Famiglia Salesiana

La Pastoral Familiar un importante reto para la Familia Salesiana (es)

            La Pastoral Familiar un importante reto para la Familia Salesiana. 

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            Introducción

            Durante bastante tiempo he pensado qué se podía decir sobre la familia a un grupo como el vuestro. Un grupo interesado por el mundo de la familia que entiende del tema y tiene una notable experiencia en este campo. Me parecía que, en el fondo, poco nuevo era posible añadir a lo que sabéis y a lo que habéis vivido, y estáis viviendo, en vuestra particular experiencia familiar.

Lo que he escrito, lo he hecho pensando cual puede ser el futuro de Hogares Don Bosco después de cincuenta años de vida. Nuestra definición es clara y andamos sobrados de documentación; pensar, por ejemplo, en el último documento preparado por vuestro grupo titulado: “Marco Referencial para la Pastoral Familiar”.

Quizás lo que necesitamos es acertar con lo que tenemos que hacer. Por esto oriento toda mi charla hacia la elección de algunas cuestiones que nos pueden empeñar en este serio desafío pastoral que tiene la Iglesia. En el “Instrumentum laboris” del próximo Sínodo de Obispos, documento sobre la familia que no se puede olvidar, se nos invita a: “Encontrar soluciones concretas a tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar”.

            Mi particular desafío consistía en elegir algunas de “esas soluciones concretas” que fueran útiles para nuestro grupo. Las palabras del Rector Mayor, en el VII Congreso Internacional de María Auxiliadora del pasado agosto en Turín, me han ayudado a elegir unas cuantas. Confío que nos permitan mejorar lo que estamos haciendo por la familia. Sobre estas opciones puede girar el diálogo posterior.

            En la primera parte de mi intervención intento hacer una valoración de la familia, de manera particular en Occidente, subrayando algunas de las razones que nos pueden ayudar a comprender mejor lo que está sucediendo y lo que puede suceder en el futuro. Aunque mi propia inclinación vaya en otra dirección, intencionadamente, he centrado este análisis fijando la atención en la influencia que tienen sobre la familia orientaciones que se han desarrollado, sobre todo, en su vertiente negativa.

 

            1.- Situación de la familia. Orientaciones que están influyendo negativamente sobre la familia.

            El presente de la familia en Occidente y, posiblemente en gran parte del mundo, cuanto menos se puede considerar como delicado.

            No resulta exagerado decir que la familia por la que nosotros apostamos está perdiendo, o ha perdido ya, gran parte de su relevancia cultural y social. Es la familia que tantos llaman “familia tradicional” para indicar una forma ya superada de entender lo que es una familia.  Por el contrario, el futuro familiar parece encaminarse hacia un tipo de familia con el que se identifica cualquier relación afectiva y no sólo entre el hombre y la mujer. Lo preocupante puede ser que nos estemos acostumbrando a pensar que esto es lo normal y lo que tiene futuro.

            En el cambio tan rápido al que asistimos se está olvidando la historia y lo que la historia nos enseña. Es un hecho al que algunos califican como amnesia histórica y puede expresar bien lo que está sucediendo. Hasta hace unos años se hablaba de la familia como patrimonio de la humanidad, núcleo natural y fundamental de la sociedad, estructura que daba solidez a cualquier grupo social y aseguraba una necesaria y rica relación entre el marido y la mujer y de ellos con los hijos. En definitiva, una realidad social importante para que la persona pudiera crecer de manera armónica.

En este momento, no resulta fácil hacer uso de alguna de estas afirmaciones. Hay quien prefiere explicar el actual cambio que se produce en la familia como un cambio de valores. Otros consideran que la transformación que sufre la familia puede que no sea la del paso de unos valores a otros sino de una forma diversa de entenderla que resulta difícil calificar como positiva.

El dato real es que aunque en el deseo de muchos, teóricamente, la familia se considera un serio soporte de la sociedad, en la práctica, como nosotros la entendemos, tiene cada día menos relevancia y se encuentra más desamparada socialmente. La crisis de la familia puede ser más práctica que teórica.

            Si nos referimos a la influencia que la Iglesia tiene sobre la cuestión familiar, lo que se percibe no parece ser especialmente halagüeño. Da la impresión que la Iglesia tiene cada vez menos audiencia en el tema de la familia. Puede ser significativo lo que se indica en el  Instrumentum Laboris: “Solo una minoría vive, sostiene y propone las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia, reconociendo en estos la bondad del proyecto creador de Dios. Los matrimonios, ya sean religiosos o no, disminuyen y crece el número de separaciones y divorcios” (7). El Papa llega a decir que se ha roto el pacto entre la sociedad y la Iglesia. No es de extrañar que, en Filadelfia, anime a “desarrollar la alianza entre la Iglesia y la familia para hacer frente a la desmembración social”.

            Entre las múltiples causas que influyen de manera negativa en la familia, subrayo cuatro que nos pueden ayudar a comprender mejor lo que está pasando.

1.1.- La profundidad de la secularización

En más de una ocasión, la secularización deriva hacia un secularismo en la vida personal y social. Tantas veces Dios no sólo no cuenta sino que se considera un obstáculo para el desarrollo social y para el crecimiento de la persona. Aunque no sería necesario recurrir a razones de carácter religioso para justificar la importancia de la familia, la visión creyente de la vida nos permite entender mejor el presente de la realidad familiar y nos ayuda a mejorarlo. Dice el Papa: “Me pregunto si la crisis de confianza colectiva en Dios que nos hace tanto mal, que hace que enfermemos de resignación ante la incredulidad y el cinismo, no esté también relacionada con la crisis de alianza entre el hombre y la mujer” (Audiencia 15/4/2015)

            Lo cierto es que, el desarrollo que está teniendo la secularización toca las raíces de la familia porque mueve los soportes en que se sustenta. Cambia sus orígenes en los que se fundamenta la definición de la familia y le da un giro llamativo a la experiencia del amor que es la que sostiene la realidad familiar.

            Sin la referencia a Dios se remueve el sustrato más profundo de la familia. Dios ha creado al hombre y a la mujer como dos realidades complementarias y no sólo en el campo físico. De esta complementariedad se alimenta la familia y en ella se define.

            Cuando desaparece Dios de la escena y el hombre se convierte en el creador, el cambio es de tal envergadura que, incluso, la complementariedad del hombre y la mujer se puede cambiar a nuestro antojo. Al final, la definición del sexo y de las relaciones sexuales y afectivas depende de lo que al hombre, en cada momento, le parezca que es lo mejor para la persona y para el grupo.

            Por otra parte, la secularización llevada a este extremo, está cambiando lo que significa la madurez personal y la referencia clave que tienen los miembros de una familia para darle sentido a la vida. Dios desaparece y es el hombre el que define lo que es el amor, también el amor de la pareja y el del esposo y la esposa con los hijos. El resultado de este cambio convierte el amor en algo aleatorio y, tantas veces, destructivo. Un ejemplo habitual como es el de reducir el amor a un sentimiento, a una emoción, o una manera de disfrutar de la vida, puede ser muy atractivo pero también superficial, inconsistente y peligroso.

            En visiones de este tipo decir que el amor tiene una dimensión de fecundidad puede parecer una broma.

            1.2.- Una particular antropología que se impone

En la visión antropológica que parece tener mayor fuerza social en este momento se subrayan tres opciones que se consideran importantes para que la persona se sienta “realizada” y tienen relación directa con la familia.

            En primer lugar, el valor incuestionable de la autonomía personal que garantiza que cada uno tenga capacidad de hacer lo que le parezca; algunas veces se añade que con la única limitación de no causar daño a terceros. Una forma de entender la autonomía personal que, en la práctica, carece de contenido.

            Con este planteamiento, el subjetivismo y el relativismo tienen el campo abierto para desarrollarse y afirmarse como opciones definitivas y, además, deseables. Cada persona decide lo que vale la pena y todo lo que piensa y hace tiene validez en el campo ético y moral. La racionalidad y el fundamento de lo que se dice o se hace no tiene relevancia. Los principios valen poco frente a las afirmaciones particulares, tantas veces reducidas a sensaciones, desde las que cada uno organiza su vida.

            Por otra parte, cuando el ideal al que se aspira se centra en el bienestar individual que cada uno calibra a su manera se hace una elección por un individualismo que choca con el ideal del amor, clave en la vida de la familia. En esta elección lo que cuenta es el grado de satisfacción que cada persona tiene en su relación con los demás; en este caso, con los otros miembros de la familia. De esta manera pasan a un segundo plano, entre otras cosas, el sacrificio, el esfuerzo personal o el perdón en el mundo familiar. Con esta forma de apuesta no resulta extraño que las situaciones menos satisfactorias que se producen en la vida familiar se conviertan en la razón que justifica, de una manera incuestionable, tantas rupturas matrimoniales.

            Una tercera elección antropológica que se impone y tiene consecuencias importantes en la vida familiar se relaciona con el concepto de libertad. Una libertad que se entiende como un ejercicio en el que los demás cuentan poco y los contenidos morales o éticos carecen de relevancia.

            Esta visión de la persona toca las raíces de la familia que es una realidad social que la podemos definir como estructura antropológica. Posiblemente la estructura social con mayor trascendencia en la configuración de la persona y en su maduración.

            La familia no es sólo una premisa necesaria para la vida sino un elemento clave para vivir humanamente. En la familia la persona recibe la vida y aprende a vivir. En ella organiza sus afectos, reconoce y respeta al otro, desarrolla su capacidad de comunicación, equilibra la libertad con la obediencia, reconoce el valor del perdón, cultiva la responsabilidad, descubre la importancia de la renuncia y, de una manera particular, hace una serena y profunda experiencia del amor.

 Una visión antropológica que no tiene en cuenta a la familia, posiblemente, elimina el entorno fundamental que tenemos para humanizarnos porque la familia es la que nos hace personas. Su repercusión en la vida de sus miembros y en la sociedad es evidente y, tantas veces, definitivo porque en la familia se construye a la persona y en ella se humaniza. En la familia se socializa la vida desde sus inicios.

            1.3.- La novedosa cultura emergente

Asistimos a un momento en el que la presión ideológica sobre la familia es intensa. Con una curiosa interpretación del valor del pluralismo se termina presentando a la familia como una realidad social cada vez menos importante para el conjunto de la sociedad.

Las respuestas a las preguntas sobre la virtual relevancia de la familia acaban siendo confusas y manifiestan una preocupante insensibilidad por la familia y por su valor social. En el mejor de los casos se considera a la familia como una estructura social junto a otras. Un grupo que puede necesitar ayuda como la necesita un menor necesitado de atención, pero, casi nunca, como una presencia que se reconoce positiva y hay que salvar.

            ¿Es un valor la familia o, más bien, un peso del que hay que liberarse? ¿Es un recurso social o un obstáculo para el crecimiento de la sociedad? No son estas preguntas retóricas porque nos ayudan a comprender mejor lo que significa, de verdad, la familia para un grupo social. La respuesta a estas preguntas puede expresar bien la valoración que una cultura concreta hace sobre la familia.

            La calificación que hacía al inicio de mi intervención me parece que explica la realidad cultural que vivimos, en este momento, en relación a la familia. El grupo familiar pierde relevancia social. Esta pérdida de consideración puede ayudarnos a entender lo que en nuestra cultura se piensa de la familia. La vista se dirige en otra dirección.

El modelo de familia que presentan las figuras sociales que tienen tanto poder de comunicación se parece poco a lo que nosotros pensamos que es una familia. En la práctica, tantas veces se entiende a la familia como un valor residual y no es de extrañar que se equiparen las relaciones familiares con otras, tantas veces insustanciales, que se producen en entornos diversos del familiar.

            1.4.- Consideración social de la familia

            La insensibilidad de tantas políticas sociales ante la familia es la consecuencia lógica de una forma particular de entenderla. En todo caso, la familia se termina considerando como una realidad privada que merece la misma atención que la que se tiene con otros grupos privados. Se les puede tener en cuenta para que las personas de estos grupos se sientan bien dentro de ellos, aunque su repercusión en el bienestar social sea de escasa relevancia.

Con esta manera de entender a la persona y en este ámbito cultural que se impone no puede extrañarnos que la tutela jurídica que los gobiernos occidentales, o mundiales, otorgan a la familia sea cada vez más reducida o casi inexistente. Cuando se piensa que la familia no es un valor social, es normal que los que gobiernan y legislan no la tengan en cuenta y se despreocupen de ella.

            Este planteamiento hace que, tantas veces, las legislaciones civiles y las decisiones de nuestros políticos no tengan como finalidad la defensa de la familia. Por desgracia, en tantos casos se puede pensar, no sin mucho fundamento, que es al grupo al que, en la práctica, se le está sacrificando.

            Analizando algunas situaciones concretas se puede ver hacia donde se posiciona la legislación de los estados ante la familia. Por ejemplo, la apuesta por el divorcio o por la estabilidad matrimonial, en los casos de separación, la carga económica casi total en uno de los cónyuges o un justo reparto entre los dos, la preferencia del aborto y la eutanasia frente a la valoración de la vida en su inicio y su final, el apoyo a las parejas de homosexuales-lesbianas y a las parejas de hecho en lugar de hacerlo por la pareja, reconocida socialmente, del hombre y de la mujer

            2.- ¿Qué podemos hacer para fortalecer a la familia?

            No es mi intención, al referirme a la situación actual de la familia, subrayar lo negativo. Como decía en la introducción, superando mi propia tendencia natural, en esta primera parte he intentado señalar algunas cuestiones de fondo que están influyendo, negativamente, sobre la familia.

Sin duda que se puede analizar el presente subrayando elementos de carácter más positivo. Incluso podemos convertir en positivas las causas de estas situaciones y tenerlas siempre en cuenta. Por ejemplo, contemplar la centralidad de la persona, el valor definitivo de la libertad, la capacidad que Dios nos ha dado para organizar la sociedad y la vida, el valor de una conciencia bien formada, la particular valoración social de la mujer, etc.

            Por otra parte, el cuadro es siempre un cuadro claroscuro y es cierto que las luces estimulan y nos ayudan a caminar. Pensemos en grupos como el nuestro y otros similares que han hecho una clara opción por la familia, en tantas personas e instituciones para los que la familia tiene un serio valor. Resulta llamativo que las respuestas que se recogen en las encuestas sobre la familia son muchas las que la colocan entre los grupos sociales que tienen una especial importancia social.

Sin embargo, lo cierto es que lo que la tendencia que se aprecia parece moverse en una dirección, no precisamente positiva, y la presencia de una crisis práctica de la familia es evidente. Con este dato me parece que debemos jugar si queremos edificar sobre roca y comprender que, posiblemente, sea la familia uno de los principales retos, sino el principal, con el que nos enfrentamos.

            Sea cual sea la calificación que, en estos momentos, terminemos dando a la familia lo importante es que, de una manera concreta y eficaz, seamos capaces de hacer algo por ella.

Lo primero puede ser repetir y reforzar lo positivo que encontramos en nuestros propios grupos. Unos grupos que, como es lógico, necesitan también de la conversión. No podemos decir que nuestra experiencia familiar sea excepcional. Pero, sin faltar a la verdad, podemos asegurar que se pueden presentar en sociedad y, en todo caso, que nuestra apuesta merece la pena.

            Antes de entrar en la parte propositiva de mi intervención recuerdo unas palabras que ha dirigido el Papa Francisco a la Familia Salesiana. Su invitación puede ser una buena síntesis de la particular interioridad con la que podemos afrontar lo que se nos pide.

            Dice el Papa” En tiempos difíciles, en momentos de emergencia y de crisis, vosotros sois capaces de dar respuestas a las emergencias y a las crisis”. Esta ha sido nuestra historia y debemos estar convencidos que lo va a seguir siendo. En parte, de nosotros depende.

            Concreto en tres orientaciones de carácter más general y en tres concretas elecciones pastorales algo de lo que podemos hacer en favor de la familia. Se trata de articular una bien pensada pastoral familiar para este delicado momento. En su realización podemos tener presente esta hermosa propuesta que nos hacen los Obispos: “Una pastoral de verdad y de esperanza”.

            2.1.- Cuidar nuestra preparación en este campo

Siempre es importante, y ahora parece que aún más, encontrar respuesta y un lenguaje adecuado a los continuos interrogantes que hacen referencia a la familia. Se trata de hacer real lo que nos decía San Pablo sobre la necesidad que tenemos de dar razones de nuestra fe.

            Necesitamos preparación para responder a tantas voces que hablan de la familia. Bien preparados estaremos más convencidos de lo que pensamos y de lo que somos en este campo. Resulta largo el camino que debemos hacer para encontrar respuestas válidas a tanto interrogante. La luz se va haciendo poco a poco. Puede tener su importancia que afrontemos el presente desde las convicciones a las que vamos llegando, aunque nunca sean completas.

            Ante lo que se dice y se hace sobre la familia, no podemos sentirnos incapaces, fuera de juego. Es una tentación que necesitamos superar. Estar acomplejados puede ser el primer paso para perder la batalla antes de iniciarla. En el camino que debemos hacer nos acompaña una interesante historia de la que no podemos olvidarnos. Resulta curioso que personas, y grupos, que han hecho muy poco por mejorar a la sociedad y a la familia nos dejen sin palabra. ¡Contemos nuestra historia! ¡Expliquemos la belleza del matrimonio! La historia de nuestro grupo y la nuestra personal merecen la pena, aunque nunca sea una historia acabada, ni perfecta.

            Encontrar razones en la que sustentar nuestra visión de la familia nos ayudará a vivir nuestra propia experiencia familiar con serenidad y alegría. Entrar en este camino de racionalidad nos permitirá también ayudar a tantas personas, sobre todo entre los jóvenes, que tantas veces se encuentran desconcertadas y perdidas. El Rector Mayor, en el VII Congreso Internacional de María Auxiliadora, nos invitaba a “volver a dar razones y sentido a la vocación matrimonial”.

            Prepararnos siempre más puede ser una opción irrenunciable. Como decía el cardenal Martini en una conferencia a los obispos italianos: “Bajemos a Cesarea”. Vayamos donde se decide la suerte de nuestra familia y de nuestra gente. Ahí debemos estar presentes. No se trata de polemizar con nadie, ni de convertirnos en un grupo fundamentalista. Tenemos razones, siempre mejorables, a las que no podemos renunciar. Tantas personas nos necesitan y nos esperan.

            Este discurso terminaría, lógicamente, invitando a la participación política en el que no deseo entrar porque no me siento capaz de abordarlo con profundidad. En todo caso, hay una política, podemos llamarla “cotidiana”, en la que tenemos que intervenir. Pensemos, por ejemplo, qué podemos hacer para que, en nuestro entorno más directo, se privilegie a la familia y no se piense tanto en grupos de mucha menor relevancia social. Una primer opción política puede ser la de hacer ver a nuestra gente y a nuestros políticos que la familia es importante y jugar con ella tiene peligrosas consecuencias.

            2.2.- Apostar por la educación en la familia

Normalmente, los núcleos decisivos de la personalidad de una persona se construyen, o se vician, en la familia. En ella se aprende a ser persona. Por esto, la apuesta por la educación en el entorno familiar no es una cuestión intrascendente. Si fuera el caso, se trata de recuperar la función educadora de la familia.

            Entre los contenidos de la oferta educativa que se pueden cuidar en la familia destaco estos cuatro.

            a.- Con la particular manera de expresarse, en la catequesis de la Audiencia del 13 de mayo del 2015, el Papa Francisco se refería a tres palabras que deberían cuidarse en la familia. Decía que son como las palabras de la buena educación, una educación que está bien orientada y con contenido. Son estas palabras: permiso, gracias y perdón.

            Con estas tres palabras, entre otras cosas, el Papa nos recuerda la importancia de reconocer a la persona del otro, el respeto a su intimidad y a su particular originalidad, el reconocimiento de la permanente aportación que los demás nos hacen, la capacidad de olvidar, de resanar heridas, de perdonar. Prestando atención a estas tres palabras, en la familia se puede crear un ambiente educativo en el que las personas que viven en ella se encuentren a gusto y sigan madurando.

            b.- Es también el Papa el que invita a crear en la familia un clima de fraternidad en el que todos sus miembros se sientan acogidos por los demás y protagonistas del camino que se hace. En este cuadro, tiene su importancia privilegiar el cuidado de los que tienen más necesidades como los ancianos, los enfermos o los niños.

            El Rector Mayor en su intervención en la clausura del VII Congreso Internacional de María Auxiliadora añade dos indicaciones importantes.

c.- Centra la primera en la invitación a cuidar la educación de la afectividad en el contexto de la gratuidad del amor. Esta propuesta nos invita a centrar la atención en una cuestión decisiva. La mayor o menor madurez de la afectividad es lo que nos permite afrontar la vida con mayor o menor serenidad y, como resultado final, ser más o menos felices. La apuesta es una apuesta amplia que puede ir desde el cuidado de la aceptación personal hasta la permanente atención a la capacidad de regalar la vida a los demás en la que se expresa una sólida madurez afectiva. En el camino tantas cosas nos piden atención.

            d.- La segunda invitación del Rector Mayor es la de preocuparnos en la familia por la formación de la conciencia de sus miembros. Un campo educativo en el que cualquier esfuerzo que realicemos será poco. Un esfuerzo que nos ayudará, en primer lugar, a resolver cuestiones importantes en este campo (pensemos en temas como la fidelidad matrimonial, la procreación, el aborto, la eutanasia,… ) y, sobre todo, a ser consecuentes con los grandes principios del Evangelio a los que queremos ser fieles.

2.3.- Ser testigos de la Familia Cristiana

Como tantas veces repetimos, lo importarte no es tanto saber sino ser. Ayudará mucho a valorar a la familia el testimonio familiar que demos. Es cierto que necesitamos reforzar nuestra propia vida familiar. ¡Siempre podemos mejorar! También de nuestros grupos familiares se pueden contar historias que no son las mejores. Sin embargo, esta constatación no debe impedirnos decir y repetir las veces que haga falta que la familia nos ha hecho personas más maduras y más felices. Y, al contrario, una familia rota hace sufrir.

Centro la atención en una elección que me parece fundamental para que la familia se convierta en un verdadero fermento social. Tantas veces nos encontramos con familias que se llaman cristianas y, como creyentes, su encefalograma puede ser casi plano. El cuidado de la espiritualidad en la familia no es una cosa indiferente sino decisiva.

Para explicar esto utilizo la definición de la familia como “iglesia doméstica”. Una definición que me parece vigente y operativa. ¿Qué puede significar para nosotros hacer de la familia una “iglesia doméstica”?

            a.- En primer lugar, convertir a la familia en un lugar privilegiado para realizar una interpretación evangélica de cuanto sucede, nos ayuda a madurar una interpretación creyente de la vida. La familia puede ser decisiva para que los que la forman adquieran, y desarrollen, unos criterios evangélicos que les permitan interpretar la realidad de una manera creyente. Una familia así comunica la fe como lo hace la Iglesia.

b.- Por otra parte, una familia entendida como “iglesia doméstica” necesita darle importancia a la oración: rezar en familia y rezar con la familia. Se trata de hacer oración en momentos importantes del día y de la historia familiar y asegurar los encuentros sacramentales en los que la familia expresa su unidad y su fe. Hacer realidad lo que el Padre Peyton decía al extender el rezo del rosario. “La familia que reza unida, permanece unida”.

            c.- Una tercera elección de una familia, entendida como “iglesia doméstica”, puede ser la claridad con que participa en la construcción de la Iglesia. En una familia cristiana debería ser natural dedicar tiempo, energías, dinero a la edificación de la Iglesia que es nuestro grupo, donde recibimos la fe, la desarrollamos y la transmitimos. Una familia cristiana es una familia en la que el anuncio explícito del Evangelio debería ser natural. En esta permanente construcción de la Iglesia puede también tener su importancia la apertura que tengamos con otros grupos y la capacidad de trabajar con ellos. La valoración del sentido de pertenencia a la Iglesia que existe en la familia puede ser un indicador de su calidad como “iglesia doméstica”.

            d.- Finalmente, en una familia cristiana debería existir una preocupación activa por las personas que tienen particulares necesidades, en primer lugar por los de la propia familia, como son los enfermos, excluidos, pobres, etc. Esto significa, entre otras cosas, que necesitamos crear conciencia en la familia de estas situaciones y de nuestra particular responsabilidad en la solución de estos serios problemas sociales. A una familia de nuestro corte se nos puede pedir siempre que hagamos algo por estos colectivos e implicar a cuantas personas podamos en esta tarea.

            2.4.- Preparar novios para el matrimonio

He dejado para el final de mi intervención tres invitaciones que nos hacen los Obispos y el Rector Mayor que pueden articular una pastoral salesiana en este tiempo. Son tres opciones empeñativas que ponen a prueba a nuestros grupos. Precisamente, por su particular dificultad, podemos entenderlas también como una posibilidad que se nos ofrece para el crecimiento personal y el del Movimiento de Hogares. Estas elecciones nos pueden renovar y hacernos más creativos.

            La presencia de Don Bosco en la Iglesia y en cualquier grupo social viene siempre acompañada de su apuesta por los jóvenes. La elección por el mundo juvenil define, en gran parte, el particular carisma que el Espíritu regala a la Iglesia con la figura de Don Bosco. Lo que hace Don Bosco es lo que se nos pide que repitamos a cada uno de los grupos de la Familia Salesiana. En cualquier circunstancia de nuestro camino debemos asegurar la apuesta por la juventud.

            La pastoral familiar de Hogares Don Bosco tiene una original orientación y, por los frutos que ha dado, estamos obligados a seguir teniéndola en cuenta. Esto no significa que no se puedan introducir cambios en ella que enriquezcan lo que se viene haciendo. Uno de ellos, ya iniciado en otros momentos, puede ser la de ofrecer una convincente propuesta a los jóvenes que se preparan para el matrimonio.

            Es esta una opción pastoral en la que todos los grupos de la Familia Salesiana podían verse implicados. Sin embargo, el grupo de Hogares tiene, en este campo, una responsabilidad particular. Se nos puede pedir que nuestro trabajo con las parejas de novios anime a otros grupos de la Familia Salesiana y de la Iglesia a hacer lo mismo. Una oferta de calidad con estos jóvenes abrirá caminos nuevos al Movimiento de Hogares, a la Familia Salesiana y a la Iglesia.

            Para ponerla en marcha, lo primero que podemos hacer es ayudarnos y ayudar a otros grupos de la Iglesia a apostar por esta opción pastoral valorando su importancia. Sin estar convencidos del valor decisivo de este empeño pastoral todo puede seguir igual. Desgraciadamente es poco lo que se hace en este campo pastoral. A lo más que estamos llegando es a la realización de alguna acción aislada debida a la buena voluntad de alguna persona o de algún grupo particular. Ya es hora de ofrecer algo serio a quienes tanto lo necesitan.

Pensemos en la situación con la que se encuentran los jóvenes para realizar una buena experiencia de noviazgo y decidir su propio futuro familiar. A las parejas de novios de nuestro tiempo les ha tocado vivir un momento de particular complejidad. Para elegir formar una familia cristiana tienen que hacer un camino que no es fácil; normalmente, un camino contracorriente. Sólo una seria propuesta pastoral ayudará a tantos jóvenes a encontrar razones que les permita apostar por el matrimonio dentro de la Iglesia.

Una bien pensada pastoral para los novios podría ayudarles, entre otras cosas, a superar el miedo que tantas veces manifiestan para asumir compromisos definitivos, a hacer frente a las continuas “invitaciones” sociales que les animan a caminar en otra dirección, a sentirse capaces de hacer esta elección, a situar la necesaria seguridad económica en su justo lugar y, de manera particular, a convertir este paso en una opción en la que Dios esté presente.

            ¿Puede el Movimiento de HDB mirar para otro lado? Los jóvenes que se preparan al matrimonio tienen necesidad de vosotros para hacer una seria opción matrimonial cristiana. En esos momentos de decisión pueden necesitar de vuestra experiencia, de vuestro acompañamiento y de vuestro testimonio. Se os puede pedir ahora que completéis cuanto habéis hecho por ellos con una propuesta pastoral concreta. 

Desde otra perspectiva, acercarse a las parejas de novios, escucharles, convertirlos en protagonistas del camino educativo y cristiano que deben hacer traerá al Movimiento de Hogares ideas y fuerzas nuevas y lo enriquecerá.

            Es cierto que empeñarse en este trabajo con los novios no es una tarea fácil. Pero es una opción de tanta importancia que no podemos cruzarnos de brazos. Propongamos esta posibilidad a parejas de novios que conocemos, concretemos las estrategias adecuadas que nos permitan hacerles llegar la propuesta, acompañémoslos, diseñemos el posible camino que se puede hacer, preparemos personas y, sobre todo, lancémonos a la arena cuanto antes. En su momento, el nacimiento de Hogares pudo parecer casi un milagro; ahora se nos pide que seamos artífices de otro milagro tan necesario como éste.

            La propuesta que nos hace el Papa en Filadelfia no puede ser más clara. Dice “invitar a los jóvenes a que sean audaces y elijan el matrimonio y la familia”.

            2.5.- Acompañamiento de jóvenes esposos y de los padres

Puede ser esta propuesta una continuación de la anterior sobre las parejas de novios, aunque tiene su particular originalidad. Es otro campo en el que estoy convencido que Don Bosco habría acudido con respuestas concretas.

            Vivimos un momento en el que más de una joven pareja de casados toman decisiones que nos dejan, cuanto menos, perplejos. No parecen tan fáciles, como a veces se dice, estos iniciales años de matrimonio. La cultura que sustenta la toma de decisiones en los primeros años de casados ayuda poco a mantener la estabilidad del matrimonio en las jóvenes parejas.

            El aislamiento y, tantas veces, la soledad en la que estos jóvenes dan sus primeros pasos matrimoniales no son los mejores aliados para resolver las dificultades con las que se encuentran y decidir bien. Un acertado acompañamiento, querido y reconocido por las parejas de jóvenes casados, no les quitará autonomía, le dará calidad a sus decisiones y les asegurará un mejor futuro.

            Es este un período de la vida familiar peculiar que tiene sus propias particularidades. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa para estos jóvenes, la separación de sus hogares, la llegada de los hijos, la vivencia cotidiana de un nuevo proyecto común, la reestructuración de su mundo relacional, el ajuste del trabajo con de la vida familiar y tantas cosas más hacen que estos años sean particulares y decisivos para el futuro del matrimonio.

            Tenemos la fortuna de conocer, por experiencia, ofertas que podemos hacer a las jóvenes parejas y que son válidas. La Asociación de Hogares Don Bosco es un posible camino. Existen también otros movimientos familiares en la Iglesia que pueden responder a las jóvenes parejas. Pertenecer a algún Movimiento de grupos cristianos sostiene a las parejas que se integran en el mismo y refuerza mucho su vida familiar.

 Concentremos energías en dar vida o revitalizar esta propuesta para ofrecer a los nuevos casados la posibilidad de compartir con otros este momento importante de su vida matrimonial.

            Como siempre sucede en la vivencia del Evangelio, convertir en real esta opción nos permitirá hacer el bien y recibir más de lo que entregamos. La rejuvenilización de nuestro Movimiento de Hogares puede encontrar en esta apuesta una seria posibilidad.

2.6.- Atención a familias en dificultad

Es este otro campo novedoso y, por desgracia, cada día más amplio. Llama la atención la importancia que le concede el próximo Sínodo de Obispos a esta tarea en el capítulo final sobre la misión de la familia hoy.

            El Papa en La Habana decía: “Servir significa, en gran parte, cuidar de la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”

            Son muchas las situaciones en las que nos encontramos con familias heridas o que pasan por especiales dificultades. El elenco resulta llamativo y siempre creciendo: familias monoparentales, divorciados, familias con necesidades económicas, madres solteras, hijos solos, emigrantes, familias con personas con dificultades físicas o síquicas,…

            Son tantas las familias no pueden atender sus necesidades básicas; otras se sienten sin fuerzas y desbordadas ante los problemas. También en este campo se nos pide hacer algo que se corresponda con nuestro estilo salesiano y manifieste nuestra particular elección por la familia.

 Me llama la atención la presencia de tanto emigrante bautizado que llega a nuestra tierra. Tantas veces son familias que pueden necesitar apoyo para conservar la fe y su misma realidad familiar en culturas nuevas, no siempre fáciles y algunas veces hasta hostiles.

            En la posible atención que podamos prestar a alguno de estos grupos existe una primera elección que se puede aplicar a cuanto hemos dicho con anterioridad. El acompañamiento es el primer gesto y la primera opción metodológica por la que apostará siempre un miembro de la Familia Salesiana. Hasta es posible que en esta opción se agote la posible intervención. Acompañar para descubrir al otro, para decirle que no está solo, para tenderle la mano o para compartir con él un camino hacia una vida más plena.

            Sin embargo, además de este primer paso de acercamiento a familias con dificultades siempre es posible cualquier forma de colaboración con otros o de intervención directa por parte nuestra. ¿Será mucho pedir que no haya un solo grupo de Hogares que deje de hacer algo, aunque sea mínimo por estas personas?

            Conclusión

            Como veis lo que se puede hacer es mucho. El campo de trabajo se abre cada día más. No se trata de responder a cada uno de los retos que la situación de la familia le plantea a un Movimiento familiar como el nuestro. Sí se nos pide discernir y hacer alguna elección.

La sensibilidad de cada uno de nosotros seguro que nos ha llevado ya a comprometernos en algo. Este encuentro puede abrirnos horizontes nuevos. La llamada de Dios nos invita a ser respuesta a necesidades de nuestro mundo. Un acontecimiento como el que celebramos no tengamos duda que es una particular llamada de Dios para nosotros. Es un tiempo de gracia que no podemos desaprovechar.

Los cincuenta años de vida de Hogares y el decisivo momento por el que pasa la familia hacen que sea éste un momento propicio para hacer algo nuevo e importante. Ojalá que cuando pasen unos años se pueda decir que esta celebración cincuentenaria marcó un antes y un después en la historia de Hogares Don Bosco.

Finalizo recordando las palabras del Papa Francisco en Filadelfia, el pasado 26 de septiembre, en la Vigilia de Oración de la Fiesta de las Familias. Son palabras que deseo sirvan también de reconocimiento al trabajo realizado en estos 50 años y de homenaje a cada uno de vosotros.         

“Queridas familias: Gracias a todos. A los que dieron un mensaje aquí y la presencia de ustedes, que también es un testimonio. Un verdadero testimonio de que vale la pena la vida en familia. De que una sociedad crece fuerte, buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia”  

                                                                                   Eusebio Muñoz Ruiz S.D.B.
San Lorenzo de El Escorial, 11 octubre 2015