A principios de 1879, el buen Padre volvió a Francia; Marsella se conmovió con su presencia. El magistrado dan Julio Rostand le ofreció un banquete, al cual, para honrarle, había invitado a los principales de la ciudad, y de tal moda habló de él, que un orador sagrado no habría hablado mejor de un Santo.
A su vuelta, convocó en Alassio al Consejo Superior y a varios directores de la Sociedad Salesiana, y al ver "con gran consuelo" cómo tomaba ésta mayor incremento de día en día, y no queriendo, para corresponder a la bondad divina, escatimar nada de cuanto pudiera contribuir a su pleno desarrollo, creó las cuatro primeras Inspectorías o provincias: la Piamontesa, la Ligurina, la Romana y la Americana.
Después de girar una visita a las casas de la Ligarla, marchó a Roma. El 26 de febrero dio una conferencia a los Cooperadores de Lucca. Su puso por esta ciudad fue memorable por varias prodigiosas curaciones. Fue acogido con tanta veneración, que al dirigirse a la catedral para ver la Santa Faz, lo recibieron a la puerta del templo con hachas encendidas y los canónigos con capa, los cuales, uno por uno, quisieron hablarle y recibir su bendición.
También en Roma recibió muchas pruebas de estimación de toda clase de personas. El 3 de marzo, fecha de la coronación de León XIII, rogáronle que bendijera un rosario para la madre del Papa.
El Padre Santo lo recibió el 20 con gran afecto, le concedió grandes honores para algunos bienhechores y le señaló como protector de la Sociedad al Eminentísimo Cardenal Lorenzo Nina, Secretario de Estada. También en el Palacio Braschi obtuvo del ministro Depretis reverente acogida.
De Roma pasó a Bolonia, después a Este y a Milán y el 9 de abril por la tarde entraba en el Oratorio, después de tres meses y medio de ausencia.
Irla fama de sus obras y de su santidad se difundía más 91"'
' El 15 de mayo de 1879 por la tarde, cerca de doscientos peregrinos franceses, presididos por el vizconde de Da-más y el abate Picard, de vuelta de Roma, se detuvieron en Turín ex profeso para visitarlo.
Una gran aflicción le esperaba en el mes siguiente. El día en que celebraban sus hijos su onomástico con el mayor entusiasmo, le comunicaron el decreto de clausura de las clases superiores del Oratorio. El profesor Don Celestino Durando, del Consejo Superior de la Sociedad, y el profesor José Allievo, de la Real Universidad de Turin, fueron al pinito a Roma para obtener una prórroga en la aplicación del decreto; Don Bosco escribió al Rey, el cual accedió a su súplica, de modo que se suspendió la ejecución del decreto. Mientras tanto, en el Real Gimnasio Monviso, en Turín, de ochenta y dos candidatos a la Licenciatura Gimnasia], treinta y uno eran del Oratorio, ventiacho de los cuales en el primer ejercicio obtuvieron calificaciones más altas que todos los otros y uno también con la máxima puntuación. Llevada la cuestión de las clases superiores al Consejo Superior de Instrucción Pública, no se resolvió hasta fines del afio 1881, con la obligación de poner al frente de ellas profesores aprobados en todas las clases.
Ninguno de los que rodeaban a Don Bosco el día de su Santo tuvo conocimiento de la nueva espina que había venido a traspasarle el corazón. Sonriente, como siempre, aseguró a los circunstantes que experimentaba un gran cosuelo al ver tantos hijos, viejos y jóvenes, eclesiásticos y seglares, vecinos y lejanos, formándole corona, rezando por él y prometiéndole vivir siempre como buenos cristianos y honrados ciudadanos. Dijo, además, que la más dulce de las alegrías se la había proporcionado una carta de Don Costamagna, fechada el 27 de abril, recibida aquella mañana y portadorade la noticia de la entrada de los Salesianos en la Patagonia.
Don Costamagna escribía: "Los Salesianos se encuentran ya en medio de los habitantes del desierto, entre los indio*, pampas, que aún so conocían a su Redentor; ya hablan y viven con ellos, y lea hacen sentir los saludables efectos de la Redención. No es un sueño, sino una realidad tanto tiempo deseada. Ya nos encontramos en Carrhué, lugar distante de Buenos Aires cerca de cuatrocientas millas y dentro de poto estaremos en las orillas del Río Negro, que dista otras cuatrocientas millas, y siempre a través de desiertos. El miércoles después de Pascua, Monseñor Espinosa, Vicario General. del Arzobispado, Don Luis Botta Joselino, salieron de Buenos Aires, en ferrocarril con el Ministro de la Guerra y gran número de soldados para Azul, último poblado de la República Argentina, pasado el cual comienza el gran desierto de las Pampas." El 11 de mayo la audaz expedición llegó al Río Colorado, al punto llamado Rincón Grande, donde Don Costamagna celebró una Misa de acción de gracias, hallándose presentes los oficiales del Guartel General y todos los cuerpos de la división.
El 24 de mayo, fiesta de María Auxiliadora, la expedición llegaba a orillas del Río Negro.
El gozo de Don Bosco por esta noticia, que le recordaba cómo sus "sueños" se realizaban también en aquellas lejanas tierras, fue muy grande, y por eso sus conversaciones tenían frecuentemente por tema la Patagonia.
Los salesianos a quienes cupo la dichosa suerte de abrir esta Misión fueron los Padres Don José Fagnano (además del Padre Costamagna) que después fue Prefecto Apostólico y Superior de las Misiones de la Patagonia Meridional, de la Tierra del Fuego y de las islas Malvinas, Don Luis Chiara y Don Emilio Rizzo con algunos coadjutores. Al mismo tiempo, también las Hijas de María Auxiliadora, bajo la dirección de Sor Angela Valiese, se establecían en el mismo centro avanzado entre los salvajes. La Sociedad Salesiana iniciaba gloriosamente también su vocación misionera.
h. Dios prueba a sus siervos como el oro en el crisol; pero a su tiempo toma su defensa y muestra al mundo que tiene en ellos sus complacencias.
En enero de 1880 Don Bosco volvió a Francia. Marsella fue teatro de innumerables maravillas. La primera ocurrió cuando fue a visitar por vez primera el Oratorio de San León, que a la sazón era un edificio pobre y pequeño. La habitacioncita destinada a él tenía delante un piso más elevado, desde el cual se podía ver el interior. Don Bosco dijo a Don Bologna:
—Ya verás cómo pronto quitamos este inconveniente y tendremos una casa grande y hermosa, con un patio grande y llano.
Después de algunos días, exclamó:
Estoy perdiendo el tiempo aqui!
kr Efectivamente, no se observaba que nadie se tomase interés por la obra iniciada.
He aquí que le traen en un carrito a un pobre niño, que no podía andar ni tenerse de pie. Los padres, que se han enterado casualmente de la presencia de Don Bosco en Marsella y habían oído hablar de sus virtudes, le llevaban al Pobre niño para que lo bendijese. El Santo le dio la bendición de María Auxiliadora y añadió:
—; Ahora anda!
El niño miró asombrado al Siervo de Dios, sin moverse, Don Bosco le repitió:
—¡ Anda!
Entonces el jovencito se levantó y echó a andar curado prodigiosamente. Don Ronchail, director de la casa de Naa, y Don Bologna, director del Oratorio de Marsella, estaban presentes. Este último preguntó a Don Bosco cómo se había efectuado aquello. Y el Siervo de Dios respondió:
— Don Bosco ha visto que no podía hacer nada y ha dicho a la Virgen: ';Ea, Madre mía, comencemos" Y la Virgen ha comenzado.
Loa padres del afortunado niño esparcieron por doquier la fama de aquella curación. El entusiasmo que en breve se despertó por Don Bosco, no puede explicarse sin esta superior intervención.
La señorita Perrier yacía enferma de un cáncer y deshauciada por los médicos en casa de las Salesianas de Mar. sella. Don Bosco, que fue a visitar a aquellas Hermanas, encontró en la enfermería a varias pacientes, a cada una de las cuales dirigió una palabra de consuelo. Cuando llegó junto a la señorita Perrier le dijo:
—¿,,Y usted no pide permiso para levantarse? ¡Pues levántese!
— ¿Pero no sabe usted —observó la superiora— que esta enferma tiene un cáncer incurable?
—Levántese usted al mediodía y vaya a comer con las otras —continuó Don Bosco, dirigiéndose a la señorita.
Y la bendijo. Mientras Don Bosco se marchaba, la enferma exclamó de repente:
— ;Ya no tengo ningún mal; estoy curada.! ¡Quiero levantarme! ¡Denme mis vestidos!
En efecto, estaba curada, Don Bosco recomendó a la superiora que rogase al médico hiciera constar el carácter milagroso de aquella curación. El doctor, que era un buen católico, quedó algo mal impresionado al oir que Don Bosco
había aconsejado el examen de aquella curación y además la había llamado un hecho milagroso. Fue a buscarlo para tener una explicación de lo ocurrido; y mientras esperaba su turno, decía a Don Belogna en la antecámara:
* y la humildad no es virtud que practica Don Bosco?...
porque aquí hay vanagloria; quiere aprovecharse de esta curación,
Don Bologna procuraba convencerlo, pero no lo consiguió; y en tal estado de ánimo el médico entró a ver a Don Bosco, Lo que éste le dijo no se sabe; pero cuando una hora después Don Bologna se asoma a la habitación para. advertir a Don Bosco que los que esperaban para vería se impacientaban, vio al doctor de rodillas con los ojos llenos de lágrimas y las manos juntas, rezando fervorosamente y a Don Bosco en ademán de bendecirlo. Al salir, profundamente impresionado, el doctor exclamó:
— No es para él, es para los otros; es para la gloria de la Virgen.
La fama de tales prodigios se difundía en toda la ciudad y la prensa narraba el entusiasmo con que se hablaba de Don Bosco.
"El Señor —atestigua el Cardenal Cagliero, que le acompañaba en aquel viaje.— quiso premiar la humildad de su Siervo en los quince días que estuvo en Marsella. Una enorme multitud de toda clase de personas deseosas de sus consejos y su bendición, iba todos los días a nuestra casa, dispuesta a esperar desde la mañana a la noche con tal de poder hablarle. Aquellos días fueron un martirio y un triunfo para el Siervo de Dios. Muchos enfermos, recibida su bendición. se iban curados o mejorados; otros, consolados en sus desgracias, y los demás, alentados en sus dudas. El día de la partida había más de doscientas personas en casa, que lo esperaban atraídas por la bondad de su corazón y de su fama
de santidad. Todos deseaban un recuerdo del Siervo de Dios y vi a muchos que daban cortes a su sotana y a su mantea, No valieron ni protestas ni repulsas, por todo lo cual el Siervo de Dios salió muy mal parado en sus vestidos y tuya que cambiarlos en las casas de Saint-Cyr y de Navarra. Lj_ bres a duras penas de aquella inmensa muchedumbre y ya en el coche los dos solos, nos dirigimos a Aubagne. Por el camino el Siervo de Dios, humillado y confuso, me dijo: "¡Qué admirable es siempre el Señor y qué grande es su misericordia, que ha querido servirse de un campesino de Becehi para poner en movimiento a tanta gente y obrar tales raa_ ravillas!"
El 24 de febrero estaba de nuevo en Niza. Allí se detuvo hasta el 6 de marzo, solicitado como en Marsella por toda clase de personas; el mismo deseo de verlo, la misma confianza, el mismo entusiasmo. Recibió más de ochocientas cartas de la ciudad en aquellos días.
De Niza pasó a Bordighera, donde le esperaba una memorable ceremonia. El 9 de marzo, en presencia de seis mil personas y con la intervención de Monseñor Reggio, Obispo de Ventimiglia, al cual acompañaban Monseñor Allegro, Obispo de Albenga, y Monseñor Boraggini, Obispo de Savona. se colocó la primera piedra de una iglesia en honor de María Auxiliadora.
De la Liguria pasó a Roma para tratar de delicadísimos e importantes asuntos con el Padre Santo. El 24 de marzo por la tarde Don Bosco pasó a visitar al Eminentísimo Cardenal Vicario, que le hizo la primera indicación de una gran empresa, que el Padre Santo deseaba confiarle. El día 29 marchó Nápoles, donde, entre otros, se entrevistó con el Venerable Ludovico de Casarla, el cual, lleno de admiración y de humildad, quiso besarle la mano.
Regresó a Turín el 7 de mayo después de cerca de cuatro meses de ausencia. El 11 del mismo un centenar de peregrili
nos franceses llegaban a Valdocco para verlo y un número bastante mayor de devotos se aglomeraban en el Santuario de María Auxiliadora para la fiesta de la Virgen de Don Bosco.
II
Mientras Dios le concedía estos triunfos y le preparaba otros nuevos, los enemigos de Dios y de la Iglesia urdían contra él otro vil atentado. Vino primero, agitadísimo, un ex alumno a revelarle entre lágrimas que habiéndose por desgracia suya, inscrito en las sectas, le había tocado a él la mala suerte para matarlo, y que había además otros once designados también por la suerte para repetir el golpe, caso de que fallase el suyo. Don Bosco se levantó, trató de calmarlo y tranquilizarlo; pero no lo consiguió. El pobrecillo salió precipitadamente, y no pudiendo dominar su angustia, después de algunos días, intentó ahogarse en el Po. Acudieron a socorrerlo dos guardias, y lo salvaron. Don Bosco, que había prudentemente comunicado al padre el secreto, combinó con éste el mejor modo de traerlo al buen camino y al mismo tiempo de sustraerlo a la venganza de sus compañeros, facilitándole, después de haberlo socorrido generosamente, un refugio en el extranjero.
De allí a pocos meses otro joven de unos veinticinco años solicitó hablar con Don Bosco; él le invitó a sentarse junto a él en el sofá. Su cara no inspiraba confianza; había en sus ojos un no sé qué de amenazador, que obligó a Don Bosco a ponerse en guardia y a vigilar todos los movimientos del joven, que eran en extremo nerviosos. Sentóse éste y sin advertirlo, se le deslizó del bolsillo y le cayó en el sofá un Pequeño revólver. Sin que lo notase el visitante, Don Bosco tomó el arma y se la metió en el bolsillo y comenzó el diálogo, que el desconocido trataba de prolongar sin venir a nada concluyente.
De pronto, con aire provocativo y mirando en torno suyi como para asegurarse de lo que preparaba, metió la mano en el bolsillo y registrando a más y mejor, se levanta mira al diván. y al suelo con aire de extrañeza y de gusto. Don Bosco se pone también de pie, y mientras el otro continúa buscando en sus bolsillos, le pregunta con tranquilidad:
— ¿Qué busca, señor?
—Tenía en el bolsillo un objeto y ahora no sé, no lo encuentro...
Y se revolvía contrariado, buscando. Don Bosco dio una vuelta rápida, se acercó a la puerta, puso en ella la mano izquierda para abrirla y sacando el revólver y apuntando al desconocido, dijo:
—¿Es éste quizá el objeto que buscaba?
El otro se quedó corno de piedra.
— ¡Vamos! —dijo en alta voz el Santo.
Y abriendo rápidamente la puerta, dijo a los que se enco traban en la antecámara:
—¡Acompañad a este señor a la portería!
El otro vacilaba.
—¡ Salga! —insistió Don Bosco--, no venga más.
El malvado salió. Dos jovencitos, que habían adivinado de lo que se trataba, lo acompañaron hasta la puerta del Oratorio, donde lo esperaba un cierto número de compañeros en grupo, hablando en voz baja, parte de las cuales, apenas comprendieron que se había descubierto la trama, subieron a un carruaje, que desapareció, y otra parte se alejó rápidamente a pie.
I
– ,
: I , Como en el mundo no hay jamás dicha completa, al lado de las satisfacciones que estas continuas muestras de protección divina y del cariño más intenso de sus hijos y amigos le traían, arreciaban las persecuciones de que era objeto, y estaba siempre la dolorosa cruz que continuaba pesando sobre los hombres de Don Bosco: la incomprensible persecución por parte de aquel a quien después del Papa veneraba él más sobre la Tierra; y la cruz que entonces también pesaba sobre uno de sus más celosos hijos, el sacerdote Don Juan Bonetti, se bacía cada vez más gravosa. Tuvo entonces un nuevo sueño. La noche del 8 al 9 de julio de 1880 soñó hallarse en conferencia con el Capítulo en la habitación inmediata a la suya, esto es, en la que murió. Mientras hablaba de cosas relativas a la Sociedad, observó que el cielo comenzó a nublarse, hasta que se desencadenó una tempestad con rayos, relámpagos y truenos por demás espantosos. Un trueno, el más fragoroso, hizo temblar la casa. Don Bonetti se levantó Y fue a la galería contigua; y después de un momento se Puso a gritar: "¡Cae una lluvia de espinas!"
Y cayeron espinas espesas en copiosa lluvia. Después so oyó otro trueno fragorosísieno; entonces el tiempo pareció aclararse un poquito y Don Bonetti gritó desde la galería!
—¡Oh, qué bonita lluvia de capullos!
En efecto, se vieron caer muchos capullos de flores, tatj. tos, que todo el suelo se había vuelto verde. ¡Otro estampido atronador! Y el cielo, serenándose más, dejó entrever algún rayo de sol. Don. Bonetti gritó desde la ventana:
—¡Qué lluvia de flores!
Y por el aire se vieron flores de todos los colores, forma y especie, que en un instante cubrieron el suelo y la casa con admirable variedad de matices. Retumbó otro trueno; el cielo se despejó completamente; brillaba un sol esplendoroso, Don Bonetti, desde el mismo lugar, gritó:
* Vengan a ver; llueven rosas!
Efectivamente, del cielo caían rosas fragantísimas en cantidad interminable.
—¡ Oh, por —exclamó Don Bosco.
Al día siguiente reunió ex profeso al Capítulo para referir este sueño, que hubo de servirles de gran alivio. Variara veces, dice Don Rúa, "se le vio llorar ante la idea de encontrarse en contra de cierta autoridad, con la cual hubiera querido vivir en la más perfecta unión. Otras veces le oí repetir:
* Tendríamos que hacer tanto bien y yo me encuentro
tan contrariado, que no sé cómo hacer!"
Hablaremos en su punto de un hecho singular que parece relacionarse con este sueño. Mas no todo eran espinas; también debían venir los capullos y las rosas.
Cuando el decreto dado por el Gobierno francés el 29 de marzo contra las Congregaciones no aprobadas por él se aplicaba con rigor, Don Bosco tenia en Francia cuatro casas: En Niza, Marsella, Saint-Cyr y Navarra. Los salesianos de Marsella fueron invitados a desalojar su casa. Don Bologna telegrafió a Alassio: "Esta tarde estaremos todos con vosotros." De Alassio anunciaron a Valdocco: "Llegados los ea-
l
lanos expulsados de Marsella." Don Rúa corrió a dar la ticia a Don Bosco, el cual respondió: ¿ Qué dices? ¡Es imposible! No deben ni pueden ser sic/Halados; se lo he escrito a Don Bologna.
Don Rúa insistía y Don Bosco a cada nueva afirmación respondía:
—; No, no es posible! Aquí debe de haber una equivocación; voy a escribir a Don Bologna y verás cómo la cosa es según te digo yo.
Escribió al punto a Don Bologna y no a Alassio, sino a Marsella. Esta seguridad, comprobada por los hechos, maravilló a todos. Había escrito y repitió a Don Bologna: "No temáis; tendréis molestias, contrariedades y disgustos; pero no os echarán." Y como no había querido creer las noticias que le había comunicado Don Rúa, respondió amablemente con aquella confianza paternal que solía tener con sus hijos:
—He visto en sueños a la Santísima Virgen, que extendía su manto sobre nuestras casas de Francia! Había un ejército que descargaba contra ellos una granizada de cañonazos, tiros de fusil, flechas, piedras y fango; pero todo chocaba contra aquel bendito manto que servia de escudo a las nuestros. Pregunté a la Virgen:
—María Santísima, ¿qué hacéis ahora?
1 Y me respondió:
—Ego diligentes me diligo. Yo amo a los que me aman.
Una Encíclica de León XIII sobre las Misiones católicas sirvió de ocasión a Don Bosco para escribir a los Cooperadores el 10 de enero de 1881 anunciándoles una nueva expedición de obreros evangélicos para la América del Sur con el fin de ayudar a sus Hermanos y a las Hijas de María Auxiliadora; a los Salesianoa se les presentaba una mies cc> piosísima que recoger en el Uruguay y en la República Argentina, y sobre todo en la Patagonia. La función de despedida se efectuó el 20 del mismo mes, primer día de la novena de San Francisco de Sales. Don Bosco lea dirigió la palabra y pocos días después les dio un nuevo adiós en Marsella.
En. Marsella, como la última vez, fue grande la conino. ción que se despertó con la presencia de Don Bosco. Fa aja que salió de aquella ciudad ocurrió un hecho conmovedor y extraordinario. En un rincón de la antecámara, llena de gente, se veía desde la mañana a una pobre mujer con ao niño en brazos, pálido, inmóvil y al parecer moribundo; el infeliz estaba ciego. Con el dolor retratado en la cara, pero resignada y llena de fe, la pobrecita esperaba el momento de presentarse a Don Bosco; pero no lo conseguía. Sonaron las once de la mañana y llegó el párroco de sao, José para recoger a Don Bosco. Todos los que lo esperaban se apretaron en torno del Santo; solamente aquella pobre mujer, vista la imposibilidad de acercarse a él, permaneció quieta en su sitio, tímida y silenciosa. Don Bosco salió. El marido de aquélla vino a traerle un poco de alimento, pues la mujer, perseverante en su fe, no quiso alejarse. Don Bosco estuvo ausente dos horas, y la pobrecita no se movió. Don Cagliero, que la había visto, tuvo compasión de ella. El niño permanecía inmóvil, como si estuviese muerto. Cuando el Siervo de Dios volvió, aquella mujer dio un paso adelante; pero no pudo romper el cordón de gente que rodeaba al Santo y éste entró en su habitación.
Finalmente llegó la hora en que Don Bosco debía dej a Marsella para ir a Niza. Apenas apareció, centenares personajes le estrecharon. La mirada de Don Cagliero d cubrió a la pobre mujer; la vio con tan dolorosa resignaci impresa en la frente, que se conmovió profundamente y viéndose aI Siervo de Dios, le dijo:
—;Don Bosco, aquella madre pide su bendición!
—No tenemos tiempo; se hace tarde; el tren se va.
Don Cagliero
-1a, 11 estado allí todo el día!
y llamándola en alta voz, hizo que le abrieran paso entre ja muchedumbre, y así la pudo hacer llegar hasta Don
Bosco al cual presentó el niño que no se movía. El Santo ,
lo bendijo y he aquí que el pequeñuelo empieza a agitar las manos, mueve el cuerpo y se restriega los ojos molestados por la impresión repentina de la luz. ¡Maria Auxiliadora habla realizado otra maravilla!
De Niza se dirigió a Cannes para una conferencia. Allí le rogaron que fuera a bendecir a la señorita polaca Rolhand, privada de movimiento hacía dos años por dolencia de la espina dorsal. Haílábase en la pensión protestante "Bel air". La bendijo recomendándole que rezara algunas oraciones. Al salir díjole:
—La curación de usted será proporcionada a su fe.
M —Tengo mucha fe —respondió la señorita.
— Pues bien —replicó Don Bosco—, si tiene usted fe, se curará.
Dos días después la enferma se levantó; aseguró que estaba curada y dirigióse a visitar a Don Bosco.
Vue enorme el estupor que este hecho causó en los mismos protestantes. El mismo Don Bosco, cuando vio a la señorita curada, se emocionó y le dijo:
— ¡ Vuelva al punto. a cero!... ¿No tiene miedo de tentar a Dios?
— ¡ Oh! —respondió sonriendo la señorita Rolhand—. ¡Antes hemos tentado a Dios los dos, usted y yo!
La sobrenatural acompañaba al Santo. En Bordighera curó milagrosamente a la señora de Morenas y a su hijo. Otras maravillas se realizaron poco después en Roma, donde tul pobre lisiado, invitado a andar sin muletas, sintióse curado al instante
El día 23 de abril fue recibido en audiencia por el Papa, el cual encomió la. obra de los Cooperadores Salesianos y le entregó cinco mil francos para la iglesia del Sagrado Cora, zón, cantidad que poco antes había recibido como óbolo de San Pedro.
—He aqui —dijo el Pontífice— que este dinero viene a tiempo; lo he recibido can la derecha y se lo doy a usted con la izquierda; tómelo y sirva para los trabajos emprendidos en el Esquilino.
El 12 de mayo reunió en conferencia a loa Cooperadores en Tor de Speccbi, adonde acudió la flor de la Nobleza. Después de él tomó la palabra el Cardenal Alimonda, para estimular a los presentes a contribuir a las obras del Siervo de Dios.
En esta nueva estancia en Roma celebró la Misa en San Juan de Letrán para centenares de peregrinos franceses que se lo habían pedido; abogó por una casa de Misiones salesianas en relación con el Gobierno italiano y regresó a Turín el 16 de mayo, en la novena de María Auxiliadora.
Algunos días antes en Nizza Monferrato había volado al Cielo la Superiora General y confundadora de las Hijas de María Auxiliadora, Santa María Mazzarello. Dotada de cualidades especiales para la dirección de las almas, dio en poco tiempo tal desarrolla al nuevo instituto, que hubo de maravillar al mismo fundador. En el espacio de nueve años, las Hijas de María Auxiliadora habían llegado a varios centenares, difundiéndose por el Piamonte, la Liguria, la Lombardia, el Véneto, Francia y América.
Don Bosco le había anunciado pocos meses antes la inuer
m con esta donairosa parábola: "Un día la muerte fue a llamar a la puerta de un monasterio y dijo a la portera:
* Sígueme!
_No tengo a quien dejar en la portería —se excusó ella. pero entró y se puso a pasear por el claustro; a las Hermanas, a las novicias, a las alumnas les repetía su estribillo:
* Sígueme!
Entró hasta en la cocina y dijo a la cocinera:
* Sígueme!
También la cocinera se excusó; todas se excusaron, todas
tenían tantas cosas que hacer. Finalmente la Muerte fue a llamar a la puerta de la Superiora y ésta también se excusó, aduciendo mil razones. Esta vez la Muerte cortó en seco diciendo:
—Una Superiora tiene que enseñar el camino a todas sus hijas, también cuando se trata del viaje a la eternidad
La Superiora bajó la cabeza y siguió a la Muerte."
La lección era clara. La Madre la comprendió. Para no contristar a sus hijas agradeció públicamente a Don Bosco todas sus atenciones; y, pues esto sucedió en Niza Marítima, se apresuró a partir por Alassie, a Niza Monferrato en donde murió santamente el 14 de mayo.
En agosto presidió el Santo en Nizza Monferrato el Capítulo de las Hijas de María Auxiliadora, en el cual se eligió por Superiora General a Sor Catalina Daghero, que ya era Vicaria General del Instituto.
Mientras tanto los Salesianos habían abierto varias casas nuevas, entre ellas la de Florencia. Al pasar por esta última en 1880, de vuelta de Roma, Don Bosco se encontró con una larga procesión de jovencitos que llevaban al frente una bandera. Preguntó quiénes eran y a dónde iban y un sacerdote florentino que le acompañaba respondió suspirando:
—Son niños católicos que salen de la escuela protestante Y van al llamado sermón que dice el pastor.
A estas palabras y ante aquella comitiva se conmovis si Santo, fue a ver al Arzobispo y decidió abrir un Oratorio en Florencia.
Pero lo que en 1881 y durante varios años avivó más au ya encendido celo, como se podrá ver en el capítulo siguiente, fue el templo del Sagrado Corazón en Roma. El encargo rea cibido de León XIII tuvo en él, aunque ya gastado y caduco, un ejecutor devoto y generoso hasta el sacrificio: se trataba de Roma, del Papa, del Corazón de Jesús. Las trabas puestas aquel año a las clases del Oratorio atraje. ron mayor número de ex alumnos junto al Santo. El buen Padre, apoyándose en el discurso que le habían leído aquéllos, en el cual se aludía a un periódico que poco antes había acusado de ignorantes a los jóvenes del Oratorio, refirió que pocos años atrás una persona cuyo nombre calló, había escrito a Roma acusando de lo mismo a los Salesianos; pero se consultó el registro y con documentos auténticos y certificados, se probó que de doscientos miembros del Instituto, ciento ochenta habían sufrido exámenes oficiales, unos en los Seminarios y otros en la Universidad de Turín y otros en liceos y colegios oficiales y obtenido títulos de Teología o de Filosofía, o de Letras, de Ciencias, de profesor o de maestra
El 15 de agosto, festejándose en familia su sesenta y seis cumpleaños, abrió su corazón a sus hijos diciéndoles:
—Vosotros me decíais que Don Bosco ha hecho tantas obras hermosas; pero, ¿no veis que el amor que le tenéis cs hace ver las cosas de un modo completamente distinto de lo que son? ¿No comprendéis que todo se ha hecho y se está haciendo con la ayuda de Dios y por intercesión de María Auxiliadora? Si el Señor no hubiese hecho fuerte nuestro brazo y no nos hubiese llevado de la mano, ¿qué hubiéramos] podido hacer? ¿No tenéis presentes las generosas ofrendas, los grandes e inesperados auxilios de tantos bienhechores Y bienhechoras? Sean dadas las gracias ante todo al Cielo y 108
Operadores. Como veis, Don Bosco no ha sido más que un ciego instrumento en manos de Dios, quien demuestra así que cuando quiere, puede hacer aun con medios muy mezquinos las cosas más grandes. Y ahora, pasando a otras cosas, veis que siempre, pero principalmente este año, hemos tenido dulces y grandes consuelos y también, hay que decirlo, muchas espinas y dolores. Pero ya se sabe que no hay rosas sin espinas. Pues bien, ¿qué debemos hacer, hijos queridísimos? Tanto en éstas como en aquéllas, lo mismo en las alegrías que en las penas, hágase la voluntad de Dios, que jamás nos abandonará y menos cuando nos veamos envueltos en los Peligros de la persecución. Ánimo, pues, ánimo siempre! No nos cansemos de ir con decisión por el camino de la virtud, de hacer el bien cuando y como mejor podamos; y Dios estará con nosotros.
Precisamente entonces más que nunca la tempestad arreciaba. Se hablan comunicado a la Sagrada Congregación del Concilio y publicado también graves mentiras contra él y su Sociedad; por lo cual el Siervo de Dios se vio "obligado, por obediencia, a presentar a la Santa Sede una exposición completa de todo lo sucedido". Redactada por Don Bonetti, se envió a los Eminentísimos Cardenales de la mencionada Congregación, precedida por una declaración de Don Bosco con fecha 15 de diciembre de 1881, la cual terminaba así: "Al cumplir este doloroso deber, con gran repugnancia de mi alma, pasaré en silencio muchos hechos y dichos que se relacionan solamente con mi humilde persona, exponiendo, en cambio, los que atañen a la Congregación o a mí como jefe Y superior de la misma."
A la par de amarguras recibía grandes consuelos como las noticias que llegaban de América.
En las Misiones de la Patagonia Monseñor Fagnano había realizado dos excursiones importantes, una de las cuales llegó hasta el lago Nahuel-Huapi, convirtiendo y bautizando a centenares de personas. La obra de fe y civilización iniciada Por los misioneros salesianos estaba mereciendo grandes
encomios. El mismo presidente de la República, General hijo Roca, aseguraba al Santo que las Misiones salesianas en la, Pampas y en Patagonia tendrían siempre en la Argentina el puesto que se merecen las empresas civilizadoras ; y que loe hijos de Don Bosco serían mirados siempre con la consi, deración que han merecido de todas las autoridades del pals.
¡Fuerza es volver un poco atrás la mirada.
Dos iglesias en construcción tenía Don Bosco en 1880: una dedicada a San Juan Evangelista en Turin y otra a María Auxiliadora en Vallecrosia (Bordighera) y además colegios y escuelas en La Spezia, en Niza Marítima y en Niza de Monferrato, cuando impensadamente se le añadió otra de muchísimo mayor importancia. En 1871 todos los Obispos de Italia consagraron sus diócesis al Sagrado Corazón de Jesús. Parecióles entonces un vacío deplorable la falta de un buen templo en Roma al Corazón del Redentor; y en consecuencia la prensa lanzó la idea de colmar este vacío. Pío IX la aprobó y ofreció el terreno, que con otro fin había comprado en el Monte Esquilino. Era aquél un sitio que necesitaba verdaderamente una iglesia: el plano de la ciudad, levantado por el ingeniero arquitecto Merode, ministro de Pío IX, preveía el inmenso desarrollo de la urbe por esos barrios altos, especialmente en el Castro Pretorio, tan cercano a la estación de los ferrocarriles. Los sucesos del 20 de septiembre, en vez de frenar la expansión, la aceleraron; pero en la fiebre de construcciones en el salubérrimo barrio, nadie pensaba en la asistencia espiritual y salvación de las almas que iban a habitarlo. Las tres parroquias limítrofes apenas podían atender a sus feligreses. El proyecto de levantar una iglesia
estaba, pues, más que justificado; pero las cosas iban a ritmo tan lento, que a la muerte de Pío IX nada se había hecho todavía.
* * 41.
León XIII hizo suya la idea y el 1 de agosto del 78, por medio del Cardenal Vicario, Mónaco La Valletta, invitó al Episcopado Católico a concurrir mediante colectas diocesanas. Se crearon comisiones para recogerlas. El conde Francisco Vespignani, arquitecto de los Palacios Apostólicos, hizo los planos. Pero desgraciadamente la noble iniciativa, aunque venía de tan alto, no halló toda la generosa acogida que era de esperar: las circunstancias del mundo eran en realidad adversas. El Papa no podía resignarse a aquella especie de fracaso, y tratando de ello con los Cardenales, algunos de ellos le sugirieron que quien podía llevar a cabo la obra era Don Bosco.
Aceptó el Papa la idea, y sabiendo que el Santo se hallaba en Roma, por medio de otras personas le hizo saber sus deseos. Comprendió Don Bosco de un golpe la magnitud y las dificultades de la empresa, que eran enormes y de todo género; además, se sentía extenuado y viejo; le agobiaban otras empresas; pero se trataba del Papa y del Sagrado Corazón. Aceptó. Entonces el Papa lo llamó. Le dijo que era su deseo se encargara de levantar el templo.
— El deseo del Papa ea para mí un mandato —le respondió. —Pero yo no le puedo ayudar con dinero.
— Santidad, ni se lo pido; más bien le pido permiso para ampliar los planos, que son muy pequeños, y para levantar al lado del templo un hogar para niños necesitados.
Pidió, eso sí, libertad de acción y sobre todo el no estar sujeto a inspecciones o intervenciones parecidas. Esto ofrecía serias dificultades, que se fueron viendo mejor a medida que el tiempo plisaba, y que acabaron por superarse a fuerza de paciencia, de habilidad y de... liras.
r. El encargo era una sanción honrosísima de su obra y de su espíritu. Cierto que era una carga, y muy pesada, "pero se trataba del Papa y del Sagrado Corazón".
Después de la audiencia, Don Bosco no perdió tiempo. .trazó sus planes, se los comunicó al Cardenal Vicario, condensados, para una convención definitiva, y antes de dejar la ciudad. adquirió un solar y una casita confinantes con el terreno del templo que se iba a edificar. A la planta de éste hizo añadir veintinueve metros: once en el frente, dieciocho Para un espacio absidal. Así con un grano ganó —dice graciosamente Cenia— no dos, sino cuatro palomos; se aseguró el espacio para el hogar, proveyó una habitación entera para los salesianos durante los trabajos, conjuró el peligro de los protestantes que precisamente en aquellos Bias estaban buscando sitio donde poner sus capillas y escuelas y fundó el °salido Sacro Cuore.
Al frente de la obra puso a un sacerdote de grandes dotes, apto para tratar con Monseñores y con la Nobleza romana ; y además, desembarazándose a fuerza de habilidad y de dinero, de los contratistas anteriores y de una nube de intermediarios e interesados, mandó a un coadjutor capacitado.
Y aun así los dispendios eran muchos.
ir Se comprende por qué la obra no había prosperado.
Esta era, eso sí, costosísima; el talento inventivo de Don Bosco tuvo que ponerse de nuevo a prueba para arbitrar recursos: interesó a la Nobleza romana, lanzó miles de fo• 'latines de propaganda en varios idiomas, creó centros er Francia e Inglaterra; recurrió al ambicionado cebo de lar condecoraciones y títulos para los bienhechores insignes, las tómbolas y, finalmente, viendo que el tiempo urgía y h vida se le iba, se dicidió a ir a recoger limosnas también en Francia y en España. Finalmente, en mayo del 87 la iglesis pudo ser consagrada. Faltaban aún detalles importantes; pero Don Bosco insistió en que se consagrase si querían que él asistiese a la consagración, como era deseo de todos, in. cluso del Papa.
aja 20 de abril de 1887 marchó a Roma, recibiendo las mal delicadas atenciones del alto personal ferroviario. En todas las etapas de este su diecinueve viaje a la Ciudad Eterna hubo entusiastas acogidas y maravillosos efectos de sus bendiciones.
No interrumpamos la narración, aun a trueque de no seguir estrictamente el orden cronológico.
El 10 de mayo, juntamente con muchos compañeros, fue a pedirle la bendición un clérigo del Seminario Pío, con la esperanza de curar de la sordera que le atormentaba hacía dos años. Al día siguiente volvió a darle las gracias por el favor recibido. El 12 de mayo se le presentó una señora que desde hacía muchos años tenía un brazo paralizado; recibida la bendición, curó instantáneamente y antes de marcharse entregó una limosna de quinientas liras.
El 13 por la tarde el Padre Santo León XIII lo recibió y fue a su encuentro sonriendo. No permitió que se arrodillase para besarle el pie y ordenó a Monseñor Della Volpe que le acercase una silla y como ésta quedó a cierta distancia, el Papa mismo la acercó y le hizo sentar a su lado. Tomóle la mano y estrechándosela amablemente, le preguntó;
—¡ Oh, querido Don Bosco!, ¿cómo está?... ¿cómo está.'
Y sin darle tiempo de responder, y levantándose rápidamente, prosiguió diciendo:
—Don Bosco, tiene usted frío, ¿no es verdad?
Y fue a su lecho, descorrió las cortinas y quitando un cubrepiés, dijo:
—Vea esta hermosa piel de armiño, que me han regalado
hoy por mi jubileo sacerdotal. ¡Quiero que lea usted el primero en usarla!
y se la acomodó sobre las rodillas. Después, sentándose de nuevo, lo tomó por la mano y con vivo interés le pidió noticias suyas.
El Santo, que había permanecido callado hasta aquel instante y más todavía por lo extremadamente conmovido que estaba por aquella distinción, respondió:
--Estoy ya viejo, Padre Santo, tengo setenta y dos años;
y éste es mi último viaje y la conclusión de todas mis cosas.
Antes de morir, quería ver una vez más a su Santidad y re
cibir su bendición. Lo he conseguido y ahora no me resta nada más que cantar: N'une dineittis sertaim Juana Dómine, secundum verbum tuzan in pace. Quia Mzlémunt óculi mei se¡Ware tuum. Lumen ad actidationem géntium et gi.óriam bis tuse lama!
—Yo tengo seis años más que usted —dijo el Padre Santo—, de modo que haga usted cuenta de vivir todavía. ¡Mien
tras no oiga decir que León XIII ha muerto, esté tranquilo! —Padre Santo —contestó—, vuestra palabra en ciertos casos es infalible; yo quisiera aceptar gustoso ese augurio; pero crea que estoy ya al fin de mis días.
El Vicario de Jesucristo le pidió con suma benevolencia noticias de sus jóvenes y de sus casas, se interesó por las Mi
siones y, finalmente, le preguntó si necesitaba algo. Dan
Bosco habló a Su Santidad de la iglesia del Sagrado Corazón,
que se había de consagrar al día siguiente, y le recomendó el
grupo de cantores del Oratorio de Valdoeco, los cuales, bajo
la dirección del maestro Dogliani, desde Génova, adonde
habían ido para cantar en las fiestas centenarias de Santa
Catalina, habían proseguido el viaje hasta Roma para dar
más solemnidad a las fiestas de la consagración. Esta Faro-hala del Oratorio era entonces renombrada en toda Europa.
El Papa le manifestó su gran satisfacción por las noticias que le daba; le dijo que era también vivo deseo suyo ver a sus hijos de Turín; y al final insistió en que se procurase
conservar el espíritu del fundador en toda la Sociedad,
—Recomiende, recomiende a los salesianos la obediencia especialmente, y dígales que guarden las máximas y tradiei, nes que les deja. Sé que ha obtenido usted magníficos reste. Lados educativos con la Confesión y Comunión frecuenta; entre sus niños. Pues bien, continúe y haga que los salesianos a su vez recomienden esta saludable práctica a los niños que les están confiados. Lo que me urge más manifestar a usted y a su Vicario es que no se preocupen tanto del naviero de los salesianos como de su santidad. No es el número lo que aumenta la gloria de Dios, sino la santidad, la virtud de los socios. Por eso deben ustedes ser muy cautos y rigurosos en la aceptación de nuevos miembros en el Instituto; y cuiden sobre todo de que sean de absoluta moralidad.
Tomándolo de nuevo por la mano, le dijo en tono confidencial que le manifestase alguna cosa sobre los futuros acontecimientos de la Iglesia. Don Bosco lo tomó a broma. diciendo al Padre Santo que él conocía bastante mejor la marcha de los negocios públicos,
El Papa insistió:
— No le pregunto por el presente, que éste lo conozco yo también; le hablo de lo por venir.
— ;Pero yo no soy profeta! —respondió Don Bosco sonriendo.
A pesar de todo, tuvo que ceder y manifestó todo lo que sabía, que no era poco.
El Siervo de Dios salió de la audiencia siendo objeto de las más delicadas atenciones y cordiales homenajes de los personajes de la Corte Pontificia que encontró a su paso.
El día siguiente, 14 de mayo, el Eminentísimo Cardenal Vicario consagró solemnemente la hermosísima iglesia, estando presente Don Bosco. Asistieron con él a la ceremonia muchos ilustres magnates.
El 16 de mayo bajó Don Bosco para celebrar en el altar de Maria Auxiliadora. Más de quince veces prorrumpió en lágrimas, de modo que a duras penas pudo acabar la Misa, Don Viglietti, que lo asistía, tuvo que aliviarlo de cuando en cuando de su gran emoción. Después de la Misa la muchedumbre, enternecida por su piedad y su aspecto de paciente, le rodeó besándole los ornamentos y las manos, y cuando traspasó el umbral de la sacristía le suplicó que la bendijera.
--; Sí, sí! —respondió Don Bosco.
Y subido en los primeros escalones que de la primera sala conducían a la segunda, se volvió a bendecirla, levantó la mano y repitió con voz débil y temblorosa:
—Bendiga... Bendigo, bendigo...
Después, rompiendo en llanto, se cubrió la cara con ambas manos y fue necesario sacarlo de alli. Al preguntarle por qué se había conmovido tanto, respondió:
—;Tenía tan vivo ante mis ojos lo que soñé sobre nuestra Sociedad, teniendo de nueve a diez años, y veía y oía también a mi madre y a mis hermanos discutir sobre mi sueño, que no podía continuar el Santo Sacrificio!
";Todo lo comprenderás a su tiempo!", le había dicho la Virgen. Y he aquí que, después de sesenta y dos años, el humilde pastorcillo de Becchi comprende claramente la misión que nuestro Señor le había confiado por medio de su bendita Madre. Acababa de tener, con la erección del templo al Sagrado Corazón en el centro de la Cristiandad, a invitación del Vicario de Jesucristo, su más solemne sanción aprobateria y laudatoria.
Había gastado en la. obra más de tres millones, suma muy considerable en aquellos tiempos. Al sucesor le quedaba el encargo nada fácil de terminar el decorado y otros detalles.
Hubo alguien que temió un fracaso; mas la Providencia siguió premiando la fe y el sacrificio: el espíritu de Don Bosco pasó a Don Rúa; la obra, era de Dios.
El 17 recibió León XIII, en audiencia cordialísima, a la
Schaa Cantórum, que tanto realce había dado a las fiestas,
Y no se debe pasar en silencio este detalle. Estaba er, acción un movimiento para restaurar las melodías gregoria, nas y en general el canto y música sagrada. Don Bosco terii., en Marsella un gran maestro de la Escuela de Solesmes, el salesiano Padre Juan Grosso. Lo hizo ir en aquellos días a Roma para que, con la "Schola Cantórurn" del Oratorio turi. nés y otros elementos formados ad hoc dieran en aquellos días audiciones de música sagrada. Los inteligentes las aplaudieron mucho. La tradición musical de la Sociedad Sa. lesiana confirmaba su fama y recibía una consagración ea la Ciudad Eterna.
Volvamos ahora la mirada al año 1882. Marchaban con rapidez los trabajos de construcción, tanto en Roma como en Tuno; pero como al mismo tiempo debía hacer frente a grandes compromisos, emprendió a los comienzos de enero mi nuevo viaje a Francia para recoger limosnas. Allí recibió en todas partes entusiasta acogida.
Marsella, que lo hospedó cerca de un mes, vio tales maravillas, que el Santo, el día de su partida, para sustraerse a la muchedumbre de devotos que había ido a la estación, resolvió tomar el tren en Aubagne. El abate Mendre, Vicario de San José, decidió acompañarlo en el. carruaje, porque meditaba un piadoso proyecto. Una penitente suya, la señorita Flaudrin, gravemente enferma y ya para morir, había en vano, por medio de su madre, pedido a Don Bosco que fuera a visitarla; pero sus ocupaciones no le permitieron complacerla. Habían hecho loa viajeros un corto trayecto, cuando el carruaje se detuvo.
—¿Cómo —exclamó Don Bosco—, estamos ya en éubague?
Oh, no! —respondió el abate—; pero hay aqui una pobre enferma que visitar.
—Muy bien; vamos —respondió amablemente el Siervo de Dios, y subió a la habitación de la enferma.
Esta joven de quince años no podia alimentarse por vía bucal y era atormentada además por una sed ardiente. Su
padre, empleado civil, al irse a la oficina había dell su hija sin esperanza de encontrarla viva a la vuel • Bosco dijo a la enferma:
—¿Bebería usted un poco de agua?
— No puede —respondió la madre.
— Recemos —añadió él.
Los presentes se arrodillaron y rezaron; después Don Bosco dio la bendición a la enferma y añadió:
—¿Beberá ahora?
La enferma comenzó a beber sin dificultad y parecía como si se le infundiera una nueva vida, hasta que exclamó: —¡Estoy curada!
La madre y el abate fuera de sí no sabían dónde estaban. Don Bosco mismo con las lágrimas en los ojos y temblando de pies a cabeza, volvió al carruaje repitiendo:
— ;Bendito sea Dios y Maria Auxiliadora!
Llegaron a tiempo a la estación. La señorita, perfectamente curada, se vistió y fue a sentarse en el rellano de la escalera para esperar a su padre que estaba para llegar. Cuando la hija oyó los pasos de éste, corrió a su encuentro, arrojándose a sus brazos y gritando:
— ;Papá, estoy curada! ¡Don Bosco me ha curado!
El padre se bamboleó y cayó como un cuerpo inerte por la alegría, y fue preciso llamar al médico y emplear varias horas para devolverle el uso de los sentidos. La hija poco antes moribunda, le prestó con su madre amorosisima asistencia.
A la vuelta de Francia hizo una visita a las casas salesianos de Lipiria. El 30 de mayo dio la primera conferencia a los Cooperadores de Génova en la basílica de San Circ. "Al llegar al fin —dice don Berto— observé maravillado que aquella iglesia tan espaciosa estaba enteramente llena de selecto público. Apenas bajó Don Bosco del púlpito, todos a porfía se aglomeraron junto a él, quién para besarle la mano, quién para decirle una palabra al oído; y no eran pocos loe que se arrodillaban para recibir su bendición. Muchos querían tener el consuelo de entregarle en sus propias manos '
una ofrenda. Al llegar a la sacristía, todavía rodeado de varias personas, tuvo que esperar tres horas para satisfacer a todos cuantos deseaban verlo y hablarle: habla dicho a los rices grandes y tremendas verdades sobre "justicia" y "caridad".
Ea 3 de abril predicó en Camogli, donde le escucharon ávidamente una inmensa muchedumbre de personas. Después de visitar las casas de Spezia, Lucca y Florencia llegó a Roma, donde los trabajos de la iglesia del Corazón de Jesús exigían mucho dinero.
ii,P1 26 de abril fue recibido por el Papa. La amabilidad con que lo trató el Vicario de Jesucristo no pudo ser mayor; le preguntó sobre la pesadisima cruz que aún llevaba sobre sus hombros y le prodigó muchos consuelos tratando de tranquilizarlo afectuosamente; escuchó con benevolencia algunas indicaciones y observaciones sobre un Catecismo Único para lodos Zas diiicuair.s» del mundo católico; le consoló con los informes sobre el constante desarrolla de la Sociedad, y le concedió para todos sus hijos alumnos y Cooperadores la más amplia bendición, extensiva a los directores de las casas de Italia, Francia, España y América.
Para la fiesta de María Auxiliadora Don Bosco estaba ya en Turín. Tuvo esta solemnidad aquel año una circunstancia que le dio más lustre, cual fue la presencia de un numerosísimo concurso de personas favorecidas por la Virgen, entre las cuales la señorita Rolhand y la condesa de Corsón de París, que había sanado prodigiosamente en Hyeres. Los admirables efectos de las bendiciones del Siervo de dios se multiplicaban; pero aquel año lo que consideró como eI favor más señalado de María Auxiliadora fue el final, aparente al menos, de las graves vejaciones a las cuales con disgusto hemos aludido. León XIII, cuando hubo leído la exposición que le envió Don Rosco, quedó de tal manera impresionado, que, si bien habían salido dos sentencias favorables a la Sociedad, una de ellas de la Sagrada Congregación del Concilio, quiso conocer por sí mismo la cuestión y dicto al Carde,. nal Nine las bases de un arreglo, que a Su Eminencia le pareció injusto para Don _Bosco e inaceptable. El Papa le respondió que toda lo había pensado y determinado, teniendo presentes las virtudes del Siervo de Dios.
— ¡ Conocemos a Don Sosco —repetía León ea un
— Santo!
En efecto, obedeció. Cuando una, el más poderoso de les adversarios, narró al Pontífice que Don Bosco se habia some. tido a las disposiciones que se le habían comunicado, lo cual era señal de que se reconocía culpable, exclamó con viveza el Pontífice:
— ;No! Se lo hemos insinuado Nos mismo. Sabíamos, si, sabíamos que Don Bosco aceptaría cualquier condición, porque es un Santo; por eso se la impusimos; Don Bosco es un Santo.
Pudo, pues, aquel año dar un gran consejo a los ex alumnos sacerdotes. Después de haberlos exhortado a tener fija la mirada en el Jefe Suprema de los sacerdotes, Jesucristo, y en su Vicario, y a ejemplo suyo, tener por único objeto de sus pensamientos, de sus afectos y de sus acciones la gloria de Dios, la destrucción del pecado, la salvación de las almas, dijo:
— Obrando así encontraréis ciertamente obstáculos, contradicciones y quizá persecuciones; pero no deben abatiros ni desalentaras, ni haceros desistir de obrar bien; al contrario, han de servir para estimularon a seguir adelante con más decisión. ¿El mundo nos cubre de villanías y aun de injurias? Pues bien, calmémosle nosotros de beneficios trabajando por su bienestar religioso y moral, y pudiendo, también físico y material. Pongamos en práctica el consejo de San Pablo. Noli vinci a malo, sed vince in bono malura: No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien; es decir, venced con vuestra bondad la malicia y la perversidad de vuestros adversarios y procurad ganarlos para Dios
can obras buenas. Sobre todo cuidad de hacer el bien a los niños, a los enfermos y a los pobres, como el Divino Maestro,
de este modo cerraréis la boca a los malos, y lo que más l'ale, atraeréis la protección de Dios sobre vosotros y las obras de vuestro ministerio. Concluyó recordando esa sentencia de los Libros Santos que dice: Et cognovi quod non esset 06ins, nisi laetari et fácere bene in vita sua; que es como decir: Laetari et bene fácere e lasciar cantar le pássere. Procedamos así y estaremos contentos en la vida y en la muerte...
Esta salida demuestra que en medio de todos los sucesos, tristes y alegres, Don Bosco no perdía el buen humor.
Otra prueba la dio en un banquete de diplomáticos extranjeros a que le invitó el Conde de Maistre, embajador en Roma. El Conde hablaba nueve lenguas, y se entretenía dialogando ora con uno, ora con otro.
Don Bosco entabló con él diálogo en piamontés, desconocido para los ilustres anfitriones. Intrigados, se preguntaban qué lengua era aquélla. Y les respondió con aplomo:
—Sánscrito primitivo, la más expresiva lengua del mundo.
Construida la iglesia de San Juan Evangelista, pudo ocu. paree con más resolución en la del Sagrado Corazón en Roma, Sentía que las fuerzas le iban faltando; pero su amor al Papa le movió a dedicar a ella con ardor juvenil todas sus energías restantes.
Resolvió, pues, volver a Francia y prolongar el viaje, si sus fuerzas se lo permitían, hasta París.
Salió de Turín el 31 de enero de 1883, cineo,,años antes de su muerte, después de haber dado al santo nombre del Redentor un solemne testimonio de su fe con la publicación del opúsculo Jesucristo nuestro Dios y nuestro Rey, del cual hizo imprimir doscientos mil ejemplares, para contraponerlos a la impía y sacrílega propaganda de un periódico anticlerical titulado Jesucristo.
Durante su viaje se detuvo en Sampierdarena, Alassio, San Remo, Bordighera y Ventimiglia. En Bordighera, caminando de noche solo y por calles llenas de charcos, se le apareció el Gris, yendo delante de él, escogiendo los sitios mejores de la calle. Él lo siguió, basta que llegó felizmente a casa, dende el misterioso defensor desapareció. Hacía treinta años que no lo veía y no volvió a verlo más.
Cuando entró en Francia se dirigió a París, deteniéndose en muchos lugares, entre ellos en Nizza, Cannes, Mentón,
Tolón, Navarra, Saint-Cyr y Marsella, siendo acogido en todas partes con tal entusiasmo, que Pierre Monin declaró que vio renovarse en torno de Don Bosco las mismas escenas que había visto con el Cura de Ars, San Juan Bautista
VianneY«
El 2 de abril en Aviñón, aunque allí no era conocido, le rodeó al punto una muchedumbre de enfermos, ciegos, paralíticos, mudos, tísicos y epilépticos, todos ávidos de una mirada suya o de una palabra. También al dia siguiente lo asedió tanta gente hasta el momento de la partida, que hubieron de decirle:
—; Vea qué inundación!
Y él con humildad respondió:
15. —¡Un motivo más para marcharnos!
Continuó para Lyón, donde dio una conferencia sobre la Patagonia en la Sociedad Geográfica, en presencia de las notabilidades científicas de la ciudad. Todos tenían delante un mapa geográfico de aquella región. El Santo se puso a describir aquellos lugares tan detalladamente, hablando de la fauna, flora, geología, montes, ríos, habitantes y rectificando a veces las aserciones y opiniones de los geógrafos, que los oyentes ya miraban los mapas, ya le miraban a él maravillados. Cuando hubo acabado, le preguntaron dónde había obtenido noticias tan interesantes. Respondió que todo lo que había dicho era verdad comprobada y comprobable; pero calló que lo había visto viajando en sueños.
El 16 de abril salió para Moulins, y el 18, precedido de la fama de taumaturgo y de Santo, entró en París. Bajó en la estación de Lyón, subió a un carruaje que lo esperaba le condujo, recorriendo los grandes boulevards, a la calle de Messina, 34, a casa de la familia De Combaud, que le destinó un piso entero, separado del resto de la casa, considerándose muy honrada con poder hospedar al enviado de la Providencia.
Al día siguiente, después de celebrar la Misa en el palacio, apresuróse a visitar al Cardenal Arzobispo; éste estaba
momentáneamente ausente; pero le recibió con suma arria, bilidad su Coadjutor. Volvió aquel mismo día al palacio arzobispal y tuvo con el Cardenal Guibert una larga coa. ferencia. Al final de la audiencia, el Eminentísimo Cardenal' le propuso hacer una colecta a beneficio de las obras salesia. nas, en la iglesia de la Magdalena, en donde lo invitó a dar él mismo una conferencia. 1111 Siervo de Dios se excuso diciendo que no sabía hablar bien el francés.
—No, no --dijo con insistencia el venerable purpurado—, hable usted mismo. Paris le creerá más a usted que 2. cualquier otro. ;Dios le bendiga!
Tampoco dejó el eminente purpurado de revelarle que había recibido de un Prelado italiano una carta recomendándole que no le permitieran hablar en las iglesias. Ya se adivina quién era ese Prelado.
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Dios bendijo visiblemente a su Siervo. Apenas los diarios anunciaron su llegada, una muchedumbre de personas de toda clase y condición corrió a buscarlo disputándose las audiencias y postrándose de rodillas a sus pies. Toda París, eI que se divierte y el que reza, se conmovió.
Tan acostumbrado está. París a la visita de los hombres más elevados e insignes, que, a veces, ni a los emperadores se les hace caso. Pero ya hacía mucho tiempo que no había vista un Santo y menos un Santo extraordinario. Se esparció la voz de que Don Bosco, el sacerdote italiano, que era un Santo, un gran Santo que hacía milagros, un Santo de grandes iniciativas, el Fundador de un nuevo Instituto, uno de aquellos hombres que aparecen de tarde en tarde en la historia de la Iglesia, se encontraba en la ciudad. París quiso ver a Don Bosco, que estaba de paso, escucharlo, acercársele y tocar sus vestidos. Los mismos diarias, que no se maravillan de nada, estaban asombrados.
El Fígaro del 18 de mayo, en un extensisimo artículo
de Saint-Genest, narraba las vicisitudes del Oratorio, compa
do la obra de Don Bosco con la de Fernando de Lesseps,
ran
el cual encontraba accionistas para sus empresas, pero con la
esperanza de una ganancia enorme; mientras que el pobre aaceralote de Turín no sabia decir otra cosa a sus Cooperadores que: "Venid, haced sacrificios, dad vuestro dinero", y acababa así: "Si la Sociedad de San Francisco de Sales me parece digna de consideración, es porque en medio del actual ateísmo hace que el nombre de Dios sea bendecido."
Otros diarios que dedicaron largas crónicas a los días parisienses de Don Bosco fueron Gacette de France, Le Monde, Gil Blas, La France ilíustrée. Hasta se puso de moda hacer paralelos entre él y Napoleón.
U
Los días de París fueron laboriosísimos para Don Bosco. Se levantaba a las cinco, rezaba y hasta las siete treinta se enteraba de la correspondencia; cada din le llegaban centenares de cartas. Después iba a celebrar la Santa Misa; luego recibía o hacia visitas. Por la tarde iba al número 27 de la calle Villa la£véque, en casa de Senislhac, en donde recibía a todos las que se presentaban. A las 22, de vuelta en casa de Combaud, se entretenía con esta familia algunos minutas y luego se retiraba a su habitación con los secretarios para trabajar en el despacho de la correspondencia; se acostaba hacia la medianoche después de haber rezado las oraciones
En casa Senislhac, una comisión de damas ilustres estaba encargada del servicio de orden para las audiencias de Dor Bosco, considerándose muy honradas con poder desempeñas este cometido. Don Rúa fue llamado a París a fines de abri Para ayudar al Santo, y como no conocía la residencia de Dor Bosco, cuando llegó a la Magdalena le bastó seguir el camine de la muchedumbre que iba a ver al Santo, para encontrarle sin necesidad de más indicaciones. "No puedes formarte idea —escribía a Don Lazzero, el das de mayo— de las montañas
de cartas que tenemos aquí en espera de contestación; rto tres, sino seis o siete secretarios serían necesarios. Por for, tima tenemos un buen religioso que viene a ayudarnos.
Las conferencias o semana de charité que dio Don Bosco en las iglesias más grandes, fueron otros tantos aconteci. mientas. Del 21 al 27 de abril celebró la Misa en Institutos y Oratorios privados; el 28 por la mañana dio la primera conferencia pública en Nuestra Señora de las Victorias. Era imposible circular por la plaza de los Patita Péres después de la ceremonia.
Al día siguiente, domingo, 29 de abril, subió al púlpito de la Magdalena. Rara vez se vio una muchedumbre tan compacta ocupar aquella grande y famosa iglesia, y en los contornos tantos ricos carruajes con los más ilustres blasones, Dos horas antes estaban ya ocupados los sitios y todas las personas que llegaron durante las vísperas no pudieron entrar. Aunque su voz no llegaba siquiera a la mitad del templo, fue escuchado con gran emoción por el auditorio; más que a oir, iban a ver. La colecta que se hizo fue abundante. A la mañana siguiente celebró en aquella iglesia para dar una prueba de gratitud a aquellos bienhechores. Loa diarios comentaron la conferencia poniendo de relieve la sencillez de la forma y la extraordinaria impresión producida en los afortunados oyentes.
El 1 de mayo celebró y predicó en San Sulpicio, el gran Seminario, uno de los más célebres de la cristiandad. Después se fue a la sacristía y se puso a dar audiencias, estando de pie en la tarima; pero llegó un momento en que dijo al marqués Franqueville:
—¿Es imposible contentar a todos! ¿Cómo podré resistir? Estoy cansado y no puedo sostenerme; escucharé una aola palabra de cada uno. Hagámoslo así.
El marqués avisó al público, cuidándose de que así se hiciese. La gente desfilaba delante del Santo diciéndole una sola frase: ";Ruegue por mí!" "¡Déme una bendición!" "Diga a la Virgen que me ayude en mis negocios", etc., etc. Ya lle
val:» das horas el desfile, cuando Don Bosco dijo al marqués: —Dígame cuántos quedan aún.
Ir El marqués fue a ver y le respondió:
_-¡ Todavía quedan más de quinientos!
se mandó traer un café, que tomó Don Bosco mientras la gente pasaba diciéndole su palabra. Así transcurrió otra hora.
—Señor marqués, ¿cuántos quedan todavía?
El marqués miró de nuevo y dijo:
—Unos mil.
—Será preciso cortar; no puedo tenerme en pie.
Vino el párroco y se entretuvo unos instantes con Don Bosco; después el marqués lo hizo pasar a la casa parroquial y de allí salió para su residencia.
Las casas religiosas fueron objeto especial de sus visitas. El consuelo y la edificación eran mutuos; y parece como que sentía necesidad de aquel contacto con las almas llamadas por Dios a la vida religiosa; en casi todas las casas que visitaba se realizaban curaciones y otros portentos.
Las laboriosas audiencias en casa de Senislhac duraron varios días hasta que el 5 de mayo partió para Lila. También allí el triunfo. Una muchedumbre inmensa acudió a la conferencia, que se dio en la sala del Asilo San Gabriel, donde muchos enfermos y sanos, nobles y plebeyos fueron a porfía para verle.
De Lila pasó a Amiéns y predicó en la catedral. Hubo un continuo ir de enfermos y de familias al Patronato. Las madres le presentaban a sus hijos para que les impusiese las manos y los bendijese. Al partir, una gran multitud lo acompañó a la estación y se arrodilló como un solo hombre Para ser bendecida. Mas volvamos a París.
La bondad inagotable del Señor se complacía en exaltar la humildad de su Siervo justamente en el tiempo que, ter
minada la gran prueba, despuntaba el día del triunfo corra, plato e incontrastable.
Merced a sus bendiciones se obtenían continuas y admite, bles gracias. Un día, mientras daba audiencia en casa de S. nislhac, llegó el padre de Madama Bouiilé, juntamente e un religioso de la Compañía de Jesús, para suplicarle q fuese a visitar al joven de &trillé, hijo y sobrino de d soldados muertos como héroes cristianos en la batalla de Patry. Don Bosco los consoló diciendo que el niño, al cual se le habían administrado los últimos Sacramentos, no moriría y algunas horas después fue a verlo en la calle de la Bienfaissance, donde, rodeado de su familia, agonizaba. El Santo se arrodilla, reza y dice después a los padres:
—Una hora aún y la convalecencia comenzará inmediatamente.
En efecto: a la una de la noche Mauricio de Bouillé co. menzaba a estar mejor y pronto empezó a restablecerse.
Una señora, abriéndose paso por entre la muchedumbre a fuerza de empujones, llegó hasta el Santo; completamente desolada, le refirió que el hijo, empleado en la oficina de contabilidad de un centro oficial, había sido encarcelado con otros corno presunto ladrón; que el proceso judicial debía fallarse el próximo junio, y que por eso le recomendaba el buen éxito del infamante proceso.
—Recurrid al Señor y rezad todos los días estas y estas oraciones hasta tal día...
—Si, sí, las rezaré. 1
— Pero una oración no basta, hace falta algo más; una buena confesión y una buena comunión.
— Pues bien; hace treinta años que no me confieso; Le prometo que lo haré y haré cualquiera otra cosa que usted me indique.
—Sí, otra cosa más; que en lo por venir practique usted la religión.
—Lo haré, lo prometo.
—Si es así, tenga ánimo y confíe en el Señor.
Illr y así diciendo, Don Bosco sacó algunas medallas, y tomando una, le dijo:
—;Ésta es para usted!
Después le dio otra diciendo:
—;Esta es para su hijo!
y le dio otra, mas sin decir nada. El silencio del Santo ja, impresionó; le asaltó un pensamiento misterioso, que le hizo comprender que nada había oculto para el Siervo de Dios. Efectivamente, eran tres los de la familia. Más y más convencida de que Dios había hablado por la boca de su Siervo volvió a casa llena de esperanza. Llamó al marido, le refirió el hecho, le habló de las oraciones y de la confesión que le había impuesto y después le dio la medalla.
—¡Es para ti! ¡No me lo ha dicho, pero es para ti! ;Oh, Don Bosco es un Santo! ¡Conoció que tú tenias necesidad
de ella! 1 '
También el marido, que hacía muchos años no recibía loe Santos Sacramentos, exclamó:
—Iré yo también a cumplir con mi deber; iré también a confesarme y a recibir la Sagrada Comunión.
Esta señora entusiasmó a todo el barrio con la narración de la entrevista con Don Bosco, y Dios la bendijo. Justamente el día fijado como término de las oraciones recomendadas, el hijo compareció ante el tribunal; y mientras algunos de sus compañeros fueron condenados, él fue absuelto, declarándose que no había causa para proceder contra él. Agradecidos aquellos señores, fueron personaimente a dar gracias a Maria Auxiliadora, en su Santuario de Valdocco Y renovaron el propósito de llevar una vida cristiana..
Cierto día presentaron al Santo un hidrópico, completamente hinchado, al cual sólo le quedaban, al parecer, pocos días de vida. Don Bosco lo bendijo, y al instante se redujo la hinchazón, arrugándose la piel de tal forma que parecía un odre vacío. Cuando salió de la estancia, la gente lo miraba, y no reconociéndolo, le preguntaban:
—Pero, ¿es usted aquel a quien trajeron en brazos hace poco?
—; Sí, soy yo! —respondía, fuera de si por el contento, Y a los pocos días también la piel se templó.
En las casas particulares hubo también muchos prodigios Entre otros, un ciego al recibir la bendición de Don Bosco recobró la vista. Más de un moribundo sanó al instante,
La señorita María Ortega, de Bogotá, hija de un famoso médico, que se encontraba aquellos días en París, habiendo asistido a uno de estos hechos, al volver a su patria, difundió el conocimiento de la vida de Don Bosco y de allí nació el deseo de tener a Ios Salesianos en Colombia.
No pocos prodigios permanecieron desconocidos en sus circunstancias, exigiéndolo así la humildad y la prudencia; pero figuran en la voluminosa correspondencia del Santa en los Archivos del Oratorio.
m
La fama de estas maravillas se iba difundiendo tanto, que Don Bosco creyó necesario declarar públicamente en la iglesia que no se le debían atribuir a él, sino únicamente a María Auxiliadora, la cual, así como había comenzado y des-arrodillado una obra completamente de Ella, quería darle mayor incremento, Mas entonces se levanta un señor, pide la palabra y con voz vibrante dice:
—Un padre de familia que tenía a su mujer enferma gravemente hacía ya tres años, y a su hijo para morir y con la Extremaunción recibida, llamó a Don Bosco para que los bendijera, y la madre y el hijo curaron completamente; el día siguiente fueron a la iglesia a oir la Santa Misa. Sí, gracia tan grande como ésta debía atribuirse a la Virgen. que con estos medios quería ayudar al Santo y a su Obra.
El, conmovido en extremo, escuchaba la narración, hasta que aquel señor, rompiendo en lágrimas de gratitud y de
fe, que a duras penas hasta entonces habia podido contener,
exclamó:
—¿Sabéis quién es ese padre afortunado? ¡ Soy yo! ¿Que
réis que os diga mi nombre? ¡Soy Portalis!
Era un diputado del Parlamento. Una emoción profunda, indescriptible, se apoderó del auditorio. Don Bosco no dijo nada, pero se bajó del púlpito. Aquel señor había dicho bastante.
Dos horas enteras dedicó a la visita de los Asuncionistas que dirigían el semanario Le Falaris y proyectaban tomar el diario La Croix. Su palabra animadora acabó de decidirlos, pues a Francia le hacia realmente falta un diario netamente católico.
La vida de la Madre Maria de Jesús, Fundadora de las Hermanitas de la Asunción para la asistencia a domicilio de los enfermos pobres, tiene muchas hermosas páginas sobre las visitas de Don Bosco a aquel Instituto. La salud de la Santa religiosa estaba quebrantada; y así se pensó en procurarle la bendición de Don Bosco.
Queriendo el Santo avivar la fe en el seno de aquella apenada familia religiosa, las exhortó a la oración fervorosa y perseverante, convencido de las gracias que habían de obtener. Pero nunca dijo: "La Madre curará." Antes bien, en tono entre serio y jocoso, prometió rogar al Señor que "la hiciese vivir solamente algunos años menos que Matusalén." Poco antes José Menard, uno de los decuriostes de la Fraternidad, que había estado en Granalla el día que el Siervo de Dios celebró allí la Misa y que por un momento se encontré solo con él, le había dicho:
—Por favor, Padre, pida a Dios la curación de la Madre de las Hermanitas...
Y Don Bosco, cerrando los ojos, hizo un ademán negativc con la cabeza y dijo:
—No; esta obra es de Dios y subsistirá aun sin ella.
La Madre María de Jesús expiró santamente el 15 de sea tiembre de aquel mismo año de 2883, a los cincuenta y nueve años de edad.
La estancia de Don Bosco en París por el entusiasmo que despertó y por el bien que hizo se recordará siempre como uno de los triunfos más gloriosos del sacerdocio católico.
—Nosotros en París —decía un señor al Padre Félix Giordano— hasta ahora hemos prestado atención sólo a loe
predicadores de fama. Para sacudirnos un poco y despertar de esta insoportable apatía, hemos necesitado que haya venido a vernos Don Bosco.
El mismo Cardenal Lavigerie consideró corno un honor presentarlo a los fieles. Por su parte Monseñor Baunard (en
la vida del Cardenal) escribe: "Seria necesario volver a la
Edad Media para contemplar este espectáculo de un pobre sacerdote, ídolo de las multitudes ansiosas de verlo, de acer
cársele, de recibir una bendición de su mano o una palabra
de su boca. E] Cardenal Lavigerie se encontró con él en Saint-Pierre du Gros-Caillón, en donde se encargó de pre
sentarlo a los fieles. Pero casi, casi no se prestó atención al
Eminentisimo (a pesar de su apostura, su elocuencia y la simpatía que gozaba) ; la muchedumbre se agolpaba tanto alre
dedor del hombre de Dios, que éste no pudo llegar al asiento
que le habían destinado. El Cardenal con breves palabras agradeció todo lo que había hecho por la educación de los
huerfanitos, habló de lo que él también babia intentado en
Argelia y Túnez y, finalmente, le suplicó que le enviara unos sacerdotes suyos para ayudarle en su empresa... Pero enton
ces ya no le quisieron escuchar. Todas las miradas se fijaron
en Don Bosco, sentado frente al púlpito; la gente quería que hablase él y nadie más; inclinóse él profundamente ante
el gran Obispo, agradecióle lo que había hecho por los niños árabes y le prometió enviar a sus salesianos a Túnez apenas pudiese.
Pocas y sencillísimas palabras pronunció con voz débil y en pobre lenguaje; poquísimos oyentes lograron airlas;
pero todos, o casi todos, tenían los ojos humedecidos por el llanto. Pocas veces se ha visto un contraste tal, como el que ofrecieron aquel día estos dos hombres y estas das maneras de expresarse, tan distintas entre si."
Uno de los últimos días de su estancia en Paris, Don Bosco prometió una visita al librero Adolfo Jone, en la calle donde tenían que reunirse las personas que habían recogida las limosnas en la conferencia de San Sulpicio. La rdeeunSogecires
o
reunión tenía carácter privado y estaba señalada para las dos; pero conocida la hora de la cita, la muchedumbre ya se le había adelantado a la una de la tarde. Terminada la entrevista, a duras penas se consiguió hacer subir a Don Bosco a en carruaje, y entonces una y cien veces gritaron:
—iDon Bosco, su bendición!
El Siervo de Dios se levantó y dijo:
—Si, sí, os bendigo a todos y a Francia.
La mayor parte eran obreros que salían de las fábricas en aquella hora; todos se quitaron el sombrero, hicieron la señal de la cruz y gritaron:
—iViva Don Bosco!
•
Adondequiera que iba recibía siempre la misma acogida de toda clase de personas.
En el Seminario Mayor fue tratado como un príncipe de la Iglesia. El Rector había preguntado al Cardenal cómo debía recibirlo; y el Eminentísimo había respondido:
---; Con todos los honores posibles!
También ministros, senadores, diputados y hombres conocidos por su ciencia o sus escritos quisieron oir su palabra en las iglesias, o verlo en casa de Combaud, o en casa de Senislliac en la calle Ville l'nvéque, o en sus mismos palacios. La hermana del conde de Paris lo invitó a celebrar la Misa en su capilla y lo recibió con los honores propios de un Príncipe de sangre real. Siete príncipes lo esperaban, con
el conde de Paris, el cual recibió de su mano la Sagrada Comunión; todos recibieron su bendición y oyeron con re• verencia su palabra. Le ayudó la Misa el príncipe Czarto-. ryski, rey legítimo de Polonia, con su primogénito, que dee_ pués se hizo salesiano y narró esta memorable acogida.
La condesa de Eu, hija del emperador del Brasil, tenía enfermo a su hijo, presunto heredero del trono. Rogó al Siervo de Dios que fuera a su casa.
Éste condescendió y bendijo al enfermo, el cual mejoró en seguida.
También los alumnos y oficiales de la Academia Militar de Saint-Cyr le rogaron que se dignase hacerles una visita. Excusóse Don Bosco diciendo que se lo impedían urgentes y múltiples ocupaciones. Insistieron ellos y le enviaron una comisión y Don Bosco prometió contentarlos. El dia fijado, a las nueve de la mañana, esperábanle los mil alumnos de la Escuela, que en su mayor parte pertenecían a familias nobilísimas. Pero dan las nueve y no se ve a Don Bosco, pasan las diez, las once y las doce y no se presenta.
Aquellos vehementes jóvenes no se cansan y se limitan a repetir:
—Lo ha prometido y vendrá.
Llegó efectivamente a las dos de la tarde; la encime muchedumbre que lo asediaba no le había permitido llegar antes, y estaba en ayunas. Recibiéronle con grandes aplausos. Él se adelantó sonriendo y dijo a aquellos caballeros oficiales breves palabras con aquella familiaridad con que habría hablado a los jóvenes del Oratorio.
Todos, cuando acabó de hablar, le pidieron a una voz la bendición.
a r *
Una tarde se le presentó un personaje, el cual, después de los primeros saludos, le dijo:
—¿jis oído usted hablar de Pablo Bert?
—¡Oh, sí!; mucho se ha hablado de él hace poco.
Pablo Bert había escrito un libro de Moral para las escuew, que habla sido incluido en el Indice.
pues bien —añadió aquel señor—, Pablo Bert soy yo. —¿Usted, señor? ¿Y en qué cosa le podrá servir el pobre 'pon Bosco?
_¿Qué dice usted de mi libro?
Don Bosco miró fijamente a su interlocutor y respondió: —Señor, yo no le puedo decir otra cosa sino que está prohibido.
—¿Pues bien, vengo a verle para que me diga usted qué contiene de malo!
Y presentándole un ejemplar de su obra, añadió:
—Tórnelo y escriba al margen las correcciones que crea necesarias; y yo le prometo que lo haré reimprimir con todas las modificaciones que usted me indique.
El Santo se apresuró a enviar el libro al párroco de la Magdalena, porque no tenía tiempo de cumplir personalmente aquel encargo. En pocos días el libro quedó lleno de tachaduras y correcciones y Pablo Bert Lo recogió después de Don Bosco y le prometió hacerlo reimprimir con las correcciones. No era posible obtener retractación manifiesta; pero Don Bosco con su prestigio había conseguido que el autor reconociese sus graves errores, y pudo además decirle alguna palabra de vida eterna. En efecto, Pablo Bert no mostró ya en lo sucesivo su antiguo encarnizamiento contra la. Iglesia, y hallándose en el Tonkin, trató benévolamente a los misio
neros. •
1 IV
Otra tarde le visitó Víctor Hugo. Don Bosco mismo, dos años después viendo el gran ruido que Levantaba la prensa mundial sobre la muerte y los funerales laicos del poeta, le dictó al secretario un extracto del diálogo sostenido con
1
él (1). No carece de interés porque alumbra una página. j Historia que ha apasionado bastante.
"Hará dos años, cuando me hallaba en Paris, vino a visitarme ea personaje completamente de incógnito. Tuvo la paciencia de espera, tres horas; lo recibí en mi habitación a las once de la noche sius primeras palabras fueron éstas:
—No se espante, señor, soy un incrédulo; así que no creo en nin - milagro de los que cuentan de usted.
Yo respondí:
--No sé ni trato de saber con quién tengo el honor de hablar; pero le aseguro que no tengo la pretensión de hacerle creer lo TI, usted no quiera creer; no pienso hablarle de Religión, de la cual dice no quiere dr palabra; pero dígame, por favor: ¿ha sido usted siempre un incrédulo?
Victor Hugo.—En mis primeros años fui creyente, corno lo fueron mis padres y amigos; pero apenas pude reflexionar sobre mis ideas y razonar, dejé aparte la Religión y comencé a vivir como filósofo.
Dan BOCCO.—¿,Qué quiere usted expresar diciendo vivir como filósofo?
Victor Hugo.—Llevar una vida feliz, sin preocuparse de lo sobrenatural ni de la vida futura; cosas con las cuales los sacerdotes acostumbran espantar a la gente sencilla y de poca cultura
Don Bosco,--¿Y qué admite usted de la vida futura?
Víctor Hugo.—No perdamos el tiempo hablando de eso. Hablaré de la vida futura cuando me encuentre en el futuro.
Don Bosco.—Veo que usted bromea; pero ya que me propone este tema, tenga la bondad de escucharme. En lo futuro puede ocurrir que caiga usted enfermo.
Victor Hugo.-10h, si; y mucho más a mi edad, combatida ya por muchos achaques!
(1) Victor Hugo fue a visitarle de incógnito y Don Bosco respetó la voluntad implícita del poeta. Pero es claro que su visita no Pase Inadvertida y el abogado Boullay le tiró de la lengua a Don Bosco y éste le contestó:
—Puesto que usted lo sabe, se lo diré; si, lo he recibido y hemos conferenciado. Yo creo que todo depende del respeto humano. Son entoaraget, son entourage! ;Los que le rodean!, ¡los que /e rodean! ¡Ah, MOS Info, eso es bien triste! Y como le he dicho, no se puede abusar de las gracias de Dios.
Don Bosco.—¿Y no podría ocurrir que esos achaques le pongan en peligro de muerte ?
Valor Hugo.—Eso puede ocurrir; porque yo no puedo eximirme del dotinc, que descarga sus golpes sobre todos los mortales.
D011. Bosco.—Y cuando se encuentre usted en grave peligro de muerte; cuando se encuentre en el momento de pasar a la eternidad...
Victor Hugo. Entonces tendré valor para ser filósofo y no preocupwee de lo sobrenatural.
Den .13oses.—¿Y qué le impide a usted pensar, siquiera en aquel momento, en su inmortalidad, en su alma y en la Religión?
Victor Hugo.—Nada me lo impide; pero es una señal de debilidad, que yo no quiero dar, porque harta el ridículo ante mis amigos.
Doe. Bosco.—Pero en aquel momento se hallará usted al final de la vida y nada le costarla atender a si mismo y a la paz de su conciencia.
Víctor Hugo.—Entiendo lo que quiere usted decirme; pero no me decido a rebajarme hasta ese punto.
Don Bosco.--Pero entonces, ¿qué puede usted esperar después?, la vida presente está para acabar; de la vida eterna no quiere usted que se le hable; ¿qué será de usted?
Bajó la cabeza; calló y meditó. Poco después rompi el silencio y continué:
---Debe usted pensar en lo por venir. Todavía en ese gran porvenir le quedan a usted algunos Instantes de vida; si los aprovecha, al se sine de la Religión y de la misericordia del Señor, se salvará usted, y se salvará para siempre; de otra manera, morirá como incrédulo, como réprobo, y todo se habrá perdido para usted. Le diré las cosas más claras aún, o sea, que para usted no hay nada más que la nada, ya que ésa es su opinión, o un suplicio eterno que le espera, según mi creencia y la de todo el mundo.
Victor Hugo.—No me habla usted ni como un filósofo ni como un teólogo, sino como un amigo, y yo lo acepto. Entre mis amigos os se discute sólo de Filosofin, pero nunca se toca este gran punto: "o la eternidad infeliz o la nada". Deseo estudiar bien esta cuestión. Si me I o permite, volveré a hacerle otra visita.
Después de hablar de otras cosas, aquel señor me estrechó la mano y al salir me entregó su tarjeta de visita, en la cual leí estas palabras: V.tcroa Huno.
Volvió otra noche a /a Únanla hora y estrechando entre las suyas la mano de Don Bosco, le dijo:
---Yo no soy lo que usted quizás habrá pensado; quise representar el Papel de incrédulo. Yo soy Victor Hugo, y le ruego que sea buen amigo ralo. Yo creo en lo sobrenatural, creo en Dios y espero morir " manos de un sacerdote que recomiende mi alma al Creador,
Víctor Hugo no pudo volver a ver a Don Bosco, corno hubiera deseado, porque el Santo, poco después, dejó a pedo. Mas cuando de allí a dos años, el 25 de mayo de 1885, no encontró en trance de muerte, pidió con insistencia un sacerdote. Pero son entourage lo impidió. Da testimonio de ello, entre otros, el célebre doctor Vulpián, que le asistió. Parece ser también que un sacerdote, amigo personal del poeta, le dio la absolución desde un balcón que daba enfrente de la es. tancia del moribundo. Cosa sabida ea que le impidieron reci. bir los últimos Sacramentos. Por lo demás, también es bien sabido que por lo menos hasta la entrevista con Don Bosco el poeta había profesado una fe exclusivamente espiritualista, como lo demuestran estos tres versos de su testamento oto., gado el 3 de agosto de 1883 a favor de su yerno Vacquerie;
Je refuge Voroison de tutea les églises: Je demande ano priére d toittrn frs dones Je erais en Dieu
Otros también fueron a ver a Don Bosco para conversar con él sobre problemas de Religión.
Otros muchos señores, casados sólo civilmente, fueron inducidos por Don Bosco a contraer matrimonio según la Iglesia y a llevar una vida verdaderamente cristiana; y no pocos de ellos pertenecían a las clases más elevadas y cultas de la sociedad.
—¡Por el bien de las almas —nos decía confidencialmente— tuve que ocuparme en más de cien casos, cada uno de los cuales valía la pena de hacer un viaje a París!
Y no faltaron notas exhilarantes. En uno de esos gr, andes
(1) Yo acojo las oraciones de todas las Iglesias:--.Yo pido una garla a todas las almas.—Yo creo en Dios.
ahnuerzos que le dieron los grandes señores, preguntáronle si era cierto que había practicado el Ilusionismo.
_-Así dicen —contestó--. Era para entretener a mis muchachos.
Se empeñaron en que les diera una muestra. Y tras alguna vacilación, aceptó, comenzando por preguntarle la hora a su principal interlocutor. tate ¡ya no tenía reloj!
Itio estará bajo esa servilleta?
y allí estaba. Les dio también muestras de su fuerza cascando con sus dedos índice y pulgar avellanas y nueces.
Decidió marchar Don Bosco; pero continuaron las invitaciones para que celebrara en las casas religiosas, y ruegos apremiantes para verlo siquiera y recibir su bendición. En varias Comunidades se hicieron fervorosas novenas para obtener del Señor esa gracia; algunos directores de casas de educación le recordaban su amor a la juventud, para obligarle a una visita. Se le invitó con gran empeño a subir a Montmartre, pero no le fue posible, porque había decidido dejar a París el 25 de mayo. En efecto, celebró en la iglesia de Santo Tomás de Aquino, dirigióse a la estación de Lyón, sin decir la hora de la partida, y sin detenerse en ella, atravesó de prisa las salas y tomó asiento en el coche antes que el secretario hubiese tomado los billetes. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, se formó delante de su departamento un grupo que atrajo la atención de los pasajeros; cuando la máquina silbó, todos los presentes se quitaron el sombrero para despedir a aquel que dejaba en la gran metrópoli una estela tan grande de afectos. Durante largo rato permaneció silencioso. También Don Rúa y Don Barruel callaban. Eran demasiado fuertes los sentimientos que embargaban sus corazones. ¡Cuántas maravillas habían visto, oído y tocado- con la mano por la bondad de la Virgen!... Finalmente Don BOSCO rompió el silencio el primero y dijo a Don Rúa:
—; Cosa singular! ¿Recuerdas el camino que conduce de Buttigliera a Murialdo?... Allí, a la derecha, hay una colina; sobre la colina una casita; al pie de la colina hasta el ca
mino, se extiende un prado. Aquella miserable casita era mi habitación y la de mi madre. En aquel prado, cuando yo era un niño de diez años, apacentaba dos vaquitas. ;Si todos esos señores hubiesen sabido que festejaban tanto a un pobre campesino de Becchi! ¡Eh! ¡Bromas de la Providencia!
* • •
Detúvose tres días en Dijón en casa del marqués de Saint-Seine, despertando el mismo entusiasmo que en las otras ciudades de Francia, y obrando las mismas maravillas. Pernoctó en Dóle, en casa de la familia De Maistre. Continuó después el viaje a Turín, con varios paquetes de cartas, en gran parte sin abrir, porque los tres sacretarios, a pesar de su continuo trabajo no habían podido despachar en Paris la décima parte de correspondencia.
Le esperaban respetables personas de Turín y del extranjero, y llegó a Valdocco el 31 de mayo por la mañana, después de cuatro meses de ausencia. Recibiéronle los muchachos con extraordinarios transportes de alegría. Oyeron su Misa, rezaron otra parte del rosario y, finalmente, después de entonar el Tedéum, dieron gracias a Dios por haberles devuelto sano y salvo al amadisimo Padre.
En la tarde de aquel día el Santo dio la conferencia a los Cooperadores en la iglesia de San Francisco de Sales. El 4 de junio, vigilia de la fiesta trasladada de María Auxiliadora, habló a los Cooperadores en el Santuario. Sus palabras fueron un himno de gratitud a la Madre de Dios.
El día de la fiesta durante la Misa pontifical de Monseñor Brandolini, Auxiliar del Obispo de Ceneda, y gran admirador de Don Bosco, llovió tanto, que el Siervo de Dios hizo abrir las puertas del Oratorio a los hombres y las del vecino Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, a las mujeres que, habiendo venido de fuera no podían marcharse; de modo que, con los internos, más de mil personas comieron aquel día a expensas del Santo.
La fiesta del 24 de junio, a causa de la larga ausencia del padre y de su quebrantada salud, adquirió un carácter de mayor ternura y alegría. Al final dijo Don Bosco, al dar las gracias:
_Es verdad que se ha incurrido en piadosas exageraciones Y se ha abusado de la figura retórica que se llama hipérbole; pero es una licencia perdonable a los hijos, que al expresar los sentimientos del alma se atienen más a lo que 12.3 dicta el corazón que a lo que les dice la mente. Recordad, Con todo, siempre, que Don Bosco no ha sido ni es otra cosa que un pobre instrumento en las manos de un artista habilísimo, en manos de un artista sapientísimo y omnipotente, que es Dios. Por tanto, tributemos a Dios toda alabanza, honor y gloria.
Aludiendo después a la suposición de algunos que atribuían su viaje a Francia a un fin político, añadió:
—;No, ciertamente que no! Nosotros no hacemos política con nuestra obra; nosotros respetamos a las autoridades constituidas, cumplimos las leyes que deben cumplirse, pagamos los impuestos y vamos adelante, pidiendo solamente que nos dejen hacer el bien a la pobre juventud y salvar a las almas!
Los grandes buscaron a Don Bosco y él procuró hacerles el bien. Trataba con ellos con sencilla elegancia, como si fuera uno de ellos. Dice la condesa de Viry: "Venia todos los años a pasar unos días de vacaciones con nosotros. ce_ labraba la Misa con una piedad angelical y luego no tenía ningún reparo en entretenerse con los niños. Tomaba parte en todas las comidas de la familia, comportándose, tanto en la mesa como en el salón, como un perfecto caballero. Es preciso tener un tacto especial y una rara inteligencia para saber alternar con la Nobleza y en medio de una sociedad en la que no se ha nacido; la mediocridad difícilmente llega a conseguirlo y siempre se le nota aire de esfuerzo. En él no; parecía que había nacido en el seno de una casa señorial."
Circunstancias especiales lo relacionaron con algunos príncipes. Además de los ya citados anteriormente, merecen especial mención don Carlos VI[ de España, Enrique V de Francia, el Duque de Norfolk y el Príncipe Augusto Czartorys ki.
DON CARLOS VII
En 1872, cuando venía para España a ponerse al tren
de sus leales, don Carlos quiso indagar lo que pensaba Don
Bosco. Sabido es que por enarbolar un programa. religiosa
Y político en armonía con los principios cristianos y en oposición a loe desbordamientos anticlericales que entonces sacudían a la sociedad española liberalizante, dan Carlos contaba con muchas simpatías en todas las naciones.
Se presentó en el Oratorio de riguroso incógnito. Acom
I
lpañábalo el conde Servanzi, conocido del Santo. El conde entabló inmediatamente conversación sobre la guerra carlista, las circunstancias en que se declaraba, las esperanzas que había, el entusiasmo que suscitaba y terminó diciendo:
—¿Y qué dice Don Bosco de don Carlos?
—Digo que si es voluntad de Dios que suba al trono, subirá; sólo si es voluntad de Dios; porque humanamente es casi imposible que salga con su deseo.
—¿Conoce usted a don Carlos?
—Lo tengo aquí delante.
Es de notar que el Siervo de Dios no lo había visto nunca.
Entonces don Carlos rompió el silencio, y hablando con la elocuencia de un convencido, exclamó:
— O subo ahora o no subo nunca. Tengo muchos amigos, ¿sabe usted?, y además, ¡tengo perfecto derecho!
— ;Bicn!, pues si quiere tener esperanza de éxito, vaya con recta intención y esfuércese por merecer la bendición de Dios, porque humanamente la empresa es casi imposible —contestóle Don Bosco.
Siguieron hablando largo rato sobre diversos asuntos. Y desde aquel día Don Bosco no olvidó el aspecto y apostura del joven guerrero. Y es seguro que seguía las vicisitudes de la lucha en los cuatro años que duró. El 9 de abril de 1874, mientras estaba confesando a los niños, de pronto se puso en píe y quedó un momento absorto, entre la admiración de los asistentes. Presenciaba una batalla entre carlistas y republicanos, oía los cañonazos... Volvió a sentarse y siguió confesando a sus muchachos. Y aunquñ relató el hecho, contestando a las preguntas de los chicos, no hizo comentarlo alguno.
ENRIQUE V. (EL CONDE DE CHAMBORD)
El conde de Chambord (Enrique V de Orleáns) era para los legitimistas franceses lo que don Carlos para los capa. ñoles. Era "el legítimo heredero de San Luis".
En 1883 la idea de una restauración monárquica en Yr-az, cia estaba más viva de lo que se creía. Bastó que enfermara "el heredero de la Corona" para que se conmoviera la opinión. Enrique vivía exilado en Froshdorf (Austria). A principios de julio un mal extraño le puso en trance de muerte. Lea familiares, recordando que a la cabecera de Luis XI en las mismas circunstancias había acudido San Francisco de Paula y le había curado, quisieron ver si María Auxiliadora curaba a Enrique con la bendición de Don Bosco y así le escribieron y le telegrafiaron. Don Bosco prometióles rezar y hacer rezar por la salud del augusto enfermo; pero rehusaba el ponerse en viaje porque se sentía muy quebrantado y achacoso. Enviáronle entonces un mensajero, M. du Bourg, y éste encontró la misma resistencia.
— ¿Qué voy a hacer en Froshdorf ? Yo rogaré y haré rogar por él a toda la Congregación. Si Nuestro Señor quiere intervenir y devolverle la salud y hacer que se siente en el trono de San Luis, lo hará.
A esto respondió M. du Bourg que Francia miraría esa negativa corno un desaire.
Don Bosco meneó resignadamente la cabeza, diciendo:
— ¡Paciencia ! Iremos. No quede por nosotros.
El viaje fue largo porque perdieron el enlace con los presos. Emplearon dos días y una noche. Llegaron por mañana al castillo. Pidió le permitieran celebrar la San Misa.
Después de ella se puso en acción de gracias. Le vino recado:
1
• —Su Majestad le espera. —Está bien —respondió; y prosiguió su oración. . Nuevo recado e idéntica respuesta.
A los caballeros y damas se les hacía muy larga la espera. . Al fin se levantó de su reclinatorio y aceptó el desayuno que le ofrecieron. "Llevaba la calma del Cielo en el corazón y en los labios", dice Du Bourg.
Luego fue a ver al príncipe. Tras un breve coloquio, el príncipe tocó el timbre. Du Bourg voló a la llamada.
—Mon cher, 711091 cher, je sois gueri, je m'en tire encore posr cette foja! (;Querido Du Bourg, estoy curado; una vez más escapa del peligro!)
Y pues era 15 de julio, día de San Enrique, el santo de su nombre, permitió que toda la familia y servidumbre fueran a saludarlo.
Hubo un gran banquete, al cual, por orden del médico, el príncipe no asistió; pero a la hora del champaña se presentó en la sala del festín para brindar y para que se brindara por su salud. Don Bosco cambió telegramas can sus hijos del Oratorio, que celebraban una reunión de antiguos alumnos.
Du Bourg le preguntó confidencialmente a Don Bosco cuál sería la suerte del príncipe y recibió esta respuesta:
—El príncipe no reinará; pero yo espero que la Santísima Virgen le conservará la salud y que su vida haga un gran bien a Francia.
e * e
Ese mismo día había llegado al castillo el doctor Vulpian, Decano de la Facultad de Medicina de París. Quiso que le presentaran a Don Bosco, a quien dijo que su hijo, alumno de los Ifarianistas del Colegio Stanislas, había tenido la fortuna de verlo en la visita que había hecho al colegio durante 311 estancia en París. El doctor examinó cuidadosamente al conde, comprobando una sensible mejoría.
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Partieron para Turín el 17, acompañados del general Charrette, y llegaron el 18.
Algunos días después viajaba Don Bosco en coMpailia del misionero Padre Santiago Costamagna (que luego fue el tul, cer Obispo salesiano), y en el misma departamento entra_ r?n dos caballeros hablando animadamente: el uno era ita. liano, tenedor de libros de una gran casa de comercio; el otro, un comerciante belga. Dijo éste a se colega:
— ¿Sabe usted la última noticia?... El conde de Chambord ha curado. Ha curado al recibir un clavel que le «red, una artista de teatro.
— No; el conde ha curad? con la. bendición de ce aseen dote piamontés —replicó el otro interlocutor.
— ¡Tonterías! En este siglo ya es ridícula hablar de milagros.
el milagro que usted le niega a un sacerdote santo, se lo concede a una artista. de teatro?
En este punto el Padre Costamagna no pudo contenerse y le presentó a Don Bosco. Fácil es imaginar las escenas que se siguieron. El comerciante belga acabo por besarle la mano a Don Bosco.
Los boletines médicos, comunicados cotidianamente a la prensa, daban lugar a un creciente optimismo. La princesa escribía a Don Bosco cl 29: "Gracias a Dios, aunque lentamente, hay de dia en día una mejoría progresiva-, El recuerdo de los días pasados aqui en nuestra compañia perdurará gratísimo entre nosotros."
loa CTUia, que tenia una sección titulada M&adic da Compte de elizimbord, a partir del 25 sustituyó la palabra hialndic por Senté.
En agosto los médicos suspendieron los boletines sanibrios.
* . •
Mes y medio después, Enrique moría serenamente en au palacio de Frohsdorf. Moría, si no de un accidente de caza.
Fa a „onsecuencia de los enormes esfuerzos realizados dunmt, la cacería. Entre los habitantes del palacio, los médicos
luz, numerosas amistades se entablaron animadas disculiaras sobre la curación y la muerte (y después de muchos ama afin se discutió). Los médicos y los orleanistas se cmparoat en estudiar a fonda al asunto, y aun contra la voluntad de la princesa viuda, le hicieron la autopsia, operación qua duró nueve horas. Su declaración unánime fue que "la muerte era debida a musas accidentales" y que "de cáncer hepático (que era lo que el príncipe tenía) no había ni ras
tro".
Cuando a Don Bosco le llegó la noticia del fallecimiento, dicen que exclamó:
—; Sea por Dios! María Auxiliadora le había alcanzado de su Divino Hijo la salud para su bien y el bien de mucha gente, ¡Lastima que la haya expuesto en partidas de caza tan agobiadoras!
Con Fhirique V, Conde de Chambord, se extinguía el Ultimo descendiente directo del "Rey Sol" y caían las flores de lis.
ur
EL DUQUE DE N0RFOLIC
Primer duque, primer marqués, primer conde, primer barón, n quien compete el primer puesto después de los principos de la sangre, es el duque de Norfolli. Jamás se separl de la unidad de la Iglesia y admirable es que lo hayan respetado. El último descendiente que llevaba el título tenia ur únieek hijo, ciego de nacimiento y afectado de una enfermedad incurable, Si ese niño maría, el patrimonio ducal pasaría según las leyes, a una rama protestante. Por eso toda la Inglaterra católica rogaba por so salud. También Don Bosco en 1852, ordenó oraciones especiales por el pequeñín. Sabedor de esto el padre, le escribió de su puño y letra una carta
afectuosísima agradeciéndole rasgo de tanta bondad y ara gandole aceptara una oferta de cuarenta libras esterlinas para su obra.
Atraídos por la fama de santidad de Don Bosco y aspe. raudo también que su bendición curase al pequeñito, fueran a hacerle una visita en Turín. La duquesa le previno con una carta en la cual, entre otras cosas, le decía: "Debemos agra. decenio el que tenga también para nosotros un puestecito en su corazón. ;Oh, cuántas desgracias, cuántos dolores habrán ya sido depositados en ese gran corazón, en cuya comparación los nuestros no son nada! Y ahora, Padre, le quiero decir una. cosa con toda confianza: yo soy de familia protestanta, pero ahora convertida, y muchos de mis antepasa_ dos han hecho mucho mal. Cuando fui madre, y madre de un niño, supliqué a Dios, haciéndole una promesa, que le mandara cualquier mal, incluso la muerte, antes que permitirle cometer un pecado. Esta súplica la hice estando enferma y sin decir palabra a mi marido; por esta causa con frecuencia me siento angustiada y atormentada de dudas. Querría, pues, poner en paz mi conciencia."
El 6 de mayo llegaron a Turín. El duque sc fue derecho al Oratorio, llegando en el preciso momento en que también Don Bosco llegaba de vuelta de Francia. El día siguiente por la mañana cuatro carrozas llevaban al Oratorio a los duques con su comitiva.
El niño tenia cinco años. Dirigiéronse inmediatamente al Santuario de Maria Auxiliadora y estuvieron largo rato rezando. Después subieron a ver al Santo. Al oir la voz de Don Bosco. el pequeñín se puso a agitar alegremente las manecitas, lo cual sorprendió a todos, pues era cosa que nunca baría ni aun con su padre.
El día 8 oyeron la Misa de Don Bosco en la capillita; después desayunaron con él, quedando prendados de su trato y de su conversación. Mañana y tarde volvían al Santuario, edificando a todos con su piedad. Partieron el 20 para Florencia y para Roma, volviendo el 24 por la mañana. Don
Sosa, bajó a decir Misa en el altar de San Pedro. La fiesta de María Auxiliadora aquel año se habla trasladado al 2 de pais Los duques asistieron con gran fervor a la Misa celebrada por el Santo,
Renovóse entonces el prodigio de la multiplicación de las termas. Como se hace cuando se celebra en un altar reservada. y las comuniones son pocas, en un coponcito se pusieran unas veinte formas, siendo dieciocho los comulgantes. s la hora. de la comunión la gente, viendo que Don Bosco daba la comunión, se acercó presurosa a recibirla de su mano_ En vano los monaguillos les hacían presente que las hostias estaban contadas, que eran para los peregrinos ingleses, El monaguillo advirtió a Don Bosco.
—Deja —le contestó.
-Mire que las formas no son más de veinte.
Deja!
Y continuó distribuyendo; los comulgantes pasaron de doscientos.
L,15 peregrinos salieron de Turín el 25, muy satisfechos de su permanencia allí y contentos por el mejoramiento del niño; si no estaba curado, al menos podía dar algunos pasos, cosa que antes Ie era enteramente imposible.
* • •
Las relaciones continuaron por correspondencia. El. 26 de mayo de 1887 volvió el duque a ver a Don Bosco, hablando largamente con él.
Aquel mismo año sucedió un hecho singular. La duquesa ele Newenstle, íntima de la de Norfoila fue en peregrinación a Lourdes y mientras rezaba en la gruta por la curación del Bitio, oye una voz que le dice:
—No ruegue usted por el niño; ruegue por la madre. Miró en derredor; no había nadie; estaba completamente
lela. Volvió a su oración y de nuevo dejase oir la voz: --No ruegue usted por el niño; ruegue por la madre.
A su regreso, pasó por Turin a ver a Don Bosco. inmediatamente introducida. Don Basca estaba escrib'' y contra su costumbre, no se movió para saludar, y escribiendo. La duquesa estaba extradadisima. Lue hubo terminado lo que estaba escribiendo, Don vuelve y como primer saludo le dice:
—No ruegue usted por el niño; ruegue por la madre.
Preocupada, ericaraMóse hacía la iglesia para rogar María Auxiliadora según ce le había indicado. De vuelta Londres supo que su amiga estaba gravemente enfer los cuatro días murió santamente. Este episodio lo el venerando Padre eiril o Martindele, S. J., el cual a la era todavía protestante y cuya familia comenzó a tener entonces gran simpatía por Don Bosco.
t
Otra visita le hizo el duque a Don Bosco, cuando, en enero de 1888, presidía una misión enviada por la reina Victoria a León XIII. Lo halló en cama; estuvo media hora arrodillado a los pies de la cama.
El pobre niño, objeto de tantos cuidados, no curó. Dios había escuchado el voto de la madre. En 1904 el duque casó en segundas nupcias con la baronesa de Herris, de quien tuvo el heredero de su nombre en la persona del actual duque Bernardo Norfolk. En carta al Padre Eugenio Eabagliati, que vivió muchos años en Londres, el duque. dándole las gracias por el ejemplar de Los Chico Lustros que le había enviado, deciale: "Aunque Don Bosco no me curó a mi hiji sin embargo me habló en tales términos, me infundió t ánimos y tales consuelos, que valen más que la anhc] curación del nido." Y el sustituto es católico ferviente.
1,
IV
F.% PRINCIPE CZARTORYSKI
Ea príncipe Augusto Czartoryski, después de haber hablado en París con Don Bosco, quedó con el pensamiento dominante de hacerse salesiano; pero tuvo que hacer las cuentas con sus padres y con el mismo Don Bosco. Si, con Don Bosco, que le puso muchas dificultades. El padre, naturalmente, no podía resignarse a quedarse sin su primogénito. Don Hosco vacilaba en admitir en su Congregación a un príncipe de sangre real.
El origen de la familia exartoryski se pierde, como se dice, en la noche de loa tiempos: el esplendor de la casa se eclipsó en el siglo XIX, cuando el abuelo de don Augusto, el príncipe Aclara, expuso vida y fortuna en la fallida tentativa de reconquistar el trono de Polonia. Después de la calda de Varsovia, los rusos lo condenaron a muerte y le confiscaron lea bienes: pero pudo fugarse y refugiarse en Paris. donde poco a poco rehizo su patrimonio. Su hijo Ladislao casó con la princesa María Amparo, hija de les reyes de España. De aquel matrimonio nació don Augusto.
rsle, pues, deseaba ardientemente entrevistarse de nuevo con Don Bosco y la ocasión se le presentó en septiembre de 1883, cuando iba presidiendo una comisión polaca que fue a visitar a León XIII, son ocasión del segundo centenario de la victoria cristiana sobre los turcos junto a los muros de Viena, ganada precisamente por el rey de Polonia Juan Sobieski. Volvió el 24 de mayo del año siguiente y pasó todo el día en el Oratorio. No acertaba a separarse de Don Bosco; gozaba tanto con su presencia, que se detuvo hasta la fiesta de San Juan. Fue, segán decía, el mes más hermoso de toda su vida.
El padre, queriendo sistematizar los asuntos del mayoM2g0, quería que se adiestrara en el manejo de los negocios
y frecuentara la más alta Sociedad. Para complacer a padre, que deseaba distraerlo de los pensamientos (luc ocu. liaban eu mente, hizo un viaje a Londres; pero de vuelta a París sentía más (lile nunca la necesidad de conferir con Don
para hacer Busco. Fue a Turín en el mes de junio de 18815
una tanda de Ejercicios bajo su dirección. Hospedóse en oti hotel, como siempre; pero a los pocos Las pidió a Don -20.rá lo hospedara en el Oratorio.
— ¿Podrá Su Alteza —le preguntó el Santo—. AS ptarge a nuestra pobre mesa?
— Lo que basta a Don Bosco me basta a mi —respondió el príncipe.
Asi, estando a su lado, pudo cómodamente abrirle e] ro-razón y observar do cerca la vida de sus hijos. La mayor parte del tiempo la pasaba en la meditación, en la oración y en la lectura espiritual. Pero tan suave vivir se lo interrumpió el padre, el cual, cada vez más preocupado, lo hizo volver a la patria. Llegado que hubo a Sieniawa donde radicaban los bienes de familia, hizo cuanto le habla dicho Don Bosco, dedicándose, para obedecer al padre, a la administración de sus bienes: pero su corazón estaba siempre en el Oratorio, 1)e cuando en cuando escribía a Don Bosco, dándole cuenta de todo y recibiendo sus directivas.
Padre e hijo se presentaran en Turín el 5 de junio de 1885 I)on Bosco los invité a almorzar al La siguiente. Para hacerles honor, invitó también a algunos patricios turineses, entre otros el conde Próspero Balbo, 1...ornpañero de armas del príncipe en la batalla de Peschiera, en que ambos mandaban fuerzas de a.rtilleria con el grado de tenientes. La conversación fue muy animada. Después padre e hijo se retiraron 2-1/ intimo coloquio con Don Bosco. 21 padre expuso sus miras y el interés de la familia, pidiéndole su iluminado parear. El Santo repitió cuanto habla recomendado por escrito al hijo, añadiendo empero:
—Mas si la voluntad de Dios se manifiesta. contraria .5 IN de Vuestra Alteza, no la debe contrariar.
Ladislao respondió quo verla con gusto a uno de sus hijos con vocación para hacerse sacerdae. Ambos se separaron oanDntos de Don Rosco. Ladislao creía que Augusto reman-„Diría a su sueño y Augusto estaba mtlisfer..!ho de que su padre se llevara de Don Bosco mejor opinión de la que tenis vetes. En .Senlawa, siguiendo las directivas de Don Bosco, ac dedicó a los negocios, Llevando a cabo importantes operaciones financieras y manteniendo dignamente las tradiciones de la Familia. Ladislao estaba en el colmo de la dicha_
4 4
Pero, cuántas veces, respecto a la suerte de los hijos, el borrihre propone y Dios dispone! Las aspiraciones de Augusto volvieron a despertarse pronto. Para distraerle, el padre le proponia siempre nuevos asuntos y especialmente el del matrimonio_ Asi llegaron al mes de abril del año 87, en que Augusto volvió al Oratorio resuelto a lograr su ideal. Habiéndose enterado de que Don Bosco tenía que ir a Roma para preparar la consagración del templo del Sagrado Cora.zón se le adelantó_ Firme en el propósito de no marcharse de Roma sin resolver el asunto de su vocación, decidió ponerlo en enanos .te León XLLI.. El Papa, teniendo en cuenta la nobleza de su ramilla, le aconsejó lo mismo que había hecho Do' Bosco. la Compaiíia. de Jesús. Respondió el príncipe que h. _habla pensado mucho y que se seutia atraido tan sólo hacia la Sociedad Sales-lana. Entonces el Papa le dijo:
– Ante todo hágase la voluntad. de Dios. Y sí Don Bosal Pone dificultades, dígale que lo quiere el Papa.
Confortado con la palabra del Vicario de Cristo, corrk a presentares a Don Bosco; entendióse Con él y partió pan Paris a dar la batalla definitiva.
rue dura. Al fin Ladislao, creyendo todavia que con e tiempo pasarían las ilusiones y que por la fuerza na.1 lograría, le dio el consentimiento. Voló el principe a Turii Y desde el 20 de junio fue "aspirante saksiano”. La fa ilir
esperaba que las primeras incomodidades de la vida religjaat ¡y salesiana: le quitaran las veleidades. Por eso cuando ale invitó a la ceremonia de la toma de la sotana, unos le escribieron en pro, otros en contra, Sin embargo Ladislao resabió-ir a presenciarla, entre otros motivos, también para tener ocasión de dar nuevos asaltos, Llegó con algunos familiares unos dios antes del fijado, que era el 24 de noviembre. La que más tenazmente se oponía era una tía suya, la cual sa mostraba irritadisima, creyendo que sobre su sobrino se ha, bían ejercido presiones con fines interesados. Augusto, dee. dese cuenta de estas disposiciones, no quería tratar con ellos-, pero se remitió al consejo de los Superiores, y éstos le di.. jeron los tratase con teda, consideración y respeto. Las entrevistas fueron dolorosas; se le oponían razones de sentirsicn.. to, afectos de corazón, intereses familiares, de patria.,. Hubo momentos de verdadera tragedia. Pero la gracia venció. Augusto, con dulzura inalterable, pero con igual energía, supo defender su vocación, y ellos hicieron de necesidad virtud, asistiendo a la ceremonia_
Tuvo ésta lugar en el Santuario de María Auxiliadora y se le dio singular solemnidad, Asistieron todos los alumnos y una gran multitud de fieles. Tres caballeros de distinguidas familias vistieron la humilde sotana salesiana: un francés, un inglés y un polaco. Terminada la ceremonia, los señores subieron a los aposentos de Don Bosco, entre las aclamaciones de todos los alumnos y de cuantos llenaban el patio. Cuando se despidieron de Don Augusto, ya clérigo, lo hicieron con toda la finura propia de las personas de su condición. Sin embargo, no todas las nubes se hablan disipado. Todavía Ladislao quiso recurrir al Papa para que anulara lo hecho, alegando la delicada salud del novicio. Pero todo fue inútil.
Aquella misma noche, cuando Don Augusto fue a darle las gracias a Don Bosco antes de salir para Valsálice a Comenzar su noviciado, el Santo, bendiciéndolo con efusión. le dijo:
_Hoy hemos reportado una buena victoria. Dia vendrá en que usted será sacerdote y por voluntad de Dios le hará lineen bien a Polonia.
y asi fue; su ingreso en la Sociedad Saiesiana determinó una corriente de vocaciones para seguir su ejemplo. Y así se vinieron preparando los elementos que debían servir para la fundación de colegios, escuelas profesionales y parroquias
polonia, en donde las obras salesianas se multiplicaron rapidamente de un modo prodigioso. De los primeros conengentis salió también el Cardenal Augusto Hlond, Primado de Polonia.
Hoy el virtuoso precursor, el Siervo de Dios Don Augusto Csartoryski, va camino de los altares.
Entramos ahora en el periodo más solemne de la vida Don Bosco. Las nuevas casas salesianas que se multiplica el número de jóvenes cristianamente educados que en ellas va aumentando: las &fisiones de la Patagonia, que cada día se regocijan con nuevos bautizados. proclaman cuánta era la actividad del Santo. Todos los instantes de su vida fueron consagrados a la gloria de Dios v a la salvación de las almas; pero el heroísmo de su celo pareció resplandecer más vivamente en sus últimos afros, cuando, enfermiza y agotado, prodigó con igual constancia sus trabajos.
No es de admirar que el mundo continuase conmoviéndose con su fama. Sus biagii-afías He difundían mas y mas, pubIi'Dándose nuevos escritos sobro él y sus obras en Italia, España, Portugal, Holanda, Alemania, Hungría, Polonia y ea las Repúblicas americanas,
Dios también aumentaba con su Siervo la profusión de sus carismas. La noche anterior a la fiesta de Santa Rosa de Lima le favoreció con un "sueño". Viose en una gran sala rodeado de muchos amigos, que ya habían pasado a la eternidad, uno de Ios cuales, que aparentaba quince años, bello con celestial belleza y radiante de una luz más vivir gua la del Sol, se le acercó. Era el joven Luis Flcury Colle, En u19 viaje rapidísimo le indicó la inmensa herencia reservada a
salesianos en América, los sudores y la sangre con que fecundarian y la futura prosperidad de aquellas tierras. Santo terminaba la narración de este sueño maravilloso nhi.s siguientes palabras:
_[eoa 1 a.u.l.z.u.ra de San Francisco de 8aks, tos SaZesiaos airarrdn hacia JC:VM:FíSi.0 e los pueblos de América. Será muy dificil moralizar a los primeros Salvajes: pero SUS hijos on¿Lzeerán con toda íaeilidad a las palabras de las misionero/ A: ron ellos se itindat*n colonias; la cia.i.illzaeikia ocupará ez292,,...,s-to de la barharie, y así nuiteho.r sakajea, ya cibsi/izados, vendr,rin a formar parte det redil de Jesnerfsfa..
. 1.. •
i,2,1 año 1883 acabó con un hecho muy consolador para Don P.,,,,sea y la Sociedad Salesiana. Para suceder al Arsohispo, Monseñor Lorenzo Gastaldi, el cual, por permisión de Dios, tanto le había perseguido a pesar de lo mucho que le debiii. 9 quizá por eso mismo, y que reconociendo, siquiera en ',arte., su equivocación. paso a mejor vida e] 25 de marzo de 21!in el año, fue elegido el Cardenal Cayetano Alirnonda. que profesaba al Santo acendradisimo y santo afecto. Para que fuera más querida y venerada la persona del nuevo Pastor, Don Bosco difundió copiosamente en TurM una monografía o breve resumen sobre la vida y obras del ilustre Purpurado, seguida de una impuesta a un diario de dicha ciudad, que, por ignorancia o mala fe, habla tratada de poner en ridiculo la primera pastoral del docta Arzobispo,
Pero a principios de 1884, la salud de Don. Bosco desperló nuevos temores: el 31 de enero hubo de guardar cama atacado de bronquitis, complicada con una extrema postración de fuerzas y aumento de hinchazón en las piernas. Esta noticia hizo redoblar las oraciones que todos los días se elevaban por él. El clérigo Luis Ga.merro, de veinticuatro años, de constitución sana y robusta, ofreció su vida por la del Padre y experimentó. según lo manifestó a sus compañeros,
la certidumbre de que su ofrecimiento habla, sido ate!) por Dios, En electo, la noche del 1 aI 2 de febrero ca enfermo y expiró santamente con la alegría reflejada en semblante y con la certeza de volar al Cielo.
,,_ • •
Apenas se repuso de la enfermedad, quiso el Santo hacer otro viaje a Francia para recoger limosnas en favor de sus obras, especialmente la de Roma, que atravesaba grandes apuros. No lograron disuadirlo los insistentes ruegos de sus hijos, de los médicos ni del mismo Cardenal Alimonda, el cual fue al Oratorio a verlo ex profeso. Don Bosco les dijo que no temieran, que iría despacito, calculando sus fuerzas, deteniéndose en las casas falesianaz del camino. Antes de salir de Tarta hizo su testamento y entregó a Don Cagliero una cajita romo su "último recuerdo". Don Cagliero la tomó, y sin mirar lo que conte_nia, se la puso en el bolsillo y no quiso abrirla sino después de seis meses, cuando el Santo volvió relativamente sano y bueno, a pesar de las prediceionen de loa médicos: entonces vio que contenía un anillo de oro. i Era una nueva señal de su próxima elevación al episcopado!
9
Marchó, pues, el 1 de marzo, en compañía de Don J Barbería. El 4 llegó a Niza, donde, no obstante su delic estado de salud, dio numerosas audiencias lleno de cari
y amabilidad con todos. Acudieron a visitarlo también los seminaristas y los predicadores cuaresmales. Pero la mayor parte iban a referirle los efectos maravillosos de las bel-ahciones de Maria Auxiliadora recibidas el año anterior o para impetrar nuevos favores. Entre otros le fue presentado ILII niño con grave mal en los ojos, el cual, al recibir su bendición, curó instantáneamente.
El 14 continuó el viaje hacia Frejus. Nadie se habla enterado de que iba a llegar y a pesar de ello, en un momento se reunió una gran multitud deseosa de verlo y hablarle. En
Le para Telón encontró en la estación al abogado señor Colle. al cual había pedido cien mil francos de limosna y le din ciento cincuenta mil para enjugar deudas contraídas en Roma para el templo del Sagrado Corazón.
De Telón pasó a Marsella, donde se vio también siempre Meado de una gran muchedumbre de personan.
II
El viaje de 1884 fue una confirmación de la ternisima bondad de María Auxiliadora. Adondequiera que fuese, con cualquiera que hablase, en las cartas que recibía, por todas partes oía himnos de gratitud a María Auxiliadora por favores recibidos. Al hablar de estas narraciones se conmovía basta ?.lerre mar lágrimas.
Pero el estado de su salud inspiraba a todos sentimientos de profunda compasión. Sus achaques aumentaban, sobre todo por la hinchazón de las piernas y del hígado. Don Álbera. con la esperanza de procurarle algún alivio y siguiendo el impulso de su corazón, escribió al doctor Combal, de la Universidad de Montpellier, médico célebre y solicitadn en toda Francia, Alemania e Inglaterra para consultarle.
El doctor Combal, apenas recibió la carta, púsose en camino, y viajando toda la noche, llegó a Marsella el 25 de marzo, Católico ferviente, subió al Santuario de Nuestra Señora de la Guardia, donde hizo sus devociones y después corrió al Oratorio de San León para visitar a Don Bosco. Cuando llegó a su presencia arrodillóse y besóle humildemente la mano. Don Bosco, por aquel acto de humildad y por el traje que llevaba el doctor, creyó que era un criado de éste, y sin más le pidió noticias de éL
--Yo soy Combal —le dijo flete—, muy afortunado de pnr1.1- de alguna manera ser útil a usted y servirle.
;Usted el célebre doctor Combal! ;Oh! ¿Por qué ale
lestarse así? ¡No puedo permitirlo! ¡Levántese, doctor!
Levantóse el doctor, hízole algunas preguntas, exarninóle detenidamente durante más de una hora y al fin le dijo:
—Usted ha consumido su vida por exceso de trabajo; su organismo es un traje deteriorado, porque siempre lo ha llevado puesto, lo mismo los días festivos que los laborables, y me parece que no podremos reparar los desperfectos. Para conservar todavía ese traje un poco más de tiempo, no hay otro medio que el de guardarlo en el guardarropa; quiero decir que la medicina principal para usted sería el reposo absoluto.
—Es el único remedio al cual no puedo sujetarme —respondió el Siervo de Dios—. ¿Cómo es posible detener la máquina cuando tiene aún tanto trabajo?
—Al menos dé a otros todo el trabajo que pueda y usted descanse. Lesiones orgánicas no encuentro, pero es necesario procurar un remedio a su extrema debilidad.
Después redactó un diagnóstico detallado con las prescripciones que consideraba más oportunas. El Santo, al recibir el pliego, se lo agradeció cordialmente y le rogó que aceptara el importe de los gastos del viaje. El doctor respondió al momento que el deudor era él, pues atribuía a las oraciones de Don Bosco la curación de su hija, de una enfermedad incurable, y aún le obligó a aceptar una limosna de cuatrocientos francos.
* *
Don Bosco salió el 30 para Italia. De nuevo lo esperaban con ansia en París, pero su salud no le permitió repetir el viaje.
De vuelta en Niza el 1 de abril, el 3 llegó a Alassio y el 4 a Sampierdarena. El 5 fue a Pegli a visitar a la Condesa de Solms, prima del emperador Guillermo de Prusia, la cual deseaba verlo; y de vuelta a Sampierdarena tuvo una reunión con los miembros del Consejo Superior de la Sociedad Salesiana.
El 9, después de una parada en Génova, marchó para Roma. Al llegar a Rapallo bajó para visitar al conde Riaut, miembro del Instituto de Francia, que el año anterior había experimentado los beneficiosos efectos de una bendición suya. pasó después en Spezia los dos últimos días de la Semana santa y las fiestas de Pascua; el 14 llegó a Roma, con gran satisfacción de muchas nobles familias romanas y extranjeras, que acudieron a su Misa, y, por la mañana y por la noche, se aglomeraban en su antecámara para hablarle.
Para una Congregación Religiosa los "Privilegios" sun lo que el techo para una casa. Entiéndese por "Privilegios" un conjunto de facultades, indultos y gracias especiales que la Santa Sede suele conceder a las familias religiosas: contribuyen a dar fisonomía propia al Instituto, a caracterizar y mantener su espíritu, a. unificar sus actividades en cualquier parte del mundo; son medios indispensables para vivir según su índole. Por eso los Papas se los han concedido siempre desde tiempos remotos a los Institutos religiosos. Pueden ser concedidos directamente o por participación con otees Institutos ya existentes. Don Bosco se inclinaba a esto último por la mayor facilidad que presentaba el obtenerlos, y entre todos, a los que disfrutaban los Padres Redentoristas.
Quería, pues, obtener dos cosas en este nuevo viaje a la Ciudad Eterna: del Gobierno, la autorización para una gran tómbola en provecho de la iglesia y asilo del Sagrado Corazón, y de la Santa Sede, concesión a la Sociedad Salesiana de los Privilegios pedidos inútilmente hacía diez años, y que no habían sido concedidos a causa de las indicadas oposiciones,
¡Pobre Don Bosco! El 1 de mayo, el Cardenal Ferrieri le hizo saber que era preciso acompañar a los Privilegios que solicitaba la fecha y los nombres de los Pontífices que
rlos habían concedido originariamente y de los Institutos a los cuales se- lea hablan concedido directamente. Trabajo fatigoaleimo que creía sólo pocha hacer él, porque sólo él había practicado las gestiones concernientes a las diversas aprobaciones y concesiones eclesiásticas solicitadas por la Sociedad. __Mi cabeza no resiste tantos trabajos —exclamó—, por lo que me veré obligado a renunciar a los Privilegios. Pediré algunos de los más esenciales y después volveré a Turín. Si nos los quieren conceder, bien; si no, ¡paciencia! Continuaremos como hasta ahora.
--Esté tranquilo —le repetía el bueno del abogado Eleonori—; ya. verá como los obtendremos todos. Si usted no puede soportar tantos trabajos, nosotros buscaremos los "Breves" y las citas, y, si quiere, haremos también el trabajo.
El 8 de mayo dio una conferencia a los Cooperadores en la iglesia de Santa Francisca Romana. El Eminentisimo Cardenal Parocchi, Vicario de Su Santidad, que subió a la tribuna después de Don Bosco, hizo un elogio magistral del carácter de la Obra Salesiana, cuyo distintivo es la caridad cristiana según las exigencias del siglo.
Al día siguiente fue recibido en audiencia por el Vicario de Jesucristo. La voz del Papa resonó claramente desde la antecámara:
—;0h, Don Bosco! ¿Cómo está? ¿Cómo va la salud? ¿Y :les ojos? He oído decir que no está usted muy bien.
Don Bosco se había puesto de rodillas, porque solía arrodillarse siempre delante del Vicario de Cristo. El Papa había Intentado impedírselo, pero él, siempre de rodillas, le besó cl pie. Rápidamente hizo que Monseñor Maechi trajera una silla y le dijo:
---i Aquí sentado!
Dial Bosco, después de darle las gracias, se sentó y quedó a solas con el Pontífice, quien le preguntó largo rato sobre su salud, concluyendo con estas palabras:
Si yo estuviera enfermo, seguro estoy de que usted
haría cuanto pudiera por la conservación de mi vida, pues bien, quiero que usted haga por usted mismo lo que haría por mí. Así, pues, procúrese todos los cuidados, busque todos los medios necesarios para su conservación. ¡Yo lo quiero! ¿Entiende usted? ¡Yo se lo mando! Es el Padre Santo quien lo quiere, el Papa quien se lo manda. ¡La Iglesia tiene necesidad de su vida.
—Padre Santo —respondió Don Bosco--, harta bondad es la vuestra al compararme con Su Santidad; es un honor que me confunde. Procuraré hacer lo que pueda para obedecer a vuestra voluntad.
—Bien, bien. Ahora, ¿qué tiene que pedirme? Pida, porque el Padre Santo está dispuesto a concederle todo lo que le pida.
El Siervo de Dios le presentó el sumario de los Privilegios que deseaba para la Sociedad Salesiana, El inmortal Pontífice le dio una ojeada y dijo:
—Concederemos todo lo que queréis, pero hay que llenar los trámites.
Después le indicó el modo de hacer las cosas más expeditamente. Aludiendo a la hostilidad, que ya había cesado por la muerte de su poderoso adversario, le manifestó que amaba a los Salesianos y que era el primero de sus Cooperadores y añadió :
—Usted tiene la misión de hacer ver al inundo que se puede ser buen católico y al mismo tiempo bueno y honrado ciudadano; que se puede hacer mucho bien en todos los tiempos a la juventud pobre y abandonada, sin chocar con la política, sino conservándose siempre buenos católicos... Dios mismo os guía, os sostiene y lleva esta Congregación. ¡Dígalo, escríbalo y predíquelo! Éste es el secreto que le ha hecho vencer todos los obstáculos y a todos los enemigos.
Don Bosco agradeció efusivamente al Padre Santo su benevolencia, pidióle varios indultos, incluso la concesión formal de los Privilegios y le habló de sus diversas casas y de las florecientes compañías o asociaciones piadosas que exis
tían en ellas, particularmente las del clero infantil y del Santísimo Sacramento.
—A esos jovencitos de la Compañía del Santísimo Sacramento —exclamó León XIII— dígales de mi parte que yo los amo, que son el delirio de mi corazón; hágales por mí una caricia paternal; bendígalos de mi parte, mana ad manara.
Después le pidió noticias de los novicios, y al saber que eran doscientos ocho, se alegró mucho y facilitó a Don Bosco el modo de hacerles cumplir el año de noviciado.
Luego se habló de los Cooperadores Salesianos. A ruegos de Don Bosco dijo que los bendecía largamente y que pediría por ellos todos los días en la Santa Misa.
Al final de la audiencia Don Bosco le presentó una lista de aquellos para quienes deseaba alguna distinción honorífica de la Santa Sede. El Papa accedió y añadió benévolamente:
—Y ahora, ¿tiene usted alguna otra cosa que pedir? Pida, pues, que estoy dispuesto a concedérselo todo.
El Santo imploró aún una bendición especial para todos sus bienhechores y sus familias; y solicitó que fuesen admitidos a besar eI pie de Su Santidad Don Lemoyne, que hacía de secretario, y el director del Seminario de Magliano Sabino, Don José Daghero; y así le fue concedido. El Papa recomendó a Don Lemoyne que tuviese cuidado de la salud de Don Bosco, volviendo al cual le preguntó:
— ¿Y sus Misiones?
— ¡Van bien, Padre Santo! Se han bautizado ya cerca de quince mil salvajes.
—¡Quince mil salvajes bautizados! Buen número es; y estoy reconocido por tantas almas salvadas. Es una cosa magnífica salvar almas, y el Papa no puede menos de regocijarse.
Después de otras muestras de benevolencia, el Pontífice les dio la Bendición Apostólica. Mientras tanto Don Bosco se arrodilló. El Papa, que había intentado impedírselo, exclamó, apenas hubo pronunciado la fórmula:
— ;Secretario, ayúdele a levantarse! ;Sosténgalo! Y salieron.
— ;Qué bueno es el Padre Santo! —decía Don Bosco, vaf
viendo al Sagrado Corazón—. ;Nos hacía falta estor otro modo, yo no podía más!
* • •
Cuando llegaron a casa, la noticia de que el alcalde de Roma había solicitado del gobernador, en nombre del muni_ cipio, el permiso para una loteria en provecho de la iglesia y el asilo del Sagrado Corazón, coronó la alegría de aquel rs.ustisimo dia.
U
Don Bosco salió de Roma el 15 de mayo de 1884, primer día de la novena de Maria Auxiliadora. En Turín, la víspera de la fiesta de María Auxiliadora, dio él mismo la conferencia a los Cooperadores para ensalzar las bondades de la Virgen, que cada dia multiplicaba sus favores. Habló con vigor y cuando bajó del púlpito dijo que aún se sentía con fuerzas para predicar varias horas más. Su mejoría parecía tener algo de extraordinario. Caminaba con bastante seguridad, la hinchazón del hígado había disminuido, come también la de las piernas. Fue una verdadera gracia de la Virgen.
El 24 de junio las noticias que hablan corrido sobre la salud de Don Bosco llevaron a Valdocco un número mayor de admiradores y antiguos alumnos, entre los cuales fue también Monseñor Bertagna, auxiliar del Cardenal Alimonda, que hizo tul bellísimo elogio de la santidad de Don Bosco• Como le pidieran al final que bendijera a los presentes. res• pondió con presteza:
— ,Su Eminencia el Cardenal Arzobispo me ha dicho qué reciba la bendición, no que la dé!
yy diciendo esto se arrodilló con los demás para recibir también él la bendición del Santo.
No se limitó a esto la bondad del Cardenal Alimonda: por la tarde fue en persona a felicitar a Don Bosco: estuvo hablando con él dos horas y aun participó de su cena y de su fiesta. Al final de ésta se levantó el Cardenal y habló comparando la obra del Bautista con la de Don Bosco, nuevo precursor, y acabó diciendo:
— :Sí, escuchad siempre a este precursor; haced lo que él ca diga y él os conducirá al seno de Jesús, el único que os puede hacer felices en el tiempo y en la eternidad!
Las palabras del insigne Purpurado produjeron una impresión indescriptible.
Mas afectuosa aún que lo acostubrado resultó aquel año la reunión de los antiguos alumnos. El 13 de julio, sus Cariilosom discipulos al ver que el buen Padre se conservaba bien, aunque sus cabellos se plateaban y su paso se hacia más vacilante, le manifestaron con ternisima efusión su deseo de verle llegar a su Misa de Oro.
Y si Dios me da vida —respondió Don Bosco—, cantaremos un Tedéum muy solemne. Una cosa, con todo, por la cual debemos dar gracias al Señor, una cosa que constituye mi mayor consuelo, es que adondequiera que voy oigo siempre buenas noticias de vosotros; es el pensamiento de que en todas partes se habla bien de mis antiguos hijos; ea saber que todos alaban nuestras reuniones, porque son el verdadero medio de recordar las advertencias y consejos que os daba cuando erais niños. Sí, lo repito, esto me proporciona un gran consuelo; es el honor, es la gloria de mis últimos dias. Veo que muchos de vosotros tienen la cabeza calva; que muchos de vosotros muestran ya los cabellos encanceidos y la frente surcada de arrugas; que ya no sois aquellos niños que yo amaba tanto; pero ahora os amo todavia más, porque vosotros con vuestra presencia me aseguráis que están firmes en vuestra alma los principios de nuestra Santa Religión
ique os he enseñado, que éstos son la guía de vuestra vida.
Siento más amor por vosotros aún, porque veo que vuestro corazón está siempre por Don Bosco.
Aquellos días se tuvo una gran prueba de la santidad del Siervo de Dios. ,E1 2 de julio apenas se esparcieron las pri. meras noticias de cólera morbo en Italia, se afirmó que la epidemia invadiría la nación y sería más terrible de lo que podía suponerse. Sabido es que el cólera hizo estragos en Busca, Spezzia y en Nápoles. Pero al mismo tiempo, de viva voz, por medio de cartas a todos, y del Boletín, Don Bosco anunciaba un preservativo, que llamaba infalible, en los términos siguientes: "1.2 Frecuentar la Sagrada Comunión con las debidas disposiciones. 2.2 Repetir con devoción la jaculatoria: María Auxilium Christianórunt, ora pro nobW 12 Llevar al cuello la medalla bendita de María Auxiliadord y cooperar a cualquier obra de caridad y de Religión en honor de Ella." "Con este antídoto —escribía a la Marquesa Carmela Gargallo, el 14 de junio—, vaya a servir en loa lazaretos, que no sufrirá mal alguno."
Centenares de miles fueron las medallas pedidas en Ita lia y el extranjero. Ninguno de los que practicaron los consejos de Don Bosco sucumbió a la terrible enfermedad. Ot tanto ocurrió en las casas salesianas donde se siguieron s prescripciones.
* * *
Para las casas mencionadas, el buen Padre no se limi a esto, sino que el 26 de agosto escribió recomendando q en todas las iglesias se diera la bendición con el Santísi Sacramento, que todos empleasen las debidas precaucion y que en caso necesario se prestasen generosamente a la asistencia de los enfermos y a recoger a los huérfanos que, a consecuencia de la epidemia, estuviesen abandonados. la noticia de tanta caridad fue acogida con aplauso.
Entretanto no cesaba de trabajar para completar su obra. Aquel año reiteró la súplica de concesión de los Privilegios,
terminando su carta con estas palabras: "Después de ver consolidada la obra que la Santa Iglesia de Dios me confió. cantaré con gozo: Nunc dimittis servum tuum, Dómine." Finalmente consiguió el favor anhelado durante diez años, y no faltó la protesta de Satanás. No se explica de otro modo lo siguiente:
El 9 de julio, hacia las seis de la tarde, cayeron de improviso en brevísimo intervalo cuatro rayos tan espantosos, que sacudieron todo el Oratorio como si quisieran derrumbarlo. Todos los de casa quedaron aturdidos. Don Bonetti, que guardaba cama por hallarse enfermo, llamó a Don Lemoyne; éste acudió desde una habitación inmediata después de un buen rato, porque el fragor de los rayos le había impedido oir al punto la voz.
—¿Oyes ese estrépito? —dijo Don Bonetti—. No me parecen naturales esos truenos; parecen bramidos de Satanás. Apostaría a que en este instante el Cardenal Ferrieri firma el decreto de la concesión de los Privilegios... i Verás cómo no me equivoco!
Y no se equivocó.
Lo adivinó con más precisión de lo que esperaba. El Decreto ya estaba en Turín. Don Lemoyne fue al secretario de Don Bosco, y lo halló leyendo el suspirado decreto. Cuando Don Bosco, pocos minutos antes lo tenía en la mano, descargó el primer rayo seguido de otros tres, el último de los cuales pareció correrse hasta la mesa sobre la cual había estado el decreto, y por poco lo quema. Don Bonetti, cuando supo lo ocurrido, movido de grande entusiasmo, dijo a Don Lemoyne:
--¿,Te acuerdas del sueño de los cuatro truenos y de la lluvia de capullos, de flores, de rosas y espinas? ; Este sueño lo tuvo Don Bosco hace cuatro años! Saca mi cartera de la sotana y dámela.
Cuando la tuvo, sentóse en la cama, buscó los puntos del sueño y la fecha en que Don Bosco lo había tenido y dijo: —Don Bosco tuvo el sueño en 1880, en la noche del 8 al 9
de julio, esto es, como la noche pasada, y el 9, hoy, eqa aniversario, a las seis de la mañana lo refería al Capítulo, 4 hoy se realiza aqui.
Quizás parezca extraña esta coincidencia de loa rayos con un decreto favorable e nosotros, pero tiene su explicación, Este decreto consagraba definitivamente la Sociedad Salesiana, y a pesar de que todos /a alababan como la institución a propósito para los tiempos, muchos la impugnaban y el mismo Cardenal Ferricri, aun admirando a Don Bosco, era de opinión que, muerto Don Bosco, moriría la Congregación, y que la concesión de los Privilegios que afirmaban su existencia, era como bendecir un cadáver, Se logró, pues, pero arrancada casi a la fuerza, Sin la intervención enérgica de León XIII, Don Bosco no habría visto satisfecho su deseo.
—;,0 putero[ —dijo por fin el Pontífice—, ;Lo quiero! ;Quiero que Don Bosco sea complacido!
;Pero cuántas humillaciones y cuántas negativas habla tenido que soportar él durante diez arios! Nosotros lo vimos Llorar cuando parecía que se iban a desvanecer una vez más sus esperanzas, y aun le oímos exclamar:
—; Si hubiese sabido antes que costaba tantos dolores, trabajos. oposiciones y contradicciones fundar tina sociedad religiosa, quizás no habría tenido valor para emprender esta obra!
Don Bosco podía, pues, repetir el Nene dimitlia. En realidad, su vida marchaba a su ocaso. Los tres años y medio que aún le quedaban, debian hacer brillar EU santidad en medio de continuos padecimientos. El 19 de julio fue a Pise-rolo, hospedándose en la villa de Monseñor Chiesa. Por primera vez se había permitido respirar un poca de aire pura El día de la Asunción bajó a la ciudad y asistió a las funciones de la Catedral y oyó el sermón del Obispo.. De vuelta en Turín, el 22 de agosto, después de algunas semanas, cayó enfermo con gran hinchazón de una pierna. El doctor Pissor
le recomendó como único remedio guardar cama para tener la pierna en reposo. Parecía que se trataba de una erisipela y que se agravaba más cada dia. En efecto, se le presentó tala liebre persistente con respiración fatigosa y una hinchazón extraordinaria del corazón. Se creyó conveniente anunciarlo en el Bacan Sadesiano para solicitar oraciones de los Cooperadores. Rezaron mucho los novicios de la Sociedad :v. los jóvenes del Oratorio,
FilaImente, el 2 de octubre, el amado Padre comenzó a mejorar. El 3, dándose por curado, volvió a RIZ ocupaciones.
La bondad y el interés que demostró León XIII debieron de proiliii•rionarie mucho consuelo. Monseñor Jaconini, al eomuniear al Cardenal A/1~11a el nombramiento de Don Cagliero corno Vicario Apostólico de la Patagonia, añadía que Su Santidad en esta misma ocasión le habla encargado escribirle sobre otro asunto importantísimo.
"Su Santidad ve que la salud de Don Bosco empeora cada día y teme por el porvenir de su Instituto. Querría, pues, que Vuestra Eminencia, en la forma que su discreción le dicte, hable a Don Bosco y Ic insinúe la idea de designar la persona que crea idónea para sucederle o bien que le dé ya el título de Vicario suyo, con derecho de sucesión. 1.2 Padre Santo se reservaría decidir de una u otra manera, según le crea roas prudente. Anhela, con todo, que Vuestra Eminencia haga esto inmediatamente, ya que esto interesa tanto al bien del Instituto."
El Cardenal fue al Oratorio para hablar de ello a Don Bosco, y éste el 24 de octubre anunció al Capitulo la propuesta del Padre Santo. Hubo un momento de gran silencio, porque todos comprendieron el alcance de la disposición riel Pontince. Un sentimiento de profunda ternura invadía todos los corazones, porque cada din transcurrido anunciaba que el buen Padre Be disponia a dejarnos para siempre. Cuatro dial
después dijo al Capítulo que proponía como Vicario a Don Miguel Rúa y comunicaría su pensamiento al Padre Santo, al cual el Cardenal Alimonda se lo dio a conocer por medio del Cardenal Nina. "Su Santidad quedó muy satisfecho y tranquilo al saber' que el porvenir del Instituto Salesiano quedaba suficientemente asegurado al confiar su regencia a Don Rúa cuando falte el insigne Don Bosco, a quien Dios conserve muchos años..." Así escribía el Eminentísimo Cardenal Nina al Cardenal Alimonda después de la audiencia pontificia del 27 de noviembre, en la cual el Padre Santo ordenó se ecribiese el correspondiente decreto para el nombramiento de Don Miguel Rúa como Vicario General de Don Bosco, con derecho a sucederle en el gobierno de la Sociedad Salesiana.
I Hemos expuesto ya anteriormente muchas cosas referentes a Monseñor Cagliero, el primer Obispo salesiano, y hemos visto cómo el progreso de las Misiones salesianas en la América del Sur fue lo que dio origen a su nombramiento episcopal.
El 23 de diciembre Don Bosco dio una conferencia a los salesianos del Oratorio, en la cual, entre otras cosas, les recomendó la observancia de las reglas, declarando que éste era el mejor y más grato de los recuerdos que podía dejarles.
Cerca de un mes antes había dado a sus hijos otro aviso de la mayor importancia para el porvenir de la Sociedad.
—Ha de tenerse como base que nuestro objeto principal son los Oratorios Festivos. Mientras nosotros atendamos a los jóvenes pobres y abandonados, nadie tendrá envidia de nosotros. En estos Oratorios se formarán sacerdotes, que serán modelos de los otros, serán bien vistos aun de los enemigos de los sacerdotes y tendrán buena acogida en todas partes, porque sabrán desenvolverse bien y actuarán como buenos conocedores del mundo.
* * *
Se acercaba el día de la partida de Monseñor Cagliero Y de otra expedición de misioneros. Los preparativos se hacían bajo los más gratos auspicios, cuando el 21 de enero
de 1885, durante la comida estalló un incendio en la encuadernación. Don Bosco quedó en el comedor silencioso, pero tranquilo. A intervalos preguntaba si había desgracias personales, y al oir que no, volvía a encerrarse en su sereno recogimiento. Al decirle que los daños ascendían a cerca de cien mil liras, dijo:
—Es una gran pérdida; pero el Señor lo da, el Señor lo quita. Él es el dueño.
La partida de los misioneros estaba señalada para el 1 de febrero. La noche anterior Don Bosco tuvo un sueño.
Le pareció que acompañaba a sus hijos los misioneros y les daba las últimas recomendaciones:
—Ni con la ciencia, ni con la salud, ni con las riquezas, sino con el celo y la piedad, haréis mucho bien, promoviendo la gloria de Dios y la salvación de las almas...
Dicho esto se vio en un abrir y cerrar de ojos transportado a América. Caminos maravillosos lo conducen a todas las casas y Misiones; el campo es vastísimo; los salesianos lo conseguirán todo con la humildad, con el trabajo y con la templanza.
Después de contemplar el glorioso porvenir de los Salesianos en aquellas tierras, fue conducido de nuevo como un relámpago al Oratorio, de donde vio partir nuevos misioneros, también para América. En un momento aquel inmenso campo se convirtió en una gran sala, alhajada con espléndidas mesas, maravillosa por su forma, en donde penetraban personas en pequeños grupos cantando: "¡Viva!", y después de éstos, otros grupos más numerosos avanzaban cantando: "¡Triunfo!" Poco después se presentó una gran variedad de personas de todas las edades, hombres y mujeres de muchas estirpes y razas diferentes por el color, por las formas y por la actitud, mientras en todas partes resonaban cánticos y a los gritos de "¡Viva! ¡Triunfo!", hacían acompañamiento los coros de los ángeles. Al cabo llegó una gran turba, que vino al encuentro de los otros cantando: "¡Aleluyal... ¡Glorial... ¡Triunfo!..." Cuando la sala se llenó completamente y los millares de reunidos no se podían contar, se hizo un profundo silencio; después la multitud se puso a cantar dividida en diversos coros con un efecto tan grandioso y nuevo, que a Don Bosco le pareció estar en el Paraíso.
"El pensamiento principal que me quedó impreso después de este sueño —concluyó diciendo— fue el dar a Monseñor Cagliero y a mis queridos misioneros un aviso de suma importancia, relacionado con la
suerte futura de nuestras Misiones: Toda la solicitud de los Salesianos Y de las Hijas de Maria Auxiliadora debe dirigirse a promover las vocaciones eclesiásticas y religiosas."
Añadiremos nosotros que, cuando Don Bosco repetía estas palabras: "¡Viva! ;Triunfo!", su voz adquiría un acento tan vibrante que hacía estremecer.
Llegó la hora de la función de despedida. Antes de ir a la iglesia los misioneros subieron a saludar al buen Padre, que no pudo bajar.
—¿De modo que ya marcháis? —les dijo—. En este momento notamos que el corazón se conmueve fuertemente y advertimos cuán grande es el afecto que nos une estrechamente en Jesucristo; ni vosotros ni yo nos arrepentimos de vuestro sacrificio. ¡Es Dios quien lo quiere! Nuestra firme y alegre resolución es cumplir su adorable voluntad.
—; Sí, sí! —respondieron aquellos generosos misioneros, cayendo todos de rodillas para recibir la bendición.
Don Bosco se quedó en su cuarto y los expedicionarios bajaron a la iglesia, donde el Cardenal Alimonda rezó las oraciones de los peregrinos. Todos marcharon después de la bendición, excepto Monseñor Cagliero, que volvió a ver a Don Bosco.
A la hora de la cena Monseñor se retiró mientras Don Bosco, no pudiendo tenerse de pie, se vio obligado a acostarse. Desde la mañana el doctor había insistido con Don Bosco para que se metiera en cama por haberse acentuado la bronquitis, a la cual había que aplicar pronto remedio. No lo había hecho antes, porque no quiso dar ocasión de tristeza en la partida de sus hijos. Después de la cena Monseñor fue a despedirse. Hubiera preferido Don Bosco que la salida se hubiese aplazado hasta el día siguiente después de comer; pero Monseñor Cagliero insistió y se arrodilló junto al lecho paterno. El Siervo de Dios lo tomó por la mano y le dijo:
— Buen viaje. Si no volvemos a vernos en la Tierra, nos volveremos a ver en el Paraíso.
—.No hablemos. de esto. Antes de volvernos a ver en el Paraíso nos veremos otra vez en esta tierra. ¡Acuérdese de que he prometido volver para el cincuentenario de su Misa en 1891; así, pues, debe usted encontrarse aquí!
— Será lo que el Señor quiera —dijo Don Bosco--. ¡Él es el amo!
Y con gran trabajo lo bendijo. Y luego agregó que vendría para recomendarle el alma.
Don Bosco se conmovió mucho en la partida de Monseñor Cagliero y de los misioneros. Como no pudo acompanarlos ni en parte del viaje, envió a Don Bonetti a Marsella para saludarlos una vez más en su nombre y entregar a Monseñor Cagliero esta hoja de Don Bosco, autógrafa: "Palabras para que Monseñor Cagliero les ponga música cuando se encuentre en las orillas del Río Negro, en la Patagonia, y que, Dios mediante, cantaremos nosotros oportunamente en la iglesia de María Auxiliadora en Turín: O María, Virgo potens: tu magnum et praeclárum in Ecclésia praesídium, tu singuldre Auscilium Christianórum; tu terríbilis ut castrórum elcies ordlindta; tu cunetas haéreses sola interemísti in univérso mundo; tu in angústiis, tu in bello, tu in necessitátibus nos ab hoste prótege atque in aetérna gáudia in ntortis hora súscipe! ¡ Oh María, Virgen poderosa, valiosísimo y preclaro sostén de la Iglesia; singular Auxilio de los Cristianos; terrible como un ejército en orden de batalla; Tú sola acabaste con todas las herejías en el universo mundo; en las angustias, en la guerra, en las necesidades protégenos contra el enemigo y en la hora de la muerte recíbenos en el gozo eterno!"
Era un rasgo de la delicadeza paternal para alejar mejor del ánimo de los expedicionarios la probable preocupación por su salud. Ellos, agradecidos, desde el Bourgogne, le respondieron pidiéndole por telegrama una bendición.
Las muchas ocupaciones y preocupaciones que embargaban al Vicario Apostólico no le dieron tiempo de poner música a aquellas palabras y poco a poco se fue olvidando del encargo.
Siendo ya Cardenal lo recordó; y temiendo no tener ya vena suficiente y, sobre todo, que el estilo no se acomodara del todo a las prescripciones de la Música Sagrada dadas por Pío X, pasó el encargo a Pagella, el gran compositor salesiano, que compartía con Perosi el cetro del imperio musical. La hermosa composición se estrenó en las fiestas celebradas para conmemorar el Cincuentenario de la Basílica de María Auxiliadora.
La noticia de la enfermedad de Don Bosco difundióse por todas partes. Cuando, gracias a Dios, estaba ya repuesto y volvió a sus ocupaciones, varios diarios italianos y extranjeros anunciaron su muerte, lo que le hizo mucha gracia. Exclamaba alegremente:
—Algunos me han dado por muerto en Buenos Aires; después en Marsella; ayer en Pavía, hoy, esta mañana, según ellos, he muerto en Turín; ¡y ahora voy de paseo!... ¡Oh!, mientras oiga uno con sus propios oídos pregonar su muerte, no hay peligro todavía.
Aunque su salud iba declinando, no por ello disminuían las energías de su espíritu. El 24 de marzo, a pesar de las protestas de los suyos, de los médicos y del Cardenal Mi-monda, salió para Francia. Le acompañaban Don Bonetti y el clérigo Carlos Viglietti, que desde mayo precedente había sido destinado a su servicio inmediato.
La adorable Providencia de Dios guió amorosa, como siempre, sus pasos conduciéndole felizmente a Sampierdarana, a Alassio y a Niza, donde la bendición de María Auxiliadora que dio a una niña gibosa y enferma, la curó instantáneamente, lo mismo que a una pobre señora completamente encogida, incapaz de mover los brazos.
En Tolón fue huésped de la familia Colla, que en sol
aquel año de 1885, entregó a Don Bosco en limosnas por valor de doscientas veinte mil liras, siempre destinadas a la iglesia de Roma. El 2 de abril, Jueves Santo, fue con el conde y con el clérigo Viglietti a la Catedral para cumplir con la pascua, aunque con gran molestia; el corto paseo que dio y las genuflexiones lo postraron. Pero por la calle y en la iglesia todas las miradas eran para él. Después de la Misa, cuando bajaba del presbiterio, la multitud lo rodeó en la escalinata, prorrumpiendo en exclamaciones de admiración, llorando y arrojándose a sus pies. Les dio su bendición y se retiró para no entorpecer a los sacerdotes que oficiaban. El Sábado Santo por la tarde llegaba a Marsella. Los jóvenes del Oratorio de San León y los Cooperadores acogiéronle con gran veneración y afecto. Durante las dos semanas que estuvo con ellos, innumerables personas acudieron a darle gracias y a encomendarse a sus oraciones. El 10 de abril fue a Santa Margarita, donde se había abierto una nueva casa salesiana para la formación del personal. El Instituto rebosaba de gente devota, cuando llegó en carruaje una mujer hidrópica y paralítica. Después de haberla bendecido, Don Bosco le dijo :
—¡Pruebe a ver si puede andar sin apoyo!
Y la mujer, que hacía años no podía moverse, anduvo de acá para allá en la habitación por sí sola, y salió por sus pies, aunque andaba todavía con alguna dificultad, apoyada en un bastón. Las personas que la habían conducido, lloraban de gratitud al ver la mejoría.
Don Bosco, volviéndose a Don Viglietti, le dijo confidencialmente:
—Le habría dicho también: ¡Ea, tire ese bastón y vaya a trabajar! Para Dios todo era igual; pero esto habría producido demasiado clamoreo y conmovido a la gente más de lo necesario.
Los prodigios se repetían todos los días, de modo que aumentaba el número de visitantes. Cuando salía, no era posible salvarlo de las indiscreciones de los que le cortaban trocitos de la sotana para tener una reliquia.
El 17 de abril dio una conferencia a los Cooperadores sa lesianos, para los cuales tuvo expresiones tan tiernas, que provocaban las lágrimas. Después habló el señor Obispo que lo llamó públicamente un Santo. Al salir de la iglesia' todos lo rodearon y mostrándole quién a un pariente, quién a un amigo, le iban diciendo:
— Mire, Don Bosco, ésta es mi hermana... éste es mi ami. go... éste es mi hijo... instantáneamente curados por usted el año pasado.
—;Oh! —contestaba, corrigiendo—; digan que han sido curados por María Auxiliadora. ;Don Bosco es un pobre sacerdote cualquiera!
Salió de Marsella el 20 de abril por la mañana, dejando a todos los de casa fuertemente impresionados. Pasando por Tolón y Niza, prosiguió su viaje hacia la Liguria y siempre oyendo frases de gratitud por los nuevos y admirables efectos de su bendición.
En Alassio le presentaron a Ernesto María de Maistre, de Diano Marina, que tenía una congestión cerebral y estaba paralítico de medio cuerpo. Al recibir la bendición, curó instantáneamente. Su hermano, de nueve años, no podía articular ni una palabra; también quedó curado al recibir la bendición de María Auxiliadora. Una joven llamada Airaldi, de quince años de edad, no podía andar. Cuando la bendijo Don Bosco, se puso a caminar expeditamente.
En Sampierdarena le llevaron una enferma, la cual apenas recibió la bendición, se puso a gritar:
— ¡Estoy curada! ¡Estoy curada! Quiero ir a casa ye sola.
En efecto, volvió a ella por sí misma entre el llanto de consuelo de los que la habían acompañado. El Santo continuí su viaje hacia Turín.
El 1 de junio se celebró la fiesta de María Auxiliadora. Es increíble el número de los que durante todo el año, pero especialmente en la fiesta de la Virgen de Don Bosco, fueron a hablar con el Siervo de Dios o a recibir su bendición. Aquel año fueron a visitarle muchos Obispos.
El 8 de junio por la tarde se presentó en la portería el Cardenal Lavigerie en compañía de un simple criado. Pocos días después fue con el mismo fin a Valdocco el Arzobispo de Atenas.
La fama del Siervo de Dios se había difundido por Baviera. El reverendo Don Juan Nepomuceno Werner le escribió que estaba traduciendo al alemán el reglamento de los Cooperadores, porque en el Congreso Católico de Münster se había aprobado por unanimidad la fundación de asilos para niños pobres con el sistema de Don Bosco, y le rogaba que agregase, al menos espiritualmente, a la Sociedad Salesiana un Patronato fundado en Munich para jóvenes aprendices (Lehrlingsschutz), porque las leyes del reino no habían permitido la incorporación pura y simple.
En julio Don Bosco fue a Mathi turinés por algunos días. De Lanzo fueron a saludarlo los alumnos del Colegio de San Felipe.
Volvió a Turín para las reuniones de los Antiguos Alumnos seglares y sacerdotes separadamente, por el gran número de ambas categorías. A los primeros hizo esta recomendación:
—Adondequiera que vayáis y estéis, acordaos de que sois hijos de Don Bosco, hijos del Oratorio de San Francisco de Sales. Sed verdaderos católicos con sanos principios y buenas obras; practicad fielmente nuestra Religión, como única y verdadera; servirá para reunirnos a todos un día en la eternidad feliz; dichosos de vosotros si no olvidáis nunca aquellar verdades que yo traté de esculpir en vuestros corazones cuando erais niños.
A los segundos les dio este recuerdo:
—No debería haber un sacerdote que no procurase infundir, aun a costa de sacrificios, el espíritu de su vocación en los demás, para hacerlos herederos suyos y sucesores en el ministerio de salvar las almas... Procurad, con el consejo que os doy, aumentar los méritos de vuestro ministerio sacerdotal. La gloria de la Iglesia es nuestra gloria, la salvación de las almas es nuestro interés. Todo el bien que hagan loe demás por nuestro impulso, aumentará el esplendor de mies, tra gloria en el Paraíso.
A pesar de la bondad del clima, de la apacibilidad del lugar y de la relativa tranquilidad de que gozaba, en Itathi su salud desmejoró de un modo inquietante: lo atormentaban continuos dolores de cabeza, mal en los ojos y otras molestias; pero siempre estaba alegre, no se quejaba de nada y no tenía más que un deseo: poder hacer más por sus huerfan nos .
La Divina Providencia pensaba también en esto. Una señora le envió una limosna de dos mil quinientas liras por una gracia recibida y él le envió una carta de agradecimiento, prometiéndole más oraciones. Aquella señora, maravillada de tanta bondad, se lo agradeció a su vez con otra carta, mandándole una limosna de tres mil liras. Don Bosco con nueva carta la confortó hablándole del Paraíso y recibió por respuesta una tercera limosna de diez mil liras.
—Ahora no sé qué hacer —dijo el Siervo de Dios--: temo que si vuelvo a escribir me mande otra limosna; y no contestar es una falta de urbanidad... No sé cómo arreglármelas.
El 22 de agosto salió de Mathi para Nizza Monferrato a fin de asistir a la profesión religiosa y toma de hábito de muchas Hijas de María Auxiliadora. Fue la última visita que hizo a sus religiosas. Les recomendó la caridad mutua, la paciencia en las tribulaciones, la obediencia a las Santas Reglas y les dijo que la Santísima Virgen andaba entre ellas en las diversas dependencias de la. casa. Por el tono de la voz y por otras circunstancias se deducía claramente que él la veía en toda su realidad. Don Bonetti, director entonces de las Hermanas, les explicó:
—Don Bosco os dice que María Auxiliadora os ama mucho.
Y el Santo corrigió:
—Os digo que María Auxiliadora está aquí entre vosotras.
Todavía Bonetti quiso explicar, y Don Bosco insistió en que la Virgen estaba allí presente, y que con frecuencia visitaba personalmente la casa.
Ya hacía algún tiempo que mostraba una extraordinaria sensibilidad. Durante la Misa era raro que no llorase; aun en las conversaciones, para evitarle el llanto, no debía hablársele de ningún asunto conmovedor.
El 24 de septiembre anunció el nombramiento de Don Rúa como Vicario suyo y el 8 de diciembre lo comunicaba por carta a las casas de la Sociedad. En aquel día bajó a comer con los Hermanos y después de las Vísperas dio la bendición con el Santísimo Sacramento y además una conferencia. Al recordar la fiesta de la Inmaculada de 1841 después de haber dicho lo que era el Oratorio cuarenta y cuatro años antes, lo comparó con el estado actual y declaré que el origen de todas las bendiciones recibidas del Cielo por medio de María Auxiliadora había sido aquella Avemaría, dicha con fervor y con recta intención con el primer jovencito, Bartolomé Garelli, en la iglesia de San Francisco de Asís. Añadió que la Sociedad de San Francisco de Sales estaba destinada a grandes cosas y a esparcirse por todo el mundo si los Salesianos son fieles a su vocación. Habló con extraordinaria viveza.
El 13 de diciembre reunió en conferencia a los alumnos del cuarto y quinto curso, a los cuales habló familiarmente para hacerles reflexionar sobre la elección de estado y al final obsequió a todos con un buen puñado de avellanas. Reuniólos de nuevo el 3 de enero de 1886 y después de la conferencia hizo que le llevaran un saquito de avellanas. Pero sólo contenía unas pocas. El clérigo Testa le dijo:
—No dé muchas, porque no habrá para todos.
—No te preocupes —le respondió.
Estaban presentes sesenta y cuatro alumnos. Después de dar a los primeros con una mano, continuó repartiendo a los otros con las dos. Los alumnos advirtieron que en el saquito las avellanas permanecían siempre al mismo nivel por muchas que Don Bosco sacase. Acabada la distribución, ¡nada faltaba de la cantidad primitiva! Los jóvenes manifestaron su estupor a Don Bosco y le preguntaron cómo se les había arreglado.
—¡Oh, yo no lo sé! —respondió sonriendo—. ¡No lo sé!, pero con vosotros, que sois amigos míos, puedo tener confianza, y os diré lo que ocurrió en el Oratorio hace muchos años.
Y les refirió la prodigiosa multiplicación de las castañas y de las hostias consagradas, terminando así :
—Para Dios todo es posible.
Al esparcirse la noticia por la casa, todos quisieron al nas avellanas milagrosas. Y como realmente hubo much así se explica que varias casas y varias personas tengan davía algunas.
El prodigio se repitió el 31 de enero de 1886, hallándose presentes los mismos alumnos y los clérigos Testa y Viglietti. Don Bosco hizo que le trajeran el medio saquito de avellanas que anteriormente quizás una piadosa avidez había mermado y repitió la distribución. Todos observaban lo que iba a ocurrir; pero esta vez el saquito se vaciaba de verdad. El joven Grassino, que lo tenía en la mano, fue el primero en avisarle, diciendo: "El saquito se vacía."
Sin embargo Don Bosco sigue dándoles a todos. Al fin, volviéndose a Grassino, exclamó:
—¡Vaya, tú no tendrás!
Pero, sonriente, siguió revolviendo el saco y dijo:
— ;Eh!, todavía hay una.
Y con ademán dulce y solemne, que tenía algo de misterioso, sacó un puñado y se lo dio al muchacho. Después llamó a Don Esteban Trione, que estaba presente, y también le dio; llamó además a Don Durando e hizo otro tanto (1).
— Quiero dar también a Mazzola y a Bassignana —dijo, dando un puñado a cada uno.
Los jóvenes estaban mudos de estupor. Finalmente sacó la mano del saquito con quince avellanas. Las miró y se puso triste, exclamando:
— De modo que no han venido todos a la conferencia. ¡Cuánto lo siento!
Ninguno de los Superiores lo había advertido, pero realmente faltaban cinco jóvenes, de los cuales tres habían ido a cantar a Valsálice y dos se habían quedado en el estudio.
(1) Don Esteban Trione es sin duda uno de los salesianos más beneméritos. Nacido el 8 de diciembre de 1856, a los once años ya estaba con Don Bosco. Fue orador elocuentisimo y organizador de primer orden. A él se deben los Congresos de Cooperadores Salesianos. Suya fue la idea de poner sobre el campanario del Sacro Cuore en Roma la estatua del Sagrado Corazón bendiciendo al mundo. Fue el diligente Vicepostulador de la Causa de Don Bosco. Murió el 1 de abril de 1935.
A fines de 1885 y principios de 1886 hiciéronse más vivas las instancias de los Cooperadores de España para que los visitara Don Bosco. Habíalo prometido él; mas antes de decidirse a cumplirlo, hizo una visita a la. casa salesiana. de Sarriá, una visita que nos recuerda otros hechos semejantes que se leen en la vida de los Santos y que se llaman "bilocación" o presencia simultánea en dos sitios.
Era la noche de la víspera de San Francisco de Sales, cuando Don Juan Branda, director de aquella casa, notó que lo llamaban, y despertándose, oyó clara y distinta la voz de Don Bosco:
— ¡Don Branda, levántate y ven conmigo!
Don Branda pensó: "¿Estoy soñando? ¡Tengo tanta necesidad de dormir!"
Y para desvanecer lo que él creía ilusión, volvióse del otro lado y de nuevo se durmió profundamente, hasta que le despertó el sonido de la campana que los llamaba a todos. Por la mañana recordó la voz oída durante la noche, pero no le prestó atención y permaneció tranquilo hasta e] día de la octava de la fiesta de San Francisco. La noche del 5 al 6 de febrero dormía profundamente, cuando oyó que lo llamaban de nuevo:
— ;Don Branda, Don Brandal —Era también la voz de Don Bosco,
Despertóse y vio con estupor iluminado el cuarto de la dirección corno en pleno día. Como tenía la cama en una alcoba contigua, dis• tinguió delineada en la cortina la figura de un sacerdote, que le parecit realmente Don Bosco. La voz del Santo continuó:
—;No duermas más; levántate!
--;Voy al punto! —respondió. Y se vistió.
Corrida la cortina, a un metro de ella vio a Don Bosco esperándole, con el rostro paternal y en la mirada un afecto singularmente confidencial. Tomóle Don Branda la mano y se la besó. Don Bosco le dijo:
--Tu casa marcha bastante bien; estoy satisfecho de cuanto hacéis; pero... hay cosas que ni siquiera sospechas y disgustan mucho a Dios.
Al punto se dibujaron en un ángulo cuatro alumnos con el rostro repugnante. Tocante al primero, le recomendó lo vigilara y le recomendara más prudencia. En cuanto a los otros tres, le ordenó los expulsara sin dilación.
—Son víctimas de Fulanito (un empleado) —le dijo—, pero ya se han trocado también ellos en lobos.
Al pronunciar estas palabras —dice Don Branda—, mostrábase su rostro inflamado por el disgusto y la pena.
Salimos de la estancia y tomamos la escalera de los dormitorios. Todo se iluminaba como en pleno día. Yo no abría las puertas ni Don Bosco tampoco; pero entramos en los dormitorios y los recorrimos. Todos los muchachos dormían.
En sus respectivos puestos Don Bosco me señaló a los que habíamos visto en la pantalla. Tenían el rostro desfigurado. Dimos una vuelta por toda la casa, iluminándose todo. El paso de Don Bosco era firme y seguro, como si tuviera cuarenta años.
Volvieron al despacho. En el ángulo se dibujaron los cuatro que había que despachar (los tres alumnos y el empleado seductor). Su actitud era de quien se quiere ocultar a nuestra vista.
Don Bosco recomendó mucha asistencia y repitió la orden de expulsión. Don Branda pensaba, y estaba para decírselo a Don Bosco:
—¿Cómo me las arreglo yo para cumplir esta orden? ¿Qué razones puedo alegar para tomar resolución semejante? No tengo pruebas. Es un asunto demasiado espinoso.
En aquel momento se destacó detrás del Santo la figura de Don Rúa, quien con el índice en los labios le hacía señas de que callara. Calló en efecto, y Don Bosco desapareció.
Al punto Don Branda se halló solo y en completa oscuridad. A tientas buscó y encendió una luz. Miró el reloj. Faltaban todavía dos horas para que se levantara la comunidad a su meditación. ¿Qué hacer? Tomó el Breviario y se puso a rezarlo... Apenas le bastaron las dos horas.
A las 5'30 bajó a la meditación con sus Hermanos. Luego celebró la Santa Misa como pudo.
Mientras los chicos se levantaban y se lavaban, uno dijo en secrete a su compañero Urgellés que habla visto a Don Bosco en el dormitorio, Urgellés no lo creyó. En el recreo éste se lo contó a José Recaséria. el futuro santo coadjutor carpintero y formador de artistas y de reb• giasos, que tampoco lo creyó... entonces.
Don Branda dio en creer que todo había sido un sueño y que "los sueños, sueños son". Pero pocos días después recibe carta de Turín. La letra es de Don Rúa. Es siempre motivo de grande alegría recibir una carta de Turín, de la Casa Madre. ¡Pero esta vez...! Don Rúa trata varios asuntos. Mas al final, dos líneas que hacen estremecer a Don Branda: "Paseando con Don Bosco bajo el pórtico, me ha dicho que te hizo una visita y te dio un encargo. Tú tal vez dormías.., y por eso te avisa de nuevo que cumplas la orden recibida."
Al pobre Don Branda se le renovaron las impresiones recibidas y que había tratado de olvidar. Afortunadamente aquel día era el onomástico de la mamá de los Salesianos de Barcelona, doña Dorotea de Chopitea, viuda de Serra, y fue a decirle la Santa Misa en su oratorio privado.
Apenas entrado, la buenísima señora le dice:
—He soñado con Don Bosco; esta noche he visto en sueños a Don Bosco!...
—Perdone, señora —interrumpió Don Branda, presa de una verdadera tempestad—. Esta mañana tengo mucha prisa y quisiera celebrar cuanto antes.
Dirigióse apresurado a la capilla, se revistió y empezó a celebrar. Recitado el Salmo y el Confíteor, al subir al altar y besar el ara de las reliquias, oye resonar en todas las potencias de su alma una voz poderosa y enérgica:
—; Si no ejecutas prontamente lo que te ha ordenado Don Bosco, ésta es la última Misa que celebras!
Fácil es imaginar lo que pasó por el alma de Don Branda. que tenía tanta prisa aquella mañana, tardó mucho en
lir celebrar la Misa de Santa Dorotea, virgen y mártir, tanto que los asistentes lo extrañaron bastante.
No quería desayunarse. Pero la santa dama le hizo dulce violencia y hasta parece le dio a entender que estaba al corriente de la orden de Don Bosco y por su parte le facilitaba su cumplimiento.
Alguno de los chicos era recomendado suyo y sostenido por ella, y no era esto una de las menores preocupaciones del director. (Así nos lo dijo cuando se lo preguntamos, primero en Zurich, adonde fuimos a invitarlo al Congreso de Antiguos Alumnos el año 1922, y luego en Sarriá, donde se celebró aquel inolvidable Congreso, en cuya clausura, originalísima y magistralmente dirigida por el hoy Excelentísimo señor Arzobispo de Valencia, Monseñor Don Marcelino Olaechea, le hicimos contar la aparición. En dicha sesión de clausura estaban presentes varios de los alumnos de entonces, entre los cuales Recaséns, Urgellés y uno de los tres niños objeto de la orden que dio tanto que hacer a Don Branda. Por cierto que este antiguo alumno nos dijo que la expulsión de los tres niños y del empleado se había hecho con energía, si, pero con gran delicadeza y no arrojándolos indefensos a la calle, y que por su parte el merecido castigo le había servido para llevar en adelante una vida cristiana, y que estimaba tanto la educación salesiana, que tenía sus hijos estudiando en colegios salesianos.
Vuelto Don Branda a casa, se lo confió todo a su prefecto, el gran Don Antonio Aime, que luego fue el apóstol de Barcelona desde la casa de Hostafranchs y luego en las Inspectorías Tarraconense y Colombiana.
Don Aime, hombre práctico y de gran sentido psicológico y aún más, de gran corazón, llamó uno a uno, por separado, a los culpables. Todos confesaron a la primera pregunta. Los cuatro adoptaron exactamente la misma postura en que los había visto Don Brands, la noche de la aparición.
Procediendo con rápida calma y cautela para no comprometer el buen nombre del Instituto, Don Branda cumplió la
intimación paterna y proveyó al porvenir de los tres pobre_ citos expulsados. En cuanto al principal culpable, era mayor., tenía un oficio y podía valerse por sí mismo. También aprovechó saludablemente la lección.
Dicho se está que esta primera visita de Don Bosco si España quedó secreta por muchos años.
El 12 de marzo salió el Santo de viaje y llegó a Sara_ pierdarena, en donde fue recibido por los directores de la casas vecinas salesianas y por una multitud de admiradores, El 13 pasó a Génova, para asistir a la conferencia que en San Siro iba a pronunciar Don Cerruti, en presencia del Arzobispo Monseñor Magnasco. Una multitud enorme se congregó a su paso, llenó la basílica y antes y después de la función se amontonó en la sacristía, ansiosa de recibir una medalla de sus manos.
Ocurrió allí un hecho singular: Como se acabaran las medallas, Don Bosco volvióse a su secretario Don l3elmonti y le preguntó si le quedaba alguna. Diole Don Belmonte unas cuarenta; mas él fue entregando todavía una a cuantos se la pidieron. Don Belmonte observaba profundamente maravillado tanta generosidad en el dar; no podía creer a sus pr ' pios ojos, y junto con el señor Mauricio Dufour fue testi go del hecho. Las medallas se fueron multiplicando por cent nares y ¡quizás pasaron de mil! —para el caso es lo mismo—.
Otra multitud semejante invadió al día siguiente el hospital de San Vicente de Paúl de Sampierdarena, en donde se consagró un juego de campanas para la parroquia de San Cayetano. El 16 de marzo partió Don Bosco para Varazze y en la estación de Arenzano le fue presentada una enferma, que regresó a su casa por su pie, instantáneamente curada' A su llegada a Varazze se desarrolló una escena de impO vente grandeza. El párroco había anunciado su llegada algu
nos días antes; se enviaron invitaciones para la conferencia a las localidades vecinas, y así, de Arenzano, de Voltri, de Sestri, de Savona acudió tanta gente, que Don Bosco, que bajó del carruaje al pie de la corta escalinata que conduce al colegio, gastó tres cuartos de hora en llegar a casa. Al punto irrumpió también la multitud en los corredores, en las escaleras y fueron precisos grandes esfuerzos para lograr que el Santo no fuera ahogado en su silla. Cuando llegó a la Colegiata para la conferencia, la plaza y el templo estaban tan llenos, que sólo con grandes esfuerzos y gracias únicamente a los buenos hombros del párroco y de algunos feligreses, pudo llegar al presbiterio. Habló Don Cerruti, exponiendo el origen y objeto de la Pía Unión de Cooperadores, y luego el párroco pronunció algunas palabras en elogio de Don Bosco y de sus obras. La emoción era general. Después de la bendición, era tanta la multitud, que no se podía salir de la iglesia. Don Bosco sonreía tranquilo; tenía una palabra adecuada para cuantos se acercaban a saludarlo, especialmente para los niños. Varias fueron las curaciones. Un hombre que llevaba un brazo vendado y en cabestrillo, mientras imploraba sus plegarias, quedó milagrosamente curado.
El 17 partió para Alassio y el 20 prosiguió hacia Niza. "Parece —escribía Don Viglietti— que se encuentra bien de salud; habla de ir a Cannes, a Barcelona, a Cette, a Montpellier, a París, a Lila, a Bruselas; pero dice que todo depende de los chicos del Oratorio, los cuales deben añadir a sus oraciones ordinarias, particulares plegarias para el buen éxito de su viaje y para la conservación de su salud."
En Niza hubo un movimiento continuo de carruajes y de nobles familias que solicitaban una visita. En la villa de la condesa Braniska lo recibió el duque de Rívoli y otros señores, y volvió a casa con la sotana cortada por tijeras y acri• billada por los trozos que de ella habían sacado los devotos.
También S. M. La Reina de Wurtenberg, Olga Nicolaiewna, esposa de Carlos I y hermana ele Alejandro u., Zar de Rusia, solicitó una visita, y lo trató con gran afabilidad. Pidióle noticias de los chicos y de las obras. le rogó que pensase en Wurtenberg, y contemplándola conmovida, le preguntó si /ie_ cesitaba algo. El Santo ?e respondió que siendo la primera vez que vela a Su Majestad, no se atrevía a pedirle ningim favor, La Reina insistió y Don Bosco le explicó lo que eran loe Cooperadores Salesianos.
— Esto es lo que yo deseo; hágame Cooperadora Sale-siena.
La Reina tenía convocada para aquella hora una reunión de gala, pero hizo que esperaran los invitados, conversando con el Santo cerca de tres cuartos de hora. Cuando éste le dijo que debía partir para Barcelona, le rogó que regresase por Nira, y añadió cordialmente:
— Os agradezco, mi buen Padre, la santa bendición que habéis dado a mi familia.
Llegó a Canoros sin previo aviso, pero se vio que la gente se postraba en tierra ante su paso. Aquí también recibió e hizo muchas visitas, como la del Conde y la Condesa de Caserta y de S. A. R. la Princesa Hohenzollern, Infanta de España, que fue inscrita entre las Cooperadoras Salesianas. Le presentaron una jovencita, tendida en una camilla y ligada a ella. Los padres, afligidisimos, le rogaron que la. bendijese, BendíjaIa él y ordenó que la soltaran e hicieran que se levantase.
* Imposible, imposible! —decía la madre—; los médicos
lo han prohibido en absoluto.
— ¿Tenéis fe en María Auxiliadora? —Si. ciertamente.
— Bueno; pues haced lo que os digo.
— Escuchad a Don Bosco —insistía la jovencita enferma-1 yo me siento mucho mejor.
La desataron, se levantó por sí misma y empezó a andar. 11 Hacía cuatro años que no podía hacerlo. El Santo añadió'.
Ir
_ Dad gracias a Maria Auxiliadora y acompañad a vueslos padres a casa. Toda la multitud que esperaba afuera, al ver el prodigio, empezó a hablar de él y pronto le llevaron otros enfermos. 51 mismo Don Bosco quedó muy impresionado y exclamó:
0 —iEs preciso detenerse?
Y se propuso fijar plegarias para nueve días y aún más, a fin de no suscitar grandes rumores con curaciones instantánras.
En Talán fue, como de ordinario, huésped de la casa Colla, siempre generosa con el "pobre sacerdote de Tarin". El 31 de marzo llegó al Oratorio de San León, de Marsella, en donde fue acogido con entusiasmo indescriptible. Don Albera le ofreció mil francos, fruto de pequeños ahorros de lee jóvenes de Marsella, de ParLs, de Lila y de Navarra, para ayudar a la construcción de la iglesia del Sagrado Corazón de Roma. En los días siguientes una multitud de personas de toda condición social acudió a visitarlo. El 7 de abril, al partir para Barcelona, se le tributo en la estación una ovación enzima-Vedara. Pbn Portbeu se encontró con Don Branda, que se apresuró a pedirle que le explicara lo de la visita que había hecho; pero él respondió:
—, Vaya, vaya! Tú lo sabes.
Y cambió de conversación.
DE PORTBOU A SARRIA.
España se portó con Don Bosco con su proverbial cortesía. Con Don Branda salió a recibirlo en la frontera el señor Suñer Suñer, administrador de los bienes del Marqués de Gélida, don Joaquín Jover, cuya familia recibió del Cielo, por intercesión del Santo, favores señalados. Estos caballeros habían reservado para Don Bosco un coche salón, en donde hallaron todas las comodidades imaginables, de modo que el Santo pudo descansar y recobrarse de las fatigas de las once horas de viaje de Marsella a Portbou.
En Arenys subió al coche el yerno de doña Dorotea, don Narciso Pascual, con mi hijo suyo.
Su llegada a la capital de Cataluña fue digna de un monarca. Habíanla anunciado periódicos de Barcelona, de Madrid, de Sevilla y de otras ciudades, y corrieron a recibirlo numerosos representantes. La estación estaba llena de público y de eminentes personalidades. Hallábase en ella el representante de la autoridad civil: el Gobernador ostentaba la representación de la Reina Cristina; el Vicario General la del Obispo, que estaba ausente; muchos canónigos y párrocos, el Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Presidente de la Asociación de Católicos, don Bartolomé Felíu; el Rector de la Universidad, el Rector del Seminario,
los Directores de varios colegios, y la más ilustre de las Cooperadoras Salesianas, doña Dorotea Chopitea de Serra, con una comisión de señoras. Don Bosco necesitó una hora para salir del andén a la calle; tan grande era la multitud de los que se estrujaban para verlo y besarle la mano, mientras los que estaban más lejos lo miraban con los gemelos. El espectáculo era realmente grandioso; grandiosidad que adquiría une carácter inexplicablemente nuevo por el contraste entre la solemnidad del recibimiento y la humildad del recibido.
Fuera de la estación lo esperaban más de cincuenta carruajes. El de doña Dorotea fue el preferido. El Santo, al saludar a la insigne bienhechora, le dijo:
—¡ Oh, doña Dorotea, cada día pedía a Dios que me hiciese la gracia de conocerla antes de morir!
Y se dejó conducir al palacio de aquella nobilísima dama, donde lo esperaban otras varias personas y representaciones.
Después de almorzar con aquella patriarcal familia, dirigióse a las "Escuelas Salesianas" de Sarria, llamadas entonces "Talleres Salesianos". Aquellos jovencitos habíanle enviado el año anterior el diseño de una locomotora con la inscripción "Turín-Barcelona". Era una graciosa invitación y un ardiente deseo cuya realización aquellos jovencitos habían pedido a Dios con novenas, ayunos, privaciones y aun con votos: y el 8 de abril de 1886, en el cual lo veían cumplido, tributaron al Siervo de Dios la más afectuosa acogida. Entró bajo palio en el patio, magníficamente adornado. Pero más que las colgaduras y flores, atrajeron su atención los rostros francos y serenos de los jóvenes que, con los ojos fijos en él, no se cansaban de contemplarle. También él los contemplaba; los había visto muchas veces en sueños. Pasó largo rato con los chicos. Les dio la bendición de María Auxiliadora, la bendición de los milagros. Y al secretario, Don Viglietti, le costó mucho trabajo arrancarlo de ellos para que fuera a descansar en las habitaciones que con sus manos Y las de sus hijas le había preparado doña Dorotea.
VISITAS. UN "SUEÑO"
El más soberano entusiasmo reinó durante todo el tiempo que permaneció en Barcelona. Los numerosos visitantes de las Escuelas Salesianas, que desde su llegada fueron continuos, iban cada día en aumento. Desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche, era una afluencia sin interrupción de caballeros y señoras de la primera Nobleza, de profesionales, de religiosos y sacerdotes, mezclados a una ola de pueblo que, cuando ya no podía hallar sitio en la casa, sentábase en las aceras de la calle, en la que comía o cenaba, esperando días enteros para ver a Don Bosco. Ordinariamente éranle presentadas cincuenta o sesenta personas cada vez, a las que les daba su bendición y una medalla de María Auxiliadora. En los últimos días eran insuficientes las audiencias colectivas, por lo que se presentaba a veces a bendecir desde un balcón.
Acudió también a visitarlo un ex alumno del Oratorio de Valdocco, quien le recordó que hacia 1866 le dijo al despedirse:
—Voy a Barcelona; vaya allí a verme.
A lo que contestó Don Bosco, en un tono que consideró siempre como una afirmación:
—¿Quién sabe?
—Ahora —exclamaba—, aquel "¿quién sabe?" se ha confirmado.
También el Ayuntamiento de Sarriá y todas las autoridades locales, así como el Gobernador Civil, fueron a saludarlo. Desde Madrid, el ministro señor Silvela le envió un secretario a fin de renovarle sus vivas instancias para que aceptara un gran reformatorio en la capital. El Obispo de Vich se personó en Barcelona únicamente para hablar con Don Bosco.
En Barcelona, como en. Marsella, las Cooperadoras Salesianas habían constituido un Comité, compuesto por unas treinta señoras. Cada quince días se reunían para examinar las necesidades de la casa y proveer los medios. Las presidía doña Dorotea. Don Bosco las convocó y habló en italiano todas le comprendieron— para darles gracias y bendecirlas. Les predijo que la casa llegaría a albergar quinientos alumnos.
El señor Obispo de Vich, doctor Morgadas y Gil, fue ex profeso a hacerle una visita. Don Bosco quiso que se le recibiera como merecía un sucesor de los Apóstoles. La banda interpretó la Marcha de Infantes. Don Narciso Pascual había-les regalado el instrumental y los uniformes. El Prelado quedó edificadisimo.
El señor Obispo de Barcelona, doctor Catalá y Albosa, apenas regresó a Barcelona fue a verle, y se declaró "todo de Don Bosco". Interesantísimas fueron las conferencias que tuvo con Sardá y Salvany, pues el gran polemista se apresuró también a visitarlo.
*
Numerosas fueron también las visitas que hizo a familias, instituciones y comunidades religiosas. En donde se presentaba, velase al punto rodeado de una multitud llena de veneración. Para verlo, subía la gente a los terrados de las casas, a las bardas de los muros, a los árboles de la calle. Los revisores del ferrocarril de Barcelona-Sarriá decían que jamás habían tenido tanto trabajo; y, en efecto, tuvieron que duplicar los viajes y poner dos máquinas a los convoyes para transportar tan crecido número de personas.
Pero donde estaba más a gusto era en la casa; en los ratos que le dejaban libres, visitaba las dependencias y hasta los terrenos vecinos, campo de futuras expansiones, siempre rodeado de chicos.
El señor Recaséns recordaba que "después de almorzar
quería que fuéramos los mayores al comedor suyo y rodeáramos su mesa. Otras veces paseaba con nosotros, apoyándose en los brazos de los más fuertes. Hablaba poco, para que nosl otros habláramos mucho, y nos escuchaba atento".
II
UNA SERIE DE PRODIGIOS
Dios estaba con él. Grande fue el número de enfermos que pedían la bendición de María Auxiliadora, y las curaciones instantáneas de enfermedades inveteradas y declaradas incurables fueron muchas. El 13 de abril, mientras se hallaban en la estancia del Santo una treintena de personas, llevaron una pobre jovencita de unos quince años que tenía la mano y la pierna izquierda encogidas. Don Bosco le dio la bendición y le dijo:
—¿En dónde sientes el mal?
—Aquí, en la mano —respondió—. No puedo alzarla ni abrirla.
Y mientras la mostraba al Siervo de Dios, la alzaba y la abría.
Don Bosco sonrió y la hizo caminar. La madre lloraba de alegría; la buena jovencita estaba asombrada; él les dijo:
—Rezad tres veces el "Padrenuestro", con "Avemaría' y "Gloriapatri", hasta la fiesta del "Corpus", no para obte ner la gracia, sino para dar gracias a María por la gracia recibida.
El 16 de abril le fue presentado un muchacho con ur brazo tan estropeado que no podía alzarlo ni moverlo. Dial( la bendición y le invitó a alargar el brazo enfermo y aplaudir con las manos invocando a María. El jovencito, que hacía siete años que no había movido el brazo, obedeció... Era e principio de la completa. curación.
Poco después llegó otro jovencito de catorce años, Ante nio Coll Font, con su buena madre. Varios años llevaba pa
deciendo una molesta infección nasal, que le hacía sufrir física y moralmente. Ningún efecto le hacían las medicinas. La madre lo curaba y lo perfumaba cada vez que iba a las clases; pero aun así le era imposible frecuentarlas con la regularidad deseada y necesaria. Sabiendo que un Santo había llegado a Sarria, y que su bendición curaba a muchos enfermos, sintieron grandísima fe y allá se fueron. "Don Bosco me sonrió —dice el señor Con—, nos bendijo a los dos y nos recomendó rezar una novena de oraciones. Cada día iba yo sintiéndome mejor, y al cabo de ella estaba perfectamente curado. Con grande alegría seguí mis estudios, me gradué de bachiller y frecuenté la Universidad cursando la carrera de ingeniero arquitecto."
El señor Coll Font vive todavía (dic. 1956) y todavía trabaja. De sus labios hemos oído recientemente este relato, que confirma el que le hizo al Padre Rector del Tibidabo cuando durante el Congreso Eucarístico de Barcelona fue a llevar para las obras del Templo una considerable limosna.
*
Rosa Tarragona y Dora, de treinta años, natural de Pons, diócesis de Urgel, hacía años que tenía tan enferma una pierna, que apenas podía caminar, apoyada en dos personas. Después de probar muchas medicinas resolvió hacerse transportar a Barcelona para recibir la bendición de Don Bosco. Cincuenta personas de la misma diócesis la acompañaron. Era el 28 de abril. Don Bosco la bendijo en el locutorio y cuando descendió la escalera que conducía al patio, sintióse de repente curada, y volvió al punto, seguida de los que la acompañaban, a dar gracias al Santo y a María Auxiliadora.
Refiere Don Felipe Rinaldi que el profesor señor Dalmau fue a visitarlo con su familia. Llevaba la señora en brazos un niño de uno a dos años. Suplicaron a Don Bosco que lo bendijera y rogara al Señor que sus hijitos fueran perfectos cristianos. El Santo elevó los ojos al cielo y permaneció así algunos instantes; luego, tocando a los niños más grandecitos, dijo sonriendo:
—A éstos los haremos religiosos.
Y volviéndose al niño que su madre tenía en brazos, con_ tinuó:
—Y éste para Don Bosco.
Los afortunados padres guardaron aquellas palabras en su corazón, esperando lo que sucedería; y, en efecto, el uno después del otro, todos entraron en Institutos Religiosos, uno en la Compañía de Jesús, y el más pequeño se hizo salesiano.
Muchos milagrosos efectos de la bendición del Siervo de Dios supiéronse después, porque él, para calmar el entusiasmo popular, pedía a la Santísima Virgen que retardara los, prodigios.
El Señor estaba siempre con él.
La noche del 9 al 10 de abril tuvo un sueño.
Parecióle que yendo de paseo se encontró en una altura abruptsj pero cultivada y cruzada de senderos, y calles. Quería saber dónde' estaba, cuando llegó a sus oídos el griterío de una turba de niños. Escuchó, pero no podía distinguir de dónde procedía aquel rumor que avanzaba sin cesar. Por fin vio multitud de niños que corrían a su encuentro gritando:
— ¡Te hemos esperado tanto! Mas ahora que estás entre nosotros, ya no nos dejarás.
Acercósele entonces una pastorcilla que iba a la cabeza de un inmenso rebaño, la cual, después de muchas preguntas, le dijo:
— Mira ahora por esta parte y extiende la mirada cuanto puedas. Vosotros también --prosiguió, dirigiéndose a los niños.—, aguzad vuestros ojitos y leed lo que aquí veis escrito.
Entonces preguntó al Santo:
—¿Y ves tú?
—Veo —respondió Don Bosco— montañas; luego mares, después colinas, por fin montañas y mares.
— Y yo —gritó un niño-- leo: "ValparaLso".
—Yo —gritó otro— "Santiago".
—Y yo —prosiguió un tercero— leo los dos nombres juntos: •
paraíso y Santiago".
—Pues bien —prosiguió la Pastorcilla—, parte ahora de ese
Y tendrás una idea de lo que los Salesianos deben hacer en lo por venir. Vuélvete de esta parte, tira una visual y observa...
Veo montañas._ colinas... mares.
1,0s muchachos aguzaban la mirada. Y exclamaron en coro: -Leemos Pekín.
vio entonces Don Bosco una gran ciudad, atravesada por un gran rio. sobre el cual había varios puentes muy grandes.
- -Bien —dijo la Pastorcilla—. Ahora uno con una línea los dos extremos: Santiago-Pekín; haz centro en el medio de Africa y tendrás una idea de lo que deben cultivar los Salesianos.
—¿Pero cómo hacer todo esto? —exclamó Don Bosco--. Las distancias son inmensas; los lugares, difíciles; los salesianos, pocos.
—No te turbes. Esto lo harán tus hijos y los hijos de tus hijos, y los hijos de éstos; pero haya firmeza en la observancia de las Reglas y en el espíritu de la Congregación.
--Pero, ¿dónde hallar tanta gente como será necesaria?
—Ven acá y mira. ¿Ves allá cincuenta misioneros prontos? Y más allá, ¿no ves otros y otros? Tira una raya de Santiago a Pekín._ ¿Qué ves?
--Veo diez centros de estaciones.
-- Pues bien; estos centros que tú ves, formarán estudios y noviciados y darán multitud de misioneros para abastecer estas regiones. Ahora vuélvete a este lado. Aquí ves otros diez centros del medio de Africa a Pekín. Y también estos centros proporcionarán misioneros para todas esas regiones... Allá está Hong-Kong... allá Calcuta... más állá. Madagascar... Estos y otros más tendrán casas, estudiantados, noviciados...
Don Bosco miraba y examinaba, caminando... Y dijo:
—¿Y dónde hallar tanta gente? ¿Y cómo enviar misioneros a esos sitios?... Allá hay salvajes antropófagos, que se nutren de carne humana... Allá son herejes... Allá perseguidores... y... ¿qué hacer? y... ¿cómo hacerlo?
—Mira —respondió la Pastorcilla—, ponte con buena voluntad. Sólo una cosa hay que hacer: recomendar constantemente que mis hijos cultiven las virtudes de María.
—;Bien! Me parece haber comprendido! ¡A todos predicaré tus palabras!
—Y guárdate del error en boga ahora: que es la confusa mezcolanza de lo humano con lo divino, de las artimañas mundanas con las artes divinas, porque la ciencia del Cielo no gusta de que se la mezcle torpemente con las cosas terrenales.
Don Bosco quería hablar todavía, pero la visión desapareció. El Sueño había terminado. (M. B. v. 18, págs. 72-74.)
Don Bosco mostrábase muy conmovido cuando refería este "sueño", tenido en lo que ahora es capilla de San Juan Bosco en Barcelona-Sarriá y que se cumplió en 1887 (1).
(1) En abril de 1887, cuando Monseñor Cagliero fue a la casa del Patronato de San José, en Santiago, oyó decir a unos niños: "¡Hace dos años que lloramos y rezamos para que Don Bosco nos dé un padre!" Otros dijeron a Monseñor Fagnano: "Nuestro padre es Don Bosco, pero todavía no ha venido." En Valparaíso, más de doscientos muchachos corrieron detrás de Monseñor Cagliero y Monseñor Fagnano gritando; "¡Ya han llegado nuestros padres; mañana iremos a escuela!"
EN BARCELONA CIUDAD
El 14 de abril, el Presidente y Vicepresidente de la Asociación de Católicos quisieron ayudarle la Misa, que muchos socios oyeron; en ella comulgaron unos doscientos. Al día siguiente toda la Asociación, que tenía entre sus miembros la flor de la Nobleza catalana, quiso inaugurar su nuevo y amplio local con una sesión literaria en honor de Don Bosco. Tres coches de gran gala lo acompañaron de Sarriá a Barcelona. A su entrada en el salón todos se pusieron en pie; el Siervo de Dios ocupó la presidencia. A sus lados tomaron asiento el Vicario General de la Diócesis y Don Rúa. Cantada la "Salve Regina", el Presidente pronunció un entusiasta discurso, y el Secretario dio lectura al acta, en la que se declaraba que la Asociación reunida en junta había acordado conceder al sacerdote Don Juan Bosco las insignias de la Sociedad. Adelantáronse entonces dos caballeros y le impusieron una medalla de oro, con los emblemas de San Jorge y San José, entre entusiastas aplausos. Prestaba singular esplendor al acto la actitud de profunda humildad de Don Bosco. Por fin se levantó y tomó la palabra. Habló en italiana, pero, como a San Vicente Ferrer, todos le entendieron. indicó todo lo que había podido hacer en bien de la sociedad;
pero ¡sólo a Dios el honor y la gloria! —exclamaba con lágrimas en Ios ojos—. Con vuestra ayuda despoblaremos las calles de ladronzuelos, de libertinos, que serán el consuelo de las familias y el honor de la ciudad; de rapazuelos que, ayudados por vuestra caridad, salvarán vuestras fortunas. Barcelona, como ciudad industrial, tiene que tener interés sumo en educar cristianamente a sus chicos. El chicuelo que crece en vuestras calles, primero os pedirá una limosna; después os la exigirá y al fin os la arrancará con la pistola en la mano". Manifestó la profunda admiración que experimentaba al ver tanta religiosidad, y exclamó : "; Afortunada y bendita Barcelona, hablaré de ti y de tus virtudes en Italia, y mostraré esta medalla al Augusto y Sumo Pontífice y le diré lo muy amado y venerado que es aquí su nombre! ¡Afortunada y bendita Barcelona, tan fiel a la religión de tus mayores!"
Hízose en la misma sesión una colecta en pro de las Obras Salesianas y al final dio Don Bosco a todos su bendición. Viose entonces un espectáculo conmovedor: aquella muchedumbre de señores y señoras se apretujaban para acercársele y postrarse a. sus pies, anhelosos de besarle la mano y recibir una palabra de aliento o una particular bendición. Hora y media duró el desfile, y ya era muy tarde cuando pudo volver a la casa de Sarriá, donde fue acompañado por los mismos Carruajes que lo llevaron a Barcelona. Sintióse a la vuelta sumamente cansado y decía a Viglietti que mientras le colmaban de honores, pensaba en el dicho: "Quam parva sapientia mundos régitur."
Por fortuna tuvo un poco de descanso en los últimos días de la Semana Santa, que en España están escrupulosamente consagrados a conmemorar los misterios de la Pasión, Muerte Y Resurrección del Salvador. La pasó en la intimidad con los salesianos y los alumnos, a los cuales dirigió varias veces la palabra.
Pero desde el mediodía del Sábado Santo volvió el tral bajo de antes.
Accediendo siempre a numerosas invitaciones, celebró la Santa Misa en conventos y colegios y en casas particulares: El 21 de abril ló hizo en la de los Marqueses de Comillas. Conocida es de todos la grande fe y religiosidad de los beneméritos navieros. A Don Bosco Ie trataron como a un príncipe de la Iglesia. Su secretario Viglietti, sumamente impresionado, dice en su crónica: "Llegamos al palacio, que en verdad se puede llamar un palacio real. En él hay grandes riquezas, especialmente obras de arte y salones inmensos. Con frecuencia, cuando un rey o príncipe viene a Barcelona, se aloja en esta casa. Todo el servicio del altar era espléndido sobremanera: el misal todo guarnecido en oro y plata cincelada, con engastes de piedras preciosas; el cáliz, así como el copón, de oro macizo, adornados con diamantes, esmeraldas y topacios. En el palacio eran más de doscientas las personas, entre parientes y amigos, que querían recibir de Don Bosco una palabra, una sonrisa, una bendición."
Al salir a la calle le presentaron una obsesa, que echa espumarajos y gritaba: "¡No, no! ¡No quiero salir!" La ben4 dijo y, luego que estuvo calmada, le dio una medalla María Auxiliadora. Ella la besó, y entró en la iglesia de Belén a oir Misa.
A la puerta esperaba el capellán de las religiosas de Loreto, cuya Superiora, anciana y gravísimamente enferma de cáncer, esperaba el consuelo de su bendición. Asimismo le presentaron una Hermana paralítica, Sor Cándida, la cual al recibir su bendición se puso a caminar y a dar saltitos de alegría.
Visitó también eI Colegio de los Padres Jesuitas. El Padre Viladevall, profesor de Matemáticas, había contraído una lal ringitis que le había dejado afónico. El Santo le dio una medalla de María Auxiliadora para que se la pusiese al cuello, lo que él hizo "con no demasiada fe" (dice él mismo), Y IN Virgen le devolvió la voz.
De vuelta a Sarriá, una señora, desoladísima, desahogó su corazón diciéndole entre lágrimas que sus hijos le nacían muertos.
--Tranquilícese —le contestó—, que de hoy en adelante eso no sucederá más.
Y no sucedió: tuvo otros siete, todos sanos y robustos.
El 30 de abril hubo junta de Cooperadores en la parroquia de Belén. La sesión estaba convocada para las cuatro de la tarde, pero a la una tuvieron que abrir las puertas a la multitud, que llenaba las calles adyacentes, y a las tres hubo que cerrarlas porque no quedaba sitio para nadie más y todavía continuaba aglomerándose la muchedumbre en las calles, con la esperanza de entrar y ver u oir algo. Los guardias no lograban contener tanta gente, que irrumpió en la iglesia, echando abajo la balaustrada de la puerta y, encaramada con grandes trabajos en las columnas y en las ventanas, permaneció extática contemplándolo. Era un espectáculo majestuoso e imponente. Tomó Don Bosco asiento en eI presbiterio, a la derecha del Obispo y del Abad de los Trapenses, entre todas las autoridades eclesiásticas de la Diócesis y muchos representantes de las autoridades gubernativas y militares y de la Junta de la Asociación de Católicos de Barcelona. La Junta de Cooperadores y Cooperadoras, compuesta de la primera Nobleza de la ciudad, ocupaba los primeros puestos. El discurso estuvo a cargo del doctor Juliá, quien, al pedir la bendición episcopal, preguntó:
—¿Qué asunto he de desarrollar con más extensión? —Hable usted —respondió el Obispo— de la Obra de
este hombre de Dios, y procure que se entienda su misión. Volviéndose entonces al Santo, prosiguió:
—¿Qué os parece, Don Bosco?
—Yo —respondió él profundamente conmovido— no puedo hacer otra cosa que exclamar: Deo grafito!
El discurso del doctor Juliá entusiasmó al auditorio y lo conmovió hasta el punto de derramar lágrimas. Y tuvo también Don Bosco que hablar y dijo que desearía poseer la voz que tenían las trompetas de que hablan las Sagradas Escrituras, para hacerse oir y para agradecer a los barceloneses sus demostraciones de fe, de religión, de caridad y de sim. patía; anunció que al día siguiente celebraría en la misma iglesia la Santa Misa por todos los presentes y que había recibido una especial bendición del Padre Santo para todos los bienhechores de las Obras Salesianas de Barcelona y para los que asistieran al acto. El señor Obispo se levantó de su sillón, glosó en castellano sus palabras, y dio la bendición. Abriéronse entonces las puertas de la iglesia para la salida, pero la multitud, en vez de salir, se lanzó entusiasmada sobre Don Bosco para verlo, tocarle los vestidos y oir todavía una palabra de sus labios. Para sacarlo fuera y acompañarlo al coche, tuvieron no poco trabajo varios robustos caballeros. Mientras atravesaba la plazuela, aunque lloviznaba, toda la muchedumbre permaneció inmóvil y descubierta.
No fue menor el concurso del día siguiente para asistir a la Misa que había prometido. Dio a todos su bendición, agradeció con lágrimas en los ojos cuanto habían hecho por él y alabó la edificante piedad con que habían asistido al Santo Sacrificio. Adelantóse también el Decano de los Párrocos de Barcelona para dirigir la palabra al público; pero estaba tan conmovido que no pudo continuar, y tras breves momentos, terminó diciendo:
—¿Tenemos entre nosotros... un santo... un enviado del Cielo!
Estas palabras enardecieron a la multitud, que se lanzó sobre Don Bosco suspirando y gritando, hasta el punto de que sólo con grandes esfuerzos pudieron salvarlo de la ola que irrumpía en el presbiterio, y lo llevaron a la sacristía.
Por toda la ciudad no se hacía otra cosa que hablar de Don Bosco; las columnas de los periódicos aparecían llenas
11 de su nombre, y todas las conversaciones, trataran de lo gil( trataran, acababan por hablar de él. Don Bosco mismo hubc de decir que, en el entusiasmo, Barcelona había superadc a París.
LA FAMILIA MARTÍ-CODOLAR
El 4 de mayo la familia Martí-Codolar, emparentada con la de doña Dorotea, quiso obsequiar a Don Bosco y a toda la Familia Salesiana en su torre (quinta) de Horta. Habían invitado también a todos sus parientes y a algunos amigos para que tuvieran la dicha de pasar algunas horas con el Santo. Mandó su coche a buscarlo, con tres troncos de caballos y criados con librea, cuando ya todos los alumnos de Sarria con su banda al frente iban llegando a la torre, pues estaban todos invitados. Cuando el Santo llegó, acompañado de don Manuel Pascual, la banda rompió en una marcha triunfal y don Luis y su señora se adelantaron a recibirlo. Don Manuel Pascual, cuñado de don Luis por su hermano de la esposa de éste, doña Consuelo, era un gran patricio y un gran orador; había inventado un saludo, especie de santo y seña con que se saludaban los Cooperadores : A solis orto usque ad occassum. Salesianus esto!
Por la importancia que esta finca tuvo en la industria y turismo de Barcelona y más por la que ha tomado en la historia de la Congregación, nos parece conveniente dar de ello algunos detalles. Se los debemos al P. Juan Alberto.
Hablando con un poco de pedantería, diríamos que su historia se pierde en la noche de los tiempos. En efecto, hay noticias de ella desde el año 931, es decir, más de diez siglos, alto en que el Obispo de Barcelona Teodorico dedica la iglesia de San Ginés deis Agudells, con dotación del conde Sunyer de Barcelona, dotación que comprende precisamente buena parte de las tierras del "Valle de Habrán".
En el siglo xiv la dotación tiene cincuenta y ocho casas, entre ellas ... Can (casa) Sajon", que es la más antigua de todo el valle. Sonabundantes las corrientes de agua superficial; de ahí parece derivarse el nombre Audells (aquae tatas = tierra de aguas), y el escudo; tres ánades nadando.
Un bosque rodeaba a San Ginés y sus posesiones. En él vivían unos ermitaños devotos de San Jerónimo, que se afirmaba procedían de Palestina.
Por evolución natural, los ermitaños se hicieron monjes, uniéndose a la Orden Jerónima, y entonces Violante de Bar, esposa de Juan les construyó un Monasterio y una iglesia, erigidos por Bula de Clemente VII, antipapa en Aviñón, que ellos pasaron a habitar el año 1393, Medio siglo después (precisamente en 1438) se les unieron frailes Jerónimos de Cotalba (Valencia) y el Obispo estableció allí una parroquia.
El Monasterio fue terminado por doña María de Portugal, esposa de Alfonso V de Nápoles. El Prior era Conceller y confesor de la familia real. Aumentaron las posesiones y derechos, incorporándose la "torre Jussana" o del Ardiaca, y más tarde el "Mas d'en Gausacho", que luego llamaron "Granja Vieja" (1722).
Esta finca no tuvo siempre un mismo nombre. Antes de fundarse el Monasterio, el noble Juan de Gabastida obtuvo de los reyes de Barcelona privilegios de aguas, lo que demuestra que poseía alguna finca en el valle. Sábese de cierto que Juan Hostalrich Gabastida lega por testamento a su hijo mayor o hereu, en 1494, el antiguo "Mas Soler" (1), y que la viuda de éste lo cede en enfiteusis a la familia Gausachs en 1540. Esta familia lo tuvo hasta 1722 en que, arruinada por crisis económicas, guerras de sucesión, devaluación de moneda y malas cosechas, lo vendieron a los Jerónimos, entregando la casa destructam et inhabitábilem, absque jánuis et absque tectis, con un horno de cocer tejas.
El hasta entonces "Mas d'en Gausachs" se llamará en adelante "Granja Vieja", núcleo principial de la propiedad de los Jerónimos, que por aquellas fechas tenían ya (detrás de lo que hoy es "Instituto de Previsión") la "Granja Nueva". Unieron ambas granjas con el camino de los olivos, y quedando Gausachs de colono, replantaron los campos y llenos de entusiasmo canalizaron aguas en la "Granja Vieja".
Pero eran los años de oposición religiosa y además la agricultura no rendía... La finca pasó, legítimamente, a otras manos, mucho antes de Mendizábal y su triste ley de desamortización de 1836 y 37. No fue, pues, profanada.
(1) En esta dependencia de la quinta, convertida en Teologado Salesiano, profesores y alumnos empezaron en 1951 la redacción de la prestigiosa revista Jóvenes.
En 1793 venden la "Granja Vieja" a José Milá de la Roca Serra, comerciante de Villanueva y Geltrú, quien arregla los papeles, las fincas, las aguas, pero muere prematuramente en 1803. Su hijo José Joaquín Milá de la Roca y Maynard, noble por la nobleza de su esposa, construye balsas (notable la de la Petxina, después llamada de las Estaciones), cercas, viñas, lagares, etc., y levanta de planta la casa nueva, que es el Teologado actual.
Esto y las modificaciones hechas en "torre Jussana" le ocasionan gastos ingentes, que a él no le espantan, fiado en sus posesiones de Caracas y Rio de la Plata. Pero viene la guerra de la Independencia ainérico-hispana y en 1824 —el año de Ayacucho— tiene que vender la finca, que cambia su nombre por el de "Can Milá", al señor don Isidro Inglada Marqués, hijo de un gran comerciante de Villanueva y Geltrú, que tiene ricas posesiones en Cuba.
Comercialmente relacionado con Miguel Martí Pujadas, de larga y afianzada tradición comercial, corredor real de Su Majestad, va un día, como tantos otros, a gestionar un contrato y quiere Dios que la persistente lluvia le obligue a permanecer en la casa todo el día. Al anochecer quiere marcharse a todo trance y Teresa Codolar, hermana de Luisa Codolar, la esposa de Martí, le ofrece el paraguas. ¿Cómo se lo darla, con qué finura y elegancia cristiana? Pues por el paraguas vino la mano. Poco después eran novios y luego esposos. Mas no tuvieron sucesión, y por herencia la finca quedó en la familia Martí Pujadas Codolar, pues muertos Inglada y Teresa con un año de distancia, heredó Joaquín Martí y Codolar, hijo de Miguel y de Teresa.
Joaquín arregló las ruinas y construyó la balsa cuadrada del camino de los olivos. Muerto él, su viuda María Angeles Gelabert Valls (1804-89), hija de un fabricante de tejidos, llama a su hijo Luis Martí Gelabert, de dieciséis años, que estudiaba en el "Colegio de Cataluña", hoy "Validez/ida", de Mataró, para ponerlo al frente de los negocios y formarlo bajo su dirección de "mujer fuerte", según la Escritura Santa. Y tuvo buen ojo. Habilísimo en el comercio, culto y artista, lleva la finca al máximo esplendor. La transformaron en finca noble, con tal gusto y arte, que se hizo pronto célebre; a los cuatro años (1828) recibían y alojaban a Fernando VII. Construyeron un bosque en estilo neoclásico, una fachada del mismo estilo, pusieron las cuatro estatuas simbólicas de las estaciones en la balsa de Petxina Y el monumento a Fernando VII. En todo esto se vio admirablemente secundado por su hijo Luis Marti-Codolar, que a las cualidades financieras y artísticas de su padre, unía las de escritor fácil y apasionado de los clásicos.
En 1865 empezó el parque zoológico; embellece toda la finca con raras variedades botánicas, construye la balsa redonda del bosque.
Es la torre más interesante y hermosa de Barcelona y Cataluña; rivaliza con las mejores de Italia y Francia; las guías turísticas no Pue.. den prescindir de ella. Está preparada como para formar una dinastía. Don Luis Martí-Codolar casa con doña Consuelo Pascual de Bofarull hija de don Sebastián Pascual Inglada, director de bancos, diputado er, Cortes, gran señor.
Dios bendice este hogar, en donde, si hay mucha riqueza, también hay mucha caridad y espíritu cristiano.
Al llegar Don Bosco, todos prorrumpieron en vítores. Con la familia se adelantó también a su encuentro el Abad Mitrado de la Trapa, que figuraba entre los convidados. La banda tocó las marchas reales española e italiana. El Santo pasó bajo un gran arco de ramaje que ostentaba escrita en flores la leyenda : "¡viva Don Bosco!" Él sonreía bondadosamente. Lo introdujeron en la sala de conciertos y las hijas de don Luis y una prima suya lo obsequiaron con una pieza de piano, violín y violoneello.
En seguida el banquete, servido bajo los árboles del parque. Centenares eran los comensales, pues entre ellos estaban todos los niños de Sarriá, huérfanos casi todos y pobrecitos, pero tan correctos.
El Correo Catalán, cuyo redactor formaba parte del "simposio", con fecha 5 lo describe así :
"Escribo estas líneas bajo la más dulce de las impresiones... Lo que ha pasado en aquellos jardines hermoseados con las galas de la primavera y por el gusto exquisito de sus dueños, llenos de flores perfumadas, poblados de fieras reclusas, de aves raras, de estatuas, de plantas tropicales y de cuanto el capricho y la inteligencia de un afamado comerciante y naviero ha recogido y mandado traer de remotos climas y de distantes tierras, es de difícil explicación.
El obsequio comenzó con un bien servido banquete... Después de él la banda salesiana tocó piezas de concierto.
En un "parterre", rodeado de cedros del Líbano, sentáronse Don Bosco y el Abad mitrado; colocados a un lado y otro y a su alrededor los niños de Sarriá y la familia, ami
gos y servidores de los dueños. (Como se ve, una fraternidad completa salesiana, un paradigma de la armonización de las clases sociales.) El Prelado trapense, con voz elocuente y llena de unción, improvisó un discurso en el que reflejó los sentimientos de que estaba poseído y encareció a los niños el deber de aprender, obedecer y trabajar para ser útiles a la sociedad y poder más tarde constituir familias modelo. Con una naturalidad que encantó, pidió a Don Bosco se sirviese bendecir al grupo; y como Don Bosco, calificándose a sí mismo de pobre mendicante, manifestó que donde estaba presente un Prelado de la Iglesia, él, simple eclesiástico, debía impetrar la bendición en vez de darla, el Abad se puso de rodillas, se quitó las insignias prelaticias y, postrándose con toda la concurrencia, recibió la bendición del Santo valetudinario, héroe de la caridad, fundador de una obra grandiosa que por sus frutos constituye un auténtico milagro..."
En seguida se sacó una fotografía con una máquina instantánea al efecto preparada. En el centro está Don Bosco. Tan perfecto salió que, al decir de todos, es "el mejor retrato de Don Bosco". Hugo Wast lo describe así: "Envuelto en el amplio manteo que usan los sacerdotes españoles, sentado en un sillón al lado del Abad de la Trapa, detrás de él, entre muchos que asoman la cabeza para salir en el cuadro, se ve a dos personajes cuya Causa de Beatificación ha sido iniciada en Roma y avanza con firmes pasos : Don Rúa,_que se agacha como para susurrar una palabra, y doña Dorotea de Chopitea y de Serra, la gran benefactora de la Congregación en Barcelona.
"Don Bosco tiene las manos juntas, como con frío; el cabello revuelto, un poco gris y muy tupido aún; el semblante fatigado; los ojos nublados por la incipiente ceguera y en los labios la perpetua sonrisa templada y tierna. Sonrisa de abuelo resignado a morir porque se ve renacer en los nietos. En primera línea aparecen varios muchachitos, los "biriehini" de Barcelona, más amados quizás que los de Turín, porque eran los hijos de sus hijos, la tercera generación salesiana."
Entre estos niños está el protomártir salesiano español, Don José Calasanz Marqués.
Una ligera sombra entristeció por breves momentos la alegría de aquella emocionante jornada. Uno de los presentes le dijo al Santo:
—¡Oh Don Bosco, es necesario que usted le ruegue al Señor para que todos los que estamos aquí reunidos lo estemos en el Cielo.
El Santo se puso serio, y en el silencio general, dejó caer estas palabras:
—Bien lo quisiera yo; pero tal vez no será así.
Estas palabras causaron el natural efecto en todos. Pero Don Bosco, para serenar los ánimos, recobró su habitual sonrisa y dijo:
—Pues bien, recémosle a la Virgen, que es tan buena, y Ella arreglará las cosas.
El episodio lo cuenta Dom Roberto Vidal, monje de la Abadía del Desierto, en una carta al Boletín Sa,lesiano francés, con fecha 20 noviembre 1936. A fuer de historiadores tenemos que reseñarlo.
Después de esto, Don Bosco se retiró a descansar un rato: La habitación en que lo hizo, quedó desde ese momento considerada por la familia Martí-Codolar como lugar verdaderamente sagrado.
Media horita después, los parientes y amigos de don Luis tuvieron una audiencia con Don Bosco.
Por último entraron don Luis y su consorte, durando algo la entrevista. De lo que allí se trató no se supo nada; sólo que cuando los dos salieron estaban vivamente impresionadas y tenían los ojos arrasados en lágrimas, y exclamaban eón ademanes de gran admiración:
—¡Es un Santo! ¡Es un Santo!
con curiosidad de periodista, quien esto escribe, que estando en sarriá frecuentemente lo mandaban a celebrar en la quinta o en la casa de Barcelona, logró de ellos una confidencia. Don Bosco les había hablado, entre otras cosas, de los peligros que en si tienen las riquezas; que como Dios los amaba tanto a ellos por su caridad, se prepararan a una grande prueba, cuyo objeto serian esas mismas riquezas, tan trabajosamente como honrada e inteligentemente ganadas; que la prueba sería dura, pero la superarían favorablemente con trabajos de otra índole que los actuales. Por eso, añadían, cuando la quiebra vino y don Luis tuvo que entregar todos sus bienes, no quebró su espíritu.
Afortunadamente la quiebra no afectó a la finca, porque estaba inscrita y registrada a nombre de doña Consuelo desde el principio del matrimonio. Y fue la base de nuevas empresas. El parque zoológico pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, quien trasladó todos los animales al de la ciudad. Muchos recordamos aún el elefante (Vali = abuelo), delicia de los muchachos y admiración de los mayores. Y en su lugar, don Luis y sus hijos, especialmente don Sebastián, crearon una granja de flores, de aves de corral y una vaquería, que creó nuevas riquezas.
Años más tarde, la Compañía Internacional de Teléfonos Inter-urbanos, deseando establecerlos en España, buscaba un hombre de empresa para confiárselos. En Barcelona todos pensaron en MartíCodolar. Pero había que depositar antes de veinticuatro horas una fianza de cien mil pesetas. Don Manuel y don Policarpo Pascual y otros allegados y amigos la aportaron y antes del plazo fijado, las tenían depositadas. Así la familia Martí-CodoIar y Pascual quedará para siempre ligada a este adelanto patrio. La profecía de Don Bosco en aquella memorable tarde del 4 de mayo de 1886 estaba suficientemente cumplida.
Suficientemente, porque hubo otros extremos de los cuales no poseemos datos seguros.
A las cuatro de la tarde Don Bosco bajó, y con sus chicos paseó por los espléndidos jardines y le interesaron no poco la colección de aves acuáticas y terrestres, los camellos, osos, ciervos, elefantes, monos, cocodrilos y otros animales exóticos. Los aficionados sacaron bastantes fotografías, de las cuales se conocen hasta diez, todas diferentes.
El citado redactor de El Correo Catalán escribe: "El pavo real abrió su cola como para ufanarse y honrar a tal admirador; el elefante mostró sus blancos marfiles y agitó su trompa con alegría; los pelícanos comparecieron a prestarle horni naje y hasta los camellos salieron a hincar la rodilla.
"Las muchachas de servicio, los labriegos, los criados y aun los niños pudieron libremente tener la satisfacción de hablar y de comunicar sus sentimientos al venerable anciano, que los oyó, los acarició y trató con la bondad angélica que establece hacia él una atracción invencible.
"Los niños salesianos merendaron servicios por las mis_ mas señoras que concurrían a la fiesta... J. M. G."
Los arreboles de la tarde empurpuraban ya el poniente cuando el Santo dejó la quinta, con el mismo acompañamiento y ceremonial con que había venido. Algo de su espíritu quedaba allí, porque siempre se ha sentido flotando entre aquellos frondosos árboles y plantas bellísimas un no sé qué de misterioso y santo.
La familia Martí-Codolar, al igual que doña Dorotea, quedó para siempre vinculada a la Familia Salesiana, de un modo particular. Ya en su crónica escribió eI secretario Viglietti:
"Parecerá cosa singular, y, sin embargo, creo no exagerar diciendo que en ningún sitio hemos hallado tanto afecto y tanta veneración por Don Bosco como en esta farriilia. Eh Don Bosco mismo quien hoy me lo decía."
Este afecto y veneración tomó caracteres de ternura filial en la última enfermedad del Santo. Como sentía una inapetencia y atonía grande, esta familia no descansó hasta hallar entre los caldos andaluces uno que lo tonificara.
Y después de la muerte del Santo han seguido haciendo lo mismo con sus hijos. La casa de Sarriá les debe buena parte de lo que es. Y hay detalles de una finura que sólo a espíritus muy delicados se les pueden ocurrir, como aquel de la vaca de los cuarenta y dos litros diarios. Era, si no erramos, en 1912. El señor Martí-Codolar compró en Holanda aquella vaca, y en lugar de tenerla en su granja, la mandó a Sarriá.
Jamás faltaron en la fiesta de María Auxiliadora, y al día siguiente de ella volvían a oir la Santa Misa y comulgar en la capillita privada en que Don Bosco celebraba cuando, durante su estancia, estaba muy cansado.
Y para la casa de San José, en Barcelona, y particularmente para Don Aime (no hablemos de Don Rinaldi) fueron padres y hermanos (1).
Después de la visita de Don Bosco, la "torre" recibió otras mejoras, como la suntuosa fachada en 1889.
Algo más tarde se construye "el Cigarral", cantado por Marquina, y donde escribe —en la temporada que como huésped pasa en la quinta— "En Flandes se ha puesto el sol".
Otros huéspedes ilustres albergó la finca: Fernando VII y su esposa María Josefa Amalia, en marzo de 1828; la Reina Cristina en 1888; en la quinta dejaba al reyecito Alfonso XIII mientras los actos oficiales; Don Rúa en 1899; Don Albero. en 1911; Don Rinaldi, ya Superior General, en 1926; Don Ziggiotti en 1953...
La familia conservó con gran veneración algunos objetos: el rosario de Don Bosco, la estatuita de la Virgen y el crucifijo —muy hermosos— que tenía Don Bosco sobre su escritorio; avellanas de las multiplicadas, etc. Varias de esas reliquias se las regalaron a la casa de Sarriá.
(1) De labios de Don Aime oímos en Bogotá este relato, confirmado más tarde por el Padre Viñas: "Todos los años me invitaba don Luis el día de su Santo a comer con ellos, y de postre me daba una buena limosna, en lugar del puro habano. Solía llevar conmigo, porque así lo quería él, unos cuantos chicos cantores, con su maestro, que era el clérigo Guillermo Viñas. El año 1900 teníamos grandes obras de ampliación (en la casa de San José), y llegada la hora del café y del puro, y ya en la salita, sacó un fajo de billetes amarillos (de mil pesetas) y empezó a dármelos, contando:
—Uno, dos, tres... diez.
—Siga, don Luis, no tenga miedo.
—Once... quince.
—Sin miedo, don Luis.
—Dieciséis, diecisiete... veinticuatro. Y como éste es el número de Maria Auxiliadora, hagamos alto por hoy.
Los hijos sobrevivientes de don Luis y doña Consuelo Pascual: don Javier y doña Angeles, han sellado con el broche de oro de una generosidad sin par las benemerencias de sus padres, cediendo a la Congregación la finca —que les tocó en herencia—. Allí se forman en los estudios superiores de Sagrada Teología los sacerdotes salesianos. Anualmente salen, para repartirse por las casas salesianas de la Inspectoría y por las Misiones del mundo, decenas de sacerdotes sale_ sianos...
Pero esto ya pertenece a la historia contemporánea.
EL TIBIDABO
Famosa y muy popular es en Barcelona la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, frecuentada también por numerosos forasteros que van a visitarla desde muy lejos. Don Bosco, el 5 de mayo, la víspera de su partida, quiso visitar a la bendita Virgen para darle gracias por los beneficios que durante su estancia en la ciudad le había con largueza concedido. Mucho antes de que llegara al templo, éste, la plaza y las calles próximas estaban llenas de gente. Recibido por muchos distinguidos señores, fue acompañado al presbiterio, donde un coro de niños entonó la "Salve". Después, el Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl, junto con otros personajes, se le acercó y le dijo:
—Para perpetuar el recuerdo de vuestra visita a esta ciudad, se han reunido estos señores, y de común acuerdo han acordado eederos la propiedad del monte "Tibidabo", a fin de que en la cumbre del mismo, que amenazaba convertirse en semillero de irreligión, se levante una ermita al Sagrado Corazón de Jesús, para mantener firme e indestructible la religión que con tanto celo y ejemplo nos habéis predicado, y es la herencia de nuestros padres.
El Santo, íntimamente conmovido, respondió :
_me siento confuso de la inesperada y nueva prueba que me dais de vuestros sentimientos religiosos y de vuestra piedad. Os lo agradezco, y sabed que en este instante sois instrumento de la Divina Providencia, porque cumplís sus inescrutables designios. Cuando salí de Turín para venir aquí, pensaba entre mí: "Ahora casi está terminada la iglesia del sagrado Corazón de Roma; preciso es que estudie otra empresa para honrar y propagar la salutífera devoción al Corazón de Jesús." Y una voz interior me dejaba tranquilo pensando que aquí podía satisfacer mi deseo; era una voz que me repetía: "Tibi dabo! Tibi dabo!"
Interrumpido por su llanto y por el de los circunstantes, Don Bosco continuó:
—Sí, señores; sois los instrumentos de la Divina Providencia; con vuestra ayuda muy pronto se elevará en ese monte un majestuoso santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, en el cual todos podrán acercarse a los Santos Sacramentos, y será un perpetuo recuerdo de vuestra caridad y de vuestro afecto a la religión católica, de la que tantas y tan hermosas pruebas me habéis dado (1).
(1.) Por un cúmulo de circunstancias extrañas, la propiedad cedida a Don Bosco quedó luego reducida a la mera cumbre, y no toda. Aprovechándola bien, se ha podido cumplir la palabra.
Hállase Barcelona rodeada de bellas colinas, entre las que sobresale el llamado "Tibidabo", porque, según quiere la leyenda, ése es el monte adonde eI demonio transportó al Divino Salvador, lo tentó y le dijo: "Tibi dabo ómnia regna mundi, si, cadena adcrráveris me." En aquel monte quisieron edificar, años antes, un templo protestante y hacer peor uso de él. Poco después de la visita de Don Bosco erigióse allí una capillita en honor del Sagrado Corazón, que costeó doña Dorotea, y más tarde se emprendió la construcción del templo monumental, que el Congreso Eucarístico Internacional de Madrid declaró "Templo Nacional Expiatorio". Su espléndida cripta se abrió al culto divino en 1911, viniendo ex profeso a la inauguración el Reverendísimo Rector Mayor, Don Pablo Alberti.. Arrasada en parte por los rojos en 1937, se restauró, terminada la Cruzada, y se prosiguió con celeridad el templo, que es una verdadera joya arquitectónica. Su finalidad, su emplazamiento, la manera como se va levantando lo hacen una maravilla única.
Unido a él florece un seminario menor para vocaciones sacerdotales y religiosas. Su Escolanía y su "Clero juvenil" dan gran esplendor a sus funciones.
Don Bosco profetizó que de allí saldrían muchos misioneros.
LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA
Era al caer de la tarde de uno de los primeros días de mayo. Don Bosco estaba sumamente fatigado y a Don Branda le pareció un poco preocupado también. Acompañándole al cuarto, le preguntó:
—Pero, Padre, ¿qué le pasa?
—Nada.
Insistió Don Branda, mas viendo que nada podía conseguir, fue a buscar a Don Rúa; y tanto le instaron los dos juntos, que al fin hubo de decirles:
—No quería hablar, pero me veo obligado a hacerlo; es necesario que cuente un sueño que he tenido. No sé si estaba dormido o despierto, pero se me ha aparecido la Santísima Virgen y me ha dicho: "¿Te acuerdas de cuando me aparecí a ti en Becchi y te profeticé todo lo que has hecho en Turín? Pues bien, ahora quiero hablarte, no sólo de tus Religiosos, sino también de tus Religiosas y del fruto que harán desde Oriente hasta Occidente. Y así corno se cumplió aquello primero que te dije, así se cumplirá cuanto ahora te diré.
Calló, y aunque no quiso decir una palabra más, por lo
que hizo luego y sucedió después, se vio claramente que la Santísima Virgen le había impuesto un sacrificio mandándole fundar allí una casa de Religiosas Salesianas, y aun le indicó el sitio en que había de ser.
El 3 de mayo por la mañana, rodeado de gran número de sus hijos y paseando por el patio, manifestó deseos de ver toda la huerta hasta el extremo.
Al llegar allí se quedó parado, mirando una magnífica torre que al otro lado de la calle había, rodeada de huertos y jardines, y como si ya la hubiese visto en otra ocasión, dijo:
—Verdaderamente es ésa.
Luego, dirigiéndose a Don Branda, que estaba a su lado, añadió :
—Compra esa casa para las Hijas de María Auxiliadora y yo haré que vengan pronto.
Como estaba por aquel entonces Don Branda cargado de deudas y sin saber cómo acabar el segundo piso de los talleres, no estaba ciertamente muy dispuesto a aceptar aquel encargo; y así, para distraer de aquello a Don Bosco, lo llevó atrás hablándole de otra cosa.
Pero al poco rato vuelve Don Bosco a lo mismo, y le dice:
—Iré a Turín; hablaré con la Madre General; en Niza se prepararán las primeras Hermanas que han de venir a España, y cuando vayas a Turín, les enseñarás algo de español; luego las traerás contigo a Sarria.
Respondióle Don Branda:
—Antes hay que hacer otras cosas.
—¿Cuándo irás a Turín?
—A fines de agosto.
—Bien. Pues cuando vayas, primero harás los Ejercicios Espirituales y luego enseñarás el español a las Hermanas que ya estarán aguardándote en Niza.
Tres días después, el 6 de mayo, partía Don Bosco de Barcelona para no volver más, y al despedirse por última
vez de su querido hijo Don Branda, mirándolo fijamente a ij cara, le dijo:
—Entendidos, ¿eh? Prepárame la casa que te dije para las Hermanas.
Dos meses se pasaron sin hacer nada, consolándose entre tanto Don Branda con el pensamiento de que a veces tambiéil los santos tienen rarezas.
Pero como no Ie dejase el remordimiento de no hacer nada, y temiendo por otra parte disgustar a su santo Padre, acudió con su duda al común refugio de todos los salesianos de España por aquel tiempo, doña Dorotea de Chopitea.
Parecióle a esta señora completamente imposible pod obtener para las Hermanas Salesianas aquella casa, que adi más de pertenecer a un señor muy rico, estaba éste tan enc riñado con ella, que jamás la dejaba ni aun para una corta temporada en Barcelona.
Y así, dijo:
—Lo único que podríamos hacer, sería pedirle por favor a ese señor que nos venda un trozo de terreno de su huerta allí construiremos una casita para las Hermanas.
Ella misma se encargó de mandar a su hijo político, don Narciso María Pascual, para hacer esta proposición.
Cuando la oyó aquel señor rico, se indignó mucho. —Pero, ¿cree usted —dijo— que a mí me hace falta dinero?
—De ninguna manera. Usted dispense. Si he venido aqui, ha sido únicamente para complacer a una persona para int muy querida.
Y don Narciso salió inmediatamente de la casa, pidién-1 dole mil perdones.
Cuando se enteró Don Branda de esta escena, se alegró infinitamente, y mucho más cuando supo, poco tiempo después, que el señor Obispo acababa de prohibir terminantemente que viniesen a Barcelona nuevas Religiosas, pues "las había ya en exceso", y encargaba a todos los Párrocos de la Diócesis que de ningún modo le presentasen solicitudes para admitir nuevas Comunidades, pues todas serían rechazadas. Con la alegría de pensar que ya no tenía obligación de buscar casa para las Hermanas, partió Don Branda para Turín.
Al llegar, supo que Don Bosco se hallaba en San Benigno Cavanese, y allí fue inmediatamente.
Apenas lo vio llegar, Don Bosco le dijo:
— ¡Oh! ¿Ya estás aquí? ¿Cuándo has llegado? Mira, he tratado ya de las Hermanas que han de ir a Sarriá.
Don Branda, que quería hablar a solas con Don Bosco de este asunto, contestó:
—Primero tengo que hacer los Ejercicios y después' preparar algunas provisiones.
— Sí, sí —dijo Don Bosco—, haz los Ejercicios Espirituales, prepara también tus provisiones y después... ¡entendidos!
Cuando pudo, le dijo Don Branda que el señor Obispo había prohibido terminantemente se introdujesen nuevas Religiosas en la Diócesis de Barcelona.
()jale en silencio Don Bosco, y cuando hubo acabado, le dijo:
—Y la casa, ¿ya la has comprado?
— No, ni es posible, pues el dueño ni siquiera quiere que le hablen de eso.
— Bueno, bueno, tú irás a Turín y después a Niza, y no te marcharás sin que te lleves a las Hermanas.
No hubo más remedio; después de hacer sus Ejercicios Espirituales en Turín, fue a Niza para enseñar el español a unas pocas Hermanas que le estaban aguardando.
Desde allí escribió a doña. Dorotea para ver si de algún modo se podía obtener el permiso del señor Obispo. Habló doña Dorotea con el Vicario General, y éste le dijo que estaba Su Excelencia tan puesto en no admitir nuevas Religiosas, que era completamente inútil hablarle de ello.
Apenas acababa de recibir Don Branda la carta de doña Dorotea en que le contaba todo eso, cuando recibe otra del Secretario del señor Obispo de Barcelona, en que le decía lo siguiente:
"Estamos en Arenys de Mar (a una hora de Barcelona): ha ocurrido un caso bastante doloroso. En una familia ha muerto de repente el padre; y la madre, por el dolor de tal pérdida, le siguió al sepulcro, dejando en orfandad un niño y una niña. La hermana del señor Obispo le suplica encarecidamente se haga cargo del niño, pues la niña ingresará en un benéfico Asilo de Religiosas."
Don Branda contestó inmediatamente que con mucho gusto haría esta obra de caridad si pudiera, pero que por entonces no podía ser, por razón de la gran pobreza de los Salesianos; que a pesar de ello, se le ofrecía un medio para complacerle y atender a esta necesidad. Si la hermana del señor Obispo obtuviese de Su Excelencia el permiso para que se estableciesen en Sarriá las Hijas de María Auxiliadora, éstas se encargarían del arreglo de la ropa de los Salesianos, los cuales con esto ahorrarían gastos y con este pequeño ahorro se podría atender al mantenimiento y educación del niño.
La respuesta fue favorable.
He aquí suprimido el primer obstáculo.
Quedaba siempre el de la casa.
Don Branda escribió a Doña Dorotea desde Turín diciéndole: "Estoy aquí esperando a las Hermanas. Nuestra marcha no puede tardar mucho. Por amor de Dios, búsqueme una casa."
Doña Dorotea hizo cuanto pudo. Fue a ver a un sobrino soltero, que era Juez de Barcelona y tenía una torre en Sarriá. Le informó de todo y le pidió su casa para hospedar provisionalmente a las Hermanas.
El sobrino accedió gustoso y Doña Dorotea escribió a Don Branda: "Vengan ustedes."
El 18 de octubre de 1886 llegaron a Marsella y el 21 a Barcelona. Doña Dorotea los aguardaba en la estación. En su coche subieron con ella la Madre General y Don Branda. sentados ya, les dio noticia de que no podían ir a la casa preparada, pues su sobrino tenía el tifus, pero en cambio su yerno, don Narciso María Pascual, les cedía por un mes la suya, situada frente al colegio de los Salesianos.
Todo el mes se empleó en buscar casa para las Hermanas, que al fin se encontró, aunque muy poco a propósito.
El 25 de diciembre de aquel mismo año, murió de repente el dueño de la posesión indicada, que Don Bosco había visto milagrosamente.
La heredera, hija única, estaba casada con un rico banquero de Barcelona, bienhechor insigne de los Salesianos.
Cuando algún tiempo después fue Don Branda a visitarle para cobrar las diez pesetas que cada mes le daba de limosna, recibida ésta, dijo tímidamente:
—Si no fuera molestarle, quisiera hacerle una pregunta. —Diga.
—Su señora ¿no ha heredado una torre?
—Sí. ¿La quiere comprar? ¿Tanto dinero tiene? Ya me han ofrecido doscientas cincuenta mil pesetas. ¿Me quiere dar más?
— Al contrario, mucho menos.
— ¿De dónde sacará el dinero?
— Del Banco de la Divina Providencia.
En esto sonó la señal de comer, y le dijo aquel señor: —¿Usted no quiere comer?
— ;0h, no! Yo debo continuar recogiendo las limosnas y
no iré a comer hasta no haber terminado.
—¿Cuánto le falta?
—Cien pesetas.
—Si es tan poca cosa, se las daré yo y comerá con nos
otros sin pérdida de tiempo.
Durante la comida, añadió Don Branda:
—¿Y la torre?
—Iré con mi señora a hacerles una visita.
—¿Cuándo?
— ;El día de Reyes.
— Bien, muy bien.
El día de Reyes fueron, efectivamente, y Don Branda lo había dispuesto todo para que fueran recibidos con toda solemnidad. A la puerta los esperaba la banda de música ; visitaron toda la casa y se marcharon altamente satisfechos. Al salir le dice a Don Branda el señor Girona:
—Pase usted por mi casa.
Fue muchas veces y siempre con la intención de obtener la finca lo más barata posible. Tanto hizo, que el precio de la torre fue bajando a doscientas, ciento ochenta, ciento setenta y finalmente a ciento treinta mil pesetas.
Al fin, cansado de tanta insistencia, el señor Girona le dijo a Don Branda:
—Le vendo la torre porque mi mujer le ha tomado tal j aversión después de la muerte de su padre, que no me ha permitido volver a entrar en ella. Pero le pongo una condición, sobre la cual no transijo, y es que al firmar la escritura me ha de pagar al contado las setenta mil pesetas por cuyo precio se la vendo a ustedes. Es ésta la suma que yo debo satisfacer al Estado por la sucesión de la herencia de mi mujer. Sin cumplir esta condición, no la vendo; no venga más a molestarme.
Corrió al punto Don Branda a casa de doña Dorotea para contarle lo ocurrido.
Mientras oía la señora esta historia, vio Don Branda que los ojos se le arrasaban en lágrimas.
— ¿Por qué llora? —le preguntó—. No se apure. Dejémoslo estar. Si no puede ser, es señal de que Dios no lo quiere.
— No, no; al contrario —se apresuró a decir la buena señora—. Estoy conmovida por otra cosa. Ha de saber que por la división del patrimonio he dado a cada uno de mis hijos grandes cantidades, reservándome sólo el usufructo de setenta mil pesetas que he depositado en un Banco especial,
pensando que si se perdiesen todos mis bienes, con esto podría vivir modestamente con María (la camarera). Ahora veo que Dios me quiere verdaderamente pobre, y lo seré... Conteste, pues, que las setenta mil pesetas están a punto.
—Pero, señora —dijo Don Branda—, piense bien lo que hace.
—Lo he pensado; las setenta mil pesetas son para la torre.
Volvió, pues, al punto don Branda a casa del banquero para cerrar el contrato.
Éste le dijo:
—Todavía una cosa: los gastos de la escritura, ya se entiende que son cosa suya; tres o cuatro mil pesetas. Don Branda contestó:
—Por amor de Dios, piense lo que dice. Yo le puedo dar setenta mil pesetas porque las tengo, pero setenta y cuatro mil, no.
El banquero condescendió por caridad, y quedó cerrado el contrato.
* * *
Todo esto sucedía en el mes de marzo, y se fijó para firmar la escritura el 19, fiesta de San José; en este día fueron entregadas las llaves de la torre a los Padres Salesianos.
En resumidas cuentas, al cumplirse un año justo, a principios de mayo de 1887, de que la Santísima Virgen se había aparecido a Don Bosco y le había indicado el sitio donde quería que se estableciese en España la primera casa de las Hijas de María Auxiliadora, estas santas Religiosas estaban ya establecidas en ella, en el actual Paseo de San Juan Bosco.
Al abrirse el colegio se le dio el nombre de Santa Dorotea, en memoria de su fundadora, y al poco tiempo ya no cabían en él las niñas que iban acudiendo.
Mandó entonces doña Dorotea agrandar la casa por detrás, construyendo, junto a la primitiva torre, un cuerpo de edificio de tres pisos, casi el doble de la primitiva casa.
En la planta baja estaba la capilla de María Auxiliadora, que recientemente ha sido trasladada a la hermosa iglesia construida en la huerta de la casa, bajo la dirección del arquitecto Marqués de Sagnier, con las limosnas de personas caritativas.
LA PARTIDA
También el viaje de regreso fue un continuado triunfo. Dios quería glorificar a su Siervo.
El 6 de mayo partió de Barcelona. Celebró Misa en casa, inaugurando el nuevo altar de María Auxiliadora, entre la emoción general. Después de Misa, subió a su aposento y desde allí bendijo a la multitud, que lloraba y pedía volver a verlo. Al darles el último adiós, dijo que esperaba volver a verlos a todos en el Paraíso, donde serían recibidos, no por un pobre sacerdote, sino por María Santísima y por Jesús, para gozar de la eterna dicha.
Después de almorzar, volvió a la capilla para saludar a Jesús Sacramentado y bendecir a los internos, que afligidos y derramando lágrimas, estaban allí reunidos.
Los empleados del ferrocarril de Sarriá solicitaron el honor de verlo una vez más en sus coches, y le prepararon uno reservado, en el que le hicieron compañía las autoridades de Sarriá y varios cooperadores y amigos. En la penúltima estación, descendió y continuó el viaje en coche particular, a fin de evitar nuevas fatigas y conmociones en la estación de Barcelona; allí se le ofreció un coche-salón, en el que subieron a obsequiarlo los principales ingenieros del ferrocarril y los más ilustres bienhechores, algunos de los cuales lo acompañaron buen trozo del trayecto.
El prócer gerundés, don Joaquín Caries, deseaba que Don Bosco honrase su palacio. El Santo condescendió, tanto más que necesitaba algún descanso.
En la estación de Gerona le esperaba una muchedumbre irunensa, a cuya cabeza se encontraban las autoridades eclesiásticas y civiles. Descendió del tren , y en su carruaje, el señor de Caries le condujo al suntuoso palacio, ya honrado con la estancia de catorce reyes, y le hizo ocupar el mismo aposento en que habían reposado tantos augustos personajes.
En Montpellier recibió la visita del doctor Combal, que dijo de nuevo a Don Rúa:
—Don Bosco no tiene más enfermedad que un extremo desgaste. Si nunca hubiese hecho milagros, yo diría que el mayor de todos es su existencia. Es un organismo deshecho, es un hombre muerto de fatiga, pero todos los días continúa trabajando, come poco y, no obstante esto, vive; éste, para mí, es el mayor de los milagros.
El 15 de mayo por la tarde llegaba a Turín, acogido con gran ternura y entusiasmo, como era natural, después de una ausencia tan larga y un viaje tan fatigoso.
Lleno de gratitud, Don Bosco celebraba la solemnidad de María Auxiliadora, cuya vigilia fue realzada con el primer pontifical de Monseñor Cumino, Obispo de Biella, y el 21, con otro de Monseñor Chiesa, Obispo de Pinerolo, con asistencia del Cardenal Alimonda. Innumerables forasteros acudieron a dar gracias a María Auxiliadora por favores obtenidos; y Don Bosco dio de nuevo, con lágrimas en los ojos, la bendición a aquellas multitudes. Estaba cansado, sin alientos, y a punto de sucumbir; a pesar de ello, mártir del trabajo, quiso contentar a todos y hablar con todos... La víspera, al volver a su habitación, después de la conferencia a los Cooperadores, empleó tres cuartos de hora en atravesar el patio. Todos tenían una palabra que decirle o una bendición que implorar.
Una pobre madre le presentó un niño moribundo; después de pocos instantes, con el niño sano, ponía una limosna en las manos del Santo por la gracia recibida.
El 23 de junio fue a visitarlo el Presidente del Perú y le pidió con insistencia que enviase a los Salesianos a aquella República.
El día de San Juan, aunque muy debilitado, habló con tal viveza y entusiasmo, que impresionó grandemente a la reunión. Lo mismo ocurrió en las de los Antiguos Alumnos.
en las que elevó un himno de gracias a la Divina Providencia y predijo la expansión de la obra.
El 15 de julio, hablando de la obra de los Cooperadores Salesianos, decía a los sacerdotes allí reunidos: "Acabáis de decir que la Obra de los Cooperadores Salesianos es apreciada por todos. Y yo añado que se extenderá por todos los países y se difundirá por toda la Cristiandad. Vendrá un tiempo en que el nombre de Cooperador será sinónimo de verdadero cristiano. ¡La mano de Dios la sostiene!"
En sus últimos años, el pensamiento de Don Bosco se dirigía con frecuencia al porvenir de su Congregación. Un día de 1886, hablando del "sueño" que había tenido en Barcelona, decía conmovido:
—Yo no lo veré ya; pero mis hijos verán lo que María Santísima les ha preparado en la China.
Varias veces le sorprendieron mirando el mapa de África, de Angola, de Bengala y del Congo. Hablaba con frecuencia de Angola, diciendo que aquella misión se debía aceptar si la ofrecían (1).
Confiaba en una gran expansión misionera también en el Brasil, y dijo que los salesianos tendrían en aquella república doscientas casas (que hoy existen ya).
El 15 de Agosto (1886) el Eminentísimo Cardenal Ali-monda fue a felicitarlo por su cumpleaños y tuvo con él una larga entrevista. Aquella tarde durante la distribución de premios a los jóvenes estudiantes, en conmemoración de su nacimiento, llegó del Uruguay el misionero Don Luis Lasagna. Con majestad prelaticia y sencillez de niño avanzó por entre la multitud de chicos y padres de familia y autoridades y fue a sentarse a la derecha del Padre, habiéndole
(1) En 1890 los Salesianos aceptaron una fundación en Angola; poco después, la Misión del Congo Belga. En cuanto a China, la Obra Salesiana estaba tan floreciente cuando advino el comunismo, que tenía cuarenta centros de Misión y se registraban conversiones en masa.
cedido cortésmente el sitio quien lo ocupaba. Don Bosco lo hizo hablar, y él, que era un grande orador, relató que en el mes de mayo anterior le habían ofrecido medios para una fundación en Santiago de Chile, y cinco minutos después, recibió una copia del sueño que tuvo Don Bosco en Barcelona, que precisamente hablaba de una casa de Santiago.
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En aquellos días se terminaba la fachada de la iglesia del Sagrado Corazón, según los planos del conde Vespignani,
El 31 de agosto (1886) se reunió el cuarto Capítulo General de la Sociedad Salesiana, el último que pudo presidir el Santo. Su aspecto y sus palabras edificaron a todos, pero sus achaques inspiraban preocupación. El 14 de septiembre por la mañana después de muchas vacilaciones se decidió a ir a Milán. El Arzobispo Monseñor Luis de Calaviana, le envió su carruaje a la estación, donde lo esperaban muchos señores, señoras y sacerdotes. Cuando lo vieron andar con tanto trabajo, encorvado pero sonriente, la multiud que se amontonaba y se postraba a su paso iba repitiendo: "¡He ahí un Santo!, ¡un gran Santo! ¡El Santo de Turín!"
El Arzobispo lo abrazó tiernamente, lo recibió con expresivas demostraciones de estima y amistad, y quiso que le diera su bendición.
Al día siguiente, el Padre Luis Lasagna habló a los Cooperadores en la iglesia de la Madonna dalle Grazie. Don Bosco entró en ella sostenido por el Arzobispo y por el cél bre historiador César Cantú, que ya hacía años había sid can mucha complacencia suya, inscrito entre los Cooperadores Salesianos. Aquel gran templo estaba lleno de gente que admiraba la solemne escena en religioso silencio. Después del canto de un motete, el misionero desarrolló la conferencia y luego siguió la Bendición.
Don Bosco salió acompañado de las más afectuosas d mostraciones de la multitud en la plaza y en las calles inmediatas. Luego fue al Seminario de San Carlos, en donde le presentaron una niña, sorda, la cual después de su bendición recobró el oído. Don Bosco se apresuró a volver al palacio arzobispal. Hasta allí lo siguió también un gran gentío, que le obligó a dar audiencias toda la tarde; y lo mismo tuvo que hacer al día siguiente, hasta la hora de su partida.
* * *
De allí a pocos días, se esparcieron nuevas alarmas sobre su salud. El 21 de septiembre el Director de La Croix de París telegrafiaba al Superior del Instituto Salesiano en Turín: "Tomo viva participación desgracia ocurrida; rogamos telegrafíen pronto noticias de Don Bosco." Respondió Don Bosco
' mismo diciendo que estaba bien y que agradecía la atención. A pesar de ello, varios periódicos anunciaron que estaba gravemente enfermo. No había para tanto: era evidente que de día en día iba declinando; pero con su maravillosa energía, la fiebre del trabajo y su entrañable afecto a sus hijos, les inspiraba gratas esperanzas, aunque continuamente lo vigilaban y querían obligarle a descansar.
En aquel tiempo se preparaba a expedir una circular, traducida en varias lenguas, a los Cooperadores y a todos los jefes de Estado, a los ministros y a los más distinguidos personajes de Europa, lo mismo que a todos los periódicos, pidiendo socorros para todas las Misiones de América. También la remitió al Emperador de la China y al Sha de Persia, porque no trataba sólo de recoger limosnas sino de que su obra fuese universalmente conocida. La carta anunciaba también la próxima partida de otros treinta misioneros. nstos, en efecto, a las órdenes del Padre Lasagna, se despidieron de BUS Hermanos al principio de diciembre.
El 4 de noviembre de 1886 fue abierta una nueva casa para la formación de personal en Foglizzo Canavese, diócesis de Ivrea. Se bendijo la capilla, y en ella, entre otros setenta Y cinco aspirantes a la Sociedad Salesiana, vistió el honroso
hábito clerical el Siervo de Dios Don Andrés Beltrami (1),
De varios modos la Virgen Santísima mostró su agrado por aquella nueva fundación. El 6 de diciembre fue al Oratorio el Director de la casa de Noviciado, Don Eugenio Bianchi, que tenía gran necesidad de cierta cantidad. La caja estaba vacía. A los pocos minutos llega una limosna, y al instante Don Durando, que era el Prefecto General, la puso en manos del Director.
Hacia fines de diciembre de 1886 cayó gravemente enfermo uno de los clérigos de la nueva casa, Ludovico Olive, de Marsella. Don /libera, Inspector de las Casas Salesianas de Francia, fue al punto a Italia y lo hizo llevar a Turín, para que estuviese mejor asistido. Don Bosco prometió que la Santísima Virgen lo curaría, pues en la noche del 4 al 5 de enero había soñado que la Virgen misma había venido a decírselo.
—Por la mañana —decía Don Bosco al referir el asunto—me apresuré a pedir noticias del joven Ludovico Olive; me aseguraron que después de haber pasado bien la noche, había entrado en franca mejoría. Amén.
También el buen clérigo, del cual habían dicho cuatro doctores que no curaría, soñó que Don Bosco le decía una noche que se sintió muy enfermo: "No te inquietes; dentro de diez días tú mismo irás a buscarme a mi habitación." En efecto, en la fecha anunciada, encontrándose ya perfectamente curado, fue a visitar al Santo. Entonces Don Bosco le dijo también que iría como misionero a la China. Efectivamente, algunos años más tarde Don Rúa lo mandó a China, y murió en 1919 después de trece años de gran apostolado.
(1) Fue un verdadero serafín en carne humana. Dotado de grande inteligencia y de una sensibilidad exquisita, hizo rápidos progresos en Literatura, licenciándose en la Universidad de Turín, y en Teología mística. Escribió preciosas obras de historia y hagiografía con es cautivador, y murió a la edad de veintisiete aflos, más de amor di que de enfermedad humana.
II
En el año 1887, último de la vida del Siervo de Dios, dio nuevas pruebas de su incondicional devoción y adhesión a la Iglesia y al Romano Pontífice. En diciembre de 1886 le habían pedido un pensamiento para imprimirlo en una cartulina, con ocasión del Jubileo Sacerdotal de León XIII, para enviárselo al Padre Santo, y escribió estas palabras: "¡Oh María, haz que todos mis hijos, familiares y amigos vivan y mueran en la religión católica, de la cual es Jefe el Sumo Pontífice León XIII. Sac. Juan Bosco."
A principios de 1887 le invitaron a enviar un artículo para un número único que se quería publicar en Bassano como homenaje al Padre Santo León XIII, para la misma fausta ocasión, el 20 de enero; hizo las más afectuosas protestas de amor y veneración al Sumo Pontífice, manifestando que lo mismo deseaba que demostrasen siempre los Salesianos y los Cooperadores.
El 22 de febrero de 1887, último día del Carnaval, dio a cada uno de los alumnos del cuarto curso, reunidos en conferencia, una medalla de María Auxiliadora, recomendándoles que la tuviesen en mucho aprecio, porque les preservaría de alguna desgracia. Sabía, como dijo después a Don Viglietti, que a la mañana siguiente habría un terremoto, y por eso las repartió. En efecto, el día siguiente, muy temprano, mientras los jóvenes estaban durmiendo, se produjo una terrible sacudida sísmica que causó en Italia muchos daños y en la Liguria especialmente ocasionó muchas víctimas. Nuestras casas e iglesias del Piamonte y de la Tostan sufrieron grandes desperfectos, sobre todo las de la "Riviera" del Poniente, pero no hubo que lamentar desgracias personales.
El 1 de marzo de 1887 escribió una circular a los Salesianos y una carta a los Cooperadores, invitando a unos y otros a dar gracias aI Señor que los había librado de las funestas consecuencias del terremoto. A los Cooperadores les decía además lo siguiente: "Atribuimos esta gracia a la caridad que han usado siempre con nosotros, pues el Señor suele dar en este mundo aquel céntuplo que en el Evangelio promete al que hace limosna por amor suyo."
El Director de Bordighera escribió que necesitaba urgen. teniente seis mil liras para las reparaciones indispensables. En casa no había tal cantidad; mas he aquí que entonces precisamente se presenta a Don Bosco el Conde de Maistre y le dice:
—Mire usted, Don Bosco, mi tía quería dejarle en el testamento esta cantidad; pero ha pensado que es mejor satisfacer en vida este deseo y me ha rogado que se la entregue yo mismo a usted.
Eran ni más ni menos que seis mil liras.
Don Bosco salió de Roma el 18 de mayo de 1887. Después de una parada en Pisa, donde el Arzobispo le cedió la habitación que había ocupado Pío VII, llegó a Turín el 20 por la tarde, sexto día de la novena de María Auxiliadora. Don Rúa dio la Bendición, a la cual asistió Don Bosco en el presbiterio en acción de gracias.
Las fiestas de María Auxiliadora, importantísimas y señaladas con gracias extraordinarias, despertaron entusiasmo indescriptible. Una niña moribunda curó súbitamente después de la bendición de Don Bosco. Un jovencito, que entró en el santuario con muletas, salió expeditamente llevándolas en la mano. Un paralítico a, quien condujeron a la iglesia con mil trabajos, se marchó completamente curado.
En los primeros días de junio de 1887, la Santísima Virgen se le apareció nuevamente en sueños, para reprenderlo por no haber publicado un librito que enseñase claramente a los ricos cómo emplear sus riquezas. ni lo había deseado. Su doctrina en este punto había parecido demasiado rigurosa, y él, prudente, había callado. Ahora recibió la orden de amonestar a las clases elevadas contra el mal uso de sus bienes. Como se ve, un preludio del nuevo capítulo de la Sociología sobre "La Justicia social". Comunicó este aviso a sus hijos y encargó a Don Francesia ponerlo por obra. Don prancesia obedeció, publicando un librito sobre "el Paraíso abierto a los ricos mediante la limosna".
Don Bosco fue a Valsálice por algunos días para respirar un aire algo más oxigenado. La víspera de San Juan Bautista regresó al Oratorio, donde, a un himno de ocasión, se añadieron los versos cantados por primera vez en 1848: Andiamo, compagni, D. Bosco ci aspetta;—la gioia perfetta —si desti nel cuor. ¡Epílogo de dulces recuerdos! Pero ya no estuvo presente en las reuniones de ex alumnos, que se celebraron del 11 al 14 de agosto. Por orden del médico, el 4 de julio de 1887 se le trasladó a Lanzo, para que disfrutase de un ambiente más confortable. Como las piernas no le sostenían, se vio obligado a dejarse llevar en un cochecito. Allí subió el 11 de agosto una comisión de ex alumnos para obsequiarle. Don Bosco, aunque padecía, se entretuvo con ellos y reconoció uno por uno a los comisionados.
Muchas y cordiales felicitaciones se renovaron eI 16 de agosto, día en que una comisión de alumnos y Superiores del Oratorio fue a felicitarlo por su cumpleaños.
El 19 de julio volvió a Turín, y de nuevo a Valsálice, donde había comenzado la primera tanda de Ejercicios Espirituales. Su sola presencia infundía gran consuelo en sus hijos, a los cuales, con paternal caridad, continuaba dando en público las "Buenas noches" y privadamente santas advertencias y consejos.
Apenas llegó a Valsálice, se le presentó Don Luis Roces para entregarle un telegrama que anunciaba que en Alassio uno de nuestros sacerdotes estaba moribundo. El Santo rezó con Don Rocca y envió al enfermo su bendición. Eran las1 19 y 30. A las 20 transmitían de Alassio un segundo telegrama, que comunicaba que el moribundo había superado la crisis y se había iniciado una notable mejoría. En breve se restableció del todo.
El Santo permaneció en Valsálice todo el mes siguiente, edificándonos con su admirable alegría. Aunque su salud empeoraba más y más con frecuentes dolores de cabeza y fiebre, hasta el punto de que algunos días no podía celebrar la Misa, continuó dirigiendo y aconsejando a los Superiores y dando audiencias. Todos los que venían de lejos para hablarle o subían del Oratorio a Valsálice, se volvían consolados.
Durante aquellas vacaciones, en las reuniones del Capítulo Superior se resolvió abrir nuevas casas en Quito, Londres y Trento, y sustituir a los pensionistas pudientes del Colegio de Valsálice con clérigos de la Sociedad, que vivían en el Oratorio y en San Benigno. Después de aquella sesión, el Director, Don Julio Barberis, dijo al Santo:
— Ahora que sus clérigos están nuevamente en Turín, nos vendrá a visitar frecuentemente...
— Iré —respondió con aire grave y pensativo—, iré y seré el custodio de la casa.
Asomándose después a una ventana, estuvo mirando un rato la escalera que ponía en comunicación el jardín superior con el patio de recreo; y después dijo repetidas veces a Don Barberis:
—Prepárese el diseño.
Estas palabras no las entendió entonces Don Barberis; pero cuando, unos cuatro meses más tarde, ocurrió la muerte de Don Bosco y supo la determinación que se había tomado de sepultarlo en Valsálice, lo comprendió todo al comprobar que para la tumba de Don Bosco se había escogido aquella escalera, precisamente donde Don Bosco había fijado su mirada.
El 2 de agosto volvió al Oratorio. No obstante su gran agotamiento, reanudó sus ocupaciones ordinarias. El 13 de octubre fue al parque Valentino para saludar a novecientos peregrinos franceses a quienes acompañaban León Harmel, el barón de Montpetit y el señor Champión. Todos le rodearon con indecible afecto. Aquellas voces y aquellas caras conocidas que le recordaban los viajes realizados a Francia lo enternecieron de tal manera, que no se sintió con fuerzas para hablar. Habló Don Rúa, que se congratuló con ellos, les dio las gracias y les rogó que presentaran a los pies del Padre Santo los humildes obsequios de Don Bosco y que pidieran en la tumba de San Pedro por toda la Familia Salesiana, a fin de obtenerle las gracias necesarias para cumplir su misión en la Iglesia. Después de estas palabras, cada uno de los peregrinos, al pasar por delante de Don Bosco, se arrodilló, le besó la mano y recibió una medalla. Tres cuartos de hora duró aquel conmovedor desfile. El Santo, al desear a cada uno mil felicidades, repetía frecuentemente a los seglares: "María Santísima le proteja y le guíe hasta el Cielo"; y a los sacerdotes: "El Señor le conceda la gracia de darle muchas almas."
El 20 de octubre de 1887 fue de nuevo a Foglizzo Cana-vese y puso el hábito clerical a noventa y cuatro aspirantes de la Sociedad. Fue el último viaje que hizo fuera de Turín. A la vuelta dijo a Don Rúa:
—; Otro año irás tú a hacer esta función, porque yo no iré ya más!
Su actividad quedó después limitada a su humilde habitación, a la cual todavía centenares de personas iban a buscar gracias, consuelos y consejos. Allí algunas noches se le aparecía Don Cafasso, con el cual fue a visitar las casas salesianas, comprendidas las de América y aún otras más lejanas. La noche del 23 al 24 de octubre le pareció que predicaba con su santo maestro los Ejercicios Espirituales a los Salesianos, Y pudo ver el estado de todas las casas y de todas las conciencias. ¡Lástima que estuviese tan cansado y no pudiese relatar ni privada ni públicamente lo que había visto!
El 4 de noviembre de 1887, con una circular impresa en italiano, español, francés y alemán, de la que se hizo una tirada de cuatrocientos mil ejemplares, anunciaba la expedición de algunos misioneros al Ecuador y la necesidad de preparar otros para nuevas Misiones "ofrecidas a los Salesianos por el Papa, los Obispos y muchos Gobiernos", y pedía socorros. El 20 de noviembre con otra carta en las cuatro lenguas mencionadas, interesaba a las personas celosas para difundir las circulares indicadas, expidiendo a cada una un paquete, rogándoles que las enviaran por correo u otro medio seguro a aquellas personas conocidas, benéficas y ricas, que pudieran ayudarle con socorros. pecuniarios o de cualquier otro modo.
En cuanto a él, decía frecuentemente a sus íntimos, que su presencia era ya inútil y su partida próxima. El primero de noviembre por la noche, y por primera vez, no bajó a la iglesia para rezar el Rosario en sufragio de los difuntos con la Comunidad, pero cumplió esta práctica reglamentaria con sus secretarios en la capilla inmediata a su habitación. En realidad no bajó porque ya no podía; pero se dijo: "Se ha quedado en su cuarto por precaución."
Al salir aquellos días a paseo, y al ver que iba desapareciendo el verdor del campo, se detuvo a contemplar las plantas de las calles de la antigua plaza de Armas, y volviéndose a su secretario, le dijo bromeando:
—Viglietti, acuérdate mañana de traerme unos clavitos y un martillo, porque si queremos que continúe un poco el otoño, será necesario clavar las hojas de las plantas...
Ya hacía meses que él, envejecido, se veía obligado a apoyarse en los brazos de sus hijos para poder andar... y sus palabras, que aludían frecuentemente a lo fugaz del mundo y a los desengaños, en vez de ser comprendidas, se interpretaban como señal de buen humor y de relativa buena salud.
Pero aunque sentía que sus fuerzas disminuían, hablando con Don Berto de los niños del Oratorio, decía con firmeza: —Mientras me quede un hilo de vida, la consagraré toda a su bien y provecho espiritual y corporal.
Plugo al Señor alegrar el fin de sus días con una memorable ceremonia: la imposición del hábito clerical al príncipe Augusto Czartoryski, de lo cual hemos hablado en su sitio; se efectuó el 24 de noviembre de 1887, en el altar de María Auxiliadora. Los padres y parientes del príncipe, que habían
venido de Francia y Alemania, lloraban conmovidos, y lo mismo los devotos que con los niños de la casa llenaban el Santuario. Habló Don Rúa tomando por tema las palabras de Isaías: Fílii tui de lange vénient, y aludió al continuo dilatarse de la Obra bendecida por María Auxiliadora (1).
(1) El príncipe murió santamente el 8 de abril de 1893, después de un año de sacerdocio, y a la edad de treinta y cinco. Sus virtudes Y las gracias extraordinarias que Dios ha obrado por su intercesión fueron parte para que se introdujera su Causa de Beatificación y Canonización.
Poco antes, Don Camilo Ortúzar, piadoso y docto sacerdote chileno, escritor fecundo y correcto, Párroco de Iquique, Capellán de la Armada, había venido a Europa con la idea de hacerse religioso y también para mejor eludir el honor que le hicieron proponiéndolo para el Episcopado. Después
de haber hecho una tanda de Ejercicios Espirituales en París, le aconsejaron que visitara al Santo. Este le escuchó y le dijo con toda sencillez:
—Si desea usted quedarse con Don Bosco, encontrará trabajo, pan y Paraíso.
Y como en aquel momento era mediodía, lo invitó a recitar el Ángelus; después lo acompañó al comedor y lo presentó a los otros Superiores, con estas palabras:
—;He aquí un nuevo salesiano que nos envía el Señor!
El buen sacerdote al decir el Ángelus con Don Bosco. experimentó un consuelo tan íntimo, que no tuvo la menor duda que oponer a la invitación del Santo, aunque hasta aquel momento no había pensado en hacerse salesiano. Vivió todavía varios años, escribió una hermosa Vida de Don Bosco y un interesante libro mariano calcado sobre "Las Glorias de María", de San Alfonso, titulado "Al Cielo por María", murió entre nosotros santamente.
El tránsito
La muerte de Don Bosco ocurrió casi improvisamente para sus hijos, porque llevados del amor que le tenían, pare-cíales que no moriría entonces; pero en sus últimos meses él dijo más de una vez que pronto partiría para la eternidad. A pesar de ello, sus palabras no se comprendieron bien hasta después de su muerte.
Se había tratado de la necesidad de comprar un terreno en el camposanto para la sepultura de los salesianos; pero como las gestiones con el Municipio se prolongaban, decíale bromeando al Ecónomo de la Sociedad:
—Si no te das prisa, haré que me lleven a tu habitación cuando me muera. ; Piensa en ello!
Y otra vez le dijo:
—Arréglate; si cuando me muera no está todo dispuesto en el cementerio, me haré llevar a tu propio cuarto, y entonces, teniendo a la vista estos despojos, pronto me encontrarás sitio para una sepultura.
Y también:
—No adquieras ningún nicho en el camposanto. Búscame un sitio en una de nuestras casas.
Se hablaba mucho de su Jubileo Sacerdotal. Don Bosco también, para contentar a sus hijos, hablaba con gusto de este asunto; pero varias veces repitió a sus íntimos:
—¡Os ilusionáis!
Durante el año 1887 quiso que Don Albera, cada dos meses, fuese de Marsella a Turín. La última vez que Don Álbera lo visitó, en el momento de despedirse, el Santo se conmovió hondamente, lamentando tener tantas cosas que decirle, pero que le faltaban el tiempo y las fuerzas para ello. Esta separación fue tan tierna como dolorosa.
Quizás le hubiera revelado secretos y dado encargos para cuando fuera Superior General, puesto que sabía había de serlo.
No sólo sus palabras, sino también el continuo decaimiento de sus fuerzas debía hacernos comprender el fin no lejano de sus días. Aunque continuaba ocupándose, meditando e intentando la ejecución de nuevos proyectos, y aunque asistía a las deliberaciones más importantes y leía y anotaba las cartas que recibía, estaba verdaderamente agotado. Los que le veían decir la Santa Misa, debieran comprender también que su fin se aproximaba. La celebraba con gran trabajo y en voz muy baja, en la capillita inmediata a su habitación, con frecuentes interrupciones por la fuerte emoción que experimentaba. Desde varios meses antes ya no podía volverse para decir eI Dóminus voNscum. Desde noviembre, durante la comunión de los fieles que asistían a su Misa, él se sentaba y otra sacerdote distribuía la. Sagradas Formas.
Por las tardes solía Don Viglietti llevarlo a dar un paseo en coche, a veces acompañados de otro sacerdote. Si el tiempo lo permitía, salían de la ciudad, y era de ver el entusiasmo sereno y dulce con que hablaba de las maravillas del campo, de las plantas, de las puestas del Sol, porque sentía hondamente la naturaleza y veía en ella trasuntos de la Divinidad y de la vida eterna. Viglietti recordaba cómo hablaba también ante la bóveda estrellada en las noches serenas. Ya Mamá Margarita, su santa madre, lo había entrenado en estas elevaciones.
El 4 de diciembre celebró por última vez el Divino Sacrificio. Desde entonces se contentó con presenciarlo y recibir la Sagrada Comunión; a las palabras Ecce Agnus Dei, la primera vez prorrumpió en lágrimas. El 6 de diciembre lo acompañaron al Santuario de María Auxiliadora para asistir a la partida de los misioneros enviados al Ecuador. Entró en el presbiterio sostenido por ambos brazos, y Don Bonetti pronunció el discurso de despedida. Pero la predicación más eficaz la hizo el Santo, aunque se arrastraba penosamente para andar. Todo el mundo se levantó para verle. Después de la bendición, los misioneros pasaron uno por uno a saludarlo y besarle la mano. Tan pronto como salieron los misioneros, la multitud asaltó el presbiterio y se agrupó en torno de Don Bosco. ¡Cuántas palabras de compasión se oyeron sobre su estado! ¡A cuántos se vio llorar! ¡Cuántos bendecían al hombre de Dios y lo llamaban Santo! Al atravesar el patio, fue aclamado frenéticamente por los chicos; él, sumamente cansado, se retiró a su habitación.
Aquellos días dictó, como último recuerdo, algunos pensamientos para exhortar a los Cooperadores a la limosna y a cuidarse de los niños abandonados.
*
El 7 de diciembre llegó de América Monseñor Cagliero. Se había salvado casi por milagro en una caída mortal a los pies de la Cordillera de los Andes; y una vez repuesto, había emprendido la visita de su vasto Vicariato, cuando, estando en Viedma, oyó por tres veces una voz que le decía: "¡Ve a Turín para asistir a los últimos momentos de Don Bosco!" Cambió de rumbo y se embarcó para Europa. El encuentra fue conmovedor en extremo.
Por la noche llegó también el Obispo de Lieja, Monseñor Doutreloux, para impetrar la fundación de una casa salesiana en aquella ciudad. Don Bosco no parecía inclinado a concederla.; pero el 8 de diciembre respondió afirmativamente
¿Qué había ocurrido? Por la noche la Virgen Inmaculada le había dicho que "agradaba a Dios que los Salesianos abriesen una casa en Lieja, ciudad del Santísimo Sacramento".
Aquel día bajó al comedor sostenido por el Obispo de Lieja, para la cena. Pocos minutos después se levantó para volver a su habitación.
—Tenga ánimo —le dijo uno—; todavía tenemos que ver su Misa de Oro.
Él se detuvo en la puerta y se volvió hacia atrás, y mi. rando al que había hablado, le respondió:
—¡ Si, sí, veremos! ¡La Misa de Oro! Son cosas serias, son cosas serias.
Al día siguiente Monseñor Cagliero le presentó una niña I ex salvaje de la Tierra del Fuego, diciendo:
—He aquí, queridísimo Don Bosco, una primicia que le ofrecen sus hijos. Ex últimis ftintibu,s tenue!
La pequeñita, arrodillada y con acento semibárbaro, le dijo:
—Le agradezco, queridísimo Padre, que haya enviado a sus misioneros a salvarnos a mí y a mis hermanos. ¡Ellos nos han hecho cristianos y nos han abierto las puertas del Cielo!
Con dulce sonrisa mostró el Santo cuánto le agradaba aquella primera flor, recogida en aquellas tierras que fueron el objeto de sus más vivos deseos.
El 15 de diciembre, que salió a paseo en un carruaje con Don Rúa y Don Viglietti, encontró al Cardenal Alimonda bajo los pórticos del Corso Vittorio Emanuele.
—¡Oh Don Juan! —exclamó el Eminentísimo lleno de gozo.
Y subiendo al carruaje, lo abrazó y besó con afecto. Mucha gente se detuvo a contemplar aquella escena. El carruaje prosiguió lentamente por Vía Cernaia, donde el Cardenal bajó, y Don Bosco regresó al Oratorio. Cuando llegó a las escaleras, dijo a Don Rúa:
—¡No podré subir más por mí mismo estas escaleras!
A la tarde siguiente unos treinta jóvenes de las clases superiores subieron a su habitación para confesarse. A pesar de que se les dijo que no era conveniente que Don Bosco los confesase, porque estaba muy cansado, no se movieron, pues querían a toda costa tener aquel consuelo. Se lo dijeron al Santo y aunque sabía que aquello le iba a cansar muchísimo, dijo repetidas veces:
—¡Bueno, es la última vez que podré confesarlos!
Y vivamente conmovido, los hizo entrar.
El 18 de diciembre se organizó una pequeña exposición de objetos enviados de la Patagonia como homenaje al Padre Santo, con ocasión de su Jubileo Sacerdotal. Invitó a varios bienhechores y amigos a verla y se entretuvo con ellos durante la comida con afectuosa familiaridad. Al día siguiente fueron a visitarlo ilustres personajes de Chile, que se dirigían a Roma. Uno de ellos viéndolo tan quebrantado y respirando con fatiga, le dijo:
.--¡Nosotros rezamos mucho al Señor para que lo libre de las molestias que le afligen y nos le conserve todavía mucho tiempo!
—Deseo ir pronto al Paraíso —le respondió—; desde allí podré trabajar por nuestra Sociedad y por mis hijos y protegerlos. Aquí no puedo hacer ya nada por ellos.
El día 20 recibió la Sagrada Comunión en el lecho; después se levantó y estuvo ocupado, como a los cuarenta años, en bendecir, consolar, socorrer y aconsejar a todos los que fueron a verlo. El secretario le rogó que escribiera algunas palabras en unas cuantas estampas de María Auxiliadora para enviarlas a algunos bienhechores.
—Con gusto —le respondió—. Ayúdame a ir al escritorio.
Fue allá, se sentó y comenzó a escribir en las estampas varios pensamientos, todos relativos a la salvación del alma y a la hora de la muerte.
—¡Don Bosco —le dijo Don Viglietti—, escriba algo más alegre... estas cosas dan melancolía.
Cl alzó los ojos y viendo los de Viglietti llenos de lágri. mas, con una sonrisa, imposible de describir, le dijo:
—¡Pobre Carlitos!... ¡Qué niño eres!... ¡No llores!.., ¡Ya te lo he dicho! ¡Éstas son las últimas estampas en que escribo, pero por complacerte cambiaré de tema.
Y se puso a escribir otros pensamientos, pero pronto volvió a los que antes le preocupaban más, y continuó escribiendo sobre lo mismo. Cuando hubo acabado, dio las veinte estampas a Don Viglietti. ¡Contenían su testamento! Durante el día escribió aún en otras estampas estas palabras: María, tu. nos ab hoste prótege et mortis hora sítscipe; y la última: "María, da a mi alma tu poderosa ayuda en el punto de la muerte."
Aquel día recibió todavía algunas visitas; la última audiencia que concedió levantado fue a la Condesa Sosango di Mocenigo, y duró hasta las doce y media. Por la tarde se dejó llevar hasta el carruaje en un sillón. A pesar de las repetidas insistencias de sus hijos, era la primera vez que lo efectuaba, y fue la última.
Durante aquel paseo dijo de repente estas palabras:
Viglietti, apenas lleguemos a casa, acuérdate de escribir en mi nombre estas palabras a todos los salesianos: Los Superiores salesianos tengan siempre gran benevolencia con sus inferiores, y especialmente traten bien y con caridad a la servidumbre.
Al volver a casa, dirigiéndose con cariñosa expresión a los que gustosos le habían llevado a su cuarto, dijo al más caracterizado de ellos:
—Haz una lista, ¿oyes? Te lo pagaré todo de una vez.
Poco después lo visitó el médico de cabecera, el cual lc encontró muy agravado y lo hizo acostar. Al clérigo Testa le dijo:
—Ahora no me queda más que tener un buen final.
Y repitió:
---¡Sí, no me queda más que tener un buen término!
En los días siguientes, la gravedad se fue acelerando. El 23 se comenzó en el Santuario la adoración continua ante el Santísimo Sacramento para implorar su curación. Cada media hora se turnaban los alumnos, distribuidos por clases o talleres. Él mismo recomendaba que se rezase. Cuando los más ancianos y los Superiores de la casa iban a verlo, decía:
—Rezad todos por mí. Decid a todos los Hermanos que recen por mí, para que muera en gracia de Dios; no deseo otra cosa.
Se lo recomendaba especialmente a los más fervorosos para que estuvieran en adoración ante el Santísimo Sacramento por él, sucediéndose los unos a los otros sin interrupción.
Triste y solemne fue el 23 de diciembre, cuando parecía que la enfermedad se acercaba a su fin. Las palabras que entonces dijo Don Bosco fueron dignas de perenne recordación. Dijo a Monseñor Cagliero:
—¿Te acordarás bien de la razón por la cual el Padre Santo debe proteger nuestras Misiones? Dirás a Su Santidad que no había convenido decirlo hasta ahora y es porque la Sociedad y los salesianos tienen por objeto especial sostener la autoridad de la Santa Sede, dondequiera que se encuentren, dondequiera que trabajen... Vosotros iréis protegidos por el Papa al África y atravesaréis...; iréis al Asia, a la Tartaria... y a otras partes... Tened fe.
Por la tarde fue a visitarlo el Cardenal Alimonda, que lo abrazó y besó tiernamente. Don Bosco se quitó el bonete y le dijo:
—,-Eminencia, le recomiendo que rece para que pueda salvar mi alma!
Y después:
—Le recomiendo mi Congregación.
El Cardenal lo animó, le habló de la conformidad con la
voluntad de Dios, le recordó que había trabajado mucho por Él, y al verlo siempre con el birrete en la mano, se lo puso en la cabeza. Don Bosco, visiblemente conmovido, continué diciendo:
—He hecho siempre todo lo que he podido. Hágase de mí lo que la santa voluntad de Dios quiera.
—Pocos pueden hablar como usted en punto de muerte.
— ¡Tiempos difíciles, Eminencia! Hemos pasado tiempos difíciles... ¡Pero la autoridad del Papa... la autoridad del Papa! Se lo he dicho aquí a Monseñor Cagliero que le diga al Padre Santo que los Salesianos están para defender la autoridad del Papa dondequiera que trabajen, dondequiera que se encuentren.
Y al hablar así, se entusiasmaba.
— Sí, querido Don Bosco —dijo Monseñor Cagliero, que estaba a los pies de la cama—; lo recuerdo, esté seguro de que cumpliré su encargo para el Padre Santo.
—Pero usted, Don Juan —añadió el Cardenal—, no debe temer la muerte; usted que ha recomendado tantas veces a los demás que estén preparados.
—;Nos habló de esto tantas veces! —agregó Monseñor Cagliero—. Más aún, era su tema principal.
—Lo he dicho a los otros —acabó diciendo humildemente Don Bosco--; pero ahora tengo necesidad de que otros me lo digan a mí.
Pidió su bendición al Cardenal, el cual, al despedirse, le volvió a abrazar y lo besó profundamente conmovido.
A las cinco llegó Don Giacomelli, su confesor, y en otro tiempo compañero de Seminario, con el cual permaneció sólo durante algunos minutos. ¡Qué recuerdos nos trajo aquel buen sacerdote! En 1885 había caído enfermo de muerte y Don Bosco le había dicho:
— Alégrate; no temas. ¿No sabes que te tocará asistir a Don Bosco en sus últimos momentos?
II
La víspera de Navidad, por la mañana, pidió la Sagrada Comunión como Viático. Se lo llevó en forma solemne Monseñor Cagliero. El largo cortejo de niños vestidos con sotana y sobrepelliz que iban detrás de la cruz, subió por la escalera del estudio y se alineó en la biblioteca, cerca de la puerta de la habitación de Don Bosco. Vuelto a algunos sacerdotes que estaban en torno suyo, les dijo repetidas veces:
—Ayudadme, ayudadme vosotros a recibir bien a Jesús... Yo estoy turbado... In manos tuas commendo spíritum meum.
¡Qué escena tan conmovedora! ¡No se oían más que sollozos! Hasta el mismo Monseñor Cagliero no pudo contener las lágrimas.
En conformidad con los deseos manifestados en diversas ocasiones, dijo el enfermo a Don Viglietti:
—Hazme el favor de mirar en los bolsillos de mi sotana; allí están la cartera y el portamonedas; creo que no habrá nada dentro; pero si hay algún dinero, entrégaselo a Don Rúa. Quiero morir de modo que se pueda decir: "¡Don Bosco ha muerto sin un céntimo en el bolsillo!"
Una hora antes de la medianoche rogó que pidiesen una bendición especial al Padre Santo.
—; Pido una cosa sola al Señor: que pueda salvar mi pobre alma! Te recomiendo que digas a todos los salesianos que trabajen con celo y con ardor. ¡Trabajo!, ¡trabajo!, dedicaos siempre e incansablemente a salvar almas.
Era la recomendación más frecuente de aquellos últimos días:
—Salvad almas, salvad almas; ahora os toca a vosotros; Yo no puedo hacer nada. ¡Oh, cuántas almas salvará María Auxiliadora por medio de los Salesianos!
* *
El día de Navidad llegó la bendición del Padre Santo' quien apenado por la "enfermedad de Don Bosco, rezaba por él". Fueron a visitarle varios Obispos. La niña de la Tierra del Fuego no podía estar tranquila, y a cada instante pre_ Juntaba a las Hermanas:
—¿Está enfermo Don Bosco?
E iba a la iglesia a rezar al Santísimo Sacramento; y con frecuencia tiernas lágrimas bañaban su cobrizo rostro.
El día de San Esteban fue a despedirse el Cardenal Alimonda, que debía ir a Roma. Prorrumpió en lágrimas, lo abrazó varias veces y lo bendijo con gran cariño. Fue también la Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora a implorar su bendición.
--;Sí —dijo Don Bosco—, bendigo a todas las casas de las Hijas de María Auxiliadora, bendigo a la Superiora General y a todas las Hermanas; procuren salvar muchas almas!
—Un recuerdo especial, Padre, para nosotras.
—Sí, con gusto: ameos mutuamente en el Señor; compadeceos en vuestros defectos, ayudaos en el trabajo; rogad las unas por las otras.
Todos los días publicaban los diarios el boletín sanitario; el Oratorio se veía asediado por personas que pedían noticias; por todas partes se elevaban fervorosas plegarias y se hacían votos y promesas por su curación. Don libera, que vino de Marsella. dijo al enfermo:
—Es la tercera vez, Don Bosco, que llega usted a las puertas de la Eternidad y después retrocede, por las oraciones de sus hijos. Estoy seguro de que lo mismo ocurrirá esta vez.
Y contestó el Siervo de Dios:
—;Esta vez no volveré atrás!
21 debía de conocer sin duda el día preciso de su muerte.
Don Barberis y el Príncipe Czartoryski tenían que ir a Niza y fueron a pedirle la bendición, no sin indicar su temor de no verle a la vuelta. El buen Padre los tranquilizó, diciéndoles que lo verían de nuevo, "¡con tal que no se detuviesen mucho!".
El 28 de diciembre se notó alguna mejoría. "Los médicos —escribió Don Rúa a las casas—, esta mañana, a las once, han encontrado una mejoría notable en la salud de nuestro querido Padre. Habla y digiere y él mismo decía esta mañana temprano que se encontraba mejor."
El 29 de diciembre no empeoró, pero casi siempre estuvo amodorrado. Por la tarde llamó a Don Rúa y a Monseñor Cagliero y les dijo que recomendasen a todos los salesianos que se amasen como hermanos y que propagasen fervorosamente la devoción a María Auxiliadora. Hacia las diez recibió de Monseñor Cagliero la Bendición Papal. Secundando sus deseos, Monseñor mismo recité el acto de contrición.
La devoción a María Auxiliadora y la frecuente Comunión fue el aguinaldo que dio a los salesianos para el nuevo año y para toda la vida.
Gran serenidad de ánimo que le hacía bromear en medio de sus dolores, resignación plena y entera a la voluntad de Dios, espíritu de fe y de piedad extraordinaria y continuas efusiones de caridad: he aquí las disposiciones de ánimo que demostró Don Bosco durante su enfermedad.
El 31 de diciembre pidió la bendición de María Auxiliadora, que otras veces ya había recibido. Los médicos observaron una notable mejoría y declararon que la enfermedad no presentaba ningún síntoma de próximo peligro; antes bien, permitía concebir fundadas esperanzas de restablecimiento. "Dios sea bendito —escribía l'Unitá Cattoliett—, que nos favorece con este consuelo al expirar el año 1887 y al comenzar el de 1888."
* * *
Era universal el interés que inspiraba su enfermedad. El 7 de enero el Cardenal Alimonda escribía desde Roma
manifestando cuán grande era allí la ansiedad por su salud' y que el Papa había pedido noticias repetidas veces con viva, interés.
Aquella misma tarde, por consejo de los médicos, se l llevó pan rallado y un huevo. Antes de tomar el escaso alimento, se quitó el birrete, se santiguó y rezó con fervor. Se temía que le hiciese daño, pero lo retuvo muy bien, y comenzó con vivacidad inesperada a pedir noticias de mil cosa
Quiso saber lo que se decía de Roma, del Papa, de su Jubileo Sacerdotal y aun se puso a hablar con varios clérigos. No se
había encontrado nunca tan bien. Dijo a Don Lemoynne
—¿Cómo puede explicarse que una persona, después d veintiún días de cama, casi sin comer, con la mente sumamente debilitada, vuelva en sí de pronto, lo comprenda todo y se sienta con fuerzas y casi capaz de levantarse, escribir y trabajar? ¡Si me siento sano en estos momentos como si nunca hubiese estado enfermo! A quien pregunte, le podéis responder así: Quon DEUS IMPERIO, TU, PRECE, VIRGO, POTENS!... (Puedes, Virgen, con tus ruegos lo que Dios con sus mandatos.) ¡Ciertamente, ésta no es todavía mi hora; podrá ser dentro de pesco; ahora, no!
Fue en verdad una gracia señalada de María Auxiliadora' porque así pudo arreglar varios asuntos y dar normas definitivas para la marcha del Oratorio y de otras casas.
El 8 de enero de 1888 fue a verlo el Duque de Norfolk que, como hemos dicho, iba a Roma como enviado de Reina Victoria junto al Papa; visitáronle también mucho! peregrinos ingleses y franceses, belgas, suizos y alemane3 que venían de Roma o iban allá.
El 16 de enero continuó la mejoría y los doctores dictaron disposiciones para que se preparase un cómodo sillón, a fir de facilitarle la respiración cuando pudiese levantarse. Pero él dijo que eran inútiles estos preparativos. Todavía continuó recibiendo visitas, y entre ellas al Arzobispo de Malinas, Monseñor Goosens junto con su Vicario General, al Obispo de Tréveris con su séquito, y a Monseñor Richard, Arzobispo de París.
Pero el 20 de enero cesó la mejoría; el 25 el enfermo volvió al estado de un mes antes. Ello no obstante, al ver la ansiedad y el temor que manifestaban los que lo rodeaban, trataba de reanimarlos. "Algunas veces —dice Don Rúa—, cuando no podía hablar, interpelaba jocosamente a los visitantes:
—¿Podrías indicarme dónde habría una fábrica de fuelles?
Maravillados preguntaban:
—¿Tiene usted quizá que mandar reparar algún órgano o armonio?
—Sí, el órgano de mis pulmones, que no quiere servir; tendría necesidad de cambiarme los fuelles. Dispensadme si no puedo hablaron tan fuerte como quisiera."
Así, en broma y sin lamentarse, dejaba entender hasta qué punto de extenuación había llegado, al paso que daba satisfacción a sus interlocutores a pesar de la escasez de su voz y de sus palabras.
* * *
Monseñor Cagliero solicitó ir a Roma, y él le dijo: —Sí, ya irás, harás muy bien; pero espera un poco. Este poco se adivinó que era la proximidad de su muerte. Siempre demostraba una admirable calma. Cuando se le exhortaba en sus dolores a que recordase a Jesús sufriendo en la cruz sin poderse mover, decía:
—Sí, es lo que siempre hago.
Don Sala quiso darle ánimo diciéndole:
—Don Bosco, ahora se encontrará contento ante la idea de haber conseguido, aunque a costa de tantos trabajos y fatigas, fundar la Sociedad Salesiana y extenderla Par todas partes.
— Si --respondió--; lo que he hecho, lo he hecho por el Señor... y hubiera querido hacer más... pero lo harán mis hijos.
Y tomando un poco de aliento prosiguió:
— Nuestra Sociedad está guiada por Dios y protegida pea María Auxiliadora.
Después suplicó que le sugiriesen jaculatorias- A cada instante, volviéndose al Santuario, rezaba y se santiguaba devotamente.
El 28 de enero, antes de recibir la Sagrada Comunión. dijo en voz baja:
—• Pronto llegará el fm!
Y a Don Bonetti:
— Diles a los chicos que los espero a todos en el Cielo.
Estas palabras, recogidas cariñosamente, vinieron a aumentar la tristeza que a todos dominaba. Al anochecer exclamó:
— ;Pablito. Pablito! ¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes?
Todos los presentes creyeron que llamaba a Don /Libera, Inspector de las casas salesianas de Francia, el cual había vuelto a Marsella.
El 29, fiesta de San Francisco de Sales, exteriormente había alegría, cantos musicales y solemnes funciones pontificales en el Santuario; pero dolor, amargura y angustia ea todos los corazones. Don Bosco recibió todavía la Sagrada Comunión, que fue la última; después permaneció amodorrado todo el día. Reconoció y bendijo al Conde Incisa, presídento de la fiesta, y a Monseñor Rosaz, Obispo de Sima, que habla predicado el panegírico. Estaba continuamente sumido en profundo sopor, aletargado y no salía de su estado; sino cuando se le hablaba del Paraíso o de cosas del alma. Si le presentaban alimento o bebida, con una señal lo racha» taba. Don Bonetti le dijo la jaculatoria: María, Mater grill tos, tu nos ab hoste prótege... Y le respondió: Et monis hora irnsripel Con frecuencia exclamaba:
* Madre Madre! ¡Mañana!
Al toque del Avemaría de la tarde, le invitaron a saludar a la Virgen con las palabras ;Viva Maria!, y las repitió con voz. inteligible. Más tarde dijo en voz baja:
— [Jesús!... ;Marjal_ ¡Jesús, María, os doy el corazón y el alma In mucus tima, Dómine, commendo spiritum meum... ;Oh Madre!... ¡Madre!_. ;Abridme las puertas del Paraíso!
Con las manos juntas repetía algunos textos de la Sagrada Escritura, que fueron el programa de toda su vida. pub-jiu inirnicos vestros... 8encfdcire qui vos perseguun
Quaérite primum regnum Dei...
Durante la noche repitió varias veces aún, levantando la mano izquierda, porque la derecha la tenía rígida:
— ; Hágase la voluntad de Dios!
Después cesó de hablar. Pero todo el día y la noche siguiente continuó levantando la mano izquierda, de cuando en cuando, con gran esfuerzo, para ofrecer a Dioa el sacrificio de su preciosa existencia.
A las diez de la mañana del 30 de enero, Monseñor Cagliero empezó las Letanías de los moribundos, hallándose presentes muchos salesianos. Los médicos habían dicho que por la noche o antes del alba del nuevo día habría volado al Cielo. La noticia se difundió por el Oratorio y desgarró loe corazones. Los salesianos pudieron verlo una vez más y Don Rúa permitió a todos que le besasen la mano, Silenciosos se reunieron en pequeños grupos en la capilla privada y uno a uno desfilaron por la habitación del moribundo, el cual estaba en la cama con la cabeza algo levantada, un poco inclinado hacia el lado derecho y apoyado en las almohadas, tranquila, con los ojos entornados y las manos extendidas en el lecho. Tenía un crucifijo sobre el pecho y a los pies velase extendida la estola morada, insignia del sacerdocio. Sus hijos se acercaban de puntillas, se arrodillaban un instante y apenados estampaban un beso en aquella mano, que tantas se había levantado para bendecirlos.
Fueron varios centenares, porque acudieron también de los colegios vecinos.
* * *
Llegó un telegrama del Ecuador que anunciaba el felarribo de nuestros misioneros a Guayaquil; Don Rúa se aproximó a comunicar la noticia al moribundo, el cual abrió los ojos y los volvió al cielo. Monseñor Cagliero y Monseñor Leto alternaban en sugerirle algunas jaculatorias. Las más fre• cuentes eran: Jesu, spes mea, miserere mei... María Auxilium Christianorum, ora pro nobis.
A las ocho entró en la habitación el confesor, púsose la estola y rezó algunas oraciones del ritual. A hora avanzada, y como parecía que la muerte no estaba tan próxima, algunos de los Superiores se retiraron a sus habitaciones; pe Don Rúa y otros quedaron allí. El moribundo pasó la noch inmóvil y respirando afanosamente.
El 31 de enero, a la una y cuarenta y cinco, entró en ag nía. Don Rúa se puso la estola y rezó de nuevo las oracion de los agonizantes. Se llama de prisa a los otros Superiores¡ en un momento la habitación se llena de sacerdotes, clérig y coadjutores. Todos se arrodillan. Llega Monseñor Cagliero al cual Don Rúa cede la estola, para pasar a la derecha de moribundo, e inclinándose junto al oído del Padre querido le dice con voz sofocada por el dolor:
—Don Bosco, aquí estamos nosotros sus hijos; le pedi mos perdón por todos los disgustos que por nuestra caus ha soportado. En señal de perdón y paternal benevolencia dénos una vez más su bendición. Yo le llevaré la mano y pronunciaré la fórmula.
¡Escena emocionante! Todas las frentes se inclinaron hacia el suelo y Don Rúa, haciendo un esfuerzo y pronunciando las palabras de la bendición, levanta la diestra paralizada del
Don Bosco e invoca la protección de María Auxiliadora sobre los hijos presentes y sobre los demás esparcidos por toda la Tierra.
* * *
A las tres de la mañana llegó otro telegrama de Roma con la Bendición Apostólica: "A Don Bosco, gravemente enfermo." A las cuatro y media Monseñor lee el "Pro f icíscere" y finalmente la campana de María Auxiliadora toca el Avería. Todos los presentes en la habitación rezan el Ángelus. Don Bonetti susurra al oído del moribundo lo que otras veces le había repetido: "¡Viva María!" Cesa el estertor que durante una hora y media se había estado tristemente oyendo; la respiración se vuelve unos instantes tranquila y franca; un momento después parece que le falta...
—¡Don Bosco se muere! —exclama Don Belmonte.
Todos se estrechan en torno del lecho y lo ven lanzar tres suspiros a breves intervalos. Monseñor Cagliero le sugiere las últimas jaculatorias: "¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma míal..." ¡Don Rúa y los otros superiores, directores, sacerdotes, clérigos y coadjutores, transidos de pena, acompañan con dolientes suspiros los últimos del Padre que nos deja en esta tierra para esperarnos en el Cielo! Había cumplido los 72 años, cinco meses y quince días.
Monseñor Cagliero entona conmovido el "Subvenite, Sancti Dei", bendiciendo el cadáver implora para el finado el descanso eterno. Quitase la estola que pendía de su cuello y pónesela al difunto y luego coloca en sus manos cruzadas el crucifijo que tantas veces había besado. Después, todos se arrodillan y rezan el "De profundis" alternando los versículos con suspiros, gemidos y sollozos. Al fin, Don Rúa se levanta y vuelto a los Hermanos, con voz interrumpida por el llanto, dice: "¡Somos dos veces huérfanos! Pero consolémonos; si hemos perdido un padre en la Tierra, hemos adquirido un protector en el Cielo. Mostrémonos dignos de él, siguiendo sus santos ejemplos."
Eran las cuatro y cuarenta y cinco del 31 de enero de 1888. Varias fueron las personas que gozaron aquella mañana de la aparición del alma de Don Bosco, y fueron auxiliados en sus padecimientos. En Grado, una extática vio el alma del Santo entrar en el Paraíso, acogida con tanta fiesta como no se había visto con ninguna otra desde el día en que diez años antes había ocurrido lo mismo para el ingreso del alma de Pío IX. Otra religiosa que pertenecía a una familia devota del Santo, se encontraba en circunstancias penosas, que la tenían privada de la tranquilidad necesaria para su felicidad y para procurar el bien de los otros. Cuando supo que Don Bosco estaba moribundo dijo para sí: "Mi madre irá a verlo y me recomendará a sus oraciones." Y he aquí que el 31 de enero, mientras toda la Comunidad estaba en la iglesia y ella había logrado dormirse después de una noche agitada, oyó que a poco la llamaron.
— ¡Sor Filomena! ¿Qué tiene?
"Don Bosco —escribe la religiosa— estaba en pie, detrás de mi lecho, llevando su acostumbrada esclavina recogida sobre el brazo, con el sombrero en la mano derecha y joven, alegre y vivaz, justamente como lo había visto muchas veces en nuestra casa en mi niñez."
— ¡Oh Don Bosco! —le respondí—. ¿Le ha hablado mi madre de mi? ¡Estoy tan contrariada y me siento tan débil, que no puedo hacer ningún bien!
—Sé que su madre debía venir, pero no ha podido —respondió Don Bosco—. Oiga; cuando yo estaba en este mundo, muy poco era lo que podía hacer por usted y por su familia; pero ahora que estoy en el Paraíso, mi poder se ha acrecentado. Quiero hacer ahora lo que no pude entonces cuando tanto tenía que trabajar con mis niños...
A estas palabras la religiosa le rogó que intercediera con Dios para que recobrara la salud. Don Bosco le respondió: —Levántese, pues, Dios está con usted.
La religiosa se levantó, fue a la iglesia a dar gracias y en aquel mismo día se enteró de la muerte del Siervo de Dios.
El 31 de enero de 1888, por la mañana, apenas expiró el Santo, se comunicó la triste noticia a las casas salesianas, al Sumo Pontífice, al Cardenal Alimonda y a los principales bienhechores, con estas palabras: "Don Bosco esta mañana, a las cuatro y cuarenta y cinco ha volado al Cielo." Por la mañana Don Rúa redactó el anuncio oficial con la angustia en el corazón, con los ojos hinchados por el llanto y con mano trémula; el anuncio más doloroso que jamás había dado y podía dar en su vida: "Nuestro queridísimo Padre en Jesucristo, nuestro Fundador, el amigo, el consejero, el guía de nuestra vida HA MUERTO." Su carta, traducida a otras lenguas, se envió durante aquel día a los Cooperadores.
La dolorosa noticia se difundió por todo el mundo, causando gran sentimiento. En el Oratorio se comunicó a los jóvenes en los diversos dormitorios a la hora de levantarse y motivó el llanto y dolor más profundo. Doce de ellos habían ofrecido su vida a Dios para que se prolongase la del amadísimo Padre. La Comunión de aquella mañana fue general, y todos los sacerdotes celebraron también en sufragio de aquella grande alma del difunto maestro. A las diez se cantó Misa de Réquiem. Hasta aquella hora no cesó la afluencia de los salesianos que rezaban, deshaciéndose en lágrimas. A las diez Don Sala y el enfermero, asistidos y dirigidos por los médicos señores Albertotti, Bestente y Bonelli, que quisieron mostrar hasta el último momento el amor que profesaban al difunto, le lavaron el cuerpo, lo amortajaron y lo colocaron en un sillón y el fotógrafo Deasti y el pintor Rollini lo fotografiaron. Antes ya lo habían retratado en la serena posición en que había expirado.
Superiores' y médicos no consintieron que se obtuviese una mascarilla, para no profanar lo más mínimo la cara del amadísimo Padre. Reehazóse también la idea de embalsamarlo.
El doctor Fissore mismo dijo:
—;Hace muchos años que conozco a Don Bosco; tengo tanto respeto a su cuerpo, que no me atrevería a profanarlo con el embalsamamiento!
Por la tarde, al difundirse la triste noticia, se cerraron 1
los establecimientos y las oficinas de la ciudad con el letrero: "Cerrado por la muerte de Don Bosco." Muchísimas perso
nas, con los ojos bañados en lágrimas, fueron a la portería solicitando ver los restos mortales. En atención a lo estrecho del lugar donde estaba, no se pudo dar entrada sino a las personas más conocidas.
El cadáver, revestido con los hábitos sacerdotales color violáceo, se acomodó en un sillón y se colocó en la pequeña
galería contigua a la habitación donde había expirado. En la mano derecha le pusieron el crucifijo. A no ser por la palidez de la muerte, que contrastaba con lo morado de los ornamentos, se hubiera dicho que dormía plácidamente. Allí, durante todo el día, fueron sus hijos a rezar, besándole la mano y regándola con lágrimas, grupos de sacerdotes, patricios y señoras devotas. Todos, en vez de experimentar temor, sentíanse movidos de devoción y reverencia. Por la noche un grupo de Hijas de María Auxiliadora fue a besar la mano del Fundador.
En Turín eran arrebatados de las manos los periódicos que daban la triste noticia y hablaban de las obras realizadas por Don Bosco. Algunos hicieron varias ediciones, que se agotaron muy pronto; se leían en alta voz y con sentimiento, aun en la calle.
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Por la noche se reunió el Capítulo Superior de la Sociedad y deliberó que si se obtenía de la autoridad competente permiso para enterrar a Don Bosco en la basílica de María Auxiliadora o en el Seminario de las Misiones Extranjeras en Valsálice, se comenzarían inmediatamente en la basílica los trabajos de ornamentación que tanto interesaron a Don Bosco y que ya estaban en estudio por su iniciativa.
Al mismo tiempo se convirtió en capilla ardiente la iglesia de San Francisco. Apenas se abrió al público la iglesia, en un momento se movió toda Turín.
Después del mediodía aumentó tanto la muchedumbre de los devotos, que hubo que darles entrada por la cancela del Oratorio Festivo y salida por la puerta del Instituto. Eran señores y gente del pueblo, que movidos por los mismos sentimientos de piedad y de pena, se acercaban a contemplar el cadáver y rogaban a los sacerdotes que lo custodiaban, que tocaran en él medallas, rosarios, relojes, pañuelos y devocionarios. Hacia las cuatro de la tarde aumentó tanto la concurrencia, que fue preciso prohibir que tocaran objetos en el cadáver, para que la multitud no se detuviera, sino que desfilase ordenada, compacta y continuamente.
Cerca de las veinte se prohibió la entrada; pero hubo que permitirla a muchos que habían llegado de diversas partes del Piamonte para contemplar el semblante del Siervo de Dios, siempre inalterable y casi sonriente, como de quien duerme en plácido sueño. La escena más conmovedora de aquel día fue el adiós que después de la cena dieron al amado Padre los alumnos del Oratorio. Reunidos en la pequeña iglesia y aglomerados en parte en la puerta, rezaron las oraciones de la noche; después permaneciendo todos de rodillas, levantóse Don Francesia en medio de aquel solemne silencio Para dar las "Buenas noches", y dijo:
—Ved aquí a nuestro amado Padre con la calma, la tranquilidad y la sonrisa que siempre afloró en sus labios. Parece que quiere hablarnos, y vosotros esperáis que se levante y 08 dirija la palabra. Pero ya no puede repetirnos aquellas santas enseñanzas que tantas veces nos dio; no puede hablarnos ya... ¿Y qué os diré yo desde este sitio donde Don Bosco hizo tanto por vosotros? No puedo hacer otra cosa que repetiros las últimas palabras que os dedicó al preguntarle qué recuerdo quería dejar a sus jóvenes: "Decid a los jóvenes que los espero a todos en el Paraíso."
Había en la iglesia un recogimiento tan íntimo y pro. fundo, que parecía oirse la afanosa respiración de los pobres jóvenes, a los cuales Don Bosco en su serena muerte, había bendecido para siempre. Cuando recibieron la orden de retirarse a sus dormitorios, todos permanecieron inmóviles, llorosos y a duras penas se alejaron después de haber contemplado una vez más de cerca al amado bienhechor.
Durante toda la noche velaron rezando sacerdotes, clérigos y coadjutores salesianos. Don Rúa oró mucho tiempo con profundo recogimiento.
El 2 de febrero, a las siete y media de la tarde, colocaron el venerado cadáver en una triple caja, revestido con los sagrados ornamentos pero sin cerrarla, para que varios Hermanos que habían de venir de lejos, según lo habían anunciado, tuvieran el consuelo de ver una vez más el amorosísimo semblante del Padre. Muchos, en efecto, llegaron de Italia y Francia, y entre ellos, Don Albera. y Don Bologna.
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Los funerales resultaron imponentes. Cerraron el féretro y fue sellado definitivamente a las catorce, estando presentes todos los miembros del Capítulo Superior. A las quince y media, cuando las campanas del Santuario dieron los primeros toques para el desfile del cortejo, cien mil personas estaban formadas a lo largo del trayecto, dos largas filas de clérigos, doscientos sacerdotes, más de cuarenta párrocos y canónigos, y los Obispos Monseñor Cagliero, Monseñor Leto y Monseñor Bertagna precedían al cadáver, llevado a hombros por ocho sacerdotes salesianos. Al paso de la comitiva todos se descubrían respetuosamente, muchos se arrodillaban y otros conmovidos repetían las exclamaciones que el día anterior tantas veces dejaron escapar millares de labios trémulos de veneración: "¡Era un Santo! ¡Es un Santo!"
Inmediatamente detrás del féretro iba Don Rúa, abrumado por las dolorosas impresiones de aquellos días, y recogido en su inmenso dolor, entre los otros miembros del Capítulo. Seguía luego una multitud incontable de sacerdotes, de clérigos y de seglares, quiénes para rendir su tributo particular de veneración al ilustre finado, quiénes en representación de diversas entidades y personalidades de la ciudad. No faltaron tampoco numerosas representaciones del extranjero. A ambos lados de esta imponente comitiva fúnebre iban dos largas filas de lacayos vestidos de librea con los emblemas de armas de la Nobleza turinesa, precedidos de los pajes y maceros de la Corporación Municipal. Finalmente iban centenares de personas que rezaban devotamente el Rosario. ¡Nunca se había visto un concurso de gente tan numeroso y espontáneo! Don Bosco, hijo del pueblo, bienhechor del pueblo, recibía del pueblo la mayor de las demostraciones de afecto y reverencia. ¡Aquello no fue un entierro, fue un triunfo!
A duras penas se pudo entrar de nuevo en el Santuario, donde, con la asistencia de los Obispos de Mágida y Samaria, Monseñor Bertagna ofició las exequias. Pero he aquí que apenas dada la absolución al cadáver, el pueblo se precipita sobre el féretro para besarlo como se besan las cosas santas: las coronas de flores que estaban suspendidas de seis grandes candelabros son hechas pedazos, y así hubieran hecho con el Paño mortuorio y aun la caja misma, si inmediatamente no se hubiera transportado el cadáver a la iglesia de San Francisco en espera de la inhumación. Al mismo tiempo, cuando entró en la casa la Comunidad, invadió todos los corazones una paz y un gozo profundo e inusitado. Los que antes habían llorado tanto, se sintieron calmados como si Don Bosco no hubiera muerto, sino que realmente se encontrara entre sus hijos. Todo era entonces evocar dulcemente aquellas palabras santas y amables que tantas veces brotaron de sus paternales labios; aquellos rasgos más salientes y amables de su vida y, en fin, todo un conjunto de sonrisas y de sentimientos de placidez y de contento que no es fácil describir.
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Se recibió del ministro Crispi permiso para inhumar el cadáver en Valsálice; y a las cinco y cuarto del 4 de febrero, llegaba al Oratorio el coche fúnebre para el transporte del féretro. Antes que éste fuese depositado, Don Rúa lo besó llorando, y después en forma completamente privada se efectuó el traslado. En Valsálice esperaban en dos filas y con velas encendidas los clérigos y los sacerdotes de la casa, quienes lo acompañaron a la antigua iglesia, y allí Monseñor Cagliero cantó las exequias, a las cuales siguió el Oficio de Difuntos.
El día 6, estando ya preparada la tumba, Monseñor la bendijo, se renovaron las exequias y se hizo la inhumación. Finalmente, todos los presentes volvieron a la iglesia. Monseñor Cagliero, primicia del episcopado salesiano, tomó la palabra. Dijo que los Superiores confiaban a los clérigos de Valsálice el precioso depósito; les recomendó custodiarlo bien y recibir con fraternal amor a los salesianos de las otras casas que vinieran a visitarlo, confiando en que ellos serían los primeros en hacerlo para enfervorizarse con la práctica de las grandes virtudes del Padre.
Don Rúa añadió unas pocas palabras para decir que la Divina Providencia confiaba a Valsálice el cuerpo de Don Bosco.
El 1 de marzo celebróse un solemnísimo funeral de trigésima en el Santuario de María Auxiliadora, adornado con grandes colgaduras de luto. No pudo ser mayor la concurrencia del pueblo. Hizo el elogio fúnebre el Cardenal Alimonda, el cual exaltó la obra divinizadora de Don Bosco en el siglo xzx, parangonándolo con San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. La voz elocuentísima del venerando purpurado se oía entrecortada por su inmensa emoción.
En la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Roma también se celebraron funerales de trigésima.
Los antiguos alumnos del Oratorio quisieron igualmente rendir un tributo especial al amadísimo bienhechor el 8 de marzo en el Santuario de María Auxiliadora. El canónigo Ballesio, en una sentidísima oración fúnebre, habló de la vida íntima del Siervo de Dios en el Oratorio; es, por tanto, un documento preciosísimo de autenticidad incontrovertible. Ballesio vivió muchos años con él y lo mismo la mayor parte de sus oyentes.
Los funerales celebrados en muchos pueblos y ciudades de Italia, Francia, España, Argentina, Chile, Brasil fueron tantos y tan espontáneos y solemnes, por el concurso de las autoridades y el pueblo, que parecieron un imponente triunfo con que quiso el Señor glorificar a su humildísimo Siervo. Los más ilustres dignatarios de la Iglesia y los oradores más insignes lo llamaron un alma privilegiada de Dios, un insigne bienhechor del género humano, una gloria espléndida de la Religión, un émulo de San Vicente de Paúl, de San Jerónimo Emiliano, de San José de Calasanz y de San Juan Bautista de la Salle, un Santo sacerdote, plasmado según el corazón de Dios. El Cardenal Rampolla, al transmitir a Don Rúa el pésame del Papa León XIII, lo llamaba "un apóstol, cuya pérdida ocasiona un vacío, del cual se lamentaba la Iglesia". El Cardenal Richelmy, entonces Obispo de Ivrea, el Cardenal Massaia, eI Cardenal Capecelatro y otros Cardenales, el Arzobispo de París y centenares de otros Obispos y Prelados expresaron el mismo dolor, la misma estima y la creencia de que ya estaba en el Cielo. El Obispo de Pamplona dijo que no se podía dudar de la dicha completa de Don Bosco en el Paraíso. El Obispo de Barcelona, Monseñor Jaime. Catalá y Albosa, además de llamarlo gloria de la estirpe humana, de los sacerdotes, de la Iglesia y de todas las órele. nes Religiosas, acababa diciendo:
—Hijos míos, hoy hemos honrado la memoria de un gran hombre; mañana levantaremos una iglesia a un gran Santo.
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También el Sumo Pontífice León XIII, que acostumbraba llamarlo "el Santo", hizo repetidas veces el mismo elogio en las primeras audiencias concedidas a Don Rúa, lamentando ser ya anciano y no poder así cooperar a su Beatificación.
A estas autorizadas voces y venerables testimonios se unió siempre, alto y sonoro, el coro de todos sus hijos espirituales, salesianos, alumnos, ex alumnos, Cooperadores y admiradores, próximos y lejanos, que fueron en piadosa peregrinación a su tumba. Sobre ésta se erigió una capilla. Los restos mortales se inhumaron a la altura del bajorrelieve en mármol, que lo representa; debajo se leía: Hic compósi, tus est in pace Christi Joannes Bosco Sacerdos, orphanorum Pater. — Natus Castrinovi apud Astenses XVII Kal. Sept. MDCCCXV, obitit Aug. Taurin. pridie Kal. Februar. MDCCCLXXXVIII.
(Aquí yace en la paz de Cristo el sacerdote Juan Bosco Padre de los huérfanos, nacido en Castelnuovo de Asti e 16 de agosto de 1815, muerto en Turín el 31 de enerc de 1888.)
El Señor, inmediatamente después de la muerte de Don Bosco, continuó obrando por su intercesión aquellas mismas maravillas que por su mediación había multiplicado durante su vida. Con las visitas a su sepulcro, con la invocación de su nombre y la aplicación de sus imágenes y reliquias, curaron y curan personas atacadas de males inveterados e incurables.
.. El pueblo —aseguraba Don Rúa en el primer proceso de la Beatificación del Santo— tenía ya gran devoción al Siervo de Dios durante su vida. Esta veneración continuó después de su muerte y fue acentuándose con la continua demanda de oraciones para obtener su intercesión, lo mismo que con las incesantes visitas que se hacen a su tumba..."; y "son más bien personas instruidas y constituidas en dignidad, especialmente eclesiástica, las que demuestran fe especial en su intercesión. Son Obispos, Arzobispos, .Cardenales, sacerdotes, canónigos, profesores, médicos, abogados y seglares de todas clases, los que acuden a aquella veneranda tumba y así demuestran su profunda devoción al Siervo de Dios, no rehusando alternar con personas de condición media y pobre, que también acuden allí en gran número".
Esta devoción creció y va creciendo cada día más por todas partes. Los que logran un pedacito de sus vestidos, los que poseen un autógrafo o cualquier objeto que él usó, los conservan cuidadosamente. Muchas familias tienen veneración por las habitaciones que ocupó en sus viajes. Se conservaron también como reliquias aquellos mismos ornamentos que usó, siquiera una vez.
Esta fama de santidad y esta gran veneración hacia el Siervo de Dios .se extendió rápidamente por todo el mundo, En las mismas poblaciones indígenas de la Patagonia se repite el nombre de Don Bosco con veneración, debido a algo. nos hechos prodigiosos, como son frecuentes apariciones. El salesiano Don Evasio Garrone aseguraba haber visto muchas veces llegar al hospital de la Misión en Viedma, desde el centro del desierto o del pie de la cordillera, a pedir asilo a pobres indios necesitados de una operación quirúrgica o de especiales cuidados sanitarios. Al preguntarles quién los había encaminado hasta allí, respondían: "Un Padre, un misionero..." No había ningún misionero de viaje por aquellas tierras, pero ellos repetían que habían encontrado a un Padre muy bueno, que les había hablado con gran caridad y les había dicho: "Id, id al hospital de la Misión", y les había indicado el camino. Algunos, en los puntos más difíciles del viaje, cuando no sabían orientarse, lo habían visto de nuevo, ora a caballo, ora a pie, con su bondadosa sonrisa alentarlos para proseguir el camino, dándoles además precisas indicaciones para realizar el viaje. No pocos pastores de esos grandes rebaños de ovejas o caballos que había en las Pampas, lo vieron en un caballo blanco, viniendo para avisarles de las amenazas de las "indiadas" o de las tempestades de arena que solían asolar esas regiones, y así ponerlos en salvo.
Todos, al ver por vez primera el cuadro de Don Bosco en los corredores del hospital o en la sala de la farmacia, se alegraban al fijar los ojos centelleantes en él. "¡He ahí —decían—, he ahí el Padre que me ha hablado!" En la Tierra del Fuego, muchos de los dos mil y más indios que reposan en el camposanto de la Misión Salesiana, murieron confortados con la visión de Don Bosco y María Auxiliadora. "¡Allí está, la Virgen, qué bella es, qué bella es! ¡Ahí está el Padre grande que me llama y me sonríe!" El Padre grande, según-su modo de expresarse, era el Santo.
Fue tan grande y espontánea la fama de santidad de Don Bosco después de su muerte, que el pensamiento de promover la Causa de su Beatificación nació simultáneamente en Turín, en todo el Piamonte, en Roma y en otras regiones y naciones. Desde febrero de 1888 el mismo Cardenal secretario de Estado Lucio María Parocchi escribió sobre esto a Don Rúa, y en las audiencias que el Papa le concedió, lo exhortó a promoverla cuanto antes, repitiéndole al despedirse: "Le recomiendo la causa de Don Bosco, le recomiendo la causa de Don Bosco".
El proceso ordinario sobre la fama de santidad, vida, virtudes y milagros del Siervo de Dios, se inició en la Curia del Arzobispado de Turín el 4 de junio de 1890; la introducción de la Causa de Beatificación se hizo el 23 de julio de 1907; tanto tiempo se había necesitado para examinar la voluminosa documentación.
En todas partes se dieron gracias a Dios por el feliz éxito del examen de introducción, pero sobre todo en Turín, donde se hizo una peregrinación a Valsálice y una función solemnísima en el Santuario de Valdocco. Finalmente el 7 de agosto de 1907 Pío X lo declaró Venerable. El 30 de enero de 1908, el Eminentísimo Cardenal Pedro Maffi, Arzobispo de Pisa, conmemoró solemnemente en el Oratorio esta declaración de Venerable.
Las fiestas religiosas de Turín tuvieron eco en todo el mundo. Cardenales y Obispos pontificaron en las sagradas funciones de acción de gracias, y con prudentes pero efusivas
expresiones rindieron un homenaje a la misión providencial del hombre de Dios, del Orientador de la juventud, del Apóstol de los nuevos tiempos.
* * *
Después de haberse terminado los procesos de Revisión de los escritos, super non cultu et super fama et virtUtibus
in género; ultimando también el Proceso Apostólico super virtútibus et super miráculis in specie, se leyó el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes el 26 de febrero de 1927.
Una vez concluido el Proceso apostólico sobre las virtudes y sobre los milagros, el 13 de octubre se hizo el rececimiento canónico de los restos mortales. El Eminentisimo Cardenal Cagliero al ver las manos, exclamó con viva expresión: "¡He ahí las manos que tantas veces he besado yo!"
Terminado el reconocimiento, se sellaron y cerraron las cajas y se colocaron en su sitio. Estuvo bastantes horas expuesto: estaba intacto, con sus ornamentos sacerdotales, algo gastada el alba en su extremidad inferior; y cuando se cerró de nuevo el ataúd para volverlo a su sepulcro, había empezado un proceso de momificación.
Finalmente, aprobados ya los milagros obrados por intercesión del Siervo de Dios, el 2 de junio de 1929 el Vicario de Jesucristo Su Santidad Pío XI proclamaba Beato al infatigable apóstol de la juventud, elevándole así a los honores de los altares.
He aquí algunas de las numerosísimas gracias que se examinaron en esos procesos, alcanzadas por intercesión de Don Bosco.
Sor Adela Marchese, Hija de María Auxiliadora, había sido atacada de total ceguera a consecuencia de gota serena y amaurosis, enfermedad que el especialista, doctor Bona, calificó de incurable.
A fines de 1887, hallándose ya enfermo Don Bosco, la Hermana aludida había manifestado varias veces el deseo de presentarse al Santo para recibir su bendición, esperando que así curarla; pero corno el Siervo de Dios se había agravado, no se creyó prudente llevarla a su presencia. Cuando Don Bosco murió, la Religiosa sintió crecer su confianza. El 1 de febrero de 1888 por la tarde, mientras estaba expuesto el cadáver en la iglesia de San Francisco de Sales, fue llevada casi en peso a dicha iglesia llena de gente; pero como se sintió desfallecer, la condujeron a la enfermería con la condición de llevarla de nuevo al día siguiente. En efecto, el 2 por la mañana fue trasladada otra vez ante los restos mortales; la hicieron arrodillar, se le tomó una mano • y se la pusieron sobre la del difunto. Ella la estrechó, la besó, la j llevó a sus ojos, los frotó con ella, pues permanecía flexible, y también I ae hizo con ella la sedal de la cruz, como si él la bendijese; hechc esto, gritó:
—¡Veo a Don Bosco! ¡Veo a Don Bosco!
Instantáneamente recuperó la vista. Desde entonces en adelante, la vista de Sor Adela fue siempre perfecta; y aun parecía que sus ojos habían adquirido más viveza que antes; tan expresivos se tornaron y conservaron hasta la muerte.
El doctor Albertotti calificó esta curación de hecho excepcionalmente extraordinario.
Luisa Piovano, de Turín, estaba afectada de una enfermedad uterina declarada incurable por los médicos; los cuales apenas le daban algunos meses de vida. A su mal físico se agregaba otro moral; su marido no practicaba la Religión; hacia más de veinte años que no se había confesado ni siquiera con ocasión de su casamiento. Como la enferma, hondamente preocupada, ansiaba con su curación la conversión de su marido, aconsejada por personas piadosas, decidió hacer dos novenas a Don Bosco, en cuyo honor encendió también una lamparilla. Comenzó la doble novena el sábado antes del Domingo de Ramos de 1889, segura de que curaría. El tercero o cuarto día de la novena por la noche, después de no poder conciliar el sueño a pesar de los calmantes prescritos por los médicos, la sorprendió una somnolencia invencible, y sofiando vio a Don Bosco revestido de roquete y estola, que le recomendó rezar. Le contestó la paciente que rezaba, pero que todavía no habla obtenido la gracia. El Santo añadió: "Si, sí; reza.", y la visión desapareció. Al despertarse se encontró con la frente bañada en sudor y le pareció ver a Don Bosco no ya en sueños, sino despierta. Desde entonces aumentó en ella la confianza de que el Santo le alcanzaría las dos gracias que solicitaba. El Sábado Santo por la noche se durmió; poco después se despertó sudando, pero completamente transformada. La mañana de Pascua, temprano, aI sentirse enteramente curada fue a San Felipe a hacer sus devociones. Al volver a casa su marido le dijo:
—¡Qué aspecto tan agradable tienes hoy! ¡No pareces la misma de ayer!
Su mujer le respondió.
—¡Ciertamente debe de ser así, porque Don Bosco me ha curado antes de lo que yo creía.
El marido lo tomó a broma, movido de incredulidad; su mujer lloró y pidió con más fervor al Santo que convirtiese a su pobre esposo. Rezó dos horas, por lo menos, diciendo a Don Bosco:
—Hoy es el último día de la novena. ¿No veis qué endurecido esta el corazón de mi marido? ¡Tocádselo y convertidlo.
Por la tarde, después de rezar sus oraciones y el Rosario, le suplicó de nuevo que le concediese la gracia. Por la noche oyó que la llamaban por tres veces:
— ;Luisa! ;Luisa! ;Luisa!
Despertóse y vio a Don Bosco revestido de estola y en medio de una nubecilla de luz blanca, levantado en el aire y junto al lecho. Al reconocerlo la mujer, porque en vida del Santo le había hablado tres veces, exclamó:
—10h Don Bosco!
Este le respondió:
— Si, sí; soy el mismo Don Bosco; ten mucha fe; yo te concederé lo que desean.
— ;Oh Don Bosco! Si me concedes la gracia de que mi marido curo_ pía con el precepto pascual, no lo olvidaré jamás.
Don Bosco, después de añadir: "¡Sí, si, reza, reza!", desapareció.
La mujer refirió al punto a su esposo la misteriosa entrevista, pero él no le prestó fe. A la. mañana siguiente temprano la mujer vio que su marido se levantaba y salía; fue detrás de él, pero de dejos, para no ser vista; lo ve que entra en la iglesia de San Felipe y va a un confesonario; que se confiesa y recibe la Sagrada Comunión. Al llegar a casa enseña a su mujer la papeleta comprobante del cumplimiento pascual y le dice:
Mira! ¿Estás contenta ahora? ;Ya ves que he cumplido con la Iglesia! He querido complacerte. Te aseguro que mi contento es grande; no creía que recibiendo la Sagrada Comunión se experimentase tanto consuelo.
La conversión fue perfecta y ambos la atribuyeron a Don Bosco. Lo mismo que la conversión del marido, fue completo el restablecimiento de la mujer; después del día de Pascua no tuvo que guardar cama un solo dia. El martes siguiente fue a hacer varias visitas y el médico le dijo:
— ;Vaya!, que está usted bien, y ya no tiene necesidad de venir.
En Vesoul, Francia, diócesis de Besancón, una Hermana de la Caridad llamada María Constantina Vorbe, de treinta y seis años, estaba gravemente enferma hacía ocho meses con una o varias úlceras en el estómago, que le causaban vómitos de sangre y la obligaban a alimentarse sólo con leche. Al octavo día de una novena que hacia al Siervo de Dios, se sintió repentinamente curada, se levantó de la cama, comió con la Comunidad y como las otras Hermanas, volvió a sus trabajos
de la cocina y el día siguiente fue en peregrinación a pie, sin experimentar cansancio, a una ermita situada en la colina cercana. Desde entonces su salud, antes delicada, se volvió vigorosa y lozana.
Sor María José, del Instituto de San José en Moriana Saboya, desde 1888 había sido desahuciada de tres médicos por una grave enfermedad en el pecho; tenía tos casi continua con frecuentes esputos de sangre y punzadas en el lado derecho. En 1889 se complicó su enfermedad con dolores intestinales y de cabeza. A consecuencia de una peritonitis tuberculosa, se le habla formado un tumor o absceso que se ebria y se formaba nuevamente. No era posible una operación a causa de su extraordinaria debilidad. La pierna derecha se le hinchó, enfrió y paralizó y el brazo del mismo lado empezó también a debilitarse. Como creyó que pronto iba a morir, recibió la Extremaunción. Le recomendaron que hiciera con la Comunidad una novena a Don Bosco y la comenzó con mucho fervor; el penúltimo día, después de una aparición del Santo, que le prometió que curarte, aumentó su con-danza, hasta que el último dia sanó instantáneamente.
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El sacerdote José Manaj, Rector de Zerfalin, diócesis de Oristán, hacia ya tres dios que tenia una fístula en el ojo izquierdo, que a ratos se hinchaba y casi le impedía la visión. Pidió un objeto cualquiera que hubiera pertenecido a Don Bosco y aplicándoselo al ojo, desaparecieron en un momento la hinchazón y la fístula, hasta el punto de que no le quedó vestigio alguno de la enfermedad. Al aplicarse el pafiito que le enviaron, se encomendó a Don Bosco diciéndole: "Padre Don Bosco, yo creo firmemente que estáis en el Cielo; haced por ello que el mal de mi ojo desaparezca." Al referir esta curación, abadía: "SI no es un milagro esta curación instantánea, yo no veo qué otros milagros pueda haber." El doctor Luis Denti de Oristán, que habla calificado la dolencia de ese sacerdote de criocistitis crónica recrudecida, encontró pocos días después que el ojo estaba perfectamente sano sin que se hubiera aplicado ningún remedio. Este hecho portentoso ocurrió poco después de la muerte del Siervo de Dios.
Estas y muchas otras gracias constan en el Proceso Ordinario y están confirmadas con otras no menos maravillosas en el Proceso Apostólico. El día mismo de la introducción de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios, ocurrió también un hecho singular.
Sor Juanito Lenci, del Instituto de las Hijas de Maria Auxiliadora,1 se encontraba ya hacía mucho tiempo gravemente enferma y casi para morir. Uno de los médicos que la asistían declaró que se trataba de disturbios nerviosos con apariencias de salpingitis sinistra, y aún descubrió otros fenómenos cerebrales que le hicieron pensar en una localización meníngeo de naturaleza tuberculosa. El mismo doctor confesó que hablan resultado inútiles todos los medios terapéuticos puestos en práctica por los médicos de cabecera, y que la enferma sanó a consecuencia de prácticas piadosas el día en que fue discutida la Introducción de la Causa de Don Bosco en la Congregación de Ritos. Aquel dio, 23 de julio de 1907, la enferma se encomendó con gran fe al Santo, lo vio aparecer junto a la almohada y la ayudó, tomando la mano, a sentarse en el lecho. Al instante desapareció el mal. Una hora después Sor Juanita fue al Santuario de María Auxiliadora y al dia siguiente, con maravilla de todos, se encaminó a la tumba de Don Bosco en Valsálice a dar gracias a su bienhechor.
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Los hechos prodigiosos atribuidos a la intercesión del Siervo de Dios son innumerables; hasta tal punto se han Al repetido y repiten. No pudiendo detenernos por más tiempo 1 en señalarlos, nos contentaremos con referir como digno término de ellos los dos milagros solemnemente aprobados por la Iglesia en el curso de los procesos canónicos para la Beatificación y los dos de la Canonización.
El primero de los que sirvieron para la Beatificación se relaciona con una Hija de María Auxiliadora. Sor Provina Negro, perteneciente a la casa de Giaveno, tenía una úlcera gástrica, que sólo pudo diagnos-' ticarse cuando no habla remedio para tan terrible mal. Los dos meses que estuvo en Turín la enferma sometida a tratamiento médico, fueron dos meses de atroces sufrimientos: no podía ingerir ni siquiera una gota de liquido; la lengua y el paladar parecían como de leña seca; no le era posible movimiento alguno; decir una sola palabra le producía un tormento indecible y abrir las manos, una conmoción dolorosisima. Ya parecían perdidas para siempre las últimas esperanzas, a las que tenazmente se aferra el amor instintivo a la vida.
Pues bien, entonces precisamente se despertó en la atribulada alma de la abatida paciente la fe conmovedora de las grandes crisis del dolor, para obtener de Don Bosco el remedio que la ciencia médica impotente le negaba. Ardientes súplicas salieron de su corazón impetrando del buen Padre la curación suspirada; y a ellas por fin puso por remate un rasgo de enérgica y admirable resolución: con el supremo esfuerzo que le prestó una ciega confianza en la bondad y valimiento del Venerable, hizo una bolita de una estampa del Siervo de Dios, que tenía entre las manos; y después de breve oración y sin preocuparse de la imposibilidad de tragar cosa alguna, rápidamente la hizo pasar por la garganta.
Un pujante estremecimiento de vida la sacudió en el instante mismo; sintió como si una oleada de calor vital de la cabeza a los pies la inundase. Entonces se puso a gritar: "¡Estoy curada, estoy curada!" Llorando de conmoción se movía y revolvía sin experimentar la más leve molestia. Intentó abandonar el lecho y se sostuvo perfectamente; trató de andar y anduvo con firmeza. Aquella noche le pareció eterna. Al toque de levantarse se lavó, arregló su lecho y los objetos de uso personal y salió para asistir a la Misa con la Comunidad, ¡Cuánto costó vencer la prudente incredulidad de sus Superioras y Hermanas! Pero, finalmente, la evidencia triunfó de la incertidumbre que presentaba lo ocurrido como si fuera efecto de una simple y efímera sugestión. La instantánea curación, entonces completa, se conservó después. En 1929, Sor Provina contaba cincuenta y tres años de edad y se encontraba perfectamente.
El segundo milagro de los aprobados para la beatificación, no menos sorprendente que el primero, ea por sus circunstancias más dramático aún.
Hacía ya veintinueve meses que en marzo de 1921 la enferma Teresa Callegaris yacía en el Hospital Cívico de Caste] San Giovanni, cerca de Piacenza, atormentada de males y males. Primeramente padeció de una artritis aguda postinfeccicsa que se concentró en la rodilla izquierda y en las vértebras; después, de bronquitis crónica, entero-colitis y marasmo. Nadie preveía la más remota posibilidad de salvarla, cuando en buena hora las Religiosas que la asistían, conocedoras, por haberlo leído en la Vida de Don Bosco, de un caso idéntico que se resolvió prodigiosamente después de la bendición del Siervo de Dios, hablaron de ello a la enferma. Esta, que no sabia nada de Don Bosco, tuvo la inspiración de encomendarse a él. Inmediatamente comenzó una novena con la Comunión diaria a este fin, de la cual participaron algunas compañeras de la sala. Pero los dolores en vez de disminuir, crecieron fuera de la medida de lo soportable, y tanto, que la pobre mujer, convencida de no alcanzar la gracia, conjuraba a Don Bosco para que la librase de tan terribles tormentos, haciéndola morir.
Entonces se presenta el capellán y la invita a comenzar otra vez la novena. Al octavo día, 16 de julio, la enfermedad iba de mal en peor hasta temer un fatal inmediato desenlace; las Religiosas preparaban lo necesario para la Extremaunción y tenían dispuesto el vestido conveniente para amortajarla, Pero ya estaba próxima la hora señalada por Dios para glorificar a su fiel Siervo.
Sonaron las cuatro de la madrugada. La enferma, que tenla vuelta la mirada hacia el lado izquierdo, vio que se acercaba un sacerdote de mediana estatura vestido de negro y con los brazos cruzados. Estando ya a su lado, le preguntó:
—¿Cómo estás?
Ella, sorprendida, respondió:
El sacerdote insistió:
--;Levántate! Respondióle:
—No me es posible.
— Entonces aquél añadió en piamontés:
— ; Muévete!
La enferma, que no había visto nunca un retrato de Don Bosco, tampoco habla oído jamás aquella voz, pero comprendió que debía mover las extremidades. Intentó hacerlo y ambas obedecieron; y las rodillas, rígidas desde tanto tiempo, se doblaron. Al instante gritó:
— ;Hermana, Hermana, muevo las piernas!
La Hermana, acercándose al punto, exclamó:
—;Teresa!, ¿estás loca? ¿Es posible?
Pero como la religiosa fuese corriendo, le dijo Teresa:
—;Poco a poco, que va a tropezar con Don Bosco!
No tuvo tiempo para acabar la frase, porque vio que el sacerdote levantaba las manos con las palmas vueltas hacia ella y sonriendo siempre, retrocedió y se fue.
Cuando se rehizo del estupor, al sentirse dueña de sus miembros, se incorporó y se sentó en el lecho, entre las exclamaciones de las Hermanas y de las enfermas atónitas.
La voz de lo ocurrido recorrió el hospital como un relámpago y lo puso en conmoción. Quería que la llevaran a la iglesia en un cochecito; ¡hasta tal punto había perdido la costumbre de fiarse de sus piernas! Y como no la complacían, saltó decididamente y fue en dirección de una puerta que comunicaba con una habitación próxima, ocupada por una señora. Poco después oyó la Misa de rodillas, recibió la Sagrada Comunión en ayunas y comió con gran apetito la ración reglamentaria, que digirió perfectamente, como en sus buenos tiempos. Todos querían verla andar. Durante todo el día anduvo de una parte a otra repetidas veces en el hospital.
Después de regresar al seno de su familia, no volvió a padecer ya mas de ninguno de sus antiguos males. Esta sorprendente curación se realizó en un momento.
Di vecindario, corno era de esperar, se impresionó sobremanera, porque la favorecida era persona muy conocida y todos recordaban mucho sus antiguos padecimientos. Sus hermanos, nada religiosos por cierto, abrieron los ojos y creyeron ante semejante milagro. La noticia del acontecimiento se difundió rápidamente fuera de Castel San Giovanni y dio motivo a consoladores y abundantes frutos espirituales.
He aquí ahora los dos milagros que sirvieron para la Canonización:
La primera curación se verificó en Rímini. La señora Ana Maceo-'int, desde el mes de octubre del año 1930, padecía una bronconeumonia gripal, que le duró hasta el mes de febrero del año siguiente. Hacia la mitad de diciembre de 1930, a esta enfermedad se añadió una flebitis en la pierna y el muslo izquierdos que se extendió a toda la pierna, la cual se le había hinchado de tal forma, que parecía el doble de lo normal y le era de todo punto imposible el moverla.
Ahora bien: la flebitis, si es grave en las personas jóvenes, lo es mucho más en los ancianos, a causa del peligro de la gangrena por arterioesclerosis. Por esta razón los dos médicos de cabecera, que estuvieron de acuerdo al hacer el diagnóstico, teniendo en cuenta la avanzada edad de la enferma (78 años) y especialmente la afección gripal que padecía desde varios meses, emitieron un pronóstico desfavorable no sólo para la curación, sino para la vida de la enferma.
Todos los entendidos en Medicina dicen que es imposible la curación instantánea de la flebitis. Pues bien: la señora Marcolini, una de las últimas noches de aquel mismo año, después de haber invocado con un triduo al Beato Juan Bosco y de haberse aplicado una reliquia suya sobre la pierna enferma, curó instantánea y perfectamente de la flebitis y recobró la libertad de movimiento y de flexión de la pierna, desapareciendo la hinchazón y todos los dolores.
No menos evidente es el segundo milagro.
La señora Catalina Pilenga estaba enferma de diatesis artritrica. La artritis le había atacado especialmente a las rodillas y a los pies con lesiones orgánicas, y se presentaba en una forma gravísima, si no
para la vida de la enferma, si ciertamente para todo lo referente al funcionamiento de los miembros afectados. Habiendo resultado ineficaces todos los remedios y tratamientos aplicados desde el año 1903, la enferma fue dos veces a Lourdes; pero no habiendo obtenido de la san_ tisima Virgen la curación tampoco la segunda vez, en mayo de 1931, antes de marcharte de Lourdes, dirigió a Nuestra Señora esta súplica: "Ya que aquí en Lourdes no he sido curada, concededme al menos, por la devoción que tengo al Beato Juan Bosco, que él pueda obtenerme en Turín la curación."
Es evidente tanto la invocación al Beato, como la confianza en una general mediación de la Santísima Virgen. Al volver de Francia, en las mismas graves condiciones, el 6 de mayo se detiene en Turín y se dirige a la Basílica de María Auxiliadora. Baja del carruaje, ayudada por una hermana suya y por el cochero; entra en el templo, se sienta delante de la urna que guarda el cuerpo del Beato y se pone a rezar. Después de un rato puede arrodillarse y permanece en esta posición por espacio de unos veinte minutos. Se levanta luego, va al altar de la Virgen y se arrodilla de nuevo. Entonces, como volviendo en sí, se da perfecta cuenta de que está completamente curada. Sin ayuda de nadie, en medio del estupor de todos los que hablan visto que era incapaz de dar un paso, se mueve, va de una parte a otra, sube y baja expeditamente las escaleras y monta en el carruaje sin el menor impedimento.
La curación fue total y perdurable, como lo atestiguan los peritos médicos. El milagro fue reconocido y proclamado por los doctores que la hablan asistido y por todos los testigos, como también por los peritos designados oficialmente por la. Sagrada Congregación de Ritos.
Dos frases tenía siempre inseparables en sus labios Don Bosco: la gloria de Dios, la salvación de las almas. QUE ERAN EN REALIDAD EL PROGRAMA DE SU VIDA: la gloria de Dios como fin; la salvación de las almas como medio. Promover la gloria de Dios mediante la salvación de las almas lo fue todo en la vida de Don Bosco. Y Dios lo premió no sólo concediéndole la gloria eterna, sino también glorificación extraordinaria aun en la Tierra, ya en vida, pero especialmente después de la muerte.
Ante todo la gloria del sepulcro. Algo renuente andaba el Gobierno italiano a conceder el permiso de enterrarlo en una casa salesiana. Doña Dorotea, don Luis Martí Codolar, don Manuel y don Narciso Pascual anunciaron que partían con un furgón a traer los restos para inhumarlos en la casa de Sarriá, sintiéndose España muy honrada con el depósito sagrado. Esto hizo que el Gobierno italiano se apresurara a conceder el solicitado permiso. Y lo dio, no para el Oratorio o el Santuario de María Auxiliadora, sino para Valsálice, que está fuera de la ciudad, y que... Don Bosco había visto: quizás también por esto había convertido en Seminario de sus vocaciones el colegio de los nobles patricios.
Pues bien, aquella tumba llegó a ser inmediatamente un lugar glorioso, meta de continuas peregrinaciones individuales y colectivas. El que fue Director de la casa por muchos arios, el célebre teólogo Padre Luis Piscetta, declaró que,
hecho un cálculo aproximativo, subían allá diariamente cuarenta personas a rezar ante la tumba, a implorar gracias y a expresar su gratitud; y no eran poco frecuentes las peregrinaciones colectivas, algunas muy numerosas. Y esto no solamente de Italia y de Europa, sino de América, del África, de todos los continentes y de todas las naciones. Y no sólo personas humildes, sino personajes de todos los estamentos: cardenales, obispos, generales, magistrados, gentes de carrera. También llegaban cartas en gran número que, para no violar los decretos de non cultu, se retiraban al archivo. De año en año aumentaba el concurso de peregrinos hasta el día de la solerruiísima traslación de los restos a la Basílica de María Auxiliadora en abril de 1929. Ésta fue "una apoteosis sin ejemplo". A los setecientos mil habitantes de la ciudad se unieron más de cien mil venidos de todas las naciones: ríos de gente encuadrados por hileras de prelados, de sacerdotes y de clérigos, desfilaron durante tres horas y media acompañando la urna entre hosannas, himnos, rezos y música; a intervalos convenientes veintitrés bandas llenaban los aires de armonía y en el cortejo figuraban príncipes de sangre real, ministros, generales, las autoridades de la ciudad, provincia y reino. Todos cantaban : "Don Bosco ritorna."
Los restos, ahora ya preciosas reliquias, fueron colocados en la basílica que él había levantado a su Reina. La piedad, la devoción de los fieles reclamaba un altar digno del Santo. Y el altar se hizo, concurriendo el afecto, el arte y la riqueza, de modo que es un monumento que honra a una ciudad.
Segunda gloria: Como en vida, después de la muerte el Señor lo glorifica con el don de los milagros. Es cosa sabida que los milagros sólo Dios los hace; pero Él suele subordinar su acción a la intercesión de sus mejores amigos, que son precisamente los Santos.
La persuasión de que Don Bosco puede muchísimo ante el Señor es universal. Por esto, universal es el recurso de los fieles a su intercesión. Y no quedan defraudados. Gracias y milagros se registran continuamente. Y es claro que todo esto contribuya a un acrecentamiento de fe y de fervor, y al incremento de la piedad cristiana y exaltación de la omnipotente bondad divina, que tales prodigios obra por medio de sus amigos los Santos.
Tercera gloria: la del nombre. El nombre de Don Bosco tiene una resonancia universal. Y en esto hay de notable dos cosas: en el mundo se han reavivado tan paradógicamente los nacionalismos, que hasta en el culto de los Santos influye: cada nación prefiere casi exclusivamente a sus Santos. Don Bosco parece una excepción. Sin tener en cuenta su origen italiano, los franceses lo miran como suyo, como lo miran los españoles, y los ingleses, y los colombianos, y los argentinos, y... todos los pueblos. Igual cosa sucede con las profesiones. ¿No lo han declarado Patrono el cine, el teatro, las escuelas profesionales, la prensa y hasta los ilusionistas? Y todos tienen razón. Y a todos él sonríe y ayuda. Añádese, y lo atestiguan constantemente sacerdotes, y oradores, y escritores de todos los países, que dondequiera que se cite su nombre o se hable de él, se determina inmediatamente un movimiento de atención y simpatía. Esto ha hecho decir que Don Bosco, pidiendo el día de su ordenación sacerdotal el don de la palabra lo obtuvo en tal medida, que alcanza también a los que hablen de él.
Está después la gloria de las Obras. Cuando él murió, entre salesianos y salesianas tenía a sus órdenes un millar de personas distribuidas en ciento sesenta casas. Pero poco hubiera servido aglomerar gente y multiplicar obras, si faltaba la fuerza de cohesión que hiciese de tantos miembros un cuerpo solo, sano, vigoroso, vital. Él tenía conciencia de haber, con la gracia de Dios, hecho mucho bien, y que su Congregación lo seguiría haciendo en el ancho campo que Dios le ha señalado ex profeso. Hubo, por cierto, en las altas esferas, quien pensó diversamente, y aseguró que muerto él, desaparecería su Obra; hubo quien pensó hacer una obra santa proponiendo a la Santa Sede que fusionara los Salesianos con alguna otra Congregación. Los Salesianos tenían su misión específica en la Iglesia y en el mundo. El tiempo le dio razón a Don Bosco. Los Papas se la dieron también. La unión, que hace la fuerza, no nos ha faltado, y con la gracia de Dios, no nos faltará nunca. La Congregación se va difundiendo cada día más. ¿No ocupa, aun por el número de individuos y de casas, un puesto destacado en las milicias de Cristo, y su campo se ensancha cada día más y sus actividades aumentan? En 1881 Don Bosco tuvo un sueño sobre el porvenir de la Congregación. Un ángel amonestador, después de una serie de recomendaciones, lanzaba una mi- . rada sobre el futuro de ella, y con palabras escriturales anunciaba: Qui videbunt, dieent: A Dómino factum est istud, et est mirábile ()culis nostris. Sí, "del Señor viene esto y ea admirable a nuestros ojos".
Pero la glorificación que todas las comprende y supera es la de la Iglesia. La fama de santidad que durante su vida le rodeó, hizo nacer en todos la certeza de que la Iglesia lo elevaría cuanto antes al honor de los altares. Prelados insignes urgieron a los Salesianos a que introdujeran la Causa. Y así se hizo. La inmensidad del campo que hubo que explorar, requirió varios años de asiduo trabajo, antes de llegar al Decreto de la heroicidad de las virtudes. El examen de los milagros requeridos para la Beatificación, se llevó otro par de años, hasta que el 24 de abril de 1929 fue proclamada, y celebrada el 2 de junio. Jamás en Beatificación alguna había sucedido lo que en ésta: la inmensidad de la Basílica de San Pedro resultó insuficiente para contener el número de. amigos que deseaban presenciarla; y por la tarde, cuando el Pontífice descendió a venerar las reliquias, una multitud ingente tuvo que contentarse con participar en el rito sagrado desde la plaza.
Otra novedad fue la participación del Gobierno nacional,
trasladando su famosa "girándola" celebrada siempre el día del Estatuto, para que pudiera tener lugar la esplendorosa iluminación de San Pedro, ordenada por el Papa. El año de la Conciliación entre la Iglesia y el Estado italiano, éste quiso tomar parte para honrar a quien tanto había trabajado para prepararla.
Todo esto no era más que un preludio del triunfo mayor: el de la Canonización; nuevos milagros precedieron. El Papa escogió el día de Pascua de 1934, para llevarla a cabo. La elección del día, solemnidad de las solemnidades, la clausura del Jubileo de la Redención, la presencia del Príncipe heredero, Humberto II, en nombre suyo y en representación del Rey, su padre, a quien hacían corona el Rey de Siam y diez príncipes de sangre real; el cortejo papal atravesaba la plaza en medio de una multitud incontable que no había encontrado sitio en la basílica; la transmisión radiofónica de la ceremonia íntegra, que por primera vez se verificaba, en lo cual también fue un precursor, y la repercusión mundial del acontecimiento, todo, todo imprimió a la jornada una grandeza sin precedentes.
Por su parte el Gobierno, reconciliado con la Iglesia, le rindió al día siguiente los honores del Capitolio, como a los cesares victoriosos. Intervino el Jefe del Gobierno, Mussolini, con todos los ministros, senadores y diputados. Asistieron tres cardenales acompañando al Secretario de Estado, Cardenal Gasparri. El Ministro de Instrucción Pública pronunció el discurso. La sugestión del lugar ponía un majestuoso sello de grandeza a esta conmemoración. De ella guardó un indeleble recuerdo Víctor Manuel y a ella aludió en el discurso de la Corona, pronunciado el 28 de abril. Todo esto constituía un hecho único en los anales de la Historia.
Otras cosas merecen destacarse, por ejemplo el hecho característico de que durante el año Pío XI, además de los magníficos discursos de rúbrica, habló de Don Bosco en todas las recepciones y audiencias que concedió, presentándoselo cual modelo y protector a toda clase de personas y de pra4 fesiones. No sin causa se le aclamó, y él lo confirmó ccol agrado, como "el Papa de Don Bosco". Ciertamente en so entusiasmo influyeron los recuerdos personales que del Santo conservaba, habiendo vivido con él algunos días; pero más que todo, su aguda mentalidad de historiógrafo, que veía en el Santo el heraldo de una misión providencial. Será siempre conveniente y bello recrearse leyendo el discurso que dirigió a los dirigentes salesianos y alumnos el 22 de junio de 1922.
"Nos contamos, con profunda complacencia, entre los más antiguos amigos del benemérito Juan Bosco. Lo hemos visto a ese vuestro inolvidable Padre y Maestro; lo hemos visto con nuestros propios ojos. Hemos estado corazón a corazón cerca de él. Hemos tenido un no breve ni vulgar cambio de impresiones, de ideas, de pensamientos, de consideraciones. Lo hemos visto, a este grande propugnador de la educación cris tiana, lo hemos observado en ese modesto puesto que él se asignaba entre los suyos, que era sin embargo un eminente puesto de mando, vasto como el mundo, y tan benéfico coma vasto. Somos por eso admiradores entusiastas de la obra dé Don Bosco y nos proclamamos felices de haberlo conocido y haber podido, con nuestro modestísimo concurso, ayudar a su Obra..."
Espontáneas vienen a nuestro recuerdo las palabras que el Santo pronunció el 10 de junio de 1841, yendo a Castel* nuovo a celebrar la fiesta del Corpus, el quinto día de su ordenación sacerdotal, pasando por eI campo de sus primeros sueños: "¡Cuán admirables son los designios de la Divina Providencia ! Verdaderamente Dios ha sacado de la tierra un pobrecito niño para colocarlo entre los primeros de su pueblo." Él quería expresar así su gratitud por su vocación sacerdotal y sin querer pronunciaba una verdadera profecía de alcance incalculable.
Al llegar a este punto, también nosotros nos postramos ante el altar del Padre, del Maestro y del Amigo dulcísimo de nuestras almas, no para despedirnos de él, porque su memoria estará eternamente esculpida en el corazón, sino para impetrar su bendición porque la bendición de Don Bosco es para noostros prenda de la bendición de Dios.
"Quienquiera que —diremos con Monseñor Manacordaestudie la historia del Siervo de Dios Don Bosco, su origen, su condición, sus medios de fortuna y la índole misma de su persona; y después repase y pese sus grandes Obras, no puede menos de exclamar: Dios es quien obra por medio de su Siervo; Dios es quien dirige sus pasos; Dios es quien inspira sus planes. El espíritu de Dios obraba en Don Bosco, inspiraba su mente, regía su voluntad e inflamaba su corazón, conservando siempre en él una calma inalterable y una constancia sin desmayo ni quebranto."
Pidámosle nos alcance de la Bondad Divina el vivir en la Tierra de su espíritu y participar en el Cielo de su gloria.
QUINTA PARTE
La figura moral
Nos parece cosa útil esbozar un retrato psicológico de Don Bosco. El verlo, el contemplarlo de cerca, el examinar su índole, el conocer su figura moral, no será de poco provecho. No le aplicamos, sin embargo, ninguna de las clasificaciones de los técnicos. Probablemente él se reiría de ello bonachonamente.
Don Bosco, a primera vista, parecía un sacerdote cualquiera. De regular estatura, de miembros proporcionados y delicados, decoroso en su porte; y, de ordinario, con la cabeza un poco inclinada, estaba siempre recogido y este recogimiento interior le daba, también en lo exterior, un no sé qué de atrayente que, cualquiera que lo miraba, no tardaba en sentirse poseído de un sentimiento de simpatía y reverencia. La dulce sonrisa que iluminaba su semblante le favorecía algunas veces con una expresión tan bella, que no - parecía de este mundo; sus ojos vivos y penetrantes, que reflejaban la grandeza y la bondad de su alma, los modales agradables que usaba con todos y le ganaban los corazones, obligaban a decir constantemente no sólo a los chicos, no sólo a viejecitos de Turín, sino también a los que vivían íntimamente con él: "Don Bosco se parece a Nuestro Señor."
Según los que le trataban a diario en la intimidad, a medida que ésta aumentaba, descubrían en él en vez de defectos, nuevos actos de virtud que admirar. Monseñor Francisco Serenelli de Verona, que en 1884 fue huésped en el Oratorio y se propuso estudiarlo con interés, acabó por decir: "Por más que procuro buscar al hombre, no encuentro sino al Santo."
Ricos y pobres, conocidos y extraños, buenos y malos encontraban en él a un amigo, un consolador, un padre. Para todos tenía una buena palabra, recibía a todos con la misma amable actitud; por la calle y en el patio se detenía para acariciar a los niños con la misma gracia con que se presentaba al más encopetado personaje.
Su paciencia en escuchar las miserias ajenas no tenía límites, su caridad alentaba a que se las repitieran cada vez que era necesario. Mansa, cortés y afable, estudiaba la manera de no descontentar a nadie. Cuando se le pedían cosas que no podía conceder, respondía con tanta caridad, que dejaba satisfechos a los que acudían a él, de tal modo que muchos decían: "¡Parece que Don Bosco no sabe decir que no!", porque ponía en práctica lo que frecuentemente aconsejaba: "Se debe procurar que todos los que traten con nosotros queden satisfechos; que cuantos se nos acerquen se hagan amigos nuestros." En las contradicciones y en las persecuciones no perdía la calma un punto, sino que siempre cedía, cuando la resistencia no era obligada; y cuanto más ásperas e insolentes eran las palabras del adversario, tanto más suaves y mansas eran las suyas. Cuando preveía que no lograría su objeto, se callaba.
* *
Su modo de obrar agradaba a todos, porque era humilde. Su presentación en cualquier importante reunión era siempre un acto de humildad. "Yo soy el pobre Don Bosco y nc tengo otro título que el de jefe de los pilletes." Pero se apre• suraba a honrar a los demás con el tratamiento que les correspondía, pues le gustaba, como a San Francisco de Sales
prodigar estas demostraciones de respeto y estima, más bien que escatimarlas.
Usaba la misma cortesía con los pobres; nunca entraba en casa de éstos sin descubrirse la cabeza. Para él todos eran iguales, todos grandes, porque eran hijos de Dios, imagen suya y herederos del Cielo.
El pensamiento de Dios y de la eternidad le hacía introducir siempre en todas sus conversaciones alguna reflexión espiritual. "¡Don Bosco préche toujours! ¡Don Bosco predica siempre!", decía el Marqués de Villeneuve Trans, en Mar' sella. Pero lo hacía con absoluta naturalidad, sin hacerse nunca pesado ni raro.
* *
El ideal de su vida era la gloria de Dios y la salvación de las almas; no pensaba, ni hablaba, ni obraba sino para esto. De su profunda convicción de este fin sobrenatural, sacaba una fuerza invencible, una calina maravillosa y una paciencia heroica en las dificultades, con lo cual triunfaba felizmente en sus empresas.
Estuvo en contacto con altos personajes políticos aun sectarios; algunos le trataban mal, pero acababan conquistados por su bondad; nunca conoció el respeto humano cuando se trataba de sostener los derechos de Dios y de la Iglesia.
De las nuevas ideas de su tiempo entendió que debía aprobarse lo que tenían de bueno y corregir pacientemente lo mucho que tenían de malo. Creyó que era humanamente imposible resistir directamente al torrente de la revolución, pues no sólo no se lograba efecto alguno provechoso, sino todo lo contrario. Por eso se dedicó a pasar con gran cautela Por las orillas de aquella corriente; trató de salvar del naufragio a los desgraciados que iban a perecer; alejó de ella a muchos que se aproximaban con deplorable confianza; levantó diques en aquellos puntos donde se podía evitar un desbordamiento e indicó grandes remedios y recursos a los que
querían seguirle en la obra de salvación y restauració que los tiempos exigían.
"El mundo —decía— está todo él asentado en la maligni.., dad; siempre ha estado así, y, envejeciendo, empeora. Hay que tomar a los hombres y las cosas no como debieran ser, sino como son, y tratar de hacerlos servir al bien del modo que sea posible."
Un día de banquete entre personas de diversos partidos, cuando se llegó a los brindis, uno lo hizo en honor de Víctor Manuel II y de Cavour, otro por la libertad y por Garibaldi, y, finalmente, lo invitaron a él a brindar. Sin alterarse, se levantó, y dijo:
* Vivan Víctor Manuel, Cavour y Garibaldi, bajo la bandera del Papa, a fin de que puedan salvar sus almas! Todos lo aplaudieron exclamando:
— Ya se ve que Don Bosco no quiere la muerte de na
Había recibido de Dios gran ingenio, inteligencia agu memoria portentosa y una constitución física que resis maravillosamente la fatiga. Todo lo consagró a Dios.
Inteligencia aguda y pronta, habría dominado bien e quier ramo de las Ciencias o de las Letras en que hubi querido especializarse. Conocía bien el latín y el griego ; 1
el hebreo, hablaba el francés, comprendía y se hacía co prender también en otras lenguas, como el alemán; discurr sobre Teología, Filosofía, Derecho, Historia, Geografía y
bre todas las Ciencias sagradas y profanas con tal con miento de causa, que aun a los peritos pareció cosa mar villosa.
Tenía una memoria felicísima. Leer un libro y retenerlo en la memoria era para él la misma cosa. Leyó muchísimas obras científicas, históricas y literarias, principalmente cuando era estudiante y sacerdote joven; lo cual le permitió más tarde ayudar grandemente a sus hijos. "Es maravilloso
—atestiguaba Don Rúa en 1867— ver a Don Bosco en medio de los gravísimos negocios que lo asedian de continuo, recordar y recitar bellísimos pasajes de autores clásicos, griegos, latinos, italianos y especialmente del Dante, del cual sabe y recita cantos enteros, para recrear y entretener a la concurrencia."
Semejante a la grandeza del talento, era el vigor de sus miembros. Joven sacerdote se encontró en Turín con dos furiosos mastines que eran el espanto de los transeúntes; asió al más temible por el lomo y por el cuello, y lo sostuvo largo tiempo suspendido en el aire mientras el animal se revolvía y ladraba furiosamente y el otro huía espantado. A los sesenta y nueve años, enfermo en el lecho, el médico le midió la fuerza con el dinamómetro y éste señaló el máximo: sesenta grados.
* * *
Pero a tanto vigor uníanse con frecuencia no ligeras indisposiciones de salud, como si Dios quisiera recordarle la fragilidad de nuestra envoltura terrestre. En los primeros años de sacerdocio tuvo de cuando en cuando esputos de sangre. En 1846 le comenzó la dolorosa hinchazón en las piernas, que fue creciendo con los años, y a la que llamaba su cruz. Se le agregaron otras graves dolencias: ardor en los ojos, palpitaciones, fiebres miliares, fuertes dolores de cabeza y de muelas. Y, en fin, el reblandecimiento de la médula espinal, le obligó a encorvarse bajo el peso de sus cruces.
A pesar de ello —observa Don Rúa—, "con tantas molestias no cedió nunca en la multiplicidad e intensidad de sus ocupaciones, excepto cuando la excesiva gravedad del mal le obligaba a guardar cama". Su trabajo era tal, que a la posteridad parecerá casi increíble: confesiones, sermones, audiencias cotidianas, frecuentes viajes, componer libros, escribir cartas sin número (1), atender a las necesidades de sus hijos y emprender obras colosales.
(1) Se conocen veinte mil.
Acostumbraba decir: "El Señor me ha hecho así, que el trabajo es para mí un alivio en vez de causarme fatiga." No sabía lo que era el descanso. Al que viéndole desmejorarse le aconsejaba el descanso, le respondía: "Descansaré después, cuando esté algunos kilómetros más allá de la Luna."
Otro le decía: "Don Bosco, no emprenda tantas obras, no se fatigue tanto"; o bien: "No admita a tantos chicos; la bolsa de los buenos ya estará exhausta". Pero les respondía: "Hay que decirle al demonio que no engañe a tantos niños como atrae al infierno, para que yo cese de trabajar por ellos. Y como el demonio encuentra siempre nuevos medios para engañarlos, es preciso que yo invente nuevos modos para ayudarlos."
Sus últimos años especialmente fueron un ejemplo luminoso e incesante de heroísmo cristiano. Cuando le rogaban que desistiera al menos de hacer largos viajes, porque éstos a causa de los grandes desarreglos a que estaba sujeto le acortaban la vida, respondía: "Es preciso que acabe pronto las cosas que tengo entre manos; pues de lo contrario, me faltará tiempo." Y como le hiciesen observar que lo que perdiesen en intensidad, lo ganarían en duración, añadió con firmeza: "Bien, bien; pero si quiero salvar mi alma, es necesario que lo haga así."
* * *
Sobre la puerta de su habitación había el siguiente letrero de gran tamaño: "Cada minuto de tiempo es un tesoro"; y aconsejaba a sus hijos espirituales: "Trabajemos como si debiésemos vivir siempre y vivamos de manera como si debiéramos morir cada día." En un precioso librito, donde dejó muchos avisos a sus hijos, subrayó estas memorables palabras: "Cuando ocurra que un salesiano sucumba y deje de vivir trabajando por las almas, entonces se deberá decir que nuestra Sociedad ha alcanzado un triunfo y que sobre ella descenderán copiosas las bendiciones del Cielo."
Los médicos que le asistieron en las enfermedades de sus últimos años, atestiguaron que "los trabajos soportados, la violencia que a si mismo se hacía debieron de ser tales, que su fortísima fibra y constitución quedaron consumidas". Entonces caminaba inclinado y con los brazos levantados, a veces sostenidos por sus hijos. A pesar de ello, dice Don Cerruti: "Era cosa admirable y de gran consuelo para nosotros verlo tranquilo y sonriente en medio de los mayores disgustos, de las humillaciones más amargas, de los más graves trabajos, siempre firme y constante aun en aquellos momentos en que Dios lo sometía a pruebas inesperadas o se creía que la caridad pública le faltaba. Parecía un milagro que no sucumbiese, lo cual no sé explicarme sin reconocer la intervención directa de la Divina Providencia."
"También me he asombrado varias veces —escribió el Cardenal Alimonda—, al considerar la índole moral de Don Bosco, siempre tranquilo, siempre igual a sí mismo, siempre imperturbable tanto en la alegría como en las penas. ¡Quedé asombrado al conocer el grado de perfección a que había llegado! Pero no me sorprendí porque por otra parte no ignoraba el origen de su perfección. Se mantenía imperturbable en medio del mundo porque se había arrojado en los brazos de Dios."
Para ejercitar gran influencia moral y social sobre los demás, es necesario buscar heroicamente y en cada instante a Dios; pero esto es fruto de una gran mortificación. Don Bosco poseyó esta virtud en grado eminente.
El espíritu de penitencia de Don Bosco, por su ingeniosidad —y por ello con mayor mérito—, pasaba casi inadvertido para los extraños. Aun aquellos que habitualmente vivían junto a él no lo apreciaron debidamente, sino después de larga y atenta observación.
Resumiendo —termina el Cardenal Cagliero—: "Su delicada salud, las incomodidades ocultas, el despego de las cosas
de la tierra, su durísima pobreza especialmente en los primeros veinticinco años de su Oratorio, la escasez de alimento, la privación de paseos, de distracciones y de toda clase de comodidades, y sobre todo sus trabajos continuos, corporales y mentales, nos permiten afirmar con toda certeza que Don Bosco llevó una vida tan mortificada y penitente, como sólo pueden llevarla las almas que han llegado a la más alta per_ f ección."
El Siervo de Dios comenzó muy temprano a llevar esta vida tan estrecha. En el Seminario y en el Colegio Eclesiástico era extraordinaria su mortificación y su aplicación al estudio para mejor disponerse a la obra divina de la salvación de las almas. Quería él que veinte minutos después de haber comido no le impidiese la digestión volver a emprender sus ocupaciones mentales.
Durante muchos años se sujetó en el Oratorio a una alimentación tan sencilla y modesta, que causaba maravilla cómo un hombre, trabajando tanto, podía sostenerse. Aunque hubiese confesado durante varias horas y predicado, y cenara cerca de las once, nunca quiso que le sirviesen comida distinta de la de la Comunidad; comida que generalmente era arroz y judías, o arroz y castañas cocidas, preparadas para la cena tres o cuatro horas antes, y por eso, ordinariamente, fría. La tomaba con toda calma y hablando siempre de cosaE amenas.
Su desayuno consistía generalmente en una pequeña tazi de café de achicoria, donde dejaba caer alguna vez unas cuan tas gotas de leche. Su comida, durante muchos años, con sistió en uno de los platos arriba indicados con algunas le gumbres.
Se abstenía de carne con la excusa de que teniendo mak dentadura no podía masticarla; solía decir que para él 11 porción de carne que más le gustaba era la más pequeña
San Pío X recordaba con gran admiración la pobreza de la mesa del Oratorio, del que fue huésped una vez, en 1875, cuando no era más que un canónigo (1).
En la bebida Don Bosco era también modelo de templanza. Aunque era de una tierra o comarca donde se produce un vino excelente, bebía poco y solamente en la comida, y con agua. Muchas veces se olvidaba aun de beber, y los que estaban a su lado tenían que servirle; si el vino era bueno, buscaba al punto el agua, para hacerlo más bueno y repetía: "He renunciado al mundo y al demonio, pero no a las pompas" (en italiano pompa significa también bomba de pozos). Fuera de la comida, en casa nunca tomaba nada; en la de los otros aceptaba alguna vez unas gotas de vino con agua, por urbanidad. Nunca quiso en su habitación ni vinos ni licores; si se los regalaban, los mandaba a la despensa o a la enfermería para los enfermos o se los enviaba a algún bienhechor.
"De cuando en cuando —observa Don Rúa—, algún bienhechor le invitaba a comer en su casa, y aceptaba sólo en interés de sus huerfanitos, confiando en que así le ayudarían. Hubo ocasión en que le presentaron este dilema: o marcharse sin recibir ningún auxilio o quedarse a comer y entregarle alguna cantidad. Entonces aceptaba, y con frecuencia lo primero que encontraba debajo de la servilleta era un sobre con unos cuantos centenares de liras para sus huerfanitos; otras veces, antes de salir le entregaban alguna cantidad que servía admirablemente para las necesidades de la casa."
Todo esto ocurría porque era muy deseada su edificante y amable conversación.
(1) Contaba él mismo que a pesar de haberles hecho servir a él y a au compañero la "fritata" (tortilla) de honor, hablan tenido qué ir a completar la comida en un restaurante. Verdad es que lo hablan pillado desprevenido. Y lo hablan hecho de intento, para cerciorarse.
II
Era mortificadísimo en el descanso. Nunca hizo siesta. Hasta la edad de cincuenta años no durmió más de cinco horas por la noche; además de que una vez por semana pasaba la noche entera escribiendo. Después de aquella edad, su mal estado de salud lo obligó a más largo reposo. En el verano, cansado por las malas noches y agotado por el trabajo, alguna vez dormitaba por breve tiempo en la mesa, sentado sobre la pobre silla e inclinando la cabeza sobre el pecho. Pero nunca ocurrió que tomase descanso en el lecho, ni aun en sus últimos años. Ordinariamente aquélla era la hora del cha más pesada para él, cuando tenía que ir a Turín para negocios o en busca de auxilios.
Una vez que salió solo se encontró junto a la Consolación, y no sabía dónde estaba ni dónde iba. Un zapatero que vivía cerca, se llegó a él y le preguntó si se sentía mal.
—;No —le respondió—, tengo sueño!
—Pues bien, venga conmigo, dormirá un poco y volverá a proseguir su camino.
Aceptó, entró en la tienda, sentóse en un banco y quedóse profundamente dormido desde las catorce y media hasta las diecisiete. Cuando se despertó se quejó con el zapatero porque no le había llamado.
—Ph!, amigo mío —le dijo el buen hombre—; lo vi a usted tan cansado y dormía tan profundamente apoyado en la pared, que lo miraba con devoción, pensando en los trabajos que pesarían sobre usted.
Mas no fue aquélla la única vez que descansó en una silla en alguna tienda, dejando a los dueños edificados. Por la noche se retiraba siempre el último y no se iba a descansar sino cuando el cansancio le obligaba, lo cual fue causa. algu vez de que se durmiera vestido.
El insomnio le atormentaba con frecuencia; entonces, durante las escasas horas que estaba en el lecho rezaba y meditaba sus proyectos y el modo de ejecutarlos. Soñaba frecuentemente. No raras veces sus sueños eran sobrenaturales visiones, duraban horas y aun toda la noche y esto no sin gran fatiga para él. En algunos se le presentaban cosas horribles o veía que amenazaba algún peligro al Oratorio a sus jovencitos, y entonces gritaba; acudía el que dormía en la habitación inmediata por temor de que le hubiese acometido algún mal; lo encontraba acostado, con las manos juntas sobre el pecho, tan bien compuesto, que parecía uno de aquellos Santos que se conservan en los altares dentro de urnas de cristal para la veneración de los fieles.
Durante el día observaba constantemente una actitud decorosa y recogida: si estaba sentado, no apoyaba la espalda en el respaldo de la silla o del diván, y nunca buscaba otra postura más cómoda. Cuando daba audiencia, su posición habitual consistía en tener las manos juntas sobre el pecho con los dedos cruzados. Su aspecto infundía respeto; al estar de pie o paseando era admirable su dominio sobre las pasiones y el corazón; así moderaba todos sus afectos para mayor gloria de Dios. Refrenaba también el deseo de ver y saber cosas, de suyo muy honestas y santas, cuando lo apartaban de su misión. En sus largos y frecuentes viajes no se entregaba a la curiosidad de visitar monumentos, palacios, museos o bibliotecas, a no ser por pura necesidad.
No leía ni se hacía leer periódicos, si no era para estar al corriente de los sucesos que atañían a la Iglesia o se relacionaban con algunas instituciones. Alguna vez preguntaba a alguno las noticias más importantes del día, especialmente en los momentos de mayor movimiento político, a fin de dar a otros una norma para juzgar los acontecimientos públicos y para no parecer ignorante en las conversaciones en que había de intervenir; pero se notaba que a ello no le llevaba la curiosidad indiscreta e inoportuna.
Se privaba de toda clase de diversiones, de festejos públicos y de espectáculos honestísimos, aunque lo invitasen a ellos; si asistía a las representaciones del Oratorio, lo hacía1 por afecto a sus jóvenes o por atención hacia algún invitado; pero no por divertirse, lo cual se notaba sólo con mirarlo.
No olía las flores ; si se las ofrecían, las aceptaba y agradecía; pero las enviaba a la iglesia al altar de la Virgen.
Eh una. palabra, afirmaba el teólogo Don Luis Piscetta• "Don Bosco poseyó y ejercitó en grado heroico todas I virtudes ; pero con tal asiduidad y empeño, que nadie pud notar en él contradicción o relajamiento por donde pudie deducirse que el hombre viejo prevalecía sobre el nuevo Esto lo debía a la facilidad y naturalidad con que obraba como si en él fuera innata la virtud; a su dulce manera d obrar en los actos de mayor mortificación, que le hacía ap recer alegre y sonriente y siempre dispuesto a pronunci una palabra afectuosa. Su aspecto sugestionaba por su pa, terral expresión, aun en momentos difíciles, o en casos mucho cuidado, por falta de recursos o en ocasiones temer sas por las frecuentes persecuciones de que era víctima o por agobios de excesivo trabajo; en resumen, todo esto lo llegó a conseguir por no haber cejado jamás en el divino ejercic' de la caridad y del celo por la salvación de las almas has
su muerte."
Estamos persuadidos de que, algunas veces al menos, practicaba penitencias extraordinarias. En su lecho se encontraban varias veces guijarros, pedazos de hierro y de madera entre el colchón y la sábana; así, pues, aun de noche atormentaba su cuerpo ya tan quebrantado y hacía molesto el poco sueño que se permitía.
Parece ser también que usaba mayores austeridades ea aquellos días en que visitaba a sus bienhechores más bis' nes, propietarios de vastos edificios donde se alojaba tante de las habitaciones de sus huéspedes y podía evi investigaciones indiscretas. Pero ellos oyeron varias vec pasando por delante de su habitación a hora avanzada de noche, un ruido sordo, monótono y prolongado como de qui se azota con disciplinas. Estas penitencias no las recome daba a los suyos; con los penitentes era todo bondad y compasión.
Cuando al confesarse alguna persona de constitución muy delicada, le pedía permiso para hacer penitencias corporales, no lo consentía, y al insistir sobre esto para imitar los padecimientos de Nuestro Señor Jesucristo, le decía:
— Mira, los medios no faltan! ¡El calor, el frío, las enfermedades, las cosas, las personas, los acontecimientos, el exacto cumplimiento de los deberes.., son medios excelentes para vivir mortificados!
Entre sus hábitos uno de los más admirables era la atención constante que prestaba a los cuidados debidos a la conservación de la castidad.
En el trato con los hombres se dejaba besar las manos y nos decía que esto debía permitirse porque los sacerdotes están revestidos de un carácter y de una autoridad divina y sus manos están consagradas. A las personas del otro sexo les permitía alguna vez este acto de atención; pero por costumbre era reservadísimo con toda mujer, aunque fuese bienhechora, y no visitaba a ninguna señora sino cuando lo exigía la gloria de Dios o alguna grande necesidad. Si alguna señora lo invitaba a servirse de su carruaje y debían ambos ocuparlo, lo rehusaba con mucha delicadeza, a no ser que los acompañase otra persona, o iba en el pescante.
"En Marsella —refiere Don "¡ibera— una dama, después de haberla bendecido Don Bosco, le tomó la mano y se la llevó a los ojos, porque padecía de ellos. El Santo, apenas lo advirtió, la retiró prontamente diciendo:
— ¿No sabe usted que eI sacerdote no debe tocar nunca la cara de una mujer?
En uno de los últimos meses de su vida, fue a visitarle una señora, la cual viendo el esfuerzo que hacía para trasladarse de un sitio a otro, intentaba sostenerlo por un brazo; pero él con tono resuelto y festivo, le dijo, aludiendo al año de su nacimiento:
* Cómo! Un granadero del quince como yo, ¿cree usted que tiene necesidad de que lo sostengan? ;Eso no puede serr
Su castidad era angélica. Pero se la tenía bien ganada,
Era cosa sabida en el Oratorio que, en peligro de tentación, bastaba acercarse a Don Bosco o tocarlo para que inmediatamente
desapareciese toda inquietud.
Cuando le presentaban a un niño para que lo bendijese, le ponía amorosamente la mano sobre la cabeza y decía: "¡Dios te bendiga!" Pero cuando le presentaban una niña, se abstenía de este acto, contentándose con las palabras.
Exhortaba a los suyos a vivir como ángeles, y aun entonces prefería exaltar la pureza más bien que exponer la fealdad del vicio contrario, que sólo mencionaba con las expresiones
más prudentes y reservadas; pero sabía inspirar gran- ' de horror contra él, no sólo con la palabra sino también con una mezcla de gracia divina, de persuasión y de afecto, que se derramaba de su corazón en el corazón de los demás.
Cuando hablaba del tesoro inestimable de la pureza o describía la belleza de un alma casta, y las delicias de que goza, y los premios que el Señor le tiene preparados en la Tierra y en el Cielo, su palabra producía un efecto mágico en s oyentes, que exclamaban: "Solamente el que es puro y cas como los ángeles puede hablar de ese modo."
Parecía tener una celosa predilección por la castidad. ' "Tan dulce como era y fácil para perdonar a los jóvenes las faltas contra la disciplina, el silencio, la obediencia y el respeto peto debido a los Superiores, era, en cambio, riguroso —dice. Don Rúa— para castigar a los que eran de escándalo para, sus compañeros por su modo de obrar..." No solamente mostraba exigente con sus hijos en esta materia, sino también con los extraños, a los que hacía algunas advertencias cuando se presentaba la ocasión. Una vez que fue a visitar a un bienhechor, vio en las paredes algún cuadro indecente lo volvió del revés hacia la pared mientras esperaba que aquel señor lo recibiera. El dueño comprendió el aviso y se lo agradeció.
"En una conferencia a los salesianos —atestigua el teó
logo Don Julio Barberis—, nos dijo que el Señor disolvería la Sociedad Salesiana si nosotros faltásemos a la virtud de la modestia." Otra vez habló así:
—Lo que debe distinguir a la Sociedad Salesiana es la pureza, como la pobreza caracteriza a los hijos de San Francisco de Asís y la obediencia a los hijos de San Ignacio.
Es un himno maravilloso el que muchos ex alumnos han entonado a coro en alabanza del Santo! "Estoy plenamente convencido —declara, entre otros, el canónigo Berrone— que Don Bosco ha llevado a la tumba la estola de la inocencia
i bautismal. Se leía la pureza en su mirada, en su aspecto, en sus palabras y en todos sus actos; bastaba mirarlo para sentir el aroma de esta virtud."
* * *
Un aspecto poco estudiado en Don Bosco es el de su sensibilidad exquisita, por la cual, sin duda, se ha podido hablar de "Don Bosco poeta". Ante los espectáculos grandes de la naturaleza y los grandes panoramas, se exaltaba y se enternecía. Las mínimas atenciones le llegaban al alma, como le hacían sufrir ciertos detalles. En una de sus ausencias, el Prefecto del Oratorio cortó un árbol que para el mismo Oratorio tenía recuerdos; lo cortó porque realmente estorbaba. Al llegar él de su viaje y notar la ausencia del árbol querido, se detuvo pensativo, y se le saltaron las lágrimas. No dijo nada y subió entristecido a su habitación. Allí alguien trató de darle explicaciones.
—Es cierto —contestó—; pero ese árbol presenció los primeros tiempos del Oratorio, vivió nuestra vida, compartió nuestros sufrimientos y nuestras alegrías, y con sus ramas frondosas salvó la vida de Félix Reviglio cuando con un cuchillo lo perseguía su padre, entonces sectario furibundo.
Parecidos motivos le inspiraron la defensa del viejísimo clavicordio que "acompañó los primeros cantos de los niños del Oratorio". Si, Don Bosco era poeta. No se puede ser educador o apóstol sin ser poeta.
Del mismo modo que era mortificado y temperante consigo mismo, era caritativo para atender a las necesidades y socorrer las miserias ajenas. Tenía un corazón grande como el de Salomón: latitúdinem cordis quasi arenam quae e,st in lítore maría (Reg., IV, 29), como dijo el Pontífice en su Canonización.
El Oratorio formaba una gran familia; no menos de quince mil fueron los jóvenes que allí se educaron, durante su vida, y en número mucho mayor los catequizados e instruidos en los días festivos. Todos disfrutaron de su caridad.
"Las diligencias de toda clase que hacía en favor de sus hijos, no pueden expresarse en pocas palabras —decía Don Rúa—. Les procuraba empleo cuando no tenía comodidad para conservarlos en casa; él mismo les servía en el comedor y algunas veces les remendaba la ropa, les cortaba el cabello, y más que de padre, les hacía de madre. Si caían enfermos, los cuidaba con la mayor solicitud, los visitaba con frecuencia, los consolaba y cuando empeoraban, se pasaba junto a ellos horas y horas de día y de noche; y corría en boca de todos la expresión de que hubiera sido dulce morir en el Oratorio para ser asistido por Don Bosco."
Los huérfanos y los desamparados, en caso de enfermedad, no hubieran tenido otro refugio que el hospital; pero Don Bosco deseaba curarlos en el Oratorio con solícitos cuidados como hijos de buena familia.
En cierta ocasión al saber una madre que se hallaba enfermo su hijo, corrió a asistirlo llevando una cesta de excelentes provisiones, creyendo que en el Oratorio el pobrecito no podía aspirar a grandes cuidados. Apenas lo vio, grave todavía, con más de cuarenta grados de fiebre, pero rodeado de las mayores atenciones, y se convenció de que no le faltaba nada, y supo que el médico lo visitaba dos veces al día, rompió a llorar y cayendo de rodillas exclamó:
—;Buen Dios, bendice a Don Bosco y a su casa!
Y besando a su hijo, añadió:
— ; Y tú, hijo mío, quédate aquí! ¡Quería llevarte a casa, pero allí no tendrías los cuidados que aquí; no te falta nada; ésta es verdaderamente la casa del Señor, y Don Bosco es un santo!
El Santo no tenía nada suyo; pero para sus hijos adoptivos, no ahorraba trabajo ni humillaciones a fin de suministrarles lo necesario. Solía decir con la sencillez acostumbrada:
— El hambre que obliga al lobo a salir de su guarida para buscar comida para sus lobeznos, obliga también a Don Bosco a salir de casa para procurar el pan a sus huérfanitos.
Varias veces tuvo que soportar amargas repulsas; pero no se ofendía, ni disminuía el ardor de su caridad.
Con todos y especialmente con los salesianos, su caridad se adaptaba admirablemente a las necesidades y a la índole de cada uno. "En 1866 —refiere eI sacerdote Joaquín Berta, entonces clérigo, de índole sombría y solitaria—, un día mientras acompañaba a Don Bosco desde su habitación al teatro y pasando por la escalerilla del estudio me encontré a solas con él y me dijo:
—Mira, tú tienes demasiado temor a Don Bosco; tú crees que yo soy riguroso y muy exigente, y por eso parece que me tienes miedo. No te atreves a hablarme con libertad.
Siempre estás desasosegado, porque crees que no logras contentarme. Desecha todo temor. Tú sabes que Don Bosco te quiere bien; por eso si se las haces pequeñas, no se preocupa, y si se las haces gordas, te las perdona. E hízolo su secretario.
Se tomaba por todos un interés verdaderamente paternal; tenía para todos un puesto de predilección en su corazón, y todos lo amaban de un modo extraordinario. "Permitidme que os lo diga —escribía a los de Lanzo el 3 de enero de 1876— y nadie se ofenda; todos vosotros sois unos ladrones ; lo digo y lo repito; me lo habéis quitado todo: cuando fui a Lanzo me dejasteis embelesado con vuestra benevolencia y vuestra amabilidad. Vuestra piedad me ha arrebatado el pensamiento; todavía me quedaba este pobre corazón; pero, ¿qué ha sido de sus afectos? Me los habéis robado; en cambio vuestras doscientas manos amigas me lo devuelven ahora por medio de vuestra amable carta. Sólo queda ya en mi corazón un vivo deseo de amaron en el Señor, de hace-ros bien y de salvar vuestra alma."
No es posible expresar lo que Don Bosco amaba a cada uno de sus hijos. Una vez que estuvo a punto de morir, suscitóse una porfía entre los que le rodeaban por creerse todos preferidos en este amor. Todos alegaron pruebas; cada cual creyó vencer; pero al cabo todos se convencieron de que Don Bosco había amado tanto a cada uno, como si cada uno hubiese sido su único hijo.
**
Mientras pudo, es decir, hasta 1884, todos los años escribía de su propio puño una carta a cada uno de los misioneros, sacerdotes, clérigos y coadjutores que se hallaban en América; ¡y con cuánto afecto! A Don Cagliero regularmente le enviaba dos cartas al mes. El 16 de febrero de 1876, tres meses después de la partida, le escribía afectuosamente: "Ayer tuvimos función en el teatro y se representó la famosa "Disputa entre un abogado y un ministro protestante",
que resultó muy lucida. Mino cantó el "Hijo del desterrado" (1) con gran éxito; pero el pensamiento de que el autor de la música estaba tan lejos, me conmovió profundamente; por eso durante el canto y la representación no hice otra cosa que pensar en mis queridos salesianos de América."
Este afecto paternal tan profundo creció con los años. Desde 1884 preparó una carta testamento ternísima, que debía enviarse a todos sus hijos, después de su muerte. "Os recomiendo —decía— que no lloréis mi muerte. asta es deuda que todos debemos pagar. Recordad que después serán recompensados largamente todos los trabajos hechos por amor a nuestro Maestro, nuestro buen Jesús. En vez de llorar, tomad firmes y eficaces resoluciones para permanecer fieles a la vocación hasta la muerte." En 1886, discurriendo sobre la. sensibilidad de su corazón, confesaba que no podía recordar nominalmente en la Misa a los misioneros por la excesiva emoción que experimentaba, tanto, que se sentía sofocado. "Entonces —decía bromeando— me veo obligado a pensar en "Gianduia" y a buscar alivio distrayéndome" (2).
* * *
Después de los suyos dirigía sus más delicadas atenciones a sus bienhechores, entre los cuales contaba a los padres de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora; sentía por ellos paternal benevolencia; les aseguraba las bendiciones de Dios hasta la tercera y cuarta generación; si padecían estrecheces, los socorría como podía, y cuando se incapacitaban para el trabajo, los acogía en el Oratorio, donde formaban como una sola familia aparte. También el padre de
(1) Il figlio dell'égale. Una inspirada romanza compuesta por Cagliero con letra de Francesia, para que el jovencito Tamagno luciera su voz.
(2) Gianduia era un célebre payaso, conocido entonces de todo el mundo en Piamonte.
Domingo Savio acabó así tranquilamente sus días a la sombra del Santuario de María Auxiliadora.
Para las madres de los salesianos abrió un Instituto Casa en Mathi Torinese, que tituló "Santa Francisca de Chantal", y que existe todavía, confiado a la dirección de las Hijas de María Auxiliadora, con una sola recomendación: proveerlas de todo. Un hermoso episodio irradia una luz paradisíaca sobre esta obra del Santo.
En mayo de 1857, Margarita Poutrianne, a las dos de la tarde, fue a ver al cura de Ars, en la iglesia parroquial, detrás del altar mayor, y le expuso el deseo de hacerse religiosa. El Santo le respondió:
—¡Pobre viejo! ¡Qué necesidad tiene de su hija!
La joven, que no le había manifestado que desde los quince años tenía enfermo a su padre, quedóse sorprendida, pero insistió:
—¡Es que yo no quisiera morir en el mundo!
El Santo Cura levantó los ojos al cielo, y después de algunos instantes, repitió por tres veces:
—; Santa Chantal! ¡Santa Chantal! ¡Santa Chantal! La joven le preguntó:
—Así, pues, ¿debo entrar en la Visitación?
El Santo respondió:
—¡Hija mía, no morirá usted en el mundo; pero la casa religiosa donde usted debe morir no existe todavía!
Y estrechándole amablemente la mano, se despidió de ella diciéndole:
—¡Hija mía, qué cruces, qué cruces! ¡Animo, ánimo!
Margarita volvió a casa, asistió a su padre hasta la muerte, y seguidamente ingresó en nuestra casa de Saint-Pierre
de Canón, cerca de Marsella, para desempeñar allí los
más humildes servicios a imitación de Mamá Margarita. Cuando ocurrió la supresión de los Religiosos en Francia,
Margarita, juntamente con los salesianos expulsados, refugióse en Italia, y fue enviada por Don Rúa a Mathi. "Sólo entonces —escribió ella—, cuando me encontré en el Instituto de Santa Francisca de Chantal, comprendí plenamente las palabras del Santo Cura de Ars".
Don Bosco estaba lleno de caridad aun con los extraños. Todos los que se veían reducidos a lastimoso estado de alma o de cuerpo, ocupaban su atención. Ya hemos indicado los cuidados que se tomaba por los presos y por los condenados a muerte, sus visitas cotidianas a los hospitales, y la asistencia que prestaba a los moribundos. Se solicitaba su ministerio para con los enfermos, porque sabía infundirles una gran confian7s. en la infinita misericordia de Dios. La misma compasión tenía con los pobres. Una vez llegóse a él un decidido demócrata, el cual, encontrándose en grave necesidad, le pidió una pequeña cantidad, al menos tres francos, para comprarse una camisa, asegurándole que se los devolvería. Echó mano al portamonedas, y lo encontró vacío; volvió los ojos a la cama y al ver una camisa nueva que habían regalado y estaba preparada para él la tomó y se la dio diciendo: "¡Vaya! ¡Aurum et argentum non est mihi, quod autem hábeo, hoc tibi do!" (No tengo oro ni plata; pero te doy lo que tengo.)
El pobre hombre le miró con aire estupefacto y le dijo: —¿Y usted?
—No se preocupe por esto: ¡la Providencia que le provee hoy a usted, sabrá proveerme mañana a mí!
El necesitado quedó tan conmovido, que rompiendo a llorar se arrojó a sus pies, exclamando:
—¡Oh, cuánto bien puede hacer un sacerdote!
Mientras la Casa Real y los Ministerios tuvieron residencia en Turín, muchos pobres solían recurrir a las primeras autoridades con súplicas para aliviar sus miserias y como no sabían escribir, acudían a Don Bosco. 2l escuchaba pacientemente sus cuitas y los satisfacía cumplidamente. Durante cinco o seis años, él mismo y gratuitamente hizo este trabajo, las más de las veces después de comer. Más tarde, cuando pudo dedicar una habitación para que sirviese de portería, dispuso que a ciertas horas hubiese alguno de la casa ain para recmir a aquellos poorecitos y aespacnaries debidamente sus solicitudes. ¿No era ello una verdadera oficina de "servicio social"?
En sus viajes, cuando alquilaba carruajes públicos, era bastante generoso en dar propinas a los cocheros, aprovechando la ocasión, decía él, para dar una pequeña limosna a aquella gente, sin humillarla, y dirigirles algunas buenas palabras, de las que tenían ta.nta.. necesidad.
Esta clase de limosnas no se reducían a pocos céntimos o pequeñas propinas. Cuando se trataba de personas, cuya moralidad peligraba, o estaban en decadencia, daba mucho más: billetes de cinco, de veinte y a veces hasta de cien liras.
Monseñor Morganti dijo que en ningún otro Siervo de Dios había encontrado tan viva y tan profunda la virtud de la gratitud como en Don Bosco. Nunca dejaba de dar gracias a quien le hacía algún donativo, aunque fuese de pocos céntimos. Siempre usaba las más delicadas expresiones para los Cooperadores y Cooperadoras Salesianos: repetía que sólo. con la caridad de ellos podía mantener y hacer un poco de bien a tantos pobres niños; rezaba y hacía rezar por ellos todos los días a sus alumnos, recomendaba comuniones, celebraba y hacía celebrar Misas y todos los días se rezaba un Pater, Ave y Gloria por todos los bienhechores.
Al principio del año empleaba un mes entero en remitir a todas partes cartas autógrafas de felicitación, a las cuales con frecuencia añadía como obsequio alguna de sus obritas. A los más cercanos les enviaba otros regalos. Si recibía como donativo cosas raras y de gusto delicado, en vez de destinarlas a la casa, las distribuía entre los bienhechores más insignes.
Durante muchos años obtuvo del Papa o del Rey para sus grandes bienhechores condecoraciones y distinciones especiales. Era muy solícito en impetrar para sus bienhechores
y sus familias favores espirituales de indulgencias y bendiciones del Sumo Pontífice, y otras gracias semejantes. Por la misma razón, les prestaba cualquier servicio, aunque le fuera gravoso.
Para él, un simple deseo de sus bienhechores y conocidos era una orden. Una señora, para contentar a sus niños, buscaba algunos pajaritos, y Don Bosco le envió un nido de ellos, todavía sin plumas. Quedó aquella familia tan conmovida por el inesperado obsequio, que poniéndose todos de rodillas en torno de la mesa sobre la cual estaba el nido, empezaron a rezar por el Santo. Después crió a los pajaritos y cuando pudieron volar les dio libertad, enviando al mismo tiempo una limosna al Oratorio.
Durante los años en que hizo los estudios de Latín en la ciudad de Chieri, varias veces, como ya se ha dicho, debido a la pobreza de su familia, hubo de padecer hambre; los compañeros, de quienes era muy querido, lo notaban, y entre ellos, un tal José Blanchard, tuvo que regalarle varias veces frutas y pan.
—Pues bien —decía el buen Blanchard, ya viejo—, no se olvidó de mí, ni se avergonzó de confesar lo que había hecho yo por él, aun siendo tan poco, cuando era joven y necesitado. Lo había perdido de vista, y si lo hubiese encontrado, quizás no me hubiera atrevido a saludarlo, ni a acercarme a él, pues tenía por cierto que no me habría reconocido. ¡Cuánto me engañé! Un día, mientras en una mano llevaba yo un poco de comida, y en la otra una botella de vino, lo encontré en Chieri en medio de muchos sacerdotes, que habían ido a saludarlo a la puerta de casa de Bartinetti, donde se había hospedado. Apenas me vio, dejó la compañía y vino a saludarme. Yo traté de componerme, porque iba mal arreglado, y con mi comida en las manos; no me atrevía a tratar con tanta confianza a Don Bosco, que me parecía ya un gran personaje; pero él se entretuvo conmigo con mucha amabilidad, y volviéndose a todos aquellos sacerdotes que lo acompañaban, exclamó, señalándome:
— i Señoree. aqui les presento a uno de mis primeros bien hechores!
Y después de haber referido por qué, estrechándome mano, añadió:
—Siempre que vayas a Turín, ven a comer conmigo.
¡Oh, qué gratitud sentía por todos sus bienhechores! Para varios de ellos en particular escribió desde 1884 algunas cartas que se les habían de enviar después que él hubiera pasado a mejor vida.
Aun para con aquellos que lo ultrajaron brillo de un modo extraordinario la caridad de han Bosco. Eran los primeros tiempos del Oratorio, y "un domingo después de las funciones —refiere José Brosio—, como no vi a Don Bosco en el patio, le busqué por todos los rincones de la casa, y, finalmente, lo encontré en una habitación. triste y casi roso. Insistí en que me dijera el motivo de su aflicción, y me contestó que un joven lo había ultrajado sobremanera.
— Si se tratase de mi —dijo—, no me importaría, pero lo que más me duele ea que ese tal se encuentra en camino de perderse.
Me impresionaron tanto aquellas palabras, que temblando de rabia, pensé vengarme de aquel ingrato. Don Bosco advirtió mi alteración, y sonriendo, me dijo:
—Tú quieres vengar a Don BOSCO. y tienes razón; pero la venganza la tomaremos juntos, ¿estás contento?
— Sí —le respondí.
Pero la ira que me dominaba en aquel momento no me dejaba ver que la venganza de Don Bosco era el perdón y el pedir a Dios por él En efecto, me condujo a rezar por el compañero y empleamos en ello bastante tiempo. Debió de orar también por mi, porque cambié de sentimientos en un instante, y la ira contra aquel compañero se trocó en amor. Al salir me dijo que la venganza del verdadero cristiano es el perdón y el rezar por las personas que nos ofenden.
Habiendo caído en manos de la Justicia uno que había atentado contra la vida de Don Bosco, éste fue llamado a declarar contra el procesado; pero logró obtener su perdón y la condonación de la pena; "sólo recomendó al tribunal —refiere Don Rúa— que se le protegiese contra nuevos atentados; io cual se efectuó expulsando a aquel peligroso individuo de la ciudad de Turín. Este hecho lo supe por Don Bosco mismo y por quien lo había acompañado al tribunal".
Pudo, pues, con razón recomendar en su lecho de muerte a sus hijos: Diligite inimícos vestras et benciárite his qui ,hiérurit vos! (Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os odian.)
En una conferencia con el Papa San Pío X, Monseñor Salotti decía que "al estudiar el voluminoso proceso de Turín para la introducción de la Causa. de Don Bosco, más que la magnitud y exterioridad de su obra colosal", le había impresionado "aquella vida interior del espíritu, de la cual nació y se alimentó todo su prodigioso apostolado". Al notar que de Don Bosco "muchos conocen solamente la obra exterior" e "ignoran, en gran parte, el edificio grande y sublime de perfección cristiana que había erigido pacientemente dentro de su espíritu, ejercitándose todos los días, y en todo momento en todas las virtudes de su estado sacerdotal"... proseguía: "Padre Santo, si todos tuviesen conocimiento íntimo y completo de este otro aspecto de la figura de Don Bosco, ¡cuánto mejor se aprediaría a este hombre que, aun sin ello, goza de una estimación tan profunda y universal"! Y el Santo Pontífice opinaba que la admirable obra de penetración realizada por los Salesianos en casi todas las partes del mundo, aun en las más difíciles e inhospitalarias, "no podía explicarse de otra manera sino conectándola con la santidad del Fundador".
21 era todo de Dios. "Puede afirmarse —dice Don Rúa—que en toda la vida de Don Bosco el amor de Dios fue el motor de todas sus obras, el inspirador de todas sus palabras, el centro de todos sus pensamientos y afectos..."
Don Bosco vivía habitualmente de fe. En cualquiera cir
cunstancia, aun en medio de ocupaciones materiales muy diferentes, "su mente y su corazón se elevaba a Dios". "Algunas veces, prosigue Don Rúa—, al acompañarlo nosotros por la noche, tarde, a descansar, se detenía a contemplar el cielo estrellado y nos entretenía, olvidándose de su cansancio, hablándonos de la inmensidad, omnipotencia y sabiduría divinas. Otras veces ponderaba en el campo la belleza de los sembrados y de los prados, la variedad y riqueza de los frutos, y por este medio, terminaba hablándonos de la bondad y providencia divina, de modo que muchas veces se nos ocurría exclamar como los discípulos de Emaús: Nonne cor nostrum arden erat in nobis, dum loqueretur in via? La bondad de Dios, el amor a Dios y el servicio de Dios eran los puntos predilectos de sus conversaciones. "¡Qué bueno es el Señor y cuánto cuidado se toma de nosotros!" "Dios es un buen Padre, que no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas."
"Dios es un buen amo, que no deja sin recompensa, ni siquiera mi vaso de agua dado por su amor." "Hagamos todo lo que podamos a la mayor gloria de Dios." "Todo por el Señor; todo por su gloria."
Aun en sus escritos, tanto en sus obras impresas como en sus cartas familiares, tenía siempre presente la gloria de Dios. No conocemos una sola carta suya en que no entre el nombre de Dios, de Jesucristo o de su Divina Madre.
Con el andar de los años, su fe se hizo más viva y se manifestó de un modo más luminoso. En los últimos, al recordar la primera educación cristiana que había recibido, se conmovía hasta verter lágrimas. "¡Qué gran suerte es —repetía con insistencia— el pertenecer a la Iglesia Católica! Doy gracias al Señor porque me ha hecho nacer en el seno de la Iglesia Católica y por haberme concedido una madre cristiana!"
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Inculcaba .con frecuencia el pensamiento de la presene de Dios, y con tal acento, que se conocía que él siemp estaba ante ella. "Recordad bien que Dios os ve de día y noche, que os ve siempre."
Durante el Proceso de Beatificación, un Cardenal se pe mitió decir delante de Pío XI:
—Con tanta actividad exterior, ¿cuándo oraba Don Bosco?
A lo que el Papa, que lo conocía muy bien, por haberlo tratado y por haber seguido con asiduidad la documentación, 1 contestó rápidamente:
—Eminencia, digamos más bien, ¿cuándo no oraba Don Bosco?
Su confianza en Dios era paralela a su unión con Él, esto es, íntima y continua. En sus frecuentes necesidades, y ante la amenaza de carecer de lo necesario, exclamaba con dulce sonrisa: "Don Bosco es pobre; pero Dios todo lo puede. Procurad solamente no cometer pecados, y Aquél que alimenta a los pájaros del aire, nos dará a nosotros la comida." "¡Ah, hombres de poca fe! —decía otras veces—, ¿cuándo nos ha faltado algo ? Estad tranquilos; el Señor proveerá." O bien: "¿Creéis que le faltan a. Dios medios para ayudarnos? Confia y veréis."
En todos los momentos difíciles solía consolarse con el pensamiento del Paraíso: "Allá arriba —decía— nos está esperando mi gran premio." "Las espinas de acá abajo se cambian en rosas allá arriba." "Los padecimientos de esta vida son momentáneos; pero los goces del Cielo son eternos." "Animémonos; allá arriba descansaremos eternamente."
El pensamiento del Cielo lo estimulaba a padecer y trabajar más por el Señor. "¡Qué hermoso será ver a Dios cara a cara!" "¡Qué hermoso es el Paraíso!; pero no se ha hecho para los holgazanes." "No se va al Paraíso en carruaje."
"El Paraíso es un gran premio, naturalmente que cuesta su trabajo."
El amor de Dios y el deseo de encenderlo en todas las almas le hacían sentir habitualmente un odio implacable al pecado; le hacía guerra sin cuartel. "Yo estoy hecho así —decía—; si veo la ofensa a Dios, no cedo, aunque tenga un ejército en contra." "Con este fin —indicaba Don Rúa—fundó los hogares (internados para aprendices), porque decía: "Para ciertos jóvenes abandonados, y para todos los que reciben escándalo en su casa, no basta la instrucción que se les da en los días festivos; si queremos salvarlos, hay que alejarlos del peligro también durante la semana."
"Cuando sabía que se había cometido algún sacrilegio u otros graves delitos, se le veía entristecerse y padecer grandemente."
No podía tolerar la ofensa de Dios. "Al oir una blasfemia —decía—, experimento más pena que si recibiese una bofetada; me impresiona de tal manera, que temo desmayarme."
Alguna vez, después de haber intentado en vano todos los medios de corrección que juzgaba más adecuados, al ver que ciertos alumnos eran incorregibles, recurrió a otros extraordinarios que dejaron memoria, como el del 6 de septiembre de 1876. Después de las oraciones de la noche, subió tranquilamente como siempre a la pequeña tribuna que había debajo de los pórticos, ante la imponente y acostumbrada reunión de sacerdotes, clérigos, coadjutores, estudiantes, artesanos y fámulos, para dar las "Buenas noches".
Comenzó narrando todo lo que el Divino Salvador había hecho y padecido por la salvación de las almas y sus amenazas contra los que escandalizaban a los niños; habló de lo que había hecho y hacía él mismo en cumplimiento de la misión que le había confiado la Divina Providencia, recordando los sudores, los trabajos, las humillaciones y las privaciones que había padecido por la eterna salvación de los jovencitos; después dijo que en el Oratorio había lobos, asesinos, demonios que habían venido a robarle las almas que se le confiaban, y añadió:
— ¿En qué he ofendido o qué daño he hecho yo a esos tales para que me traten así? ¿No los he amado bastante? ¿No los he considerado como hijos míos? ¿No les he dado todo cuanto podía darles? ¿No los he admitido a la confianza de mi amistad? ¿Qué instrucción podrían haber recibido en el mundo, ni qué manutención, educación ni esperanzas podían formarse para lo por venir, si no hubiesen venido al Oratorio?
Después de enumerar los beneficios que habían recibido, prosiguió;
— Esos desgraciados creen que no son conocidos; pero yo sé quiénes son, y podría nombrarlos en público... Si yo quisiese nombrarlos, podría decir: "Eres tú, A (y pronunció el nombre y el apellido), un lobo que te deslizas entre tus compañeros, los alejas de los Superiores, poniendo en ridículo sus consejos. Eres tú, B... un ladrón que con tus conversaciones empañas el candor de la inocencia... Eres tú, C..., un asesino que con ciertos papelitos, ciertos libros y ciertos escondrijos arrebatas del lado de María a sus hijos. Eres tú, D..., un demonio que corrompes a los compañeros y les impides con tus burlas que frecuenten los Sacramentos..."
Seis fueron los nombrados. Su voz era tranquila y clara. Cada vez que pronunciaba un nombre, se oía un grito sofocado, o un sollozo, o un ¡ay! del culpable nombrado, que resonaba en medio del silencio de sus compañeros aterrorizados. ;Parecía aquello el juicio universal!
Cuando hubo acabado de hablar, todos se retiraron conteniendo la respiración. Sólo quedaron sollozando los seis aludidos, unos apoyados contra las pilastras y otros contra la pared. El Santo se detuvo en medio de pórtico. Los sacerdotes y los clérigos formaban corrillos a cierta distancia y nosotros fuimos con ellos espectadores de una escena conmovedora. Aquellos seis pobrecitos se le acercaron, le tomaron las manos y se las besaron; otros se le asieron de la sotana. n los miró, mientras unas lágrimas de conmoción le corrían temblorosas por las mejillas. Nadie hablaba; finalmente, después de decir a cada uno algunas palabras de consuelo, subióse a su habitación. Al día siguiente uno salió del Oratorio, y otros, que eran estudiantes, cambiaron de sección y dos de éstos, después de un período de prueba, fueron admitidos de nuevo a continuar sus estudios. Los que continuaron en el Oratorio mudaron de conducta de tal manera, que emularon a los mejores, y se hicieron excelentes cristianos (Lemoyne).
"La vida de Don Bosco —escribió Don Álbera— podía llamarse "una oración continua, una no interrumpida unión con Dios. Era indicio de ello aquella inalterable igualdad de humor que se transparentaba en su semblante invariablemente sonriente. En cualquier momento que recurriéramos a él en busca de consejo, parecía interrumpir sus coloquios con Dios para darnos audiencia, y que Dios le inspiraba los pensamientos y exhortaciones al bien con que nos obsequiaba."
"En cuanto a mí —dice a su vez Don Cerruti—, estoy íntimamente persuadido y lo he oído a otros que lo conocieron de cerca, que su vida, sobre todo en sus últimos años, fue una continua oración."
Era sencillo y embelesador también su recogimiento, mientras oraba. Derecho e inmóvil, con las manos juntas apoyadas sobre el reclinatorio contra el pecho, la cabeza ligeramente inclinada, la mirada fija y la cara sonriente, no tenía nada de afectado; pero quien lo veía, no podía por menos de sentirse estimulado a rezar bien, observando cómo se reflejaba en su frente el resplandor de la fe y del amor de Dios.
* * *
Tenía fe absoluta en la eficacia de la misión sacerdotal, tanto en el ejercicio de la predicación como en la administración de los Sacramentos y en la misma presencia del sacerdote. De aquí su celo por promover las vocaciones.
Era necesario verlo celebrar la Misa. Cuando bajaba a la iglesia para el Santo Sacrificio, si encontraba a alguno que lo saludaba, correspondía al saludo con una sonrisita, se dejaba besar la mano, pero no decía una palabra; tan absorto estaba en el pensamiento del acto divino que iba a realizar.
Cuando debía emprender un viaje por la mañana temprano, anticipaba la Misa, abreviando el descanso de la noche. La aplazaba para hora muy avanzada cuando el viaje era largo y no podía llegar temprano a su destino.
Estaba tan compuesto, tan recogido y tan devoto en el altar y hacía las ceremonias con tal exactitud, que causaba la mayor edificación. Algunas veces la cara se le bañaba de lágrimas o se detenía no sabemos si arrobado o por otros fervores extraordinarios. En la Consagración, no raras veces cambiaba de color y adquiría tal expresión, que evidenciaba la caridad que ardía en su alma. Al elevar la Hostia, especialmente, se le contemplaba en toda su santidad. ¡Oh, con qué fe adoraba a Jesús Sacramentado! Alguna vez ocurrió verlo levantarse de la tierra y permanecer arrobado por algún tiempo, como si viese cara a cara a Nuestro Señor Jesucristo.
Tenía gran fe en el Santo Sacrificio. A los suyos, por regla, y a todos los demás por consejo, les recomendaba que asistieran a la Santa Misa todos los días, recordando las palabras de San Agustín que "no perecerá de mala muerte quien escuche devotamente y con asiduidad la Santa Misa".
Profesaba un culto ternísimo al Santísimo Sacramento. Todos los días iba a visitarlo. No obstante su avanzada edad, y los males que le aquejaban, y aunque por la extraordinaria hinchazón de las piernas sufriese arrodillándose, se postraba hasta el suelo para adorarlo. Decía continuamente a todos:
—¿Queréis que el Señor os conceda muchas gracias? Visitadlo con frecuencia... ¿queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas veces. ¿Queréis que el demonio os asalte? Visitad poco a Jesús Sacramentado. ¿Queréis vencer al demonio? Acudid con frecuencia a los pies de Jesús. ¿Queréis ser vencidos? Dejad de visitar a Jesús. ¡Queridos hijos, la visita al Santísimo Sacramento es un medio eficacísimo para vencer al demonio! Id, pues, con frecuencia a visitar a Jesús y el demonio se retirará vencido.
Apóstol de la comunión frecuente y cotidiana, recomendaba a todos que se conservasen en tal estado de conciencia, que pudiesen, con el consejo del confesor, acercarse a la Mesa Eucarística todos los días; y no vacilaba en dar este permiso a cuantos mostraban tal deseo. Quería que los niños, apenas fuesen capaces, fueran admitidos a la comunión, a fin de que, decía, el Señor pueda posesionarse de su corazón antes que el pecado los corrompa. Cuando hablaba de la Comunión sacrílega, lo hacía con tal acento, que los jóvenes sentían helárseles la sangre, y concebían verdadero espanto de tan enorme pecado.
* *
Después de Jesús Sacramentado, su más tierno amor era la Virgen, a la cual profesaba una devoción filial, que procuraba inculcar a todos, en el púlpito, en el confesonario, en las conversaciones familiares, y con tanta ternura, que se le reflejaba en el rostro. Cantaba con transportes de gozo, y las hacía cantar, las alabanzas de María. Si entonaba aquella que comienza: "Somos hijos de María", como si la voz no le bastase, alzaba las manos en señal de alegría y con santa sencillez llevaba el compás. Atestigua Monseñor Anfossi: "¡Cuántos himnos recuerdo yo haber cantado en su compañía! Era tanto el entusiasmo que inspiraba por la Virgen, que un domingo por la tarde, volviendo al Oratorio del Ángel Custodio en el barrio de Vanchiglia, seguido de un grupo numerosísimo de jóvenes, entre los cuales me encontraba yo, entonó el canto "Veces mil bendita seas, oh dulcísima María", que nosotros cantamos en alta voz atravesando la plaza de Manuel Filiberto, llena de gente, que se contagiaba de nuestro entusiasmo.
Atribuía el éxito de todas sus empresas a la Santísima Virgen, y en los sermones, en las conferencias y en las conversaciones no se cansaba de repetir que todo lo que pudiera hacer y había hecho el pobre Don Bosco, todo debía atrki buirse a la bondad de María.
Era tan grande su devoción a María Auxiliadora y tan frecuentes y señaladas las gracias que obtenía de Ella, que aunque procuraba desviar de sí la curiosa admiración de que era objeto, atribuyendo todas las gracias a María Auxiliadora, el pueblo no tardó en comprender las cosas de manera que respetando su humildad, sintió la necesidad de llamar a María Auxiliadora "la Virgen de Don Bosco".
Por ser Esposo de la Virgen, Padre nutricio de Jesús y Patrono de la Iglesia, le tenía devoción especialísima a San José. Le dedicó en el Santuario de María Auxiliadora el alta' más hermoso después del de la Virgen y le dio al pintor la idea del cuadro que lo preside; fomentó la devoción de Dolores y Gozos de San José y le dedicó una oración espe• cialísima en el ejercicio de la Buena Muerte.
"Entre la multitud de los santos de nuestra Santa Religión —escribe de él el Cardenal Alimonda—, lo atrae uno sobre todo: es San Francisco de Sales. Gusta a Don Base( aquella fortaleza unida a la incomparable suavidad del Obispo de Ginebra, aquel espíritu compasivo, aquella vida de sacri ficio y de apostolado en que resplandece el santo prelado Ansía que aquel astro descienda hasta él y lo llama pan apropiárselo en la plenitud de la luz. La conjunción se reali za, porque Don Bosco se eleva hasta el astro mismo y en é se sumerge. ¡Rara es la humildad de Don Bosco; no quier que sus hijos tomen su nombre! Pero los sacerdotes sale sianos, reproduciendo en sus acciones, en sus tareas regern radoras, la mansedumbre, la suavidad, la fortaleza heroic del Obispo de Ginebra, reproducirán también con esto mism la fortaleza, la mansedumbre y la suavidad de Don Bosco." De su devoción a los ángeles custodios el lector ha visto muchas pruebas a lo largo de estas páginas.
* * *
El amor de Don Bosco al Vicario de Cristo no pudo ser más vivo y activo. "En sus pensamientos y en sus palabras, en los afectos y en la acción —dice Monseñor Manacorda—, Don Bosco era el retrato del hombre humilde. Todo en él era humildad, pero ésta se revestía de amor entusiasta y festivo apenas sonaba en sus oídos la palabra sagrada: "¡Romano Pontífice!"... Se encendía, adquiría vida y hablaba con calor."
En las normas confidenciales que dejó para la elección de su sucesor, o mejor dicho, de sus sucesores, entre los requisitos del candidato puso éste: que "sea conocido por su adhesión a la Santa Sede y a todas las cosas que de alguna manera se relacionan con ella." Dispuso también que el elegido Rector Mayor "dé inmediatamente al Padre Santo la noticia de su elección y se ofrezca con la Sociedad Salesiana a las órdenes y a los consejos del Supremo Jerarca de la Iglesia".
La devoción de Don Bosco a la Iglesia y al Papa estaba reconocida aun por los mismos enemigos de la Religión, los cuales lo llamaban "el Syllabus ambulante", el Garibaldi del Vaticano" y le ponían motes por el estilo.
"Su sueño dorado —atestigua Monseñor Costamagnaera tener tiempo para acabar una Historia Eclesiástica Universal, en la cual demostrar que el Papa fue y continúa siendo el centro de todos los grandes acontecimientos mundiales, los cuales no han sido, según él, sino otros tantos radios que parten del centro de una circunferencia." Había comenzado a escribir una grande Historia con este criterio. ¡Lástima grande es que en sus viajes se hayan perdido algunos voluminosos cuadernos que había dedicado a este trabajo y que sus ocupaciones, siempre tan grandes y frecuentes, no le haya permitido continuarlo!
Todos sus ex alumnos, especialmente los sacerdotes, están de acuerdo en afirmar que de él aprendieron a amar al Papa. "Había infundido en nosotros —dice el teólogo Reviglio--- tanto amor a la Iglesia, que nos sentíamos dispuestos a defenderla aun a costa de la vida" (1).
Al despedirse de Pío IX, en la última audiencia, le rogó le dijera una palabra para transmitirla en su nombre a todos sus hijos.
Muy amable el Padre Santo, respondió:
—Sí que tengo una palabra o un recuerdo que puede hacer bien a todos y que debe procurar usted inculcar en el alma de los suyos, tanto de los salesianos como de los alumnos. Recomiende a todos que prometan obediencia y fidelidad al Vicario de Jesucristo.
A estas palabras, el Santo enseñó a Pío IX la nota que tenía en la mano donde constaban las cosas que había de tratar con el Padre Santo en aquella audiencia y le hizo ver que la última era precisamente esta declaración:
—Aseguramos la obediencia y fidelidad al Vicario de Jesucristo.
El Padre Santo, contento al ver aquella coincidencia de sentimientos, y aun de palabras, exclamó:
—Preciso es que reconozcamos en ello una inspiración del Señor; considerémosla, pues, como un tesoro.
(1) "En Don Bosco --escribía La Gazzetta di Tocino de 15 agosto de 1879-- el arte de enamorar del Papado lo es todo; y en puede decirse que vale por mil maestros clericales y mil period: católicos."
La misma veneración deseaba que proporcionalmente se tuviera a todos los ministros sagrados, de un modo particular a los Obispos, en los cuales veneraba la plenitud del sacerdocio, y así es que con gran fe solicitaba sus visitas. Cuando tenía la fortuna de hospedar a un Obispo en el Oratorio, lo anunciaba primero, lo esperaba en la puerta y lo presentaba
a los chicos siempre con el bonete en la mano para inculcar en ellos el mismo respeto.
Con igual espíritu de fe consideraba también a los simples sacerdotes. Sentía la más profunda veneración por su dignidad y el sagrado carácter de que estaban revestidos y usaba con ellos las más delicadas atenciones. A todos y especialmente a los suyos decía frecuentemente:
—Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo; así, pues, comportaos de manera que se cumplan las palabras del Salvador; procurad que los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos."
¡La gloria de Dios era el anhelo continuo de su alma! (1).
(1) No podemos menos de recomendar la lectura del precioso ensayo de Cerio, "Don Bosco con Dios". Está traducido al español por el Padre Alcántara. Librería Salesiana, Barcelona, 1956.
Tenía Don Bosco escritas dos sentencias en su habitación: una eran las palabras que solía repetir San Francisco de Sales: Da mihi ánimas, caétera tale; es decir: "dadme almas y quedaos con lo demás"; otra eran las palabras de Jesús: "Una sola cosa es necesaria: ¡salvar el alma!" ¡Salvar el alma! He aquí la gran palabra que solía repetir a todos; a los jóvenes y a los viejos, a los pobres y a los ricos, a los doctos y a los ignorantes, y aun a los mismos sacerdotes.
Cuando recibía a algún alumno en el Oratorio, despué4 de haberle ganado el corazón con joviales preguntas, tomaba el aspecto entre serio y sonriente que le era característico y le decía en voz baja:
—;Hola, hola! Ahora hablemos de lo que más importa. Quiero que ahora seamos amigos, ¿entiendes? ¿Quieres MI amigo mío? ¡Yo quiero ayudarte a salvar tu almal... ¿Cómo estamos de alma? ¿Eras bueno en casa? Pues aquí te harás mejor. ¿No es verdad?... ¿Entiendes lo que quiero de ti? ¡Quiero que vayamos juntos al Paraíso!
El jovencito sonreía, aprobaba con la cabeza y respondía con algún monosílabo, o bajaba los ojos y se ruborizaba, según como eran las preguntas, las cuales nunca eran insistentes ni esperaban respuesta. Don Bosco, al mismo tiempo, con ojo escrutador, lo penetraba enteramente, adivinaba su índole, su ingenio, su corazón. La salvación del alma era el pensamiento que repetía, sobre todo cuando se inclinaba al oído de sus hijos y bajando la voz les decía unas palabritas "palabritas al oído". Las palabritas al oído eran como el eco de la palabra de Dios: "viva, eficaz y más aguda que cualquier espada de dos filos, que penetra hasta la división del alma y del espíritu... y discierne aun los pensamientos y las intenciones del corazón". (Cfr. Hebr., IV, 12.)
¿Qué eran estas palabritas al oído? Pues palabras confidenciales.
Ordinariamente eran dardos de fuego que penetraban en el corazón y en él quedaban clavados de modo que no podían arrancarse: "¿Podrías hacerme una florecilla para la Virgen?... Estudiar un poco mejor la lección. Jesús te espera en la iglesia para una visita. Corrígete de esa costumbre de poner las manos encima a los demás. ¿Te has confesado bien? ¿Por qué no vas a comulgar con más frecuencia? ¡Ay, aquellos compañeros! ¡Ánimo, invoca a María y te ayudará! ¡Si pudieses ver el estado de tu alma! Continúa así, ¡la Virgen está contenta de ti! ¡Acuérdate bien: Dios te ve! ¡Antes morir que pecar! Hazte bueno y nos encontraremos juntos en el Paraíso. Procura hacer una buena confesión y experimentarás gran alegría. ¡Ayúdame a salvar tu alma! ¡Alégrate!, un día estaremos juntos con el Señor." Y otras cien frases, que variaban según la necesidad. Un ojo experto podía observar algunas veces el efecto inmediato: acercarse a los Santos Sacramentos, mayor recogimiento en la oración, más exactitud en los deberes; vencer ciertas envidias, ciertos modales violentos, inurbanos o molestos para con los compañeros. Algunos llegaron a tal fervor, que el Santo los tuvo que contener.
* * *
Si alguno procuraba huir de él porque no tenía valor para soportar su mirada, él le seguía los pasos y de repente, sin dejarse ver, se acercaba y delicadamente le tapaba los ojos con las manos y le sujetaba la cabeza de modo que no pul diese ver quién le gastaba aquella broma. El jovencito, muy, ajeno de pensar que fuese el Siervo de Dios y creyendo que era un compañero, intentaba adivinarlo, hasta que después de un momento, las manos se alzaban.
—¡Oh, Don Bosco! —decía casi temblando el joven& ruborizado, con la cabeza baja e inmóvil.
—¿Por qué huyes? —decíale el Santo.
—; Yo, no!
—¿Conque seremos amigos?... ¡Escucha una palabra! Y le hablaba al oído.
Alguna vez, mientras conversaba tranquilamente con otros, seguía con la mirada por todos los sitios del patio y de los pórticos a algún joven; al cabo los ojos de éste se encontraban con los de Don Bosco, y al leer en aquella mirada tan limpia el deseo de hablarle, corría a preguntarle lo que deseaba; y en efecto, se lo decía al oído.
Ocurría también que, mientras confesaba en la sacristía, pasaba un joven sin ninguna intención de confesarse, aunque lo necesitara. Si Don Bosco lo miraba, se detenía indeciso, daba un paso hacia la puerta, volvía atrás, se acercaba al Santo, caía de rodillas y esperaba su turno para confesarse..
Valga por muchos un hecho ocurrido en el Santuario de'• María Auxiliadora el 24 de mayo de 1884. Don Bosco estaba confesando en la sacristía, cuando un hombre de unos treinta años se detuvo a mirarlo; y aunque no tenía ganas de confesarse, sintió dentro de sí una fuerza que lo retuvo allí parado como una estatua. Don Bosco, luego que hubo escuchado la confesión del último muchacho, se volvió hacia el desconocido, y adivinando que era un alma movida por la gracia de Dios, invitóle a arrodillarse. Lo que ocurrió entre él y el penitente sólo Dios lo sabe, pero alguien que estaba en la sacristía, oyó sollozar a aquel señor como un niño, y lo vio levantarse con la cara bañada en lágrimas. Preguntáronle " qué le había ocurrido y respondió:
—¡Oh, qué bueno es Dios! Es la Virgen quien me ha hecho venir aquí; y desde aquella imagen tan hermosa me ha tocado el corazón.
Y fue a arrojarse a los pies de la Virgen Auxiliadora y no acababa de rezar y de llorar.
II
¡Oh, qué poder tenía la mirada de Don Bosco! Cuenta Don Albera que una señora de Marsella, a quien daba grandes disgustos un hijo suyo de diecisiete años, esperaba que la bendición de Don Bosco contribuiría a mejorarlo, y así, lo llevó al Oratorio de San León con otros hijos suyos. Creyó que no sería muy difícil acercarse a Don Bosco y hablarle; pero hubo de esperar en vano hasta el mediodía, cuando indicaron al Siervo de Dios que suspendiera las audiencias. La pobrecita, prorrumpiendo en llanto, se lamentó de no haber podido hablar con Don Bosco después de cinco horas de espera. 1, sin cuidarse aparentemente de ella, dirigió una mirada al hijo, y poniéndole la mano sobre la cabeza, le dijo: "Carlos, ya es tiempo de que des algún consuelo a tu mamá."
Después, volviéndose a ella, le aseguró que el hijo cambiaría de conducta, y lo bendijo. La señora quedó como fuera de sí, porque Don Bosco, sin que ella le hablase, había leído en su corazón y había llamado al hijo por su nombre. Tres años después, llena de gratitud, atestiguaba que el joven desde aquel día en que el Santo lo bendijo, había cambiado de conducta.
No había niño ni joven que pudiera resistir el influjo de su fascinador atractivo. "Varias veces —narraba Don Rúa—, durante algunos años tuve que acompañarlo por las calles de la ciudad. Los niños, al verle, corrían, unos para besarle la mano y otros para pedirle medallas, y formaban un gran corro en torno suyo. Una vez una turba de mozalbetes lo insultó villanamente con palabras soeces. Detúvose tranquilo, invitólos a acercarse, dirigióles una amorosa corrección, los obsequió con magníficos melocotones, que conpró en un puesto de fruta, y llamándolos amigos, se despidió de ellos, invitándolos amablemente a ir al Oratorio. La mayor parte comenzaron a frecuentarlo. Desde los primeros años de su sacerdocio se había trazado, entre otras, esta norma: "Es sumamente importante y útil hacer de modo que jamás un niño se vaya de nuestro lado descontento."
* * *
La salvación del alma era la primera palabra que decía a un jovencito cuando entraba en el Oratorio y era también la última que le repetía cuando se marchaba, o cuando volvía a verle después de algunos años. "Tú antes eras bueno... ¿lo eres también ahora?..." "¿Has cumplido con la Iglesia?..." "¿Hace mucho tiempo que no te has confesado?" ;Con qué gusto lo escuchaban!
No sólo a los alumnos, sino a todos les repetía aquella gran palabra. El 6 de enero, al responder a las felicitaciones de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, les escribía: "Agradezco esas preciosas palabras, a las cuales como padre responderé simplemente que os las agradezco con todo mi corazón y que haréis la cosa más grata del mundo para mí si me ayudáis a salvar vuestra alma. Vosotros sabéis, mis queridos hijos, que os he aceptado en la Congregación y os he prodigado todos los cuidados posibles para vuestro bien y para aseguraros la salvación eterna; por eso, si me ayudáis en esta gran empresa, haréis todo cuanto mi corazón desea de vosotros."
*
Empleaba las mayores finezas, para hacer llegar al oído de alguno que la necesitaba, una buena palabra.
Delante de la iglesia de Santo Domingo, en Turín, se encontró un día con un albañil, el cual, habiendo resbalado, estuvo a punto de lesionarse. El Siervo de Dios lo sostuvo, y el viejo, agradecido, le dijo:
—¡Oh, si no hubiera sido por usted, me habría roto una pierna!
—¡Ah, si pudiera sostenerlo y evitar que cayera usted en el infierno!... —le contestó el Santo.
Estas palabras hicieron tanta impresión en el obrero, que, tocado de la gracia, se aterrorizó del estado de su alma y fue inmediatamente a confesarse con él.
En cierta ocasión, el Conde Cibrario, Ministro de Estado y de edad muy avanzada, le dijo que tenía el presentimiento de que no viviría ya mucho tiempo.
—Señor Conde —le respondió él—; usted sabe que le quiero y estimo mucho. Pues bien, si su vida no puede ser ya muy larga, recuerde que antes de morir tiene alguna cuenta que ajustar con la Santa Sede.
La expresión de la voz y sobre todo aquella inesperada conclusión, lo dejó aturdido. Púsose serio, bajó la cabeza, estuvo un instante pensativo, después tomó la mano del Santo y estrechándosela, dijo: "Tiene usted razón, he pensado en ello; lo haré; le aseguro que lo haré; ¡y pronto!"
* *
Sentía un especial interés por los sacerdotes. Convencido de que un sacerdote jamás va al Paraíso o al infierno solo, cuando veía que alguno no respetaba su sagrado carácter, experimentaba por ello vivo dolor, y varias veces le vieron llorar por esta causa: hubiera querido ocultarlo a los ojos de todos. Varios de éstos le fueron recomendados por algunos Obispos y Vicarios Capitulares. Pródigo en ardiente caridad y respeto para con ellos, procuró rehabilitarlos, exhortándolos, celebrando con ellos largas conferencias y socorriéndolos pecuniariamente. Su celo obtuvo una gran recompensa, porque pudo reponerlos a casi todos en el honor sacerdotal perdido, ante Dios y ante los hombres. Aun algunos que habían caído en la herejía, hicieron edificante retractación.
¿Qué no hizo para promover las vocaciones eclesiásticas?
Tuvo toda su vida gran solicitud por dar a la Iglesia muchos y buenos sacerdotes. En malas condiciones estaba el Clero del Piamonte. Si la archidiócesis de Turín y las otras diócesis del Piamonte durante la clausura de Seminarios contaron con los sacerdotes necesarios para el sagrado ministerio, en su mayor parte lo deben al celo y a la caridad de Don Bosco. Abiertos de nuevo los Seminarios, pronto se llenaron con alumnos salesianos que, al presentarse a sus Obispos, podían afirmar con toda razón: "Hemos venido a trabajar por la salvación de las almas; Don Bosco es quien nos manda."
En 1883 se le oyó exclamar:
—¡Estoy contento! He encargado que se haga una minuciosa estadística, y se ha comprobado que más de dos mil sacerdotes han salido de nuestras casas y han ido a trabajar a diversas diócesis. Sean dadas rendidas gracias al Señor y a su Santísima Madre, que nos han proporcionado abundantemente los medios necesarios para hacer tanto bien.
Aquel cálculo no era exacto. Otros quinientos ingresaron en el Clero antes de su muerte; y otros muchos, cuya vocación había fomentado, escogieron por su herencia en la viña del Señor el sagrado ministerio después de la partida de Don Bosco de este mundo. Añádanse a éstos los que pasaron de las otras casas salesianas a los Seminarios y los muchos que, por su consejo, fueron a poblar las casas religiosas. No se olvide que le corresponde también el mérito de haber, por otros caminos, acrecentado con nuevas fuerzas las milicias católicas. Puede decirse que por su ejemplo, y tal vez debido a sus instancias y a su cooperación, se abrieron y se sostuvieron los Seminarios menores; no pocos Directores de éstos y de los Seminarios mayores, no sólo de Italia, sino también del extranjero, aprendieron de él la manera de cultivar a los alumnos con amorosa y paternal asistencia, mediante la piedad, y de un modo especial, con la frecuente comunión.
Alguien, que hizo estadísticas exactas, eleva a seis mil el número de sacerdotes que le debieron a Don Bosco el serlo.
Como el granito de mostaza, el Oratorio de pequeñito se hizo gigante.
Con sus vastos edificios y sus patios, que resonaban con las alegres voces y cantos de numerosos niños, el Oratorio era la primera casa que la Virgen le había indicado en aquellos sueños o visiones, alentándolo para su misión; y aquella casa se sostenía, como hoy, con la ayuda providencial de la Virgen.
También había querido la Providencia que en sus principios fuera palestra-escuela de esa forma de Orden Terciaria, que es la Cooperación salesiana.
Resumamos unas páginas de Lemoyne en el tomo III de las Memorias Biográficas:
"Cuando al lado del Oratorio Festivo Don Bosco pudo organizar el Hogar, se hizo necesario el concurso de generosas cooperadoras que hicieron de madres a los huerfanitos. Margarita trabajaba mucho, muchísimo. Pero como no podía llegar a todo, María Auxiliadora le trajo ayudantas, como la Marquesa Fassati y doña Margarita Gastaldi y alguna otra dama de la Corte, y las dotó de un corazón tan grande, como era necesario para esa obra. Ellas proveían de ropa a los chiquillos, la hacían lavar, la remendaban. Cada mes cambiaban la lencería de las camas. Una de ellas pasaba revista todos los domingos a todos los niños para ver si se habían cambiado la ropa, si se habían lavado, peinado, cortado las uñas y examinaba también las camas. No lo hubieran hecho mejor con sus propios hijos.
Y cuando alguno enfermaba, lo atendían como a sus propios hijos.
Desde el año 1847 el Oratorio tuvo su propio médico. Prestóse con gran cariño a serlo el doctor J. Vella, a quien Don Bosco guardó perpetua gratitud.
Este facultativo y algunos prohombres se prestaron tana bién a enseñar Catecismo y dar algunas clases, y de diversas maneras colaboraban o cooperaban con Don Bosco en la educación de la juventud menesterosa. Por lo que alguien pudo decir con verdad que "los hijos del pueblo eran tratados como los hijos de los grandes señores". Son los milagros de la caridad.
El Oratorio era, y es, realmente la Casa de María Auxiliadora.
Haee est domas mect!... Don Bosco no se cansaba de repetirlo a Ios alumnos exhortándolos a reflexionar sobre la grandeza del favor recibido, con sólo haber sido llamadós.
A la luz y al calor de esta fe y de esta íntima gratitud, la vida que se hacía en eI Oratorio era una vida de fervor, una continua aspiración al Cielo. Temor y amor de Dios, trabajo y estudio incansable y una santa alegría la hacían universalmente grata. Se realizaba así de la manera más hermosa el "Servíte Dó'hino he kletititt"; y Don Bosco era el alma de esta vida.
—Hijos míos —solía repetir con San Felipe Neri—, jugad, saltad, divertíos cuanto queráis, con tal que no pequéis. Don Bosco es el hombre más bueno de este mundo, pero frente a la ofensa de Dios es inexorable.
En la sucesión de honestas y pacificas diversiones, Don Bosco veía para los jóvenes un manantial de tranquilidad y de paz.
Siempre se le encontraba en medio de sus muchachos. "Con frecuencia, —recuerda Don Rúa— personajes distinguidos, al ir al Oratorio, atraídos por la fama de sus obras,
quedábanse maravillados en extremo, al verlo en medio de a multitud de niños, sentado con ellos y entreteniéndolos con edificantes narraciones, o cantando canciones sagradas."
Esto ocurría sobre todo en los primeros años del Oratorio. Crecido éste y después de organizado como colegio, todavía por muchos años, continuó el Santo siendo el alma de las diversiones. El que no lo ha visto, difícilmente podría formarse una idea de la vivacidad, de la alegría, de la anima-ojón que reinaba en los recreos. Eh el patio todo era correr y saltar; y como los alumnos sabían que el buen Padre siemprew que podía tomaba parte en los recreos, de cuando en cuando miraban a su habitación, y al verlo aparecer sobre el antepecho, lanzaban gritos de gozo, y muchos acudían al pie de la escalera para esperarlo. Entonces el juego se animaba y con frecuencia acababa con un desafío general a correr. El último en que tomó parte ocurrió en 1866, cuando, a pesar de la hinchazón de las piernas, se le vio correr con tanta rapidez, que dejó atrás a más de quinientos jóvenes, entre los cuales había muchos de una agilidad no común.
Cuando era grande el número de jóvenes que lo rodeaban y no le era posible conversar con todos, solía proponer en alta voz problemas que daban lugar a vivas discusiones, hasta que él mismo resolvía la cuestión.
*
Tanta alegría en los recreos hacía más explicable la seriedad y el recogimiento a que había acostumbrado a los alumnos en el cumplimiento de sus deberes en el estudio, en la clase y en el taller. Era sorprendente ver a doscientos, trescientos y después a más de quinientos alumnos estudiar en la misma sala en perfecto silencio. Rezado el "Aetiones" (oración al Espíritu Santo) y el Avemaría, cada cabecita se inclinaba sobre los cuadernos y los libros, sin cuidarse de mirar quién entraba y quién salía. La aplicación era perfecta.
Don Bosco de cuando en cuando admitía a algún ilustre huésped a contemplar aquel espectáculo, verdaderamente digno de admiración.
Un día se presentó el ministro inglés Lord Palmerston. Don Bosco se lo enseñó todo; quedóse grandemente impresionado y creció su maravilla cuando supo que en todo el año no se habían oído palabras de desorden ni había habido motivo para reñir o castigar.
— ¿Cómo es posible obtener tanto silencio y tanta disciplina? —preguntó.
Y Don Bosco respondió:
—El medio que se usa entre nosotros no puede emplearse entre ustedes.
— ¿Por qué?
— Porque son arcanos revelados solamente a los católicos. —¿Cuáles?
— La frecuente Confesión y Comunión y la Misa cotidiana bien oída, —Verdaderamente que debe de ser así; nosotros carecemos de esos poderosos medios de educación. ¿No puede suplirse con otros recursos?
— Difícilmente. Si no se emplean los medios sobrenaturales, hay que recurrir a las amenazas y al palo.
— ¡Tiene usted razón! ¡Tiene usted razón! O Religión o palo! Lo referiré en Londres.
A la aplicación en el estudio correspondía el provecho en las clases, gracias a la ayuda paternal que prestaba a los maestros el Siervo de Dios. Increíble es el trabajo que tomó a su cargo e innumerables las dificultades que hubo de vencer.
Pero la gloria del Oratorio era su vida de fe, su firmeza en la piedad, su amor a las prácticas de la Religión. El vivir siempre ocupados, las funciones de iglesia conscientemente vividas, el estudio y el trabajo manual ejecutados por conciencia, la alegría y vivacidad en los recreos alejaban los pensamientos importunos y la morbosa melancolía de la mente y del corazón de los alumnos, predisponiéndolos a la aplicación, con deseos, en continua renovación, de cumplir con los deberes de la clase y del taller, hacían la vida agradable y creaban los hábitos que habían de informar la existencia toda. Una satisfacción íntima le llenaba al ver este resultado; sistema que es base de la educación de la voluntad, mediante el cual, aun las almas tiernas recogen frutos maravillosos, cuando están avalorados por la gracia divina.
Don Bosco no exigía de los suyos prácticas extraordinarias; pero lo poco que pedía lo quería bien hecho; todos los días el rezo de las oraciones de la mañana y de la noche, la Santa Misa y la. tercera parte del Rosario. En cuanto a la frecuencia de los Sacramentos, la recomendaba continuamente; grande y cotidiana la comodidad para recibirlos; pero ninguna obligación; la más amplia libertad. En ningún día del año, ni aun en las mayores solemnidades, se consideraba obligatorio confesar y comulgar. En materia de tanta importancia como ésta para la formación de la personalidad, brilló luminosísima la prudencia de Don Bosco.
giste es el sistema que rige en el Oratorio, el mismo que después se extendió a todas las casas salesianas, donde Don Bosco ha prohibido también la comprobación pública, que quizás se observa todavía en algún sitio y que consiste en hacer salir para la Santa Comunión a los alumnos banco por banco, so pretexto de orden y disciplina. Esto le parecía una tentación fuerte y peligrosa de respeto humano casi al revés, que podría incluso coaccionar moralmente a algunos a acercarse a la Sagrada Mesa sin las debidas disposiciones, y, por consiguiente, un peligro para multiplicar los sacrilegios. Fruto de este método prudente y caritativo es una frecuencia, como mayor no se puede desear, en la recepción de los Santos Sacramentos.
"Así —atestigua el canónigo Ballesio— gobernaba él nuestro querido Oratorio: con el santo temor de Dios, con el amor y con la eficacia del buen ejemplo. Quizás alguien llamará teocrático a este gobierno. Nosotros lo llamamos el gobierno de la persuasión y del amor, y el más conforme con la dignidad del hombre. No hay que decir cuán admirables eran los efectos de este régimen... ¡Cuántas veces personajes de la aristocracia de la ciudad llevaban a sus hijos al Oratorio a espejarse en los hijos del pueblo, convertidos por su piedad en nobles y grandes... Florecieron en el Oratorio dulces y hermosas virtudes: la inocencia, la sencillez, la felicidad cristiana, ni más ni menos que sucedió con Santo Domingo y San Francisco de Asís y sus discípulos en los albores de sus obras. Y esto que un profano llamaría leyenda, es historia, y muy verdadera.".
* *
Una vida tan alegre y serena, informada por el estudio continuo, el trabajo y la piedad, en un verdadero ambiente de familia, no tardó en encender en el corazón de los más generosos, un férvido deseo de no separarse de su bienhechor, para dispensar a otros estos mismos beneficios: que no hay mejor propaganda ni estímulo a la vocación que el ver cómo viven felices y apostólicamente activos los religiosos y los sacerdotes. El amor a Don Bosco y el atractivo de su santidad fueron los vínculos que espontáneamente ligaron a los primeros que formaron el generoso grupo de los que dieron su nombre a la Sociedad Salesiana, y que fueron moldeados por Don Bosco, poco a poco en la vida religiosa, con breves conferencias, que les daba después de las oraciones de la noche, porque durante el día faltaba tiempo para ello. Verdaderamente fue así; en las horas robadas al descanso y en la humilde habitación donde el Padre trabajaba, recibía y descansaba, un grupito de jóvenes educados por él, dio principio a la Sociedad Sales•iana, haciendo los primeros votos temporales y perpetuos.
A la cabeza del generoso grupo estaba un digno sacerdote, Don Víctor Alasonatti, de Avigliana (1812-1865), del cual hemos hablado varias veces. Durante seis años fue el único sacerdote que tuvo Don Bosco a su lado, y por diez, su fiel y laborioso ayudante en la parte de la administración y de la disciplina, pues el famoso teólogo Borel no vivía en el Oratorio.
El afecto de Don Alasonatti a Don Bosco y al Oratorio fue providencial. Pero aún antes que el buen sacerdote de Avigliana conviviese con Don Bosco, Dios puso al lado de éste
al que, andando el tiempo, había de ser su primer sucesor, continuador y completador de su obra: Miguel Rúa, a quien ya conoce el lector.
Evidentemente el Señor había manifestado a Don Bosco la ayuda que Don Rúa debía prestarle.
En efecto, éste veinte años antes de ser nombrado Vicario de Don Bosco, empezó a compartir con él la dirección del Oratorio y por voluntad del Santo e imprescindibles exigencias de su método educativo, le sustituyó enteramente en algunas cosas. Don Bosco no quiso nunca hacer papeles severos; en medio de los suyos fue siempre "el padre"; y las cosas estrictamente disciplinarias las confió prudentemente a Don Rúa. Por eso el maestro y el discípulo obraban a medias, de tal modo, que en el Oratorio y en el gobierno de la Sociedad Don Bosco sin Don Rúa no hubiera podido ser realmente Don Bosco. Él mismo declara que no sabía qué dones pedir a Dios para su sucesor, porque vela que Don Rúa los poseía ya todos.
Con Don Rúa se habían agrupado en torno de Don Bosco otros corazones generosos, que debían ayudarle grandemente en el desarrollo de la Sociedad. El primero que debe mencionarse es el Cardenal Juan Cagliero. Ya lo conocemos: índole franca y jovial, de gran ingenio y corazón, en poco tiempo llegó a ser el alma de la santa alegría; orador de altura, granjeóse la estima de muchos pueblos y Comunidades Religiosas. Gran músico y buen compositor, creó en el Oratorio aquella celebérrima escolanía que tanto entusiasmo suscitó en Italia y fuera de ella. En el Oratorio era el ídolo de todas, especialmente de los jóvenes más vivos, que lo tenían por amigo y confidente, y a los cuales hacía un bien inmenso. Jefe de la primera expedición de misioneros salesianos (1875), Vicario Apostólico de la Patagonia (1882), Obispo titular de Mágida (1884), Arzobispo titular de Sebaste (1904), Nuncio Apostólico, impulsó vigorosamente la expansión de la Obra de Don Bosco en la América Meridional y Central con rapidez y prudencia; dirigió la evangelización y civilización que se llevó a cabo en pocos lustros en las regiones misionales de la República Argentina. Elevado a la Sagrada Púrpura en 1915, centenario del nacimiento de Don Bosco, acabó santamente su laboriosísima vida en Roma el 28 de febrero de 1926. Siempre sintió por Don Bosco profunda veneración y acendrado y filial afecto.
Otro hijo afectuosísimo de Don Bosco, cuyas virtudes jamás se cansó de predicar, es el sacerdote Don Juan Bautista Francesia. Fue contemporáneo y compañero del Cardenal Cagliero y el primero de los salesianos que se licenció en la Facultad de Letras. Poeta y literato, escritor inspirado y orador fácil, popular e interesante, vivió en el Oratorio en los tiempos más bellos de éste, del cual fue Prefecto de estudios, y adonde volvió, después de haber sido Director en Cherasco, Varazze y Valsálice, para alegrar con su afecto los últimos años del Siervo de Dios y enfervorizar a las nuevas generaciones con las narraciones de la edad heroica.
Digno de especial mención es también el genovés Don Juan Bautista Lemoyne (1839-1916), quien, ya sacerdote, se sintió llamado por una misteriosa voz a la Congregación de Don Bosco. Historiador nato, previendo muy pronto el gran porvenir reservado a la Sociedad, recogió con diligentísimo cuidado un gran caudal de memorias biográficas del Siervo de Dios, imprimiéndolas en edición privada y reservada, desde el nacimiento hasta la muerte del amado Padre. De esta fuente se sacaron los diecinueve tomos de Memorie Mografiche, cuyos nueve primeros tomos redactó también.
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Don Juan Bonetti fue a un tiempo martillo y corazón. Otro digno discípulo de Don Bosco fue el doctor don Francisco Cerruti.
Su grata memoria vivirá perennemente entre los hijos de Don Bosco, no sólo por las obras literarias que publicó, sino por la veneración que tuvo siempre al Fundador, por la insistencia con que inculcó su sistema educativo y por la actividad desplegada en dar a nuestras escuelas una organización definitiva, según la mente de Don Bosco, por eI gran prestigio de que gozaba, entre nosotros y fuera de nuestras casas, que le permitió realizar un vasto trabajo de perfeccionamiento y de penetración: todo era fruto de grandes virtudes religiosas.
Atrás hemos dedicado un capítulo a delinear, aunque brevemente, la figura. de los primeros ayudantes de Don Bosco, imitadores fieles del maestro en alguna de sus virtudes características, y todos llenos de gran afecto hacia él. £1 se los había formado a su imagen y semejanza. A ellos se debe la progresiva realización de los sueños de Don Bosco, merced a la actuación de su programa de caridad y de cultura. Sus biografías merecen leerse y meditarse.
*
También sería oportuno poner de manifiesto las dificultades que encontraron los primeros discípulos para no separarse del maestro, y las oposiciones y luchas increíbles que algunos sacerdotes y clérigos tuvieron que sostener por haber dado su nombre a la Sociedad Salesiana.
Don Pablo /libera, natural de None Torinese (1845), viese expuesto a duras pruebas. ;Cuántas cosas no Ie dijo su párroco! ;Qué no hizo su Obispo para que dejase a Don Bosco y el Oratorio y se alistase en el clero diocesano! Una vez Monseñor Ferré, Obispo de Casalmonferrato, preguntó a Don Bosco si aquel alumno suyo había salido victorioso en medio de tantas oposiciones, y Don Bosco respondió:
—Don Álbera no sólo ha vencido esas dificultades, sino que vencerá otras y será mi segundo...
No concluyó la frase claramente, pero pasándose una mano por la frente, se quedó como absorto en una visión lejana, y después prosiguió:
Oh, sí; Don ÁIbera nos ayudará mucho!
Esto sucedía en un almuerzo, y Don Felipe Rinaldi, seglar todavía, hallábase presente y entrevió lo que significaban esas palabras.
A pesar de esto, no pocos de los favorecidos por Don Bosco y de los cuales podía haberse prometido valiosa ayuda en la Congregación, lo dejaron, aunque no lo abandonaron, pues habiéndose hecho sacerdotes diocesanos le conservaron perpetuo agradecimiento; pero la decisión y el afecto del grupo fiel lo compensó con usura.
Alegraba en verdad el Oratorio un grupo de almas santas que, circundando a Don Bosco, hacía más veneranda su figura. Entre los chicos, los había muy buenos, piadosos y fervorosos, como Domingo Savio, y puros como ángeles, a los cuales Don BOSCO miraba y trataba con cierto temor ante la idea de su responsabilidad; y así procuraba que se conservasen humildes.
Varias veces el Señor habló a Don Bosco por boca de estas almas bellas. Un día que le preocupaba un negocio grave, al decir la Misa y en el momento de la elevación, se Ie presentó claramente el modo de resolver la dificultad. Vuelve a la sacristía, y el muchacho que le había ayudado en la Santa Misa, se le acerca y le dice:
—Don BOSCO, siga usted la idea que se le ha ocurrido en el momento de la elevación; viene de Dios.
El Siervo de Dios quedóse como estupefacto. Al interrogar poco después al niño para precisar más lo ocurrido, le oyó decir:
—No recuerdo si le he dicho algo de eso esta mañana; no sé si he hablado con usted de eso después de la Misa.
DonBosco refirió también de alguno de sus jóvenes que lo había visto levantado en el aire ante el Sagrario, en un rapto extático. Cuando refería estos hechos, añadía humildemente:
—Don Bosco es un pobre sacerdote del montón; pero tiene muchos jovencitos que le procuran las simpatías de los buenos y las bendiciones de Dios.
Y se complacía en atribuir a la bondad y a las oraciones de los alumnos la prosperidad del Oratorio y todo el bien que él mismo hacía, y lo afirmaba con tanta convicción, que ordinariamente le hacía verter lágrimas,
Toda casa salesiana está llamada a ser como aquélla. El Oratorio es un paradigma.
El n'Yelmo. Don Renato Zig giotti, actual Rector Mayor de la Sociedad Salesiana.
La crónica del Oratorio dice que un día el Santo se expresó así: "El Señor me ha suscitado para los chicos; por eso es necesario que a ellos me consagre enteramente y conserve mi salud para ellos." Sus predilecciones fueron efectivamente para los niños y jóvenes, que por eso sintieron por él una atracción misteriosa e irresistible.
Cuando iba a la ciudad, todos los muchachos corrían hacia él con el corazón candoroso y sonrientes de alegría. El año 1853, el día de Todos los Santos, al volver con los internos de la visita al cementerio, junto a la Porta Palazzo, todos los limpiabotas, los vendedores de cerillas y los deshollinadores que se encontraban en la plaza, al verlo, lanzaron un grito y volaron alegres a rodearlo.
También en los paseos y excursiones de otoño, los jovencitos de los pueblos por donde pasaban, que lo veían por primera vez, cautivados por su mirada y por la dulzura de sus modales, corrían en su busca como los niños de Palestina en torno de Jesús, y no acertaban a separarse de su lado. Algunos se agregaban a la caravana del Oratorio hasta el fin de la jira, y ya en Turín, no querían volver a sus casas.
Hasta en otros colegios no suyos despertaba su presencia sincero entusiasmo seguido de generosos propósitos. En Marsella, los pocos días que estuvo en un gran colegio, hicieron el efecto de una tanda de Ejercicios Espirituales. Loa niños de las familias principales eran también los primeros en saludarlo y en correr a su encuentro. Tal sucedió, por ejemplo, en el "Stanislás" de París.
Había en Turín un muchacho de gran talento, que iba a las escuelas públicas, se sometía difícilmente a la disciplina y descuidaba en absoluto sus deberes. El padre, al hablar de ella con varios amigos, enteróse de que había un sacerdote que había abierto un instituto de educación en Valdocco; pero como el lugar le pareció demasiado humilde, respondió que su hijo no se sometería a eso; mas el muchacho replicó vivamente:
—Papá, póngame usted allí y ya verá si estaré bien.
Por la. noche el niño tuvo un sueño. Le pareció estar en un patio con papeles en la mano y ver a muchos jóvenes que aplaudían a un sacerdote que estaba sobre el antepecho de la ventana de una casa, y subían presurosos y alegres las escaleras para ir a besarle la mano. Mas el padre no se decidió aún hasta pasados algunos meses. El chico entró, pues, en el Oratorio, donde, sin pensar en el sueño, trataba de adaptarse a la vida del instituto, porque en realidad para él era bastante pobre. Todavía no había visto a Don Bosco, que estaba fuera de Turín. Un día el maestro le dio un fajo de papeles para llevarlos a otro Superior. Mientras bajaba las escaleras, oyó prolongados aplausos; corrió al patio, aplaudiendo y gritando él también "¡Viva Don Bosco!" Éste, de vuelta de su viaje, estaba ya sobre el antepecho, según el sueño. Vio además reproducirse todas las otras circunstancias: ¡el patio,
la multitud de jóvenes, la casa idéntica, el mismo sacerdote y también a sí mismo: el muchacho con los papeles en la mano y el besar la del sacerdote. Y aquel beso fue una protesta de perpetuo afecto, como él mismo, después de muchos años, al referir el hecho, lo afirmaba conmovido.
Un padre de familia, que se había hecho protestante para recibir los pocos cuartos con que en Turín se pagaban las apostasías, pretendía que su mujer y su hijo hicieran otro tanto, Por fortuna la mujer se mantenía firme en la fe católica, y también el hijo. Eran saboyanos. La pobrecilla lloraba y rezaba. El hijo tuvo un sueño. Parecióle que lo arrastraban al templo protestante y que en vano se resistía contra aquella violencia. Mientras estaba luchando así, se presentó un sacerdote que lo libró y se lo llevó consigo. Por la mañana refirió el sueño a su mamá, la cual no comprendió nada. Buscó todos los medios posibles para colocar a su hijo en algún colegio, porque el padre no quería desistir de su propósito. Por suerte suya encontróse con una persona que le aconsejó se presentase a Don Bosco en Valdo-cco. Fue allá con el muchacho un domingo por la mañana y al saber que era hora de función en la iglesia, entró en ella, cuando Don Bosco salía a celebrar, El niño, apenas lo vió, se puso a gritar como fuera de si:
—C'est luí, maman!, c'est Int méme!... s'est lui méme! ¡Mamá, es él, es el mismo!
Había reconocido en Don Bosco al sacerdote del sueño. Al volver el Santo a la sacristía, el niño corrió a abrazar sus rodillas, diciéndole: —¡Padre mío-, sálveme!
Don Bosco lo aceptó, y el saboyanito estuvo varios años en el Oratorio.
* * *
"Tendría yo quizás a la sazón unos diez años —dice un salesiano—. Hacía días que me preocupaba el pensamiento de mi porvenir, cuando durmiendo vi a un sacerdote en la puerta de un jardín magnifico. Me acerco a la cancela y el sacerdote me toma por un brazo y me invita dulcemente a entrar.
—Sé prudente —me dijo—; aquí pasarás bien tu vida.
Me hizo tanta impresión aquel sueño, que durante varios días viví más recogido y devoto y frecuenté la iglesia con más asiduidad. Cuando después fui al Oratorio, vi en aquél que me acogió paternalmente al sacerdote del sueño y comprendí muy pronto que el jardín que había soñado era la Sociedad Salesiana."
"Me encontraba aún con mi familia —atestigua otro salesiano—, y tenía poco más de catorce años, cuando llegué a conocer a Don Bosco por medio del Boletín Salesiano. Leí con avidez los números que pude procurarme, y apenas distinguí el nombre del Santo, me sentí dominado
por un oculta sentimiento de irresistible simpatía. Volvía ansioso a leerlos y cada vez que encontraba su nombre no podía dejar de besarlo, mientras una voz interior me decía: "Será tu bienhechor." Al punto me sentí movido a hacerme saIesiano. Es verdad que resistí largo tiempo, pero al fin tuve que ceder; y cuando me presenté a él, sin conocerme", me recibió como a un antiguo conocido, nombrándome uno por uno a todos los de mi casa, y dándome una medalla para cada uno de ellos. Al fin me dijo sonriendo:
—No sólo te acepto a ti, sino que puedes escribir a tu madre, a tu hermano, a tu hermana y a tu tía, que si quieren venir, Don Bosco los acepta y los haremos a todos salesianos.
Don Bosco nunca me había visto y no podía de ningún modo conocer a mi familia.
Pero no solamente era una misteriosa fascinación la que atraía a los jóvenes hacia Don Bosco; en su aspecto, en su mirada, en sus palabras, en todo su modo de obrar, se notaba algo de inefable, que subyugaba. "Hacía varios meses, hacia 1855 —refiere Don Rúa—, una partida de mozos holgazanes merodeaban en torno del Oratorio insultando a los que entraban y salían, y algunas veces tirando piedras y otros proyectiles a los transeúntes; especialmente en los días de fiesta arrojaban guijarros al patio de recreo, con grave riesgo de los muchachos que allí se recreaban. Don Bosco encontró un día a una docena de ellos que se divertían del modo indicado ; detúvose junto a ellos y preguntóles amablemente por qué no iban a trabajar; respondiéronle que ningún patrono los quería. Entonces los invitó a acompañarle, para proveerles de todo y enseñarles un oficio. Aceptaron la invitación; y así, Don Bosco, con su caridad, libró al Oratorio de las molestias de aquella cuadrilla y tuvo el consuelo de formar otros tantos buenos obreros; porque unos permanecieron allí seis meses, otros un año, algunos dos años y unos cuantos, cuatro o cinco; pero todos salieron después de haberse instruido en nuestra santa Religión y haber aprendido un medio honroso de ganarse la vida. Uno de ellos, después de muchos años, volvió de América, y la primera visita que hizo fue al Oratorio, recordando con gratitud la caridad que Don Bosco había tenido con él y sus compañeros.
Otra vez se encontró en las cercanías del Oratorio con un muchacho con aspecto de pillo redomado. Saludóle sonriente el Siervo de Dios.
—Buenos días —respondió aquél, inclinando la cabeza. El Santo se detuvo y le dijo:
—Me alegro mucho de haberte encontrado; tienes que hacerme un favor.
—Si puedo, con mucho gusto.
— Sí que puedes ; vente a comer conmigo.
—¿Yo a comer con Don Bosco?
—Sí, tú; hoy estoy solo.
—Pero usted se equivoca; me ha tomado por otro.
—No, no... ¿no eres tú fulano?...
— Sí, señor.
—Pues ven.
—Pero, ¿va usted a molestarse por mí?
—Vamos, dejémonos de cumplidos... Es cosa decidida...
Ven.
— No me atrevo a ir así como estoy, con este traje tan
sucio.
—No importa, no importa; estoy solo.
—Pero quizá... mi madre me está esperando...
—Le enviaremos un aviso.
El jovencito, obligado a ceder, comió con Don Bosco. Y
desde aquel día cambió de vida y fue un hombre honrado.
"Cuando un joven se le presentaba por primera vez —escribe el canónigo Ballesio—, mientras con su habitual bondad le inspiraba respeto y confianza, con mirada escrutadora penetraba en su interior y adivinaba su natural, su inteligencia y su corazón. Era opinión general entre nosotros que esto era en Don Bosco un don connatural en él. Una vez
conocida la capacidad del alumno, se lo atraía dulce y fuertemente, y eI alma del jovencito bajo tan experta mano, como dulce arpa daba suavísimos sonidos. Lo encendía con la noble llama que ardía en su pecho, y con la intimidad de un amigo, hacíale partícipe de su gran misión. Así es que entre esos mismos hijos encontraba asistentes para los dormitorios, jefes de banco en el estudio, profesores y encargados del repaso en las clases.
¡Cuántas veces brotaban de los labios de Don Bosco estas palabras: "¡Alégrate! ¡ Ánimo!" Y cuando las pronunciaba, tenían un efecto mágico. Disipaban la tristeza y aquel joven que poco antes se había presentado triste y hosco, se volvía radiante de alegría, y con el semblante iluminado de gozo corría presuroso a cumplir sus deberes.
Ehte admirable influjo, cuyo secreto poseyó Don Bosco, por haberlo aprendido de San Felipe Neri, hacía nuestra vida, aunque escasa de facilidades materiales, alegre, entusiasta y, para casi todos, de una dulzura inefable."
En 1858, cuando fue por vez primera a Roma, el Cardenal Tosti lo invitó a dirigir algunas palabras a los jóvenes del Asilo de San Miguel, y tratando con Su Eminencia sobre el mejor sistema para educar a la juventud, expuso con toda franqueza al Cardenal que le disgustaba el sistema represivo que empleaban en aquel instituto, y así le dijo:
Es imposible educar a los jóvenes si éstos no tienen confianza en los Superiores.
—Mas, ¿cómo se puede ganar esta confianza? —le preguntó el Cardenal.
—Procurando que se acerquen a nosotros y suprimiendo todo motivo que los aleje.
—Pero, ¿cómo acercarlos a nosotros?
—Acercándonos nosotros a ellos, adaptándonos a sus gustos, haciéndonos semejantes a ellos. ¿Quiere que hagamos una prueba? Dígame Su Eminencia: ¿En qué parte de Roma podremos encontrar un buen número de muchachos?
—En la Plaza Términi... en la Plaza del Pópolo...
—Pues bien, vamos a la Plaza del Pópolo.
Dirigiéronse allá. Don Bosco bajó del carruaje y el Cardenal se puso a observar. Había allí, efectivamente, un grupo de jovencitos, al que Don Bosco trató de acercarse; pero los pilluelos, al ver un sacerdote, huyeron. Llamólos con buenas palabras; y ellos, después de vacilar un poco, se fueron acercando. Entonces los obsequió con algunas cosillas, les preguntó por sus familias, preguntóles a qué jugaban, los invitó a que lo atraparan y tomó parte con ellos en el juego. Otros jóvenes, que miraban de lejos, corrieron hacia aquel sacerdote, el cual los recibió amablemente y tuvo para todos ellos una buena palabrita y un regalito. Cuando se dispuso a marcharse, le siguieron hasta el carruaje. El Cardenal vio y comprendió.
"Para hacer el bien —acostumbraba decir— es necesario tener un poco de valor, estar dispuestos a sufrir cualquier mortificación, no molestar a nadie y ser siempre amables. Con este sistema se obtienen efectos magníficos, que cualquiera puede conseguir, siempre que tenga la franqueza y la dulzura de San Francisco de Sales.
—¿Cómo haremos, querido Don Bosco, para reunir algunas niñas y dar comienzo a nuestro Oratorio? —preguntaron las Hijas de María Auxiliadora que fueron de Mornese a Turín en 1876.
—La Virgen os las enviará; salid e id por las calles y seguramente que encontraréis niñas; acercaos a ellas y preguntadies su nombre, dadles una medalla de María Auxiliadora e invitadlas a que vayan a veros con otras compañeras. ¡Ya veréis!, ¡ya veréis!
"Los hechos confirmaron sus palabras —escribe Sor Elisa Roncallo—. Un paseo por la calle "Regina Margherita" nos proporcionó el encuentro con tres o cuatro niñas muy pobres; les ofrecimos una medallita, dos caramelos y alguna naranja que nos habían regalado. El primer domingo, ¡cosa inesperada!, fueron unas diez, el siguiente treinta. Continuó creciendo el número y dieron, con su correspondencia a nuestros
cuidados, abundantes frutos de bien." Y éste fue el origen de la que hoy es Casa Generalicia de las Hijas de María Auxiliadora.
II
Preguntaron una vez a Don Bosco, de propósito, qué método seguía para encaminar tan felizmente a los jovencitos por el camino de la virtud, y respondió:
—¡El Sistema Preventivo, la caridad!
Ensanchando el campo de investigación, anotaremos que el Rector del Seminario de Montpellier, recordando su visita al Seminario y las conversaciones con los seminaristas, en el año 1886 le escribió preguntándole su opinión sobre los métodos ascéticos y el modo de llevar las almas a la perfección; si era el de San Felipe Neri o el más sencillo de San Francisco de Sales, y le contestó: "El santo temor de Dios." "Pero el santo temor de Dios no es más que el principio de la sabiduría, le replicó volviéndole a escribir el Rector del Seminario. Dígnese explicarme el secreto, a fin de que yo pueda aprovecharme en bien de los seminaristas." Y el Santo, desahogándose con los suyos, dedales:
—Pero, ¡si yo mismo casi no lo sé! Siempre he ido adelante como el Señor me ha inspirado y las circunstancias lo han exigido (1).
(1) No sabemos por qué a este episodio se le han dado tantas explicaciones, algunas verdaderamente absurdas.
Esto en cuanto a la ascética. Pero en cuanto a sistema y métodos propiamente educativos, vindicaba para sí el Sistema Preventivo, del cual dejó a sus hijos una verdadera legislación; y bien copiosa por cierto.
Las primeras inspiraciones se las infundió el Señor cuando todavía era de muy tierna edad. Tenía sólo cinco años, cuando decía a su madre que iba de propósito con ciertos compañeros para que estuviesen más quietos, para que fuesen más buenos y no dijesen ciertas palabras; porque estando con ellos, lograba que hicieran lo que él quería y no riñesen; así es que, desde entonces, el reunir a los niños para hacerles bien, le había parecido la principal cosa que debía hacer sobre la Tierra.
La norma fundamental le vino de lo alto un poco más tarde. En la visión que tuvo a los nueve años, el Señor, que le ordenó se pusiera a la cabeza de aquella multitud de niños que se divertían malamente, dijo: "No con golpes ni palabras duras, sino con la mansedumbre y la caridad, deberás ganarte a estos amigos tuyos." Fueron palabras que jamás olvidó.
Al dedicarse al apostolado entre la juventud, tomó estas resoluciones: Hacer de modo que ni un niño siquiera se vaya descontento de nosotros. Al contrario, hay que darle siempre algún regalillo, prometerle algo o decirle alguna palabra que lo anime a venir a saludarnos y a buscarnos. Se deben cumplir siempre las promesas hechas a los niños o al menos dar alguna explicación de no haberlo hecho. Para corregir con fruto no se debe reprender a los niños en público, sino en privado. Trata de hacerte amar; así te harás obedecer con toda facilidad...
La caridad era, pues, la inspiradora de todo.
En 1854, su método estaba ya bastante delineado.
Conversando por primera vez con el Ministro Urbano Rattazzi declaró que su método para educar era el preventivo y no el represivo.
—Aquí se procura infundir en el corazón de los niños el santo temor de Dios; se les inspira amor a la virtud y horror al vicio, con la enseñanza del Catecismo y con instrucciones morales apropiadas; se los dirige y se los mantiene en el camino del bien con oportunos y benévolos avisos, especialmente con las prácticas de piedad y de Religión. Además de esto se los rodea en lo posible de una asistencia amorosa en los recreas, en la. clase, en el trabajo; se los alienta con palabras de benevolencia, y apenas olvidan sus deberes, se les recuerdan con buenos modos y se los trae a mejor camino. En una palabra, se usan todas las industrias que sugiere la caridad cristiana, a fin de que practiquen el bien y huyan del mal, guiados por su conciencia iluminada y formada por la Religión.
Exhortó también al Ministro a. que introdujese la Religión en los establecimientos penitenciarios, asegurándole que los guardianes casi no tendrían ya nada que hacer. El Ministro Rattazzi lo escuchó con interés, se convenció de la bondad del sistema y al año siguiente tuvo una prueba maravillosa.
Hoy el Sistema Preventivo de Don Bosco es el vigente en todos los Reformatorios del mundo; y, como ha sucedido con los de la Psicología Experimental, se ha extendido a todos los colegios y escuelas: empezando por lo anormal, cobija lo normal.
Varias veces fue invitado Don Bosco a expresar algunos pensamientos con respecto al llamado Sistema Preventivo, que se suele emplear en nuestras casas; pero por falta de tiempo no pudo satisfacer por escrito este deseo hasta 1877. En aquel año, memorable por causa de la convocación del primer Capítulo General de la Sociedad Salesiana, dio a la imprenta el REGLAMENTO PARA LAS CASAS SALESIANAS, precedido de una "breve idea sobre el Sistema Preventivo en la educación de la juventud". Esto, en su deseo, era "como el índice de una obrita que meditaba únicamente para ayudar en eI difícil arte de la educación de la juventud".
La indicación, en efecto, es esquemática y se limita a explicar meramente "en qué consiste el Sistema Preventivo; por qué debe preferirse; su aplicación práctica y sus ventajas". La exposición detallada debía venir luego. Nunca tuyo tiempo de hacerla.
He aquí textualmente los puntos más salientes:
"Dos son los sistemas usados en todos los tiempos en la educación de la juventud: el preventivo y el represivo. El sistema represivo consiste en dar a conocer las leyes a los súbditos y después vigilar para conocer a los transgresores y aplicarles, cuando sea necesario, el cas.: tigo merecido. En este sistema las palabras y el aspecto del superior deben ser siempre severos y más bien amenazadores, y aun él mismo debe evitar toda familiaridad con los que dependen de él... Este sistema es fácil, menos trabajoso y sirve especialmente para el ejército y en general para las personas adultas y razonables, que por si mismas deben saber y recordar lo que es conforme a las leyes y a las demás prescripciones.
Distinto, por no decir opuesto, es el sistema preventivo. Consiste en hacer conocer las prescripciones y los reglamentos de un instituto y vigilar después de modo que los alumnos estén siempre bajo la mirada vigilante del director o de los asistentes, que, como padres amorosos hablen, sirvan de guía en todos los casos, den consejos y corrijan amigablemente, que es lo mismo que decir: PONER A LOS ALUMNOS EN LA IMPOSIBILIDAD MORAL DE COMETER FALTAS.
Este sistema se apoya completamente en la Razón, en la Religión, y en el Amor; por eso excluye todo castigo violento y procura alejar aun los castigos suaves.
El sistema represivo puede impedir un desorden, pero difícilmente hará mejores a los que han faltado; se ha observado que los jovencitos no olvidan los castigos recibidos y ordinariamente conservan de ellos un amargo recuerdo con deseo de sacudir el yugo y aun vengarse...
El sistema preventivo dispone y persuade de tal modo al alumno, que el educador puede siempre hablarle con el lenguaje del corazón, lo mismo durante la educación que después de ella. El educador, una vez ganado el corazón del educando, podrá ejercer sobre él un gran imperio, prevenirlo, aconsejarlo y también corregirlo, aun cuando se encuentre ya colocado en empleos, en cargos públicos o en el comercio.
Alguien dirá que este sistema es difícil en la práctica. Pero haré observar que para los alumnos resulta bastante más fácil, más satisfactorio y más ventajoso. El alumno estará siempre lleno de respeto para el educador y siempre recordará con gusto la educación recibida y considerará como padres y hermanos a sus maestros y a los superiores. Estos alumnos, adondequiera que vayan, son, por lo general, el consuelo de su familia, útiles ciudadanos y buenos cristianos.
Cualesquiera que sean el natural, la índole y el estado moral del alumno en la época de la admisión, los padres pueden vivir seguros de que su hijo no podrá empeorar; y se puede afirmar que siempre se obtendrá algún mejoramiento. Más todavía, ciertos niños que por mucho tiempo fueron el azote de sus padres, y aun fueron rechazados en los correccionales, tratados después según estos principios, cambiaron de manera de ser, llevaron una vida arreglada y al presente ocupan puestos honrosos en la sociedad, convertidos así en sostén de su familia y ornamento del lugar donde viven. Los alumnos que, por desgracia, entraren con malos hábitos en un instituto de educación, DO podrán perjudicar a sus compañeros. Tampoco los niños buenos podrán recibir daño de aquéllos, pues no tienen tiempo ni oportunidad, porque el asistente, a quien se supone siempre presente, pondría pronto remedio.
Por parte de los educadores, el sistema encierra algunas dificultades, las cuales, con todo, pueden disminuirse si el educador se dedica con celo a su misión. El educador es una persona consagrada al bien de sus alumnos; por eso debe estar dispuesto a afrontar toda clase de molestias, toda clase de trabajos, para conseguir su objeto, que es la educación moral, cientlfica y ciudadana de sus alumnos."
Pongamos fin a. este capítulo con un detalle importante. El sistema preventido es la mejor demostración del celo sacerdotal del Santo. "Con su método educativo —dice Don Álbera en el proceso sobre la fama de santidad del Siervo de Dios— tuvo Don Bosco por objetivo poner a los alumnos en lo posible, en la imposibilidad de ofender a Dios. Solía decir: ¿Qué importa reprimir los desórdenes después que han ocurrido? ¡YA SE HA OFENDIDO A DIOS!" Estas palabras explican también la misma inspiración del Sistema Preventivo: la fe vivificada por la Caridad.
El sistema educativo respecto del cual Don Bosco escribió metódicamente pocas páginas, pero en compensación dejó un tesoro de consejos y ejemplos que valen más que cualquier tratado, es una de las más hermosas manifestaciones de la cardad, aplicada a la educación, y una de esas ideas madres de fecundidad incalculable, que dan frutos abundosos en todos los climas y en todas las estaciones, perpetuándose, aun inesperadamente, hasta los tiempos que la imaginación no alcanza. Su humilde confesión: "He ido adelante como el Señor me lo inspiraba y las circunstancias lo exigían", expresa que se dejaba guiar enteramente por la caridad de Jesucristo.
Ni en la magnitud de los vastos y numerosos hogares abiertos para los hijos del pueblo ni en las cantidades invertidas en educarlos gratuitamente, hay que buscar el exponente de su obra; sino en la manera con que se dirigió a los hijos del pueblo, en haber fraternizado con ellos para elevarlos a la dignidad de hijos de Dios. El apostolado al cual se dedicó no era nuevo en la Iglesia; pero el método sí era nuevo, y le fue inspirado únicamente por la caridad. Bien podía él hablar de su Sistema.
No es fácil exponer la teoría y la práctica de este sistema, porque es una "vida" y la vida es muy difícil definirla; porque
la tradición genuinamente salesiana, además de ser un conjunto de pequeñas reglas escrupulosamente vividas y observadas, forma un hábito de intuición hereditaria, que no es posible definir, pero que, en realidad, resuelve felizmente mil cosas imprevistas y libra de cuidados al educador en las dificultades más diversas. ¿Es esto una disposición individual una vez abrazada esta vocación? ¿Es el sentido práctico que brota espontáneo del ambiente? ¿Es la bendición perenne de María Auxiliadora o del Santa Don Bosco sobre sus hijos, que quieren seguir las huellas del Padre? No lo sabemos; por otra parte, no estamos escribiendo un tratado sobre el sistema educativo de Don Bosco, que esto ya lo hemos hecho en otros trabajos (1), sino diciendo, conforme a los hechos, cómo lo aplicó el Maestro.
(1) El Sistema educativo de Dan Bosco... SEI. Madrid. La Pedagogía Social de Don Bosco, Consejo de Investigaciones Científicas, Madrid.
Prácticamente el sistema se aplica de esta manera. El Director es el padre; los otros Superiores son otros tantos hermanos mayores; los alumnos son los hermanos menores. El afecto y la confianza que unen a los miembros de una familia ligan, por vocación y fácil correspondencia, a Superiores y alumnos, porque aquéllos educan paternalmente y éstos se sienten guiados por amor. Los medios son los más naturales y eficaces: la RAZÓN, la RELIGIÓN y el CARIÑO. Por eso los frutos son los más duraderos. Aunque vaya envejeciendo un padre, siempre es padre; un hermano, hermano. Para los alumnos de Don Bosco, los maestros, los educadores, siempre son padres y hermanos después de muchos años.
Dentro de esta concepción inspirada por la caridad, "el Director tiene la dirección de toda la marcha escolar, espiritual y material" del colegio; pero su autoridad es esencialmente paternal; los otros superiores, formando con él un solo corazón, dirigen y ejecutan las diversas actividades:
religiosa, escolar, económica, y todos sin restricción trabajan por el aprovechamiento espiritual y material de los alumnos, pues para secundar la misión paternal del Director, Don Bosco quiso que compartiera su responsabilidad con un consejo compuesto de tres miembros: el Catequista, el Consejero Escolástico y el Prefecto. Se ha confiado al primero la intervención en las cosas espirituales, al Consejero Escolástico la inspección de los estudios y de las clases y al Prefecto la administración de la parte material y la disciplina general de los alumnos, y se le ha encargado, "de acuerdo con el Consejero Escolástico y con el Catequista", la supervigilancia de los maestros, de los jefes de taller y de los asistentes, para asegurar el exacto cumplimiento del Reglamento y la buena marcha de la casa.
Todos los superiores tienen su personalidad y responsabilidad en sus cargos, cada uno en su campo. Un maestro, por ejemplo, manda en su clase ; fuera, más que maestro es un amigo de sus alumnos. Pero todos están obligados a ayudarse mutuamente y de modo fraternal; deben formar un solo corazón y una sola alma con el Director.
—¡Ay! —decía Don Bosco—, cuando en una casa se forman dos centros; serian como dos campos, como dos banderas que, si no son contrarias, están divididas al menos.
La jefatura de la casa debe estar a cargo del Director, como centro regulador y unitivo.
ESCUDO DE LA CONGREGACIÓN SALESIANA
La estrella radiante, el áncora, el corazón inflamado simbolizan las virtudes teologales; la figura de San Francisco de Sales recuerda al Santo Patrono; las altas montañas, las cumbres de perfección a que debemos tender los socios; las palmas y el laurel son emblemas de vida sacrificada y virtuosa; el lema: "Da mihi ánimas, caótera tope"', el ideal con que debemos trabajar. El dibujo es del pintor Boidi.
La recomendación constante de Don Bosco, tanto con el ejemplo como con la palabra, era: impedir la ofensa de Dios y procurar su gloria, aficionando a los jóvenes desde su más tierna edad a su santo servicio y ayudándolos a cumplir, dócil y generosamente, todos sus deberes. La caridad que ardía en su pecho le hacía repetir: ¡VIGILAD! Pero es una vigilancia paternal sin la más remota apariencia de espionaje ni de acrimonia: es ASISTENCIA.
Y daba el ejemplo. Cuando veía ciertos corrillos en donde presumía que se murmuraba o se tenían conversaciones algo inconvenientes, llamaba a uno de aquellos jóvenes y le decía:
—Tengo necesidad de que me hagas un favor; toma la llave, ve a mi cuarto y busca en el estante tal libro y tráemelo.
Enviaba a otro a la portería a ver si había venido un forastero, a un tercero a buscar a un compañero, a un cuarto a llevarle un recado al Prefecto y a otros a hacer diversos recados; y los jóvenes, contentos de hacerle estos diversos recados y prestarle estos servicios, no se enteraban del fin con que los ocupaba, aunque los inteligentes acababan por comprenderlo, y se lo agradecían.
* *
Aficionadísimo a la gimnasia rítmica, alguna vez formaba de dos en dos a los muchachos, que se agrupaban en torno suyo; se hacía así una gran fila o columna, entonaba una canción en piamontés y echaba a andar con ellos; ya salía al aire libre, ya entraba en los pórticos, ora tomaba la derecha, ora la izquierda; bien subía las escaleras y pasaba por un corredor, bien bajaba por otra escalera.; y al mismo tiempo marcaba el ritmo con las manos, o hacía con el brazo gestos en el aire, saltaba sobre un pie o doblaba las rodillas, y los muchachos tratando de imitarlo daban de cuando en cuando alguna voltereta. Los otros se quedaban observando entre risas y aplausos. De pronto Don Bosco daba el "alto" y podía observarse que las columnas formaban letras y frases como "¡Viva el Papa!" "María Auxiliadora". Don Bosco era un gran maestro de gimnasia.
ESCUDO DEL INSTITUTO
DE LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA
La paloma simboliza el Espíritu Santo, fuente de todo bien; Maria Auxiliadora, la Madre y Protectora del Instituto; la estrella, la fe; el ancora, /a esperanza; el corazón ardiente, la caridad; el lirio, la pureza; la rosa, el amor de las camas, Lema:
Algunas noches daba así con ellos muchas vueltas en torno de todas las pilastras de los pórticos, en los rincones apartados y más escondidos del patio y en los sitios adonde no llegaba la luz de los faroles; y así cantando y riendo, se aseguraba con sus propios ojos de que nada anormal ocurría. Aunque nadie lo advirtiese, improvisaba una patrulla exploradora.
Su pensamiento, su corazón, su mirada y su palabra se dirigían a todos y a todo. Decía a los maestros:
—Sed los primeros en encontraros en la clase y los últimos en salir de ella.
A los asistentes y prefectos de disciplina les repetía:
—Vigilad continuamente a los chicos en cualquier lugar en que se encuentren, poniéndolos en la imposibilidad de cometer faltas, especialmente por la noche después de la cena.
Pero él se reservaba el trabajo mayor. Hacía que los maestros y los asistentes le entregaran las notas semanales y mensuales de todos los alumnos, tanto las referentes a los estudios y al trabajo del taller como las de conducta. Había tantas listas como maestros, comprendidas también las de las escuelas nocturnas, las de los jefes de dormitorio y las del taller. Cada uno firmaba la lista que entregaba y no dejaban de anotar al margen algunas observaciones.
* *
La historia de Don José.
En noviembre de 1876 llegó al Oratorio un sacerdote recién ordenado, con el propósito de hacerse salesiano. Don Bosco lo aceptó y le hizo hacer su aspirantado allí mismo, como ayudante de Don Rúa. El domingo siguiente nuestro aspirante estaba encargado de una clase de Catecismo en una sección de alumnos. Estos eran ciento veinte; el aula, bastante capaz.
Se preparó muy bien académicamente: su exordio, tres puntos, uno que otro ejemplo, como hacia en la parroquia desde el púlpito. Los diez primeros minutos, muy bien. Luego el "auditorio" empezó a moverse, algunos charlaban por Io bajo; el "orador" lograba restablecer momentáneamente el silencio, mediante algún ejemplo; pero desde la media hora en adelante la charla de los muchachos era casi general. Terminó su clase como pudo, y enteramente desalentado y descenso-solado, fue a desahogarse con Don Rúa.
—Vengo a un colegio pedagógico y no soy capaz de dar una clase ni siquiera como lo hago en mi parroquia.
—No se apure usted. Es un noviciado que pagan casi todos los nuevos. Es que todavía no conoce usted a los chicos. ¡Son más buenos...!
Y el sacerdote aspirante volvió a cobrar ánimos. La segunda clase fue un poco mejor; pero tampoco pudo llegar tranquilo al final.
Esta vez fue a desahogarse con Don Bosco, El Santo lo escuchó pacientemente y luego le respondió:
—Mire, Don José, todo esto cesará cuando usted y los chicos se hayan conocido.
— Pero, ¿ cómo haré para conocerlos?
— Pues mezclarse con ellos, hablar con ellos... Vea, desde hoy váyase a la bomba cuando ellos vayan a merendar.
—¿A la bomba?
—Sí, a la bomba, y obsérvelos.
Llegó la merienda; los chicos con su "pailota" en la mano iban a la bomba y sacaban agua para beber. No extrañaron lo más minimo le presencia de Don José, y mientras comían y bebían, hablaban de sus cosas: deberes de clase, notas y cuadernos, juegos, partidos y algún saludo al nuevo "asistente". A. los pocos días habla intimado con varios de ellos y hasta se aventuró a hablarles de sus clases de Catecismo.
—Es que la mayor parte no entendemos; además, sólo los que están en los primeros bancos Le oyen bien...
Don José Vespignani —pues. nada menos que él era el sacerdote aspirante— siguió yendo a la bomba y hablando con los chicos e interesándose en sus cosas, y... aprendió más pedagogía en esos días que si Froebel o Pestalozzi le hubieran dado un curso. Desde aquel día no sólo el Catecismo procedía a las mil maravillas, sino echó las bases de esa formidable ciencia pedagógica que luego desarrolló en Argentina y en Chile y difundió, puede decirse, en toda América, mediante sus maravillosas circulares.
* *
Además del registro oficial de las notas de conducta, Don Bosco tenía otro, particular con los nombres de los alumnos, donde, cuando oía alguna observación, alguna falta leve, de aquellas que ponen en guardia a un hombre prudente, o alguna sospecha grave sobre la conducta de alguno, al lado del nombre ponía uno de los signos convencionales que él solo entendía y que especificaba la cualidad de la falta o defecto. Ocurría alguna vez que en un mes un solo nombre tenía diez o quince signos, que quizás indicaban la misma cosa. De cuando en cuando repasaba atentamente este registro. De cien jóvenes, noventa no tenían ningún signo, pero diez o doce tenían su nombre señalado varias veces; entonces dedicaba toda su atención a estos últimos, indagaba más detenidamente su conducta, los ponía bajo especial vigilancía, se informaba de quiénes eran sus compañeros, los interrogaba y era muy difícil que sus pacientes cuidados no tuviesen éxito.
"Vigilad hoy, mañana y siempre", era su santo y seña. Quería que todos los alumnas tuviesen señalado con criterio preventivo su puesto en el estudio, en la iglesia, en el refectorio, en las ciases y en el paseo. No permitía que ningún alumno tuviese dinero consigo, para evitar la ocasión de cometer una. infinidad de faltas, fáciles de comprender. Al principio del año, los obligaba a presentar todos sus libros al Director, para eliminar y sustituir los malos y aun aquellos que, siendo en sí buenos o indiferentes, podían resultar peligrosos.
II
Una vigilancia tan estrecha hubiera resultado pesada, y aun insoportable para cualesquiera jóvenes, si se hubiese limitado a comprobar e impedir infracciones del Reglamento y exigir la observancia de la disciplina; pero Don Bosco quería que esta vigilancia se les hiciera a los muchachos amable y agradable, por la persuasión que se formaba en ellos, de estar inspirada por la más sincera demostración de la más industriosa caridad, como la de una buena madre de familia que sólo busca el bien de sus hijos. Así, ellos mismos eran colaboradores de la disciplina, del orden y armonía de la casa, estando equipados en decurias y grupos responsables.
Como ya Io hemos indicado, Don Bosco solía recomendar a los salesianos ayuda recíproca; y la misma caridad recomendaba para con los alumnos y a éstos entre sí.
"Procuren todos hacerse amar, si quieren hacerse respetar" —escribe en el Reglamento para las Casas Salesianas, donde da prudentes normas para tratar con las diversas clases de niños. "Para los buenos basta una vigilancia general y la explicación de las reglas disciplinarias. Los de índole ordinaria algo voluble e inclinada a la indiferencia tienen necesidad de breves, pero frecuentes recomendaciones, avisos y consejos. Es necesario alentarlos al trabajo, aun con pequeños premios, demostrando tener gran confianza en ellos, sin descuidar la vigilancia.
Pero los esfuerzos y los cuidados especiales deben dedicarse a los niños difíciles y aun malos. El número de éstos puede calcularse en uno por quince. Cada Superior haga lo posible por conocerlos, infórmese de su vida pasada (1), muéstrese amigo suyo y déjelos hablar mucho; pero él debe hablar poco y sus conversaciones deben ser ejemplos breves, máximas, episodios y cosas semejantes. No se los pierda nunca de vista, sin dar lugar por eso a que crean que se desconfía de ellos. Cuando hay que reprender a éstos, avisarlos o corregirlos, nunca se haga en presencia de los compañeros."
(1) Este es hoy canon de la Psicopedagogia moderna.
Verbalmente indicaba después como peligrosísimos tres clases de niños los ladronzuelos, los de costumbres corrompidas y los despreocupados, a quienes les gusta ocultarse a los ojos de los superiores, alejándose fácilmente de los lugares a donde los llama el horario. Y añadía, además, que no hay que fiarse de la apariencia de timidez o de índole solitaria, o ligereza o ingenuidad. Estos tales saben fingir y fácilmente encontrarán quien los eche a perder. "Recordad bien que estos individuos son peligrosísimos."
Tiene también otra página que rebosa de solicitud personal y de aquel espíritu de fe en el cual quería que estuviesen inspiradas todas las acciones de los suyos; y es la dedicada a los maestros de las clases. Les recomienda la puntualidad para encontrarse en la clase, cuidadosa prepa- ración de las lecciones, imparcialidad con los alumnos, solicitud especial para los menos inteligentes y los negligentes; prohibe que por castigo se eche fuera de la clase a un alumno; y añade otras muchas normas prudentes, entre las cuales es importante ésta:
"El maestro tendrá cuidado de deducir de los clásicos sagrados y profanos, y demás asignaturas, consecuencias normativas cuando la oportunidad de la materia presente la ocasión; pero con pocas palabras y sin afectación ninguna. Cuando haya alguna novena o solemnidad, diga alguna palabra dé aliento, pero con toda brevedad; y... si se puede, con algún ejemplo. En las clases de Humanidades (Bachillerato), una vez por semana se debe dar una lección sobre un texto latino de autor cristiano."
Es decir, observar y enseñar a observar.
No menos prácticos y paternales eran los medios o las santas industrias que usaba y aconsejaba para su aplicación.
Indicaremos sólo las principales por el orden con que él mismo las compendia en estas palabras: "El sistema se apoya
enteramente en la razón, en la religión y en el cariño ("amorevolezza").
1.. Lo que dice la razón.
Primero: Procure el Director que se conozcan bien las reglas, los premios y los castigos señalados por las 'leyes de la disciplina, a fin de que el alumno no pueda excusarse diciendo: No sabia que esto estaba mandado o prohibido. Por ello, al principio del año escolar, estando presente el personal directivo y docente, léase en público el Reglamento, comprendida la parte que determina los cargos de los Superiores, para que los alumnos comprendan que aquéllos también están sujetos al Reglamento y no obran a su arbitrio, sino que cumplen su deber cuando exigen su cumplimiento."
Interesaba tanto a Don Bosco la observancia del Reglamento, que deseaba se anotasen en un cuaderno a propósito (el "cuaderno de la experiencia") todas las variaciones que imponían las circunstancias, para saber regularse y orillar los inconvenientes, porque él no era inflexible, sino que sabía acomodarse admirablemente a las exigencias de tiempo y lugar y precisamente porque su amor al Reglamento y a la vida que éste garantiza era grandísimo; temblaba al pensar en la posibilidad de que llegara un día en que la disciplina de un colegio se cifrara en la frialdad de un reglamento. El Reglamento es un auxilio, una norma, una vía y una vida.
Como tal, tiene perennidad y espíritu de adaptación. Nada más fijo y al mismo tiempo más flexible y racionalmente adaptable que el Reglamento de Don Bosco.
Quería que a su tiempo y en su lugar se repitiesen a los alumnos las prescripciones del Reglamento con cristiana bondad y paciencia inalterables. "Hay que repetir —decía-- las cosas a los jóvenes cien veces, y aún no basta; de aquí la necesidad del método preventivo" (1). La llamada al cumplimiento del deber ha de ser continua, siempre paciente, y, si es posible, en forma nueva, es decir, inesperada, para hacerla más eficaz. Prevenir, en el sistema de Don Bosco, no quiere decir solamente impedir el mal o castigarlo, sino que significa "poner al alumno en la imposibilidad moral de cometerlo, exigiéndole con amabilidad el cumplimiento del deber. Por eso dispuso que al comenzar el curso se leyera y comentara solemnemente el Reglamento; que todos los domingos o en otro día de la semana, bien el prefecto, bien el consejero escolástico, volviesen a leer algunos artículos del mismo Reglamento "con breves y convenientes reflexiones morales, con alguna exhortación paternal, que sirva de estímulo a los alumnos para avanzar en el estudio y en la piedad".
(1) ¡Cuánta psicología en estas palabras, que al fin no son más que una comprobación fenomínica de la edad evolutiva!
Además de los avisos colectivos, recomendaba que se repitieran los avisos privados, que, si para algunos jovencitos son indispensables, para todos son fructuosos.
"El alumno caritativamente advertido no queda desanimado por las faltas cometidas, como sucede cuando (en son de acusación) se delatan al Superior. No se encoleriza por la corrección impuesta, ni aun por el mismo castigo, porque en ello siempre ve un aviso amistoso y preventivo que lo hace razonar y ordinariamente consigue ganarle el corazón, de modo que el alumno conoce la necesidad del castigo y casi lo desea.
La razón más importante del sistema es la movilidad juvenil, que en un momento olvida las reglas disciplinarias y los castigos que les corresponden. Por ese motivo un niño se hace (disciplinariamente) culpable y con frecuencia merecedor de un castigo en que no habla pensado, que no recordaba cuando cometió la falta y que habría, evitado si una voz amiga se lo hubiese advertido."
En segundo higar, insistía en "la necesidad de hacerse cargo de lo que son los jóvenes", para comprender que necesitan de libre expansión y que hay que secundar esta propensión con santa largueza. "Debe dárseles amplia libertad de saltar, correr y alborotar a su gusto. La gimnasia, la música, la declamación, el teatro y los paseos son medios eficacísimos para obtener la disciplina y favorecer la moralidad y la salud. Cuídese tan sólo de que la materia del pasatiempo, las personas que intervengan y las conversaciones no sean reprensibles. Haced todo lo que queráis —decía el gran amigo de la juventud San Felipe Neri—; a mí me basta que no pequéis."
No le agradaban los juegos que exigen mucho trabajo mental; por eso prohibía en los recreos ordinarios el juego de cartas, el de damas y el de ajedrez. "La mente —decía—necesita reposo." No quería bancos ni sillas en el patio y le gustaban los recreos ruidosos y animados en los cuales los jóvenes enriquecen la sangre con provecho del alma y del cuerpo, sin señalarles otros límites que los de la higiene y la decencia. Los Superiores, siguiendo su ejemplo, tomaban parte en los recreos de los alumnos, ganándose más y más su corazón y favoreciendo así aquella comunidad de ideas y de afectos, destinada a durar no sólo un día, sino a perpetuarse felizmente. En el sistema de Don Bosco, el colegio reproduce, en cuanto es posible, la vida de familia; ya se sabe que los lazos familiares son los más duraderos. El patio de recreo es para él un laboratorio de experimentación, tanto más eficaz cuanto más espontáneo.
Como consecuencia de esto, resulta la discreción paternal en los castigos. Don Bosco prohibía severamente golpear de cualquier modo que fuese, poner de rodillas, con postura dolorosa, tirar de las orejas y otros castigos semejantes. Éstos "se deben evitar del todo, porque están prohibidos por las leyes civiles, irritan mucho a los chicos y rebajan la dignidad del educador".
Decía insistentemente: "No golpeéis nunca a los niños por ningún motivo. No debe tolerarse la inmoralidad, la blasfemia ni el hurto.
Cuando se trata de faltas leves, hay que considerar el poco juicio de la niñez. Antes de imponer un castigo cual
quiera, hay que examinar el grado de culpabilidad del alumno, y si basta la admonición, no debe llegarse a la reprensión; y si ésta es suficiente, no hay que pasar más adelante. No debe castigarse nunca ni de palabra ni de obra, cuando el ánimo está agitado. Hay que usar de castigos negativos y siempre de manera que los que han sido advertidos o reprendidos nunca se retiren amargados de nosotros. Cuando un niño se muestre arrepentido de la falta cometida, perdonarlo fácilmente, en especial si se trata de una ofensa personal; perdonarlo de corazón, y en este caso, olvidarlo todo. Si queréis obtener mucho de vuestros alumnos, no os mostréis ofendidos nunca contra ninguno. Tolerad sus defectos, corregidlos y olvidadlos. Nadie debe decir nunca al que haya desobedecido, respondido mal o faltado de cualquiera manera al respeto: "¡Me las pagarás!" Éste no es lenguaje de cristianos.
No debe castigarse a una clase o a un dormitorio entero, sino que debe procurarse descubrir a los autores del desorden y si es preciso, aléjeselos de la casa; es necesario separar la causa de los buenos de la de los malos, los cuales son siempre pocos; no sea que, por causa de unos pocos, tengan que sufrir muchos.
Tampoco se omita decir a los culpables alguna palabra de aliento, para facilitar su arrepentimiento y para que entren en el buen camino."
*
El pensamiento de Don Bosco sobre los castigos está condensado en estas palabras:
"Procure el educador hacerse amar de sus alumnos si quiere que le respeten. La supresión del habitual cariño es un castigo que excita la emulación, da valor y nunca deprime.
Para los chicos es castigo lo que se hace servir de castigo. Se ha observado que una mirada falta de cariño ha producido más. efecto que una bofetada. La alabanza cuando algo está. bien hecho y la reprensión cuándo se ha obrado con negligencia, ya es un premio o un castigo.
Exceptuados muy raros casos, las correcciones y los castigos no se den nunca en público, sino privadamente, y lejos de los compañeros, usando para ello de la mayor prudencia y paciencia, a fin de conseguir que el alumno comprenda su falta por medio de la razón y de la Religión.
No debe castigarse nunca por faltas de simple inadvertencia, ni muy a menudo.
Ved cómo el Señor nos tolera; si nos castigase por cualquier falta, seríamos muy desgraciados."
Cierta noche, después de las oraciones, los alumons, inquietos por la disipación de las vacaciones, no guardaban silencio como debían. Don Bosco subió a la tribuna, y después de haber esperado un poco, exclamó de pronto con calma: "¿Sabéis que no estoy contenta de vosotros?" Y los envió a dormir sin darles las "Buenas noches" ni permitir que le besasen la mano. Este fue el mayor castigo que pudo imponerles y no fue necesario ningún otro. Desde aquel día ya no hizo falta tocar la campanilla que reclamaba al orden y se temblaba ante la sola idea de que se repitiese aquel castigo.
"Hagamos toda lo que podamos —repetía Dan Bosco—y el Seriar hará lo demás.."
En muchos casos, para un maestro de fe, la oración es más eficaz que un aviso, una reprensión y aun un castigo.
Por eso recomendaba que se rezara por los alumnos, y si alguno se quejaba de no ser correspondido, lo miraba can paternal bondad y le preguntaba: "Pero, ¿tú rezas por tus alumnos?"
2.° En el sistema de Don Bosco, la mina más rica de recursos educativos es la Religión.
"La confesión y la comunión frecuentes y la Misa cotidiana son las columnas que deben sostener un edificio educativo, del cual se quieren alejar la amenaza y el castigo. No hay que obligar a los jovencitos a la frecuencia de los Santos Sacramentos, sino- solamente ofrecerles comodidad para aprovecharse de ellos. En las ocasiones de Ejercicios Espirituales, triduos, novenas, predicaciones e instrucciones catequisticas, debe hacerse resaltar la belleza, la grandeza, la santidad de aquella Religión que propone medios tan fáciles y tan Utiles a la sociedad civil, a la tranquilidad del corazón y a la salvación del alma, como son precisamente los Santos Sacramentos. De este modo se aficionarán espontáneamente los alumnos a estas prácticas de piedad y se acercarán a los Santos Sacramentos con gusto y provecho.
Las casas de educación en que se descuida la frecuencia de loe Santos Sacramentos, no pueden prosperar."
El secreto del éxito del Sistema Preventiva está ahí; donde se fomenta la frecuencia de los sacramentos no podrán arraigarse los desórdenes.
Don Bosco quería que las oraciones de la noche se recitasen en común, en alta vaz y no siempre en la capilla, sino en los pórticos durante el verano; en invierno en un salón, ya para que los jovencitos se habituasen a arrodillarse cuando no estuviesen en el colegio, ya para hablarles con más libertad en las "Buenas noches". Una vez rezadas las oraciones, exigía silencio perfecto hasta la mañana siguiente después de la Misa, considerándolo necesario para que la reflexión produjera todo el fruto deseado con las oraciones de la noche y la mañana, con las "Buenas noches" y la lectura-meditación.
Además de las oraciones en común, recomendaba otras para hacerlas individualmente, como una visita al Santísimo Sacramento y a María Santísima, para educar en la piedad de un modo más íntimo la conciencia de los jóvenes.
Para formar el corazón de los niños en el sentimiento cristiano, empleaba constante y abundantemente la lectura. Además de la que se acostumbraba hacer en la iglesia después de la Misa y antes de la bendición eucarística, se leía también durante una parte de la comida, en el estudio y en el dormitorio mientras los alumnos se acostaban. Es incalculable la utilidad de este recurso educativo, cuando los libros están bien escogidos.
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Además de las prácticas de piedad diarias, prescribía otras periódicamente con prudente y paternal insistencia; así, las pláticas religiosas de los días de fiesta, el triduo de predicación al principio del año escolar; la breve tanda de Ejercicios Espirituales por Pascua (1), el Ejercicio mensual de la Buena Muerte y la solemne celebración de las fiestas principales del año litúrgico.
(1) Tres días completos, fuera de la introducción y los "Recuer dos".
Quería que la predicación se adaptase a la inteligencia de los jovencitos: sencilla, breve e ilustrada con apólogos y ejemplos a propósito para esculpir en su alma la verdad inculcada, y que las pláticas no duraran más de veinte o veinticinco minutos. Su modo de predicar era tan práctico, que frecuentemente dialogaba durante la predicación ya con une ya con otro de los muchachos, para cerciorarse de que le habían entendido y para mejor grabar la doctrina.
Daba tanta importancia a la impresión que deja en la memoria un ejemplo edificante, que en ocasión de triduoi y novenas, y durante el mes de María, insistía con todo: los Superiores, desde el Director hasta el último clérigo para que refiriesen alguno durante los recreos.
En cuanto al Ejercicio de la, Buena muerte, declaraba que "estaba seguro de la salvación de un alma que todos los meses se acerca a los Santos Sacramentos y ajusta las cosas de su conciencia como si de hecho debiera partir para la eternidad". Don Rúa recordaba con devota admiración que el año de 1850, en la primera tanda de Ejercicios Espirituales que organizó para sus alumnos en el Seminario de Giaveno, dio estos tres recuerdos: "1.2, hacer el Ejercicio de la Buena Muerte; 2.2, hacer todos los meses el Ejercicio de la Buena Muerte; 3.2, hacer bien todos los meses el Ejercicio de la Buena Muerte". Así, "los jóvenes de Don Bosco —decía el teólogo Balesio--, en la primavera de su vida meditando sobre la muerte aprenden a vivir bien".
¿Quién no conoce el esplendor con que Don Bosco quería que se celebrasen las fiestas principales? Recomendaba a los maestros y profesores que la víspera las anunciasen a los escolares exhortándolos a celebrarlas bien, y de un modo particular, con una buena confesión y una fervorosa comunión, porque —dice Don Cerruti— "es notorio que él no concebía una buena fiesta sin ambos sacramentos". Todos contribuían al decoro de las fiestas: la schola cantórum, la banda y la clase de declamación. Dicha serena y grande brillaba en el semblante de todos los alumnos, bien vestidos y orgullosos de ostentar grandes insignias en el pecho según eran las Compañías o Asociaciones a las cuales pertenecían. Las Compañías de San Luis, de San José, del Clero Juvenil y de la Inmaculada eran otro poderoso medio del cual se servía para mantener vivo el fervor de la piedad y el espíritu de emulación. Por esto quería que las hubiese en todas las casas. "Nadie tenga reparo en hablar de ellas, en recomendarlas, favorecerlas y exponer su objetivo, su origen, sus indulgencias y otras ventajas que de ellas pueden conseguirse. Yo creo que estas asociaciones pueden llamarse llave de la piedad, conservatorio de la moral y sostén de las vocaciones eclesiásticas y religiosas." En efecto, son minas de activismo.
Otra hermosa costumbre está prescrita en el Reglamento para la Casas Salesianas con estas palabras: "Todas las noches, después de las oraciones acostumbradas y antes de que los alumnos vayan a descansar, el Director o quien él designe, dirija en público algunas palabras afectuosas, haciendo alguna advertencia o dando consejos acerca de cosas que deban hacerse o evitarse; y procure deducir máximas oportunas de los hechos ocurridos durante el día en el colegio o fuera de él; pero ordinariamente su plática no debe durar más de dos o tres minutos. 2.sta es la clave de la moralidad, de la buena marcha y del buen éxito de la educación." En esto consiste la práctica de las "Buenas noches".
Para comprender lo que era este sermoncito de la noche en la boca del Santo, hay que tener presente la divina eficacia de su palabra y la facilidad que tenía para dar alcance místico a cualquier asunto que trataba. Era de una variedad sorprendente; su palabra nunca producía cansancio o desagrado. En aquellos momentos su actitud decía claramente:
"Todo lo que hago no tiene otro fin que conseguir salvaros eternamente; todo lo que soporto de trabajo y fatiga, todo es por vuestras almas. ;Oh, hijos míos, escuchad los preceptos de vuestro padre y obrad así para salvaros!"
IV
3.Q Tercera fuente de recursos educativos, también inagotable, era para Don Bosco la AFABILIDAD ("amorevolezza").
El 10 de agosto de 1885, acercándose el tiempo de los Ejercicios Espirituales, escribía a Don Costamagna, Inspec- • tor de los Institutos Salesianos de la Argentina:
"Quisiera predicar a todos, o mejor, darles una conferencia sobre el espíritu salesiano que debe animar y guiar nuestros actos y todas nuestras conversaciones. El Sistema Preventivo debe ser nuestro sistema propio. Nada de castigos penosos, ni palabras humillantes, ni reprensiones severas en presencia de los demás. En las cIases deben resonar palabras que indiquen dulzura, caridad y paciencia. Nada de palabras mordaces, ni un bofetón fuerte o ligero. Se deben usar castigos
negativos, y siempre de manera que los que sean reprendidos queden más amigos que antes, y que nunca se alejen resentidos de nuestro lado. La DULZURA EN EL HABLAR> EN EL OBRAR Y EN EL REPRENDER LO GANA TODO Y A TODOS."
"Para tener buen éxito con los niños —decía el 19 de julio de 1880 a un grupo de antiguos alumnos, casi todos sacerdotes— cuidad mucho de usar buenos modales con ellos; haceos amar y no temer; demostradles y convencecllos de que deseáis la salvación de su alma, corregid con paciencia y caridad sus defectos, sobre todo absteneos de, golpearlos; en una palabra, haced de modo que, cuando os vean, corran a rodearos y no huyan como se hace desgraciadamente en algunos pueblos; y la mayor parte de las veces tienen razón, porque temen los golpes. Quizás creáis que, para algunos, vuestros trabajos son perdidos y vuestros sudores, inútiles. Por el momento puede que asi sea; pero no lo será siempre, ni aun con aquellos que os parezcan más indóciles. Las buenas máximas de que se habrán embebido opportune et importune, y las muestras de afecto que les hayáis dado, Ies habrán quedado impresas en la mente y en el corazón. Tiempo vendrá en que la buena semilla germinará, dará flores y producirá frutos."
En la misma ocasión de que hablamos, refirió el caso de un militar, alumno del Oratorio desde 1847 a 1849, bastante revoltoso y reacio a la disciplina, que fue a buscarle al cabo de treina años y acabó por arrojarse a sus pies para confesarse. "Antes de separarme de él —proseguía, Don Bosco—le pregunté:
—¿Por qué me has pedido que te confiese?
¿Sabéis lo que me respondió? Oídio:
—La vista de Don Bosco me recordó las cosas que había hecho para atraerme al bien, me trajo a la mente las palabras que me decía al oído, el deseo de mi bien que demostraba y las invitaciones que me hacía para que fuese a confesarme; y estos recuerdos me han despertado el deseo e inducido a visitarlo y a confesarme."
V
"¿Por qué hemos de desanimarnos y desalentarnos cuando en la edu. nación de los niños no nos veamos inmediatamente correspondidos? Sembremos, y después imitemos al agricultor, que espera con paciencia el tiempo de la cosecha. Pero os lo repito, no olvidéis jamás la dulzura en las maneras; ganaos los corazones de los chicos por medio del amor; recordad siempre la máxima de San Francisco de Sales: Se pillan más moscas con una cucharada de miel que con un barril de vinagre."
Una prueba espléndida del interés por dar variedad a la vida estudiantil son ciertas diversiones extraordinarias, como por ejemplo las excursiones (a veces bastante largas), que constituyen ya una tradición en el Oratorio y en los otros institutos salesianos; el paseo, llamado en Piamonte de las castañas, después del triduo para la apertura del curso escolar y "el paseo largo" de mitad de año, que dura todo el día.
Además, se fomentan regularmente las audiciones y ensayos musicales, la gimnasia y la declamación, con el fin de entrenar a los alumnos y hacerles más atractiva la vida del colegio y prepararlos para el mañana. Suma importancia tiene el mantener viva e interesada la actividad del muchacho.
"A los jóvenes --decía— es necesario tenerlos siempre ocupadosl Lo exige su natural, que es de actividad permanente. Si no los ocupamos nosotros, fácil es que los ocupe el demonio. Además de la clase regular, conviene darles otras, tales como las de música, canto y declamación. Así se ejercita útilmente su actividad, Si no los ocupamos nosotros, se ocuparán ellos mismos, y ciertamente en ideas y cosas menos buenas."
Le gustaba mucho iniciarlos en el estudio de la música, pues la juzgaba indispensable para toda casa de educación y especialmente para los Oratorios Festivos. Para él "un Oratorio, un colegio sin música es un cuerpo sin alma".
No omitía nada de lo que podía servir para el entretenimiento y sano desarrollo del cuerpo y para la educación y alivio del espíritu y el corazón. Varias veces al año, especialmente desde la Epifanía a la Cuaresma, hacía representar obras morales en el teatro. "El teatro —dice el Reglamento—utilizado según las reglas de la Moral cristiana, puede ser de gran provecho si no se busca otra cosa que alegrar, educar, instruir moralmente a los jóvenes lo mejor que se pueda."
"La caridad le sugería tantas santas industrias para ganar almas a Dios, que hablar de todas ellas y de la paciencia que demostró en esta gran obra —afirma Monseñor Bertagua—, sería sumamente difícil. Fueron muchas y por encima de todo elogio."
El día de su Santo, en 1855, para dar una prueba de afecto a sus hijos, y al mismo tiempo para conocer el natural de ellos, dijo a todos que le pidieran particularmente, de palabra o por escrito, un regalo cualquiera, prometiendo contentarlos en los límites de lo posible. Hay que imaginar las variadas y aun extravagantes peticiones de unos y otros. Atendió todas las peticiones razonables, aunque algunas fueron costosas, como regalo de libros, de trajes, condonación de la pensión, y así de lo demás. "Yo —decía un alumno—tuve una prueba de la extraordinaria bondad de su corazón. Necesitaba un traje talar nuevo (era seminarista), y cobrando ánimo, se lo pedí; complaciente Don Bosco, hizo comprar la tela y lo pagó todo. Domingo Savio, al contrario, tomó un pedazo de papel y escribió estas palabras.: "Pido que salve mi alma y me haga santo!"
Don Bosco estudiaba continuamente la índole de cada uno de. sus alumnos y no cesaba de trabajar en ayudarlos a conseguir su perfeccionamiento moral y espiritual.
En la platiquilla de la noche el primer día del año acostumbraba dar con mayor solemnidad y en un tono mezcla de gravedad y de afecto, una máxima a título de Aguinaldo, que recomendaba tener presente como programa para el nuevo año. ¿Quién lo diría? Durante varios años tuvo la caridad y la paciencia de escribir un billetito autógrafo para cada chico en particular, que contenía, según la oportunidad, un aviso, una admonición o una frase alentadora. Cuando creció el número de los alumnos, se limitó a dedicar un pensamiento a cada categoría de ellos. Pero en ciertas circunstancias y con todos los jóvenes de los colegios de Mirabello, de Lanzo y del Oratorio de Valdocco, cuando éstos llegaban al millar, hizo uso de los billetes individuales, y eran todos tan adecuados a las necesidades de cada uno, que parecían inspirados sobrenaturalmente.
Cuando se alejaba del Oratorio y permanecía algunas semanas en Florencia, en Roma o en Francia; como también cuando iba a hacer Ejercicios Espirituales al Santuario de San Ignacio, no dejaba de escribir largas cartas llenas de paternal afecto a todos sus queridos hijos; a las cuales añadía algún billetito para aquellos a quienes deseaba alentar a perseverar en la virtud.
Otras veces, en el ardor de su celo sacerdotal, y por su corazón de padre, invitaba a los alumnos a escribirle sus buenos propósitos confidencialmente y a entregárselos. Conservaba con gran cuidado los más importantes, como voces de llamada para el porvenir. ¡Cuántas veces algunos ex alumnos que ya llevaban mucho tiempo en su casa, y metidos en los negocios, en la disipación y aun en una vida poco correcta, cuando menos lo esperaban y ya no pensaban en el Oratorio, recibieron por correo aquel billetito tan elocuente, recuerdo de los años de la gracia y estímulo para volver al buen camino! Esto demuestra cómo los seguía una vez salidos del colegio.
En las novenas precedentes a las festividades más solemnes y en todos los días del mes de mayo, solía proponer florecillas o actos de virtud, que inflamaban las almas en la piedad, el estudio, el trabajo, la caridad, la reforma de sí mismos, en una palabra, el progreso en la virtud.
Con el mismo fin, aconsejaba a los alumnos que se escogieran entre sus mejores compañeros algún monitor de confianza, a quien debían rogar les advirtiera cada vez que comprendiesen les era necesario corregirse de algún defecto.
No se debe omitir el hecho de que confiaba a los alumnos una parte del gobierno de las clases y de la casa. Los decuriones tenían influencia y responsabilidad en las clases; la asignación de los premios se hacía por votación entre los mismos alumnos; los miembros de las Compañías tenían encargos de confianza; ciertos jóvenes cuidaban de otros como ángeles visibles; algunos cuidaban de la iglesia y otros del arreglo de las clases y estudios, sobre todo en ciertas solemnidades.
* *
Amaba tanto a sus hijos, que hubiera querido tenerlos siempre consigo. Por lo cual no dejaban de preocuparle las vacaciones, porque las consideraba desastrosas para las vocaciones privilegiadas. "Si no pueden suprimirse —decía—, procúrese al menos disminuir su duración, cuanto sea posible." "
Era verdaderamente el buen padre de todos y sabía demostrarlo de mil maneras. Todos los domingos invitaba a su mesa a los de mejor conducta, clase por clase, estudiantes y artesanos, y algunas veces los mejores de todas las clases juntas, elegidos en votación secreta por los alumnos. Acabada la comida, se entretenía algunos minutos con ellos y les regalaba un dulce.
Todos los domingos hacía comer con los clérigos a los dos alumnos que habían ayudado la Misa de la Comunidad la semana anterior, y siempre con gran provecho para la caridad.
El Jueves Santo, por la tarde, a los doce mejores alumnos les lavaba él mismo los pies; después los sentaba a cenar en su mesa y tenía con ellos las más delicadas atenciones.
En prueba de confianza y afecto, invitaba a uno o a otro a salir en su compañía para inspirarles familiaridad o para amonestarlos paternalmente o con frecuencia para hablarles sobre la vocación.
Su habitación estaba siempre abierta para todos los que deseaban hablarle. Nunca se quejaba de las indiscreciones con que le molestaban; acogía a todos con familiaridad paternal y les daba libertad para exponerle sus peticiones, sus quejas y disgustos. Como él era irreprochable en la limpieza de su persona, se tomaba el cuidado de examinar los trajes y zapatos de sus hijos, y si no los encontraba bien, hacía que los limpiaran. Además de esto, los trataba como grandes señores: los invitaba a sentarse en el sofá, mientras él permanecía sentado junto a la mesa, y los escuchaba con la mayor atención, o bien se levantaba y paseaba con ellos por el cuarto. Acabada la entrevista, los acompañaba a la puerta, que él mismo abría, y los despedía diciendo:
—¡ Seamos siempre amigos!
*
¿Cómo no recordar la alegría general con que se festejaba su onomástico? A decir verdad, éste era el 27 de diciembre; pero se comenzó a celebrarlo el 24 de junio; y así se continuó siempre. Después de 1870 se unieron los ex alumnos, y esta demostración de afecto, fiesta de la gratitud, se convirtió en un medio educativo y en un recurso social de los más poderosos.
El onomástico de Don Bosco era "la fiesta de la gratitud". Decía siempre que perdonaba de corazón las afectuosas hipérboles de sus hijos, decía que estaba contento con sus promesas y los estimulaba a cumplirlas para el bien de sus almas. Era la fiesta del corazón, una floración de santos propósitos, una porfía nueva y casi desconocida en los anales de la pedagogía, por la cual los malos se hacían buenos, los tibios fervorosos, Ios ya ejemplares formaban el propósito de consagrarse de alguna manera a la nueva misión de caridad en que veían empeñado, por voluntad del Señor, a su Padre y Maestro.
VI
Así educaba Don Bosco. Para quien no lo entendiese, parecería exagerado y no del todo compatible con la dignidad sacerdotal aquel adaptarse a todas las exigencias de los chicos y aquel vivir de su vida. Pero éste fue su secreto; con él se hizo amar de aquellos para los cuales el Señor le había enviado, y, valiéndose de su afecto, pudo cooperar eficazmente a su formación. ¿Quién podría contar los buenos ciudadanos, los honrados obreros, los padres de familia ejemplares, los artesanos hábiles, los celosos sacerdotes que se formaron en su escuela? Varios ocuparon los más elevados cargos civiles y eclesiásticos, y algunos subieron a la cumbre de la perfección cristiana. Tres fundadores de Congregaciones Religiosas y multitud de Obispos salieron de entre sus chicos del Oratorio.
Estaba tan convencido de la eficacia infalible del método preventivo en la educación, que invitado a abrir o aceptar casas de corrección propiamente dichas, no las quiso aceptar o puso condiciones para no verse obligado a separarse un ápice de su sistema. Por lo demás, lo había encontrado siempre eficaz para rehabilitar, aun a los díscolos. Para éstos —decía-- el estímulo más eficaz para cambiar de vida es el buen ejemplo de los compañeros. Basta recordar el caso de la Generala. Y si no aceptó el Reformatorio madrileño de Santa Rita, fue porque el ministro Silvela no consintió en suprimir murallas y uniformes.
Resumiendo: El método educativo que inculcaba Don Bosco con el ejemplo y con la palabra era vivir entre los alumnos y para los alumnos en intimidad familiar, para conocer su índole, sus aspiraciones y sus particulares necesidades. Una larga carta de Roma, escrita el 10 de mayo de 1884 y dirigida a los salesianos del Oratorio, es una prueba conmovedora de la importancia que daba a la vida de familia en sus casas. En la carta refiere un sueño, llamémosle así, en el cual contempló dos escenas: El Oratorio de los primeros tiempos, con los alumnos de entonces en animado recreo, y el Oratorio de 1884, en un momento de laxitud muy explicable por el número enorme de alumnos y por otras circunstancias accidentales, donde "no veía ya aquel movimiento y aquella vida de la primera visión".
Durante el primer cuadro, el guía le dijo: "La familiaridad lleva al amor y el amor a la confianza. Esto abre los corazones; los jóvenes todo lo revelan entonces sin temor a los maestros, a los asistentes y a los Superiores. Son claros en la confesión y fuera de ella, y se prestan dócilmente a todo lo que les mande aquel de quien saben que son amados."
Durante el segundo cuadro, el gula le decía: De la desgana en el recreo proviene la frialdad para acercarse a los Santos Sacramentos, el olvido de las prácticas de piedad en la iglesia y en otras partes, y el no encontrarse bien en un lugar donde la Divina Providencia los colma de toda clase de bienes para el cuerpo, para el alma y para la inteligencia. De aquí la falta de correspondencia a la vocación; de aquí la ingratitud para con sus Superiores; de aqui los secretos y las murmuraciones con todas sus deplorables consecuencias.
Don Bosco preguntó cómo podría remediarse tal estado de cosas y se le respondió:
—Con la caridad.
—¿Con la caridad? Pero... ¿no se los ama bastante?
—Pero falta lo mejor.
—¿Qué falta?
—Que no sólo se ame a los jóvenes, sino que ellos se sientan amados; coonozcan prácticamente que son amados. Si ven que se los ama en el interés que mostramos por las cosas que les gustan y se toma parte en sus aficiones infantiles, aprenden a ver también el amor en aquellas cosas que naturalmente les agradan menos, como son la disciplina, el estudio y la mortificación de sl mismos; y hacen estas cosas con decisión y con amor. Descuidando lo menos, se pierde lo más; y ese "más" son nuestros sacrificios. Es necesario amar lo que gusta a los chicos y los chicos amarán lo que gusta a los Superiores. De este modo será fácil el trabajo... Antiguamente los corazones estaban abiertos a los Superiores, a los cuales los chicos amaban y obedecían prontamente, como a padres. Pero ahora los Superiores son mirados como Superiores, no ya como padres, hermanos, amigos; por eso son temidos y poco amados. Así, pues, si se quiere hacer un solo corazón
y una sola alma por amor de Jesús, es necesario que se rompa la barrera fatal de la desconfianza y que a ésta sustituya la confianza cordial. La obediencia guíe al alumno como la madre al niñito...
—Mas, ¿cómo romper esa barrera?
—Como hacía usted con nosotros. Familiaridad con los jóvenes, especialmente en el recreo. Sin familiaridad no se demuestra amor y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiera ser amado es necesario que haga ver que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y sobrellevó nuestras debilidades... ¡He ahí al maestro de la famillaridad!... ¿Por qué se quiere sustituir la familiaridad con la legal frialdad del Reglamento?... ¿Por qué el sistema de prevenir con amor y vigilancia los desórdenes, se va sustituyendo poco a poco con el sistema menos pesado, y más expedito para el que manda, de dictar leyes, que si se sostienen con los castigos, encienden odios y dan disgustos, y si se descuida su observancia, son causa de gravísimos desórdenes y disgustos sin cuento? Eso ocurrirá necesariamente si falta la familiaridad.
— ¿Y cuál es el medio principal para que triunfe semejante familiaridad, ese amor y esa confianza?
— La exacta observancia de las Reglas.
— ¿Nada más?
—El plato mejor en una comida es el de la buena cara.
La carta termina así:
"¿Sabéis lo que desea de vosotros este pobre viejo, que ha consumido toda su vida por sus queridos hijos?... Tenga necesidad de que me consoléis prometiéndome y dándome la seguridad de que haréis todo lo que deseo para bien de vuestras almas. Vosotros no conocéis bastante cuán grande es vuestra dicha al haber sido admitidos en el Oratorio. Delante de Dios os lo afirmo: Basta que un joven entre en una casa salesiana, para que la Virgen Santísima lo tome inmediatamente bajo su especial protección. Pongámonos, pues, todos de acuerdo La caridad de los que mandan y la caridad de los que deben obedecer hagan que reine entre nosotros el espíritu de San Francisco de Sales ¡Oh, queridos hijos, se acerca el tiempo en que tendré que separarme de vosotros y partir para mi eternidad!..."
En este punto, Don Bosco dejó de dictar, porque los ojos se le llenaron de lágrimas por la inefable ternura que k embargaba. Después de un instante continuó:
"Ansío, pues, dejaros, ;oh sacerdotes, oh clérigos, oh jóvenes, en aquel camino en que el Señor desea verosi"
Ante Don Bosco aparecía frecuentemente la visión de la familia que el Señor le'había dado; y a causa del ardiente deseo de verla unida por los vínculos de la caridad, jamás se cansaba de repetir a todos sus hijos, Superiores y alumnos la recomendación de su santo patrono, el discípulo predilecto de Jesús: ¡Hijitos míos, ameos los unos a los otros, ameos, ameos!
Y la Familia Salesiana comprende: Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, Cooperadores, Alumnos y Antiguos Alumnos.
1
Joven aún, Don Bosco se dedicó a escribir y difundir libros buenos para la juventud y para el pueblo; y en esta labor prosiguió con incansable celo toda su vida. A más de un centenar suben las publicaciones de este hombre que no paraba en todo el día en busca de pan y techo para los jóvenes que tenía asilados. La abundante lectura de obras históricas y literarias a que se había dedicado en sus años de estudiante, le sirvivó de preparación. Aunque se sentía con vocación y facultades de escritor, nunca pretendió serlo y no tuvo otra mira en sus escritos que la gloria de Dios y la salvación de las almas. Escribía y repasaba sus obras en sus intervalos de tiempo desocupados, o de noche, o viajando en tren, o en carruaje, donde trabajaba tranquilamente como si estuviese en su habitación.
Comprendió que para lograr sus deseos de apostolado debía escribir con sencillez y claridad, y se lo propuso sin ahorrar trabajo (1).
(1) Escribir con elegante sencillez es arte difícil: presupone gran claridad de ideas y gran sinceridad consigo mismo. Menéndez Pelayo y José Maria Pemán hablan de los esfuerzos que hicieron para lograrlo. El pedagogo García Hoz pone la sencillez entre las más excelsas cualidades de un escritor.
En sus primeros tiempos especialmente, se vio obligado a releer, a retocar y a refundir muchas veces páginas enteras, porque en las escuelas se le había formado un estilo retórico, algo hinchado y amanerado. Para asegurarse de que todos lo. entenderían, consultaba el juicio de personas del pueblo. El primer revisor de sus escritos fue el portero del Colegio Eclesiástico; después los hacía leer a simples obreros, de quienes solicitaba la explicación del contenido; pero el mayor censor literario fue su madre, que... no sabía leer, pero que estaba dotada de un grandísimo sentido común. ¡Cuántas veces al escuchar lo que le leía, decíale: "Juan, eso no te lo entienden los chicos." Y el Santo lo corregía. Más aún, lo reelaboraba con ellos.
Este amor a la sencillez dio a sus escritos una gran difusión. No puede imaginarse el entusiasmo con que se recibían y leían en la misma Tostan sus obritas, que llegaron a apreciarse como si fueran libros de texto, porque, eso sí, lingüísticamente eran impecables. El profesor Pera, Inspector escolar en aquellas• provincias, que fue aI Oratorio a visitar a Don Bosco, decía: "Para enseñar bien y correctamente la lengua italiana a nuestros jóvenes me valgo de sus obritas y entre otras de Domingo Savio, Luis Comalia y Miguel Magone; y acostumbro decir a mis alumnos: "Aquí, en estos libritos de Don Bosco, podéis aprender un poco de italiano puro y sencillo."
¡Y el bien que hizo a las almas! Otro profesor, después de haber leído la Historia de Italia, exclamó: "El que ha escrito este libro es un ángel." El Joven. Cristiano, con su introducción, aficionó al servicio de Dios y mantuvo apartados del vicio a muchos jóvenes; y con el apéndice —Fundamentos de la Religión Católica— convirtió a no pocos protestantes. Dios premiaba sus intenciones. Cuando escribía, lo hacía con tal recogimiento, que parecía estar absorto en oración: comenzaba con la invocación al Espíritu Santo y acababa con la acción de gracias.
En cada página, en cada período su propósito era instruir, edificar, hacer el bien.
Aun en la Aritmética y en el Sistema Métrico Decimal. escrito con la intención "de ayudar a los hijos del pueblo", 'no faltan los buenos pensamientos". "Un hijo gasta en fumar cada semana dos francos y en el billar cinco francos. ¿Cuántos tendría al fin del año si se abstuviera de estos vicios? Un señor, deseoso de disponer bien de sus riquezas, hace testamento y deja para la restauración de una iglesia 5.535'85 francos; a los pobres, 434'45. ¿Cuántos deja en total? Un padre, haciendo economías, ha ahorrado en un año 825'90 francos; su hijo, privándose de varias diversiones, ha ahorrado 226'32 francos; su madre, con trabajos extraordinarios, ha ganado 167'42 francos. ¿Cuánto han ahorrado entre todos para el bien de la familia?"
* * *
¡Cómo se interesaba por la difusión de los buenos libros! En 1853, después de haber dado la voz de alarma con el opúsculo Avisos a los católicos, del que difundió más de doscientos mil ejemplares, inició las Lecturas Católicas, publicación mensual que todavía subsiste. A sus suscriptores los consideraba como otros tantos propagandistas de la buena prensa.
En 1859 constituyó una Sociedad "para la difusión de Lecturas Católicas y otros libros católicos". En el programa de la sociedad escribió este artículo: "Cuando haya medios pecuniarios, la Sociedad publicará también libros católicos por su cuenta y los difundirá gratuitamente o procurará venderlos al menor precio posible." En efecto, comenzó la distribución de los buenos libros "en los hospitales, especialmente entre los militares"; y—como dice una nueva llamada el 6 de mayo de 1860— "la cosa resultó bien, se recogieron muchos libros malos, que se arrojaron a las llamas y fueron sustituidos por otros buenos".
La destrucción de los malos libros y su reemplazo por los buenos era otra de las santas industrias de Don Bosco. Consiguió una vez que un revendedor de libros y hojas protestantes le entregara toda su mercancía, de la cual hizo una hoguera en el patio, y en cambio se apresuró a enviarle una cantidad igual de libros buenos, tantos cuantos podía contener un carrito; entre otros, muchos ejemplares de El Joven Cristiano, otros del Católico instruido en, su Religir5n y muchos opúsculos de las Lecturas Católicas.
Hizo más todavía: fundó tipografías, las cuales al paso que sirven de escuela para los alumnos tipógrafos, tienen el fin de favorecer la difusión de la buena prensa. Se lee en la crónica del Oratorio que un día reprendió al director de la tipografía por haber puesto un precio demasiado elevado a la vida del jovencito Francisco Besucco, diciéndole además que él no se preocupaba del dinero, sino de la difusión de los buenos libros. Quería que los Salesianos se inspirasen en el mismo espíritu, como también los devotos de María Auxiliadora y los Cooperadores. Por el mismo motivo decidió que no se pagase una cuota fija por suscripción del Boletín Salesiano, y lo enviaba gratuitamente a todos los que lo pedían y a cuantos se le indicaba que eran aptos para la propagación de la revista.
Estaba tan interesado en la difusión de la buena prensa, que el 19 de marzo de 1885, tres años antes de morir, la recomendó en. una circular a todas las casas saIesianas, con una. insistencia conmovedora: "No vacilo en llamar divino este medio (medítense las palabras), porque Dios mismo se valió de él para la regeneración del hombre. Los libros que Él inspiró propagaron por todo el mundo la buena doctrina... A. nosotros corresponde imitar la obra del Padre celestial. Los buenos libros difundidos entre el pueblo son uno de los medios aptos para mantener el reinado del Salvador en muchas almas... y ellos son tanto más necesarios cuanto la inmoralidad y la impiedad emplean hoy esta arma para causar estragos en el rebaño de Jesucristo, y para conducir y arrastrar a la perdición a los incautos y desobedientes. Así, pues, es necesario oponer arma contra arma."
Otra ocupación de Don Bosco, que por sí sola habría absorbido la actividad más tenaz y gastado la fibra más robusta, fue la de las audiencias. El Padre José Oreglia, de la Compañía de Jesús, que vivió muchos años con él, afirmaba que si Don Bosco no hubiese hecho otra penitencia, ésta sería bastante para considerarlo héroe de la virtud; porque fue una ocupación cotidiana opresora y de toda su vida; lo mismo en casa que por las calles, por la ciudad y fuera.
Franco y humilde, recibía a todos con respeto, como si todos fueran señores y él tuviese necesidad de todos. En sus palabras resplandecía siempre una gran humildad, acompañada de modales tan corteses y suaves, que lo hacían agradable en la presencia de los ángeles y de los hombres.
"En aquella habitación —escribe el abogado Carlos Ríanchetti— aleteaba la paz del Paraíso. No sabría decir si nosotros éramos flores cuyas corolas se abrían para recibir consuelos o bien se cerraban para no dejar escapar el hálito celestial que súbitamente descendía al cáliz del alma. Estaba él sentado delante de una modesta mesa con cajoncitos provistos de tiradores. Allí había fajos de cartas y papeles diversísimos, y alguna vez, para aumentar el montón, entraba el cartero. Pero Don Bosco no se preocupaba por ello: ponía los papeles convenientemente. Era de opinión que aun las cosas pequeñas deben hacerse despacio y bien y que, por consiguiente, no hay que distraerse... Trataba con todos como si aquella mañana no tuviese otra cosa que hacer, sino oir y contestar."
"Las audiencias —atestigua Don Rúa— duraban, puede decirse, desde la mañana a la noche, especialmente en los últimos treinta años de su vida, cuando su nombre y sus obras eran universalmente conocidos.
Cuando se encontraba de viaje, a pesar del cansancio, prolongaba las audiencias hasta las diez y las once y media de la noche.
Aun cuando iba a tomar su parca refección, si había alguien que esperaba para ser recibido, no sabía negarse a darle audiencia y complacerlo."
Una vez fue a visitarlo un riquísimo negociante, hombre sin fe, únicamente por curiosidad, y salió enteramente conmovido, diciendo para sí repetidas veces: "¡Qué hombre, qué hombre éste!" Cuando le preguntaron qué le había dicho, respondió que había oído de él, cosas muy hermosas, que no se oyen de otros sacerdotes, y que se había despedido de él con estas palabras: "Procuremos que un día, usted con su dinero y yo con mi pobreza, nos podamos encontrar en el Paraíso."
"Para tener una idea de lo que sabía decir y hacer —escribe Juan Bisio—, recuerdo que acompañé a visitarlo a un hebreo de edad ya madura, que me había manifestado el deseo de conocerlo. Lo que pasó entre ellos no lo sé; pero sí recuerda lo que aquel señor me dijo al salir del Oratorio: "Si en cada ciudad hubiese un Don Bosco, todo el mundo se convertiría." Me refirió también el párroco de mi pueblo que un rabino de Alejandría le dijo: "¡He visitado dos veces a Don Bosco, y no voy la tercera, porque me veré obligado a quedarme con él!" ¡Tan hermosas e insinuantes eran las palabras que sabía decir a los que se le acercaban! Esto explica por qué le querían los chicos y cómo sabía hacerlos buenos."
Era llamado el hombre de los consejos. "Yo —atestigua Don Julio Barberis— lo he experimentado por mí mismo, y he oído decir a un grandísimo. número de compañeros míos, que Don Bosco en dos palabras les. resolvía negocios dudosos e intrincados, que por mucho tiempo los habían tenido perplejos e indecisos. En cuestión de vocación, brillaba especialmente su prudencia."
"Aunque algunas veces sus consejos no parecían conformes a los juicios humanos —añade Don Berto—, si se seguían, producían efectos grandes: apaciguaban las conciencias, restablecían la concordia en las familias y ponían en el bueñ camino a las personas vacilantes o perplejas. Algunos de mis compañeros, que no quisieron escuchar los consejos que les dio Don Bosco, me manifestaron con franqueza que se habían equivocado."
Era además muy diestro en cortar discusiones. "No sé cómo se arreglaba —prosigue Don Barberis—, pero haciendo yo la prueba, vi en muchas circunstancias que consiguió contentarnos a todos; y finalmente, todos acababan queriendo lo que Don Bosco deseaba."
Esta rara habilidad suya era tan notoria, que muchos lo consultaban de palabra y por escrito, y en gran parte personas muy autorizadas del Clero y del siglo. Muchas veces resolvió, como árbitro, intrincados negocios no sólo privados, sino entre la Iglesia y el Estado.
Los primeros que se aprovechaban de estas manifestaciones de su elevada prudencia eran sus hijos espirituales. El Superior de una Congregación Religiosa dijo a varios salesianos: "Ustedes poseen una gran fortuna que nadie más tiene en Turín, ni siquiera las otras Comunidades Religiosas. Tienen ustedes una habitación en donde el que entra lleno de aflicción, sale radiante de gozo: la habitación de Don Bosco."
*
Siempre, pero especialmente en sus últimos años, se mostró muy solícito en prodigar a los suyos valiosos consejos. La actividad, que hace, a Dios gracias, dignos de admiración a los Salesianos, la caridad que los anima, los felices resultados de su trabajo en medio de la juventud, son fruto de los ejemplos y consejos de Don Bosco.
En 1884, viendo que se acercaba a grandes pasos a la eternidad, comenzó aquel cuaderno de sus "últimas Memorias", del cual varias veces ya se ha hablado, y continuó escribiendo en 1885 y 1886, indicando en ellas las normas que debían seguirse después de su muerte y dando prudentes consejos para asegurar a la Sociedad Salesiana un floreciente porvenir.
La prudencia y la santidad van admirablemente unidas a lo más práctico y discreto en todos los consejos.
Aunque era tan decidido promotor de la educación cristiana, de la instrucción religiosa y de las vocaciones eclesiásticas, era circunspecto y casi escrupuloso en evitar todo lo que pudiera parecer exagerado. Don Bonetti había escrito la biografía del jovencito Ernesto Saccardi, florentino (1856), fallecido en el Colegio de Mirabello, donde lo llamaban el ángel. El Santo vio el manuscrito y escribió al autor: "He leído tu trabajo y me ha gustado mucho, lo he entregado a la imprenta y verás las pruebas a su tiempo. Me ha parecido bien suprimir aquellas cosas que puedan dar pretexto a tildarnos de extremosos en prácticas de piedad o de que haya perjudicado su salud Saccardi por falta de expansión."
Una vez le preguntaron si creía conveniente inculcar a los alumnos que al salir de la iglesia y recibir su panecillo, se santiguasen antes de comérselo en el patio. "Cosa excelente es, respondió, y puede aconsejarse donde haya costumbre de hacerlo; de otra manera, no; en sus pueblos llamarían demasiado la atención. Procuremos que recen devotamente antes de sentarse a la mesa para comer y cenar." En las fiestas patronales de los otros colegios se organizaban pequeñas ferias de libros amenos y objetos religiosos, a mitad de precio, con servicio de "ambigú", dando participación a las personas ajenas a la casa. Le preguntaron si no sería mejor suprimirlas por los inconvenientes que suscitaban. "Vigílese —respondió— y evítese cualquier desorden. En verdad que no son cosas que han de durar, pero son oportunas en los primeros tiempos de una casa, por no decir necesarias. Cuando en una ciudad o en un pueblo se abre un instituto o viven todos encerrados, ocurre naturalmente la pregunta: "¿Qué hacen ahí dentro?" Abramos las puertas y vengan aver. Durante muchos años no ha habido portero en el Oratorio, pero así nos hemos ganado la confianza de todos."
Si se hubiesen recogido en su sencillez todos los consejos que Don Bosco dio a sus hijos, tendríamos un código de sabiduría y prudencia verdaderamente incomparables.
Eran máximas suyas: "Adondequiera que vayáis, buscad la gloria de Dios y la salvación de las almas. Sed atentos con todas las autoridades civiles, religiosas, municipales y gubernativas. Conservad celosamente en la vida interior las costumbres del Oratorio, pero adaptaos a los usos locales todo lo que podáis. Alabad todo lo bueno que encontréis. Haced todo el bien que podáis. Evitad el espíritu de crítica y seréis bien vistos por todos."
Pero sus recomendaciones más insistentes y afectuosas eran sobre la perseverancia en la vocación y en transmitir intacto a los venideros el espíritu de la Sociedad. "Nuestra Congregación (éstos son los últimos pensamientos apuntados en sus Memorias) tiene ante sí un hermoso porvenir preparado por la Divina Providencia, y su gloria será duradera mientras se observen fielmente nuestras Reglas. Cuando comiencen entre nosotros las comodidades y las concesiones, nuestra Sociedad terminará su carrera. El mundo nos buscará gustoso mientras nuestros cuidados se dirijan a los salvajes en las Misiones, a los niños más pobres y más extraviados de la sociedad, en las naciones civilizadas. ÉSTE ES PARA NOSOTROS EL VERDADERO BIENESTAR, QUE NADIE NOS HA DE ARREBATAR. A su debido tiempo habrá misioneros nuestros en la China, y precisamente en Pekín. Pero no se olvide que nosotros vamos para los niños pobres y abandonados. Allí, entre pueblos desconocidos e ignorantes del verdadero Dios, se verán maravillas, no vistas hasta ahora, pero que Dios poderoso manifestará al mundo..."
Se apoya en tres poderes sobrehumanos la dignidad del sacerdote católico: celebrar la Misa, predicar y confesar. En el debido ejercicio de ellos, están la misión y la santidad del sacerdote. Para Don Bosco, la actuación del Sagrado Ministerio fue la vida de su vida. Lleno de amor de Dios, parecía un serafín en el altar; sediento de almas, hacía de apóstol en todo momento, en todo lugar, principalmente en el púlpito y en el confesonario. "El sacerdote —decía— no debe tener más intereses que los de Cristo."
Ya se ha dicho cuál era su actitud en el altar; veámoslo ahora en el púlpito y en el confesonario.
Don Bosco comenzó muy pronto a anunciar la palabra de Dios. Cuando era todavía seminarista, estudiante de Teología, subió al púlpito varias veces y comprendió al punto que era necesario hablar con naturalidad al pueblo; de ahí que procurase ser sencillo en la predicación.
Ordenado ya de sacerdote, nunca predicaba, especialmente en ocasiones solemnes, sin haber antes escrito lo que debía decir, pues estaba convencido de que "la predicación que produce mejores efectos es la mejor estudiada y }preparada". No siempre le fue posible esta preparación; y entonces pensaba seriamente lo que tenía que decir, encomendándose al Espíritu Santo y a la Virgen Santísima.
Pero siempre era afortunado predicando. Aunque hablaba lentamente y casi sin accionar, su voz argentina penetraba en los corazones, conmoviéndolos con los razonamientos más sencillos. Aun en donde el auditorio se componía de personas completamente ajenas a la práctica de la Religión y que sólo iban a la iglesia. por curiosidad, para oir a un orador de fama y también para criticarlo, cuando acababa la predicación, decían repetidas veces: "Ha hablado_ bien, ha hablado bien."
Comenzaba ordinariamente con un texto de la Sagrada Escritura. Después exponía con exactitud el argumento, enunciaba con claridad el objeto de la fiesta o eI misterio que se celebraba, después desarrollaba el tema, aportaba un brevísimo pero claro razonamiento teológico y exponía un hecho histórico o una comparación o parábola, que resultaban ser la parte más saliente del sermón y nunca se olvidaba, con algunas reflexiones, de aplicarlo a la práctica.
Pronto cambiaba de tema cuando al presentarse ante el auditorio, variaban las circunstancias de éste. De la misma manera recomendaba que se tuviesen presentes la edad, la condición y la capacidad de los oyentes. "El pueblo —decía con insistencia— necesita entender y quiere entender lo que dice el predicador. Si entiende, queda contento; si no entiende, se aburre."
"Recuerdo —dice Don Cerruti— haberme encontrado con él en Vignale durante los paseos otoñales de 1861 a 1862. Había allí un párroco con fama de liberal y que no se_ cuidaba mucho de la población. Por añadidura, el vicario, hermano suyo, predicaba de un modo casi incomprensible. Subió Don Bosco al púlpito y predicó en dialecto cerca de una hora ante una muchedumbre inmensa. Su sermón fue tan eficaz y emocionante, que el párroco mismo se puso a llorar, y terminado el sermón, se le presentó, le estrechó la mano y le agradeció el bien que había hecho, especialmente a su alma."
Don Bosco se preocupaba constantemente de la salvación de las almas. Un día dijo a uno de sus Directores:
—He oído decir que fulano de tal predica mucho.
—Sí, Don Bosco; y predica bien. Hace furor.
— ¿Pero su predicación es a propósito para obtener fruto en las almas?
—Eso no lo sé, Don Bosco; pero tiene muchísimos oyentes, que salen entusiasmados de la iglesia.
—Pregunto si sus sermones producen conversiones.
— Eso yo no puedo asegurarlo.
— Pues bien, durante algunos años no le dejes predicar.
Don Bosco tenía un elevado concepto de la predicación. La caridad y su íntima unión con Dios, que frecuentemente le hacían derramar lágrimas durante la celebración de la Santa Misa, cuando administraba la Sagrada Comunión o bendecía al pueblo después del Santo Sacrificio, le hacían también llorar muchas veces predicando. Delante de cualquier auditorio, aun de Obispos y doctos sacerdotes, nobles, hombres de ciencia, en todos los temas que trataba, su idea dominante era la salvación del alma.
Más de una vez, contra la expectación general en fiestas solemnísimas, en vez de hacer el panegírico del santo que se festejaba, acabado el exordio desarrollaba algunos puntos sobre los novísimos o algún mandamiento de la Ley de Dios.
"Cuando predicaba sobre el alma en los Ejercicios Espirituales y en las "Buenas noches" —dice Don Francesia—, creo que ningún orador le ha igualado."
Incalculable es, pues, el bien que hizo, ya que su predicación fue continua. En el Piamonte, casi no hay ciudad o pueblo en donde no haya predicado. A imitación suya, sus hijos han hecho de la predicación un ministerio favorito. Cagliero, Bonetti y Francesia fueron predicadores popularísimos.
* * *
En estas peregrinaciones apostólicas suyas, difundió en todo el Piamonte el rezo de los tres "Gloria Patri" después del Ángelus.
Dondequiera que se hospedaba nunca tenía nada que reclamar sobre su aposento, a veces incómodo, ni por lo que servían en la mesa, Parecía insensible al rigor de Ias estaciones, aunque alguna vez la habitación o la iglesia estuviesen mal acondicionadas.
Nunca se cansaba. Daba en Ivrea los Ejercicios Espirituales al pueblo en la parroquia de San Salvador predicando cuatro veces al día, cuando lo invitaron a dirigir dos sermones a los seminaristas, y aceptó. Cayó enfermo en aquellos días el predicador de los Ejercicios del Colegio Cívico y le rogaron que lo supliera, a lo cual accedió, encargándose de predicar dos veces al día. Eran, pues, ocho sermones diarios los que centraban su atención. Los intervalos libres y gran parte de la noche los dedicaba a confesar.
Cuando le sobraba tiempo, salía por el pueblo para cumplimentar a las autoridades municipales, para visitar y consolar a los enfermos y poner paz en las familias, para reconciliar a los que estaban enemistados por cuestiones de intereses, mostrando gran respeto a los ancianos y familiaridad con los sirvientes y los pobres.
No gustaba de polemizar en el púlpito; pero sabía sostener la causa de la Religión cuando a ello le obligaban especiales circunstancias o le invitaba algún Superior eclesiástico, y decía: "Si en la población hay herejes, procúrese no exacerbarlos. Las palabras que se cambien con ellos han de respirar caridad y benignidad. Refútense sus errores y sofismas, probando sencillamente con sólidos argumentos las verdades discutidas, sin hacer alusión a personas."
En todas partes corrían a escucharlo compactas multitudes. Los niños mismos, que se cansan fácilmente de razonamientos, iban con avidez a oirle explicar el Catecismo y se hacían amigos suyos de tal manera, que, cada vez que podían, se estrechaban a su alrededor y no se separaban de su lado.
Y no sólo los pequeños y la gente del pueblo. La Duquesa de Montmorency dice que en sus días no conoció quien ejerciera mayor fascinación de palabra. Prueba de la fascinación que ejercía sobre las muchedumbres fue el panegírico de San Cándido y San Severo en la iglesia parroquial de Lagnasco, diócesis de Saluzzo, cerca de Savigliano. Llegó allí muy tarde, y aún no había almorzado; el pueblo esperaba al orador, pues las Vísperas habían terminado. El párroco, que ya se había puesto el roquete, estaba preparado para subir al púlpito, cuando llegó Don Bosco. Sin más dilación subió éste a predicar. Había hablado ya durante una hora de San Cándido, cuando al ver que el tiempo había transcurrido, dijo que aún le quedaba la segunda parte del sermón relacionada con San Severo, pero que le era preciso darlo por terminado para no cansar al auditorio. El pueblo, con voz unánime, pidió que continuase. El Siervo de Dios reflexionó un momento, y el párroco, desde el altar mayor, con voz solemne, exclamó: "Vox p6puli, vox Dei!"; Don Bosco siguió adelante una hora más con gran satisfacción de toda la gente.
* * *
Jesús dijo también a los Apóstoles: "Venid en pos de Mí y os haré pescadores de hombres." Compenetrado Don Bosco de la dignidad y del mérito de este apostolado, fue en Turín lo que en Roma San Juan Bautista de Rossi; "venátor animarum", un cazador de almas. Para muchos su nombre era sinónimo de confesor o apóstol de la Confesión. Confesaba en las iglesias, confesaba en las casas, confesaba en todas partes. Había obtenido del Papa Pío IX autorización para confesar "quocumque Ecclesiae loco", es decir, en todas partes; y se valió de ella ampliamente.
¿Quién puede contar el número de almas restituidas a la gracia de Dios por su celo sacerdotal? En el tren, en el carruaje, en el campo, detrás de un seto o un cercado, y aun en la calle, cuando el caso lo requería, confesaba.
Ocurría a veces que alguna persona le rogaba que entrase en la iglesia más cercana para oiría en confesión y entonces el confesonario inmediatamente se veía cercado de penitentes. Desde 1842, esto es, desde el año en que recibió las
licencias de confesión, había tomado este propósito: "Cuando sea llamado para oir las confesiones de los fieles, si hay prisa, interrumpiré el rezo, y aun haré más breve la preparación y la acción de gracias de la Misa, a fin de prestarme a ejercitar este sagrado ministerio." Y como se lo propuso, así lo cumplió.
"En el ministerio de las confesiones —atestigua el Cardenal Cagliero— fue excepcional, constante y admirable su bondad con los niños y los adultos; casi todos se confesaban con él, conquistados por su dulzura y por su caridad siempre benigna y paciente... Era breve, sin apresuramiento. Sumamente benigno y nunca severo, nos imponía una corta penitencia sacramental adaptada a nuestra edad, y siempre saludable. Sabía hacerse pequeño con los pequeños y darnos los consejos oportunos; y las reprensiones mismas las condimentaba con tal sabor, que siempre nos infundía amor a la virtud y horror al pecado."
En sus palabras, en su mirada, en todo su aspecto mostraba la prudencia y la circunspección más delicadas.
"Un ambiente angélico aleteaba sobre su persona y sus exhortaciones" —afirma el Cardenal Cagliero, y prosigue diciendo—: "Durante su largo apostolado, para oir las confesiones de los jóvenes, dio raro ejemplo de constancia, sacrificio y paciencia admirables, y puede decirse que trabajó como un mártir y mereció la palma del martirio, si, como dice amablemente San Francisco de Sales, ésta se logra no sólo confesando a Dios delante de los hombres, sino confesando a los hombres delante de Dios. En la iglesia de San Francisco de Sales y después en la de María Auxiliadora, antes que hubiese calorífero en ellas, el frío era intensísimo, mas Don Bosco lo soportaba invencible en las largas noches del invierno confesando hasta las diez y aun las doce de la noche."
"Todas las fiestas, especialmente las de la Virgen, todas las fechas memorables del año litúrgico le daban ocasión para exhortar a los alumnos a la frecuencia de los Santos Sacramentos. Entonces —dice Monseñor Anfossi— Don Bosco experimentaba un gozo especial al verse rodeado de gran número de sus jovencitos, que, arrodillados cerca de él, esperaban el momento de confesarse. Hizo tanto bien por medio de la Confesión, que me atrevería a llamarlo el Apóstol de la Confesión. En la frecuencia de este sacramento hacía consistir toda la fuerza de su misión en medio de la juventud."
*
Quien tuvo la suerte de confesarse con él, recuerda todavía la fuerza y la unción de sus consejos. Había comprendido tan bien a su maestro Don Cafasso, de santa memoria, que lo imitaba fidelísimamente; la misma caridad para acoger a los penitentes, la misma precisión para interrogarlos; la misma brevedad con que en pocos momentos aclaraba conciencias intrincadísimas; la misma concisión en sus breves palabras para excitar al dolor, que traspasaban el alma y que en ella se quedaban.
Además de ejercer en el Oratorio el Sagrado Ministeric lo ejercitó asimismo en diversas iglesias de Turín. Después ds sus sermones, desde las primeras horas del día hasta avanzada la noche, escuchaba a muchedumbres de penitentes; y esto durante años y años, desde 1844 en adelante.
En cierta ocasión, habiéndose retrasado para predicar er un pueblo, llegó a la estación después de la partida del tren Algunos jovencitos creyeron que le disgustaría este contra• tiempo, y acercándosele para consolarlo, le dijeron que tu. viese paciencia y procurase pasar lo mejor que pudiera aque• llar horas. Don Bosco respondió al momento:
—Las pasaría gustoso confesando.
—¿A quién quiere confesar? —preguntaron a coro, ma ravillados.
—A vosotros, a vosotros mismos —replicó.
Y preguntándoles cuánto tiempo hacía que no se acerca• ban a los Sacramentos, empezó a hablarles de la salvación
del alma, y los cautivó de tal manera, que entró en una posada vecina y pidió una habitación; se retiró allí con ellos y los confesó a todos.
Cuando iba en diligencia a Vercelli, a Casale o a Asti y a muchos otros lugares, buscaba un puesto en el pescante para aprovechar el momento oportuno de ganar el alma del cochero, y lo conseguía. Muchas veces lo confesaba por el camino; otras veces, inmediatamente después de su llegada, en la iglesia parroquial. En estas ocasiones procuraba que los cocheros se corrigieran del feo vicio de blasfemar. Una vez dijo a uno de éstos:
—¡Vaya!, si no dice usted una blasfemia desde ahora hasta el primer relevo de caballos, le pagaré un litro de vino.
Desde aquel momento no se oyó salir una blasfemia de la boca del cochero. Don Bosco mantuvo su palabra, pero le dijo también:
—Si por una recompensa tan pequeña ha podido usted vencerse durante este tiempo, ¿por qué no deja de blasfemar pensando en el Cielo que le espera y en el infierno en el cual puede caer de un momento a otro?
De este modo conquistó a muchos penitentes, que iban a postrarse a sus pies para confesar sus pecados! "¡Cuántas veces —refería Don Francisco Dalmazzo-- me dijeron, y los vi yo mismo llegar a hora avanzada del día al Oratorio, a hombres mal encarados que, habiendo oído hablar de la santidad de Don Bosco iban a postrarse a sus pies para confesar sus pecados! Con mucha frecuencia entraban desconfiando de obtener el perdón y se los veía después salir de la habitación con el rostro radiante de alegría y el corazón lleno de consuelo."
Las palabras que decía en el confesonario eran pocas, pero eran de fuego y herían el alma como si fuesen dardos, de modo que el penitente no podía menos de sentirse profundamente conmovido.
Su ministerio como confesor era muy solicitado para los enfermos, porque el Señor premiaba su caridad dando a su palabra una eficacia maravillosa. Refiere Don Francisco Cerruti haber oído de Dan Bosco mismo el hecho siguiente:
"Un día fue a buscarme una señora y me rogó con gran empeño que fuese a visitar a un moribundo. Tratábase de una persona muy significada en la Masonería, que se había negado a recibir a cuantos sacerdotes habían intentado verlo y sólo a duras penas consintió que se llamase .a Don Bosco. Yo fui allá, pero apenas entré en. la habitación y cerré la puerta, me dijo, reuniendo todas las fuerzas que le quedaban:
—¿Viene usted como amigo o como sacerdote? ¡Ay de usted si llega a nombrarme siquiera la palabra Confesión!
Y diciendo esto tomó dos revólveres que tenía, uno en cada lado de la cama; me apuntó con ellos al pecho y continuó:
—Recuérdelo bien: en el momento• en que me hable de confesión, uno de estos revólveres lo dispararé contra usted y el otro contra mí; ya ve, sólo me quedan pocos días de vida.
Le respondí que estuviese tranquilo y que no le hablaría de Confesión sin su permiso; le pregunté sobre su enfermedad y el parecer de los médicos. Después desvié la conversación sobre algunos puntos de Historia y me detuve en contarle la muerte de Voltaire. Acabada la narración, añadí:
—Tocante al fin de Voltaire, creen algunos que se ha condenado; yo no lo digo, o al menos no me atrevo a asegurarlo, porque sé que la misericordia de Dios es infinita.
—¿Cómo? —me interrumpió el enfermo, que había seguido con ansia la relación—. ¿Hay todavía esperanza para Voltaire? Entonces tenga la bondad de confesarme.
Acerquéme a él, lo preparé y lo confesé. Cuando le di la absolución, prorrumpió en copioso llanto, exclamando que jamás había gozado de tanta paz en su vida como en aquel momento. Hizo todas las retractaciones que se le pidieron. Al día siguiente recibió el Santo Viático; pero antes llamó a su habitación a todos los de la casa y públicamente pidió
perdón del escándalo que les había dado. Y después del Viático mejoró bastante; vivió todavía dos o tres meses, que los empleó en rezar y pedir con frecuencia perdón de sus escándalos y en recibir varias veces con gran edificación a Jesús Sacramentado. Debes, saber, acabó Don Bosco, que aquel señor era un grado muy elevado en la Masonería. Demos gracias por todo al Señor."
El Santo tenía una gran idea de la misericordia de Dios, la cual sabía inspirar a los demás con eficacia. Esta gran confianza en la misericordia divina y la tierna caridad que tenía para con todos, especialmente para con los que padecían, hacía que fuera muy solicitado junto al lecho de los enemigos de la Iglesia. Pero más que todos, en sus últimos momentos, lo deseaban los jovencitos del Oratorio, los cuales, según atestigua Don Rúa, encontraban dulce la muerte siendo asistidos por Don Bosco.
"El sacerdote —decía Don Bosco— debe cuidar de la salvación de las almas; pero antes que en las otras, debe pensar en salvar la suya propia, cumpliendo todos los deberes solemnemente contraídos en la ordenación sacerdotal."
Salvar las almas era para Don Bosco el deber de todos los ministros de Dios. ¡Salve! Salvando sálvate, repetía a los sacerdotes cuando los saludaba.
En 1878 escribía a un párroco deseosa de dejar la cura de almas: "No hable de dejar la parroquia. ¿Hay que trabajar? Moriré en el campo de trabajo. Sieut bonos miles Christi. ¿Sirvo para poco? ()muja passum in eo, qui me confortat. ¿Hay espinas? Con las espinas cambiadas en flores, tejerán los ángeles para usted una corona en el Cielo. ¿Los tiempos son difíciles? Así fueron siempre, pero Dios no negó su ayuda: Christus herí et hódie. ¿Pide usted un consejo? Helo aquí: cuídese especialmente de los niños, de los ancianos y de los enfermos y se hará dueño de los corazones de todos.
Da mihi ánimas, eaétera talle; las almas de los jóvenes las almas de los ancianos, las almas de los pobres, todas las almas y sólo almas, y no otra cosa: he ahí el programa que nunca se cansaba de recomendar a los mismos aspirantes a la carrera eclesiástica. Monseñor Spandre, Obispo de Asti, recuerda que la mañana en que salió del Oratorio para el Seminario, el Santo lo invitó a ayudarle la Misa y cuando volvió a la sacristía, después de despojarse de las sagradas vestiduras, le dijo:
—Arrodíllate, que quiero darte mi bendición.
Y lo bendijo. Después, poniéndole una mano sobre la cabeza, continuó:
—Acuérdate, Luis, si con la ayuda de Dios llegas a ser sacerdote, de quaérere luerum animara" et non quaestum pecuniarum: ¡almas y no dinero!
"Aquellas palabras —escribe Monseñor—, pronunciadas con dulce acento y acompañadas de su penetrante mirada, me conmovieron profundamente y se imprimieron en mi corazón de tal manera, que jamás las he olvidado. Fueron para mí un programa y la revelación de un santo y sublime ideal de aquel hombre de Dios, para quien, teniendo únicamente interés en la salvación de las almas, nada era lo demás."
"El sacerdote siempre es sacerdote" —decía—, y como tal debe manifestarse en todo momento. Así lo hacía él: era sacerdote en el altar, sacerdote en el púlpito, sacerdote en el confesonario, sacerdote entre los alumnos, sacerdote en medio del mundo y sacerdote delante de todos, en todos sus actos, en todas sus palabras, era sacerdote encendido en amor de Dios y no deseaba otra cosa que la salvación de las almas. La vida de Don Bosco está llena de episodios característicos que revelan su habitual franqueza.
Encontrábase un día en casa de una familia de brillante posición, cuando oyó a un niño de cinco años que, contrariado porque se le había caído su caballito de madera, pronunció con enojo el santo nombre de Cristo.
Lo llamó con dulzura y lo invitó a recitar los mandamientos de la Ley de Dios; cuando llegó al segundo, lo interrumpió y le dijo:
—¿Sabes lo que quiere decir: "No nombrar el Santo nombre de Dios en vano"? Quiere decir, amiguito, que nunca debemos nombrar a Dios, que nos quiere tanto, sin una razón justa y sin devoción; de otro modo, cometemos un pecado, esto es, desagradamos a Dios; y esto especialmente cuando proferimos su nombre con cólera, como lo has hecho tú.
El niño bajó los ojos mortificado y respondió :
—¡Papá lo dice siempre!
A estas palabras, la madre palideció ; el padre se puso en
brasas, pero tomó al niño con prontitud y acariciándolo le dijo:
—Es verdad; perdóname... he hecho mal; ya no lo diré más, y quiero que ésta.sea también para ti la última vez.
En 1880 estaba esperando un día en la estación de Ventimiglia la salida del tren de Francia, cuando oyó a un niño, hijo del dueño del restaurante, que repetía de cuando en cuando, como una exclamación: "¡Quisto!" Llamóle y díjole:
—Ven acá, pequeñín. ¿Quieres que te enseñe a pronunciar bien las palabras? ¡Ea!, quítate el sombrero y está atento; se dice Cristo y no Quisto; de esta manera, fíjate.
Y le hizo la señal de la cruz diciendo:
—En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Así sea. Sea alabado Jesucristo. Fíjate bien, no Quinto, sino Cristo.
La madre del niño, que estaba presente, agradecida al celo del Siervo de Dios, le dio una limosna para una Misa, lo cual repitió otras veces que lo vio pasar.
En 1866, un día de ayuno, entró en el restaurante de la estación de Bolonia y pidió comida de vigilia, diciendo: —Hoy es ayuno.
'No la tenían, y de una manera delicada se quejó de ello al dueño.
Habiendo vuelto a pasar por Bolonia y en viernes, al verlo el dueño le dijo:
—Venga, venga, señor abate; ahora tenemos comida de vigilia.
Otra vez lo esperaban a comer en casa de una bienhechora, la cual, para honrarlo, había hecho muchas invitaciones. Dos de las señoras invitadas, deseosas de hablarle... lo esperaban en el salón de entrada; estaban un poco descotadas y con los brazos desnudos. Apenas las vio Don Bosco bajó los ojos y dijo:
—Dispénsenme, me he equivocado de puerta; creí que entraba en una casa y he entrado en otra.
Y se dispuso a salir.
—No, Don Bosco —dijeron ambas—, no se ha equivocado. Aquí es, aquí es donde lo esperan.
—No puede ser —repitió el Siervo de Dios—; en donde me invitan puede entrar libremente un sacerdote...
Ruborizáronse las señoras y corrieron confusas a tomar sus chales y le suplicaron, bajando él ya por la escalera, que las dispensase y volviese atrás. Durante la comida no se despojaron de sus chales, y él estuvo amenísimo, como siempre.
Su conducta era siempre franca, animosa y edificante. Habiendo tomado parte en la Exposición Nacional de Turín de 1884, e instalado una fábrica de papel según el último modelo, puso por condición absoluta que los días festivos se observase el descanso prescrito por la Iglesia; y a pesar de las muchas instancias que le hicieron en contra, porque la concurrencia mayor de los visitantes era los domingos y deseaban ver cómo se fabricaba el papel, no quiso acceder en modo alguno, añadiendo que aquélla debía ser la predicación de la santificación de las fiestas.
Cuando el Cardenal de Ángelis llegó desterrado a Turín, Don Bosco fue el primero en visitarlo, cuando nadie se atrevía a tanto. Don Francesia supo de Don Bosco mismo que eI Conde Avogadro de la Motta le felicitó diciéndole:
—Usted ha abierto la puerta; yendo a consolar al ilustre Cardenal, ha invitado así a otros a ir allá y tengo la satisfacción de poderle decir que yo fui inmediatamente después de usted.
El Cardenal De Angelis, apenas se vio en libertad, fue a devolver la visita a Don Bosco en el Oratorio.
Consideróse muy honrada y afortunado en poder hospedar por seis meses en su casa de Turín a Monseñor Rota, Obispo de Guartalla, desterrado en 1886. Dijo después aquel buen Obispo que el tiempo más hermoso de su vida lo había pasado en el Oratorio.
* * *
No hay necesidad de ponderar la conducta del Santo con el Papa, porque toda su vida la explica; más bien habría que observar que es tanto o más admirable, porque no habría podido ser ni más filial ni más devota, ni más franca y edificante, aunque hubiera vivido en tiempo de extraordinario amor y devoción a la Cátedra Romana. Recordemos sus palabras: "Como católico estoy con el Papa, y con él quiero estar hasta la muerte; estoy con el Papa en materia de Religión. En cuanto a la política, no estoy con nadie..." Y agregaba: "¿Y esto por qué? Además del auxilio de Dios, mucho nos ayuda a nosotros la índole misma de nuestra Obra. Nosotros queremos hacer el bien a la juventud abandonada y extraviada, y nada más; y esto gusta a todos, aun a aquellos que en. materia de Religión no piensan como nosotros."
A este respecto, siempre decía: "¿Queréis saber por qué la Asociación de Cooperadores es bien acogida por todos? Porque lo mismo que todas nuestras obras, es ajena a la política... En caso de presentarse una ocasión oportuna y conveniente, cumplimos también con nuestro deber; pero fuera de este caso, hay que mantener el principio de no mezclarse en política; esto nos ayudará muchísimo."
Fidelísimo a su propósito de hacer siempre, en todas partes y a todos, el mayor bien posible, sostenía que la franqueza en el modo de obrar y la sinceridad del lenguaje son, sin duda, las dotes que mejor responden a este fin.
Hizo entender a algunos príncipes romanos y a otros señores la grave obligación de la limosna si querían tener en sus familias la bendición de Dios.
El Ministro Urbano Rattazzi, valiéndose de la confianza que tenía con él, un día que lo recibió en audiencia, preguntóle si, a causa de todo lo que había hecho contra la Iglesia como Ministro de Estado, había incurrido en las censuras eclesiásticas. Don Bosco le pidió tres días de tiempo, diciéndole:
—Las cosas graves deseo pensarlas y meditarlas un poco. Pasados los tres días volvió a ver a Rattazzi y le dijo: —Excelencia, he estudiado la cuestión y he buscado y he procurado encontrar la manera de eximirle de las censuras;
pero no lo he logrado.
Esta franqueza y libertad agradaron tanto al Ministro, que respondió:
—Estaba seguro de que Don Bosco no me engañaría; por eso precisamente he querido informarme por medio de usted. Estoy contento de su franqueza; recurra siempre a mí, siempre que tenga necesidad de ayuda para sus niños.
En la primavera de 1874, mientras andaba más atareado en favor de las temporalidades de los Obispos, un día que salía de una audiencia con el Ministro Vigliani, comunicó a Don Berto lo siguiente: "Esta tarde les he hablado muy claro; véase la muestra:
—; Es una vergüenza que en la Ciudad Santa se trabaje los días de fiesta!
El Ministro respondió:
—Mire usted: unos lo hacen por convicción, otros por interés; pero me ocuparé en ello. Por el momento, puedo asegurarle que, en lo que respecta al Gobierno, no se descuidará. nada para impedir este desorden; lo demás depende del Municipio.
Y replicó Don Bosco:
---¡Usted, si quiere, puede impedirlo!
El Ministro tomó nota, asegurándole que avisaría al Municipio. Eh aquel mismo año obtuvo del mismo Ministro de Justicia que no se profanase con un baile de Carnaval el Coliseo, regado con la sangre de los mártires."
La fascinación de su sincera palabra brillaba en todo su esplendor cuando invitaba a alguno a pensar en la salvación del alma.
Un día, comiendo con el Conde de Camburzano, se encontró con diversos comensales, entre los cuales había un general retirado. Las cosas de la fe no habían nunca preocupado al viejo soldado, más bien frío en cosas de piedad. El Siervo de Dios, después de haber discurrido largamente con el Conde, con la Condesa y el General, estaba para retirarse, cuando éste, que durante la comida no había cesado de mirarlo, vivamente impresionado por su modo de proceder, se le acercó y le dijo:
—Dígame usted una palabra, que yo la guardaré como recuerdo de nuestro encuentro.
—; Oh!, señor General —respondió el Santo—, rece por mí para que el pobre Don Bosco salve su alma.
—¿Rezar yo por usted? —dijo aquel señor sorprendido de tan inesperada recomendación—. Es mejor que me dé algún buen consejo.
Don Bosco reflexionó un poco y al fin le dijo:
—Señor General, piense que tiene una gran batalla que dar todavía; si la gana, será muy afortunado.
—¿Cuál es?
— Señor General, ¡la salvación de su alma!
A estas palabras, todos se miraron a la cara, y el General exclamó:
—Sólo Don Bosco podía hablarme can tanta franqueza.
En 1884 fue a visitarlo un extranjero, que le refirió, entre otras cosas, las obras de caridad que practicaba en su pueblo. Era un buen abogado, caluroso, sostenedor de la libertad de la escuela, honrado por el Papa con el nombramiento de Comendador, y aunque por las dificultades de los tiempos se había retirado de los negocios públicos, no dejaba de patrocinar privadamente la buena causa.
Don Bosco, que lo escuchaba con interés, de pronto le preguntó amablemente:
— Señor Comendador, esa Religión que tan honrosamente defiende usted, ¿la practica también?
Estas palabras desconcertaron al abogado, hasta ruborizarle y hacerle decir:
— ¿Por qué me habla usted así?
—Porque usted me trata con tanta familiaridad y cortesía, que creería faltar a mi deber, si no le correspondiese con muestras de amistad y confianza.
Aquel señor intentó cambiar de conversación, pero el Santo insistió en la pregunta, teniéndole asida la mano entre las suyas. Aquél replicó:
—¿Por qué me estrecha de ese modo?
—¿Por qué quiere usted desasirse de mí? Responda a mi pregunta: Esa Religión que usted tan bien defiende públicamente, ¿la practica?
— ; Ah, Don Bosco! Usted ha leído en mi corazón, ¿no es verdad?
Y bañando con ardientes lágrimas las manos del Santo, continuó diciendo entre sollozos:
—Sí, se lo confieso, Don Bosco, nunca la he practicado; al contrario, no creía en la Confesión.
—Pues bien, diga usted que de ahora en adelante la practicará; y prométame usted, señor, que la primera vez que volvamos a encontrarnos, usted, al estrecharme la mano, me dirá: "¡He mantenido mi promesa!"
— Sí, se lo prometo; apenas llegue a mi casa, me confesaré y le comunicaré la noticia dentro de pocos días. ¡Le doy mi palabra de honor! ;Ah, Don Bosco, si todos los sacerdotes fuesen como usted, todos practicaríamos la Religión!
—¡ Si todos se acercasen a los sacerdotes como usted —acabó por decir amablemente el Santo—, nadie hablaría mal de ellos!"
Le fue presentado en una ocasión el Superior General de una Orden Religiosa; recayó la conversación sobre las vocaciones, y aquel buen Religioso decía que en su Orden ya no había novicios. A estas palabras, dichas quizás con demasiada frialdad, Don Bosco tomó un aspecto muy serio, y en
presencia de Don "libera, que se lo había presentado, amonestó al Padre General así:
—Recuerde, Padre, que su Orden no ha hecho todavía todo el bien que debía hacer. Contraería usted una terrible responsabilidad si la dejase perder. Si no puede sostenerla en Italia, vaya a Francia, a América; pero procure conservarla.
*
También hablaba a las Soberanos con libertad apostólica.
Cuando fue a Roma, en 1867, la Reina María Teresa, mujer de Fernando II, Rey destronado de Nápoles, tuvo con Don Bosco una larga entrevista, llevada del deseo de que le revelase un porvenir más glorioso y la vuelta al trono; pero sólo recibió esta respuesta:
— ¡Majestad, me duele tener que decirle que no volverá a ver más a Nápoles!
Al volver a casa, Don Bosco refirió la entrevista a Don Francesia, el cual le preguntó:
—¿Y tuvo usted valor de decirle eso a aquella pobre señora?
— Es natural; me preguntan la verdad y debo decir la verdad.
Su respuesta llegó a oídos del Rey Fernando II, el cual experimentó un vivo deseo de hablar con el Siervo de Dios, En efecto, el 3 de febrero celebró Don Bosco la Santa Misa en casa de la Duquesa de Sora, en Villa Ludovisi; hizo una vibrante plática sobre la fe, y acabada la acción de gracias púsose a disposición del Rey, con el cual se entretuvo conversando privadamente. El Rey mismo hizo recaer la conversación sobre las vicisitudes de su vida, y aludiendo a sin esperanzas de volver a Nápoles pocos meses después, roge a Don Bosco que le dijera con toda libertad su opinión. Dor Bosco le dijo:
— Si quiere que le hable sin rodeos, debo decir que Vuestra. Majestad no volverá más a subir al trono.
Impresionado por esta respuesta, quiso el Rey que le explicase la causa. Don Bosco, con gran serenidad, se puso a recordar cómo habían tratado a la Iglesia durante muchos años los reyes de Nápoles. Tuvo también otra conferencia con el Monarca en presencia de la Reina Sofía. Después de un rato de conversación, el Rey, casi bromeando, le interrumpió, diciéndole:
—¡Don Bosco, mi esposa desearía saber de usted si confirma lo que me dijo cuando hablamos en Villa Ludovisi... si volveremos a Nápoles.
—;Majestad, yo no soy profeta; pero sí debo decirle lo que siento, creo que Su Majestad haría mejor en no abrigar ese pensamiento.
La Reina protestó, y él repitió:
—Deseo que se cumplan las esperanzas de Vuestra Majestad; pero mi pobre parecer es que Vuestra Majestad no recobrará el trono de Nápoles.
Después que salió del palacio refirió el coloquio confidencialmente a Don Francesia, quien, asombrado, le dijo: —Pero, ¿por qué se entra usted en esas cuestiones? —Porque me preguntan.
—¡Yo dejaría al menos el consuelo de la esperanza a esos pobres desterrados!
—¡No sé lo que harías tú si te encontrases en mi caso; pero lo que yo sé es que debo responder así. En primer lugar, ellos no tienen hijos. En segundo lugar, el Señor los ha borrado del libro de los reyes!
Otro episodio.
Para la inauguración del ferrocarril Turín-Cirié-Lanzo el gobernador de Turín había pedido que se sirviese en el Colegio Salesiano un refresco a las Autoridades. Don Bosco accedió, tanto más cuanto debía presidir el acto S. A. R. el Príncipe Amadeo de Saboya, y juzgó que era deber suyo encontrarse él mismo en Lanzo con la banda de música del Oratorio y también para ayudar en aquel apuro al Director de la Casa.
La ceremonia tuvo efecto el 6 de agosto de 1876 y en ella tomaron parte los Ministros Depretis, Nicótera y Zanardelli, representantes del Rey, con una comitiva de cerca de cuatrocientos invitados. Don Bosco esperó a la comitiva en la puerta del colegio, saludó a los Ministros y una vez servido el refresco se fue con ellos a la extremidad del jardín cerca de una mesa de piedra. Allí se habló de varias cosas.
Llegada la conversación a cierto punto, el diputado Ércole exclamó:
— Don Bosco lee en los corazones. Díganos quién es más pecador de los dos, Nicótera o Zanardelli.
El Santo respondió que no podía dar una respuesta porque no quería ni podía juzgar por las apariencias; que estimaba a los dos por su cultura y actividad, pero que en el terreno moral, no podía emitir ningún juicio, porque no los conocía. nrcole insistió y Nicótera le interrumpió:
— 10h!, ¿por qué quieres ponerme por término de comparación? ¡Ahí no entro yo!, ¿sabes? Pregunta mejor a Don Bosco si tú eres más pecador que los demás.
— ¡No tenga ganas• de convertirme! —respondió Ércole.
— Entonces —replicó Nicótera— eres más. pecador que yo, porque conoces el mal, y lo haces. ¿No sabes que está escrito en la Biblia que desiartium peccatórum, períTyit? ¿Qué dice a esto, Don Bosco?
—¿Qué quieren que les diga, si me quitan la palabra de la. boca ? Además, para conocer a uno, éste debería venir aquí, no por una hora, sino para hacer los Ejercicios Espirituales y para pensar en la vida pasada, en la muerte con la cual acaba la escena de este mundo, en la vanidad de las cosas terrenas, en la preciosidad de las cosas celestiales, en los juicios de Dios, en la eternidad!... que pensase que, a las puertas de la muerte, la única alegría consistirá en el bien que se haya hecho y que todas las otras cosas sólo producirán angustia. Después de estas reflexiones, si usted me hiciese una sincera confesión general, entonces le podría dar un juicio de su interior.
— Pero dígame usted: ¿cree que nos salvaremos? —le preguntaron aquellos señores disimulando la inquietud con la broma.
—Así lo deseo y así lo espero —respondió Don Bosco—, porque la gracia, la misericordia del Señor es tan grande...
—Pero nosotros no tenemos ganas de convertirnos tan de prisa.
— ¿Querrán decir ustedes que desearían convertirse... pero continuando por ahora así... o bien, lo desearían, pero no se sienten con ánimo?
— Eso es precisamente —replicaron.
— Entonces yo no tendré otra cosa que responder sino lo que ha dicho hace poco aquel señor: Desfderéum.. con lo que sigue...
También en aquella ocasión, fue Don Bosco el verdadero rey de la fiesta; todos salieron entusiasmados de ella. Zanardelli se mostró muy complacido. Nicótera al despedirse dijo:
—He experimentado un grandísimo contento y una satisfación de aquellas que se disfrutan quizás una sola vez en la vida.
—A no ser —dijo Zanardelli— que vengamos otra vez a los colegios de Don Bosco.
—Siempre los tendrán abiertos —concluyó el Santo.
Después de la comida, hallándose sentado en el pórtico con varios clérigos y sacerdotes, dedales:
—Creo que hace mucho tiempo que esos Ministros y Diputados no han oído tantos sermones como se les han dirigido aquí en Lanzo. Por otra parte, son unos desgraciados que no oyen nunca una palabra dicha ex tato corle, o una verdad dicha en tal forma que no se den por ofendidos. Nosotros los hemos recibido cordialmente, y les he dicho, con el corazón en la mano, todo cuanto la ocasión me brindaba a decirles; y por eso, las verdades que podía exponerles sin ofenderlos, se las he dicho con toda franqueza. Quitas nunca hayan sabido lo que son los Ejercicios Espirituales; pero creo que esta vez ami sin ir a San Ignacio, los han hecho. También hemos recordado el dicho evangélico "Dad al César lo que es del César". Nos hemos limitado a obsequiar a las autoridades constituidas. Además, creo que hemos obtenido otra ventaja. Espero que ya no serán enemigos tan acérrimos de los sacerdotes. Como se han visto tratados cordialmente, se convencerán de que los sacerdotes no desean sino el bien de todos; y creo que en la hora de la muerte desearán todos tener un sacerdote junto a su lecho."
* * *
Prueba también de esa franqueza y de su genio didáctico es el juicio que en 1875 daba sobre los textos de Fisolofía y Teología que usaban los Seminarios: "Ninguno de ellos responde con plenitud ni a la edad de los estudiantes ni a las necesidades de los tiempos. Se necesitarían textos que acoplasen brevedad, facilidad y precisión, y por tanto, desentrañasen bien las, cuestiones fundamentales y vivas del día de hoy, y se contentasen con rozar, o aun omitieran, otras, importantísimas en sí, pero de las cuales nunca o rarísima-mente se habla." Añadiremos que quiso remediar esos inconvenientes y hasta dio el encargo a un doctísimo profesor que, por desgracia, no tuvo tiempo ni halló modo de hacerlo.
No tardarán en conocer los que estudien la vida de Don Bosco, que en él brillaron extraordinariamente tres virtudes: la fe, la caridad y la ilimitada confianza en Dios. Pero si su caridad es universalmente celebrada, quizás no se han apreciado como se debe su fe y su confianza en la Divina Providencia; porque aquélla fue la inspiradora, y ésta, el sostén de su caridad.
"Con la ayuda de la Divina Providencia —dejó escrito a los Cooperadores Salesianos—, hemos podido fundar iglesias y casas, proveerlas de material, y atender a loa alumnos que en ellas viven." "Pero de estas obras —protestaba con bastante frecuencia—, Don Bosco no es más que humilde instrumento; el artífice es Dios. Al artífice y no al instrumento, corresponde suministrar los medios para realizarlas y mantenerlas; a nosotros nos toca solamente mostrarnos dóciles y flexibles en su manos."
Exclama el Cardenal Cagliero: "Su confianza en Dios y en la Santísima Virgen era portentosa. Durante los treinta y cinco años que estuve a su lado, no recuerdo haberlo visto un solo momento angustiado, desalentado, ni inquito por las deudas que lo agobiaban ni por la manutención de sus jovencitos." ; Cuántas veces su familia adoptiva, a consecuencia de las guerras o por otras vicisitudes, se encontró en grandes estrecheces! Si sabía que para el día siguiente no había ni pan ni dinero, no por eso dejaba de estar tranquilo y alegre:
"¡Comed, muchachos —decía—, que ya habrá!" hIn efecto, la Divina Providencia no lo desamparó jamás, y aunque el número de los asilados aumentaba cada día y los tiempos se hacían muy difíciles, continuó admitiéndolos lo mismo. Sostén inquebrantable de su confianza era la oración. En sus necesidades recurría siempre a la oración, o mejor, oraba siempre; pero en circunstancias especiales, renovaba su confianza en Dios de un modo ilimitado y recomendaba a los suyos que rezaran con más fervor.
A principios de 1858 debía pagar una importante deuda y no poseía ni un céntimo. Su acreedor, después de haber esperado pacientemente un poco, quería que sin falta se le pagase el 20 de aquel mes. Era el día 12 y no había con qué pagarle. Don Bosco, en aquel grave apuro, dijo a varios alumnos:
—Hoy tengo necesidad de una gracia particular; iré a la ciudad y mientras me encuentre allí, procurad que alguno de vosotros esté siempre en la iglesia rezando.
Fue a la ciudad y los jóvenes obedecieron. He aquí que al llegar junto a la iglesia de la Misión, se le acerca un sacerdote, el cual le presenta un sobre con varios billetes de mil liras. Maravillado por aquel donativo, vacila en admitirlo.
—2,A título de qué me ofrece usted esta cantidad?
—Tome usted y sírvase de ella para las necesidades de sus alumnos —dijo nuevamente el desconocido, alejándose sin manifestar el nombre del donante y aun sin admitir un simple recibo.
Otra vez, teniendo que pagar diez mil liras al librero Paravía, salió en busca de la Providencia. Después de haber hecho una visita a, la Consolación, al llegar a una calleja, junto a la iglesia de Santo Tomás, se le acercó un criado de librea, y en nombre de su amo, le entregó un paquete de láminas de la Deuda Pública, de modo que pudo pagar las diez mil liras a Paravía, por la impresión de las Lecturas Católicas y satisfacer otras urgentes necesidades. Tampoco pudo saber aquella vez el nombre del bienhechor.
"Cuando hacía a los suyos estas confidencias —observa el Cardenal Cagliero—, veíamos nosotros su rostro más radiante que de costumbre, su voz se hacía más afectuosa y suave, no sólo por su alegría y su asombro, sino por su gratitud y su amor a Dios."
Durante el año 1862 debía entregar varias cantidades a cuenta al contratista de las obras y a los proveedores de los talleres, pero no contaba con nada. Lleno de confianza en la Divina Providencia, y como los niños estaban en las clases, rogó al cocinero y a otras personas de la casa que fuesen a la iglesia a rezar el Santo Rosario; después salió en busca de socorros. Apenas llegó a la calle que flanquea el manicomio, un desconocido le entregó un pliego cerrado diciéndole:
—;Para sus obras!
Y sin decir más, se marchó. Don Bosco abrió el pliego y encontró siete mil francos.
* *
Cada vez que tenía necesidad de la Divina Providencia, rezaba y hacía rezar; y ésta, como amorosa madre, le salía al encuentro. Frecuentes veces también lo prevenía. Un acreedor, después de haberse enfurecido porque no se le pagaba, amenazó con llevarle a los tribunales, y casi en el mismo momento llegó un bienhechor, que entregó al Santo tres mil liras, justamente la cantidad necesaria para el pago, que no hicieron sino cambiar de mano, dejando al acreedor admirado y confiado para adelante.
Otra vez, apremiado por eI panadero al que debía una . cantidad considerable, salió de casa en busca de dinero. Un buen señor que tenía una importante limosna que llevar al Oratorio, pensaba ir allí el próximo sábado, pues ése era el día que acostumbraba visitar a Don Bosco. Pero aquella mañana era miércoles y de pronta sintió mudarse su voluntad; un pensamiento le molestaba con insistencia sin que pudiese desecharlo. ¡El Oratorio debe de hallarse necesitado'
Tomó el dinero y se lo llevó a Don Bosco. No hay que ponderar la admiración recíproca que experimentaron al referirse la necesidad urgente del uno y el cambio de voluntad del otro.
En agosto de 1884 era huésped con el clérigo Viglietti del Obispo de Pinerolo. Estaban sentados en un parapeto del jardín del palacio episcopal, cuando llega un criado y da a Dan Bosco dos cartas. Don Bosco lee y se echa a llorar. Viglietti, alarmado, le pregunta la causa de aquel llanto.
—¡La Virgen —responde Don Bosco— nos quiere bien! Y le da a leer aquellas cartas. En una se le pedía la devolución urgente de treinta mil liras que un señor le había prestado. La segunda procedía de una señora de Bélgica, que le preguntaba de qué manera podría emplear para gloria de Dios treinta mil liras.
Casos como éstos ocurrían con bastante frecuencia. En aquel mismo año el clérigo Viglietti anotaba otros casos maravillosos. "Se habían gastado treinta mil liras para habilitar un local en Mathi Torinese, con objeto de que sirviese de residencia a las Hijas de María Auxiliadora. Don Bosco fue a comer en casa del Conde Colle en Talón y estaba preocupado porque tenía que liquidar la cuenta del maestro de obras que había ejecutado aquellos trabajos. Acabada la, comida, el Conde, que no sabía nada de esto, presentó a Don Bosco un pliego que contenía treinta mil liras para sus obras. Don Bosco, sonriendo, volvióse al Conde y Ie dijo que durante la comida había estado pensando cómo pagaría las treinta mil liras, y que para eso la Divina Providencia le había elegido como instrumento suyo. El Conde Colle lloró de consuelo al oir estas palabras."
El 14 de agosto de 1886 Don Durando encontrándose en situación muy apurada, se llevó todo el dinero que había recibido aquellos días. Apenas salió Don Durando, entró una persona que hacía tiempo esperaba en la habitación inmediata. Don Bosco le dijo:
—Dispénseme si le he hecho esperar; el prefecto de la Congregación ha venido y se ha llevado todo el dinero que tenía y ahora he aquí a Don Bosco pobre y sin un céntimo.
— Pero Don Bosco, si en este momento tuviese necesidad de dinero —indicó aquel señor—, ¿qué haría?, ¿qué haría?
—¡ Oh la Povidencial... ¡La Providencia! —exclamó Don Bosco.
— ¡Sí!... Providencia... Providencia... no está mal; pero ahora no tiene usted dinero. ¿Y si lo necesitase en este momento?...
—En ese caso —respondió, con una mirada misteriosa—, le diría a usted, mi buen señor: Vaya a la antecámara y encontrará a una persona que trae un donativo para Don Bosco.
—¿Cómo?... ¿Lo dice de veras?... ¡Pero si no había nadie cuando yo entré!... ¿Quién se lo ha dicho?
—Nadie; pero yo lo sé y lo sabe María Auxiliadora... Vaya... vaya y vea.
Aquel señor fue a la habitación inmediata y al ver a otro señor, le pregunta:
—¿Viene usted en busca de Dan Bosco?
—Sí, vengo para entregarle una limosna.
No hay que decir cómo quedaron todos. No hubo más que una sola voz para alabar y dar gracias al Señor.
Algunas veces estos auxilios extraordinarios venían también de los humildes, de los cuales llegaban habitualmente a Don Bosco tantas limosnas que superaban todas las de los ricos juntas.
* *
Don Bosco era delicadísimo con sus bienhechores. El Señor manifestó varias veces su agrado por esta delicadeza. Un matrimonio que le mandaba periódicamente una limosna, por la quiebra del Banco en que había depositado casi todo su capital quedó en la miseria, hasta el punto de que vivía en una buhardilla en Milán, a donde se había retirado. Don Bosco fue a buscarlos y se ofreció a devolverles la cantidad que había recibido de ellos. El marido lo rehusó llorando y dijo que lo que había hecho era por pura limosna.
—Pues bien, la Virgen le dé en la misma medida lo que necesite.
Desde aquel día les remitió todos los meses cien liras. Cuando le fueron devueltas las seis mil liras al marido, éste murió; la viuda encontró poco después un excelente partido y se casó. Sus limosnas a María Auxiliadora no faltaron en adelante.
*
El Colegio de Borgo San Martino tenía una huerta que producía fresas primerizas. Cuando había cantidad suficiente, invitaba a sus cinco o seis grandes bienhechores del Patriciado turinés a darse un paseo para ir a comerlas; y les preparaba una tarde deliciosa.
Dios es admirable en sus Santos: "En Turín —decía el Arzobispo Monseñor David, de la familia de los Condes Riccardi— tenemos dos prodigios: Cottolengo y Don. Bosco; el uno y el otro tienen su propio espíritu y lo deben mantener. La Casa de la Divina Providencia no debe nunca pedir nada, y hace muy bien, porque la Providencia se cuida de mandar cotidianamente los miles de liras que necesitan sus cinco mil asilados (1). Don Bosco tuvo la inspiración de recurrir a la beneficencia pública. ¡Ay, si Cottolengo adoptase el sistema de Don Bosco! ¡Ay, si Don Bosco adoptase el sistema de Cottolengo!
(1) Ahora son más de diez mil.
Don Bosco, a pesar de esto, creía que era su deber intentar todos los medios humanos antes de abandonarse ciegamente en los brazos de la Divina Providencia. Por eso pidie y pidió siempre de mil maneras: circulares, loterías, rifas y otros muchos fueron los medios a los cuales recurría, cuando las necesidades apretaban y no bastaban ya los recursos ordinarios.
En el Carnaval de 1869 organizó una rifa en Piazza Castello con vendedores y músicos enmascarados. Pero cuando después los ediles fueron a llevarle quinientas liras, que la Comisión del Carnaval le había asignado a título benéfico, agradeció el rasgo, pero no quiso en absoluto aceptar aquella cantidad, diciendo que no quería de ningún modo disfrutar de suma procedente de diversiones pecaminosas. Y era que el Carnaval celebrado por ellos no había sido tan inocente como la rifa en Piazza Castello.
Delicadísimo en el pedir, cuando iba a buscar se limitaba a exponer con discreción sus necesidades: si le daban algo, lo tomaba; si no le daban nada, no insistía. "Las necesidades —solía decir— deben darse a conocer; si los otros no las conocen, no pueden pensar en ayudarnos; pero cuando las conocen, hagan lo que les dicte el corazón; yo no insisto más."
El 1881, el Párroco de San José en Marsella deseaba que fuera a visitar a una riquísima señora que tenía grandes deseos de socorrer las Obras Salesianas, pero esperaba que Don Bosco se lo pidiese. El Santo habló largamente con ella y se despidió, dejándola admirada parque la exhortó calurosamente a continuar las limosnas que ya hacía, sin decirle palabra de sus propias necesidades.
Quería que sus discípulos se educasen en ese mismo espíritu de confianza en la Providencia.
En 1871 envió al profesor Don Pablo Alberti., con otros dos salesianos, a fundar una casa en Marassi, cerca de Génova. Don Albera llevaba consigo un poco de dinero para las eventualidades; pero antes de marchar, el Siervo de Dios le preguntó si necesitaba algo.
—No, no, señor, se lo agradezco, ya llevo quinientas liras. —¡Oh, querido mío, —le respondió Don Bosco—, no es necesario tanto dinero. ¿No habrá Providencia en Génova?
Vete tranquilo; habrá Providencia también para ti; no temas. Y sacando del cajón unas cuantas liras, se las dio, recogiéndole el billete de quinientas.
Le parecía una ofensa a la Providencia divina conservar dinero para las necesidades futuras.
—No me es posible —dijo una vez a Don Rúa— encontrar un prefecto que me secunde del todo, es decir, que sepa confiar en la Divina Providencia y no procure reunir dinero para las exigencias del mañana. Temo que si nos encontramos tan escasos de medios es porque se hacen demasiados cálculos. Y así es: "cuando en estas cosas interviene el hombre, Dios se retira".
Aparecía de un modo tan manifiesto la ayuda de la Divina Providencia en las obras de Don Bosco, que todos cuantos trabajaban para él o suministraban géneros al Oratorio, repetían: "; Ojalá estuviésemos tan seguros de que los otros deudores nos pagasen como Don Bosco! Alguna vez tardará, pero nunca falta, porque tiene a su disposición a la Divina Providencia." n maestro de obras, Carlos Buzzetti, decía: "Una palabra de Don Bosco vale más para mí que una letra de cambio."
Los auxilios ordinarios y extraordinarios para emprender tantas y tan costosas obras no eran solamente una divina correspondencia a la fe de Don Bosco, sino también un premio a su pobreza. "La pobreza —decía— debe guardarse en el corazón para practicarla." Amaba la pobreza no menos que San Francisco de Asís, como se ve por la manera como la practicó.
Ya se ha hablado de su pobreza en la mesa. La misma pobreza observó en todo lo que con él se relacionaba.
Pobre era su habitación: usó unos mismos muebles, sencillos y viejos, durante cuarenta años. Nunca quiso cortinas en las ventanas ni un pedazo de alfombra junto a su lecho, ni aun en invierno, ni un cubrepiés. Añadió a sus muebles un diván viejo con el asiento de paja, que le sirvió más de veinte años en la antecámara de las visitas. Si tuvo algún otro mueble más decente fue porque se lo regalaron. Durante su ausencia se trató de arreglar algo su habitación can alguna línea decorativa; pero cuando volvió a casa se mostró contrariado e hizo borrarlo todo con una mano de blanco en las paredes y en el techo.
Pobres fueron siempre sus vestidos. La sotana de paño grueso le servía para todas las estaciones. La ropa blanca era de género ordinario: acostumbraba graciosamente decir que lo que defendía del frío en el invierno impedía el calor en el verano; y nunca quiso usar camisas de tela fina o planchadas. Llevaba zapatos ordinarios, porque costaban menos; los pañuelos eran de lo más corriente. En ocasión de su onomástico, los ex alumnos manifestaron varias veces la intención de regalarle algún objeto de uso personal; pero él los convencía de que era más conveniente proveer a la iglesia de objetos sagrados.
Prefería las cosas que le daban de limosna. Alguna vez regalaron a la casa una sotana usada, y él, si tenía necesidad, la tomaba para sí. Se servía también de zapatos, pantalones y capotes regalados por el Ministerio de la Guerra. A veces llevaba capotes de este género fuera de casa, especialmente cuando debía salir de noche.
Ocurría con frecuencia que debiendo ir de viaje o presentarse a alguna persona respetable y no habiendo en el Oratorio el vestuario conveniente, lo pedía prestado a los suyos, que con mucho contento le facilitaban los zapatos, los pantalones, la sotana, el sobretodo, la capa y alguna vez el sombrero. Nunca se preocupaba de procurarse prendas de vestir nuevas, sino cuando las que usaba se hacían inservibles, y dejaba a otros este cuidado. Cuando se quería que usase una sotana nueva, costaba trabajo hacérsela aceptar. Si le indicaban que por su posición era preciso presentarse vestido en una forma decorosa, respondía que el decoro en el eclesiástico y en el religioso está en la pobreza acompañada de la limpieza de la persona. Y en ésta era extremadamente cuidadoso.
* * *
En los viajes usaba la mayor economía y- pobreza. Si le era posible, los hacía a pie, aun cuando fueran de varios kilómetros. En el ferrocarril tomaba siempre tercera clase. Una vez, que supo que uno de los suyos había viajado en primera, aunque se trataba de un trayecto corto, tuvo un grandísimo disgusto, y dijo:
—¡Eso es un derroche y es una afrenta a la Divina Providencia!
Nunca se consideró dueño, sino administrador de los tesoros quc le enviaba el Señor. Por eso los gastaba con la mayor escrupulosidad. Aun en el ejercicio de la caridad, era escrupulosísimo. Aceptaba gratuitamente a los niños verdaderamente pobres o abandonados; pero exigía siempre alguna retribución de aquellos que tenían padres y poseían algunos bienes, "porque —decía— no es justo ni decoroso que use de la caridad ajena quien tiene medios propios, privando de ella a quien realmente la necesite".
Ni respecto a sus sobrinos necesitados le pareció lícito mostrarse generoso con los bienes de la Divina Providencia. "Lo que tengo y lo que me dan —decía de cuando en cuando— debo emplearlo para comprar pan a mis niños. ¡ Ay de mí si hiciese un uso diferente!"
Guiado por este espíritu de observancia, llevó adelante la práctica de la pobreza hasta la más austera mortificación.
En la mesa no se servía del aceite ni de la sal para ciertos platos que lo hubieran necesitado; comía los pedazos de pan sobrantes de las comidas anteriores; en los últimos años recogía también las migajas. Se lamentaba viendo que los niños desperdiciaban los pedacitos de pan y los amonestaba para que temiesen los castigos divinos: para él todo pan era sagrado.
Tenía empeño, y lo inculcaba con frecuencia a sus religiosos, en que se aprovechasen los medios pliegos de papel sobrantes de las cartas que recibía; los recortaba, poniéndolos aparte para utilizarlos en sus escritos o hacer libretas. Se disgustaba mucho cuando veía algún objeto abandonado o malgastado inútilmente; y recomendaba que se aprovechase, si tenía compostura, y se utilizase del mejor modo posible. Hacía recoger hasta una cuerdecita abandonada en el patio, diciendo que llegaría la ocasión en que haría falta. Se le vio poner a media luz los mecheros de gas que quedaban encendidos, al recorrer la casa en hora avanzada de la noche, cuando le parecía que alumbraban más de- lo necesario y el encargado había descuidado su obligación.
Recomendaba la pobreza en la construcción de las casas, en las puertas y en los enseres de las habitaciones.
Experimentaba gran contento cuando al visitar una casa encontraba que faltaba alguna cosa, aun necesaria; entonces solía decir que aquéllas eran las casas más bendecidas por el Señor. Pero si veía lo contrario, se disgustaba y amonestaba a quien correspondía.
No afectó nunca desprecio por el dinero ni por lo que representaba dinero; pero tampoco se le pegó el corazón a él; lo tenía en gran estima como instrumento de bien y apostolado. De aquí la escrupulosidad en su manejo y sus amonestaciones a los ricos.
Sus teorías en este punto pudieron parecer rígidas a algunos. Hoy sencillamente son postulados de justicia social.
Por sus manos pasaban muchos millones, que escrupulosamente manejados, los empleó todos en procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas. Escribía al caballero Oreglia durante la construcción del Santuario de María Auxiliadora: "Dios le bendiga, caballero, y bendiga sus trabajos y haga que cada palabra suya salve un alma y gane un marengo" (1). Hasta un marengo debía servir para salvar un alma.
En 1867 decía a Luis Costamagna que tenía necesidad de ver la bomba del patio arrojar marengos, para poder abrir casas en todas las partes del mundo y salvar todas las almas extraviadas. Muchos años después, en 1883, cuando le recordaron la cosa, respondió sonriendo: "Lo que no dio la bomba lo dio la Divina Providencia y lo derramó nuestra querida Madre María Santísima. Quien confía en Ella no se verá jamás defraudado."
(1) Pieza de oro equivalente a veinte liras o francos.
Con la santa pobreza consiguió realizar obras verdaderamente colosales. La pobreza fue en realidad un tesoro. "Cuando le dejaban alguna herencia consistente en terrenos o casas —atestigua Don Rúa—, me apremiaba para venderlo cuanto antes, ya para pagar lo más pronto las deudas, ya para evitar que se pegase el corazón de alguno a aquellos bienes."
Debido a esta práctica tan perfecta de la pobreza evangélica, tenía aquella gran autoridad cuando recomendaba a los suyos esta virtud, exhortándolos a contentarse con lo necesario o poniéndolos en guardia contra el error de aquellos que "se glorían de ser llamados pobres y no quieren carecer de nada".
En 1886, cuando escribía acerca del Capítulo VI General de la Sociedad Salesiana, recomendó de nuevo a todos los salesianos la práctica de la pobreza:
"Recordemos, mis queridos hijos, que de esta observancia depende en gran, parte el bienestar de nuestra Sociedad y el provecho de nuestra alma. La Divina Providencia, es cierto, nos ha ayudado hasta ahora, y, digámoslo así, de un modo extraordinario en todas nuestras necesidades. Estemos seguros de que esta ayuda continuará dispensándonosla en lo porvenir por la intercesión de María Santísima Auxiliadora, que siempre ha hecho de Madre nuestra. Pero esto no impide que por nuestra parte usemos de toda la diligencia necesaria, tanto para, disminuir los gastos como para economizar en los suministros, en los viajes, en las construcciones, en general en todo aquello que nos es necesario. Creo además que en esto tenemos un deber particular lo mismo ante la Divina Providencia que ante nuestros mismos bienhechores. Estad persuadidos de que el dador 71,0 dejará de bendecir abundantemente nuestra fidelidad."
Procuró hasta el fin diligentemente que estas recomendaciones se practicasen. En sus últimos años, por ejemplo, encontró demasiado lujosos ciertos mecheros de gas; le pareció un derroche que los caloríferos diesen tanto calor que fuera preciso abrir las ventanas; juzgó fuera de su lugar que alguna sala, aunque destinada a recibir a los extraños, estuviese amueblada con mobiliario de, nogal y cortinas en las ventanas. Amonestaba diciendo:
"¿Quién nos dará ya limosnas al ver este lujo? El Marqués Fassati y el Conde Giriodi, al ver en el Oratorio una puerta elegante, exclamaron: "Yo no doy un céntimo más; esto es lujo de marqués." Es verdad que esto lo dijeron bromeando, y continuaron siendo buenos amigos nuestros; pero me basta a mí que lo hayan dicho, para que yo sepa a qué atenerme."
Mientras huía de las comodidades, enseñaba a tener cuidado de los trajes, de los libros y de todas las cosas, y a no contraer hábitos que a la larga resultan costosos. "Esas economías —nos decía— nos permitirán recoger a un huerf anito más."
Sus primeros sacerdotes, y sea dicho en honor de la verdad, tenían también por habitación un camaranchón con una mesita, una silla o un taburete de madera y una palangana, y nada más; para estudiar iban a la sala común, en medio de los alumnos. El severísimo modo con que el Padre y los hijos practicaban la pobreza, valió a aquellos años el nombre de "tiempos heroicos". "La pobreza —atestigua el canónigo Ballesio, que vivió ocho años con Don Bosco— se veía en toda la casa y en todos los actos de nuestra vida en el Oratorio. Muchas veces se me ha ocurrido este pensamiento: Don Bosco y su familia salesiana, sin ser capuchinos de nombre ni de profesión, lo son de hecho por su vida pobre y laboriosa" (1). El Santo tenía la convicción de que la fidelidad escrupulosa en la práctica de la pobreza es un medio infalible para asegurarse los favores de la Divina Providencia.
(1) También, en honor a la verdad, muchos que han examinado de cerca la vida salesiana, afirman que nuestra pobreza no es prácticamente inferior a la de los Hijos de San Francisco. ¡Y Dios nos conserve siempre así!
¿Quién no se admira al considerar el grandioso espectáculo del poder concedido• por Dios a sus Santos? Hijos predilectos del Padre que está en los Cielos, participan de su poder y reinan con Él; de esta manera manifiestan a los hombres cuán grata es la virtud al Señor! La voz del milagro fácilmente la entienden todos; y a todos pregona con fuerza irresistible "He aquí él camino que conduce a la vida; seguid, mortales, las huellas gloriosas de los Santos." Con todo, no falta quien sonría al oir la narración de estos hechos maravillosos, que son la aureola con que Dios suele coronar a sus escogidos. A pesar de ello, los Santos mismos son milagros vivientes, por la práctica heroica y constante de virtudes que están infinitamente por encima de las pobres fuerzas humanas.
El Señor se complació en ilustrar con dones sobrenaturales o gracias "gratis datar", también las virtudes de Don Bosco, de las cuales están llenas estas páginas; pero es con,- veniente dar una idea sintética de ellos.
Don Bosco tuvo en alto grado el don de profecía. Predijo la duración y el incremento de su Institución, cuando la combatían dificultades capaces de destruirla. Muchos años antes describió el actual Oratorio. Predijo acontecimientos públicos, predijo a muchos la curación de gravísimas enfermedades, como al jovencito Juan Cagliero, y predijo asimismo la muerte inminente de grandes personajes. Por muchos años no murió ningún alumno en el Oratorio sin que él anunciase su muerte algún tiempo antes.
En 1864, por ejemplo, predijo la muerte de dos jóvenes, cuyos nombres confió al enfermero Mancardi. Éste, para comprobar la profecía, escribió la siguiente "Pro-Memoria; Oratorio de San Francisco de Sales, 30 de enero de 1864. Don Bosco me dijo el 29 de enero por la noche: "Querido Mancardi, hay dos artesanos que antes de acabarse la próxima Cuaresma deberán ir al Paraíso, y son Tarditi y Palo; ten cuidado." Ignacio Mancardi, enfermero." Esta hoja fue sellada el mismo día y entregada al Prefecto Don Víctor Alasonatti, el cual escribió encima: "Predicciones de Don Bosco, para abrirías después de Pascua de 1864." La Pascua de aquel año caía el 27 de marzo. El 26 de febrero murió el joven Palo y el 12 de marzo, en la Pequeña Casa de la Divina Providencia, el joven Tarditi.
En 1880, cuando estaba alojado en Tor de Specchi en Roma, recibió una carta de una señora francesa que le pedía la bendición para su única hija, muy enfermiza. Don Bosco declaró a Don Dalmazzo que la niña moriría, que sería mejor para ella, porque la madre no habría sabido educarla. Después de cuatro o cinco años, un telegrama anunciaba la muerte de la pequeñita.
Conocía también y veía claramente Zas cosas ocultas o lejanas.
"Un día —escribe José Brossio-- había yo hecho una obra de caridad que me había costado un gran sacrificio, y esto nadie lo sabía. Apenas llegué al Oratorio y Don Bosco oyó mis pasos o mi voz, vino a mi encuentro, y tomándome por la mano me dijo: ";0h, qué hermosa corona te has ganado para el Paraíso con el sacrificio que has hecho!" Y Don Bosco me explicó, punto por punto, todo lo que había practicado en secreto."
Una noche, estando en el refectorio del Colegio de Lanzo, se volvió de improviso al Director y le dijo : "En este momento hay dos jóvenes cerca del pilón hablando de cosas malas." Se indagó y se averiguó que era verdad.
En 1883 una joven de diecinueve años, que más adelante entró en las Hermanitas de la Asunción, se encontró en Amiéns con el Siervo de Dios.
—Hija mía —le dijo él después de haber hablado algunos instantes con ella—, usted tiene espíritu de prudencia, procure conservarlo, y Dios la proteja. Todavía tendrá que esperar mucho tiempo, pero entrará en una Congregación que se ha fundado cuando usted nació...
Luego añadió:
—Nos veremos.
Quince días después se encontró de nuevo con Don Bosco, el cual, al verla, dijo a quien lo acompañaba:
—La conozco... Dios proteja a esa joven...
"Después de esta promesa —escribe ella— he tenido que esperar todavía doce años antes de poder seguir mi vocación, hasta que en 1896 ingresé en las Hermanitas de la Asunción. Solamente por haber leído una Memoria compendiada por nuestro Padre Pernet, que apareció en 1900, supe de un modo preciso que esta obra había empezado en mayo de 1864. Don Bosco nunca me había conocido ni visto; no pudo, por consiguiente, saber cuándo vine al mundo si no hubiera sido por una luz sobrenatural; sin este auxilio no habría podido precisar la fecha de mi nacimiento, aproximándola con tanta exactitud a la fundación de la Congregación de las Hermanitas."
Ya hemos indicado varias veces que veía desde lejos lo que ocurría en el Oratorio. El hecho se repitió con frecuencia. Desde el Santuario de San Ignacio en Lanzo, desde Roma, desde el extranjero, escribía a los alumnos del Oratorio, y desde éste y de otras partes a los de otros colegios, todo lo bueno y lo malo que veía entre ellos en misteriosas visitas.
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LEÍA también, nos atreveríamos a decirlo, habitualmente, EN LO ÍNTIMO DE LAS CONCIENCIAS. Desde 1848 corría la voz en el Oratorio de que mientras confesaba, descubría a los penitentes los pecados que habían olvidado o no se habían atrevido a confesar. En estos casos solía decir: "¿Y de este pecado no te acusas? ¿Y de este otro no te acuerdas?" Pero lo más maravilloso era que al descubrir a un joven un pecado añadía todas sus circunstancias. "Tú, en aquel año, en tal ocasión, en aquel lugar hiciste esto y aquello." Y precisaba con exactitud la calidad y el número de las culpas.
No era raro el caso en que el penitente quedaba como pasmado ante estas revelaciones. Y él entonces, para reanimarlo, le revelaba algún otro hecho jocoso. Así, al joven Miguel Unja, de veintiún años, le dijo para sacarlo de su ensimismamiento: "¿Y no te acuerdas de aquel tu compañero, que una tarde se quedó dormido en el coro durante el sermón del párroco, roncando y con la boca abierta, y tú le echaste una avellana que por poco lo ahogas?"
"Un día, después de las funciones de la iglesia —escribe Don Berta—, encontré en el patio a un jovencito que había venido al Oratorio poco tiempo antes, el cual, viendo pasar al Siervo de Dios, lo siguió con la mirada un buen rato; volvióse hacia mí, un poco turbado, y me dijo:
—¿Quién es aquel sacerdote?
—¿Por qué me lo preguntas? —añadí yo—. ¿No lo conoces todavía?
—Lo pregunto porque esta mañana me he confesado con él y me ha dicho todos los pecados que he cometido en mi casa..."
Era tan notorio este don del Siervo de Dios, que algunos jóvenes, temerosos de que les leyese en la frente su interior, permanecían alejados de él; y si por cualquiera razón debían presentársele, solían tener la gorra delante de la frente o se cubrían ésta con los cabellos, como si esto bastase para ocultarles la conciencia. Don Bosco les tendía bien sus redes para atraérselos y cuando conseguía decirles una palabra al oído, la victoria era segura. Con frases un poco veladas, los corregía de las faltas ocultas. Por ejemplo: "Tú tienes cuentas que ajustar con Dios." Otras veces, al ver a alguno melancólico, le decía: "Amigo mío, es necesario quitar al demonio del corazón para estar tranquilo." Refería Don Rúa que ciertos jóvenes encontraron bajo la almohada un billetito del Santo con estas palabras: "¿Y si murieses esta noche?" O bien: "Si tuvieses que morir, ¿estarías tranquilo?" Eso bastaba para que corriesen al punto a confesarse.
Poseía también EL DON DE CURAR LAS ENFERMEDADES, de cerca y de lejos. Era esto tan conocido, que en cualquier día, pero especialmente en la novena y fiesta de María Auxiliadora, se acudía a Turín a implorar sus oraciones y su bendición. Adondequiera que fuese, ocurría otro tanto. Muchas eran las cartas y telegramas de personas de todas clases que le recomendaban enfermos y moribundos. No pocos enfermos gravísimos, contrahechos, paralíticos, sordos, ciegos y mudos, al ser bendecidos por él, recobraban instantáneamente su bienestar físico.
"El Conde de Bouillón, de Rennes —refiere Don Álbera—, tenía a su esposa gravemente enferma de tisis y reducida a tal estado de enflaquecimiento, que sólo pesaba veinticinco kilos. Los médicos consideraban inútiles todos los remedios. El Conde recurrió entonces a Don Bosco, a quien ya conocía, como cooperador y bienhechor que era, pidiéndole oraciones para obtener, si era posible, la curación de su consorte. Con gran estupor suyo recibió esta respuesta: "Traiga a la enferma a Turín." El Conde creyó que Don Bosco había entendido mal el francés de su carta. En otra explicó más por extenso el estado gravísimo de su cónyuge, indicando que no podría resistir eI viaje y que quizás le- costaría la vida. En su nueva respuesta Don Bosco repetía: "Tráigala a Turín." Seguro de que Dios hablaba por boca de Don Bosco, salió con la enferma para Turín y avisó al Santo por telegrama. Cuando llegó a Turín y dejó a la enferma en la fonda, fue a preguntar a Don Bosco qué debía hacer. Don Bosco fijó el día siguiente y la hora de la Misa para que asistiese a ella acompañado de su señora. Del carruaje transportaron a ésta en un sillón hasta la balaustrada. El Santo celebró y dio la Comunión al Conde y a la Condesa, la cual, por sí sola y sin ayuda, y por primera vez, se levantó y fue a la Sagrada Mesa. Después de la acción de gracias pasó, también sin ayuda, a la sacristía, acompañada de su esposo. Don Bosco, después de haberle dado la bendición, le dijo que se considerase curada. Después de despedirse marchó por sí misma al carruaje; en la fonda comió tranquilamente y por la noche cenó normalmente como una persona sana. A contar de aquel día, sin ser de gran robustez, tuvo sucesivamente tres hijos, a los cuales pudo educar satisfactoriamente. Esto ocurrió en 1886."
"En Marsella —prosigue Don Álbera—, el año 1882, fue muy conocido este hecho, del cual yo mismo fui testigo. Fue invitado a visitar a la señora de Barbarin, que yacía en el lecho desde varios años, y la exhortó a poner toda su confianza en María Auxiliadora. Recuerdo que le preguntó:
—¿Cree usted que la Virgen puede curarla?
Al responder afirmativamente, añadió Don. Bosco en tono convencido:
—Pues bien, se curará. Pidámoselo y después le daré la bendición.
Noté que en aquel momento Don Bosco hablaba con vol conmovida y con los ojos llenos de lágrimas. Después pase a una sala inmediata, en donde estaba reunida toda la fa. milla. Mientras se hablaba de la enferma, ésta aparece en la habitación, diciendo:
—Ya estoy bien.
Al día siguiente, no obstante la inclemencia de la estación (era en febrero), fue en carruaje a asistir a la Misa del Santo y a recibir la Sagrada Comunión."
Eran notables ciertos CAMBIOS o TRASPASOS DE MALES. "El 19 de abril de 1863 —narra Don Bonetti—, Don Bosco, hablando del mejoramiento de su salud, dijo:
—Las oraciones de los jovencitos son poderosas. Hay uno, al cual basta que rece para que consiga inmediatamente que el mal salga de mí y se pase a él. Después lo recomiendo a Domingo Savio para que obtenga su curación y en breve tiempo los dos nos encontramos bien."
Don Antonio Sala refirió muchas veces que esto le ocurría a él mismo. Don. Bosco tenía que dar una conferencia, cuando le sobrevino mi fuerte dolor de cabeza y se sintió tan abatido, que no le era posible salir de casa. Don Sala, al verlo en tal estado, le dijo:
—Don Bosco, si fuera suficiente pedir al Señor que traspasase su mal a mí, yo lo recibiría con gusto, con tal que usted quedase libre de él.
Pobre Don Sala! —respondió él—. Pues bien, te cede mi mai hasta que se acabe la conferencia.
Don Bosco salió de casa y al punto empezó a atormenta/ a Don Sala un atroz dolor de cabeza, que no cesó hasta la vuelta del conferenciante.
Encontrábase el Santo en una casa salesiana de Francia, cuando, poco antes de dar principio a un acto recreativo, al cual estaban invitados muchos bienhechores, presentósele el Director un poco contrariado, diciendo que la sala estaba llena de público, pero que el alumno encargado del papel prin. cipal se había quedado afónico. Don Bosco hizo llamar al muchacho y después de haberlo bendecido, le dijo:
—Ahora vete a representar tu papel, pues yo te presto mi voz.
El muchacho subió al escenario en plena posesión de ella; en cambio Don Boseo se sintió acometido de tal afonía, que no pudo decir una palabra durante toda la función.
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En la vida del Santo se encuentra lo sobrenatural con singular frecuencia de tal modo, que Pío XI dice que "en él lo sobrenatural se había hecho natural". Entre otros hechos extraordinarios, se repitieron varias veces prodigiosas MULTIPLICACIONES DE COSAS materiales y aun de las espirituales. Era voz general en el Oratorio que había multiplicado las sagradas formas en el Santuario de María Auxiliadora y en otros sitios para que la gente no se quedara sin Comunión.
En 1860 multiplicó los panecillos para el desayuno de sus hijos. No había pan en casa y el panadero no quería servirlo, si antes no se le pagaba un crédito de diez mil liras. Avisaron a Don Bosco, el cual estaba confesando. Dijo que recogieran todo el pan que hubiese, añadiendo que él mismo haría la distribución. A un jovencito que oyó estas palabras, Francisco Dalmazzo, le picó la curiosidad y se puso a observar atentamente lo que ocurriría. "Me coloqué —dice— en un sitio elevado, precisamente detrás de Don Bosco, cuando se puso a distribuir los panecillos a los jóvenes. Miré al momento el cesta y vi que a lo sumo contenía unos quince o veinte bollos. Don Bosco reparte y reparte pan, y con gran sorpresa mía, veía que en el cesto quedaba siempre la misma cantidad, sin que hubiesen traído más pan, ni cambiado el canasto." A vista de este prodigio, el joven, que había decidido marcharse a su casa aquella mañana, porque por la pobreza se le hacía demasiado dura la vida del Oratorio, se quedó y se hizo salesiano. Y fue un gran salesiano.
Incontables son los milagros que Dios hizo por medio de su Siervo curando a los enfermos al darles las bendiciones.
Es singular el hecho declarado por Do•n Viglietti en el Proceso sobre la Fama de Santidad, El día de María Auxiliadora del año de 1887, dos campesinas consiguieron, después de muchas instancias, presentar a Don Bosco una jovencita que apenas se sostenía con las muletas. La joven, después de recibir la bendición, continuaba apoyándose en las muletas como antes. Entonces Don Viglietti, que estaba en la antecámara, movido de un enojo, que más tarde no sabía explicarse, le dijo en voz alta:
—¿Cómo es eso? Entra usted a ver a Don Bosco el día de María Auxiliadora, recibe su bendición, ¿y tiene valor para salir como ha entrado? Tire esas muletas y vaya a dar gracias a María Auxiliadora por la gracia recibida.
Cuando volvió a casa, los médicos, que habían decidido amputarle una pierna parque estaba gangrenada, la encontraron perfectamente curada.
Podríamos continuar aún esta serie de hechos prodigiosos; pero preferimos contestar a una pregunta: ¿Qué impresión recibía Don Bosco cuando se encontraba en contacto con lo sobrenatural? Generalmente una gran conmoción, que disimulaba, aunque a veces temblaba todo su ser al ver los efectos prodigiosos de las bendiciones que daba en nombre de María Auxiliadora. El pensamiento de la grandeza de Dios, de la humana nulidad y de la gran responsabilidad que contraía por tan extraordinarios dones, debía de ser en él inmenso en aquellos momentos. Don Esteban Triana, gran predicador y misionero apostólico, en los primeros años de su ministerio sacerdotal, al volver de predicar una breve Misión, refirió a Don Bosco lo que había hecho y el Santo le .dijo sonriendo:
—Te felicito, sólo te falta el don de hacer milagros.
— Qué bueno si lo tuviera! —respondió alegremente Don Trione—; así podría convertir más fácilmente a los pecadores.
Don Bosco entonces se puso serio y acabó diciendo gravemente!
—Si tú tuvieses ese don, muy pronto, llorando, pedirías a Dios que te lo quitase.
De MUERTOS RESUCITADOS hay por lo menos tres casos.
Tuvo también OTROS DONES SINGULARES, que avaloran de modo admirable su santidad, como el de los ÉXTASIS, los SILENCIOS y de otros fenómenos extraordinarios que en él se observaron. Quien conozca Las Moradas, de Santa Teresa, y la Subida al Monte Carmelo, de San Juan de la Cruz, puede comprobar que en Don Bosco se daban todos o casi todos esos fenómenos místicos.
"En 1879 —atestigua Don Evasio Garrone— ayudaba yo la Misa a Don Bosco, que la celebraba en el altar instalado en su antecámara, con mi compañero Franchini. Cuando llegó la Misa a la elevación, vimos a Don Bosco como extático con un aspecto paradisíaco en el semblante, que parecía iluminar toda la habitación. Poco a poco sus pies se separaron de la tarima y permaneció suspendido en el aire unos diez minutos. No conseguimos levantar la casulla. Yo, fuera de mi por el asombro, corrí a llamar a Don Berto, pero no lo encontré. Vuelto a mi puesto, vi que Don Bosco comenzaba a bajar, pero la habitación tenía un no sé qué que parecía un Paraíso. Acabada la Misa, y después que Don Bosco dio, gracias durante un buen rato, al llevarle yo el café, según mi costumbre, le dije:
—Pero Don Bosco, ¿qué le ha pasado esta mañana durante la elevación? ¿Cómo hizo para elevarse tanto?
Él me miró, y para desviar la conversación, me dijo: —Toma también tú un poco de café.
Y vertiéndolo en la taza, me lo ofreció. Yo comprendí que no quería oir hablar del caso, me callé y bebí. Por tres veces fui testigo de este prodigio durante la Misa" (1).
(1) En enero de 1940, poco antes de su muerte, nos contaba el Padre Franchini (Juan) estos mismos episodios, precisamente en el sitio donde sucedieron y sin que mediara pregunta nuestra.
"Era en agosto de 1557 —según refiere Sor Felisa Torretta, Hija de María. Auxiliadora—. Nuestro Padre se encontraba en Lanzo Torinese, delicado de salud, y yo en aquella época; fui nombrada Directora del Asilo del Lingotto en Turín. Don Bonetti, nuestro Director General, antes de que yo marchase a posesionarme de mi destino, me envió a Lanzo Torinese para recibir la bendición de nuestro buen Padre. Eran las primeras horas de la tarde, a eso de las dos, cuando me dirigí a la antecámara para. ser recibida en audiencia. Su secretario, Don Carlos Viglietti, estaba ausente; después de esperar y esperar, me acerqué al despacho de Don Rosco. La puerta estaba abierta y... ;oh, lo que vil.. Vi a Don Bosco extático, en la postura de una persona que dialogando escucha. Su semblante, transfigurado por viva y blanca luz, tenía una expresión indescriptible. Su fisonomía, su sonrisa suave y tranquila, sus brazos abiertos hacia el objeto que miraba en lo alto, sus inclinaciones afirmativas de cabeza, me hicieron comprender que se desarrollaba un coloquio entre él y algún ser sobrenatural. Más alta que lo acostumbrado, toda su persona estaba arrobada en Dios. Ante tan inesperado espectáculo, me acerqué a la distancia de dos pasos para disfrutarlo mejor.
—;Viva Jesús!... Padre, ¿ da usted su permiso? —repetí varias veces con voz algo fuerte.
Pero él no me ve, no me responde. Entonces yo, profundaniente estupefacta, me detengo y me quedo contemplándolo cerca de diez minutos, hasta que terminó el coloquio, con la señal de la cruz acompañada de una inclinación de cabeza tan reverente, que mi pluma no es capaz de reproducir. Con expresión de santa alegría, deja caer las manos sobre la mesa que tenia delante; cuando, al verme, da una sacudida de sobresalto, y dice:
—;Oh, Sor Felisa.,. me ha asustado usted!
—Padre —respondí yo algo mortificada—, he pedido permiso varias veces, pero no me ha oído."
Hay que advertir que en aquel tiempo Don Bosco no podía tenerse de pie si alguien no lo sostenía y en aquel coloquio se le vio del todo diferente.
Otra vez vieron su rostro tan luminoso, que parecía en posesión de la gloria celestial. Así apareció a uno de nuestros hermanos una mañana que entraba en la sacristía de María Auxiliadora para celebrar. "Era tan majestuoso- su aspecto y tan viva la luz que irradiaba su semblante, que a primera vista no lo reconocí, y sólo vi que era Don Bosco
cuando desaparecido el resplandor, se arrodilló para comenzar la preparación a la Santa Misa.
Otra vez, cuando predicaba sobre la virginidad de Nuestra Señora, ocurrió un fenómeno semejante. "Se inflamó tanto en el desarrollo del tema, que su cara se volvió tan resplandeciente como si fuese la llama de una lámpara; y esto lo he visto yo", escribe José Brosio.
Don Lemoyne, que narra este hecho en el IV volumen de las "Memorie Biografiche", añade: "Diremos a su debido tiempo cómo en otra ocasión fuimos también nosotros testigos de semejante maravilla." La cosa ocurrió así: En sus últimos años tenía Don Bosco los ojos tan cansados, que los médicos le prohibieron trabajar con la luz artificial y le ordenaron que para su descanso quedase en la oscuridad. En aquellas horas daba alguna audiencia o rezaba y cada tarde, durante una hora entera, recibía a Don Lemoyne, que le hacía compañía y la aprovechaba para recoger de sus labios todas las palabras y todos los recuerdos que ilustraban su vida y sus obras. Ocurrió una tarde que el Santo, al corresponder a su saludo, le dijo estas palabras:
—Tú tendrás una larga vida.
Don Lemoyne, sentado en el mismo sofá, se quedó a su lado, inmóvil y en silencio, hasta que un hecho maravilloso lo sobresaltó: el rostro de Don Bosco fue iluminándose gradualmente, hasta adquirir una, transparencia luminosa. Turbado, se levantó y fue a la ventana para ver si había en el patio alguna luz que proyectase sus rayos en la cara del Santo. Este hecho se repitió por tres veces consecutivas. La transparencia comenzaba poco a poco, y crecía tanto, que le ponía la cara resplandeciente con una luz fuerte y suave, y disminuyendo poco a poco, desaparecía. Don Bosco aquella noche, según dijo él mismo a Don Lemoyne, tuvo un sueño, en el cual visitó todas las casas salesianas de Europa y de América.
El fenómeno de los "sueños" tiene tal importancia. en la vida de Don Bosco, que el omitirlo sería una laguna imperdonable, como lo sería en Santa Teresa el dejar hablar de sus visiones. Visiones fueron también la mayor parte de los "sueños". Algún hipercrítico se preguntó cómo era posible que un hombre tan positivo como Don Bosco diera crédito a los sueños. No sólo crédito, sino suma importancia tenía que darles. También él al principio trató de no darles crédito ni importancia alguna, siguiendo el prudente parecer de su abuelita cuando él narró el primero, el de los nueve años. Pero viendo que sus sueños tenían caracteres tan especiales, lo consultó con su confesor el gran director de almas, San José Cafasso, y éste le ordenó mirarlos como "comunicaciones de la voluntad de Dios". Y esto son los famosos "sueños" de Don Bosco. Lo mismo que a José el hijo de Jacob en el Antiguo Testamento o a Daniel, y a San José en el Nuevo, así a Don Bosco le hablaba el Cielo de este modo. También varones doctísimos y serios, y médicos ilustres han estudiado el fenómeno y han visto que esos sueños hay que tomarlos muy en serio.
Don Bosco fue un gran sellador, es decir, Dios le comunicó muchas cosas mediante los "sueños". Desde los nueve hasta los sesenta y un años de su edad tuvo y narró a sus hijos un número extraordinario de "sueños". Algunos los escribió de su puño y letra. Los demás los tomaron taquigráficamente sus hijos, y confrontados y compulsados, los conservaron en los archivos.
Durante los años. de su niñez y adolescencia el teatro de sus "sueños" era su tierra natal; y su contenido, indicaciones sobre futuros acontecimientos que le esperaban. Ordenado sacerdote, los "sueños" se multiplicaron, multiplicándose al tiempo sus argumentos : combates y triunfos de la Iglesia; castigos divinos a los perseguidores; estado de conciencia de sus hijos y penitentes; el campo místico donde debían trabajar y cometido que habían de desempeñar; el crecer de su familia y el desfile de muchachos de toda raza y religión y lengua; apariciones de la Virgen, ora para comunicarle quereres divinos, ora para proteger a sus alumnos, amenazados de monstruos horribles o sus casas amenazadas por los poderes del siglo; personajes desconocidos que le traían mensajes; el futuro próximo y remoto de la Sociedad Salesiana... son los objetos principales que forman la trama de los "sueños".
Dos caracteres los acompañan siempre, diferenciándolos por completo de los sueños ordinarios. El primero es su proceso, en que se ve un desarrollo lógico ordenado a un fin, muy al revés de lo que nos pasa a los demás mortales, en que juegan desordenadamente los caprichos de la fantasía incontrolada. Y si a veces se le presentan cosas que parecen extrañas, él las pregunta y se le dan explicaciones convenientes. El segundo carácter consiste en la visión de cosas ocultas y la previsión de acontecimientos futuros. Por cosas ocultas entendemos los secretos de la conciencia, hechos que suceden en sitios remotos o en lugares de que él ni tenía noticia anterior. Vaya un ejemplo: En 1883 hace en un "sueño" un larguísimo viaje desde Cartagena de Indias hasta Puntarenas, es decir, toda la longitud de la América Meridional. Él se lo narró el 4 de septiembre al Capítulo General, que estaba reunido en el Colegio de Valsálice. Hay ahí cuatro particularidades dignas de nota.
1.1 La descripción de las cordilleras. a muy diversa de como las Geografías lo venían anotando y todo el mundo creyendo. Las excursiones, exploraciones y visitas que luego han hecho los hombres de ciencia le han dado razón a Don Bosco cuando habla de cadenas diversas, de hondas depresiones, de valles anchísimos, cuencas lacustres, nudos y grupos de montañas que se alargan en opuesta dirección y se presentan diferenciadas por caracteres geológicos y orográficos... particularidades que en su tiempo los geógrafos ignoraban. El explorador salesiano Padre De Agostini, hoy ya conocido y reconocido en el mundo de la Ciencia, hermano de los famosos cartógrafos de Novara y supremo artista de la fotografía del paisaje, recorriendo detalladamente el itinerario del "sueño" de Don Bosco, admiró la exactitud de sus descripciones, que responden de todo en todo a la realidad. En 1883 ni el más perito geógrafo hubiera podido aventurarse a dar las precisas y detalladas afirmaciones que Don Bosco les daba a los académicos en la Sociedad Geográfica en Lyón.
En segundo lugar, Don Bosco describe ferrocarriles donde entonces no había más que soledad y desierto. Hoy los ferrocarriles intercontinentales que todas las naciones están construyendo para unir con líneas de acero todo el Nuevo Mundo, siguen, sin proponérselo, el itinerario hecho por Don Bosco en su viaje, en compañía del jovencito Luis Fleury Colle, que había muerto poco antes.
En tercer lugar Don Bosco nos habla de las extraordinarias riquezas mineras de carbón, petróleo, plomo y metales preciosos que las cordilleras encierran. Y cada día, aún hoy, van aflorando nuevos yacimientos que vienen a confirmar lo que en su "sueño" vio. El 6 de diciembre de 1906, mientras la Compañía Minera Argentina estaba abriendo un pozo artesiano en busca de agua, saltó un chorro de petróleo y tras él vinieron muchísimos otros. Don Bosco los había visto y descrito.
Del Archipiélago fueguino dice: "Algunas de estas islas estaban habitadas por indígenas bastante numerosos; otras son estériles, desnudas, rocosas, deshabitadas ; otras están cubiertas de hielo y de nieve. Al oeste grupos numerosos de islas habitadas por muchos salvajes." Quien lee las relaciones de los viajeros, especialmente de De Agostini, y contempla sus detallados y escrupulosos mapas de la Tierra del Fuego especialmente, no puede menos de asombrarse ante la detallada y minuciosa descripción que Don Bosco hace de tales tierras hasta hace poco inexploradas. Tanta precisión no era humanamente posible.
Sueños así, misioneros, hay cuatro; abundan en detalles, que uno tras otro han venido comprobándose.
Y así de todos los demás. Las muertes que anunciaba con algunos meses de anticipación se verificaban puntualmente, COMO. lo anotan las crónicas.
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¿Cómo narraba Don Bosco sus "sueños"? Con la confianza con que un padre habla a sus hijos, "con sencillez, gravedad y afecto", dice el canónigo Ballesio en un discurso conmemorativo sobre "la vida íntima del Oratorio".
Durante la narración intercalaba inocentes y graciosas bromas y chistes como para distraer un poco la atención de sus oyentes, cuando ésta era muy tensa. Atención particular ponía en decir lo que pudiera humillarlo. Así, por ejemplo, narrando la pena que sentía al ver la falta de correspondencia a sus desvelos, el Personaje misterioso que lo acompañaba, le dijo: ";Oh, el soberbio! ;Mirad el soberbio! ¿Y quién eres tú para pretender el inmediato fruto de tus trabajos? ¿Acaso eres tú más que el Divino Salvador o amas más que M a las almas?..."
Pero eso sí, amonestaba que no se tomasen en burla las cosas oídas y recomendaba que cada uno se hiciera las convenientes aplicaciones. Pero aun estos avisos y recomendaciones estaban condimentados con buena dosis de humildad.
No todas las cosas vistas en sueños las decía en público; algunas se las reservaba para si; otras se las manifestaba a los interesados en ellas; otras sólo a sus íntimos, según los casos. Para las narraciones públicas escogía lo que más pudiera redundar en bien de las almas.
Patentes eran los efectos de los "sueños": crecía el horror al pecado; por consiguiente, la frecuencia a los Sacramentos y el mayor fervor en recibirlos se elevaba en todos y en el tenor de la vida.
En 1861 tuvo un "sueño" en que vio el porvenir de la Congregación en un período notable de tiempo. Y la Congregación no estaba ni siquiera aprobada aún. El personaje misterioso que le hacía de guía le presentó un aparato singular, invitándole a mirar por él, al mismo tiempo que daba vueltas a una manivela que hacía girar una rueda. Miró y vio a ális salesianos y chicos de entonces. Se le ordenó girar la manivela; a cada vuelta correpondían diez años. Dio varias vueltas y veía multiplicarse los socios; pero al mismo tiempo disminuían los que él conocía. Eran ya gentes de diversas lenguas, de diversos colores: "Todos son hijos tuyos", le decía el guía. A la sexta o séptima vuelta, ya no conocía sino uno que, viejecito, estaba en un rincón del Oratorio hablando de Don Bosco a una multitud de jóvenes y caballeros y mostrándoles un retrato que pendía en la pared. Pues bien, el año de la Beatificación del Padre, 1929, un grupo de colombianos, argentinos y españoles Antiguos Alumnos, se estrecharon en torno del Padre Juan B. Francesia, a la sazón de noventa y cuatro años, único superviviente del tiempo de la visión, y le acosaron a preguntas sobre los tiempos antiguos y sobre la verdadera fisonomía de Don Bosco. Y él satisfacía a sus preguntas (1).
(1) Por cierto que les dijo que los dos retratos que más correspondían al original vivo eran el de Rollini y el sacado en la torre de Marti-Codolar de Barcelona.
Algo más explícito fue una vez: "No puedo dudar de que esto de los "sueños" es una gracia extraordinaria de Dios a la Congregación, y me creo en el deber de deciros que debéis aprovechar la gracia de Dios y ¡ ay de quien la desprecie!"
"Al principio -dijo a Don Lemoyne, hablándole confidencialmente como a un amigo— me resistí un poco a prestarles la fe que merecían.
A veces los atribuí a bromas de mi fantasía. Respecto de aquellos "sueños" que anunciaban muertes inminentes o pronosticaban lo futuro, varias veces me quedé en la incertidumbre, temiendo no haber comprendida bien o dicho alguna mentira. Algunas veces, después de haber hablado, no sabía lo que había dicho. Por eso hubo alguna ocasión en que me confesé con Don Cafasso de éste, según mi conciencia en ese inómento, atrevido modo de hablar. El santo sacerdote me escuchó, reflexionó un poco y después me dijo: "Desde el memento en que todo lo que dice se realiza, puede estar tranquilo y continuar."
Sólo después del continuo cumplirse de todo lo que soñaba y al ver que aquellas narraciones producían el efecto de algunos sermones y algunas veces de una tanda entera de Ejercicios Espirituales, no dudé más en creer firmemente en que los "sueños" eran avisos del Señor."
Y a fin de que no cayese en el vacío, ni siquiera una partecilla de don tan singular, alguna vez no vaciló en llamarlos dones celestiales.
*
Los "sueños" fueron bastante numerosos. Pueden agruparse en varias categorías: la primera, la más maravillosa, comprende los que le indicaban la obras que debía realizar y los caminos que debía seguir; la segunda, no menos admirable, abraza los que le revelaban el estado de las conciencias, las vocaciones, las muertes inminentes; la tercera categoría abarca muchos que podrían llamarse didácticos; finalmente, vienen los que mostraban anticipadamente la visión de las futuras vicisitudes de la Iglesia y de las naciones.
Respecto a los de la primera categoría, declaró Don Bosco mismo a Don Julio Barberis: "Se puede decir que Don Bosco lo ve todo y va adelante, de la mano de la Virgen... ¡A cada paso, en cada circunstancia está la Virgen!" (1).
Además de los "sueños", tuvo otras luces celestiales.
En 1882 un joven italiano, que se encontraba en Francia, deseaba ardientemente abrazar el estado eclesiástico; pero no sabía cómo conseguirlo. Llamado a Italia para el servicio militar, fue a ver a Don Bosco. En la mañana del 29 de octubre entró en el Santuario de María Auxiliadora cuando Don Bosco había acabado de celebrar la Misa en el altar de San Pedro. El Santo, al bajar los escalones, vio adelantarse una llamita desde el altar de María Auxiliadora y detenerse sobre la cabeza de aquel joven desconocido, que estaba de pie junto a la balaustrada. Maravillado, se detuvo un momento para contemplarlo, y siguió hacia la sacristía. Después de media hora, sale de la iglesia, y, entre el grupo de jóvenes que lo rodean, se adelanta aquel joven forastero y le besa la mano. Él lo mira, y como si lo conocise desde largo tiempo, exclama: "¡Oh!" Y sin que aquél abriese la boca, lo llama por su nombre, y hablándole en francés, le invita a seguirle a su habitación. El joven se hizo salesiano, marchó a las Misiones, trabajó muchos años entre los bororos y fue nombrado Obispo y Arzobispo del Registro de Araguaya; es Monseñor Antonio Malán (2).
(1) Nosotros hemos coleccionado en un librito titulado "Los mimos y porqués de la Congregación ~Mana", buena parte de estos auxilios y mandatos de la Virgen.
(2) Por cierto que cuando le comunicaron el deseo de nombrarlo arzobispo, le entraron temores y fue a consultar con Teresa Neuman. La vidente alemana, que no le conocía, al verlo le dijo: "Esté tranquilo: que ya Don Bosco le vio Arzobispo de Araguaya."
Una familia, devotísima de Don Bosco y de las más generosas en socorrerle, la familia Colle Fleury, de Tolón, tenía un hijo único, Luis. Este amable y querido joven, hondamente impresionado por la santidad de Don Bosco, quiso tomarle como su director espiritual; mas a los diecisiete años enfermó de un mal rato; esto y el deseo de la eternidad, le consumió; y murió con el natural sentimiento de sus padres y amigos. Muchas veces, permitiéndolo el Señor, se apareció al Siervo de Dios, entreteniéndose con él en largos coloquios y revelándole muchas cosas. Estas verdaderas visiones casi todas se efectuaban mientras estaba despierto. se las refería, para consuelo, a los piadosos padres, que habían adoptado como hijos a todos los huerfanitos del Oratorio en sustitución del hijo difunto.
CAPITULO LXXXVI
Relaciones con el alma de Luis Colle Fleury
Las relaciones con el alma de Luis Colle Fleury nos dan una buena idea de todos estos fenómenos.
El 4 de mayo de 1881 escribió el Santo a la madre del jovencito: "Usted debe estar tranquila. Nuestro querido Luis está ciertamente salvo y le pide que se prepare seriamnte para ir, cuando a Dios plazca, a juntársele en el Cielo, y entretanto, él, por su parte, le alcanzará gracias especiales." No juzgó oportuno decir más por escrito, pero más tarde le manifestó lo que entonces dejó sobre los puntos de la pluma. El 3 de abril, mientras estaba confesando, le había venido, como él decía, una distracción: vio a Luis en un jardín, donde se recreaba con algunos compañeros, embargados de felicidad. La visión duró un momento. Luis no habló, pero aquella visión persuadió más aún a Don Bosco de que el joven se encontraba en el Cielo. No obstante, continuó rezando por él, pidiendo también a Dios que le hiciera sabedor de algo más, y esperando este favor de su infinita misericordia, pues anhelaba, en los límites de lo posible, consolar a un padre y a una madre sumidos en la desolación por la pérdida de su único hijo. Dios le escuchó más de lo que él se hubiera imaginado.
El 27 de mayo, día de la Ascensión, estaba celebrando el Santo en la iglesia de María Auxiliadora, ofreciendo el divino sacrificio por la intención de los padres de Luis, que asis
tían a su Misa; cuando en el momento de la consagración ve a Luis en un mar de luz, con un aspecto bellísimo, en extremo alegre y rubicundo, con ropaje blanco-rosáceo y dorados recamados sobre el pecho. Al verle preguntóle:
—¿A qué vienes; querido Luis?
—No es necesario que yo venga —respondió—. Tal como soy no tengo necesidad de caminar.
—¿Eres feliz, querido Luis?
— Gozo de perfecta felicidad.
— ¿No te falta de veras nada?
—Me falta sólo la compañía, de mis queridos papás. —¿Por qué no te dejas ver de ellos?
—Porque esto les causaría grandísima impresión.
Y dicho esto, desapareció. Pero en las últimas oraciones se presentó de nuevo, y a continuación, en la sacristía, acompañado de algunos jóvenes del Oratorio muertos durante la ausencia de Don Bosco, de lo que quedó en extremo consolado.
—Luis —preguntóle—, ¿qué debo decir a tus padres para templar su aflicción?
— Que se hagan preceder de la luz y se procuren amigos en el Cielo.
*
"El 21 del pasado junio —escribe otra vez—, durante la Misa, poco antes de la consagración, le vi con su semblante acostumbrado, pero del color de una rosa en toda su belleza y con su cuerpo resplandeciente como el sol. Preguntéle en seguida si tenía algo que decirme. Simplemente me respondió:
—San Luis me protegió y benefició mucho.
Entonces repetí la pregunta:
—¿Hay algo que hacer?
Diome la misma respuesta y desapareció."
Después de un par de meses tiene una nueva aparición. Se la narra el 30 de agosto a la señora de Cone en estos términos:
"Durante la octava de la Asunción de la Santísima Virgen, y más todavía el 25 de este mes, he rogado y hecho rogar por nuestro querido Luis. Precisamente el 25, durante la consagración de la hostia, tuve la dicha de verlo vestido del modo más espléndido. Fui transportado a un como jardín donde Luis paseaba con alg-unos compañeros. Todos cantaban el "le" corona vírginum", pero con voces tan acordadas y armoniosas, que no es posible expresarlo ni describirlo. Alza-base en medio de ellos un alto pabellón o tienda. Yo deseaba ver aquel espectáculo y oir la admirable armonía; pero en aquel instante una luz vivísima, como un relámpago, obligóme a cerrar los ojos. Y me encontré diciendo Misa en el altar. La faz de Luis era bellísima y parecía plenamente contento. En aquella Misa recé por usted, a fin de que el Señor nos otorgue la gracia singular de encontrarnos un día todos juntos en el Cielo."
Otro día, invitado Don Bosco. en Hyéres a un opulento banquete, se vio de pronto transportado, por desdoblamiento de personalidad, a un amplio corredor, donde viniendo Luis a su encuentro, le dijo:
—; Vea qué lujo en este banquete y cuántas bebidas exquisitas! ; Es demasiado! ¡Y pensar que tanta gente se muere de hambre!! ;Demasiado fausto! Es preciso combatir estas desorbitantes superfluidades de la mesa.
Entretanto, los convidados le dirigían la palabra, y creyéndole distraído, le llamaban:
—;Don Bosco, Don Bosco!
Una vez desarrollóse este curioso diálogo entre Luis y Don Bosco:
—Querido Luis, ¿eres feliz?
—¿Estás muerto o vivo? —¡Vivo!
—Y, no obstante, has muerto.
— Mi cuerpo está sepultado; pero yo vivo,
— ¿No es tu cuerpo lo!que veo?
— No es mi cuerpo. —¿Es tu espíritu? —No es mi espíritu.
— ¿Es tu alma? —No es mi alma (1).
—¿Qué es, pues, lo que veo?
—Es mi sombra.
— Pero, ¿cómo puedo hablar con una sombra?
—Merced a la permisión de Dios.
—¿Y dónde está tu alma?
—Mi alma está cerca de Dios, está con Dios, y usted no la
puede ver.
—Y tú, ¿cómo me ves?
— En Dios se ven todas las cosas; el pasado, el presente y el porvenir se ven en Él como en un espejo.
— ¿Qué haces en el Cielo?
—En eI Cielo digo siempre: ¡Gloria a Dios! ¡Gracias sean dadas a Dios! ¡Gracias al que nos ha creado, al que es dueño de la vida y de la muerte; a Aquél del cual todo tiene principio! ¡Gracias! ¡Alabanza? Aleluya, aleluya.
— ¿Y qué me dices para tus padres?
—Ruego constantemente por ellos, y asi los recompenso. ¡Los espero en el Cielo!
En una aparición sucesiva Don Bosco le interrogó de nuevo sobre la cuestión de la sombra:
—Tú dices que yo veo sólo tu sombra, porque tu alma está en Dios. ¿Cómo puede verse la sombra y portarse como cuerpo vivo?
—Pronto lo verá —respondióme— y tendrá una prueba. Don Bosco esperaba esta prueba. Algún tiempo después se le apareció el difunto párroco de Castelnuovo paseando
(1) Nótese la distinción entre alma y espíritu.
bajo los pórticos del Oratorio. Aparentaba buena salud y pa
recía muy contento.
* Oh, señor arcipreste! —exclamó al verlo—, ¿cómo
está?
— Soy feliz, felicísimo. Pasea conmigo.
—¿No desea nada?
—En el Cielo tiene uno cuanto desea. ;Pero pasea! Con
versemos. ¿Me reconoces bien?
—¡ Oh, muy bien!
—Mírame atentamente. ¿No ves que yo estoy en plena
juventud y lleno de gozo?
—Sí, señor arcipreste, es usted en persona, no puedo du
darlo.
Pasearon aún largo rato, como solían hacer tiempo atrás.
Desapareció el arcipreste. Volvió Colle y le dijo :
— Y bien, ¿ha aprendido la lección?
Dicho lo cual, desapareció. Entonces comprendió Don Bosco que Luis había querido darle una prueba más de estas realidades ultraterrenas. Después que hubo narrado esto, dijo a los Condes :
—Semejantes favores son tan extraordinarios, que aterran por la responsabilidad que recae sobre el que tiene la obligación de corresponder a tantas gracias.
* * 'S
Durante el viaje de 1883 a Francia, los casos se multiplicaron.
El domingo "Lactare", día 4 de marzo, Luis acompañó a Don Bosco, desde las cuatro hasta las siete de la tarde, en la línea de Cannes a Tolón, desde la primera a la última estación del trayecto. Le hablaba en latín, ensalzando la grandeza de las obras divinas. Entre otras cosas, llamó su atención sobre las nebulosas, dándole nociones astronómicas completamente nuevas para él, que hacían ver mejor la inmensidad de la creación y la omnipotencia y bondad de Dios.
Algunos días después, durante la Misa en Ilyéres, Luis se le aparece de nuevo.
— ¿Qué ocurre, Luis? —preguntó el Santo.
Luis indicóle una región de América del Sur adonde era preciso enviar misioneros, y le mostraba en las cordilleras las fuentes del río Chubut.
— Ahora —dijo Don Bosco— déjame decir Misa. Así no puedo continuar.
—Es menester —replicó Luis— que los niños comulguen a menudo. Debe admitírselos cuanto antes a la Sagrada Comunión. Dios quiere que se nutran de la Santa Eucaristía.
—Pero, ¿cómo admitirlos a la Comunión siendo aún tan pequeños?
— De los cuatro a ¡os cinco años muéstreseles la. hostia y oren a Jesús, mirándola; esto equivale a una comunión espiritual. Los niños deben estar bien persuadidos de estas tres cosas: amor de Dios, Comunión frecuente y amor al Sagrado Corazón de Jesús; pero el Sagrado Corazón de Jesús abarca las otras dos.
En una visión precedente, Luis le había mostrado un pozo en medio del mar, diciendo:
— Vea aquel pozo; las aguas del mar entran en él continuamente y el mar no disminuye nunca. Así pasa con las gracias contenidas en el Corazón de Jesús. Es fácil recibirlas; basta rezar.
En abril del mismo ario celebraba en París, en la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias. Luis se le apareció mientras distribuía la Sagrada Comunión. Estaba, como siempre, circundado de gloria y llevaba sobre el pecho un collar de varios colores: blanco, negro, rojo; pero con estos tres había otra infinidad de ellos; indescriptible. La repentina impresión le paralizó la mano, impidiéndole continuar dando la Comunión. Los coadjutores de la parroquia, creyendo que fuera cansancio, empezaron a distribuir ellos la Sagrada Eucaristía.
El Santo dijo a Luis:
—¿Cómo estás tú aquí? ¿Por qué vienes mientras doy la Comunión? Mira cómo me encuentro embrollado.
—Aquí —respondió— está la casa de la gracia y de las bendiciones.
— Pero, ¿dónde estoy? No veo a nadie. ¿Qué he de hacer?
— Dé la Santa Comunión?
—¿Dónde están los que se hallaban al pie del altar?
—Dé la Santa Comunión. He aquí a los que quería ver.
Luis desapareció y Don Bosco se encontró en el altar para concluir
la Misa.
En el mismo París tuvo de allí a poco una segunda aparición en la iglesia de Santa Clotilde. Don Bosco, vuelto de celebrar, se esforzaba inútilmente por librarse de la muchedumbre que por todas partes le estrechaba en la. sacristía, impidiéndole la acción de gracias.
—Dejadme por un momento, dejadme que diga al menos un "Pater".
Pero nadie le hacía caso. Ante tal espectáculo, el párroco logró introducirlo en una estancia contigua, que, apenas entró en ella, se iluminó con una luz celestial, en la que Luis comenzó a pasear lentamente de arriba abajo sin decir palabra.
— iOh, Luis! —exclamó Don Bosco—, ¿por qué paseas de este modo sin decirme nada? —No es tiempo de hablar, sino de rezar.
— Está bien; pero dime algo, como otras veces.
— Tengo, ciertamente, algo importante que decirle, pero aún no ha llegado el tiempo.
— Con todo, es preciso que me hables. Veré a tus padres, ¿y qué consuelo he de llevarles?
—¿Consuelos? Los tendrán. Sigan rezando, sirviendo a Dios y a la Virgen María. Ya comienza a prepararles su felicidad.
— ¡Rogar! No hay ya necesidad de rogar por ti. Sabemos que eres feliz. ¿Por qué quieres que los padres se fatiguen rezando?
— Con la oración damos gloria a Dios.
— ¿Por qué no haces una visita a tus padres, que tanto te aman?
— ¿Par qué quiere saber lo que Dios se ha reservado para Sí? Dicho esto desapareció. Don Bosco observó que le había hablado con la cabeza descubierta.
Siempre dentro del 1884, tuvo Don Bosco en la noche del 30 de agosto un gran sueño-visión, que se narra con todo detalle en el volumen 16, páginas 386-394 de las "Memorias Biográficas". Es uno de los grandes "sueños misioneros".
Interesante es también lo ocurrido en Orte en 1884. Regresando Don Bosco de Roma el 14 de mayo, tuvo que pasar en aquella estación cuatro horas. Era de noche; intentó dormir un poco en la sala de espera sobre un sillón, pero no le venía el sueño. De pronto se le presenta Luis y desaparecen de su vista todos los objetos. Don Bosco fue a su encuentro y preguntóle:
—¿Eres Luis?
—¿No me conoce? ¿Ya no se acuerda del viaje que hicimos juntos? (Desde Cartagena de Colombia hasta Punta-Arenas.)
* Oh, sí que me acuerdo! Pero, ¿cómo llevar a cabo tantas cosas? Estoy ya fatigado. Mi salud empeora.
—¿Empeora su salud? No es cierto... Mañana me responderá.
La -visión desapareció. Era la hora de la partida. El día siguiente el el primero de la novena a Maria Auxiliadora. Don Bosco, que desde su regreso a Francia había ido empeorando, experimentó de improviso una sensible mejoría, que se fue acentuando de día en día.
**
Un segundo "sueño" tenido en la noche del 1 de febrero de 1885 descorrió a Don Bosco el porvenir de sus Misiones. De él escribe al Conde el 10 de agosto: "Nuestro amigo Luis me condujo a viajar un poco por el mundo: América, Asia. Si Dios quiere que nos veamos, tendremos muchas cosas que decirnos."
La última aparición de que tenemos noticia se efectuó en la noche del 10 de marzo de 1885. El Santo apremiaba a Luis para que le dijera algo. Luis respondió:
— En la sacristía de la catedral de Telón usted rogó por mi curación.
— Sí, pedí tu curación.
—Pues bien, fue mejor que no curase.
—¿Cómo? Habrías hecho tantas buenas obras, habrías dado muchos consuelos a tus padres, habrías procurado la gloria de Dios...
— ¿Está usted seguro? Usted mismo pronunció la sentencia, amarga para mí, amarga para mis padres, pero para mi bien. Cuando usted
pedía mi restablecimiento, la Santísima Virgen decía a Nuestro Señor Jesucristo: "Ahora es mi hijo, quiero llevármelo ahora que es mío." —¿Cuándo debemos prepararnos nosotros para ir al Cielo?
—Se acerca el momento en que tendrá la explicación que desea.
Refirió esto Don Bosco a los Condes Colle en un corredor junto a su cuarto el 1 de junio de 1885, vigilia de la fiesta de María Auxiliadora. Al final observó:
—Es indecible la belleza de los vestidos de nuestro querido Luis. Sólo la corona que le ceñía la frente habría requerido, no días ni meses, sino años enteros para examinarla en sus pormenores, cada vez más brillante y hermosa cuanto más se la contemplaba.
Cerrando sus apuntes la Condesa, anotaba: "Al confiar a dos corazones afligidos para su consuelo sus comunicaciones con el mundo sobrenatural, Don Bosco mostrábase tan feliz, que ya parecía vislumbrar la gloria celestial. La emoción le dominaba y sus ojos se bañaban en lágrimas cuando repetía la acción de gracias que daba Luis a Dios en el Cielo."
Las obras más grandes, si no se hacen por el Señor, nada valen para la vida eterna. El mérito de un acto se mide por la intención: de modo que el precio de la santidad ha de estar contrastado por la rectitud del fin y la humildad del sentimiento. El humilde no sólo reconoce que todos sus dones son de Dios, sino que los oculta cuanto puede; y por grandes cosas que haga, se considera inútil.
Fue la humildad tan profunda en Don Bosco, que se transparentaba en sus actos y palabras, y en toda su persona. Quien se le acercaba por primera vez, quedaba asombrado al ver, bajo una apariencia tan modesta y sencilla, a un hombre que llenaba con su nombre toda la Tierra.
"Co•n los niños —dice Don Rúa— jugaba como uno de ellos, pero siempre con la mira de su provecho espiritual.
Era para él una delicia entretenerse con los pilluelos, con los desharrapados. Con mucha frecuencia personajes distinguidos, al ir al Oratorio atraídos por la fama de sus obras, quedaban sumamente maravillados al verlo sentado en medio de una multitud de niños."
Tal como era con los pequeños, así era con los grandes, con personas de autoridad y con las de baja condición. Cuando el Padre Santo lo recibía en audiencia, se arrodillaba delante de él y no osaba levantarse, diciendo que ante el Vicario de Jesucristo no se podía estar de otra manera. Otro tanto hacía con los Obispos cuando les besaba el anillo. Tenía el
más profundo respeto para todas las autoridades, y lo tenía para la gente pobre.
Se entretenía bondadosamente con las personas de servidumbre doméstica a las cuales manifestaba, y dejaba entrever, su humilde origen. Cuando alguien le adjudicaba algún título honorífico, se apresuraba a, declarar que él era un pobre, sacerdote desprovisto de honores, sin diploma alguno de maestro o de profesor y sin ningún otro título, a no ser el de jefe de los pilletes.
En 1852, el Conde Cibrario, primer Secretario de Su Majestad el Rey y Gran Maestre de la Orden Mauriciana, le envió el diploma y la cruz de Caballero de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro. Don Bosco le rogó insistentemente que le alcanzase, en cambio, una subvención para sus muchachos.
—Mire, señor Conde –'le dijo—, si Don Bosco fuese caballero de la Corona, la gente creería que ya no tiene necesidad de auxilios, y, además, en cuanto a la cruz, ¡tengo ya tantas!... Déme mejor un poco de dinero para comprar pan a mis huérfanos.
Se le contentó, y el decreto no apareció en la Gaceta Oficial.
En la Corte agradaban mucho su humildad y su gran caridad.
El humilde no sólo no busca ser alabado, sino que goza cuando ve que no se hace caso de su persona.
"Un día —refiere Don Ruffino— un señor muy distinguido vino a hablar con Don Bosco para que admitiese a un pobre jovencito. En la conversación expuso aquel señor su creencia de que el Oratorio había sido fundado por un ilustre Obispo, al cual, naturalmente, debía Turín profesar mucha gratitud por tan gran beneficio, y concluyó diciendo que había venido a recomendar su protegido a Don Bosco, en la confianza de que éste tenía facultad bastante para aceptar al joven. Don Bosco. lo escuchó can gran tranquilidad, lo trató con sumo respeto, lo complació y dejó en la convicción
de que había tratado el asunto como si en realidad debiera dar cuenta de él a un superior."
Atestigua el coadjutor Santiago Reano: "Una noche, ya cerca de las doce, llegó Don Bosco a cenar, porque había estado confesando hasta aquella hora. Llegaron los manjares fríos a la mesa. Dije al cocinero que tuviera un poco de consideración al Padre, que al menos sirviese un poco más caliente la comida a Don Bosco. Pero el cocinero, de natural áspero, respondió :
—¿Quién es Don Bosco? ;Uno de tantos de la casa!
No faltó quien se lo dijo al Santo y él replicó con toda calma: "El cocinero tiene razón."
Algunos de sus antiguos compañeros, a causa de la estimación que generalmente se le tenía, no se atrevían a tratarle con su antigua familiaridad y a tutearle; pero él no les permitía que cambiasen el tratamiento. Alguno le dijo:
—¿Cómo es posible que yo trate a la llana con uno que alterna con los Cardenales y el Papa de tú a tú, y si todavía no tiene el título de Monseñor, muy pronto lo tendrá?
A lo cual eI Siervo de Dios respondió:
—;Yo no soy otra cosa que el pobre Don Bosco! (1).
Este humilde sentimiento de sí mismo le era tan vivo y sincero, que buscaba las ocasiones para humillarse.
"Recibía con gran humildad las indicaciones de sus alumnos y tomaba a buena parte sus observaciones. Recuerdo —dice Don Lemoyne— que una vez que le ayudé a decir Misa, me permití después indicarle alguna pequeña inexactitud que había observado. Me dio las gracias y desde entonces en adelante llevaba siempre consigo el libro de las rúbricas de la Santa Misa y las leía de cuando en cuando."
(1) A propósito del título de Monseñor: Pie IX le ofreció ese título desde la segunda entrevista y más tarde quiso repetidamente hacerlo Cardenal; y siempre rehusó él tan graciosamente, que el Papa sonreía, admiraba y respetaba.
No es de admirar que quien buscaba tanto las ocasiones para humillarse, diese prueba de humildad en todas las circunstancias.
Una vez el docto abate Amadeo Peyrón dijo en presencia de numerosos sacerdotes que las Lecturas Católicas dejaban que desear en cuanto a la propiedad y pureza de la lengua. Don Bosco respondió que gustoso corregiría todo cuanto se le indicase, y solicitó su ayuda.
El teólogo Murialdo (1) refirió a Don Lemoyne en 1890, que al oir aquella respuesta de Don Bosco sacó esta conclusión: "Don Bosco es un santo."
Un párroco, disgustado porque no podía obtener de los Salesianos establecidos en su parroquia toda la ayuda que solicitaba, interpeló a Don Bosco con frases descompuestas. "Don Bosco —narra Don Rúa— estuvo escuchando cerca de media hora, cuanto se le ocurrió al párroco, y después, con mucha calma, le dijo:
—Señor cura, tiene usted razón para quejarse; me duele que no se haya podido corresponder del todo a sus deseos; le reconozco por nuestro bienhechor, recuerdo con gratitud el bien que nos ha hecha y haremos en lo futuro cuanto se pueda en su favor.
Quedó el párroco tan conmovido de la humildad del Siervo de Dios, que, cambiando enteramente de tono, le pidió lo excusara, reconoció sus exageraciones y desde entonces fue fiel amigo suyo y de sus obras. Después de la muerte de Don Bosco., debiéndose fabricar un nuevo edificio en el Oratorio de aquella ciudad y careciéndose del todo de medios, fue en persona con el Director de aquella casa a hacer un triduo de oraciones ante la tumba de Don Bosco, para obtener por su intercesión los necesarios recursos; y fue atendido."
(1) Leonardo, cuya Causa de Beatificación está muy adelantada, Dirigió el Oratorio Festivo de San Luis, fundado por Don Bosco en el año 1874. Luego fundó él la Pía Asociación de San José (Josefinos).
* *
"Era admirable —prosigue Don Rúa— en soportar con toda paciencia y calina la sinrazón de los demás, por respeto a las personas y por obediencia a los Superiores. Trataba con amabilidad cordial aun a los más encarnizados adversarios. No cuidándose de las ofensas recibidas, procuraba mitigarlas con la humildad y la dulzura y en varias circunstancias, aun habiéndole juzgado favorablemente los tribunales eclesiásticos, no rehusó pedir perdón como si en realidad hubiese sido culpable."
Debido al bajo concepto que tenía de sí mismo, se consideraba como un simple instrumento en las manos de Dios. Cuando se veía obligado a hablar de sí, lo hacía en tercera persona, como si hablase de otro. En vez de decir: Yo he hecho, yo he dicho, yo deseo, decía: Don Bosco ha dicho, Don Basca ha hecho, Don Bosco desea. Solamente en edad más avanzada, comenzó a usar el yo para subrayar humildemente lo que ya no podía hacer: Yo no soy ya. capaz de nada, ya no sirvo más que de estorbo. Los salesianos son los que trabajan, y después de mi muerte, las cosas irán mejor: vale más que yo me vaya.
"La humildad de Don Bosco —dice Don Cerruti— no aparecía menos en las alabanzas que con mucha frecuencia recibía. Hubiérase dicho que no se relacionaban con él; tanta era la calma y la indiferencia que mostraba. Alguna vez llegó a conmoverse y lo vi hasta derramar lágrimas."
"Si algunos —afirma Don Rúa— le atribuían el maravilloso efecto de sus bendiciones u oraciones, los reprendía, afirmando que sólo a María Santísima o al Santo a quien se habían encomendado se debía atribuir el efecto obtenido."
A un señor, a cuyas oraciones se encomendaba, le pareció bien responderle:
Oh, Don Bosco no tiene necesidad de ellas!
Entonces se puso serio, humedecieron las lágrimas sus ojos y con acento de profunda convicción repitió que tenía mucha necesidad de que lo encomendasen a Dios.
Cuando alguien lo llamaba hombre extraordinario y santo, se reía, tomaba la cosa a broma y nunca decía cosa alguna de la cual pudiera deducirse ninguna eminente virtud personal. Antes bien, procuraba ocultar toda apariencia de hombre extraordinario; y, en efecto, no parecía salir de la esfera común de los demás; y con muy pocos, y siempre ambiguamente, dejó entrever los dones particulares de que lo había colmado el Señor.
Fuera de esto, hablaba de sí solamente con sus hijos, como padre o como amigo que refiere las cosas prósperas o adversas para edificación y aliento de los suyos, y para condescender con su afectuosa y legítima curiosidad, y recompensarlos en algún modo por sus oraciones y el amor que le demostraban; pero en tales casos, su palabra era la del hombre de Dios, que obedecía a una inspiración de lo alto: hablando de estas cosas obedecía también órdenes de los Sumos Pontífices Pío IX y León XIII. Don Viglietti declaró lo siguiente: "Don Bosco me dictó muchas veces los que él solía llamar sueños, pero que era común entre los salesianos llamar visiones, que se realizaban cuando se referían a casas futuras. No cause extrañeza que él dictase estos sueños, porque el Sumo Pontífice León XIII le ordenó que me dictase todo cuanto de extraordinario le ocurriese." Y ya antes se lo había mandado Pío IX.
A fines de 1876 decía confidencialmente a los suyos:
—Me parece bien referiros las cosas antiguas del Oratorio. Algunas veces son hechos que se refieren a Don Bosco. No las cuento por vanagloria, ¡oh no! ; gracias a Dios, no hay por qué. ¡Mi objeto es únicamente narrar las magnificencias del poder de Dios; hacer ver que cuando Dios quiere una cosa, se sirve de un medio cualquiera, aun el más débil, el más inepto, y le hace vencer todos los obstáculos!
En esto había llegado a una objetividad absoluta. Un día el Padre Evasio Rabagliati, misionero salesiano, díjole que Monseñor Marcelo Spínola (entonces Obispo de Milo, después Cardenal Arzobispo de Sevilla) había escrito un libro sobre Don Bosco y su obra. Y él le respondió:
—Pues bien, tradúcelo e imprímelo (1).
Y como Don Rabagliati se extrañase un poco al oir esta invitación, el Santo añadió paternalmente:
—Mira, si no la imprimimos nosotros, otros imprimirán estas cosas, y el resultado sería el mismo. Ahora no se trata de personas, se trata de glorificar la obra de Dios, no la del hombre; porque todo cuanto se ha hecho y se hace, es obra suya...
Convencido de que la Obra Salesiana se debía a la bondad del Señor, exclamaba:
—Si el Señor hubiese encontrado un instrumento menos apto que yo para sus obras, pero dispuesto a entregarse a su Divina Providencia, lo habría escogido con preferencia a mí; le habría servido mejor de lo que yo le he servido, y el Señor habría obrado cosas más grandes. Yo, si Dios no me hubiese ayudado tanto, hubiera sido a lo más un pobre cura de aldea.
En sus últimos años decía:
—¡Cuántos prodigios ha obrado el Señor entre nosotros! ¡Pero cuántas otras maravillas habría realizado además si Don Bosco hubiera tenido más fe!
Y se le llenaban los ojos de lágrimas.
(1) Don Bosco y mi obra por el Obispo de Milo, o sea, Monseñor Marcelo Spino/a, primer Obispo titular de Milo y Ordinario de Coria; luego de Málaga y finalmente Cardenal Arzobispo de Sevilla, es, en su brevedad, una de las mejores obras que se han escrito sobre Don Bosco y la Familia Salesiana. Durante varios años fue la fuente de todas las informaciones, tanto más que el celoso Prelado la completaba con publicaciones en los Boletines de las diócesis, que él tomaba del Boletín Salesiano. Respondía —y responde— a tres preguntas: ¿Quién es Don Bosco? ¿Es legítima su fama? ¿Qué cabe esperar de la Obra Salesiana? Para consuelo de nuestros lectores, les decimos que la Causa de Beatificación y Canonización del gran Prelado hispalense está bastante adelantada.
También en sus últimas Memorias se leen estas humildes declaraciones: "Recomiendo mucho a todos mis hijos que cuiden, tanta en sus palabras como en sus escritos, de no referir nunca ni afirmar que Don Bosco ha obtenido gracias de Dios o ha obrado algo a modo de milagro. Cometerían un error perjudicial. Aunque la -bondad de Dios ha sido generosa para conmigo, nunca he pretendido conocer y hacer cosas sobrenaturales. Yo no he hecho más que orar y hacer pedir gracias al- Señor por medio de las almas buenas. Siempre he comprobado la eficacia de las oraciones de nuestros jovencitos en común y Dios piadoso y su Santísima Madre nos han ayudado en -nuestras necesidades. Esto se ha conseguido siempre que tuvimos necesidad de socorrer a nuestros muchachos pobres y abandonados, y más aún, cuando sus almas se encontraban en algún peligro."
* *
En la persuasión de ser un pobrecito cualquiera, decía suspirando:
No quisiera que nadie, creyendo lo que no soy, no rezase por mí después de mi muerte y me dejase penar en el purgatorio!
Este pensamiento le arrancó del alma una afectuosa y humildísima recomendación: "Recomendación por mí mismo: Queridos jóvenes, a vosotros, que habéis sido siempre la delicia de mi corazón, os recomiendo la Comunión frecuente en sufragio de mi alma. Con la Comunión frecuente os haréis gratos a Dios y a los hombres, y María os concederá la gracia de recibir los Santos Sacramentos al fin de la vida. Vosotros, sacerdotes, clérigos, salesianos; vosotros, padres y amigos de mi alma, rezad, recibid a Jesús Sacramentado en sufragio de mi alma, a fin de que me abrevie el tiempo del purgatorio."
Un día que hablaba con Don Berto, la conversación recayó sobre su muerte y sobre los efectos que había de ocasionar, esto es, como dice Don Berto, un llanto universal; con admirable serenidad contestó el Santo:
—Pues bien, si muriese Don Bosco, la gente diría: "¡Ah, pobrecito, también se ha muerto él!" Y después, todo se habrá acabado.
Pero cuanto más él sentía humildemente de sí, otro tanto Dios le elevaba a los ojos de todos. "No sólo en Italia —atestigua Don Rúa—, sino también en el extranjero, en todos los Estados de Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía, se extendió la fama de santidad del Siervo de Dios durante su vida. De todas partes se recibían cartas, por medio de las cuales se recurría a la intercesión de sus oraciones, como a las de un Santo."
Con igual religiosa avidez se buscaba un consejo suyo, una palabra, una bendición. Se tenían en tanta veneración sus autógrafos, que en 1883, en París, un señor le presentó unas cincuenta estampas, rogándole que pusiese en cada una su nombre y apellido, y dos días después le entregó dos mil francos de limosna que había obtenido regalándolas a sus amigos. El deseo de poseer estos autógrafos tuvo su origen en el hecho de que poco tiempo antes, en Chambery, una persona gravemente enferma, al ponerse con viva fe sobre el pecho una imagen de María Auxiliadora firmada por Don Bosco, se había curado al instante.
"Cierto día —asegura Don Francisco Dalmazzo— fue Don Bosco a la audiencia del Cardenal Nina, Secretario de Estado; en la antecámara se encontraban reunidos muchos señores y señoras, peregrinos franceses, que habían conocido a Don Bosco en sus viajes por Francia; apenas lo vieron y lo reconocieron, hubo una exclamación general: "¡Ah, Don Bosco!" Y todos se pusieron de rodillas delante de él y le pidieron la bendición. Don Bosco rehusó, diciendo que en el Vaticano no está permitido a ningún sacerdote bendecir,
porque eso está reservado al Papa. Y como insistieran ellos y no quisieran levantarse, el secretario del Cardenal, conmovido hasta derramar lágrimas, dijo a Don Bosco:
—Bendígalos, si no no se levantarán.
Entonces los bendijo. Los mismos Cardenales solicitaban su bendición.
"Entre los Cardenales que pedían la bendición de Don Bosco podemos citar a los Eminentísimos Cardenal Antonelli, Consolini, Bonaparte y otros, como yo mismo los he visto."
Innumerables son los grandes personajes eclesiásticos y seglares que lo tuvieron en grandísima estima y veneración. Pío IX lo llamaba "el Tesoro de Italia", solicitaba su consejo y varias veces se confesó con él; León XIII lo llamaba "el Santo, el hombre providencial". Obispos y Arzobispos venerandos se encomendaban a sus oraciones, y arrodillándose, le pedían su bendición. Reyes y reinas y otros personajes reales deseaban verlo, cirio y sentíanse satisfechos de ayudarle en sus obras. También muchos hombres de Estado de todos los partidos le profesaron la más sincera admiración; los mismos enemigos de la Iglesia, llamándolo "el Santo, el Taumaturgo de Valdocco", expresaban así el concepto en que universalmente se le tenía.
En los últimos años de su vida, el Provincial de los Franciscanos Descalzos de Lima, viajaba en alta mar. Se había procurado la vida anecdótica de Don Bosco, escrita por el doctor d'Espiney, y había comenzado a leerla para distraer el ocio forzoso del viaje. Antes no sabía nada de Don Bosco. De repente se desató una espantosa borrasca y el buque se vio en poco tiempo tan combatido, que su naufragio parecía inminente. El capitán mismo declaró que debía perderse toda esperanza. ¿Qué hace el buen religioso? En medio de aquel torbellino de los elementos, dice a los pasajeros que se arrodillen y ruega con ellos a María Santísima que los salve por consideración a Don Bosco, del cual hablaba aquel libro, prometiendo con voto que lo haría imprimir y difundir por miles
de ejemplares. Hecho el voto, cesa la tempestad, el buque llega al puerto felizmente y el franciscano hizo una gran tirada del libro, distribuyendo miles de ejemplares en todo el Perú a los Obispos, a, los sacerdotes, a los señores, a los pobres, a los que lo querían y aun a los que no lo querían. De este modo se esparció grandemente la fama de Don Bosco en aquella República. El mismo Provincial narró el hecho a Don Evalúo Rabagliati, en 1890, cuando éste fue huésped del hijo de San Francisco.
Los que conocen el fin único de la vida del Santo y la perseverancia heroica con que trató de conseguirlo, la grandiosidad y multiplicidad de las obras que realizó, no podrán menos de inclinarse ante la grandeza de sus virtudes y exclamar con Monseñor Bertagna y con Su Santidad Pío XI: "Don Bosco fué realmente un hombre extraordinario entre los extraordinarios."
Salesianos
Sus obras se hallan establecidas en 66 naciones: en 20 de Europa, 23 de América, 13 de Asia, 9 de Africa y una de Oceanía. ESTAS OBRAS están a su vez distribuidas en 57 Inspectorías o Provincias Salesianas, que comprenden 1.232 casas o colegios, atendidos por 17.510 Salesianos profesos.
Los Salesianos realizan su trabajo apostólico en 625 Oratorios festivos o cotidianos, frecuentados por 181.975 jóvenes.
En 1.152 Colegios y Escuelas primarias y secundarias con 209.508 alumnos.
En 378 Escuelas profesionales y agrícolas con 36.948 alumnos.
En un Colegio Mayor y varias Residencias Universitarias.
Atienden además a 468 Centros de Antiguos Alumnos frecuentados por 137.938 inscritos; a 322.690 Cooperadores de las Obras Salesianas; a 436 Parroquias con una feligresía de 4.354.832 almas. ÓRGANO de las Obras Salesianas es el Boletín Salestano, que se edita en 28 naciones y en 12 lenguas distintas Su tirada mensual se aproxima a 1.000.000 de ejemplares.
Atienden a 15 grandes Misiones entre infieles.
En el curso 1955-56 los Novicios han sido 2.218 y los jóvenes Aspirantes 11.826.
Los Salesianos que están en el momento ejerciendo jurisdicción y dignidad episcopal son, en 31 de Diciembre de 1956, 8 Arzobispos y 33 Obispos.
Los MISIONEROS SALESIANOS, además de atender a las actividades reseñadas en el cuadro de la página siguiente, trabajan en otras 95 residencias, colegios y escuelas profesionales, enclavados en Misiones confiadas a otras Familias Religiosas en Asia, África y Oceanía.
Es digna de mención la obra salesiana entre los leprosos. 16 Sale
sianos y 44 Salesianas atienden a 4 lazaretos permanentes, que albergan varios miles de leprosos, y a varios circunstanciales.
MISIONES CONFIADAS A LOS SALESIANOS
Continente< l=2: "1.1.1 en Habitantes Católicos Residencias Misioneros
América. 6 1.260 000 268.000 178.500 43 198
Asia . . 8 465.545 29.847.000 248.870 154 1.132
Africa. . .1 36.575 42.000 20.000 36 344
Totales ,15 1.762.120 30.157.000 447.370 233 1.674
Hijas de Maria Auxiliadora (Salesianas)
Las Hijas de Maria Auxiliadora, fundadas por San Juan Bosco y Santa María Mazzarello, llenan con el elemento femenino la misión que los Salesianos realizan con el masculino; siendo una fortuna para las familias cuando sus hijos e hijas pueden recibir idéntica formación impartida con el mismo espíritu y el mismo Sistema educativo.
Su obra benéfica se extiende a 53 naciones repartidas entre todos los continentes. Sus Inspectorías o Provincias son 51. Las Casas y Colegios 1.206 atendidos por 13.695 religiosas profesas. Sus principales campos de trabajo son los siguientes:
1.090 Oratorios festivos o cotidianos frecuentados por 184.003 jovencitas.
1.593 Escuelas de diversos grados con 212.436 alumnas.
279 Escuelas profesionales y agrícolas con 18.122 alumnas. 559 Escuelas de labores familiares con 17.532 alumnas.
30 Internados para obreras con 1.685 obreras atendidas. 142 Asilos para huérfanas y huérfanos con 10.135 asilados. Varias Residencias Universitarias.
Importantísima es su labor en las Misiones, donde, acaso más que en los países civilizados, es necesaria su cooperación para que la labor del misionero sea eficaz y completa. Cerca de un millar de Salesianas trabajan en 87 centros de Misiones.
En el año 1.956 las Novicias fueron L288 y las Aspirantas y Postulantas 2.376.
Sus antiguas Alumnas organizadas son 108.089.
A esto habría que añadir un número considerable de tandas de ejercicios espirituales para toda clase de fieles, practicadas bajo la dirección salesiana y muchas de ellas hechas en plan de internado. Otra actividad importantísima es la Buena Prensa, pues por medio de una media docena de revistas salesianas 'mensuales, con varios centenares de miles de ejemplares durante el año, libros de religión, de otros argumentos y de texto, han puesto en manos de muchas personas sana y formativa lectura cristiana.
Importantísima es la labor de la "Central Catequística Salesiana", de Madrid, que además de textos catequísticos, distribuye filminas religiosas y científicas, negras y policromadas, un proyector propio, patentado (Cencasal) y un magnetofón, que facilitan grandemente las clases, conferencias y charlas.
1815.-16 agosto: Nace en Becchl.
1817. — Huérfano de padre.
1820. — Comienza a reunir a los niños para enseñarles el Catecismo. Dice que eso es lo que debe hacer en el mundo.
1821-22.—Las lecciones de la madre (Mamá Margarita).
1823-24. — Comienza a ir a la escuela (en Capriglio).
1824-25. —Grave caída por atrapar un nido. El gato le mata el pájaro tan amado y él propone "no apegar el corazón a cosa creada". El primer "sueño" sobre la misión que le asigna la Providencia.
1826. — La Primera Comunión. Intensifica el apostolado, Coloquio con Don Calosso. Comienza a estudiar Latín y a "gustar" la vida espiritual.
1827. — Comienza la ruda oposición de Antonio, el hermanastro. Primer contacto con Don José Cafasso.
1828.-- Constreñido a dejar el hogar paterno, colócase de mozo en la alquería Moglia. Improvisa el Oratorio Festivo en la escuela del pueblo.
1829. — Encuentro con su tío Miguel.
1830. --Don Calcas° le enseña y lo acoge. Luchas con Antonio. Separación de bienes. Muerte de Don Calosso. Dolor de Juan y aviso del Cielo. Empieza a frecuentar las clases de Latín en Castelnuovo.
1831. — En pensión. Adelantos. Apostolado. Aprende canto gregoriano y música, sastrería y otros oficios. Ingeniosidades para ganarse la vida. Sus vacaciones. El "sueño" se repite. En el Bachillerato de Chieri.
1832. — Da muestras de su prodigiosa memoria. "El soñador". La patrona le condona la pensión, por premio. Aprende de carpintero.
1833. — La Confirmación. Sobresale en la clase. Primera Misa de Don Cafasso, Piensa hacerse franciscano. Mozo de café. Aprende de repostero.
1834. —Convierte a un joven judío. Enseña Latín al campanero de la
Catedral. Competiciones con un saltimbanqui. Termina el Bachillerato. Amistad con Luis Comollo.
1835.— Se le cree mago y espiritista. Su extraordinaria memoria y talento. Excursionista. Examen de ingreso en el Seminario. Todos lo quieren y ayudan. 'Viste sotana. Entra en el Seminario de Chieri.
1838. — Pena por no ser comprendido, Nuevos "sueños". Repetidor de Griego a los alumnos del Colegio Real.
1837. — Intima amistad con Comollo. Lee apasionadamente los clásicos. Los autores cristianos. Experimenta los peligros de las vacaciones largas. Su primer sermón.
1838. —Empieza la Teología en Turín. Estudios literarios. Segundo sermón. Hace el propósito de predicar popularmente. Sacristán del Seminario.
1839. —Amistad con el Teólogo Borel. Enfermedad, muerte y aparición de Comollo, y sus consecuencias. Aunque enfermo, da muestras de vigor y destreza.
1840. — Por enfermedad, vuelve a Becchi. Recibe la tonsura y las Ordenes menores. Apadrina a un hijo de Moglia. Hace dos cursos en un año. Recibe el Subdiaconado (19-IX). Excursiones y sermones. Es nombrado "Prefecto" del Seminario.
1841. — Penúltimo examen. Diaconado (el Sábado Sitientes). Ejercicios preparatorios a la Ordenación Sacerdotal. Propósitos inolvidables. El 5 de junio ea ordenado por el Arzobispo Fransoni. Sus primeras Misas. Grave caída de caballo. Ingresa en el Convictorio Eclesiástico. Estudia la situación social de Turin. Encuentro con Bartolomé Garelli e inicio de los Oratorios Festivos.
1842.—El primer canto a la Virgen. Las reuniones. El Ejercicio de la Buena Muerte. Apostolado en las cárceles, El don de la palabra. En la escuela de Don Cafasso. Ejercicios Espirituales en San Ignacio, Empieza a confesar.
1843.—Se incrementa el Oratorio. Inaugura las Escuelas nocturnas. Se le nombra "Repetidor extraordinario" del Convictorio.
1844. —Prodigase en la predicación. En la confesión. Apostolado en cárceles, hospitales, colegios. Conversiones importantes. La dirección de Don Cafasso. "Sueños" importantes. Predicación en Canelli y otros pueblos. Se le destina al ilospitalito de Santa Filomena, fundación de la Marquesa Barolo. Bajo el patronato de San Francisco de Sales.
1845. — Comienza su apostolado de la pluma. Estudia el alemán, Conversiones. El Oratorio ambulante. Primera visión del Santuario de María Auxiliadora. Regulariza las Escuelas Nocturnas.
1848. — La fiesta de San Francisco de Sales. Pruebas dolorosas. Excurciones bendecidas por el Cielo. El gobernador Benzo de Cavour lo
cree un revolucionario peligroso. Sucesos y lances graciosos. Asiste a los condenados a la horca. Enferma gravemente. Progresos del Oratorio. Llega Mamá Margarita.
1847. — Exámenes públicos. Escuela de canto y de música instrumental. Infundados temores de algunos párrocos. Primera edición de "El Joven Cristiano". Viaje a Stress a hablar con Rosmini. Los primeros Ejercicios Espirituales en el Oratorio. Abre el Oratorio de San Luis. Cauta conducta ante la Revolución. El primer huerf anita asilado.
1848.— Afio político dificil. Sortea admirablemente las dificultades. Espíritu de adaptabilidad. Los hermanos Gustavo y Camilo Cavour toman parte en las fiestas religiosas del Oratorio. Luchas con los protestantes. Deserciones y retornos. Ejercicios militares en el Oratorio. Oposiciones y recelos vencidos. Las Conferencias y el espíritu de San Vicente de Paúl.
1849. — Pierde a su hermanastro Antonio. Periodista. Profesor de Moral. Forma colaboradores. Casos prodigiosos: televisiones, multiplicaciones de objetos. Reuniones pedagógicas mensuales. Cerrados los Seminarios, acoge seminaristas en su casa. Abre un tercer Oratorio. Ejercicios Espirituales.
1850. —Una Comisión de Senadores visita y alaba el Oratorio. El Se-nada y el Ayuntamiento lo subvencionan. El Arzobispo en prisión. Don Bosco-lo visita. Impide la expulsión de los Oblatos, El Conde Camilo de Cavour defiende a Don Bosco y a sus Oratorios. Funda una Sociedad de Socorros Mutuos. Envía un donativo de sus oratorianos a Pío IX, refugiado en Gaeta. Viaja y predica en Milán, Monza y Stresa.
1851. — Las primeras "sotanas" del Oratorio. Compra la casa arrendada. Decide construir una iglesia y va a Oropa a pedir inspiración. La primera piedra. La primera tómbola.
1852. — "Director jefe" de los Oratorios. Explosión del polvorín. Bendición de la iglesia de San Francisco de Sales. Varios Obispos visitan el Oratorio y alaban la obra.
1853.— Abre campaña contra los protestantes invasores. Funda las Lecturas Católicas. Las primeras Escuelas Profesionales internas. La sección de los Estudiantes. Convivencia. El Oratorio queda dueño del campo. Las iras de los enemigos. Atentado. Aparece "el Gris".
1854.— Primera reunión de los futuros salesianos. Relaciones con Urbano Rattazzi. Durante el cólera-morbo. Primer encuentro con Domingo Savio. Abre su casa a huérfanos a causa del cólera. Ofrece amistad, pan y hospitalidad a un sacerdote apóstata y ministro protestante. Escribe al Rey comunicándole la palabra del Cielo.
1855. — Nueva carta al Rey y cumplimiento de las amenazas divinas.
El Rey quiere verle, y no lográndolo, envía al General de Angrogna. Primer alumno muerto en el Oratorio, previsto en "sueño".
1856. — Misiones y conversiones en varios pueblos. Discusiones con los Ministros valdenses. Publica la Historia de Italia. Hace escribir en los pórticos del Oratorio los "artículos de su código". La "Compañía de la Inmaculada". Funciona ya regularmente el "gimnasio" o Bachillerato inferior. Muere Mamá Margarita.
1857. — Santa muerte de Domingo Savio. Escuelas diurnas en el Oratorio de San Luis. Ampliación del Oratorio. Los rayos le persiguen. Empieza a publicar las Vidas de los Papas. Ordenación de Félix Reviglio, alumno de Oratoria Varios personajes lo animan a fundar una Congregación religiosa.
1858.— Viaje a Roma acompañado por Don Rúa. Audiencias pontificias. El Papa le manda escribir sus Memorias. Visitas a Cardenales y otros personajes. En las Catacumbas.
1859. — Transmite al Rey una carta privada del Papa. Buenos oficios en favor de soldados extranjeros. Predice la Paz de Villafranca. Fundación regular de la Sociedad Salesiana. Las profecías del "Galantuorno"
1860.—Un Breve de Pío IX. Los allanamientos del Oratorio. Apela a los ministros. Adquiere la Casa Filippi. Acepta la dirección del Seminario de Giaveno. Multiplica los panes.
1861. —Inicia lag excursiones veraniegas. Predica Ejercicios en el Seminario de Bérgamo. En el Oratorio establecen una comisión para anotar los hechos y dichos del Santo. Otra vez el rayo. Sus alumnos en la procesión del Corpus. Enferma de erisipela.
1862. —Infestaciones diabólicas. Nueva tómbola, Las primeras profesiones salesianas. Pierde a su hermano José.
1863.— Se teme por su salud.. Primeras alusiones al Templo de María Auxiliadora. Compra el campo de los "sueños". Anuncios al Papa y al Rey. Gestiones para empezar el templo. Inicio de los trabajos. Nuevas clases en el Oratorio. Nuevas molestias gubernativas. Los primeros profesores. La primera fundación filial (Mirabello).
1864. —Revela a sus salesianol que la Virgen ha guiado todos sus pasos en orden a la Congregación. Santa muerte de Francisco Be-sueco. Decretara laudis de la Congregación. Lluvia milagrosa en Montemagno. El Colegio de Lanzo,
1865. —Primera piedra del Santuario de Maria Auxiliadora. El príncipe Amadeo de Saboya y otros amigos. Santa muerte de Don Alasonatti. Don Rúa al Oratorio. Viaja por diversas ciudades: en Florencia lo recibe solemnemente el Cabildo Catedralicio.
1866.—En la supresión de los conventos. En Milán, Cremona y otros sitios. Finezas de la Virgen. Misiones diplomáticas entre el Gobierno
y la Santa Sede. Resurrección del ahijado de la Marquesa Uguccioni.
1867.— Viaje a Roma, acompañado por Don Juan B. Francesia. Entrevistas con Pío IX, los príncipes y reyes de Nápoles, Torlonia, Sora, Sicilia. Importantes éxitos diplomáticos. Amado y estimado universalmente. El futuro Cardenal Svampa le lee un saludo en el Seminario de Fermo. El cuadro de María Auxiliadora. Centenario de San Pedro. En obsequio del Papa escribe cartas confidenciales. Nuevos viajes. Bendición de la estatua que corona la cúpula del Santuario.
1868. El Obispo de Casale aprueba la Sociedad Salesiana. Consagración del Templo de María Auxiliadora. Viajes apostólicos. Cura milagrosamente a Don Rúa. A Roma. Halla serias dificultades para la aprobación de la Sociedad Salesiana. Triunfa a fuerza de milagros. Audiencias papales afectuosísimas. Mientras tanto en el Oratorio se alternan por turno grupos de niños ante el Santísimo. Predice a Pío IX que sobrepasará en el Pontificado los años de San Pedro. Vuelve a Turín. La Biblioteca de la Juventud. La Colección de' clásicos latinos. Colegio en Cherasco. La Asociación de los Devotos de Maria Auxiliadora. Trabaja en favor del Cantón Ticino (Suiza). La fama del Santo es ya mundial.
1870. —A Roma, deteniéndose en Bolonia y Florencia. Ofrenda al Papa los primeros tomitos de Lectura Católicas. El Papa lo invita a quedarse en Roma. Asiste al Gran Duque de Toscana en su muerte. La envidia ajena o las sectas lo ponen en grave peligro, que supera hábilmente. Intensa labor diplomática. Funda en Varazze y Alassio. Rehusa el Cardenalato.
1871. —Prosigue esta, labor. Va a Florencia, llamado por el Ministro Lanza. Va a Roma para el Jubileo del Papa. Triunfos parciales en su labor diplomática. Nuevos escritos, nuevas maravillas, nuevas fundaciones. Los "Antiguos Alumnos". Cae gravemente enfermo en Varazze.
1872. —Visita la casa de Alassio. Prosigue su labor diplomática. Fundación de las Hijas de María Auxiliadora. Santa María Mazzarello elegida Superiora,
1873. —Profetiza el gran desarrollo de la Sociedad Salesiana. De nuevo . a Roma. Coloquios con el Papa y los Ministros de Victor Manuel.
Cambio de Gobierno. De nuevo en Roma. Coloquios con el Cardenal
Secretario de Estado y con los Ministros Vigliani y Lanza.
/874. — Los Ministros lo aprecian muchísimo. La Prensa masónica se alarma. También algunos diarios católicos. Entra en liza Bismarck y el Gobierno italiano cede. Amargura del Santo. Sigue batallando y orando y haciendo orar por la aprobación de las Constituciones de la Sociedad Salesiana, Alto testimonio de Pio IX, Aprobación de
las Constituciones y halón de luz sobre el Oratorio. Piensa en las Misiones entre infieles y herejes.
1875. — Anuncia la primera expedición misionera. Recomienda insistentemente la obediencia y devoción al Papa. Va a Roma a pedir la bendición del Papa para la nueva empresa. Lucha victoriosa con los protestantes. Visita los colegios salesianos de la "Riviera". La obra de las vocaciones tardías. Los primeros misioneros sale-alanos a los pies del Papa. El adiós en la Basílica de María Auxiliadora. El adiós a bordo. Inauguración de la Casa de Nizza Marítima. Los misioneros en el campo de trabajo.
1876, — Importante alocución a los suyos sobre la fidelidad a la vocación. Obtiene indulgencias y otros favores para los Cooperadores y Archicofradía. Precisa su concepto de Cooperador Salesiano: "coadyuvar con la Iglesia, Obispos y Párrocos con espíritu salesiano". Décimo viaje a Roma para ser recibido en la Academia de los Arcadas. Proyectos de colonización en Argentina. Segunda expedición de misioneros. "Dios gula visiblemente nuestra Obra".
1877. —De nuevo a Roma. Audiencias pontificias. El Papa, enfermo, lo recibe en su alcoba y le hace un grande elogio de la Sociedad Salesiana, diciendo lo que de ella espera la Iglesia. Vuelve a Turín. La vocación —milagrosa— del Conde Cays. Acompaña por varias ciudades al Arzobispo de Buenos Aires. El I Capítulo General de la Sociedad Salesiana. Las Escuelas Agrícolas. Tercera expedición de misioneros. Con ellos parten las primeras salesianas. Vuelve a Roma, por la gravedad de Pío IX.
1878. — Predice la inminente muerte del Rey y del Papa. Conferencia a los Cooperadores de Roma. Delicada misión diplomática ante el Gobierno de Crispi, a la muerte de Pío IX. Predícele al Cardenal Fecal su elevación a la Silla de San Pedro. Primeros homenajes al nuevo Papa. Audiencias. Visita las casas de la Riviera y Francia. Nuevas fundaciones. La iglesia de San Juan Evangelista. Exhorta a los Antiguos Alumnos a fundar una Sociedad de Mutuo Socorro,
1879. — Visita las casas de Nizza y Marsella. Milagros. Entusiasmo popular. Las cuatro primeras Inspectorías. En Luca, Roma, Bolonia, Este y Milán. El Gobierno cierra autoritariamente las clases del Oratorio. Calma imperturbable del Santo. El Gobierno revoca el decreto. Misioneros salesianos entran en la Patagonia.
1880. — Vuelve a Francia. Entusiasmo popular. Por Niza y la Riviera, a Roma. En Nápoles. León XIII le confía la construcción del templo votivo del Sagrado Corazón en Roma. Vuelto a Turín, sufre dos atentados. La más dolorosa de las pruebas. Ve a la Virgen extendiendo su manto sobre las casas de Francia. Y éstas se salvan de la supresión gubernativa.
1881. — Nueva expedición misionera. Prevé la fundación de Santa Margarita. Los Condes Colle Fleury de Tolón. Curaciones milagrosas en Francia y en Italia. Nuevas fundaciones. Importantes reuniones de Antiguos Alumnos. Ruge furiosa la tempestad. La mano de la Virgen. Progresos en las Misiones. En Lyón: entusiasmo general. En varias ciudades de Francia. Da una conferencia en la catedral de Tolosa. Curaciones y otros milagros. En diversas ciudades de Italia. Conferencias en varios sitios a los Cooperadores. Disminuye en algo "la pesada cruz". Consagración del templo de San Juan Evangelista.
1883. — Campaña de buena prensa. En Liguria y Costa Azul. Reaparece "el Gris". En otros sitios de Francia. Conferencia en la Academia Geográfica de Lyón. Esta le confiere la Medalla de Oro. El triunfo de París. Relaciones con el Conde de Chambord y Don Carlos VII de España. Realización de un "sueño": consagración episcopal de Cagliero, Vicario Apostólico de la Patagonia. Don Aquiles Ratti (futuro Pío XI) y Don José Sarto (futuro Pío X) visitan el Oratorio. El Cardenal Alimonda en Turín. Don Bosco toma parte importante en la Exposición Nacional de Turín. Enferma y cura por milagro.
1884. —Último viaje a Francia: Niza, Frejus, Tolón, Marsella; milagros continuos y veneración de las gentes. Sus alegrías. Lo visita el célebre doctor Combal y declara que su enfermedad es un agotamiento total a causa del trabajo y que su único remedio seria el descanso: "el único que le es imposible", declara el Santo. Vuelve a Italia, siguiendo hasta Roma. León XIII le dice: "Vuestra vida pertenece a la Iglesia. Vuestra Congregación es obra de Dios." En Turín. Fiesta de los Antiguos Alumnos. Predice el cólera y el remedio contra él. Los Privilegios a la Sociedad Salesiana, Intervención del demonio. Nombramiento de Vicario en la persona de Don Rúa. El primer Obispo salesiano. Fiesta de la Inmaculada.
1885.— Ve en sueños el porvenir grandioso de la Congregación. Otra expedición de misioneros. Visita a las casas de la Riviera y del Sur de Francia: milagros en dondequiera. Declina sensiblemente su salud. Última visita a las Hijas de María Auxiliadora en Nizza Monferrato. Multiplica repetidamente las ,avellanas.
1886. — Bilocación. En Varazze. En Nizza. Lo visitan los Príncipes de Caserta, la Princesa Hohenzolern, Infanta de España. Curaciones milagrosas. En Tolón, Marsella, Portbou. El triunfo de Barcelona. El Tibidabo. Montpellier, Valence, Grenoble, Turín. Un mes en Pinerolo. Cuarto Capítulo General de la Sociedad Salesiana. En Milán. Nueva expedición de misioneros y misioneras. Cura milagrosamente a Luis Oliva, futuro misionero salesiano en la India.
1887. — Anuncia el terremoto de Liguria. Va a Roma para la consa
gración del templo del Sagrado Corazón. Audiencias de León XIII, de grandísima importancia. Tratan de "la Cuestión Romana". En Turín. Prodigios. La Virgen le reprende por no haber escrito un libro para enseñar a los ricos sobre la administración de los bienes crematísticos. Anuncia veladamente su muerte y su sepultura en Valsálice. Visita de León Harmel y los peregrinos franceses. 'Calima circular "pro Misiones". Pone la sotana al Príncipe Czartoryski y otros personajes extranjeros. Bendice a los misioneros que parten a El Ecuador. Monseñor Cagliero en Turín, avisado misteriosamente. Escribe pensamientos en estampas. Cordiales y urgentes recomendaciones a los salesianos: "Ameos, ameos, amaos en eI Señor", y a los alumnos: frecuente Comunión y entrañable amor a María Auxiliadora. "¡Trabajo, trabajo, trabajo!"
1888. -Muere el Conde Calle. El Duque de NorfoIk y peregrinos ingleses, franceses y belgas en el Oratorio. Visita de Monseñor Doutrelonx, Obispo de Lieja. Continuas visitas del Cardenal Alimonda. Se agrava. "Decid a los jóvenes que los espero a todos en el Cielo." Los últimos Sacramentos y recomendación del alma. El 30 de enero por la noche entra en agonía. El 31: al toque del Ángelus se apaga su vida. Aparece a dos religiosas. Palabras de Don Rúa. Plebiscito de prensa. El comercio cierra en señal de luto en la ciudad. El último adiós, en boca de Don Francesia. Desfile de todo Turín ante los despojos mortales. Funerales. A las 57 horas de muerto, el cadáver emite fragancia. Sepultado en el Seminario de Valsálice. Peregrinaciones a la tumba. Funerales de Trigésima en Turín, Roma y mil sitios más. Oración fúnebre del Cardenal Alimonda.
1888-1929. - Continuos prodigios y dulces recuerdos en todas partes. El 4 de junio de 1890 se inicia el Proceso de Beatificación y Canonización. El de Turín consume 562 sesiones.. El 24 de julio de 1907 San Pie X decreta la introducción de la Causa en Roma y lo declara Venerable. Eco mundial. El 13 de octubre de 1913 reconocimiento del cadáver: está intacto. El 20 de febrero de 1927 Pío XI declara la heroicidad de las virtudes. Nuevos milagros. El 19 de marzo de 1929, Decreto del "Tuto", en que Pío XI dice: "Cada minuto de la vida de Don Bosco fue un milagro, una serie de milagros." El 24 de abril, promulgación del Decreto en que dice el Pontífice: "La Beatificación de Don Bosco es la reafirmación de la misión educadora de la Iglesia." El 2 de junio de 1929 es declarado Beato por Pio XI.
1929-34.- Examen de nuevos milagros para proceder a la Canonización. Pascua Florida de 1934: XIX Centenario de la Redención; solemne Canonización de San Juan Bosco. Inolvidables discursos de Pío XI. El triunfo en el Capitolio Romano, asistiendo el Gobierno de la nación y el Príncipe heredero. Repercusión en el mundo.
Abuelos, el respeto a los, 23, 24. Acción Católica, antecedentes de la, 516.
Acontecimientos, prudencia en los, 352-53, 862.
* visión de Don Bosco sobre los, 526.
Adaptación, modelo de educadores en la, 398.
Administración, orden en la, 431. Adultos, catecismo a los, 153.
* necesidad de la asistencia espiritual a los, 151.
Adversidades, firmeza en las, 254, 282.
Afectos sensibles, obstáculo en la educación, 238.
Agricultura, interés por la, 219. Aguinaldo, cómo es el salesiano,
390.
- delicadeza en el, 945-46.
- la mano de la Virgen en el,
Albañiles, patrona de los, 164.
Alma, el pensamiento de la salvación del, 815-16, 817, 896, 897,900-01, 963-64.
Almas, amor a las, 149, 443, 676,708.
- conversión de las, 167.
- imán de las, 696-97,
- modo de ganar las, 185.
- sacrificios por las, 565.
- visión del porvenir de las, 782.
Amabilidad, ejemplos de, 54, 36465, 472.
Ambiente, apostolado en el medio, 400.
Amenazas, actitud frente a las, 302,
Amistad, cómo ganarse la, 334-35. - con quiénes se debe contraer la, 81.
- prueba de verdadera, 133, 146. - sostén de la verdadera, 113, 707.
Angel custodio, protección del, 168-69.
Ángelus, los Gloria Patri después del, 964.
Antiguos Alumnos, amor a los, 946.
- condiciones para pertenecer a la asociación de los, 659.
- cooperadores salesianos, 659.
* consejos de Don Bosco a los, 751-52.
- fiestas de los, 737.
- inicio de la asociación de les, 474.
- necesidad de la asociación de los, 659.
* oportunidad de los, 598-99.
* origen de la asociación de, 439, 556.
- profecía sobre los, 798-99. - reuniones de, 751.
Antipatías, son obstáculo en la educación. 238.
Apariciones, el don carismático de las, 1.019-27.
Apóstatas, delicadeza con los, 317. Apostolado, en el medio ambiente, 400.
- fin del, 145.
- frutos en el, 59.
- industrias en el, 58, 149, 18485.
* obras de, 166, 476.
* sacrificios pecuniarios en el, 635-36.
Apóstoles, escuela de, 150.
- jovencitos, 185.
- temple de, 615.
Apoteosis, en la beatificación y canonización, 850-53.
Apuestas, fin de las, 92-95.
Árbol de la vida, en la vida de Don Bosco, 243.
Archicofradía, historia de la de
Maria Auxiliadora, 495. Aristócratas, dificultad en la edu
cación de los, 114.
Aritmética, medio de educación, 954.
Armonía social, ejemplo de, 291-92. Ascendiente, modo de conservarlo
entre los compañeros, 116. Ascética, sistema y método de Don
Bosco en, 291.
Asistencia, cómo es la salesiana, 928-31.
- manifestación de caridad industriosa, 932.
* necesidad de la, 242,757. Aspirantes al sacerdocio, recomendaciones a los, 972.
Astucia, medio para practicar la humildad, 386.
- modo de usar la, 298-99. Atenciones, con las autoridades, 456.
- con las naciones, 714-15. Atentados, el del arcabuz, 250. - el asesino, 299-301.
* en Becchi, 259.
* en el cuarto de las castañas, 298-99.
- el de los garrotazos, 301-02. Atribulados, caridad con los, 975. Audiencias, cortesía en recibir las,
957.
- humildad en recibir las, 957. - la penitencia de las, 957. Austeridad, finalidad de la, 870. Autores cristianos latinos, su in
troducción en las escuelas, 934. Autoridades, cortesía con las, 961,
981, 83.
* respeto a las, 647, 670. Avellanas, multiplicación de las, 751-55.
Avemaría, efectos maravillosos del rezo del, 156, 754.
* las tres en las oraciones de la noche, 388-89.
Baile, actitud de Don Bosco respecto al, 120-21.
Banda de música, organización de la, 344.
Banquetes, conducta en los, 785, 862.
Bautismo, ejemplaridad en recibir el santo, U.
Beatificación, apoteosis de la, 85053.
- fechas en la de Don Bosco, 839-40.
* reconocimiento del cuerpo en la, 840.
Bebidas, mortificación en las, 867. Bendiciones, efectos de las de Don Bosco, 804.
Bien, oposición al, 623-24. Bienhechores, delicadeza con los,
880-82, 989, 990.
gratitud a los, 880-82.
- pensamientos a los, 815-16. Bilocación, el fenómeno de la, 71920, 756.
Blasfemia, industrias para evitar las, 280-81,
- horror a la, 45, 887.
Bondad, efectos de la, 158. • - rasgos de, 717-18.
- de Don Bosco, carácter de, 95. - ciencia predilecta de, 357.
- fama de, 558.
- fuentes de su biografía, 5, 6, 7. - embajador, 476.
- luto en la muerte de, 830.
* misión de, 145.
* misionero en la muerte, 838.
* onomástico y fiesta de, 220.
* personalidad a través de las biografías, 5-7. - presencia física de, 859.
* programa de vida, 849. Breviario, modo de rezar el, 162. Buen sentido, características del,
32.
Buenas noches, colección de, 416.
* idea de las, 471.
- inicio de las, 241.
- la práctica de las, 942.
- modelos de, 424.
- temas de, 342.
Cacería, renuncia a la, 121.
Café, mozo de, 87.
Calzado, pobreza en el, 994,
Campanas, episodio franciscano de
las, 207.
Campings, precursores de los, 384.
Canonización, apoteosis de la, 853.
Canto, necesidad del, 157.
Canto Gregoriano, aprendizaje del,
70.
Caprichos, modo de quitar los, 18,
19.
Carácter, cómo era el de Don
Bosco, 13, 95.
* ventajas del estudio del, 411. Caridad, adaptable a las personas y circuntancias, 875-76.
* amplitud de la, 496. - actos varios de 874.
* con los enfermos, 26.
- cómo debe practicarla el sacerdote, 690-91.
* delicadezas de la, 229, 710. - efectos de la, 40, 146-47. - ejemplos de, 89, 134, 239, 562, 667.
* espíritu de, 315.
- medios para afianzarla en los niños, 16.
- necesidad en el educador, 238.
* recomendación paterna, 821. - recursos de la, 317-19.
Cartas, el apostolado de las, 87677.
- a los jóvenes, 876.
Castañas, multiplicación de las, 265-66.
Castidad, baluarte de la Congregación Salesiana, 640.
* cuidados en la práctica de la, 871-73.
Castigos, discreción paternal en los, 936-37.
* ejemplo de, 938.
* pensamientos de Don Bosco sobre los, 938.
Catecismo, amor al, 17, 145, 153, 233.
- su enseñanza en el hogar, 14. industrias para atraer al, 233. - libro preferido, 37.
* necesidad de la enseñanza del,
566.
Catecismo único, idea de Don Bos
co, 550, 689.
Catequistas, formación de los, 231.
- necesidad de, 156.
- recompensa a los, 158.
Celo, ejemplos de, 25, 969.
- pruebas de, 193, 283.
- recursos del, 215-16, 231, 562,
623, 625-26. •
Certámenes, efecto de los, 232.. Círculo de estudios, modo de hacer un, 110.
Cizaña, sembradores de, 646-47. Clases, apostolado en las, 196-97. Clásicos, concepto de Don Bosco sobre los, 117.
Clavicordio, aprendizaje del, 70. Clero juvenil, palabras de
León XIII sobre el, 735. Cocina, adiestramiento en cosas
de, 87.
Colecciones, estima de las, 631.
* las dirigidas por Don Bosco, 631-35 (8 col.).
Colegios, beneficios a las poblaciones, 569.
Cólera, antídoto contra el, 312-14, 738.
Colonias veraniegas, precursores de las, 384.
Comidas, oraciones antes de las, 822.
— régimen de, 244-45.
Compañerismo, manera de entender y practicar el, 111. Compañeros, asechanzas de los malos, 67.
— clasificación de los, 81.
— desvergüenza de los, 52, 97. — modo de hacer bien a los, 16. Compañías religiosas, origen de
las, 235, 342-43, 402,
— recomendaciones sobre las, 941. Comunión, apóstol de la, 698.
— efectos maravillosos de la, 684, 738.
— manera de hacer la, 115.
— recomendaciones sobre la, 891. — sacrificios para recibir la, 57, 110.
— la. última de Don Bosco, 824. Conciencia, amor a la tranquilidad de, 64.
— delicadeza de, 580.
Conciencias, penetración en las,
385, 698-99, 1.002-03, Conciliación romana, antecedentes
de la, 540, 652.
Condenados a muerte, visitas a los, 220, 221, 879.
Conducta, consigo mismo y con los demás, 874,
Confianza, dónde poner la, 65.
— sentimientos de, '749.
Confesión, apóstol de la, 259-60,
562, 629, 649, 698,
— apostolado de la, 298, 301. — celo por la, 166, 643,
— éxitos de la, 684.
— modo de hacer la confesión, 46, 162.
— modo de administrar la, 161, 470-71.
— penitencias en la, 168.
— prontitud en oir la, 162.
— sacrificios para hacer la, 57. Confesor, conveniencia de uno es
table, 82-83.
Congregación Sa/esiana, baluarte de la, 640.
— primera idea de la, 193. — primeras profesiones en la, 393. Constancia, frutos de la, 253, 395. Constituciones, aprobración de las,
450.
Consejos, cómo y cuándo se deben tomar, 149.
Contrariedades, crisol de éxitos, 627-28.
— ecuanimidad en las, 744, 865. Conversaciones, con los protestantes, 296.
— medios para evitar las malas, 95.
— puntos de, 885.
— simpatías en las, 867. Conversiones, causa de las, 167. Convalecencia, cómo la ocupaba
Don Bosco, 216-17. Cooperadores Balesianos, conferen
cias a los, 286, 521, 688-89, 750,
798.
— delicadezas con los, 520-21, 647,
784-86, 804, 880-82.
— erección canónica de los, 516.
— misión de los, 516, 524, 651.
— organización de los, 552, 767.
— palabras de elogio a los, 674, 734-35, 799.
— recomendaciones a los, 813.
— santo y seña de los, 777. Corazón de Jesús, devoción al, 786. Corrección, cómo y cuándo hacer la, 361, 937.
— medios en la, 887-89.
Correspondencia, el trabajo de la, 695-96.
Cortesía, ejemplos de, 575, 961. Crisis económica, cómo se resuelven en la familia, 12.
Cristo Rey, amor a, 692.
Curaciones, instrumento de, 225,263, 461-83, 484-86, 664, 665,673, 682, 687-88, 699-700, 801.
Deber, norma de vida, 109.
Defunciones, predicción de las, 262.
Delicadeza, efectos de la, 433, 752,
— ejemplos de, 653, 784. — rasgo de angelical, 58. Demonio, poder del, 392. Desafío, fin del, 92-95. Desamparados, atenciones con los,
874.
Descanso, lugar de, 465. Desinterés, ejemplo de, 26. Desórdenes, modo de evitar los,
231,
Desprendimiento, premios al, 430. — rasgos de, 795, 879. Desvergüenza, en los compañeros,
97.
Devoción, a San José, 892.
— a San Francisco de Sales, 892.
— a Don Bosco, 826, 837. Devociones, las tres salesianas, 497.
Diarios, Lectura de, 869.
— osadía de los, 748.
Diccionarios, valor pedagógico de los, 634.
Dinero, despego del, 64.
— en la vida de colegio, 932, — pensamientos sobre el, 996.
Dios, resorte para enseñar a oir la
voz de, 15.
Diplomacia, cualidades para la, 525.
Dirección, cómo formarse en la, 160.
Director, conducta del, 170-71. -=• confianza con el, 151-52.
— obediencia al, 204.
Dirigente, cualidad necesaria en el, 13.
Dirigidos, sumisión de los, 171-73. Disciplina, medios para obtener la, 936.
Discípulos, los primeros de Don Bosco, 909-12.
Discusiones, destreza en las, 959. Disputas, con los protestantes, 296. Dolor, crisol de alegría, 591. Dulzura, medio de conquista, 727. Economía, espíritu de pobreza en
la, 995.
Ecuanimidad, fruto de la confianza en Dios, 865.
Educación, el amor en la, 325.
— bases de un sistema de, 939. — fuente de eficacia en la, 968. — la naturalidad en la, 960. — pasión de Don Bosco por la,
629.
-- resortes en la, 14-18.
— el temor de Dios en la, 922. Ejemplo, eficacia del buen, 25, 59. Ejemplos edificantes, efectos de
los, 940.
Ejercicio de la Buena Muerte, origen del, 157.
— idea sobre el, 248, 941. Ejercicios Espirituales, apóstol de los, 320, 384, 983.
— modelo de directores de, 522-23.
— para jóvenes, 247.
— para la masa, 268.
Emigrados, ayuda a los, 588, 590, 618-19,
Empresas apostólicas, táctica en las, 630.
En Flandes se ha puesto el sol,
lugar de su composición, 785. Encarcelados, apostolado con los,
184.
Enfermedades, humor en las, 823. —resignación en las, 752. Enfermos, caridad con los, 26, 315
16, 472, 875.
Entereza, ejemplos de, 624. Epidemias, prudencia en las, 313, 738.
Episodios infantiles, la abuelita, 23-24.
— el cantor en el baile, 48. — la gallina, 20-21.
— el libro y el sacerdocio, 38.
— la cucaña de Notafia, 72.
— el mirlo, 38.
* el nido y la caída, 38.
* la vara, 19.
* vaso de aceite, 22.
* vaso de agua, 18.
Escolanias, modelo de, 683. Escritor, la primera cualidad del, 953.
* los mejores censores literarios del, 954.
Escrúpulos, rigor contra los, 399. Escuelas Nocturnas, labor de las, 185, 232-33.
Escuelas Profesionales, inicio de las, 290.
Esperanza, medios para afianzar en los niños la, 16.
Espíritu salesiano, la esencia del, 942-43.
Esposos, modelo de, 577.
Estilo literario, cómo debe formar el sacerdote su, 295.
Estudio, amor al, 66.
* sacrificios por el, 36.
Exámenes, atrevimiento en loa, 137-38.
- sacrificios para rendir, 448. Excursiones, modo de hacer las,
163, 322-23, 382-84.
* ventajas de las, 199, 200, 382, 944.
* orientación apostólica de las, 382.
Éxito, tres garantías de, 744. Exposiciones, móviles de la parti
cipación en las, 636-38. Expulsiones, modo de hacer las,
759-60.
Éxtasis, el don de los, 1.008-10. Fámulos, benevolencia con los, 816.
Fe, medios para afianzar en los niños la, 16.
* prueba de, 193.
Felicitaciones, atención en las, 880. Ferias, en los colegios, 960. Festines, asistencia del sacerdote a los, 107.
Fidelidad, en la palabra dada, 704.
Fiestas, fidelidad en la observancia de las, 14, 975.
- industrias para enfervorizar en las, 946.
solemnidad de las, 464, 941. Firmeza, ejemplos de, 254, 377. Florecillas, de espíritu francisca
no, 414.
Formación sacerdotal, medios de, 151-52.
Fotografías, de Don Bosco, 783. San Francisco de Bales, motivos
por los que Don Bosco le esco
ge por patrono, 182-83. Franqueza, ejemplos de, 973-84. Fraternidad, espíritu de, 506. Fundaciones, flexibilidad en el fin
de las, 567.
* prudencia en aceptar las, 560, 563.
- la Virgen en las, 814. Fundadores, modelo de, 579.81, 884.
* sacrificio de los, 740.
Futuro, visión del, 168, 186, 19294, 214.
Generosidad, premios a la, 430. - rasgos de, 284, 457.
Gimnasia, ejercicios de, 929. - títulos en, 412.
Gimnasio, su funcionamiento en el Oratorio, 365.
Gloria de Dios, ideal de Don Bosco, 861.
Glorificación, la múltiple concedi
da a Don Bosco, 849-53. Gobernantes, caridad con los, 562. Gobierno, cualidad necesaria para
el, 13.
Gracia, correspondencia a la, 660. Gratitud, con los bienhechores, 376.
* con los jóvenes, 323-24.
* ejemplos de, 65, 140, 209, 224, 623-24.
- fiesta de la, 948.
- sentimientos de, 880-82.
Gris (el perro), apariciones del, 304-308, 692.
Habilidad, pruebas de, 92-95. Habitación, pobreza en la, 993. Hábito sacerdotal, preparación y
propósitos en la toma del, 106
108.
Herejías, lucha contra las, 338-40. Hermanos, verdadero amor de, 258.
Heroísmo, prueba de, 283. Herrero, oficio de, 71. Heterodoxos, conducta con los,
704-705.
Hijas de Maria Auxiliadora, cam
po de apostolado de las, 500. - consejos de Don Bosco a las,
753, 820.
- difusión del Instituto de las, 674-75.
* su llegada a Espata, 792-93.
* en las Misiones, 596, 646. - monumento vivo a la Virgen, 504.
* historia del Instituto de las, 500-07.
Hijos de Marta, preludio de los, 89. Historia eclesiástica, criterio para una, 893.
Hogar, costumbres sanas del, 2122.
Hospitales, visitas a los, 879. Huérfanos., atenciones con los, 874. - sacrificios en pro de los, 875. Humildad, ejemplos de, 69-70, 419,
479. 483, 665, 677, 716, 893, 913,
1.028-38.
- garantía de éxito, 744.
- industrias de la, 261.
-- sentimientos de, 666, 676-77, 700, 709.
- ventajas de la, 250, 286-87, 69798, 860.
Humillación, ejemplaridad en someterse a la, 75.
Humildes, amor de un príncipe a los, 215,
- Dios nos quiere, 556.
Humorismo, en los siervos de Dios, 691. 811.
Ideal, cómo ha de ser el, 398, 881. - ventajas del, 861.
Ideas, opinión sobre las dominantes en una época, 861. Idiomas, estudio de los, 122, 170. Iglesia, amor a la, 98, 496,525-40,885.
* castigos contra los perseguidores de la, 329-31.
- injusticias contra la, 270-72 326.
- providencia de Dios sobre Ia, 11.
- táctica de los enemigos de la, 309-10.
* triunfo de la, 654.
Iglesias, solemnidades en la inau
guración de las, 625. Ilusionismo, muestras de, 101, 708,
709.
Imitación de Cristo, efectos de la lectura de la, 118. Inclinaciones naturales, modo de enderezar las, 13. incomprensiones, paciencia en las, 658.
Incrédulos, conducta con los, 705708.
Infancia, influencias de sus hábi
tos en la vida, 16. Información, fuente de, 693. Ingenio, prueba de, 862. Injusticias, defensa frente a las,
445-47.
Inmoralidad, castigos a la, 544. Inscripciones, pedagogía de las, 341-42.
Insomnio, ocupaciones en el, 868. Instituciones, fundamento de las, 316.
Insultos, cómo se devuelven los, 899-900.
Intimidad, con quiénes se debe tener, 81.
Invitaciones, razón para aceptar, 867.
Jefe, eficacia de la acción del, 611. Jesús Sacr., la devoción a, 497.
* visitas a, 890-91, 939.
Jóvenes, amor a los, 225, 323-24, 914.
— atenciones con los, 154, 917-20, 947-48.
— causas del ascendiente entre los, 261.
— heroicidad de unos, 97, 314-15.
— juegos para los, 936.
— modo de ganarse a los, 157-58, 266.
— programa de santidad para los, 400, 407.
Juegos, finalidad de los, 43-45.
— recursos para adiestrarse en los, 45.
Justicia, sentimientos de, 580. Justo, la muerte del, 130-31. Juventud, apostolado en pro de la,
495.
— necesidad de la educación de la, 354.
— programa de vida en la educación de la, 238, 407.
— tres ideales para la, 398. Latín, base en la enseñanza de], 53.
Lectura, necesidad de la, 157. — pasión por la, 37, 102.
— ventaja educativa de la, 940. Lecturas Católicas, origen de las, 294-95.
Legalidad, odiosidad de la, 36. Lema salesiano, trabajo y templanza, 620.
Librería, herencia salesiana, 638. Libros, en la vida de colegio, 932. Limosnas, generosidad en las, 880. — modos de solicitar las, 990. Limpieza, en los niños, 17. Lotería, organización de una, 393. Luto, en la muerte de Don Bosco,
830.
Madre, amor verdadero de, 718.
— actitud ante la vocación del hijo, 86, 88.
— consejos de una, 67, 141, 34446.
— modo de educar a Ios hijos, 13, 19-20, 46-47.
— modelo de, 12.
— prudencia y sagacidad de una, 37.
— sacrificios de una, 226, 228, 672.
— solicitud por el porvenir de los hijos, 35.
— vigilancia sobre los hijos, 22. Maestros, arbitrariedad en un, 6970.
— necesidad de la oración en el, 938.
— normas a los, 933-34.
Males, traspasos de, 1.005-06. Mando, cualidad necesaria para el, 13.
Mansedumbre, efectos de la, 40. María Auxiliadora, archicofradía de, 495-96.
— bendición de, 750, 754.
— el cuadro de, 464-65.
— devoción a, 116, 497, 555, 821. — consejos de una madre sobre la devoción a, 108.
— titulo de, 444.
— la Virgen de Don Bosco, 489. Masonería, manejos de la, 528-29, 536.
Medallas, efecto de las de María Auxiliadora, 803.
— multiplicación de las, 760. Medio ambiente, influencia del, 28. Memorias, modelo de, 959.
— fuentes de las, 5, 39, 414, 477. -- redactores de las, 5.
Milagros, el don de, 261, 450-51,
640-43, 672-73, 762-63, 797, 84048, 850-51, 999.
— impresión de Don Bosco sobre los, 1.007-08.
Mirada, penetración de la, 897-99. Misa, gracia de la primera, 140.
— acción de gracias después de la, 140.
— bendiciones de la, 890.
— la ánima de Don Bosco, 813. Misioneros, despedida a los, 58689.
— formación de los, 674.
— labor de los, 600-01, 677-78.
— recomendaciones a los, 589, 652.
Misiones, Don Bosco ante las, 599. — inicio de las, 596, 662.
— necesidad de la organización de las, 603.
— preparación de las expediciones a, 808.
— quiénes van a las, 585.
— visión sobre las, 607-09, 1.02627.
Modestia, celo por la observancia de la, 974-75.
Moralidad, clave de la, 936, 942. Mortificación, su necesidad en el educador, 238.
— pensamiento de Don Bosco sobre la, 115.
— de los sentidos, 866-70. Multitudes, Don Bosco imán de
las, 702, 749, 761, 766, 776, 800,
833.
— modo de actuar sobre las, 256. Muerte, cómo es la del justo, 130, 827.
— el pensamiento de la. 815. — predicción de la, 474-75, 675. — tema principal de oración, 818. Mujeres, conversaciones del sacer
dote con las, 140. Multinlicariones, milaexosas, 262,265, 422, 719, 754, 760, 1.006.
Murmuración, medios para evitarla, 95.
Música, habilidad de Don Boscc para la, 162.
— método en la enseñanza de la, 233.
-1- necesidad de la, 157, 634, 944. Naipes, Don Bosco renuncia a las, 112.
Naturaleza, libro de educación, 14. — libro de oración, 14, 812. Navidad, vacaciones de, 495. Necesitados, modo ingenioso de
atender a los 879-80. Negativas, modo de dar las, 860.
Niños, amor a los, 145, 217, 218, 222.
— cosas que no deben tolerarse en los, 937.
— expansiones epistolares con los, 876.
— manifestaciones divinas por medio de los, 912.
— medios para conocer a los, 945. — medios para ganarse la simpa-tia de los, 40, 920.
— necesidad del conocimiento de los, 933.
— la predicación a los, 940.
— trato con las diversas clases de, 932-33.
— ventajas del contacto con los, 931.
Nobles, trato con los, 712.
Noche, molestias del trabajo en la, 102.
Notas, efecto de las, 387.
Novena, efecto de la de María Auxiliadora, 491.
Novicios, recomendaciones de León XIII a los, 651. Obediencia, espirites de, 160.
— necesidad de la, 189, 261.
— modo de obtener la, 13, 23. — recomendaciones sobre la, 684. Obras salesianas, distintivo de las,
733.
— origen sobrenatural de las, 44950.
— secreto de las, 926, 976.
Obras, necesidad de libertad de acción en las, 680.
Obreros católicos, labor en favor
de las uniones de, 274. Ofensas, el perdón de las, 882-83. Onomástico, las fiestas del, 473-74,
948.
Oportunidades, sagacidad en apro
vechar las, 294-95, 636. Oposiciones, la cruz de las, 690,
694.
Oración, actitud en la, 889.
— efectos de la, 57, 208, 223, 806807.
— espíritu de, 889,
— la muerte tema principal de. 818.
Oraciones de la noche, por qué conviene rezarlas fuera de la iglesia, 939.
Oratorios festivos, autonomía de los, 256,
— cosas necesarias para la estabilidad de los, 232.
— Ejercicios Espir. en los, 268.
— espíritu de familia en los, 874.
— industrias para mantener los, 162-63, 255.
— método seguido en los, 157, 200, 211-12.
— necesidad de los, 158, 198, 234. — objeto principal de los, 743.
— origen de los, 153-56.
— potencialidad cristianizadora de los, 570.
Orden social, palabras proféticas sobre el, 773.
Orfandad, miserias de la, 241-42. Organización, detalles en la, 467. Paciencia, ejemplos de, 37-38, 860. — frutos de la, 395.
Padres, amor a los, 108. Padrenuestro, la política del, 532. Palabra, fascinación de la de Don
Bosco, 965-66.
Pandillas, el espíritu de, 252. Papa, afabilidad del, 354-60, 429, 682.
— amor al, 353, 546-49, 552-53, 893.
— su fiesta iniciativa salesiana, 474.
— son mandatos los deseos del, 680.
— obediencia al, 497, 539, 689-90. — los salesianos al servicio del, 817.
Paraíso, gran consuelo e/ pensamiento del, 886.
Pararrayos, pensamiento de Don Bosco sobre el, 389.
Párroco, responsabilidad de un, 76. Paseos, beneficios de los, 382.
— modo de hacer los, 382-84. Pasiones, tres de Don Bosco, 629. Paternidad, rasgos de, 486, 745,
824.
Patíbulo, Don Bosco junto al, 221. Patria, amor a la, 340, 525-40. Pecado, horror al, 252, 718.
— guerra al, 887.
Pedagogía de Don Bosco, modali
dad de la, 212, 914 y sig. Penitencias, ideas sobe las, 401,
408.
Perdón, cómo practicar el, 300. Persecuciones, actitud ante las, 677.
Perseguidores, castigos a los, 32931, 380, 449.
Personalidad, un símbolo de la, 94. — desdoblamiento de la, 509. Personalidades, visita de altas, 269-70.
Piedad, baluarte de la Congregación Salesiana, 640.
— modo de cultivar la, 235, 252.
— necesidad de la, 744.
— prácticas de, 940.
Pio XI, la figura de Don Bosco en,
854.
Pluma, apostolado de la, 183, 272.
Pobreza, amor a la, 88. 993-98.
— ejemplos de, 346, 477, 639.
— en las construcciones, 996.
— espíritu de, 226, 506, 819. — recomendaciones sobre la, 99798.
— en el servicio personal, 993-95. Polemista, táctica del, 548. Politica. Don Bosco ante la, 629,
711, 976.
Pontificado, pruebas de amor al,
274-75, 351, 741.
Porteros, modelo de, 435-47. Porvenir, en boca de los niños, 284.
— visión del, 186, 192, 214, 278, 607, 650, 745, 802, 806, 911, 1.013.
Potentados, sinceridad con los, 976-85.
Predicación, amor a la, 124-25. — adaptación en la, 191. — lecciones de, 126.
— necesidad de la, 566,
— normas para la, 940, 965. — preparación de la, 466, 962. — prudencia en la, 277.
— santidad en la, 702.
— temas de, 51, 200, 689, 964. Prelados, atenciones con los, 245, 608, 643, 727, 767.
— firmeza de un, 271-72.
Prensa, apostolado de la buena, 955-57.
-- cosas necesarias para el apostolado de la, 635.
— desvelos en pro de la buena, 258, 340, 701.
— valor de la propaganda de la, 631.
Presencia de Dios, medio de educación y de santificación, 14. 359, 886.
Presos, visitas a los, 879. Previsión, es medio de formación, 13.
Procesiones, celo por las, 248. Prodigios, serie de, 768-70, 774-75. Profecías, el don de, 59-60, 294,
999-1.000.
— sobre muertes, 335-37. Propaganda, modo de hacer la, 293, 801, 808.
Propiedad, respeto a la, 273. Propinas, generosidad en las, 880. Propósitos, generosidad en cumplir
los, 150.
Protestantes, celo en la conversión de los, 391.
— discusiones con los, 296.
— guerra a los, 675, 681.
— proselitismo de los, 573.
— táctica de los, 297, 621. Providencia, confianza en la, 75.
218, 244, 255, 270, 280, 454,
879, 886, 985-92.
— mano benéfica de la, 11, 61. 146, 206, 227, 303, 344, 352,-367, 466, 487, 619, 752, 804.
— planes de la, 174, 240, 396, 410, 461, 711, 790-95.
Prudencia, ejemplos de, 313, 512, 624-25.
— en el sacerdote, 301.
— en los superiores, 404.
— fuente de, 448.
Pruebas, providencia de Dios en las, 164.
— resignación en las, 341. Publicaciones, secreto del éxito en las, 629.
Pureza, amor a la, 166,
— los cinco policías de la, 406. Purgatorio, defensa del dogma del, 339.
Ranas, alimento de convalecientes, 32.
Rayo, medio de educación, 15. Recreos, aprovechamiento de los, 110.
— la mejor sala de experimentación, 213.
— sobre los de la noche, 929-30. — trascendencia de los, 950-51, Recursos, medios para arbitrar,
681.
Reformatorios, ofrecimientos de, 766.
Regalos, cómo usar los, SSO. Reglamentos, finalidad de los, 568. — flexibilidad de los, 231, 934-35. — lectura de los, 934.
Reglas, su observancia, garantía
del espíritu de familia, 743, 951. Religión, su fuerza entre los pue
blos, 527.
Respeto humano, daños del, 651, 706.
— vencimiento del, 861.
Responsabilidad, participación en la, 947.
Resurrecciones, de dos niños, 263, 531,
Retratos, los de Don Bosco, 1.015. Retiros, los jóvenes en los, 275. Riquezas, uso de las, 804.
Rosario, amor al, 44, 58, 249, Reuniones, alma de las, 157.
Revoluciones, actitud ante las, 861 Sacerdote, amor al, 218, 895, 901
— bondad de/, 158.
— -campo de apostolado del, 69, 185, 962.
— caridad del, 217, 690.
— en Tos espectáculos, 54, 107.
— espíritu vocacional del, 743, 752, 902.
— programa del, 110, 247, 529, 971.
prudencia del, 218, 309.
— recomendaciones al, 141-42. — temas sobre el, 52, 297, 311, 332, 386, 962.
Salesianos, atenciones con los padres de los, 877-78.
— características de los, 873.
— consejos de Don Bosco a los, 809, 821.
— objeto principal de los, 743. — secreto del éxito de los, 884. Sacramentos, en los Ejercicios Es
pirituales, 320.
— ocasiones de fomentar los, 939, Sacrificio, el/Arito. de, 66, 226, 457. 594, 793.
Sagacidad, rasgos de, 550. Sagrado Corazón, amor al, 680. Saltimbanqui, juegos de, 92-95. Salud, cuidado de la, 717.
Santa Síndone, historia de la, 180. Santidad, aprecio de la, 478-80. — fama de, 660, 666, 694, 703,
837.
— programa de, 400.
Santificación, medios de, 14, 15. Santísimo Sacramento, en la procesión del, 390.
Santos, la obra de Dios en los, 828, 837, 849.
Sastre, oficio de, 71.
Seductor, daños que causa el, 757. Selectos, la acción de los, 387, 404.
— formación de, 232, 235, 247, 256, 635.
Sensibilidad, rasgos de exquisita 873, 877.
Sentidos, mortificación de los, 869.
Siesta, cómo la tomaba Don Bosco, 868.
Silencio, medio de educación, 15. Simpatías, fuente de, 860.
— obstáculo en la educación, 238. Sinceridad, con los potentados, 976-85.
Sistema preventivo, aplicación del, 927-29.
— esencia del, 926.
— frutos del, 320-25, 564, 606, 905-08, 943.
— fuentes del, 16, 151.
— la intimidad familiar en el, 952.
— manifestación de exquisita caridad, 926.
— normas fundamentales del, 93449.
Sociedad Salesiana, comienzos de Ia, 366, 489-93.
— esencia de la, 357.
Sociedad do socorros mutuos, finalidad de la, 274.
Sociedad de la alegría, 81-82. Sociología, preludio de /a, 805. Soldados, atenciones con los, 36465.
Sueños, clases de, 1.016-17.
— exposición sobre los, 1.0111.018.
— realización de los, 685, 739, 799. — sobre la vocación de Don Bos
co, 39-41, 65, 73, 174-75, 187
89, 195, 237-38, 644-46.
— sobre la Congregación, 619-20, 669.
— sobre las Misiones, 726-27, 77072, 1.026-27.
— sobre muertes, 328, 335.
— sobre el Papado, 566-67.
— sobre las Hijas de Maria Auxiliadora, 788.
— sobre las escuelas agrícolas, 644-46.
— sobre Roma y París, 544.
— sobre las vocaciones, 744-45. Superiores, benevolencia de los,
210.
— conducta con los inf., 816.
— medio de ganarse la estima de los, 109.
— prudencia en los, 404.
Talleres, trabajos en pro de los, 298.
Taumaturgo, fama de, 693. Teatro, ideas sobre el juvenil, 634, 945.
Telepatía, el fenómeno de la, 384. Televisión, en los santos, 713, 1.000.
Temor de Dios, medio de educación, 922.
Temor, efecto en los niños del riguroso, 592-93.
Templanza, garantía de éxito, 744. — resortes para practicar la, 111. Tibidabo, profecía de Don Bosco sobre el, 787.
Tiempo, aprovechamiento del, 53,111, 635, 968-69.
Tipografía, simpatía por la, 630. Títulos oficiales, la cuestión de los, 444, 661, 676.
Tómbolas, organización de las, 350, 732.
Trabajo, en la educación, 16.
— espíritu de, 53, 102, 425, 695, 809, 812, 863. — frutos del, 744, 944.
— recomendación sobre el, 819. Trato, amabilidad en e/, 860. Triunfos, contrapeso en los, 483. Trueno, medio de educación, 15. Tumba de Don Bosco, algo sobre
la, 806, 831.
Turbación, daños de la, 400. Turín, guía de, 178-80.
Urbanidad, ejemplos de, 752, 780. Vacaciones, ocupaciones en las, 120. 134.
— de Navidad, 495.
Vanagloria, castigos a la, 146. Vara, su simbolismo en los hogares, 19.
Vejaciones, protesta contra, 373. Verdad, amor a la, 327, 329. Vestidos, resorte en la educación,
17-18.
— pobreza en los, 993.
Vía crucis, amor al, 58.
Viajes, pobreza en los, 994.
— a Roma, 682.
Vidtico, acompañando al Santo,
121-22.
Vida interior, en Don Bosco, 559,
835, 884.
Vigilancia, como una madre, 22.
Vigilias, celo en la observancia de
las, 974.
Villancicos, los primeros en el Ora
torio, 162.
Vino, templanza en el, 139.
Violín, aprendizaje del, 70.
— renuncia Don Bosco a tocar el, 120-21.
Virgen, devoción a la, 389, 490, 891-92.
— ventajas de la devoción a la,
129, 147-48, 544, 671.
Virtudes, en la imitación de María, 771.
Virtudes teologales, su práctica en Don Bosco, 985.
Visión, el don de, 283, 755. Visitas, cómo se reciben las grandes, 794, 798.
Vocación, amor a la, 417.
— fidelidad a la, 128, 854, 877, 961.
— historia de una, 641-47, 721-25.
— obligación de seguir la, 386. — cómo orientarse en la, 104, 170-71.
Vocaciones, ambiente de, 508, 566, 906-08.
— medios para fomentar las, 581, 744-45.
— porcentaje de perseverancia de las, 510.
— resultado de las tardías, 613-16. — selección de las, 260, 428, 684. — sacrificios en pro de las, 26667, 508-09, 902, 979.
Voluntad de Dios, resignación a la, 287, 677, 744-45, 818.
Votos, los primeros emitidos en la Congregación Salesiana, 393.
(Como es obvio, no figuran en este Indice Dios ni las Personas de la Santísima Trinidad, la Virgen María, Don Bosco, Turín y Vaticano.)
Abbondioli, Pedro, 216. - Abrahazn, 512.-Aequi, 281, 450, 500, 502. - Adela, 840, 841, 980. Adriático, 29, 31.
Africa, 29, 584, 779, 817, 850, 1.036. -Agesilao, 79.-Agostini, 295.-Agustín, San, 118, 633.
Afine, Antonio, 565, 759, 785.
Air Lila, 626.-Airaldi, 750. Alasonatti, Victor, 311, 312, 314,
345, 372, 373, 374, 385, 410, 457,
908, 1.000.
Alassio, 424, 555, 564, 574, 594, 660, 671, 675, 692, 730, 748, 750, 761, 805, 806.
Alba, 281, 465, 557, 626.-Albano, 619.-Albenga, 666.
Albera, Pablo, 418, 448, 499, 512, 526, 555, 564, 579, 589, 729, 763, 785, 788, 802, 812, 820, 824, 832, 871, 889, 911, 991, 1.003, 1.004. Albert, red., 247.-Alberto, Juan, 777.-Albertotti, 829, 841.-Albugnano, 382.-Alcántara, F., 7. -Alejandro II de Rusia, 762. Alemania, 172, 542, 728, 729, 809. Alfiano, 123, 126.
Alfonso M.. de Lig., San, 73, 810. Alfonso V de Nápoles, 778. Alfonso XIII de España, 785. Alfonso Rodríguez, San, 436, 575. Alimonda, Cayetano, 513, 605, 606,
674, 727, 728, 736, 737, 741, 742, 743, 748, 789, 799, 814, 817, 822, 829, 835, 885, 882.
Allavena, Santiago, 586. - Allegro, 666.-Allievi, Serafín, 276. -Allievo, José, 661.-Alpes, 33, 407, 560, 597.-Altacomba, 311, 327.-Amadei, Angel, 5.-Amadeo VIII de Saboya, 33.-Amadeo IX de Saboya, 34.
América, 434, 435, 560, 584, 593, 609, 618, 619, 628, 646, 651, 658, 674, 677, 689, 743, 744, 801, 813, 850, 877, 909, 917, 931, 980, 1.010, 1.012, 1.024, 1.036.
Amicus, 697, 1.001.-Ana, Santa, 136, 164, 531.-Ancona, 457.- Ancud, 814. - Andalucía, 575, 576.-Andes, 813.-Andeis, 299. Aneyros, Mons. 585, 590, 643, 658. Anfossi, 382, 444, 445, 471, 891, 968.-Angélico, Fray, 465.-Angelis, 482, 483.-Angellini, 479. Anglessio, 282, 327, 371.-Angola, 799.-Angrogna, gral., -Alejandro, 334, 335.-Aníbal, 30, 32.- Anselmetti, 200.
Antonelli, 275, 479, 491, 492, 527, 532, 538, 1.037.
Antonucci, 457. - Aosta, 33. - Aporti, 232.-Appendini de Villastellone, 127. - Araguaya,
1.017.-Aramengo, 36.-Aranda, Miguel, 576.-Arconati, 276.- Arduino de Carignano, 123, 381. -Arenys, 764, 792.-Arenzano, 780, 761.-Argelia, 702.-Argentara, 407.
Argentina, 505, 507, 513, 570, 583, 585, 602, 605, 610, 618, 643, 662, 672, 678, 836, 910, 931, 942. Axiñano, 76. - Arnaud, Jacinto, 301. - Arona, 276. - Ars, 693, 878.-Artalda, José, 278.-Artiglia, 35L-Asia, 584, 817, 1.036. -Asquini, 618.
Asti, 11, 146, 339, 349, 509, 969, 972.
Atenas, 751. - Atlántico, 596. - Atzeni, Frco. 576.- Aubagne, 666, 678.-Audi.sio, 200, 547, 548. Austria, 29, 184, 251, 458, 529, 550, 584, 714.
Avigliana, 115, 137, 311, 908. Aviñón, 778. - Avogadro, 975. Ayacucho. - Azeglio, Máximo, 273. - Azeglio, Roberto, 249. Azul, toponhnico, 662.
Babilonia, 544.-Baccino, Juan B.,
586.-Balbo, Próspero, 772. Ballesio, Jacinto, 390, 448, 835,
907, 918, 941, 990.
Balmes, Jaime, 118, 119.-Bálzola, 514. - Banaudi, 87, 103, 183. - Barale, 434, 437. - Baravallc, 561, 562.-Barbania, 350.-Barberini, Enrique, 481.-Barberini, Teresa, 481,
Barbarie, Julio, 423, 473, 569, 575, 643, 728, 806, 821, 873, 958, 959, 1.017.
Barcelona, 565, 576, 579, 638, 758, 759, 761, 762-767, 769, 772-777, 780, 781, 783, 785, 786, 787, 789, 791, 792, 793, 796, 799, 800, 836, 1.015.
Bardella, 106. - Bardesono, 536, 558.-Barge, 103.-Baricco, 232. Barolo, marquesa de, 172, 174, 177, 182, 193, 196, 217, 221, 229, 250, 283.
Barranquilla, 308. -Barrera, 281. -Barretta, 262.-Bartoli, 111.- Barruel, 709.- Bartimetti, 881. -Bartolomé, San, 136.-Basignana, 755.-Bassano, 803,-Batersea, 582.-Baunard, 702.-Baviera, 550.-Beauvoir, 604, 611. Becchi, 11, 25, 35, 42, 43, 50, 58, 61, 66, 67, 69, 73, 84, 85, 145, 161, 193, 225, 316, 348, 382, 384, 666, 685, 709, 788.
Bechis, Juan, 76.-Belén del Pará, 606.-Bélgica, 581.-Belleza, señora, 230.-Bellia, Santiago, 261, 278.-Bellono, 281,
Belmonte, Domingo, 423, 760, 827, 873.-Belmonte, Esteban, 586.- Beltrami, Andrés, 802. - Benedicto XV, 403, 632.-Bengala, 799.
Banzo de Cavour, 201, 214, 215, 216.
Beobide, 7.
Berardi, 490, 510, 544, 658. Bérgamo, 276, 384, 385.-Berlín, 467, 542.-Bernardo, San, 633.- Bersa.no, 146. - Bert, Amadeo, 285.
Bertagna, Juan B., 136, 736, 833, 945, 1.038.
Berto, 459, 537, 546, 648, 688, 809, 875, 977, 1.002, 1.008.
Besangon, 842.-Bestente, 829. Besucco, Francisco, 389, 407, 408, 450, 635, 956.
Biale, 590.-Bianchi, Eugenio, 802. Biella, 156, 281, 286, 512, 626, 798.-Bilio, 618, 647.-Bini, 113. -Bisio, Juan, 958. - Bismarch, 539.
Blain, Miguel, 646.
Blanchi, José, 233.-Blanchier, 280. Blanchard, José, 88, 881, 958, 1.035, 1.036.
Blanco, 30.
Blanco, Jacinto, 350. Bobadilla, padre, 414. - Bocea, Federico, 280. - Boncompagni, Ludovisi, 478. - Bodrato, Francisco, 452,
596.-Boggero, Juan, 475.-Bogotá, 700, 785. - Bolandistas, 118.
Bologna, 466, 663, 664, 665, 670, 671, 832.
Bolonia, 660. - Bolofia, 531.- Bonelli, 829.
Bonetti, Juan, 385, 386, 387, 388, 390, 391, 392, 393, 413, 428, 448, 557, 559, 609, 669, 670, 677, 739, 746, 748, 753, 813, 824, 960, 964, 1.005, 1.008.
Bonfiglio Pittavino, 271.-Bonifacío de Saboya, 33.-Bonzanino, 197.-Bonzenino, José, 291, 342. -Boraggini, 686.
Bordighera, 307, 565, 574, 590, 666, 673, 679, 692, 804.
Borel, Juan, 128, 172, 173, 176, 182, 183, 190, 193, 194, 198, 200, 203, 206, 218, 220, 242, 246, 248, 252, 254, 262, 268, 351, 410, 492, 908. Borgaro, 132.
Borgo San Martino, 424, 521, 555, 990.
Borgoña, duque de, 33.-Borsare1- 11, 268.
Bosco, Antonio, 11, 24, 35, 37, 41, 52, 53, 62, 63, 71, 80, 258.
Bosco, Francisco, 11, 12, 35, 62. Bosco, José, 11, 80, 96, 137, 221, 344, 345, 346, 348.
Bosco, Santiago, 90, 104, 124.-Bosio, 122.- Boston, 602. - Botta, 223, 662.-Bouillé, 698.-Bouille, Mauricio de, 698.-Boullay, 706. - Bourgogne, 747. - Bouvoir, 514.
Branda, Juan, 576, 577, 578, 579, 756, 757, 758, 759, 763, 764, 788,
* 789, 790, 791, 792, 793, 794, 795. Brandolin, 710.-Braniska, 761.-Brasil, 514, 606, 704, 799, 835.- Brescia, 458.-Brina, Juan, 147. -Brofferio, Angel, 331, 339.- Bronte, 569. - Brosses, 187.- Brossio, José, 882, 1.000.-Bruselas, 761.
Buenos Aires, 585, 590, 593, 596,
599, 600, 610, 613, 658, 659, 662, 748.
Buff a, 627.-Burdeos, 640.-Burzio, 100.-Busca, 738.-Bustillo, Basilio, 39.
Buttigliera, 50, 83, 85, 120, 173, 709.
Buzzetti, Carlos, 388, 454. Buzzetti, José, 214, 229, 244, 255,
260, 262, 263, 265, 278, 297, 301, 306, 430, 431, 432, 437, 460, 557, 992.
Byron, 29, 33.
Cafasso, San José, 55, 67, 86, 91, 96, 104, 109, 112, 113, 127, 137, 140, 149, 150, 151, 153, 156, 157, 160, 161, 165, 166, 167, 170, 171, 172, 173, 182, 187, 184, 204, 206, 220, 221, 223, 224, 257, 258, 278, 285, 351, 362, 368, 369, 376, 522,
583, 807, 988, 1.011, 1.016. Cagliero, Card., Juan, 166, 171,
261, 276, 290, 297, 302, 316, 336, 351, 411-414, 429, 434, 444, 450, 467, 468, 486, 487, 499, 504, 506, 513, 527, 572, 574, 575, 576, 579,
584, 587, 591, 592, 593, 597, 605, 611, 613, 615, 634, 635, 646, 647, 665, 672, 728, 741, 743-746, 772, 813, 814, 817, 818, 819, 821, 823, 825, 826, 827, 833, 834, 865, 876, 877, 909, 910, 964, 967, 985, 987, 999.
Calabiana, condes de, 533.-Calablana, mons., 381. - Calamato, Antonio, 599. - Calasanz, José, 782. - Calaviana, Luis, 800. - Calcagno, 460.-Calcuta, 771.- Calderari, 481. - Calixto, San, 361.-Callegaris, Teresa, 845. Calosso, José, 50, 52, 55, 56, 62, 85, 73.
Calosso, Juan, 146. - Calvarcar, 119.-Calvino, 286.-Camburzano, 878.-Camogli, 689.-Canadá, 581, 582.-Canavesado, 31.-Cándida, sor, 774. - Cándido, San, 966. - Canelli, 173. - Cannes, 673, 692, 761, 762.-Canón,
878.-Cantil, César, 800.-Cape. celatro, 835.
Capriglio, 11, 20, 21, 35, 36, 37, 126.
Caracas, 779. - Caramagna, 413, 484. - Caravita, 478, - Carhul, 597. - Carignano, toponímico, 260.
Carignano, Eugenio de, 252, 393.
Caries, Joaquín, 796, 797.-Carlos, de Marsella, 889. - Carlos, de Turín, 263, 264, 265.-Carlos I de España, 29, 33.-Carlos VII de España, 712, 713. - Carlos III, Duque de Saboya, 33.
Carlos Alberto, 82, 181, 207, 215, 248, 249, 251, 255.
Carlos Félix, 67, 181.-Carlos I de Wurtemberg, 762.-Carmagnola, 405.-Carmela, Gargallo, 738.-Carmen de Patagones, 598.-Caronno, 244, 430.
Carpan, Jacinto, 196, 210, 228, 248.
Carrhué, 662.-Cartagena, 1.012.Cartier, Luis, 571,
Casale, 339, 381, 450, 509, 533, 911, 969.
Casazza-Ricardi, 279. - Caserta, 762.- Cassini, Vakntín, 686. - Castagnole, 122. -Castaño, Juan, 6.
Castelnuovo Don Boscoo, 11, 35, 36, 55, 66, 67, 69, 73, 76, 81, 83, 86, 87, 90, 91, 96, 106, 116, 125, 173, 224, 225, 226, 257, 290, 332, 344, 383, 411, 836, 1.022.
Castel San Giovanni, 845, 847.- Catalá y Albosa, 767, 836.-Catalina, Santa, 683. Cataluña, 764, 780.-Catania, 569.-Caterini, 618.-Cattaneo, Angel, 385. -Cattino, Agustín, 285.
Cavour, toponímico, 412.
Cavour, Camilo, 201, 273, 329, 379, 380, 862.
Cavour, Gustavo, 201, 253.
Cays, Carlos, 350, 369, 571, 641, 642, 644.
Ceearelli, 585.-Celle, 556.-Cenci, Pedro, 437.-Cerdeña, 34.
Cerda, Eugenio, 5, 6, 39, 472, 474, 570, 572, 681.
Cerruti, Francisco, 416, 417, 443, 445, 555, 564, 594, 634, 760, 761, 889, 910, 941, 963, 970, 1.032. Cerrutti, José, 228.-Cerrutti, Santiago, 301.-Cervino, 30.-César, 563.-Cesari, 111.-Cesaro, 569. - Cette, 761.- Cibrario, conde, 901, 1.029. -Cibrario, Nicolás, 452.-Cicerón, 95, 102.
Cinzano, toponlmico, 124, 125, 127, 162.
Cinzano, sac., 96, 97, 104, 105, 122, 123, 136, 137, 142, 149, 160, 226, 257, 383.
Cirié, 981. - Civitavecchia, 353. Clara, 626.-Claret, San Antonio M.., 547.-0/amante, San, 309.-Clemente VII, 778. - Cocchi, Juan, 256.-Codolar, Luis, 779. - Codolar, Teresa, 779. - Coll Font, Antonio, 768, 769.-Colle, conde, 729, 988.
Colle, Luis, 726, 1.013, 1.017, 1.019, 1.020, 1.021, 1.023, 1.024, 1.026, 1.027.
Collegno, toponímico, 364.-Collegno, Luis, 269, - Colombia, 308, 565, 602. - Colorado, río, 611, 662.-Comboni, 584.-Comillas, marqueses de, 774.-Como, 513. Comollo, sac., 104, 128, 132, 133, 171.
Comollo, Luis, 97, 98, 104, 114, 115, 117, 124, 126, 184, 954.
Comotti, José, 152, 181, 217.-Concenar, 778.
Concepción de Chile, 613, 614.- Confaloniere, 627, 694.- Congo, 779.-Consolini, 1.037.-Constantino el Grande, 32.--Contratto, 500. - Coosens, 823. - Coria, 1.034.-Cornelio a Lápida, 118.- Cornelio Nepote, 102. - Corsi, 535, - Corson de París, 689. - Corta.zzone, 382.-Costa, 262.-
Costamagna, Luis, 412. Costamagna, Santiago, 412, 429. 452, 484, 505, 560, 595-600, 602, 604, 605, 661, 662, 716, 893, 942. Constantinopla, 362.-Cotalba, 778. -Cotta, 211, 450.-Cotta, José, 279, 281.-Cottino, 58, 59. Cottolengo, San José Benito, 152, 181, 217, 371, 990.
Crispi, 539, 649, 834, Croveglia, 120. Cuba, 779.-Cumino, mons., 798.-Cumino, Tomás, 96, 99.Czartoryski, Adán, 104, 721. Czartoryski, Augusto, 712, 721, 723, 724, 725, 809, 821.
Czartoryski, Ladislao, 723, 724. Chalona, 571.-Chambery, 33, 180, 1.036.- Champión, 807. - Charrette, 716. - Charvaz, mons., 335.- Cherasco, 495, 551, 555, 563, 910,-Chiara, Luis, 662.- Chiaveroti, mons., 211.- Chiaves, 261, 286.
Chieri, 61, 62, 75, 76, 78, 80, 87, 90, 95, 96, 102, 103, 108, 112, 114, 123, 135, 138, 141, 168, 226, 257, 424, 508, 881.
Chicas., mons., 740, 798.
Chile, 583, 602, 613, 614, 815, 835, 931.
Chimborazo, 413.
China, 609, 799, 801, 802, 961. Choele-choel, 598.
Daghero, sor, 675.-Daghero, José,
735.-Dalmau, profesor, 769. Dalmazzo, Francisco, 565, 969,
1.000, 1.006, 1.036.
Damas, vizconde, 661. - Daniel, 1.011.-Dante, 90, 863.-Dassano, 67, 84.-David, mons., 990.-De Agostini, 1.013, 1.014. - De Andrea, mons., 473.-De Angelis, card., 975.-Deasti, 830.-De Combaud, 693. - D'Espiney, 5, 1.037.- Dellaporta, Carlos, 198. -Della Volpe, mons., 682.-De Macado Costa, mons., 606. De Maistre, Ernesto M.', 750.
De Maistre, Javier, 178.
De Maistre, José, 691, 710, 804. De Maistre, Pablo, 480, 524.
De Maistre, Rodolfo, 353.-Denti, Luis, 843.-Depretis, 660, 982.-Des Ambrois, 331.-De Sanctis, 317, 318.-Desprez, card., 602.-De Vecchi, 467.-Diarnoncl, Patricio, 581.-Diano, Marina, 750. -Dijon, 710.-Diocleciano, 356.
* Di Pietro, card., 618. Dogliani, 429, 434, 435, 437, 683.
710.-Dollinger, 542. Domingo de Guzmán, San, 575,
908.
Donnellau, 581.-Dora Saltea, 31, 262.-Dora Riparia, 31.-Doria, joven, 485.
Dorotea de Chopitea, 576, 579, 758, 764, 765, 767, 777, 781, 784, 790795, 849.
Doutreloux, 582, 813.-Du Boys, 5.
* Dufour, Mauricio, 760.
Dupré, José, 235, 285, 300. Durando, Celestino, 342, 415, 445,
499, 632, 634, 661, 755, 802. Ecuador, 505, 602, 808, 826.
Egaña, Eladio, 7.-Eleazar, 67.- Eleonori, 733.-Eliseo, 380.-Enguien, conde de, 32.-Enria, Pedro, 336, 437.
Enrique V de Francia, 712, 714, 716, 717.
Entraigas, Raúl, 413, 615.-Eridano, 30.
España, 30, 161, 523, 550, 560, 572, 575, 576, 581, 638, 681, 689, 712, 726, 756, 760, 762, 764, 773, 783, 790, 795, 835, 849.
Espinosa, mons., 596, 597, 600, 662.
-Esquilino, 674, 679. - Estados Unidos, 602.-Este, toponimico, 567, 660. - Etiopía, 584. - Eu, condesa de, 704.
Europa, 178, 179, 313, 363, 375, 434, 435, 552, 683, 801, 809, 813, 850, 1.010.
Faena, 569.
Fagnano, José, 452, 560, 586, 604,
605, 611, 612, 614, 662, 667, 772. Falletti de Barolo, 172.
Fantini, Luis, 267.
Farigliano, 415.
Farini, comendador, 380.
Farini, Luis, 367, 372, 375, 776, 378, 379.
Fassati, Domingo, 285, 289, 327, 593, 998.
Fassati, Manuel, 463.
Fassati, María, 285, 903.
Fassio, Gabriel, 284.
Felipe Neri, San, 207, 405, 452, 465, 904, 919, 921, 936.
Fellu, Bartolome, 764.
Fenestrelle, 103, 271, 272, 487. Fernando, duque de Génova, 330. Fernando VII, 779, 785.
Fernando II de Nápoles, 980.-Ferino, 482.-Ferré, mons., 911. -Ferri, 445, 446.
Ferrieri, card., 605, 606, 640, 644, 646, 732, 739, 740.
Fierro, Rodolfo, 7.-Filippelli, hermanos, 199, 202. - Filipello, Juan, 35, 76, 193.-Filippi, 230, 372, 380.-Filomena, sor, 828.- Fissore, 740, 830.-Flandes, 785. -Flandrin, señorita, 687.-Flavio Josef o, 118.-Fleury, 118. Florencia, 308, 458, 489, 494, 527, 528, 529, 530, 531, 534, 569, 675, 689, 718, 946.
Foglizzo Canavese, 801, 807. Fossano, 73, 281, 626. - Fraissinous, 118.
Francesia, Juan, B., 316, 384, 414, 437, 445, 476, 477, 478, 482, 495, 632, 805, 831, 877, 910, 964, 975, 980, 1,015.
Francia, 29, 33, 119, 274, 418, 448, 507, 523, 542, 543, 544, 550, 560, 570, 572, 579, 581, 633, 658, 660, 663, 671, 674, 681, 687, 689, 692, 701, 703, 710-715, 718, 719, 729, 731, 780, 802, 807, 809, 824, 832, 835.
Francisco de Asís, San, 207, 908, 993. 998.
Francisco I de Francia, 29, 33. Francisco Javier, San, 414. Francisco V, duque de Módem,
478.
Francisco II de Nápoles, 478, 526. Francisco de Paula, San, 714. Francisco de Sales, San, 139, 177,
182, 253, 278, 351, 613, 619, 629,
647, 672, 727, 835, 860, 892, 920,
921, 967.
Franco, José, 644.-Franchi, card., 585, 618.-Franqueville, 696. Fransoni, Luis, 73, 104, 136, 140, 153, 161, 171, 176, 190, 202, 206, 211, 225, 234, 246, 248, 258, 267, 270, 271, 272, 273, 281, 282, 295, 309, 310, 351, 356, 367, 375, 379, 380, 464.
Frassatti, marqués, 306, 329. - Frejus, 644, 645, 728.-Froebel, 931.-Froshdorf, 714, 716.-Fulgencio de Carmagnola, 207. - Fusero, Bartolomé, 448.-Gaeta, 257, 274, 355.-Gagliardi, 211.- Galletti de Alba, mons., 547, 557.
* Gamerro, Luis, 727.-Gárate, hno., 436. - Garbellone, Juan, 437.-García Hoz, 953.
Garelli, Bartolomé, 154, 156, 754. Garibaldi, 862, 893. - Garigliano, 109.-Garino, 633, 634.
Garrone, Evasio, 437, 838, 1.008. Gasparri, 853.-Gassino, Juan, 380. Gastaldi, Lorenzo, 110, 137, 138,
189, 256, 268, 269, 346, 465, 484,
533, 536, 542, 547, 553, 556, 626,
727.
Gastaldi, Margarita, 228, 346, 903. Gastini, 255, 261, 278, 428, 429, 474, 555.
Gatti, 372, 444, 445, 446, 449. Gaude, card., 359, 360.--Gaume, 633.-Gavetti, 288.-Gavina, 569.
* Gazzano, José, 85. - Gazzolo, 585, 586, 587.-Gerini, marquesa, 458. - Ges, 33. - Gelabert, María Angeles, 779. - Gélida, marqués de, 764.-Gerona, 797. -Ghiraldi. mons.. 484.
Ghivarello, Carlos, 387, 420, 467, 499, 501.
Giacomelli, Juan Francisco, 115, 117, 124, 128, 137, 138, 156, 165, 198, 218.
Gianduia, 877.-Gianotti, Juan Antonio, 85. Giaveno, 123, 275, 380, 381, 424, 844.-Giletta, coponimico, 350.-Ginebra, 892.-Ginés de Angullels, san, 777.- Gioberti, 235. - Gioia, Vicente, 566.-Giordano, Félix, 702.-Giriodi, conde, 998.-Girona, 794. - Giusiana, Domingo, 84, 85, 141.-Goitre, José, 576.-Golzio, Félix, 149.-Gonella, 232.-Grado, 828.-Graña, Juan B., 481.- Grafía, Manuel, 7. - Grasselli, 368, 370.-Grassino, Juan, 146, 755.-Grasso, 368.-Gratry, 542. Gregorio XVI, 161, 219, 515. Greuelle, 701.-Gribaudo, 488.- Grignaschi, Antonio, 338, 339. - Grisar, 514.-Grosso, Juan, 435, 686.
Guala, Luis, 104, 149, 150, 151, 152, 157, 161, 164, 165, 170, 171, 257.
Guanella, 171, 257, 512, 513.
Guartalla, 975. - Guastala, toponimico, 531.-Guayaquil, 826.- Guibert, card., 694.
Guidazio, Pedro, 426, 427, 452, 569. Guillermo de Prusia, 730.-Gulol, 571.-Gurgo, Segundo, 336. Haraud, 570.-Harmel, León, 807. -Henrion, 118.-Hlond, Augusto, 725.-Hohenzollern, princesa de, 762. - Holanda, 726, 784. - Honán Meridional, 385.-Hong. Kong, 584, 771.-Horacio, 102.- Horta, 777.-Hostafranchs, 759. - Hugo Wast, 781. - Humberto III de Italia, 34, 435.-Humbold, 29.-Hungría, 726.-Hyéres, 102, 689, 1.024.
Ignacio de Loyola, San, 575. -- Imola, 219.-Incisa, conde, 824. - India, 584, 609. - Indostán,
584.-Inglada, Isidoro, 779. Inglaterra, 542, 580, 681, 729. Iquique, 809.-Isalas, 809.-Isidoro de Sevilla, San, 575.-Isla Grande, en Argentina, 612.-Israel, 626.
Italia, 28, 29, 31-34, 141, 178, 179, 253, 274, 295, 313, 340, 374, 418, 421, 432, 434, 453, 457, 458, 467, 507, 508, 523, 530, 543, 545, 546, 560, 565, 572, 582, 588, 594, 623, 631, 632, 633, 638, 643, 646, 658, 679, 689, 726, 730, 738, 773, 780, 802, 803, 832, 835, 850, 909, 954, 980, 1.017.
Ivrea, 295, 339, 542, 801, 835, 965. Jacob, 1.011.-Jacobini, mons., 605, 658, 741.-Jalleti, mons., 548.-
Jenofonte, 633. Jerónimo, San,
118, 633, 778.-Jerónimo, Emiliano, San, 835.-Jerusalén, 497, 626.-Jonás, joven hebreo, 89.- Jona Adolfo, 703.-Jónico, 29.
* Jorge, 772.-José, hijo de Jacob, 1.011.
José, San, 407, 772, 892, 1.011. José de Calasanz, San, 835. Joseflna, 640, 641.-Josi, card., 360. Jover, Joaquín, 764.-Juan II de Aragón, 778.- Juan de Avila, beato, 575.-Juan Bautista, San, 253.-Juan Bautista de la Salle, San, 835. - Juan Bautista de Rossi, San, 966.-Juan Bautista Vianney, San, 693.
Juan de la Cruz, San, 400, 1.008. Juan de Gabastida, 778.-Juan Ro
berto, 66, 70.-Julia, 775, 776.
Juvenal, 631.
Kirby, 582.
Labat y Martínez del Campo, 573.
* Lacqua, José, 36, 37, 73, 147.- Lagnasco, 966. - La Marmora, 272, 329.-Lamberti, 529.
La Navarra, 644, 666, 670, 693, 763.
Lanteri, 95, 437.-Lanza, Juan 350, 528, 529, 534, 535.
Lanzo Torinese, 161, 186, 247, 416,
425, 433, 452, 457 466, 496, 522, 535, 537, 551, 560, 568, 599, 631, 644, 751, 805, 876, 981, 983, 1.001.
Las Piedras, 595.
Lasagna, Luis, 429, 560, 595, 594, 779, 799, 800, 801.
Laverende, 7.
Lavigerie, card., 496, 570, 702, 751. Lavriano, 145.
Lazzero, José, 420, 615, 643, 695. Lemoyne, 56, 74, 105, 419, 425, 427, 428, 429, 498, 599, 611, 614, 627, 634, 645, 735, 739, 822, 903, 910, 1.010, 1.016, 1.030, 1.031. Lenci, Juanita, 844.-León XII, 50. León XIII, 424, 496, 519, 582, 595, 607, 650, 652, 653, 654, 660, 676, 680, 682, 685, 689, 690, 720, 721, 723, 735, 740, 741, 803, 835, 836, 1.033, 1.037.
Leonardo, 1.031.-Leopoldo II de Toscana, 478, 549. - Lepanto, 434.-Lerma, toponimia°, 427.-Lesa, 276. - Lesseps, Fernando, 695.-Leto, mons., 626, 826, 833. -Levone Canavese, 122.-Lieja, 582, 813, 814.
Liguria, 313, 382, 566, 674, 688, 750, 803.
Lila, 571, 638, 697, 761, 763. Lima, 1.037.-Liorna, 353. Lombardía, 437, 466, 532, 674. Londres, 485, 581, 720, 806. Lorenzone, Tomás, 464--Loreto,
468, 774.-Losanna, 286. Lourdes, 468, 719, 848, 906.-Luc
ca, 572, 660. 680.-Ludovico de
Casoria, 666.
Lucía Matta, 74, 75, 77, 81, 84, R6. Luis XI de Francia, 714.
Luis Gonzaga, san., 219, 220, 235, 248, 253, 255, 284.
Luisa de Saboya, 34.
Lutero, 286.-Lynch, 581.
Lyón, 467, 487, 693, 709, 1.013. Lluch y Garriga, Joaquín, 572. Macchi, 733.-Maccolini, Ana, 847.
-Madagascar, 771.
Madrid, 7, 467, 764, 766, 787, 927. Maffi, Pedro, 839.-Magenta, 364. -Mágida, 606, 833, 909.-Magliano Sabino, 735.-Magnasco, mons., 760.
Magone, Miguel, 398, 403, 405, 406, 450, 954.
Majencio, 32.-Málaga, 576. Malón, Antonio, 514, 1.017. Malbarco, 614. - Malinas, 542,
823.-Malusardi, 372.-Malvinas,
613. 662. - Mamiani, Terencio,
375.
Manacorda, Emiliano, 482, 528, 546, 626, 856, 893.
Manaj, José, 843. - Mancara, 1.000. - Manning, card., 652. Manuel Filiberto de Saboya, 33. - Manzoni, Alejandro, 276. - Marassi, 555, 556. - Marchetti, mons., 118, 119.
Marenco, Juan, 565.
Margarita, Mamá, 11, 12, 13, 14, 16, 18, 19, 20, 21, 23, 24, 25, 26, 35, 36, 37, 38, 42, 43, 45, 46, 82, 63, 66, 68, 73, 75, 76, 84, 86, 87, 90, 91, 105, 221, 226, 228, 236, 239, 240, 241, 242, 243, 244, 248, 265, 280, 281, 291, 304, 314, 315, 334, 346, 348, 812, 903.
Margarita Poutrainne, 878.-Margarita de Saboya, 34, 330. - Margotti, 542.-María Adelaida, 282, 285, 331, 459.-Maria Amparo, 721.-María Cristina, 764, 785.-María Josefa Amalia, 785. -María José, 843.-María Leticia, 486.
María Mazzarello, Santa, 501, 502, 505, 506, 646, 674.
María Pía, 393.-María de Portugal, 778.-María Teresa de Nápoles, 478.-María Teresa de Saboya, 285, 329, 980.-Mariana, señora, 148.-Mariana de Saboya, 813.-Marietti, Pedro, 490. -Marini, card., 359, 360.-Marmorito, 382.-Marquina, Eduardo, 785.
Marsella, 103, 421, 571, 607, 638, 640, 643, 660, 663, 664, 665, 666, 670, 671, 672, 687, 693, 729, 746, 748, 749, 750, 763, 764, 767, 792, 802, 812, 820, 824, 871, 878, 899, 914, 991, 1.004.
Martí-Codolar, Angeles, 786. Martí-Codolar, Javier, 786. Martí-Codolar, Luis, 777, 779, 780,
782, 783, 785, 786, 849.
Martí, Luis, 779.
Martí Pujadas, Miguel, 779.-Martín Gelabert, Luis, 779.- Martín de Tours, San, 586. -Martina, Francisco, 59.-Martindale, Cirilo, 720.-Mascali, 569.-Massaia, 835.-Mastai Ferretti, Juan María, 219.-Mateo, Antonio, 6.-Mateo, Fleco, 197.
Mathi, 514, 627, 631, 751, 752, 758, 878, 988.
Maurinne, condes de, 33.-Máximo, San, 271.- Mayor, lago, 30. - Mazzola, 755.-Mediterráneo, 29, 34.-Meille, valdense, 296.-MeIanotti, 186.-Melegnano, 364.- Melino, 339. - Mella Arborio, 627. Menard, José, 701.-Méndez y Gualaquiza, 413.-Mendizábal, 778.-Mendre, 687.-Menéndez y Pelayo, 933. - Mentón, 692. -- Mercedes de Patagonia, 598.-Merla, 208, 209.-Merode, mons., 356, 679.-Michele, 570.-Mila José J., 779.
Milán, 156, 276, 458, 533, 539, 630, 660, 800, 999.
Milanesio, 514, 604.-Milo, 1.031.- Minghetti, 537.-Mino, 877.
Mirabello, 381, 396, 425, 448, 455,
457, 466, 551, 555, 560, 604, 946, 960.
Módem. 478.-Moglia, Dorotea, 56, 57, 135.- Moglia, Jorge, 134. Moglia, José, 59.-Moglia, Juan, 59.-Moglia, Luis, 56, 59, 60, 61. -Moglia, sacerdote, 61, 69, 70.- Mogliano Véneto, 567. - Molo-gil°, 148. Moisés, 545.-Moline
ro, Bartolomé, 586.-Monabrea, 489.
Mónaco La Vallada, card., 521, 647, 680.
Moncalieri, 283. -Moncucco, 69, 349, 382, 384. - Mondonio, 69, 349, 384. - Mondoví, 281, 450, 484, 563.
Monferrato, 31, 338, 382, 459, 499, 560, 568, 593,
Moulins, 693.-Montalla, 261, 382, -Montaldo, 113. - Montebello, 364. - Montebruno, Francisco, 348. - Montemagno, 450, 593. - Montesquieu, 178. - Montevideo, 593, 595, 646. - Monti, 90. - Montmartre, 709.
Montmorency, duquesa de, 289, 965.
1Wontpellier, 729, 761, 797, 921. Montpetit, 807.-Montuardi, 211.-Morenas, señora, 673.-Moreno, mons., 281, 295.-Moretta, Juan Antonio, 196, 199.- Morgadas Gil, 767.-Morganti, 880.- Moriondo, 56.
Mornese, 427, 499, 500, 501, 502,
504, 506, 567, 596, 646, 674, 920. Munich, 751.-Munster, 751.-Mu
ñoz, Enrique, 573.
Murialdo, 14, 44, 48, 50, 52, 54, 65, 81, 91, 145, 146, 149, 161, 307, 709.
Murialdo, Leonardo, 351, 1.031.- Murillo, 465.-Mussolini, 853.- Mustafá Domingo, 487. Nahuel-Huapi, 677. - Nannerini, conde de, 479.-Napoleón I, 28, 30, 32, 478, 1.037.-Napoleón, III, 526. - Nápoles, 417, 526, 666, 738, 980, 981.-Nasi, Luis, 163.- Nasi, Vicente, 204. - Nazari, mons. 533.
Negro, río argentino, 611, 613, 662, 746.
Nepomuceno Nuycz, 332.-Nepote, Cornelio, 79.-Neto, Basilio, 606. Netro, condes de, 533. - Newcastle, 719.- Nicótera, 982. -
Nieto, P. Teodoro, 6,-Nilinse, barón de, 331.-Nina, Lorenzo, card., 660, 690, 742. 1.036.
Niza Maritima, 33, 513, 638, 664, 666, 670, 672, 673, 675, 679, 728, 730, 748, 750, 761, 762, 789, 791.
Nizza Mónferrato, 414, 506, 535, 567, 570, 571, 640, 657, 674, 675, 679, 692, 753.
Nona Torinese, 418, 419, 911. Norfolk, duque de, 582, 584, 712, 717, 719, 822.
Norfolk, Bernardo, 720. - Nota, Alberto, 103. - Notafia, toponímico, 72.
Oberti, Ernesto, 578. - Occhiena, señor, 332. - Occhiena, Maria Ana, 544.- Occhiena, Mariana, 36.-Occhiena, Miguel, 61, 62.- Octavio, 195.-Oddone, Juan Antonio, 456.- O'Grady, Patricio, 581.-Olaechea, Marcelino, monseñor, 759.- Olga Nicolaiewna, 762. - Olive, Ludovico, 802. Oreglia, card., 650.
Oreglia, caballero, 392, 464, 482, 635, 996.
Oreglia, José, 484, 957.-Oristán, 843.-Orleáns, 542.-Oropa, 280, 448.- Orta, lago, 30. - Ortalda, 275, 368.-Orte, 1.026.-Ortega, María, 700.- Ortúzar, Camilo, 6, 809.-Otón, duque de Monfenato, 459, -Ovidio, 102.- Ozanam, 181, 274.
Pablo, San 386, 588, 594, 595, 596, 690. - Pacchlotti, 203. - Padua, 458.-Pagella, 435, 467, 747.- Palazzolo, Carlos, 89.-Palestina, 778, 914.-Palestrina, 437.-- Palrnerston, 906.- Palo, toponimia°, 353, 362, 1.000.
Pallavicini, Ignacio, 269, 270. Pampa, 583, 596, 597, 610, 818, 662, 678, 838.
Pampirio, mons. 626.- Pamplona, 835. - Pancrazio, 208. - Pane, Carlos, 576.- Paraguay, 659. Paraná, 596.-Parini, 90.
París, 34, 467. 543, 544, 546, 571, 692, 693, 694, 895, 700, 702, 703, 704, 706, 707, 709, 710, 715, 721, 722, 723, 730, 761, 763, 777, 801, 809, 823, 835, 915, L024, 1.025.
Parizi, 385.- Parma, 466, 554. - Parrocchl, card., 733.
Pascual, Consuelo, 777, 780, 753, 786. - Pascual Inglada, Sebastián, 780, 783.-Pascual, Manuel, 777, 783, 849.-Pascual, Narciso, 764, 767, 790, 793, 849.-Pascual, Policarpo, 783.
Passavanti, 119.-Passerini, 561. Patagones, 598, 599, 601, 604, 611, 613.
Patagonia, 413, 583, 585, 596-600, 602, 604, 805, 610, 618, 662, 672, 678, 693, 726, 741, 746, 815, 838, 909.
Patrizzi, card., 360.
Pavía, 432, 748.
Paysandú, 628.
Pecchenino, 119, 633, 634.
Pecci, Joaquín, 649, 650.
Pecetto, toponímico, 125.
Pedro, San, 361, 626.
Pegli, 730.
Pelato, José, 1213,
Pelazza, 437.-Pemán, José María, 953.-Pekín, 771, 96l.-Pernet, 1.001. Perosi, 467, 747.-Perder, 664.-Perrone, padre, 548, 652.-Persia, 801.-Perú, 798, 1.038.- Perusa, 650. - Pesearmona, 96. Peschiera, 722.-Pestalozzi, 398, 931.-Pestarino, 499, 500, 505, 557.- Petrarca, 90. - Petronila, toponímico, 514. - Pettinengo, 336.-Peyron, Amadeo, 1.031.- Placenza, 549, 845.
Piamonte, 11, 12, 30, 32, 34, 96, 149, 150, 164, 172, 183, 184, 266, 295, 313, 331, 364, 382, 448, 475, 532, 533, 542, 568, 630, 674, 803, 831, 839, 877, 902, 944, 964. Planta, José, 86, 87. Picard, 661.- Fleco, Mateo, 291.-Pierre Monín, 693.-Pfienga, Catalina, 847.
Pinardi, Francisco, 208, 209, 210, 214, 218, 235, 239, 278, 280, 286, 453.
Pinerolo, 103, 316, 542, 988.
Pino de Asti, 382.-Pino Turinés, 420, 421.-Pinoli, 295.-Pio VII, 804.
Pio IX, 39, 219, 248, 255, 257, 274, 276, 285, 355, 356, 359, 366, 454, 456, 469, 477, 483, 489, 491-493, 495, 498, 499, 504, 507, 510, 517, 518, 526, 527, 552, 553, 554, 555, 557, 568, 585, 623, 624, 627, 633, 639, 643, 646, 647, 648, 650, 652, 653, 658, 679, 680, 828, 894, 966, 1.030, 1.033, 1.037.
Pio X, 349, 403, 412, 435, 540, 747, 867, 884.
Pbo XI, 55, 403, 630, 652, 840, 843, 886, 1.007, 1.038,
Pbo XII, 403, 507.
Pio Delicati, mons., 483.-Piombino, príncipe, 478.-Piovano, Luisa, 841, 842.-Pisa, 804, 839.- Plscetta, Luis, 849, 870.-Pelato, José, 128.-Pittavino, 273.-Platón, 633.
Po, río, 30, 31, 163, 178, 179, 259, 667.
Pogliano, Domingo, 89, 100.-Polonia, 704, 721, 725, 726.-Pons, 769.-Ponte, Pedro, 268.-Ponza de San Martino, conde, 272.- Ponzano, toponimico, 147, 148.
* Ponzati, 204, 234, 244.-Portalis, 701.- Portbou, 763, 764. Portugal, 168, 550, 576, 726.- Prialinis, 123.- Prieri, 445. - Primeglio, toponímico, 382. - Provana di Collegno, José, 215.
* Provera, 396, 448, 452.-Provina, sor, 844.-Prusia, 458, 550, 730.-Pugno, 296.
Puntarenas, 613, 614, 616, 1.002. Puy, 487.
Quersoneso, 309.- Quinto Curdo, 102.-Quirinal, 479.-Quito, 602, 806.
Rabagliati, Eugenio, 720.
Rabagliati, Evasio, 412, 560, 596, 613, 614, 1.033, 1.034, 1.038. Rampolla, caed., 835. - Randazzo, 426, 427, 435, 568, 569.-Ranello, toponimico, 413.-Rapallo, 731. Rattazzi, Urbano, 310, 311, 320, 321, 322, 329, 330, 331, 332, 340, 350, 352, 375, 486, 922, 923, 976. Ratti, Aquiles, 630. - Ravallini, 330.-Itavina, 258.
Rayneri, José, 232, 278.
Reano, Santiago, 388, 1.030. Recasens, José, 758, 759, 767. Reggio, mons., 666. - Rennes,
1.003.
Reviglio, Félix, 244, 261, 272, 278, 300, 351, 873.
Ribaudi, 301.
Ricardi, mons., 464, 494, 495, 533. Ricasoli, 529, 530, 534. - Ricardi, condes, 990.-Ricci, mona, 477. -Richard, mons., 823.-Richelmy, 835.-Rigris, condes de, 536. -Rimini, 847.
Rinaldi, Felipe, 419, 512, 513, 514, 575, 769, 785, 912.
Rincón Grande, toponímico, 662.-Río de la Plata, 596, 779.-Rita, Santa, 949.-Rivalta, 104.-Riviera, 640, 803.-Rivoli, 364, 761. Rizzo, Emilio, 662.-Roberto Vidal.-782.-Roca, Julio, 597, 610, 678.-Roces, Luis, 805, 806. Rocchietti, 351.
Rolhand, señorita, 673, 689. Rollini, 830, 1,015.
Roma, 32, 42, 156, 196, 217, 309, 352, 553, 360, 362, 401, 422, 464, 476, 478, 482, 483, 486, 489, 490, 510, 511, 513, 521, 526, 527, 528, 530, 532, 534, 535, 537, 538, 512, 543, 545, 551, 553, 554, 566, 569, 580, 581, 582, 587, 607, 623, 624, 639, 643, 646, 649, 652, 660, 661, 666, 674, 676, 679, 680, 682, 683, 687, 689, 723, 728, 729, 731, 736, 749, 755, 781, 919, 980, 1.000, 1.001, 1.028.-Romero J., 7. Romilli, 276.-Roncallo, sor Elisa,
920.-Ronchall, José, 487, 570, 664.-Ropolo, 121.-Roque, San, 124. - Rorá, Manuel Lucerna, 393.-Rosa de Lima, santa, 726. -Rosa Tarragona y Dora, 769. Rosaz, mons., 824. - Rosmini, Antonio, 247, 275, 276, 278.- Rossi, José, 432, 433, 572.-Ressi, Luis, 232, 388.-Rossi, Marcelo, 435, 436, 437.-Rostagno, José, 644.-Rostand, Julio, 660. -Rota, mons., 531, 975.-Rousseau, 398.-Rúa, Juana María, 344.
Rúa, D. Miguel, 5, 167, 192, 202, 262, 290, 291, 316,• 343, 351, 352, 354, 355, 356, 362, 363, 364, 365, 380, 385, 387, 410, 411, 419, 424, 425, 429, 433, 448, 450, 457, 458, 461, 465, 466, 471, 486, 487, 488, 499, 524, 547, 551, 570, 574, 575, 599, 602, 670, 671, 685, 695, 709, 742, 753, 757, 758, 772, 781, 785, 788, 797, 802, 804, 807, 809, 814, 819, 821, 823, 825, 826, 827, 829, 832, 837, 839, 863, 867, 872, 874, 878, 883, 884, 885, 887, 889, 904, 909, 957, 992, 997, 1.003, 1.028, 1.031, 1.032, 1.036.
Rúa, señor Luis, 368.
Ruffino, Domingo, 185, 375, 387, 390, 392, 424, 425, 426, 428, 448, 452, 1.029.
Rusia, 350, 762.
Saboya, casa de, 32, 33, 34, 180, 326, 327, 330, 364, 571.
Saccardi, Ernesto, 960.- Sacchi, 283.-Sagnier, marqués de, 796. -Saint Cyr, 666, 670, 693, 704.- Saint Genest, 695.-Saint Fierre, 702.-Saint Seine, 710,
Sala, Antonio, 167, 416, 426, 452, 823, 829, 1.005.-Salomón, 826, 874.
Salotti, card., 884.-Saluggia, 416. -Salustio, 102.- Saluzzo, 273, 281, 465, 484, 533, 536, 542, 547, 966.-Samaria, 833.
Sampierdarena, 512, 513, 555, 563,
564, 589, 630, 657, 692, 730, 748, 750, 760.
San Benigno Canavese, 568, 638, 791, 806.
San Ignacio, Santuario, 161, 165, 171, 247, 262, 344, 425, 525, 561, 562, 946, 984, 1.001.
San José del Valle, 770.
San Nicolás de los Arroyos, 585, 586, 590.
San Quintan, 33.
San Remo, 692.
San Segundo, 623, 624.
Santa Cruz, 611.-Santa Margarita, toponimia°, 749. - Santarosa, 27L - Santiago de Chile, 615, 770, 771, 800.-Sardá y Salvany, 767.- Sardi, 301.- Sarria., 572, 579, 759, 764, 765, 767, 769, 772, 773, 775, 776, 780, 783, 784, 786, 789, 791, 792, 796, 849.
Sartoris, 96, 105.
Sassari, 85, 216, 217.-Sassi, diácono, 131, 217.-Sassi, toponímico, 194.
Savigliano, 966.
Savio, Angel, 327, 328, 332, 413, 444, 460, 486, 488, 499, 611. Savio, Ascani, 257, 308.
Savio, Domingo, Santo, 342, 349, 384, 401, 403, 404, 406, 415, 417, 450, 580, 878, 912, 945, 954. Savio, Evaslo, 71, 91.-Savonna, 585, 666, 761.-Sbarretti, card„ 521.-Scalabrini, 549. - Scalenghe, 146.
Scarampl, marqués, 526.-Scarzanella, 437.-Scavini, Bartolomé, 586. - Sciandra, mons., 504. - Sclopis, Federico, 269.- Sealsmundo, 33.-Segneri, 119.-Selmi, Francisco, 395. - Senislhac, 695, 697, 698, 703.-Serenelli de Verona, Francisco, 860.-Serra, José Maria, 577.-Servanzi, 713. -Sestri, 761.
Sebaste, 909.
Sevilla, 572, 574, 575, 578, 764, 1.034.
Sicilia, 34, 426, 568, 589.-Siccardi, 271.-Sieniawa, 722, 723.-Sigismondi, familia, 538. - Silvela, 766. - Silvio Pellico, 227.- Silvio Spaventa, 376.- Sismundo, 46. - Soave, 218, 230.-Sobieski, Juan, 721.-Sofía de Nápoles, 478, 981. Solesmes, 686. - Solms, condesa de, 730. - Solutor, 195.- Sora, duquesa de, 485, 980.-Spandre, mons., 972.- Spezia, Antonio, 453, 454.
Spezia, La, 420, 565, 574, 679, 689, 731, 738.
Spinardi, 523. - Spinola, Marcelo, 1.034.-Stakpool, 582.-Strambio, Aníbal, 103.-Stresa, 247, 275, 276, 278.-Stupinigi, 322.- Stura, río, 31.-Suiza, 29, 172, 266, 637.-Sunyer, conde, 777.- Sufier Sufier, 764. - Superga, 179, 199, 216.
Susa, 281, 332, 450, 456, 824. Sussambrino, alquería, 73, 84, 95, 134.
Svampa, card., Domingo, 482. Svegliati, mons., 493.-Svegliatti, 564.
Tácito, 102.-Tamagno, 412, 877.-Támesis, 582.-Tamietti, 633.- Tánaro, río, 31.-Tarditti, 1.000. -Tartaria, 817. - Tasso, 90.-Tebaida, 303.-Teodorico, 777.-Teresa, de la familia Moglia, 57. Teresa de Jesús, Santa, 400, 575, 576, 1.008, 1.011.
Ternavasio de Era, 109.-Tesino, 31.-Tesio, José, 85, 186, 187.-Testa, 754, 755, 816.-Tibidabo, 769, 786, 787.-Ticino, cantón, 496.
Tierra del Fuego, 583, 600, 602,
604, 612, 613, 662, 814, 820, 838. Tirino, 118.-Tito Livio, 102. Tolón, 693 729, 748, 750, 763, 988,
1.017, 1.026.
Tolosa, 602, 640.-Tomás de Aquino, Santo, 118.-Tomás, duque de Génova, 393.-Tomás de Vi
llanueva, San, 575. - Tornatis, Carlos, 283.-Tomatis, Domingo, 586.- Tommaseo, Nicolás, 340, 633.
Tonello, comendador, 476, 529, 530, 532, 533, 534.
Tonkín, 705.-Toronto, 581.-Torretto, Felisa, 1.009.- Tostan, 478, 803.-Toscana, duque de, 549.-Tosti, card., 361, 919.-Towianski, 339.- Trajano, 309. - Trecastagni, 569, - Trento, 806. -Tréveris, 923.
Trinidad, 619.
Trione, Esteban, 755, 1.007. Tua, 369, 371.
Túnez, 702.
Turco, José, 74, 122, 125, 281. Turco, padre de José, 74.
Turchi, 387.
Vaccarino, José, 83. - Vacquerie, 708.-Valdo, Pedro, 286.-Valencia, 576, 759, 778.-Valimberti, Eustaquio, 78.-Valparalso, 770, 772.
Valsálice, 422, 564, 565, 724, 755,
805, 806, 830, 831, 839, 844, 849, 910, 1.012.
Valsesia, 241.- Vallauri, Francisco, 285.-Vallauri, Pedro, 285.- Vallecrosia, 565, 679.- Vallase, Angela, 662.- Vanchiglia, 256, 267, 891.
Varazze, 502. 555, 556, 557, 564,
590, 591, 760, 910.
Varsovia, 721.-Vaud, 33.-Vecchi, 429, 434.-Vegezzi, 528.-Vella, J., 904.-Venecia, 458.-Véneto, 674.-Ventimiglia, 590, 666, 974. Vercelli, 511, 969. - Vercellino, 132. - Verdi, 412. - Vesoul, 842.
Vespignani, conde, 800. Vespignani, Francisco, 680. Vespignani, José, 426, 930, 931. Viarigio, 338, 339.
Vicente Ferrer, San, 773.
Vicente de Paúl, San 555, 835. Víctor Hugo, 705, 706, 707.
Victor Manuel II, 285, 289, 327
328, 330-333, 335, 350, 363, 364
413, 459, 528, 533, 647, 862. Victor Manuel III, 853. Victor Amadeo II, 200. Victoria, reina de Inglaterrá, 720
822.
Vich, 766, 767.
Viedma, 598, 601, 813, 835. Viena, 467, 529, 542, 721. Vigevano, 281.
Vigliani, 535, 537, 539, 977. Viglietti, Carlos, 685, 748, 749, 755,
761, 784, 803, 808, 812, 814, 816,
819, 998, 1.007, 1.033. Viladevall, 774.
Villa Colón, 593, 646. Villaescusa, Modesto, 6. Villafranca, 475.
Villanueva y Geltrú, 779. Viñas, Guillermo, 785. Violante, de Bar, 778.
Virano, Manuel, 67, 69.
Virgilio, 102. — Viri, condesa de, 712. — Vitelleschi, mons., 510. — Vogliotti, 381.—Vola, Ignacio, 211, 260.—Vola, Juan, 227.—Volpato, 269, 272.—Voltaire, 970.—Voltri, 599, 761.—Vulpián, 708, 715. Werner, Juan Nepomuceno, 751.— Winter, 610, 611, 613, 652. — Wolf, 291.—Wurtemberg, 762. Uguccioni, condesa de, 530.—Ulloa, Antonio, 573.—Ulloa, casa de, 572, 575.—Unia, Miguel, 514, 1.002. — Urgel, 769. — Urgen és, 758, 759. — Uruguay, 602, 618, 670, 799. — tJsseaux, 487. — Utrecht, 34.
Utrera, 572, 573, 576, 577, 578. Zanardelli, 982.— Zappata, 484.
Zaragoza, 468.—Zerfalin, 843. Ziggiotti, 785.
Zurich, 759.
INDICE DE CAPITULOS
CAPITULO PÁG.
Prólogo 5
PRIMERA PARTE
Del nacimiento al sacerdocio
I. — La escuela materna 11
II. — El medio-ambiente geográfico e histórico. . 28
III. — La primera orientación 35
IV. — El pequeño apóstol 42
V. — Pruebas y consuelos 50
VI. — Estudiante en Castelnuovo y en Chieri . . 66
VIL —En el Instituto 78
VIII. — Compañerismo 92
IX. — En el Seminario 106
X. — Vacaciones y regreso 120
XI. — Las órdenes Sagradas 134
SEGUNDA PARTE
Apóstol de la juventud
XII. — Los principios de una grande obra . . . . 145
XIII. El Oratorio. Avances 160
XIV.— Turín. El Oratorio Festivo. Contrariedades . 178
XV. — Acercándose a la meta 190